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Programa Semana Santa de Cuenca 2005

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Programa Semana Santa de Cuenca 2005. Editado por la Junta de Cofradías de Cuenca.

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Page 1: Programa Semana Santa de Cuenca 2005
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Programa Oficial de Semana SantaCuenca, 2005

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EDITA: Universidad de Castilla-La Mancha y Junta de CofradíasCOORDINACIÓN, DOCUMENTACIÓN Y REDACCIÓN: Antonio Abarca Contreras, Javier HeviaDISEÑO Y MAQUETACIÓN: Z O O M - 3000, S.L. CARTEL CUBIERTA: Nicolás Mateo SahuquilloFOTOGRAFÍAS: David L. MeysonnierCONTRAPORTADA: Antonio Abarca ContrerasIMPRIME: Gráficas Martín

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Saludas

Actos y Cultos

Normas y Consejos para las Procesiones

Horarios e Itinerarios Oficiales

“Sentimientos de una devoción”

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6 Semana Santa 2005

Con María al encuentro de Jesús

Pronto viviremos la Semana Santa, Misterio de Salvación, asociándonos a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. En las iglesias, calles y plazas los cristianos haremos manifestación pública de fe y del compromiso de nuestro amor hacia Cristo.

Quisiera reflexionar con vosotros fieles diocesanos y, en particular, con los miembros de las Hermandades y Cofradías de Semana Santa, en la perspectiva de dos grandes celebraciones, a que nos convoca la Iglesia y que deben calar muy hondo en nuestro ser de cristianos: El “Año de la Eucaristía” y el “Año de la Inmaculada”. De ahí el título que he elegido para estas líneas: “Con María al encuentro de Jesús”.

La Virgen Dolorosa, la concebida sin pecado original, la mujer fuerte en el Calvario, que contemplamos en la rica imaginería de nuestros templos y procesiones, es

la que nos lleva a Jesús, que hoy vive entre nosotros en la Eucaristía. Ella, como en Caná a los sirvientes, también nos dice hoya nosotros “Haced lo que mi Hijo os diga”. Jesús hoy nos sigue hablando, sin que podamos cerrar los oídos a sus palabras.

“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”: Nos habla de amor, frente al mundo del dolor y el sufrimiento; provocados por la insensibilidad e indiferencia.

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”: Nos habla de perdón y reconciliación, frente alodio, las rencillas, la violencia y las guerras.

“Tuve hambre y me disteis de comer...”: Nos habla de compartir con generosidad, frente al egoísmo y la insolidaridad que destruyen las relaciones fraternas.

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; sin Mí nada podéis hacer”: Nos habla de apoyamos firmes en Él, frente al conformismo, de unos, y el ataque frontal, de otros.

Queridos fieles diocesanos, hermanos y cofrades: quisiera que la próxima Semana Santa nos lleve a sintonizar con Jesús, escuchando lo que El quiere de nosotros. Para ello os invito a que, como preparación, os acerquéis al Sacramento de la Reconciliación y a la Eucaristía, alimentándoos con el Cuerpo y la Sangre del Señor. No os limitéis sólo a contemplado en los desfiles procesionales. Acogedlo en vuestro corazón, como lo acogió la Virgen, convirtiéndoos en sagrario viviente de Jesús.

Que la comunión con Cristo y la imitación de María Inmaculada nos ayuden a descubrir el amor y la misericordia de Dios en la Semana Grande del Cristiano.

Ramón del Hoyo López

Obispo de Cuenca

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Programa Oficial 7

A todos los visitantes, nazarenos y conquenses:

Próxima está ya la Semana Santa de Cuenca por excelencia. Durante todo un año se ha ido perfilando todo lo concerniente a las actividades que vamos a realizar durante esta cuaresma 2005, como lo relativo a la mejora de los desfiles procesionales de este año.

Espero que todos disfrutemos de unos magníficos días y que la catequesis que vamos a contemplar en las calles de nuestra ciudad, nos sirva para volvernos tolerantes, pacíficos, mejores personas...

Pero, con el fin de poder disfrutar en su máxima extensión de las diferentes procesiones, quiero aprovechar estas líneas para haceros algunas recomendaciones.

Observad en todo momento las instrucciones que os den los diferentes directivos o nazarenos. Dichas instrucciones no han sido adoptadas de una manera baladí, sino que han sido consensuadas con el fin de obtener la máxima seguridad tanto en la contemplación como en la participación.

Respetad vuestro rol. Si queremos un desarrollo ciertamente magnífico de todos y cada uno de los desfiles, lo conseguiremos aportando cada uno nuestro granito de arena manteniéndonos en nuestro papel. El espectador contemplando lo que está desarrollando el nazareno que en ese momento ocupa la calle.

Por último disfrutad de la contemplación de lo que estamos interpretando. Es sólo una vez al año. Y es única.

Javier Caruda de Juanas

Presidente de la Junta de Cofradías de la Semana Santa de Cuenca

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8 Semana Santa 2005

La Semana Santa de Cuenca está, como cualquier otra actividad humana, sujeta a permanente revisión en sus detalles, a una adecuación a los tiempos que, a pesar de todo, no transforman ni deben transformar lo fundamental de nuestros inigualables desfiles procesionales. El hecho de que, en los últimos tiempos, se debatan en el seno de la Junta de Cofradías cuestiones que afectan a horarios o a los recorridos de las procesiones no quiere decir que haya dudas o que los problemas que se plantean sean síntoma de un agotamiento, muy al contrario esos debates vienen a demostrar que la celebración de nuestra Semana Santa sigue concitando el interés de los ciudadanos de esta tierra y punto de referencia de buena parte de su actividad a lo largo del año.

No tengamos miedo a la innovación si, como ya he dicho, mantenemos el espíritu esencial de nuestra Semana Santa, y nos preservamos de los que interpretan los desfiles procesionales como una mera diversión o un espectáculo y abandonamos la necesaria disciplina que surge espontánea del cariño y el respeto a las tradiciones que hemos recogido de nuestros antepasados. No nos escandalicemos, no nos opongamos a discutir sobre esos pequeños detalles que nos exigen los nuevos tiempos y seamos firmes en el respeto a la tradición.

Deseo que la Semana Santa de Cuenca sea un ejemplo de convivencia para aquellos que participan activamente en su celebración y para los que, simplemente, asisten emocionados a los desfiles procesionales.

José Manuel Martínez Cenzano

Alcalde de Cuenca

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Programa Oficial 9

De nuevo las calles de Cuenca se visten del color de la Pasión de Cristo. De nuevo los nazarenos y nazarenas, arrobados del fervor de la Semana Santa, acompañan las imágenes que desfilan por las calles y callejuelas conquenses representando, un año más, en un interminable y silencioso grito, el dolor por la muerte del Hijo de Dios.

Y de nuevo las páginas de Cuenca Nazarena recogen la Semana Santa de Cuenca para así hacer llegar a la ciudadanía todos aquellos asuntos relacionados con la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, que en estos días se representa por las calles de las localidades de nuestra provincia y de la capital conquense.

Se vive en Cuenca en estos días, un frenesí de sensaciones religiosas de las que todo el mundo es partícipe, los conquenses que residen en la capital; o los conquenses que están fuera de su tierra y reservan estos días para volver a ella y demostrar con su presencia bien en las filas de los nazarenos o simplemente en las calles esperando el paso de las procesiones, su profunda devoción; o aquellos que no siendo conquenses se acercan a nuestra tierra para participar con nosotros de esta celebración cargada de religiosidad y misticismo.

Es la Semana Santa de Cuenca ocasión de encuentro con propios y extraños, de recogimiento unas veces, cuando Cristo sufre y muere en la cruz, de la celebración gozosa cuando resucita. Es, en definitiva, demostración del apasionamiento religioso de un pueblo que sigue siendo fiel a sus costumbres y a sus convicciones. Desde estas páginas animo a todos a vivir esta Semana con la intensidad que se vive año tras año, aunque sé que no hace falta pues está tan arraigada en la tradición conquense que es esperada con anhelo a lo largo de todo el año.

Luis Muelas Lozano

Presidente de la Diputación Provincial de Cuenca

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10 Semana Santa 2005

El primer plenilunio de la primavera marca el tiempo en que la Cuenca nazarena vuelve a revivir en sus calles, con intensa y renovada emoción, los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Una vez más, este año en el tránsito mismo del invierno aletargado y frío a la primavera revitalizadora, Cristos y Vírgenes, nazarenos y banceros, penitentes y turbos, conquenses y visitantes representaremos y actualizaremos ese retablo sacro que conduce, a través de las tinieblas de la cruz, a la victoria de la Luz y de la Vida. De la Esperanza expectante al Amparo glorioso, pasando por la Amargura, las Angustias y la Soledad del alma quieta. El mismo ritual; siempre igual, y siempre diferente.

Tradición, cultura, espiritualidad, humanidad, naturaleza y misterio se funden en particular armonía para hacer de la Semana Santa de Cuenca un acontecimiento único y singular.

El Viernes de Dolores, ya casi al final de la Cuaresma, el pregonero anuncia, desde la sobria arquitectura de San Miguel, la inminencia de ese Calvario que ilumina la oscuridad del cerro de la Majestad. Y tras la humildad de la palabra, el esplendor austero de las nueve procesiones que recorren, de domingo a domingo, las empinadas calles de esta ciudad cimentada en la roca.

Ésta es la Semana Santa de Cuenca. Que un año más todos contribuyamos, cada uno desde nuestro papel y función, a hacer de ella la muestra inequívoca del carácter cívico, cordial y acogedor de nuestra ciudad, ilusionada de futuro, de evolución y de progreso, pero respetuosa y garante de las tradiciones culturales y de las seculares señas de identidad de nuestros antepasados.

José Ignacio Albentosa Hernández

Vicerrector de Cuenca y de Extensión Universitaria

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Programa Oficial 11

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Actos y Cultos

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14 Semana Santa 2005

Día 9 de febrero, Miércoles de Ceniza

20:30 h. Celebración de la Santa Misa de Imposición de la Ceniza, en la iglesia conventual de las RR.MM. Concepcionistas Franciscanas (Pta. de Valencia).

Día 11 de febrero, Viernes

19:30 h. Iglesia de la Virgen de la Luz. Solemne funeral por los Hermanos cofrades Difuntos. A continuación, la V. H. de Jesús Amarrado organizará su ya tradicional Vía Crucis por las calles del barrio de San Antón.

Día 12 de febrero, Sábado

20:30 h. Concierto de Inicio de Cuaresma en el Teatro-Auditorio de Cuenca a cargo de la Agrupación Musical y Cultural Ntra. Sra. de Riánsares de Tarancón.

Días 18 y 19 de febrero, Viernes y Sábado

Bajo el título “Semana Santa: Religiosidad, tradición, cultura” se desarrollarán unas jornadas sobre Semana Santa organizadas por la Junta de Cofradías en colaboración con la Universidad de Castilla-La Mancha.

Días 18 de marzo, Viernes de Dolores

20:00 h. Pregón Oficial de la Semana Santa de 2005 de Cuenca en la iglesia de San Miguel, a cargo del Excmo. Vicerrector del Campus de Cuenca y de Extensión Universitaria Don José Ignacio Albentosa.

Actividades organizadas por la Vble. Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad (del Puente)

VI Concurso Fotográfico “Semana Santa de Cuenca”.

VI Ciclo de Conferencias en la Sede social de la Hermandad:Día 5 de marzo: conferencia a cargo de D. José Ignacio Albentosa Hernández.Día 12 de marzo: conferencia a cargo del ganador del IV Concurso Literario en la moda-lidad de Enseñanza Secundaria y Bachillerato.

IV Concurso Literario “Semana Santa de Cuenca” Dos modalidades: - Alumnos de Enseñanza Primaria - Alumnos de Enseñanza Secundaria y Bachillerato

IV Pregón Infantil. Se celebrará en la sede de la hermandad el día 12 de marzo a cargo del ganador del IV Concurso Literario organizado por esta hermandad en la modalidad de Alumnos de Enseñanza Secundaria y Bachillerato.

Actos en Cuaresma

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Programa Oficial 15

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16 Semana Santa 2005

Oficios Litúrgicos en las ParroquiasJueves Santo

17:0018:0019:0017:3017:0017:0017:0018:0017:0017:0018:0017:0018:0018:0018:0017:00

Viernes Santo17:0017:0017:0017:3017:0017:0016:0017:3017:0017:0018:0014:3018:0017:0018:0017:00

Sábado Santo21:0023:0023:0023:3023:0022:0023:00

21:00/23:0021:3020:3020:1522:3023:0021:0020:3022:00

El SalvadorNtra. Señora de la PazSan EstebanSan FernandoSan JuliánSan Pedro y SantiagoSan RománSan José ObreroSanta AnaSto. Cristo del AmparoVirgen de la LuzConcepcionistas FranciscanasMonasterio Madres BenedictinasCarmelitas DescalzasReligiosas Justinianas (Petras)Esclavas de Stmo. Sacramento de María Inmaculada

Santa Iglesia Catedral Basílica de CuencaDía 20 de marzo, Domingo de Ramos

Misa estacional presidida por el Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Cuenca; al término del disfile procesional del Hosanna.

Día 23 de marzo, Miércoles Santo

10:30 h. Celebración de la Misa Crismal.

Día 24 de marzo, Jueves Santo

17:00 h. Triduo I. Misa “In Coena Domini” *.

Día 25 de marzo, Viernes Santo

17:00 h. Triduo II. Oficio “In Passione Domini” *.

Día 26 de marzo, Sábado Santo

22:30 h. Triduo III. “Ad Vigiliam Paschaem in Nocte Sancta” *.

Día 27 de marzo, Domingo de Resurrección

10:30 h. “Missa Solemnis in Die Sancto Paschae” *.

* La parte musical correrá a cargo de Schola Antiqua. Director, Juan Carlos Asensio. (Información cedida por gentileza del Patronato de la Semana de Música Religiosa de Cuenca)

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Programa Oficial 17

Santuario de Nuestra Señora de las AngustiasCultos de Cuaresma

Del 10 de marzo al 18 de marzo. Celebración de la Novena a Ntra. Sra. de las Angustias.

Día 18 de marzo, Viernes de Dolores

Misas: 7:00 , 8:00 y 11:30 h.18:00 h. Función Solemne presidida por el Excmo. Rvdmo. Mons. Ramón del Hoyo Ló-pez, Obispo de la Diócesis, con asistencia de autoridades de la Corporación Municipal y de la Excma. Diputación Provincial.

Día 25 de marzo, Viernes Santo

Visita continua a Ntra. Sra. de las Angustias y Cristo Yacente durante las 24 horas.

Día 6 de marzo

12:00 h. Solemne Función Religiosa conjunta con las hermandades del Miércoles Santo en la S.I.C.B. con presencia de Hermandades, Junta de Cofradías y Autoridades Civiles y Religiosas. Actuación del Coro y de la Orquesta Eschola Cantorum.

Día 7 de marzo

19:30 h. Misa por el Sufragio de los Hermanos Difuntos de las Hemandades del Miércoles Santo, en la Iglesia de San Esteban Protomártir. Interpretación de Cantos Gregorianos, por parte del Coro Eschola Cantorum.

Día 11 de marzo

20:30 h. Concierto de Marchas Procesionales de la V.H. de Jesús Orando en el Huerto, dedicado al I Centenario de la Procesión del Silencio, en la iglesia de San Esteban Protomártir, a cargo de la Banda de Música Municipal de Cuenca.

Del 14 al 31 de Marzo

Exposición Colectiva de Artistas con obras alusivas al Miércoles Santo: “Artistas en el Silencio”.De lunes a sábado de 18:00 a 21:00 horas, excepto festivos.Sala de Exposiciones de la Obra Social y Cultural de Caja Castilla La Mancha, sito en Carretería.

Día 23 de marzo, Miércoles Santo. Inicio de la Procesión del Silencio

Bendición del Mural realizado por el escultor cerámico, Tomás Bux, en la calle Aguirre, al paso de la procesión del Silencio, con la presencia de los Hermanos Mayores y Representantes de las siete Hermandades, Guiones y Estandartes de las mismas, y la Comisión Ejecutiva de la Junta de Cofradías.

Actos del I Centenario de la Procesión del Silencio

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Normas y Consejospara las Procesiones

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20 Semana Santa 2005

La Junta de Cofradías se dirige a todos, participantes y visitantes, con una serie de consi-deraciones de necesario cumplimiento si queremos que estos días se celebren con armonía entre la conocida hospitalidad de esta tierra, y el respeto que, para nosotros los conquenses supone esta celebración.

Nazarenos de Cuenca

El silencio en la procesión es la base necesaria para la oración personal y para el respeto que se pide al espectador. Cumplir con él estrictamente es tu primera obligación.

Tu cofradía se distingue por un uniforme concreto. Respétalo, y pregunta antes en caso de duda. No olvides nunca tus guantes, del color que indique tu cofradía, y recuerda que es obligado calzar zapato negro.

Tu única seña de identidad, en procesión, es el capuz bajado.

El desfile procesional empieza y termina para todos en un punto concreto. No abandones las filas si no es por una cuestión grave.

La fila hay que guardarla rigurosamente de uno en uno. Sólo en caso de que la hermandad lo disponga, podrá duplicarse o mostrar otra forma-ción; en tal caso debes ser especialmente cuidadoso con tu silencio.

Los niños cofrades van detrás del guión. Sus familiares no deben colocarse, de paisano, en las filas de los nazarenos, ni como segunda fila ante el público. En toda hermandad hay hermanos ma-yores al cuidado exclusivo de los más pequeños.

El honor de ser bancero va unido al respeto por el paso.

Espectadores y Visitantes

Los nazarenos siempre tratan con exquisito respeto al que sabe contemplar su desfile en silen-cio.

La procesión es un acto cívico religioso que no admite interrupción por parte de los espectadores; aunque los huecos entre las hermandades pudieran permitirlo, no cruce por medio. Busque salida tras los espectadores. Si la necesidad fuese extrema, cualquier nazareno le pondrá en contacto con el hermano mayor más cercano responsable del orden procesional.

La calle, desde el principio de la procesión, es del nazareno. No dificulte el acceso al desfile, ni impida su desarrollo.

Los conquenses siempre hemos sido hospita-larios con quien, de buen fin, viene a nuestra casa y comparte nuestras tradiciones. Pero por eso mis-mo, exigimos, desde el principio, el mismo respeto con el que nos gusta tratar al visitante.

Actividades Comerciales

A todas aquellas actividades comerciales que se encuentren en el trayecto de los desfiles, rogamos suspendan sus actividades durante la procesión y, si les es posible, reduzcan la iluminación, colabo-rando con el recogimiento necesario.

Que la serenidad sea tu imagen,la sobriedad tu exigencia y el respeto tu actitud.

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22 Semana Santa 2005

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Programa Oficial 23

Horarios e Itinerarios Oficiales

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24 Semana Santa 2005

Domingo de Ramos, 20 de Marzo

Se incia a las 9:30 horas desde la antigua iglesia de San Andrés, formada por los pasos de “La Borriquilla” y Nuestra Señora de la Esperanza, pertenecientes a la V. Hdad. de Jesús Entrando en Jerusalén y Ntra. Sra. de la Esperanza. Desciende seguidamente por Solera y, tras alcanzar la Puerta de Valencia, recorre la parte baja de la ciudad, pasando por Carretería y Calderón de la Barca, donde se le van incorporando multitud de niños portando palmas y ramas de olivo. Una vez llegada al Puente de la Trinidad, asciende hasta la Iglesia de San Felipe Neri, en la calle Alfonso VIII, donde tiene lugar la bendición de palmas y ramos por el Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Cuenca, acompañado del Ilmo. Cabildo Catedralicio.

Tras incoporarse al cortejo el Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo, Ilmo. Cabildo Catedra-licio y la Excma. Corporación Municipal, continúa por Alfonso VIII hasta llegar a la Plaza Mayor donde hace entrada la hermandad en la Santa Iglesia Catedral Basílica. Posteriormente se celebrará en el mismo templo Misa Estacional presidida por el Prelado de la Diócesis.

Es muy interesante el paso de la Procesión por las curvas de la Audiencia (c/ Palafox); la bendición de palmas en la iglesia de San Felipe; la entrada de los pasos en la Catedral.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Vble. Hermandad de Jesús Entrando en Jerusalén y Ntra. Sra. de la Esperanza

Presidencia Eclesiástica: Reverendo Sr. Capellán de la Hermandad

Presidencia Institucional: Archicofradía de Paz y Caridad y Excmo. Ayuntamiento.

ITINERARIOSalida: Iglesia de San Andrés, Solera, Pza. del Salvador, San Vicente, Alonso de Ojeda, Pta. de Valencia,

Las Torres, Aguirre, Pza. de la Hispanidad, Carretería, Pza. de la Constitución, Calderón de la Barca,

Pte. de la Trinidad, Palafox, San Juan, Andrés de Cabrera, Alfonso VIII (Iglesia de San Felipe Neri), Plaza Mayor

Procesión del Hosanna

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Programa Oficial 25

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26 Semana Santa 2005

Lunes Santo, 21 de Marzo

Recorrido con meditación sobre las SIETE PALABRAS pronunciadas por Cristo en la Cruz.

A las 22:30 horas tiene su salida oficial la Vble. Hermandad Penitencial del Stmo. Cristo de la Vera Cruz con su paso titular desde la Santa Iglesia Catedral Basílica. Tras la meditación de la Primera Palabra por el Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis, continúa el desfile procesional por la Plaza Mayor y Anteplaza hasta el convento de las RR. MM. Esclavas del Stmo. y María Inmaculada, donde tiene lugar la meditación sobre la Segunda Palabra. Desciende la procesión por la calle Alfonso VIII; a la altura de la iglesia de San Felipe, se efectúa la meditación sobre la Tercera Palabra. Tras doblar hacia la calle del Peso, en la antigua iglesia de San Andrés, se practica la meditación sobre la Cuarta Palabra. Continúa el cortejo procesional hasta la iglesia parroquial de El Salvador donde es leída, para su meditación, la Quinta Palabra. Continúa descendiendo el desfile procesional hasta la iglesia conventual de las RR.MM. Concepcionistas, situada en la Puerta de Va-lencia, donde se realiza la meditación sobre la Sexta Palabra. Discurre la procesión por la parte baja de la ciudad hasta la iglesia Parroquial de San Esteban donde se realiza entrada procesional tras la meditación sobre la Séptima Palabra.

Acompañamiento musical: Coro de Cámara “Alonso Lobo”. Cuenca.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Vble. Hermandad Penitencial del Stmo. Cristo de la Vera Cruz

Presidencia Eclesiástica: Clero Diocesano

Presidencia Institucional: Vble. Hdad de la Cruz Desnuda de Jerusalén y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIOSalida: Santa Iglesia Catedral Basílica (Plaza Mayor), Anteplaza (Convento de las RR.MM. Esclavas del Stmo.

y María Inmaculada), Alfonso VIII (Iglesia de San Felipe Neri), Andrés de Cabrera, Peso (Iglesia de San Andrés),

Solera, Pza de El Salvador (Iglesia Parroquial de El Salvador), San Vicente, Alonso de Ojeda, Pta. de Valencia

(Iglesia Conventual de las RR. MM. Concepcionistas), Las Torres, Aguirre (Iglesia de San Esteban)

Procesión Penitencial del Stmo. Cristo de la Vera Cruz

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Programa Oficial 27

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28 Semana Santa 2005

Martes Santo, 22 de Marzo

La procesión parte a las 20:00 horas de la iglesia parroquial de El Salvador con la sali-da de las Vbles. Hermandades de San Juan Bautista y el Stmo. Cristo de la Luz con el paso procesional de María Magdalena. Inicia el ascenso a la Plaza Mayor por Solera. En la Calle del Peso y desde la antigua iglesia de San Andrés, se incorpora al desfile procesional la Vble. Hermandad de María Santísima de la Esperanza. Continúa el ascenso del cortejo por Alfonso VIII, donde se encuentra la iglesia de San Felipe Neri, desde la que realiza su salida la Real e Ilustre Esclavitud de Ntro. Padre Jesús Nazareno (vulgo Medinaceli), llegando las Sagradas Imágenes a la Plaza Mayor, en la que hace estación el desfile.

La Vble. Hermandad del Bautismo de Ntro. Sr. Jesucristo, realiza salida procesional en torno a las 21:30 horas desde la Iglesia de San Pedro; tras descender por la calle de San Pedro, se incorpora oficialmente a la procesión ocupando su lugar detrás de la Vble. Hermandad de San Juan Bautista. Desde la Plaza Mayor y con numerosa concurrencia de cofrades, desciende a la parte baja de la ciudad por Alfonso VIII y San Juan, llegando a la Plaza de la Constitución sobre las 00:00 horas y, tras su paso por Carretería y Las Torres, hacen entrada en sus templos de procedencia las diversas hermandades.

Interpretación del Miserere de Cuenca a las Sagradas Imágenes por el Coro del Conservatorio de Músi-ca, en el descenso de la Procesión. Escalinata de la iglesia de San Felipe Neri (calle Alfonso VIII)

Es interesante el ascenso de la procesión por la calle Alfonso VIII; la entrada en la Plaza Mayor; en su descenso a la parte baja de la ciudad, las curvas de la Audiencia (calle de San Juan)

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Vble. Hermandad de San Juan Bautista

Presidencia Eclesiástica: Clero Parroquial de El Salvador

Presidencia Institucional: Vble. Hdad. de Ntra. Sra. de la Soledad (del Puente) y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIOSalida: Iglesia Parroquial de El Salvador, Solera, Peso (Iglesia de San Andrés), Andres de Cabrera, Alfonso VIII (Iglesia de San Felipe

Neri), Plaza Mayor, Alfonso VIII, Andrés de Cabrera, San Juan, Palafox, Pte. de la Trinidad, Pza. de la Constitución, Carretería, Pza.

de la Hispanidad, Aguirre, Las Torres, Pta. de Valencia, Alonso de Ojeda, San Vicente, Pza. del Salvador (Iglesia Parroquial de El

Salvador), Solera, Peso (Iglesia de San Andrés), Andrés de Cabrera, Alfonso VIII (Iglesia de San Felipe Neri)

Procesión del Perdón

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Programa Oficial 29

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30 Semana Santa 2005

Miércoles Santo, 23 de Marzo

Realiza la salida oficial esta procesión a las 20:00 horas desde la iglesia parroquial de San Esteban de donde salen las Vbles. Hermandades de Ntro. Padre Jesús Orando en el Huerto y el Prendimiento de Jesús - Beso de Judas, que acompañan a sus pasos de “El Huer-to” y “El Beso de Judas”. Por las calles Aguirre y las Torres, y tras abandonar la parte baja de la ciudad por la Puerta de Valencia, llega el cortejo procesional a la Plaza del Salvador, lugar donde se incorpora la Vble. Hermandad de Ntra. Sra. de la Amargura con San Juan Apóstol desde su templo sede el El Salvador. Continúa por las calles de Solera y Peso para desembocar en Alfonso VIII y llegar a la Plaza Mayor, en la que realiza estación.

Desde la Iglesia de San Pedro, han salido las Vbles. Hermandades de San Pedro Após-tol, la Negación de San Pedro y la del Stmo. Ecce Homo de San Miguel que, con sus pasos titulares, se incorporan a la procesión tras bajar por la calle de San Pedro hacia la Plaza Mayor.

Tras el descanso, inicia la procesión el descenso en ordenada cronología evangélica, con la incorporación desde la Santa Iglesia Catedral Basílica de la Vble. Hermandad de la Santa Cena. Tras su paso por la calle de San Juan, Calderón de la Barca y Carretería, tiene lugar la entrada de las hermandades con sede en la parroquia de San Esteban. Las Vbles. Hermandades del Stmo. Ecce Homo de San Miguel y de Ntra. Sra. de la Amargura con San Juan Apóstol, continúan, solemnemente, su desfile procesional hacia sus respectivos templos por la calle de Las Torres.

Interpretación del Miserere de Cuenca a las Sagradas Imágenes por el Coro del Conservatorio de Músi-ca, en el descenso de la Procesión. Escalinata de la iglesia de San Felipe Neri (calle Alfonso VIII)

Es interesante el ascenso de la procesión por la calle Alfonso VIII; la entrada en la Plaza Mayor; en su descenso a la parte baja de la ciudad, las curvas de la Audiencia (calle de San Juan)

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Vble. Hermandad del Prendimiento de Jesús (Beso de Judas)

Presidencia Eclesiástica: Clero Parroquial de San Esteban

Presidencia Institucional: Iltre. y Vble. Hdad. de Ntro. Padre Jesús Nazareno (de El Salvador) y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIOSalida: Iglesia Parroquial San Esteban, Aguirre, Las Torres, Pta. de Valencia, Alonso de Ojeda, San Vicente, Pza. del Salvador (Iglesia

Parroquial de El Salvador), Solera, Peso, Andrés de Cabrera, Alfonso VIII, Plaza Mayor (Santa Iglesia Catedral Basílica), Alfonso VIII,

Andrés de Cabrera, San Juan, Palafox, Puente de la Trinidad, Calderón de la Barca, Pza. de la Hispanidad, Aguirre (Iglesia Parroquial

de San Esteban), Las Torres, Pta. de Valencia, Alonso de Ojeda, San Vicente, Pza. del Salvador (Iglesia Parroquial de El Salvador)

Procesión del Silencio

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Programa Oficial 31

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32 Semana Santa 2005

Jueves Santo, 24 de Marzo

A las 16:30 horas y desde la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Luz, sale la procesión del Jueves Santo presidida por el Stmo. Cristo de las Misericordias, titular de la Archicofradía de Paz y Caridad que da nombre al desfile procesional. Tras esta imagen se ordenan las diferentes hermandades que integran esta procesión con sus correspondientes pasos: “El Huerto de San Antón·, “El Amarrao”, “Jesús con la Caña”, “Ecce Homo de San Gil”, “Jesús Caído y la Ve-rónica”, “El Auxilio”, “Jesús del Puente” - (esto dos últimos pertenecientes a la V.H. de Nuestro Padre Jesús Nazareno -del Puente-) y “La Soledad del Puente”, formando un magno desfile de singular belleza.

Después de cruzar el río Júcar por el popular puente de San Antón y el río Huécar por el puente de la Trinidad, la procesión asciende hacia la Plaza Mayor.

Tras realizar estación en la Plaza Mayor, desciende por la calle Alfonso VIII y calles del Peso y Solera. Al anochecer, el desfile procesional toma la parte baja de la ciudad y, tras su impo-nente desfile por Carretería y Calderón de la Barca, hacen su entrada las diferentes cofradías en la iglesia de procedencia que también alberga a la patrona de la ciudad “La Virgen de la Luz”.

Interpretación del Miserere de Cuenca a las Sagradas Imágenes por el Coro del Conservatorio de Música, en el descenso de la Procesión. Escalinata de la iglesia de San Felipe Neri (calle Alfonso VIII)

Es interesante el ascenso de la procesión por las calles de Palafox y San Juan; su llegada a la Plaza Mayor; el descenso por Alfonso VIII, Peso, Solera y Plaza del Salvador; el llamado “Momento Mágico” en el que Jesús Caído y la Verónica esperan en el puente de la Trinidad despedirse de su Madre, Ntra. Sra. de la Soledad del Puente; la entrada junto al puente de San Antón.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Archicofradía de Paz y Caridad

Presidencia Eclesiástica: Clero Parroquial de Ntra. Sra. de la Luz

Presidencia Institucional: Vble. Hdad. de María Santísima de la Esperanza y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIOSalida: Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Luz, Avda. Virgen de la Luz, Pte. de la Trinidad, Palafox, San Juan, Andrés de Cabrera,

Alfonso VIII, Plaza Mayor, Alfonso VIII, Andrés de Cabrera, Peso, Solera, Pza. de El Salvador, San Vicente, Alonso de Ojeda, Pta. de

Valencia, Las Torres, Aguirra, Pza. de la Hispanidad, Carretería, Pza. de la Constitución, Calderón de la Barca, Avda. Virgen de la Luz

Procesión de Paz y Caridad

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Viernes Santo, 25 de Marzo

A las 05:30 horas del día se inicia este desfile procesional desde la iglesia parroquial de El Salvador. Precedidas por las tracionales Turbas, con el estruendo de sus broncos tambores y el sonido de sus agudas clarinás, realizan salida procesional la Iltre. y Vble. Hermandad de N. P. Jesús Nazareno del El Salvador (con sus pasos de Jesús Nazareno y Jesús Caído y la Verónica), Vble. Hdad. de San Juan Apóstol Evangelisa y la Vble. Hermandad de Nra. Sra. de la Soledad -de San Agustín- (con sus pasos de El Encuentro de Jesús y la Virgen, y de Nuestra Señora de la Soledad).

La procesión desciende hacia la parte baja de la ciudad por la Puerta de Valencia y, tras desfilar por Carretería, asciende hacia la Plaza Mayor por las calles de San Juan y Alfonso VIII, donde hace estación.

Tras el descanso, baja de nuevo por Alfonso VIII y calle del Peso para llegar a la iglesia de procedencia alrededor de las 12:30 h. del mediodía

Interpretación del Miserere de Cuenca a las Sagradas Imágenes por el Coro del Conservatorio de Música, en el descenso de la Procesión. Escalinata de la iglesia de San Felipe Neri (calle Alfonso VIII)

Es interesante la salida de la procesión; su paso por las curvas de la Audiencia (calles Palafox y San Juan); llegada a la Plaza Mayor; ya en su descenso, interpretación del Miserere en San Felipe (calle Alfonso VIII); entrada de los “pasos” en la iglesia de El Salvador.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador

Presidencia Eclesiástica: Clero Parroquial de El Salvador

Presidencia Institucional: Real e Iltre. Esclavitud de Ntro. Padre Jesús Nazareno (de Medinaceli) y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIOSalida: Iglesia Parroquial de El Salvador, San Vicente, Alonso de Ojeda, Pta. de Valencia, Las Torres, Aguirre, Pza. de la Hispanidad,

Carretería, Pza. de la Constitución, Calderón de la Barca, Pte. de la Trinidad, Palafox, San Juan, Andrés de Cabrera, Alfonso VIII,

Plaza Mayor, Alfonso VIII, Andrés de Cabrera, Peso, Solera, Pza. del Salvador

Procesión Camino del Calvario

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36 Semana Santa 2005

Viernes Santo, 25 de Marzo

Desde la iglesia parroquial de San Esteban y a las 12:30 horas del día, realizan salida procesional las Vbles. Hermandades del Stmo. Cristo del Perdón, La Exaltación y el Stmo. Cristo de la Salud, El Descendimiento. A la altura de la Puerta de Valencia de la iglesia conventual de las RR. MM. Concepcionistas Franciscanas, sale en procesión la Real, Iltre. y Vble. Cofradía de Ntra. Señora de las Angustias con el misterio sacro de Cristo Descendido y la venerada imagen titular de Ntra. Señora de las Angustias.

Al llegar a la Plaza del Salvador, realizan salida procesional a las 13:15 horas, desde esta iglesia parroquial de El Salvador, las Vbles. Hermandades del Stmo. Cristo de la Agonía con sus pasos Cristo de Marfil y Cristo de la Agonía, y la Vble. Hermandad del Stmo. Cristo de la Luz con sus pasos La Lanzada y Cristo de la Luz -de los espejos-. En orden cronológico de los hechos acaecidos en el Calvario y representados en los distintos pasos procesionales, asciende la procesión por Alfonso VIII hasta la Plaza Mayor, donde hace estación.

Tras el descanso, desciende el desfile procesional por Alfonso VIII y San Juan, para llegar a Carretería sobre las 18:00 horas. Tras su paso por el centro de la ciudad, hacen su entrada en la parroquia de San Esteban las Vbles. Hermandades del Stmo. Cristo del Perdón y del Stmo. Cristo de la Salud, continuando el resto por la calle de Las Torres. En la Puerta de Valencia se retira de la procesión la Real, Ilustre y Vble. Cofradía de Ntra Señora de las Angustias, entrando en la iglesia conventual de las RR.MM. Concepcionistas Franciscanas. El resto de cofradías prosiguen su marcha hasta su sede, la parroquia del El Salvador, dando por finalizada la procesión con la entrada del paso procesional del Stmo. Cristo de la Luz, alrededor de las 20:00 horas.

Interpretación del Miserere de Cuenca a las Sagradas Imágenes por el Coro del Conservatorio de Música, en el descenso de la Procesión. Escalinata de la iglesia de San Felipe Neri (calle Alfonso VIII)

Es interesante el paso de la procesión por Alfonso VIII en el ascenso a la Plaza Mayor; en el descenso, curvas de la Au-diencia (calles de San Juan y de Palafox); paso por Carretería; entrada de Ntra Sra. de las Angustias (Puerta de Valencia); entrada de los pasos en El Salvador.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Vble. Hdad. del Santísimo Cristo de la Luz (de los Espejos)

Presidencia Eclesiástica: Clero Parroquial de El Salvador

Presidencia Institucional: Vble. Hdad. de la Stma. Virgen de la Amargura con S. Juan Apóstol y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIOSalida:Iglesia Parroquial de San Esteban, Aguirre, Las Torres, Pta. de Valencia (Iglesia Conventual RR.MM. Concepcionistas),

Alonso de Ojeda, San Vicente, Pza. de El Salvador (Iglesia Parroquial de El Salvador), Solera, Peso, Andrés de Cabrera, Alfonso VIII,

Plaza Mayor, Alfonso VIII, Andres de Cabrera, San Juan, Palafox, Pte. de la Trinidad, Calderón de la Barca, Pza. de la Constitución,

Carretería, Pza. de la Hispanidad, Aguirre (Iglesia Parroquial de San Esteban), Las Torres, Pta. Valencia (Iglesia Conventual RR.MM.

Concepcionistas), Alonso de Ojeda, San Vicente, Pza. de El Salvador (Iglesia Parroquial de El Salvador)

Procesión En el Calvario

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38 Semana Santa 2005

Viernes Santo, 25 de Marzo

Acompañado de gran número de hermanos de las diferentes hermandades de la Semana Santa, se inicia la procesión desde la Santa Iglesia Catedral Basílica, de donde realizan salida procesional, a las 21:00 horas, la Vble. Hermandad de la Cruz Desnuda de Jerusalén y la Con-gregación de Ntra. Sra. de la Soledad y de la Cruz, con los pasos de Cristo Yacente y Ntra. Sra. de la Soledad.

El cortejo cruza la Plaza Mayor en medio de un respetuoso y emotivo silencio, que ya le acompañará a lo largo de todo el recorrido. Por el puente de la Trinidad entra en la parte baja de la ciudad y, tras desfilar por Carretería y Las Torres, llega a la Parroquia de El Salvador sobre las 00:30 horas, finalizando con la solemne entrada de los pasos a los acordes del Himno Nacional de España y Marcha de Infantes.

Al cortejo asiste representación Oficial de todas las hermandades de la Semana Santa de Cuenca con guiones, estandartes y Hermanos Mayores. Acompaña al paso del Cristo Yacente el Muy Ilustre Cabildo de Caballeros y Escuderos de la ciudad de Cuenca, con manto de procesión.

Interpretación del Miserere de Cuenca a las Sagradas Imágenes por el Coro del Conservatorio de Música, en el descenso de la Procesión. Escalinata de la iglesia de San Felipe Neri (calle Alfonso VIII)

Es interesante la salida procesional; el paso del desfile por la calle Alfonso VIII y por las curvas de la Audiencia (calles de San Juan y de Palafox); la llegada de los pasos a la parroquia de El Salvador (Plaza del Salvador), donde, previamente a la entrada en el templo, al son del Himno Nacional y de la Marcha de Infantes, el Coro Alonso Lobo interpreta tres motetes: O Crux, al paso de la Cruz Desnuda, Miserere, del siglo XI, al Cristo Yacente y Stabat Mater, a Ntra. Sra. de la Soledad y de la Cruz.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Congregación de Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz del Muy Ilustre Cabildo

de Caballeros y Escuderos de la ciudad de CuencaPresidencia Oficial:

Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Cuenca, Ilmo. Cabildo Catedralicio, Capellanes de las Hermandades, Pleno de la Junta de Diputación de la Junta de Cofradías de Semana Santa, Excma. Corporación Municipal,

Excma. Corporación Provincial, Delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma, Subdelegado del Gobierno en la Provincia, Parlamentarios Nacionales y Regionales, Universidad de Castilla-La Mancha y otras Autoridades Civiles y Militares.

ITINERARIOSalida: Santa Iglesia Catedral Basílica, Plaza Mayor, Alfonso VIII, Andrés de Cabrera, San Juan, Palafox, Pte. de la Trinidad, Calderón

de la Barca, Pza. de la Constitución, Carretería, Pza. de la Hispanidad, Aguirre, Las Torres, Pta. de Valencia, Alonso de Ojeda, San

Vicente, Pza. del Salvador (Iglesia Parroquial de El Salvador)

Procesión del Santo Entierro

* Al cierre de la edición de este programa se está todavía pendiente de que se apruebe una posible variación en el recorrido de esta procesión. De ser aprobado el recorrido sería el siguiente: al llegar el cortejo procesional a la Plaza de la Constitución giraría hacia la calle Fray Luis de León, para

continuar por Tintes hasta la Pta. de Valencia donde enlazaría con el recorrido tradicional.

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Domingo de Resurrección, 27 de Marzo

Con la salida a las 10:00 horas de los pasos procesionales de Ntro. Señor Jesu-cristo Resucitado y Ntra. Señora del Amparo, ambos de la misma hermandad, desde la antigua iglesia de San Andrés, da comienzo el último de los desfiles procesionales de la Semana Santa conquense.

La procesión se parte en dos desde su inicio para confluir en la Plaza de la Cons-titución donde se realiza EL ENCUENTRO (11:00 horas) de Jesús Resucitado con Ntra. Señora del Amparo. Así el paso del Jesús Resucitado desfila por las calles de San Juan y Calderón de la Barca, mientras que el de la Stma. Virgen llega al lugar del encuentro po las calles de Solera, Alonso de Ojeda, Tintes y del Agua. Tras este emotivo acto, en el que se despoja a Nuestra Señora de su manto negro de luto, dis-curre en un solo cortejo procesional que, tras pasar por Carretería y la calle de Las Torres, asciende a la parte antigua de la ciudad y entra en la iglesia de procedencia sobre las 13:00 horas.

Es interesante el paso de la imagen de Ntro Señor Jesucristo Resucitado por las curvas de la Audiencia (calles de San Juan y Palafox); el paso de Ntra. Sra. del Amparo por la calle Tintes; el Encuentro en la Plaza de la Constitución; la entrada en la iglesia de San Andrés.

Presidencia Ejecutiva del Desfile Procesional: Venerable Hermandad de Ntro. Señor Jesucristo Resucitado y Ntra. Señora del Amparo

Presidencia Eclesiástica: Reverendo Sr. Consiliario de la Hermandad

Presidencia Oficial: Real, Iltre. y Vble. Cofradía de Ntra. Sra. de las Angustias y Excmo. Ayuntamiento

ITINERARIO PASO DE JESUS RESUCITADOSalida: Antigua Iglesia de San Andrés, Peso, San Juan, Palafox, Pte. de la Trinidad, Calderón de la Barca, Pza. de la Constitución.

ITINERARIO PASO DE NTRA. SRA. DEL AMPAROSolera, Pza. de El Salvador, San Vicente, Alonso de Ojeda, Pta. de Valencia, Tintes, Fray Luis de León, Pza. de la Constitución.

CORTEJO PROCESIONAL COMPLETOCarretería, Pza. de la Hispanidad, Aguirre, Las Torres, Pta. de Valencia, Alonso de Ojeda, San Vicente, Pza. de El Salvador, Solera,

Peso: Iglesia de San Andrés.

Procesión del Encuentro

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42 Semana Santa 2005

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Viaje Lírico por la Semana Santa de Cuenca

Sentimientos de una devoción

Por Israel José Pérez Calleja

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44 Semana Santa 2005

No es frecuente, en los días que nos toca vivir, encontrar una persona como la que hoy tengo la satisfacción de presentar: Israel José Pérez Calleja.

Fue el año pasado, sería por estas fechas, cuando recibí una llamada de mi buen amigo José María, -compañero de profesión con el cual tuve la suerte de coincidir y compartir mis primeros años de dedicación a la docencia, y del cual empecé a entender el verdadero significado de ser maestro-. En esta llamada me comunicaba que por mis apariciones en los medios de comunicación sabía de mi relación con la Junta de Cofradías y quería ponerme en contacto con su hijo Israel, al que le apasionaba todo ese “mundillo” de la Semana Santa conquense.

Dicho y hecho. Fruto de esa llamada resultó una cita para conocer personalmente a Israel.

Desde mi primer contacto con él me admiró, y en la actualidad, después de haber pasado un año, todavía lo sigue haciendo, que todo lo que emanaba de él respiraba un claro, profundo y sincero sentimiento nazareno. Y, a pesar de su juventud, conocía y amaba la Semana Santa de Cuenca como pocos.

Pero si tuviera que destacar algo sobre su personalidad, sin duda alguna me inclinaría por estas cualidades: su ilusión y su entusiasmo por todo aquello que, de una u otra forma, tiene que ver con la Semana Santa conquense, y su capacidad de trabajo.

Como primera muestra, nos sorprendió con el magnífico artículo de investigación, publicado el año pasado en Cuenca Nazarena, sobre el arquitecto José Martín de Aldhuela. Para la revista de este año ha elaborado otro sobre Fausto Culebras que, sin duda alguna, llevará su sello de incansable investigador y versado cronista, capaz de hallar y arrancar los datos y hechos que celosamente custodia la resentida historia de nuestra Semana Santa.

Pero hoy Israel no está en estas páginas por su indudable y magnífica labor de investigación. Sino porque nos ha querido obsequiar, a todos los nazarenos conquenses, con una magnifica obra literaria fruto de su profundo conocimiento y amor por la Semana Santa de Cuenca.

Bajo el título de “Sentimientos de una devoción. Viaje Lírico por la Semana Santa de Cuenca”, Israel dedica un texto a cada uno de los cuarenta y dos pasos que actualmente desfilan en la Semana Santa conquense, plasmando en cada uno de ellos, con una narración hábil y cuidada, todo el cúmulo de sensaciones que en él provocan las imágenes que procesionan en nuestra Semana Grande, demostrando, además no sólo su amplio conocimiento de la Semana Santa de Cuenca sino también de sus hermandades y cofradías.

Esta es la primera de las muchas obras con las que en el futuro, sin duda alguna, nos seguirá obsequiando Israel. Dispongámonos a descubrir a un nazareno conquense y a un escritor que está predestinado a recoger el testigo de todos aquellos que anteriormente se erigieron en cronistas de esta ciudad narrando y honrando la grandeza de la Semana Santa de Cuenca.

Antonio Abarca ContrerasComisión de Publicaciones

Junta de Cofradías de Semana Santa

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46 Semana Santa 2005

JESÚS ENTRANDO EN JERUSALÉN

El amanecer cuaresmal de Cuenca despierta a un río Huécar que destila ya primavera y cera por sus márgenes ronceros, mientras se apresura, sigiloso y descalzo, al emotivo encuentro de su padre de mediterráneos sueños marinos que parece tenderle hoy más que nunca, bajo la cómplice humedad y entre ansiedades de espuma fresca, su raudo contacto líquido para así abrazar esa cuestuda alcoba nazarena que duerme en la Cuenca más vieja.

Como bien predicaba el gran Federico de Cuenca, los conquenses nos oímos al escuchar cada Viernes de Dolor y de Pregón que navega, temerario, por ese caudaloso regato sembrado de gigantescas pupilas verdosas que es el Júcar. La acrópolis cristiana que es esta misma Cuenca de Pasión en vías de redimir se refleja en las tulipas seculares que aún penden de una luna llena aupada a la nada por la estigia espuela de un marzo que agoniza entre lluvia y soles, entre soles de lluvia. Son esas mismas tulipas racimadas unos mínimos pespuntes luminosos que, en la noche lenta, parecen ojivarse en delgados pabilos trenzados por el rosario olvidadizo de la más ibérica manifestación de dolor, quién sabe si del dolor también.

Es Cuenca, por lo tanto Semana Santa. Conquenses y enconquensados padecen desde la euforia identitaria de este terruño, con más piedras que arena, la Pasión de la Vida y la Muerte en tan sólo siete días. Padecemos, sin padecer, como padecerán otros también por llevar a hombros de la vista cansada al que Padece. Y es que, repito, padecer aquí en estas fechas, es pasión por la Pasión, es leer en los renglones del viento acortadas taquicardias penitenciales como inequívoco síntoma de la proximidad pasional que acaricia, ya sin el menor de los disimulos, los rascacielos carcomidos de San Martín. Estos gigantescos dedos de mil ojos y sombrero azul parecen caminar de puntillas hacia el cielo, empecinados en alargar su vertiginosa estancia en las alturas desafiando, con una mirada aviesa y libada de secretos inconfesables, al barrio de Tiradores, pequeño albaicín cristiano y cantera inagotable de verdades teñidas de humildad.

Comienza la Semana Eterna el Domingo de Palmas y Olivos. Es el único suspiro altivo que los nazarenos de esta tierra podrán secuestrarle a sus gaznates resecos durante los próximos ocasos encarnados porque el Galileo, desde el asnal púlpito de su jumento plebeyo, avanza sonriente entre la gozosa muchedumbre que, agolpada a la espera de un encuentro tan cercano, se contagia indefensa de su Hosanna. Tres decenas de banceros bajo sencillas andas de madera. Túnica blanca y fajín granate antecediendo a la Palma premonitoria de un inminente Viernes Santo desfallecido en el camino madrugador que muere en aquellos otros calvarios que pintará, palmo a palmo, el mediodía. Un diminuto pollino extraviado en el boceto del tiempo acompaña en su atajo triunfal al animal porte que, sobre lomos de borriquilla dócil, enfila, guiado por el Mesías, el último repecho de Cuenca, el último repecho de su vida.

El primer momento cierto de un árbol de Pasión frutado de tantos pequeños momentos, la primera página de un libro que crece y crece en los márgenes sin escribir del tiempo...

Domingo de Palmas y Olivos

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48 Semana Santa 2005

NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA

Cuenca miradora y mirada. Más mirada que miradora, pero sobre todo admirada... (Moreno García)

Es Cuenca una ciudad diseñada expresamente para la representación del Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es el unánime presente bíblico elegido por la divinidad gloriosa para su anual vuelta al reino de los arrepentidos pecadores. Sus empedradas y angostas calles, rebosantes de épica milenaria y vestigio vivo de lejanas culturas, que en su momento parecieron preferir las estrecheces al óleo de la Toledo Imperial del Greco, invocan líricos silencios medievales mecidos por las telarañas del ángelus misterioso. Mientras, y perfumados por el aroma a lisonja derramado por nadie, esos silencios seductores ondulan, entre tules encantados, este corazón calizo que eleva en apáticos brazos la voracidad de un cielo asalmonado tan deseoso por besar la antiquísima belleza de esta Villa de ensueño y sueños.

No muy lejos de la estela venturosa que el Mesías cabalga sobre el onagro, María Santísima, Parasceve de esperanza y azucenas de rosario, persigue con su jadeante mirada maternal la figura difuminada del Hijo, siempre presta a cobijar con su desconsolada preocupación los reveses ulteriores del Elegido. Ahora, la ciudad es un súplico de oleaje visual por el recio ramaje que, estremecido, saluda palpitando la irrupción de Jesús en la ciudad del Cáliz y la Estrella. A la vez, un leve rumor entrecortado, apartado pero creciente, emana por la delgada caloma que le une a las casonas palaciegas entonadas al Júcar, Guadalquivir de pasiones, y a su alumno acuoso. Estos vetustos alcázares, colgados y colgantes en su singularidad sin par, parecen estar dispuestos a precipitarse, sin encomendaciones previas, al abismal fondo de las hoces atrevidas y celebrar húmeda la llegada del Salvador, huyendo así, y para siempre, del basamento pétreo que las amordaza.

En su final ambición, allí donde los rancios remates urbanizados de la capital en origen son custodia incuestionable del indeciso templo catedralicio de Lampérez, una hilarante multitud de presente intergeneracional barrunta su ruidosa mirada colectiva entre los escasos resquicios deshabitados de unos arcos tan monumentales como inusualmente concurridos. Esos mismos tres arcos triunfales, diseñados hace casi dos centurias y media por el valenciano arquitecto académico Jaime Bort y en cuyas claves se aprecian los motivos tradicionales de rocalla, parecen incrustar su preciosismo inerte en el alegre manto de la Madre, venida para siempre sobre una alfombra de mimbre pricense y esperanzada con tan emocionante recibimiento al Hijo.

Esas miradas colectivas, aunadas sin más lazos que la memoria viva de una devoción, agrupan la panorámica en busca de la figura apacible del Maestro que, entre vítores internos de felicidad engalanada, apenas si puede abrirse paso entre la deslenguada inocencia jovial. Ésta, exculpada sobre el reflejo aceitunado de unos minúsculos olivos palmeados, decide dar la espalda, sólo por un momento, a una próxima eventualidad doliente y repleta de preocupaciones divinas, pese al aviso bendecido y bendito de un cielo preñado de oscuros auspicios que ya se duelen en las pestañas del horizonte.

Domingo de Palmas y Olivos

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SANTÍSIMO CRISTO DE LA VERA CRUZ

Es tan estremecedor como imperturbable el silencio reinante en el gélido interior de la Santa Iglesia Catedral Basílica el anochecer crepuscular de cada Lunes Santo, cuando la monumental girola desdoblada es acotada por la Hermandad penitencial de Vera Cruz, origen casi obligatorio de las Semanas procesionales peninsulares y estrechamente ligada, en el caso concreto de Cuenca, a la carismática Archicofradía de Paz y Caridad, adalid, hace mucho tiempo, de los presos camino del cadalso y auténtico germen originario de nuestra primitiva Semana de Pasión.

En su deambular cuasi siniestro por las laberínticas callejas nazarenas, las Siete Palabras parecen secuestrar el aire que ya sólo unos pocos se atreven a respirar al paso dieciochesco del Cristo de la Expiración. Su ronca ojeada parece denunciar, desde la divinidad humana, el reiterativo ostracismo de esa fastuosa Dolorosa de Mena que habita en la amnesia de la memoria procesional de muchos conquenses anhelosos por admirar y caminar tras sus salvadores pasos.

Mientras, y de forma paralela al desarrollo del cortejo, un conjunto creciente de penitentes píos amantan con un mutismo desgarrado por esa quietud inimitable, que sólo otorga el arrepentimiento bien entendido, el suplicio entreabierto en su agonía de unos ojos mancillados por el aguante salvador del Reo. A la vez, esos ojos ágiles de dolor buscan, entre la lúgubre oscuridad astral que Cuenca eleva a los abismos sin estridencias, la mirada complaciente y tristona del Padre que parece recoger herido el eco breado de los Siete pecados capitales.

Lunes de penitencia, de motetes desencajados y llorosos prolongados por el anublo ajado de unos tambores desgastados por el tiempo y domeñados por el recio velludo de la oscuridad afónica y muda. Lunes de leyenda eterna que crepita serio y se derrite por los chaflanes retorcidos que dobla la muerte, acompañada por un Miserere ciego y meditabundo en cada costado herido de su alma penitente. Lunes de sabor inicial a Pasión consumida que ya sólo acarrea tras de sí el manto fusado del dolor. Lunes nutrido en la behetría candada por el hombre. Lunes acentuado de Pasión que vuela entre las preces suplicantes del revuelo. Lunes de misarios teñidos en antiguo bajo la luz canil de la noche apurada.

Tiempo y Cruz en la noche negra, en la negra noche de las Cruces y del tiempo. En el remonte de medianoche, en el negro de los ojos, bajo el eco de las ondas blancas de Tus ojos...

Lunes Penitente

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52 Semana Santa 2005

SAN JUAN BAUTISTA

Ocurre con la Semana Santa de Cuenca lo que sucede con el amor o con las grandes emociones de la vida: lo que más vale en cierto modo, es la víspera, y lo que más cuenta es el recuerdo... (César González Ruano)

La ciudad con mayúsculas se torna en un inabarcable compendio de aflicción fervorosa, de sentimiento, de acezo voluntariamente ahogado mientras las Iglesias pasionistas, monumental amparo de devoción e invisiblemente ruborizadas, se resignan desde el descorazonamiento para presenciar el desnudo cuidadoso y delicado de sus capillas y el precipitado traslado de sus imágenes. Las mismas son protegidas y agasajadas por las sudorosas manos de unos fervientes nazarenos inundados ya, y de manera irremisible, de una emoción inexpresivamente castellana.

Cuando el rosado haz de luz todavía forcejea por presidir lacerante la ceremoniosa procesión del Perdón, la Imagen solitaria del Precursor, como así establece el didáctico orden casi cronológico del recital pasionista de Cuenca, es anunciada por sobrias trompetas relucientes que, arrebatadas al aprisco huracanado del desuso y plateadas por el recuerdo renacentista de Berrecil, dirigen sus bramidos sin mueca hacia la efigie del Bautista de Marco Pérez. Anuncio que se anuncia por las calles de Cuenca.

San Juan, bautismo docenal bajo la luna acontecida del Silencio durante un procesional escarceo de década dilatada. Bautista de Salvador Carmona y tallado culto perdido en tu propia Iglesia desaparecida. San Juan Bautista de Santo Domingo de Silos, presidencia justa en la tarde santa del Perdón conquense sobre la diáfana superficie de un altar urbano que parece adurir con sus sonidos previsores las dudas razonables de la vida. La representación viva del Anuncio se torna en una suerte de anatómico arquetipo contenido pero contundente, cuya admiración generalizada parte primera del inmaculado Cordero que celebra presto su magisterio divino. Castellano porte imaginero el de San Juan Bautista al adaptarse sin remilgos ornamentales a la serrana frugalidad de sus andas desnudas.

Así, Cuenca, acendrada por lo mesurado de unos indelebles pasos sin huellas y embargada por la cercanía de un sueño invernal acortado por la Cuaresma, enmudece con bríos respetuosos para acoger las susurrantes palabras de Juan que, maquilladas por una galerna doliente y cautiva, sólo el pesimista porvenir se atreverá a oscurecer. Mientras tanto, en su húmeda capilla sombría de El Salvador, el tímido eco de su apostolado, aún anonadado, retumba entre la momentánea inactividad del templo.

Martes de Perdón

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54 Semana Santa 2005

BAUTISMO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

El Martes procesional conquense se completa al abrigo paternal que ofrece la Plaza Mayor, entre profundos requerimientos al perdón esquivo, con la elegante irrupción de la Venerable Hermandad del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, que desciende altiva por el estrecho desgarrón urbano que es esa calle de San Pedro en grieta y grito. Despejando ese nudo de tinieblas milimetrado por la dureza trashumante, el pomposo acompañamiento de unos hermanos nazarenos, que al amparo de la versada tradición jurídica permanecen exactos en su anual cita con la Ley Divina, amortigua la locura de un dolor que parece herir sin prisas el futuro divulgado por el Bautista.

La figura musculada de Juan, abrigada por la disciplina cálida de un sayal eremítico urdido entre vellones de carnero fiel, se erige con prestancia para diseminar el agua sagrada que una arenosa y ondulante concha de albinos cauces y caudales apenas si puede contener su cautivador aroma salino. Entre tanto, la barroquizante Imagen del Señor, arrodillada con humildad sobre las imperfecciones sinuosas de un cantil de linajuda estirpe serrana, ofrece impaciente sus largos cabellos rizados de majestuosidad para recibir el jugo recolectado a orillas del Jordán conquense.

Bautizado y Bautista en un mismo Bautismo derogan sus palabras a petición muda del ventarrón babeante de una noche bañada por un ramo de pétalos de perdón. Relevo levítico en el proclamado testigo de la Salvación que el Precursor otorga entre clamos agrupados por una santa mano, que los hamaca en la presa disconforme de su antojo. A la vez, un intervalo paternal se encomienda, en abrazos de corta besana, al heredero designado de su obra para que el Señor, en actitud de filial respeto y en un acto de confianza postrero, resuma en su testuz volteada por el resbaladizo ungüento de las aguas el encargo redentor de la Vida por morir para salvar.

Parece como si el Maestro quisiera ignorar, sin poder hacerlo del todo, el destino poco agradecido del noble Juan, llamado el Bautista, figura curtida en la incomprensión de unas catequesis ahogadas en el humano río de la desidia que desaparecerá, aprehendida, por el ínclito remolino del naufragio de nombre Herodes. Como telón de fondo de este paisaje sacro, la admiración de una urbe estática ante la tensión incontrolable y acelerada del momento parece dispuesta a neutralizar con mirada adusta las pocas lágrimas saladas que pudieran gatear hasta el variable empedrado del escenario.

O acaso no es el componente nómada y callejero de estos nazarenos, morados o negros, seminómadas, la más pura manifestación de ser conquense, de amar Cuenca...

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SANTA MARÍA MAGDALENA

Arrepentida y hermosa, hechas castas sus carnes que tuvieron esplendor de lujuria, va tras Él María Magdalena implorante, en sus manos el cáliz con las esencias del perdón... (Lucas Aledón)

Precedida por el Bautista y el Bautismo y antecediendo al muy venerado Nazareno de Medinaceli, avanzó en su día desde las desgastadas dependencias eclesiales de San Andrés la mirada transparente de Santa María Magdalena, la cual, repleta de tierna mocedad candente, suple con inocencia bondadosa los ímpetus equivocados de una juventud sedienta de alegrías y hastiada de continuos reveses.

Hoy, desde una de las Iglesias más estrechamente conectadas a la Semana Santa de Cuenca como es la Parroquia del Salvador, la Imagen que saliera del generoso taller marchante de Rabasa parece buscar entre perfumes de nardo, incensados por voladores madroños limonados, su estación de penitencia al amparo del primer Templo conquense. En el mismo, un insigne triforio de abrazos centenarios, comulgados a la luz de Torner, se apega al granate terciopelo de unos ricos tegumentos que enfurecen su melena de oro impúber. Tras los ojos claros de la bella Magdala de Don Emilio, que parecen resbalar su mirada mayestática a lo largo de todo el rico vestuario con el que fue agasajada, cobra protagonismo insultante la reciedumbre de ese cabello glosado que, también claro, deja caer ahora sus deseos apasionados bajo una espectacular tiara de bruñidos pecados absueltos por la indulgencia indefinida del Amado.

Mientras, su temblona mano diestra, en un cuantioso guiño de complicidad histórica con esta tierra, porta un discreto cáliz dorado. El cual, tejido pacientemente por afanosas hilanderas en el quicio enjuto de una noche cualquiera, acalla con inesperado auxilio el arrepentimiento de una vida inexperta poco tiempo independizada del Santo Ministerio. Sin embargo, una exclamación que nace debelada por la levedad imperceptible del momento, pone de manifiesto el desconsuelo inconsolable por el Hombre reprendido a fuerza de incredulidad humana y querido en amor por ella, sin reticencias engañosas, hasta el más conflictivo de los cariños profesados.

Aún así, sólo ella y algunos de los más despreocupados asomos de adhesión al pecado, parecen desconocer el espacioso manto de fraternal dulzura con el que el Señor arropa su fidelidad inquebrantable hasta el final suspiro antañoso. Hasta ese mismo suspiro final que persigue sobre solio de nogal tallado por los Pérez del Moral, artesanos de la Pasión, que vienen a ser en estas lides desapercibidas de la Cuenca más conquense lo que Marco Pérez es a la imaginería procesional, y Encarnación Román a sus entretenidos bordados de Soledades y Dolorosas.

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NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO DE MEDINACELI

Existen, junto a una gruesa e interminable relación de nombres y hombres de reconocido pedigrí nazareno, una serie de corazones conquenses que, habitantes del anonimato, han erigido a la categoría de mito histórico y tradicional nuestra Semana Mayor, nuestro Vía Crucis interno de religiosidad urbana. En ellos, a mi parecer, reside la mayor parte de responsabilidad de que un puñado infinito e inabarcable de conquenses, sin nombre pero con él, anhelemos recoger presurosos el testigo generacional más preciado de nuestra tierra, el relevo más frágil y complejo de una ciudad tan permeable al desacierto en ocasiones señaladas.

La ordenada cadena de estos siete días, repletos de horas consumidas por la devoción, provoca sensaciones incalculables en la voluntad nazarena ya que este inimitable legado del ayer más cercano es el nexo lógico de unión entre el añorante, requerido en estas fechas por la acumulada nostalgia de unas fotografías nacidas del corazón del alma, y su recordada cuna. De este modo, la colonia emigrante, dispersa en su gran mayoría por el balcón del Mediterráneo, halla en la Semana Mayor el más justificado de los reclamos y alicientes para reencontrarse con sus rozogantes avenidas, sus familiares radiantes y, cómo no, con sus veneradas y nostálgicas imágenes tantas veces dibujadas mentalmente durante su forzoso exilio en su periódico transitar procesional.

Es nuestra Semana Santa el rédito espiritual de la herencia familiar bien entendida, de la pasión y el entusiasmo que dispensan en su legado nuestros mentores nazarenos. Así, hemos aprendido a orar interiormente cuando la iluminada ventolina del Perdón carda el cabello natural y cautivo de Jesús de Medinaceli, susurrándole al oído la veneración tangible y veraz dispensada por una ilimitada legión de devotos arrepentidos y leales. A sus pies, una noble alfombra de color perfumado y sonoro brota delicada entre las fornidas andas castellanas, para endulzar la amarga senda recalcada por el Padre en forma de Cruz Trinitaria.

Real Esclavitud de Medinaceli, Ilustre Esclavitud del Nazareno de San Felipe que parece presentar al pueblo de Cuenca, con una evidente exhalación marchita de vecindad madrileña y en tan fatales circunstancias, el primero de los sometimientos preparados por el Padre a sabiendas del postrer y continuo rechazo humano de lo verdaderamente bueno. Por ello, sus grandiosos propósitos, atravesados por el aullido de unos dardos, que zurcen sarcástico sofoco a unos planes generosos de salvación conjunta, ya diluidos en vida, son atizados en el tétrico indicio de una cripta mustiada ante unas manos adheridas contra su voluntad primera.

Nazareno de gladiolos rotos, de clavel y lirios, amapolas casi, de espinas ciertas, vivas, de manos muertas, de labios que vomitan sangre apenas, que aún almuerzan vida, de cabellos que, ojos que lloran, miran...

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MARÍA SANTÍSIMA DE LA ESPERANZA

Pero eso será otro día, después de que el manto de la Esperanza, tras un relámpago de cirios, haya copiado lo que quede de verdor en la noche... (Luis Calvo Cortijo)

Cuando aparece María Santísima de la Esperanza, sedación de comerciales, por el erosionado arco de la Iglesia de San Andrés y ante la mirada atenta de un Marco Pérez puntual para siempre en su cita con la Cuenca procesional, un etéreo conjunto de primorosos motetes liberadores parecen diluirse voluntariamente entre las notas emocionadas del himno nacional.

Esta venerada Virgen de sevillanas alusiones esmeraldas arrastra, con la elegancia divina de los elegidos, un desvanecido manto verdoso, estirado por algas parlanchinas, en el que bien pudieran darse cita, por la nobleza de sus propósitos, todos los anhelos de esperanza futura que anidan en los conquenses. Esta Imagen tallada por una gubia de optimismo, apellidada Martínez Bueno y que aflora radiante bajo la vestal aquiescencia de un Martes Santo menguante, posee unos fundamentos creadores de innegable sugestión andaluza, sabiamente conjugada con la asentada compostura de un multitudinario acompañamiento nazareno, ciego de admiración.

De este modo, carente de altanería despreocupada y jubilosa, María Santísima permanece inmóvil en su obcecado dibujo de remembranzas macarenas sobre las resplandecientes andas plateadas, mientras despide con un escurridizo gesto afable la pertinaz custodia de las Madres Justinianas que, reconfortadas en su divina ausencia por la actitud respetuosa y encomiable de un pueblo abiertamente entregado a sus virtudes, aguardan ansiosas la venida de la Madre cuando la noche es algo más que un destino.

En esa misma Iglesia conventual de San Lorenzo Justiniano, conocida popularmente como “Las Petras” por estar bajo la advocación de San Pedro Apóstol y uno de los más emblemáticos exponentes de la arquitectura cortesana de progresión neoclásica que existe en el repertorio monumental de la ciudad, se establece, en su quietud abrigada de diario retiro, la Madre amparada en permanente esperanza. Pese al baile de nombres que circula alrededor de la autoría de este edificio religioso, estrechamente unido a la Hermandad que pone fin al séquito procesional del Perdón, como también lo está la remozada capilla de la Esperanza, anexa al Salvador, parece unánime el dato que apuntaría a la figura del arquitecto cortesano y miembro de la Real Academia de San Fernando, Alejandro González Velázquez, como el verdadero responsable del trazado de los planos de la actual Iglesia conventual en cuyo interior se hospeda majestuosa la Virgen de los viejos y nuevos comerciales de Cuenca.

Ya en su flemática jornada de regreso por los húmedos rincones de una orbe recogida, resulta conmovedora la calmosa marcha de su Imagen. Ni siquiera el trémolo cuchicheo desacoplado que producen a menudo las aguas descontentas del Huécar parece incomodar la palpable vigorosidad de una mirada limpia que nunca supo eludir su verdadera misión redentora.

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SANTA CENA

Un espeso néctar de color blanquecino. La noche repentina de un Miércoles Santo expectante y afásico entre la humedecida niebla marcera que repta por las fachadas verticales. En lo más profundo de un corazón vivo e iluminado por novísimos hachones crepitantes, se acrecienta la magna representación de la Eucaristía con el conjunto escultórico de la Santa Cena en el que los Doce Apóstoles, con unos rostros inevitablemente estremecidos por la más pesimista de las incertidumbres, encajan resignados la noticia fatídica de la traición por consumar que el Maestro sitúa con naturalidad en uno de los ilustres comensales allí presentes. Mientras, Judas, con la astuta mirada esquiva del que se siente directamente aludido, parece compartir su hazaña incomprendida con un pueblo que, sin embargo, reprueba su actitud desde el eclipse de palabras a la vez que ignora un repleto botín de áurea miseria metálica, producto de una insidia incompatible con su conciencia. Y es que, el Iscariote comienza a aceptar que a partir de esta noche, tras cena y digestión de olivos, traiciones y amigos perdidos por el arco de Jamete, pronto dejará de ser Judas.

Esta monumental composición del difunto Octavi Vicent goza de una abstracción idealista que confiere a la obra un cierto influjo de representación perfecta e inacabada a un mismo tiempo, parecido al que irradia la única obra que la gubia marraja de José Capuz legara a nuestro patrimonio imaginero. Por otro lado, un elemental paralelismo compositivo establece puntuales coincidencias entre esta nuestra obra y aquella otra tan reputada que pergeñara el estro murciano de Salzillo, sobre todo en lo que a la angelical figura levemente inclinada de Juan se refiere, como si el pronóstico de la falsía fuera una mera confirmación de sus incesantes sospechas desoídas hacia el Iscariote.

Cuando el Jueves anticipado despide a un Miércoles de blancos capuces armados, la monumental representación, que saliera descollante de una Catedral ruborizada por el trasiego desordenado de estos encucuruchados viandantes, prosigue su transcurso escabroso entre las hojas secas de un otoño inexistente que los hermanos retiran con la cristalina soledad de unos buriles soñolientos sin resignarse, todavía, a iluminar con gravedad el solícito bordado de la Cruz del Temple. Sin embargo, algunos de los más melancólicos banceros, hermanados bajo tamaño Cenáculo y endurecidos por una perdida tradición gremial de origen maderero, parecen suspirar, entre sahumerios oxidados con el paso del tiempo, por aquella primera Santa Cena de antaño que el gran Marco Pérez realizara a base de noble maderaje de nogal y de nula policromía. En un segundo plano, y sin abandonar del todo aquel centenario álbum nazareno, la figura difuminada de Fausto Culebras, que tanto irritó y pareció ser irritado por la norma vulgar de lo indiferente recordando tanto al también conquense e ilustre cervantista Luís Astrana Marín, orilla con cautela la escena rodeado de unas pocas figuras apostólicas, tristemente inacabadas, ante el desconsuelo alcarreño de la villa de Gascueña.

Traidor por traicionar en la digestión serena de la noche, de la noche de las viandas con andas, de los banquetes sin ganas. Anuncios de despedida sobre mesa de promesas que vuelan sin asas. Palabras que no quieren tener más dueño que el Cielo, que no parecen advertir reacciones del Silencio. Traicionado por traicionar a sabiendas...

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JESÚS ORANDO EN EL HUERTO (DE SAN ESTEBAN)

Sois vosotros, hortelanos, orfebres de la ribera. Apenas diez apellidos, veinte familias apenas... (Federico Muelas)

La plegaria de los Olivos sagrados se eleva a la cúpula celeste de la noche conquense, huérfana de obstáculos estrellados, con la conmovedora representación de la Oración del Huerto de San Esteban, sita en la céntrica Iglesia de San Esteban Protomártir y fervor disimulado de la hortelana ribera del Huécar.

La figura suplicante de Jesús parece hincar sus rodillas, aún vestidas, en los profundos raigones humanos que nacen enquistados de la maleza pétrea, mientras se cobija, deslumbrada, bajo el caparazón nocturno de un fresco acebuche macerado por el aire impreciso que fabrican los sauces nazarenos. El Señor, en su versión humana más servicial y cercana, disociado por un momento de los peores síntomas humanos que manifiestan con preocupante pesantez los orates encargados de interpretar su fracaso, extiende jirones bañados en sangre ante la tibia mirada divina de un ángel avezado y previsor. Este mismo ángel mancebo parece dispuesto a batir sus anómalas alas perennes para acortar el premioso trecho homicida de la última noche viva.

Al compás de una expedición procesional acibarada, los hermanos que le acompañan desvestidos de cotidianeidad, agolpan su veneración visual en un iluminado panal de Oración muda. La tremenda secuencia flota dócilmente secundada por unos prosélitos adormilados que recuestan su profunda quimera vigilante en la ignorancia ordinaria del marco celestial acontecido. Entre tanto, los campestres sombrajos itinerantes de un Getsemaní cercado por la codicia, pueblan las paredes desveladas por la trifulca de la sordina pasionista para acoger en su seno uniforme el tránsito inimitable de Jesús Orando en el Huerto de San Esteban.

Es la popular Imagen alertada por el gran Olivo un monumental misterio gubiado con el habitual instinto ladino de Marco Pérez. Quizá, uno entiende desde su visión de cofrade azacán por qué el Huerto de los Olivos, primera y seria predicción del largo capítulo de sapadas salvadoras que aguarda al Nazareno en su feral ahínco por descargar la Cruz de la Muerte, cuando penetra en el avol manjar de la noche traicionada a base de bulbos en forma de horquillas bailarinas, siempre ha sido uno de los más apetecibles reclamos para el parnaso nazareno de esta tierra.

Así, con el discurrir acelerado de los años, que en Cuenca siempre se ha medido por la dimensión de las túnicas procesionales empleadas por los hermanos, y por algunas otras cosas más, he aprendido a desglosar con timidez la mirada emocionada de las antiguas cocheras de la Audiencia en el momento mismo de orientar su alma en busca de la ciudad rebajada y dormida a los pies excavados de una Oliva. Procesión del Silencio y de silencios que cumple hoy sus primeros cien años vestidos de blanco. Procesión de los pasos furtivos que diría el gran Carlos de la Rica.

Mientras tanto, el nulo habitáculo del alma apenas si puede contener el racimo estilizado de emoción que desunen los desfondados brazos untuosos de una Imagen por venerable no menos venerada. Allá, a lo lejos, donde la anciana calle de San Juan presta desinteresada su espaciosidad curvilínea, el aliento prohibido del Huerto Sagrado agita tembloroso la purpúrea areola que parece emanar incansable del reflejo generoso e inapreciable servido por el inmortal Cáliz de la vida.

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EL BESO DE JUDAS

Se torna en estéril de palabras mi garganta arrugada cuando el silencio del Miércoles Santo asalta sin ayuda los recios gajos ahuecados de los breñales castellanos, hábilmente imaginados en las doradas tardes de un abril sediento de cuaresma. Sin ceder a un escenario presidido por la madurez tersa de una arboleda regada de calveros, Judas Iscariote aproxima sus delgados labios, sellados de deslealtad errónea, a la mejilla paciente de Jesús que interioriza con admirable paternalismo la hiriente transmisión dispensada por su adepto más esquivo en forma de gesto cariñoso.

La tensión congelada de un rostro avergonzado por la fatal circunstancia traduce, ante los piadosos ojos del Maestro defraudado, el tornado de sentimientos encontrados que anida en el corazón indefenso y ofuscado del Seguidor. Éste, apremiado por la magnitud de su conducta hipócrita, parece dispuesto a acelerar con ósculo electrizante la postrera humillación de Cristo.

Al unísono, un suspiro generalizado e inaudible de los hermanos, que asisten ateridos a la delación en forma de beso, parece avisar al Maestro, desde su privilegiado altar nazareno revestido para la ocasión de juiciosas túnicas blancas, de la prontitud fulgurante que insinúa su inmediato Prendimiento. Cuando las pocas velas luminosas comienzan a enflaquecer entre hondos gritos filarmónicos, una Carretería anestesiada por la albura es testigo de excepción de la inaudita comprensión veral con la que el Señor dibuja entre nubes de esperanza la fuga arrepentida del Iscariote.

Cien años y mil nombres que durante tanto tiempo, singlado por blancas alpargatas mensajeras, contribuyeron al crecimiento constante de la Hermandad que más imágenes haya portado sobre sus hombros al unísono de un Miércoles Santo. Beso de Judas, Negación de Pedro, Oración del Huerto y Jesús en el Pretorio, para ser despojado de sus vestiduras en la mañana antigua de un Viernes Santo callejeando la procesión del olvido, han sido los cuatro misterios que en algún momento fueron acompañados por los lazarillos nazarenos de la llamada Hermandad de los músicos. Adultas amistades labradas en la bacía rebelde del tiempo con otras Hermandades de la Pasión conquense como las que rinden culto al Ecce-Homo de San Miguel, al Jesús de la Mañana o al Santísimo Cristo de la Salud.

Nombres propios en cientos de cuartillas volando desde el Huerto de Getsemaní hasta la izada cumbre del Monte Olivete: Mariano Catalina, los Cabañas, Marco Pérez, Enrique Arévalo, Mariano Moreno, los Calvo, Moset, Gimeno Morabal, los Pérez del Moral, Superancio, Horcajo de Santiago, San Esteban, Judas,... y Cuenca.

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SAN PEDRO APÓSTOL

Quizá la Semana Santa de Cuenca sea, en la imaginación del cronista, la fiel, la exacta estampa de idéntica circunstancia en la gran ribera por explorar del otro mundo... (Camilo José Cela)

La calle de San Pedro, escenario pasionista inigualable e intrincada en la recordación presente del pasado, aprieta las miradas candorosas de los allí requeridos ante el vertiginoso descenso de San Pedro Apóstol, preciada creación escultórica de la sucesión ininterrumpida de inspiración que siempre atesoró el Gregorio Fernández de Fuentelespino de Moya.

Entre esos mismos manzanillos de indeleble aspecto nazareno, de los que le es imposible zafarse a una vacilante emanación de Miércoles trasnochador, una bocanada de justificada virulencia nace de la figura envejecida de Simón Pedro que, en ese mismo momento, desencadena una furiosa reacción, repleta de ira incontenida, mientras perfila hierático un acero aguzado en el áspero revés de la venganza. El blanco elegido para descargar su enojo es el cuerpo reducido del judío Malco que dirige su mirada inerme a la del encolerizado Apóstol, presto para abalanzarse y dictaminar un juicio sumarísimo.

A su lado, la viñeta más serena y resignada de Jesús logra paralizar, pese a la bizantina oposición romana de unos vigías desconcertados por la inminencia de la tragedia, la acción visceral emprendida por el futuro Padre de la Iglesia. Parece como si sólo Él supiera que ese inútil acto de postrera fe rabiosa, aun alimentada por la injusticia, fuera parte principal de un guión hace tiempo escrito por el Padre y voluntariamente aceptado por el Hijo. Tras ellos, jadeantes en su hacendoso esfuerzo por incorporarse a la acción central que desvela una discreta tea que muere ardiendo, los dos soldados romanos de presencia asustada aseguran temerosos su atención en el crispado inicio de la captura fatal del Galileo.

Mientras tanto, la hambrienta espada de Pedro resbala incorpórea entre unas manos deslucidas por el siroco marinero, para descender en vertical madrugada hasta los pies destrozados de unos hermanos huérfanos de esos fanales cotidianos de la noche, llamados aquí tulipas, que ocultan su lógico temor entre inusuales capuces teñidos de una pigmentación sanguínea todavía apresada en el remanso corporal del Maestro. Estos mismos hermanos, desafiando con estrépito temerario las encrestadas olas de un acantilado desecado por la impotencia, también parecen estar dispuestos a contener, con denuedo baldío, el repentino acto de furia del culepto veterano que dijera pocas horas más tarde tres veces no, eclipsando, tras el vuelo en picado de los gallos y con un egoísmo pérfido repleto de arrepentimiento, los emocionados acordes de una saeta inasequible al desaliento negador.

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LA NEGACIÓN DE PEDRO

Cuando Malco, aún sobresaltado, abandona sin reservas la escarpada vía de arribada que a punto estuvo de conducirle hasta el abismo vertiginoso de la nada, y busca desesperado los últimos refugios visibles que la tranquilidad mantiene por entonces, la triple negación de Pedro, el maduro educando de la fe que simbolizara momentos antes su fidelidad terca al Maestro a través de una franca conminación fingida de metal, martillea la conciencia cristiana de un Jueves bonancible atrapado en el fulgor de un recóndito candil de destellos.

A medio camino entre un renacimiento clasicista plagado de detalles plásticos y un contemporáneo barroquismo que encierra indudable y contenido dramatismo, el virtuoso responsable parece reproducir con hispalense gubia la voz mordaz de un Sanedrín inmisericorde que renueva convencido su pacto con la barbarie.

Mientras, entre distinguidas pilastras montaraces, bien custodiadas por la altivez gremial que el funcionariado municipal le dispensa casi diariamente, la mirada sórdida y cabizbaja de Simón Pedro apenas si logra camuflar, entre la espesura de su alma oprimida, el descolorido testigo que acaba recogiendo de manera involuntaria de manos del odiado Iscariote. Pero Pedro, abrumado por un sentimiento de culpabilidad descarnada, aún pretende esquivar con elegancia el penúltimo obstáculo que la tentación egoísta le tiende en forma de salvación propia.

Y es que por las venas penitenciales de nuestras Cofradías y Hermandades todavía cabe resucitar el vestigio fervoroso de los oficios vinculados a la tradición gremial. Procesión de profesiones que diría alguno. Es esa originalidad inaccesible la que siempre ha hecho sentirnos impares en nuestra manifestación pasionista. Es ahí precisamente cuando la solemnidad de lo austero se convierte en un valioso antónimo conquense de la pobreza ornamental. Es este venero de peculiaridades, gravitadas por los días con resabio a cerina luctuosa, el que ha hecho que la singularidad geológica de esta tierra injerte su inimitable savia en la raíz encorvada del sentimiento.

Descendiendo por una calle de Palafox de prestancia vertiginosa, donde la retirada mirada santiaguista, nacida al calor conquistador de un Hospital encumbrado en alfonsino fervor, parece iluminar la oscuridad añil ya solamente molestada por unas diminutas ascuas encendidas. Es en el rebufo descendente de la noche donde el Apóstol parece demandar, desde el deshonor impío, el encallecido favor de unos hermanos silenciados por las penas y promesas que le seguirán acompañando en su continua desesperación por volver a faenar en el oleaje irreversible del ayer.

Cuando el No es un Sí del alma que rema hacia los adentros. Cuando el Sí sin voz ni llamas apenas cuenta...

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SANTÍSIMO ECCE-HOMO (DE SAN MIGUEL)

Ahí tenéis al Hombre, solitario mientras el gallo canta las huidas... (Javier Pelayo)

En la cortedad de un desmonte que San Pedro enfila con dignidad sublime hacia una Plaza Mayor enmudecida por la espera, el Apóstol de la mar es escoltado, sin afán de subordinación alguno, por el Ecce Homo de San Miguel, auténtico dechado de expresividad imperecedera que invita a cerrar instintivamente los ojos y acompasar los entrecortados latidos del corazón con el homicida traqueteo de las horquillas derrotadas de sus banceros.

En el renovado silencio de una noche perpetua, los conquenses impacientan su rostro compungido para acompañar su mirada aciaga hacia la figura intensa del Santísimo Ecce-Homo. Es ese mismo Cristo, inmovilizado y doliente por su propia gentileza, el que con su fatídica acidia primaveral parece envolver en un opaco manto de mesura al imposible alfoz de San Miguel. Ese mismo barrio, ficticio como Cuenca, amaga ahora sus balconadas disformes en la presuntuosa lámina salobre del Júcar. Sólo la actitud inquieta de unos descontentos chopos nazarenos parece quebrar su suave reflejo acristalado.

Un venidero rastro de historia, sembrado de contrarreformismo trentino, parece conducirnos a través de los siglos revividos por la Pasión hasta el rutilante contorno del Cristo de los Pregoneros que, maniatado por una ruda cuerda acordonada por el odio cetrino de los adláteres de Anás, aguarda con inusitada valentía el enésimo improperio levemente amortiguado por una clámide nerviosa de cinabrio cromatismo.

Entre tanto, Coullaut-Valera, el escultor que creara años ha este venerado Ecce-Homo, sin parangón posible en el amplio inventario de la fastuosidad imaginera, parece observar, desde esa procesión paralela del Cielo presidida por el inolvidable Rafael Pérez y transcurrida sobre las espontáneas andas de unas nubes a lo largo de una hoz vacía, el ensangrentado torso que ayer dibujara y que concita hoy la mirada complaciente de un pueblo comprometido con la Salvación anunciada por su martirio.

Federico Coullaut-Valera, hijo del no menos brillante artista Lorenzo Coullaut-Valera confiere a esta su primera gran obra completa en la Semana Santa de Cuenca, si exceptuamos la profunda y acertada restauración llevada a cabo con el malparado Nazareno de Sisante de posguerra, un incansable sentido dramático ciertamente inapelable. Parece como si en esta obra inimitable, como también lo fueron después sus otras cuatro producciones procesionales talladas para la capital por una gubia huérfana de genio para siempre desde hace veinticinco años, el autor del que fuera solamente proyecto estudiado de Santa Cena para Cuenca, hubiera imantado a la zozobra de este Ecce-Homo la espiritual devoción heredada de su padre y tan perceptible desde una mirada sosegada y fraternal, nazarena de fe.

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NUESTRA SEÑORA DE LA AMARGURA CON SAN JUAN APÓSTOL

Al mismo tiempo que la Puerta de Valencia parece clausurar definitivamente el pulso procesional de una noche sosegada que llama contrita a las puertas lluviosas de abril, la Virgen de la Amargura, en el contraído panorama que abrazara horas antes la Calle del Peso, pierde la referencia farisaica de su Hijo denigrado. Unas perfectas lágrimas henchidas de amargura entrecana descienden con la morosa cadencia de la lobreguez entre ese rostro casi lorquiano de la Madre, dominado ya por un mañana enlutecido de soledad que impregna los rescoldos incandescentes de una gradual noche alimentada por el frío.

Bajo el inexistente baldaquín abultado, que desnaturalizaría la austeridad senil de una Conversación musitada entre pliegos descontentos de imposible dolor, ni siquiera la compañía angelical de Juan, repleta de juventud desengañada, parece estar capacitada para enjugar unas lágrimas mecidas en el interior resignado de unas entrañas de colorido azulino ultrajadas por la incomprensión de lo ajeno.

Así, limítrofes en el sentimiento vesánico pero distantes a su vez, las dos personas que más textualmente limarán las recelosas horas que aún aguardan desafiantes al Hombre que avanza temerario y temeroso de su Calvario, la Madre y el incondicional amigo, abordan con gesto contenido el fatal trance que retiene al Elegido. Entre los oscuros deseos de un mundo sembrado por la cólera, aún se puede adivinar entre punzantes cataratas de dolor, el desgarrado acompañamiento de los dos protagonistas que se aprestan a asistir impotentes al desarrollo funesto de un melodrama de siniestra realidad.

Mientras, la arenosa duración de una Pasión inamovible, desabrida de horas y de días, se desanuda sin remisión por las pendientes dibujadas en el tiempo para conducir el infértil calofrío de un vientre plisado que, muriéndose en su intensidad de aurora final y maltrecho de antemano con este insaciable juego de emociones vivas, gravita en nuestro acerbo procesional.

Finalmente, con el bálsamo de la misericordia placentera claudicando una y otra vez ante un tifón sardónico, la lamentación del aire, retorciéndose en su liviano colmillo de umbría fría, busca ya, sólo en compañía Del que aguarda desarmado la befa de Anás, el vergel recamado de la fértil barranquera del silencio, el jipio insobornable de requiebros sin habla que falsean Su mirada de mudez atosigada en los noctámbulos álamos de la madrugada.

En esa madrugada perdida por las esquinas en la que una Amargura, apocada en su impotencia, nunca alcanzará al Hijo por las rondas vivas de la cercanía...

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CRISTO DE LAS MISERICORDIAS

Son los sollozos del Júcar los que gimen en un río de Paz y Caridad.

Tiembla el puente trianero de San Antón cada atardecer primaveral de Jueves Santo al impecable paso de las imágenes veneradas en la Parroquia aldehuelesca donde descansa la más bella Alcaldesa de Cuenca. Flirteando con su empedrada estructura, el Júcar exclama su dolor confinado con un quejido repleto de lágrimas malvas ante el avanzar enfático del Maestro de los Canteros, de la Caña más sagrada que hubiere en ribazos y riberas, del moreno paso corto que ensalza sin aspavientos al Nazareno del Puente.

Son los sollozos del Júcar los que gimen en un río de Paz y Caridad.

El compás cimbreante de una campanilla exigua anuncia, con un sonido hueco cargado de solemnidad, la zancada primegenia del Cristo de las Misericordias como legendaria antesala de un ejercicio pasional arraigado al abrigo prominente de las tres grandes cruces cimeras emergidas en la soberbia flor de la piedra centinela.

El popular Cristillo, como anuncia la voz quebrada de un anónimo nazareno que gime soliviantado entre los visillos suicidas del más castizo de los ensanches conquenses, irrumpe como ánimo final de los condenados a muerte en un contiguo pasado y que ahora parece retomar, solvente, hacia el patíbulo, mientras es portado, cual fornel penitencial en andas, por la ilusionada heterogeneidad cofrade de una tarde amenazante.

Son los sollozos del Júcar los que gimen en un río de Paz y Caridad.

Cuando el borrascoso latido de la noche todavía no acelera definitivamente su ritmo licencioso en busca de la calle Alfonso VIII, la Cruz liviana que abraza un aplanamiento acosado aguarda, extinta, su peralte Salvador como si quisiera abrazar con incomprensible alegría el marchamo subrepticio y plomizo Del que encarna la misión cumplida.

Entre tanto, un vacuo elixir centenario, vertebrado por el incierto paso del tiempo perdido, percute entre los recodos desgastados de la tarde hacia las cúspides habitadas por el Padre. A lo lejos, unos decanos caserones inmortalizados en agreste salto al vacío, que solitarios en su ladera enjaulada han visto recostar su nimia figura exudada, impiden que Su revivido dolor camine desapercibido.

Son los sollozos del Júcar los que gimen en un río de Paz y Caridad

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ORACIÓN DEL HUERTO (DE SAN ANTÓN)Te acompañaban sólo pescadores, hijos de la mudanza en desatino; si hortelanos del Júcar, tu destino no

hubiera caminado entre traidores... (José Carlos Calvo)Entre un rosario cohibido de palabras mudas, que recuestan su dúctil significado en una húmeda almohada

de Paz y Caridad, los Olivos rupestres del Júcar adecuan su trepidante balanceo con el de unos banceros aguerridos y ávidos de penitencia tras el granate pigmento de un Cáliz magreado por el tejido cárdeno del atardecer. Bajo el hormigueo vivo de unos tallos agrupados, la Sagrada Oración de Jesús encuentra una celestial compañía, con visible deje antonero, sobre el espumoso efluvio de una plétora estrujada por el clarialbor de entretiempo.

La figura extasiada de Jesús permanece quieta ante la atenta mirada inexistente que los Apóstoles durmientes mantienen fija desde el profundo sueño neutral. Entre tanto, el rostro sobrenatural de un ángel delicado graba su mirada compasiva en el circular diapasón argentado que brinca suntuoso entre el seno abrigado de Jesús Orante. Una sutil tempestud de tradiciones incoloras sostiene entre sus hombros apuntados el vistoso medallón que reza a cada lado bajo los lisos cabellos del Señor. Es ahí, precisamente, en la escurridiza pendiente del tobogán apaisado de la historia, donde parece reflejarse la honda veneración de frágil raigambre arrepentida que esta Imagen histórica suscita entre los conquenses. Hablillas de tradición y verdad en la joya anudada del Huerto, matrimonio de leyenda tantas veces incompatible bajo la luna de miel de Cuenca.

Los hermanos de la Oración del Huerto de San Antón comparten una pócima especial de penitencia durante su cañaveral de enigmas, claramente determinado por el principio y final de su procesional cometido, allá en lo que un día fue la zona extramuros de la ciudad. Así, estos nazarenos de la tarde tempranera y lila, buscando durante horas el oscuro trono de la noche y pertrechados con luminarias casi marinas, parecen derrubiar el tiempo heredado en el rostro de los peñascales como si quisieran encallar su dolor en el último puerto de una paciente ribera inasible.

El fiel observador habrá comprobado cómo al paso de esta Oración pintada de invocos, los hados deslizan su mirada agónica por las pálidas rondas de Cuenca, impertérritas y ajenas a lo cotidiano. Sus miradas inmaculadas son capaces de reconocer, desde el celestial abismo, el aquilón de sensaciones nazarenas desatado que, sin embargo, no pocas veces pasa desapercibido para el novato visitante. Resulta curioso y sorprendente cómo los conquenses, absortos en el graderío taciturno del silencio, son capaces de interpretar, año a año y sin precedente ensayo, ese inaccesible reguero de fervor que emana durante los ejercicios públicos de la Pasión. Entre tanto, las horas más cortas y escurridizas son besucadas cínicamente por agujas puntiagudas que en la Torre de Mangana pretenden robarle minutos precoces a la vida.

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NUESTRO PADRE JESÚS AMARRADO A LA COLUMNA

Amarrado con estulticia a una columna de hueca soledad marmórea, Nuestro Padre Jesús, flagelado por obra y gracia de cervinos flagelantes, se agacha para ofrecer generoso el reverso arañado por el castigo. Castigo de encuerada fusta que parece acoplarse en gestos capicúa, como deshilachado imán, a una piel desgarrada por los estilizados juncos que surgen en la ribera humedecida del agua cercana.

Desde una ubicación discreta, y asomando sus párpados lastimados al inconcluso recorrido de la escena, una de las primeras grandes obras que las manos afortunadas de Marco Pérez pergeñaran, tras el final insidioso de una incivil Guerra celebrada entre hermanos, se observa la maniobra afanosa de un sayón empecinado en su turbio desdén por ordeñar sangre divina de un Cuerpo perfectamente anatomizado. Tras ellos, un arco iris variopinto, contagiado de esplendor por el Vía Crucis que el primer Viernes de Cuaresma recorre severo las desordenadas calles de San Lázaro, difumina su influencia enriquecedora por las horrendas exclamaciones que el Elegido aborta entre silencios.

La hiedra embozada en berrocal escollo, permanente en sí, aguarda sobre naturaleza unida su saludo de despedida ignota con un dolor obedecido por provectas horquillas penitentes. Así, por el encapuchado cíngulo de unas andas fugitivas en plena huida, los anunciadores latigazos de la Muerte amarrada al alma hacen alarde grave bajo el eco nacarado de una tarde en trance de anochecida.

El extenuante castigo al que está siendo sometido el Maestro parece borrar de un contundente plumazo la graciosa sonrisa juvenil que aún preside los desinteresados rostros de la adolescencia conquense. A la vez, una llamada de madurez persigue, advertida por su conciencia sorprendida, el recio origen cantero de esta ejemplar Hermandad de Socorro ancestral. Entre tanto, un melancólico suspiro, que nace rancheado por la ventisca de Levante, sutura una brecha de soledad que hace tiempo provocara la inquina posesiva y exiliada del ilicitano sayón ausente.

Cuando las estrellas, solapadas de oscuridad vitalicia, valsan su inocencia en el puente curvo al que dieran solemne nombre los Padres Trinitarios, unos bisoños nazarenos recién estrenados de emociones avivan, tras el enésimo intento baldío, la vela gallarda que, azotada por el fatal azar de su Imagen, dibuja con su ambrosía el color caña de sus capuces.

Suelta amarras, Amarrado. ¿Por qué andas quieto sobre andas de pecados?. Suelta amarras, que tu columna de abrazos no aguanta, que el látigo acompaña, que la vida amenaza entre trallazos ahogados en océanos de cuero, que la muerte espera tras el puente, por tu puente...

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NUESTRO PADRE JESÚS CON LA CAÑA

Es tu cetro de caña, bofetada, burla a tu Majestad, pérfida nota que en tu carne se clava y deja rota... (Pilar Torrijos)

En el mismo momento que una fútil letanía repleta de segundos vanidosos escapa con diligencia de su custodia en melódicos altozanos, Nuestro Padre Jesús con la Caña prescinde, Misericordioso, del regastado Templo de San Antón, cada vez más desamparado al otro lado del Júcar. Bajo la simetría crepuscular de un mediodía apurado, que ya jamás regresará, la perspectiva sonrosada que la tarde evidencia entre paletas nazarenas ilumina con ardor los áridos rebordes de rojeces que el irregular nimbo aguijoneado provoca en la testera del Galileo.

Mientras, maniatado por el terciopelo suave, la figura desfigurada de Jesús estrecha entre sus muñecas insultadas una caña de irónica alusión a su condición proclamada de Rey. Ese mismo cetro pagano, enroscado por los intestinos de una caña y alimentado por el insuficiente manto púrpura que tirita entre ráfagas escarlatas, dirige la vergüenza de una orquesta de sarcasmos a la que tristemente se aproxima. Al compás desajustado de una actitud sobrecogedora, la figura estilizada del Maestro parece sugerir a sus hermanos, a modo de entrecortada carantoña, la necesidad poco caprichosa de no anclar el fluido curso de la infamia comenzada.

El soplo ardil del atardecer se insuda repetidamente por encaramarse a la esquina inaccesible de una llambra penitente donde se refleja, lacrimoso, el morado facistol de atalayas, agrupadas en su ladeada imperfección, a las que se aproxima sin encadarse la galopante capa del Maestro, esa misma capa mudada en la felonía perversa de sus propios hijos. Aún así, la albarsa dolorida de un atardecer, estirado en su pronto viajar noctívago, esconde en su retina el ardicio ensayo de la injuria por el mismo sendero en el que un pedazo discontinuo de ricial por florecer, rebrojará tras la tormenta de cañas disecadas mientras es acompañado entre musicales plegarias firmadas en la partitura del tiempo por Aguirre Belmar.

Entre tanto, el escondido precipicio de un viaducto prendido del mismo cielo encierra, incólume, los secretos más celosos de esta Villa. Al amparo de su gigantesco perfil parece insinuarse, enrarecido por la brisa escarchada de un cetro de preeminencia y mando, el arduo oasis destilado que contrae con parsimonia su holgada voluntad humana. Al final de una escena, por imposible imaginada, la quietud hostigada de la Virgen de la Luz observa, sobre la bruma ártica que ambiciona la fronda, el grotesco desarrollo al que ha sido encomendado el Hijo, en actitud de Supremo Rey, y que tan colindante ama desde un altar más seguro en su preocupación.

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SANTÍSIMO ECCE-HOMO (DE SAN GIL)

El Santísimo Ecce-Homo de San Gil porta, rubí, su espiración inmunda mientras Sus manos confiadas estrechan con suavidad erótica el aire destilado que regalan los solitarios campanarios de esta tierra. Sus ojos, decepcionados, afianzan Su misericordia en el tejado eviterno de la vida buscando desesperadamente respuestas compasivas que argumenten lo inexplicable. Un grueso cordel dorado recorre venturoso el radio capilar de su cuello maltratado, a la vez que unos brazos tensos por las nacientes heridas estrechan Su pecho roto por la ira acumulada.

Horas más tarde, cuando el breve desnivel de la calle San Vicente fertilice su desabrimiento polar, una mirada suplicante pero intacta, recorrerá el firmamento de Cuenca en busca del último soplo eternal que le encauce por la carretera precipitada de la muerte. Mientras, sólo unos pocos hermanos, invulnerables en la felpa violácea del primer capuz armado, logran contener el esquivo agobio del descuido que vaga amordazado por la vida.

Ya, en su agitado regreso nocturno, sembrado de abrojos ardientes con embocadura de cerón y grillos, el inflado vientre de la Majestad abre sus carnes pedregosas para cobijarle en su melancolía. En ese mismo regreso donde los gregarios de la muerte acercan su presa desprotegida a un escotado cielo de dolor. En ese final condueño de la noche sobre hornacina de vivencias donde el calcinado Ecce-Homo, que para la familia Pedraza alumbrara José de Torres, aún se distingue entre la calidez de este nuestro de Marco, tan distraído en su belleza.

Cristo sangrante y dolorido de medio cuerpo errando su adjetivo granate por diversos Templos hasta cruzar para siempre el puente de San Antón y San Roque cobijar su pena de lágrimas en la colosal Basílica del Perchel. Hermandad de antiguo que tradicionalmente encauzó su savia gremial en el ramo conquense de la profesión médica, que por estos lares tuvo desde siempre reconocidos exponentes como el célebre Alonso Chirino, famoso médico cortesano de medievales monarcas castellanos, aunque muchos hayamos olvidado hoy, como tantas otras cosas, la asombrosa vinculación de la misma con célebres gentes de toga de esta ciudad.

Entre tanto, una espera indigesta para lo impaciente de esta fulgurante sociedad intenta ahogar, con lacónica bizarría, los desdichados días abrileños que aún cuelgan de los avellanados calendarios, a la par que se deprimen incapacitados para enterrar la palidez desgastada que se apodera de ellos a cada paso que derrite la vida.

Es el omnipresente calendario, odio del sin dueño, un inaudito testamento del tiempo...

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LA VERÓNICA

Verónica hace su viaje al infinito de Cuenca antologando reflejos de lágrima, suspiros de banceros, rosarios de tulipas y tambores, rumores de cera... (Raúl Torres)

Abriéndose paso entre una caterva multitudinaria que alboreará cansada por los farsistas alaridos de una sátira estridente, Jesús Caído y la Verónica enfilan la desgastada alfombra, ayer enguijarrada, que tienden unos hermanos de mustia mirada devocional, compadeciendo, a su lado, el vilipendio vitoreado en tropel. La representación actual de La Caída, sustituta desde hace nada menos que cuatro décadas de aquella otra afamada del madrileño Ricardo Font, largo tiempo receptiva al conventual mimo de los Padres Salesianos, allende las Ollerías, hoy reposa su estancia anual bajo la moderna techumbre parroquial de la Iglesia de San Fernando, que así quisiera el tristemente desaparecido Domingo Muelas.

Entre ese clasicismo idealista, tan arraigado en la barroca costumbre imaginera de esta tierra, y la puntual vanguardia originalísima, que el bueno de Leonardo aprendiera, quien sabe si voluntariamente, del tallador José Capuz, y que en esta última obra suya así aplicara, camina obstaculizada, entre el desaliñado denuesto popular, la figura arqueada y juma de dolencia del Nazareno que, entregado a su suerte y a la muerte, acorta con tímidos avances la vereda encastillada de su Cuenca.

Mientras tanto, en un admirable gesto de espontaneidad, que sólo la contradicción humana puede revelar con tamaña carga paradójica, la valerosa actitud inesperada de Berónice encona todavía más los arrojos soliviantados de tan fiero acompañamiento. Parece como si la mocedad judía de esta noble joven hubiera reemplazado por un momento la cotidianeidad anónima y discreta de las rancias albornías domésticas para protagonizar una de las escasas asistencias dispensadas al Salvador en su febril paseo de muerte taconeando los quejigos agudos del Gólgota.

En el aire recargado de unas hojas perforadas por el cierzo, proliferan los desmesurados insultos, en voz unánime, de la jarcia humana de Caifás, con la vehemencia propia del que ansía sediento un voraz escarmiento a la carne divina del Hijo. Así, el gesto suplicante de una mujer, bañada en la divina preparación de su Maestro, no duda en franquear el sentimiento mayoritario de un pueblo entregado a la mofa errabunda y garduña. A la vez, aprieta entre unas manos sin dientes y broncadas por la albura el sudario entristecido del que avanza torpe entre los verticales serpenteos flojeados de la Trinidad.

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AUXILIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Densidad del dolor y de la pena; pena hecha densidades de amargura... (Domínguez Millán)

A la estela omnipotente que, polvoriento, siembra la partida entrecortada de Jesús del Puente, camina grandilocuente en su donosura una de las más recientes de las incorporaciones escultóricas de nuestra Semana Mayor. Así, bajo el copioso diagrama de unos ojos vidriosos, el Auxilio de Nuestro Señor Jesucristo, obrado por el imaginero Hernández, a la sazón digno paisano del reconocido maestro Salzillo, avanza acompañado por una columna oblonga de nazarenos anónimos que intentan negar su faz desdoblada tras el obstinado velo de un capuz abrochado con palabras de Pax et Charitas.

La memoria recuperada de una oquedad anual, epigrafiada hace dos puñados de cientos de años, es benévola con la figura derrotada de Jesús que, entre venenosos avisperos, gira su cortante tieso de pinchos hacia la solidaridad sentida del Auxilio jamás esperado. A la vez, la estampa humanizada de Simón enlaza sus manos paternales involuntariamente encalladas en el empalado mortecino que tan oscuros propósitos anuncia. Sólo la mirada compasiva del pequeño acompañante del Cirineo, tan menudo en la ampulosa situación que burlonamente poblada disfruta con el escarnio del Elegido, parece recuperar, aunque sea por un momento breve, la sonrisa de esperanza sacrificada que se dibuja entre los labios castigados por la acuciante sed de un final más digno.

Entre tanto, un clamoreo de hiedra solidaria atestigua desde su lecho saneado el bienaventurado momento del Auxilio, queriendo contribuir con el patinar peligroso de sus hojas a esa noble acción arrepentida que emprenden a contrapie los dos desiguales protagonistas de Cirene. Parece como si esa misma hiedra de irregulares tentáculos verdosos quisiera acercar, con su frágil enramado, la mano celestial, claveteada a posteriori por la jácula romana, a la de unos macilentos ojos desviados por la bondad infantil de Rufo, ese impertérrito niño de edad limitada que no comprende aún toda la excelsa magnitud de la ofrenda salvadora recorriendo su línea vital casi recién inaugurada.

Mientras, divergentes de la emotiva escena representada, las carcajadas lenguaraces de un Sanedrín reconfortado en la impiedad de unos Sumos Sacerdotes tras el Mesías equivocado celebran, con el ambiguo beneplácito de un Pilatos cuestionado, el terrible honor de haber hecho valer su espuria autoridad terrenal con tanta sabiduría contestada por las muchas palabras del Mesías que aun retumban en el Sagrado Templo de los Tres Días.

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NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO (DEL PUENTE)

Así como las raíces descendidas construyen su arenosa guarida en el sótano terrestre, la incontable totalidad de una barriada de San Antón, que crece escarpada contranatura como si quisiera emigrar para siempre de un plateado valle de cortezas, enmudece con la despedida silenciosa de su Padre mientras éste enfila, con la atildada demora que su túnica despeja, el lecho horizontal de un río de cárcavas secantes represado bajo su vaina líquida. Ese mismo río Mayor que, tras guarecer en la senectud de su vientre el infantil jugeteo altanero del Huécar, remansa imperceptibles los cálatos y fudres tan repletos de sentimiento que han depositado los conquenses en su sigilo de consternación recogida.

Es Nuestro Padre Jesús Nazareno del Puente, que hace por caminar desprovisto de pergales protectores con una cruceta a cuestas maderada, el mismo que, arrebozado por la veterana compañía de una Archicofradía de ralea prístina, destapa como nadie su dolor entre la seriedad indómita de una dádiva sincerada por tantos y tantos hermanos. Es el Señor de San Antón el que destina una gratuita mirada dulce de verdad acaramelada y el que parece reflejar su primor en las cumbres pardas de unas túnicas familiares planchadas por el riego atezado de la tarde.

Es el estilo modernista, travestido de voluble clasicidad mediterránea, el que ha caracterizado siempre la sombra tarda del Nazareno del Puente. Es el mismo Ser divino y venerado, al que diera vida procesional José Capuz con la levantina gubia del non finito, el que parece presagiar, en hondo paralelismo artístico, la elevación a los cielos impacientes del Resucitado de Martínez Bueno. Es su estertor arramblado por cuajarones de lava disecada, el que comparte compungida la Cuenca nazarena.

Entre tanto, cuando el Viernes recién estrenado bosteza en la retorcedura de la noche sus primeros instantes y se aproxima a su encuentro ya lindante, la tez soleada de Su Cuerpo es refrescada por unas lágrimas lloradas que bogan en el sólido abismo de la fuente del Escardillo, de la fuente de Luis Carrillo que se desangra por la Puerta de Huete ensuciando la vieja fábrica de tejidos. Son sus banceros leales los que tiñen, con el cansino bisbisar de un cincel horquillado y bajo el realismo incomparable de una luna cuarteada, los pretéritos callejones de la Muerte viva. Son sus mismos banceros, ebrios de austeridad satisfecha, los que velan con premeditación baldía por el verdadero legado que la tradición enarbola entre suspiros. A lo lejos, en las postrimerías de una tarde bermellón, que hierve a fuego lento entre las calles desfiguradas de Cuenca, el novelero puente del río Júcar desaparece bajo los piropos sazonados que la nata vegetal saliva con los vagidos redentores de la Madre en Soledad.

Jesús de Puente, rodilla alta que roza, desnuda rodilla que reza. Jesús del Puente buscando a Cuenca, puente a puente, mientras Cuenca te encuentra...

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NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD (DEL PUENTE)

La espigada ciudad moderna de Cayo Conversa, nacida en la umbría envejecida del Casco Antiguo de Cuenca, persona su dolor almacenado ante el caminar tranquilo y fluxible de la Soledad de San Antón mientras unos hermanos, de maratoniana penitencia morada, comparten el desencanto de su rayano retiro estival. Cuando las nubes grisáceas destiñan con sus parcos vaticinios el seco anochecer ibérico, la Soledad del Puente avanzará entre plegarias anónimas, plácida y bella en su percance halagado, dolida pero clemente en su divina encomienda, bajo un dosel de bases bien labradas que columpian mareado el gimoteo detenido por el Hijo arrebatado.

Así, unos cuantos brotes lacrimosos juguetean enlutados por sus mejillas descubiertas, al mismo tiempo que las Doce estrellas tribales de Israel comparten organizadas esa Santa aureola de brillantez esférica que circuye suntuosa su guirnalda merecida. Parece como si el Padre quisiera detener con un escudo de anhelos intangibles el venablo de lágrimas que acuden prestas al álveo definitivo de la despedida. Sólo el bruno manto, frenado por la dorada filigrana de un hilo bien atusado entre las mieses ablandadas por la tromba prensil, enmanta el lurte de orfandad de un corazón en llamas que crepita acuchillado entre el blancor de un pañuelo acecinado por los latidos de su alma.

Hacia la medianoche de una tarde empalagada por la miseria humana y homicida, que tanto mella su género en vida, se adivina, confundida por el sordo compás de unas horquillas alarmadas, una sórdida romería plateada hacia el montículo que escarba la muerte. En su lento retiro de serónitos imploros, recortados por la albufera, el alud agrupado de estrellas pasajeras parece querer diluir, con el desaforado intervalo de la carrera, la mácula crepuscular de dolor discontinuo que arrasara el humano pomar encintado por la simiente primera del Hijo.

Mientras, desde el cénit mismo de una escalinata que aún conserva la agria sapidez de un miserere derrotado por el Stabat Mater de la noche, la voz callada de sus labios se aflige por el Hijo incomprendido. Ni siquiera el incansable repecho que se eleva despeñado hacia la Majestad parece querer interceptar el tortuoso desenlace de un sino asumido. Sólamente su querencia maternal, reacia a la comodidad mercenaria de las plañideras, parece no tener fin entre las últimas calles pasionistas que bordean su dédalo de añoranza. En ese momento, conducida por la duda de la certeza, los entumecidos hombros de sus hijos nazarenos insisten en replegar la soledad afectada de su Madre en la negrura anochecida del roquedal.

Soledad de día, Soledad de tarde. Soledad de madrugada, allende la noche. Soledad sin fastos por prados de pena tras el cubil de junglas al que va a parar el Hijo, donde esperan las fieras, donde aguardan tus hijos...

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NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO (DE “EL SALVADOR”)

Que la serenidad invada a los que se disfrazan de nazarenos y no dejan que sea Cuenca quien esté dentro de la túnica... (David Prieto)

Las fuentes hibernales, desvalidas por el húmedo siseo del resoplido tempranero, secan su corriente vidriada cuando la Plaza del Salvador, convertida por ahora en imprecatorio universal, es mecida en la cuna de la espera y con arrepentida violencia por los goznes recluidos del anexo templo bellamente torreado. Son los clarines histriónicos y los tambores maltratados del Santo Amanecer de Cuenca en su Viernes iniciado, en su Viernes de siempre, los que despiertan, entre insinuaciones desafinadas, el desvelado duelo que la noche acicala en el pequeño santuario que el Júcar agrietara en su hondonada de penumbra.

¿Dónde si no en Cuenca la madrugada embravecida sabe y siente llorar la muerte del Hijo entre gritos despeinados por el viento nevado de la Sierra?. ¿Dónde si no en Cuenca un Nazareno languidece por los palillos recortados de la burla viva, camino de un final sembrado por la turba castellana?. ¿Dónde si no en Cuenca el Amanecer Santo de Luis Calvo?.

Hace muy pocas horas que la Virgen de la Luz arropó en su morada de gasas comprensivas los últimos centelleos procesionales de un Jueves de Paz y Caridad. La calle Alonso de Ojeda, en la cima inigualable del sentimiento nazareno conquense, acecha, entre tentativas incapaces de alcanzar Su mirada, la salida fulgurante sobre el piélago diferenciado de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador. Surge inimitable con su túnica morada por la queja de maitinada y de la mano de una atronadora oscuridad que precede su gesto contenido como si quisiera recibir de los oteros el lauro celestial del Padre.

¡Es el Señor de Cuenca!, exclaman algunos hermanos cautivos de la emoción, el que, paulatinamente debilitado, se abraza a un lábaro confundido en el pesaroso tenebrismo de la noche. Mientras, la endurecida línea de Su Cuerpo parece desplomar el peso macizo de sus brazos en la planicie lesionada de unos hombros apegados a las andas. Avanza el Jesús de las Seis con el deterioro luminoso de la madrugada, a la vez que los primeros rincones de un alma tolentina son festoneados por los iniciáticos resplandores de la escarcha.

Entre tanto, el vocinglero bravucón, rebosante de mofa instrumental, acompaña la calzada que la congoja entoldada del promontorio apunta al Nazareno del Alba. Asistido por Simón de Cirene en su cometido mil veces reprimido, vuelve a derrumbarse por un cansancio arrodillado que parece hincar definitivamente sus rizomas óseos en el trance esforzado de los banceros de la madrugada. ¡Cuanta rabia puede escucharse en el estruendo de la mañana en el mismo momento en el que un cerco inaccesible inciensa las eslabonadas curvas de la Cuenca avejentada!.

Nadie parece razonar los motivos del escarmiento anárquico de unos fariseos tan verídicos que publican al unísono sus malvados deseos, pero cuando el Nazareno del Salvador luce su rostro agotado bajo una raspada cortina de sangre naciente, la ciudad entera sabe que la devoción de este rocín de vegas agrupadas que es Cuenca tiene en la Imagen del Jesús de la Mañana, cortejada por la barahúnda multicolor que pariera la madrugada, la más característica de sus actitudes. Más tarde, cuando el Miserere de Cuenca o de Pradas vuele entre el silencio apagado de un inmovilizado auditorio nazareno, una insustancial patraña colectiva se hará la dueña de la escena abalconada por la calle Zapaterías. Sólo un pequeño ascenso de hendiduras parece conducirle ya a los brazos pegadizos de la misma calle del Peso, hacia ese mismo callejón presumido que palpa la sombra varada de sus andas rociadas por la ojeriza rabieta de unos turbos que en el fondo le aman.

Cuando nace muerta la primavera en Cuenca ya no hay Cruces nuevas ni Cruz alguna que ofrezcan sus nobles peldaños, en descendente vano, para escalar los pecados evadidos del Cielo. Los hijos de esta tierra, desterrada por su pasado, no reclaman dispensas penitenciales ni divinas indulgencias al aire azul esbozado entre seculares aguadas de Pasión. Sólo exigen tambores patéticos y clarines tempraneros para acompañar en presencia de otra mañana tan inédita la adversidad retardada del Jesús del Salvador.

El Amanecer Santo de Cuenca

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JESÚS CAÍDO Y LA VERÓNICA

No muy alejada de la figura vituperada del Maestro, Jesús Caído y la Verónica desprenden de su silueta entristecida un inocente reguero discontinuo de presencia infantil que parece conjugar su devoción samaritana al insistente abrigo del conjunto escultórico de La Caída. En el acompañamiento mañanero de sus hermanos se aprecia una herencia escrupulosamente legada de cariño añadido hacia Verónica. Ésta vuelve a mostrarle al aire incrédulo, que sacia de frescura y por los siglos el insondable granito de una mofa, el sudario en el que plasma el rostro mismo de la Muerte vilmente ralentizada. A su lado, la pareja bien avenida de faroles añejos, manando de la sinuosa forja iluminada, resplandece la presencia del Nazareno que parece intimar con la muerte claudicada a la vez que persigue de soslayo el doliente pañuelo de unas manos esperadas. Son esas mismas manos femeninas las que calientan con atónita caridad la excepción de ese humano boceto, que el Señor dejó azorado por el sudor ardiente de unas astillas esposadas por la incomprensión del pecado.

Es, a su paso atronador por la Anteplaza sin salida, plazuela hija de la Plaza, donde el colorido de la turba irritada increpa su figura. Es ahí, en el vientre mismo de la replaza cuando la beatificada tela dibujada por el coraje de Su rostro destiñe el mosaico humanizado de un bordillo estancado en la palmaria realidad de la escena. Es esa misma Anteplaza de las Blancas, hilvanada por hontanares de colmo, la misma que vierte su quebranto enojoso en contra de la cascada de ascendentes sentimientos. Es ahí, en el mismo teatro de los sueños realizados, donde los sanedritas de la plebe enseñan su descontento reaccionario con el último gesto que la piedad cristiana logra arrancar de la humanidad en forma de aviejado paño sudoroso.

Entre tanto, la inconstante arboleda de una Plaza Mayor abarrotada desaprueba, entre tambores roncos por la afonía de una madrugada de aristas dolorosas, el sufrimiento que expugnara la humedad estoica de una ciudad enteramente implicada, que celebrara hace un año, meticulosa, el primer centenario de la incorporación de La Caída a esta Hermandad que preside desde antiguo la procesión Camino del Calvario.

Recuerdo desde la fascinación más entusiasta la sempiterna barba, nevada ya, del admirable maestro Lucas Aledón atacando con intensidad poética el céfiro de la madrugada más patética y bella de Cuenca. Generosidad andante imbuida en la búsqueda desesperada del verso imposible, de la emoción jamás contada, del recreo espiritual tan hosco y ufano para algunos. Uno se acostumbra a caminar tan de mañana, y con normalidad insultante, a la vera de genios vivientes de esta creativa alcurnia pasionista sin recapacitar acerca de que algún día, la vida viva, a petición de la muerte avariciosa, decidirá, sin previa consulta, expelernos su talento lírico y moral. Entonces, en tan lejano día, muchos, demasiados diría yo, se arrepentirán de no haberle dispensado la admiración de la que es digno de profesar.

Cayendo sin manos sobre alfileres de piedra, sembrados, acaso de madrugada, por faquires errantes en alfombras erradas. Así anda, Verónica, El que amas. Cayendo por cada Caída en un corral de suelo que clava sin pajas. Así anda El que amas en la mañana de los gallos sin garganta...

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SAN JUAN EVANGELISTA

Afligidas, como tú, están las hiedras derramando amor en este infierno. Y una llama de luz aguarda mientras... (Martínez Palomo)

Únicamente las miradas rezagadas por una eterna noche de contrastes perezosos y de contradicciones que hierven expectantes en la Madrugada de las madrugadas pueden apreciar, en plenitud de límpidas devociones, el acompañamiento esperanzado de terciopelo verde que flanquea a cada lado la figura bellamente aniñada de San Juan Evangelista. El honesto Discípulo parece trepar sobre su angelical altar reblandecido hasta el vértice espacial de una Palma que manosea la cima lunar de la noche arañada. Con el clamor aledaño en la lejanía, aprieta en su follaje de hirsuto filo, el Evangelio mancillado de su Maestro, mientras las plegarias relegadas de los Agustinos, que oraran bajo palio tanto tiempo pasado, enjuagan con desmemoriado gemido las lágrimas doradas que aún nacen ligeras de sus ojos.

Es la belleza compartida y unánime de su rostro vivaz y lozano la que ennoblece, más aún si cabe, el torpe penar ensimismado de Jesús caminando de camino hacia el Monte Calvario. Son sus jóvenes hermanos, despiertos por la emoción, los que barnizan de acumulado sentimiento el bucle afeminado que adorna su guedeja. Entre tanto, las nubes, sobadas por la desnudez divina de unos pies descalzos entre espigas, embisten ennegrecidas por el arco esponjoso de Bezudo. A lo lejos, con el eco brumoso de un cascajar de faces aguileña, la melodía procesional por excelencia irrita los silencios de las almas boquiabiertas a la vez que su renombrada figura, entre bailes imposibles venidos de Huete sobre apuntes de Juan de la Encina, estrecha la mirada de una Madre dolorida en el rumiar de un lance que ansía intervenir.

-Hasta siempre-, parece insistir el imberbe Apóstol a su Maestro agonizante, -hasta pronto-, parecen llover palabras balbuceantes del Cielo. Hacia ese mismo Cielo compungido camina de la mano blanca de unos querubines alados el consuelo santificado de carpinteros y ebanistas.

Evoco con la vítrea luz de unos ojos en miopía frágil, la fina pluma, sangrando tinta, del gran Federico Muelas, aquel irrepetible constructor de palabras y adalid de armonías imposibles pergeñadas al calor de esos húmedos hocinos en equilibrio suicida. Rememoro aquella alma lírica, embriagada de mesianismo conquense y guardián de valores castellanos fieles a la verdad de la Pasión, que me hizo amar hasta la locura misma, sólo atemperada con el pesimista fluir de unos días empeñados en el pleonasmo vital de la rutina, el saludo que las mansas lágrimas del Huécar dispensan a las Imágenes de la Pasión mientras resbalan por las monótonas mejillas carmesí de los Tintes. Federico fue en su día lo que a la vez y en otro tiempo fueron para esta tierra Torres Mena, Santiago López, Giménez de Aguilar o Larrañaga Mendía. Todos ellos guardianes, canes del bien de Cuenca, guías a su manera de sitios y provincia, de sus vicios y beneficios.

Es justo y necesario no desaprovechar la más mínima ocasión brindada para alabar sin reticencias la obra de Federico, quien tanto sintiera con la despedida remisa e inimitable de esta Madrugada de contrastes y empeñada en alimentar el alejamiento separado de Juan y su Maestro por la frontera misma de la Serranía. Primero, como narrador inmejorable de nuestro más preciado tesoro y, segundo, y aún más importante, por el aprovechamiento consentido y generoso de su fecundo talento para difundir más allá de nuestras Hoces las excelencias de nuestra Semana Eterna. Es cierto que hay emblemas y símbolos en la vida que son deslumbrantes y atrayentes por su propia esencia, pero figuras de tamaño esplendor como Federico las modelan hasta conseguir que el brillo de las mismas sea perseverante e inmune al olvido.

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EL ENCUENTRO DE JESÚS Y LA VIRGEN CAMINO DEL CALVARIO

Después, con el sol, Cristo regresa a su muerte, y siente la burla en su piel... (Julián Recuenco Pérez)

Cuando el pulso corporal más achacoso cobra vida ante los ojos ya cansados de Jesús de Galilea, un veloz cuadro maternal, a medio camino entre la voluntad divina y el gesto humano, se asoma al empinado bosque desierto de las cruces habitadas, irrumpiendo firme y con anhelos de despedida en un encuentro andador, casi póstumo.

Una mirada delgada y extraviada, una barba encanecida por el sudor polvoriento de la desolación, unas idénticas manos descosidas que arpan la latitud próxima de su Madre, una Cruz hostilizada en su designio que refleja la opacidad de una amapola caducada a la vez que seca el límite tristón del apocamiento. María Santísima, en un gesto de liviana emoción que Vicente Marín labrara con la gubia de su alma arrebatada, parece comprender el valor teatral de una despedida a tiempo que la turba complacida no osa impedir. Mientras, los hermanos, que atrás dejaran la luz balbuceante de una mañana a medio gestar y enrejados en la sofocante oscuridad de un caperuz derretido por el lloro, descifran las palabras ahogadas de mutuo alivio que las andas diseñadas por los hermanos Pérez del Moral cobijan en su maderamen.

Ya no se respira más luz que la de unos encapuchados oprimidos y oprimiendo los silencios húmedos del fatigoso anochecer. Ya no hay más luz bajo la mansedumbre anónima de un alma multiplicada en la oscuridad interna, tejida por los capuces detenidos en la Cuarta Estación de Vía Crucis. Entre tanto, en la boca misma de la calle Calderón de la Barca, un suspiro interrogado por los retazos de la extradición no buscada, surca el pavimento llano de una revuelta arrobadiza, queriendo ocultar la presencia privilegiada del Encuentro de Madre e Hijo, camino del Calvario en pos de la muerte, a las polvorientas ruinas edificadas de un Convento agustino que la Guerra de Independencia demoliera.

Marín Morte en esta su obra más feliz de sinuosos pliegues nacidos de la longitud misma de un Misterio sin fin, Martínez Bueno y Marco Pérez, conquense trébol incompleto de artífices de la Pasión en Imágenes escenificadas sobre andas de empeño nazareno. Tres maestros de la gubia conquense más castellana que parecen denunciar la proscripción de un vecino tan notorio en estas lides y venido de la Alcarria para personalizar con destierro artístico tan infausto destino. Destino infausto detenido en el mismo ecuador caprichoso de la vida. Saben bien de quien habla mi cántico a la pena del olvido.

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NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD (DE SAN AGUSTÍN)

Cuando el tardío licor matutino enjuga la audacia trabajosa que la noche expira, una divisoria despuntada por el alba acerca su humildad mariana a la Imagen de la Madre en soledad que Coullaut-Valera diera a luz entre sus manos. Es la Señora de la Madrugada. Es Nuestra Señora de la Soledad, cultivada en su añoso retiro por la mendicante Orden Agustina, la que llora al Cielo del Padre por el Hijo. Llora al que acompaña, ahora y siempre, hacia la muerte receptiva. Es la Virgen de los herreros la que mece entre silencios el último remedio postrero nadando hacia la nada, mientras las antiguas Escuelas de Solera pleitean su expropiada presencia por la Cuenca transformada.

Ya no cabe nada en un corazón atravesado por la pena que palpita entre emociones en el mismo remanso desmayado de su pecho. Sólo el repicar monocorde del martillo de la Madrugada besuquea con elación el yunque legañoso de la mañana bajo el perfume musical de la propia eufonía de la Imagen que, hace hoy treinta años, Julián Aguirre inaugurara. A su espalda repujada, el sañudo rasgo de Fray Luis de León, agustino y belmonteño, amante de las letras bien cosidas, recoge con su pluma un manto preciosista de los que sólo sabe bordar Encarnación Román. A lo lejos, el silencio moldeado por una turba entendida se esfuma despavorido hacia la Soledad primera, que tras la contienda bélica duerme bajo el humilde cielo encapotado de la cercana villa jabagueña.

Bien es verdad, que la objetividad del hilo utilizado para hilvanar estas modestas sensaciones es prácticamente nula pero, en ningún momento, ha sido esa mi intención ya que este compendio de impresiones nazarenas, que he pretendido plantear desde mi particular mirada, a través de mi capuz que diría acertadamente Pérez Valero, han sido urdidas desde la pasión desbordada del conquense nazareno henchido de alegría dolorosa en esta época del año, del castellano orgulloso y partícipe de la austeridad rocosa imperante en sus penitenciales calles y de la orfandad absoluta de alegres y sórdidos cantares injustificados en estas frías tierras sembradas de admiración callada. Y es que, como tantos otros conquenses, soy de aquellos que sólo usan capuz una semana pero que no desnudan la túnica del alma durante todo el año. Es este mi elogiario nazareno, mi viaje íntimo a la Semana Santa de Cuenca, que con estas líneas que ahora lees deja de ser tan mío para ser tuyo.

Nunca discutiré la reconocida y plausible valía de las otras grandes Semanas Santas de nuestro país, también declaradas de Interés Turístico Internacional, pero sí les reprocho cariñosamente, desde la humildad necesaria que debe acompañar a un completo desconocedor presencial de las mismas, la flacura de una colección de momentos emotivos tan desbordantes como la que atesora mi Semana Santa, la tuya, la nuestra.

Soledad fértil de sentimientos en el nido turbado de la Madrugada. Soledad en soledad de cantos y luces del alba. Soledad de lágrimas detenidas por la luz naciente del día...

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LA EXALTACIÓN

El Calvario no es más que un paso; la eternidad, es infinita. Y ésta, bien vale mil misas de dolor en la Cuenca devocional... (Leandro de la Vega)

El crujiente relámpago de unas horquillas pareadas se apodera, entrecortado, de un escenario plagado de dudas y augurios desalentadores que fueron despejados de antemano. La seca tierra que subyace en las antojadizas calles de Cuenca salpica en oleadas de bruma desgañitada las túnicas pulidas de los hermanos que acompañan y acompañaron, desde el respeto inalterable, al Santísimo Cristo del Perdón. A la vez, sobre unas recias andas, edulcoradas por los hombros almohadillados de unos nazarenos sin fatiga, se recolecta, a plena luz, la fruta soleada que cuelga del mediodía.

Se agiganta la exaltación suspendida de una devoción crecida en el terco esmero del recogimiento familiar. Así, al amparo rendido que dispensa la ciudadela de Tiradores, el Cuerpo recién ajustado, apunto de ajusticiar, de Nuestro Señor es encopetado al cielo corinto de Cuenca para rasgar la escayola planetaria de su techo. El rigor sincronizado de unos zelotas, queriendo entender que no saben lo que hacen sabiendo que lo hacen, denota la incordiada magnificencia del Salvador que no parece resistirse a comenzar el padecimiento programado.

Sólo los suspiros imperfectos de la Madre y María Magdalena parecen ralentizar lo inminente de una escena que nadie y todos desean. Ruega la Virgen María clemencia al Amado aún vivo para que interfiera cuanto antes en las colinas celestiales y el Padre Eterno detenga en su poder la oblación final cuando la misma todavía no ha alcanzado su más dolorosa plenitud. Sin embargo, la mirada insoluble de Cristo adivina en su forzado ascenso, asfixiante y asfixiado, el final más digno para su cometido. Sólo el añadido padecimiento de un cuerpo, que todavía no ha dejado de amar la vida, parece no estar dispuesto a aparcelar la convulsión de la ignominia vaticinada.

Mientras, la omisión de unos Apóstoles exiliados en su cobarde estima no contempla el acompañamiento valiente y merecido de su Maestro en estas últimas horas de amistad viva pero muy poco correspondida. Ni siquiera la rememoración distraída de las premonitorias palabras del Mesías hacen mella en unas conciencias negligentes tan poco permeables a la voluntad ajena. En ese mismo instante, al que tanto adularon cuando la muerte no ondeaba sus cabellos parece elevar a las estrellas intocables de la mañana su demanda redentora que les conducirá, paradójicamente, a ellos mismos a la Salvación eterna por los siglos de los siglos.

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CRISTO DE MARFIL

El crepúsculo agonizante de la tarde culebrea ansioso por el vertiginoso roqueado de las calles para rozar desde el barandal estrecho el egregio rostro filipino del Cristo de Marfil, uno de los pocos vínculos escultóricos de nuestra Semana Mayor con la imaginería procesional prebélica. La Semana de Pasión, que tan bien sabe teatralizar esta tierra, se alimenta de una batería de costumbres que parecen huir despavoridas de la mediocridad cotidiana y de esa indiferencia que suele enfriar, todavía más si cabe, los ya desinteresados intereses.

El hecho de poder contemplar anualmente una talla eburna esparciendo su pálido dolor herido a cada metro, supone un innegable dato sumativo del por qué estos lares no resisten comparación posible en su quehacer procesional. Así, cada Viernes Santo que la Pasión estrena al mediodía, esta impertérrita extensión de marfil, donada en los albores de hace nada menos que tres siglos por el que fuera prestigioso corregidor y prócer conquense Juán Cerdán de Landa y blanco perfecto para el elogio sublime, nos propone con su pausado caminar un brusco y melancólico retorno al pasado. Hacia ese pasado contado en fotografías de recuerdo hablado donde las incómodas colas de las túnicas otoñales acompañaban desde la sumisión aceptada la más agónica de las expiraciones malheridas.

Sobre la milagrosa salvación de esta indiscutible joya artística de la Semana Santa de Cuenca durante los desafortunados sucesos de la Guerra Civil, todavía hoy parecen pleitear su dichosa conservación varias leyendas al respecto. Por un lado, las fuentes orales directas nos remiten a la figura entrañable de la tantas veces camarera del Cristillo, la hermana Dolores Sáiz Algarra que, emocionada como no podía ser de otra manera, aún conserva en su memoria lúcida la arriesgada apuesta que su familia hiciera rescatando tan valiosa Imagen de la Capilla del Bautismo, sita en el interior de la Iglesia del Salvador, y poniéndola a buen recaudo en un rebuscado espacio de su domicilio familiar, anexo al citado templo. Por otro lado, algunas versiones, no tan fidedignas según algunos, apuntan hacia el que fuera en su tiempo director del Instituto conquense, Don Juan Giménez de Aguilar como el claro responsable de que, pese a su carácter religioso declaradamente agnóstico y sus particulares connotaciones políticas de la época, esta reducida talla eboraria de irrebatible iconografía goticista no pasara a engrosar ese fatal cementerio de cenizas en el que se había convertido en tan poco tiempo el fecundo elenco imaginero y procesional de esta tierra.

Es Su mirada de impasible marfil la que descubre en la lontananza zigzagueante del espliego la antigua sede parroquial de Santo Domingo de Silos, desde donde esta Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía desfilaba en las noches privadas de la Cuaresma sin descuidar la encomienda de un rosario desprendido. Sus hermanos, que con pundonor portan el profundo socavón que la tradición perpetúa con el morir de los años, disfrazan el enardecido poderío de los tiempos en el anonimato bicolor de una túnica bañada en el dorado cántico del trigo y ceñida por el fajín rojo que sangra del revoltoso mapa de los sentimientos.

Cristo de Cerdán de Landa, mínima heladera blanca atracada en arenales de marfil. Cristo revivo por los tiempos del naufragio. Cristo de Marfil sobre rubicones de oro viejo que tus hijos riman levantando tu paso de Cruz y siglos...

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CRISTO DE LA AGONÍA

La Imagen matinal del Cristo de la Agonía resume, en el dramatismo austero de un rostro anémico que persigue camilo el mediodía, el verdadero significado de esta devoción iconoclasta. Entre los retazos de una Madrugada rota, que fundiera todo tipo de emociones encontradas, el imponente paso de este Cristo, descendiente procesional directo del Cristo de los Morones, inspirado en aquel tan venerado de Limpias, estercola con las semillas del padecer inhumano, y en el momento mismo de una febril expiración, los cimientos arrasados por una marabunta que regó de ludibrio el ramal embrujado que circunvala el Monte Calvario.

A los entrecruzados pies de un mortificado, que parece coquetear muy despacio con los jactanciosos ventanales de la muerte, la Madre, acompañada en su soledad por el tierno cariño de Juan, el Evangelista, eleva al Cielo granate subrayado por capuces afilados una perorata de demandas suplicantes con la expectativa baldía de que el Padre, que en las alzadas vela por el correcto itinerario vital de un próximo final, acelere en lo posible la muerte de su Hijo. Esa misma Madre es la que no logra entender por qué el Padre del Hijo no aborta el crecimiento de dolor envenenado y permite el viaje acuchillado hacia la muerte del Crucificado, de su Crucificado y el nuestro, que tan pausadamente parece jugar con los hilos más tormentosos que aún le atan a la vida.

Bajo las andas que el Gólgota eleva sobre una Jerusalén pasiva en sus hombrías, los nobles banceros de una Hermandad, fundada en origen de sacristía por dieciséis licenciados de Teología, balancean, con la solemnidad que les imponen sus horquillas, la mirada acribillada de unos susurros piadosos e impalpables que nacen de los labios malcarados por la sed de la despedida. La fatiga ensangrentada de un Cuerpo varias veces rociado por el castigo, abraza las postrimerías de una muerte que llama con ardientes clavos y púas enlazadas a las puertas del abismo.

La cabeza recién derruida del Justo ajusticiado parece ser la señal más conmovedora de la Muerte entre las muertes. Una cabeza colmada de buenas intenciones y de enseñanzas divinas que reclina su terminado aplomo en la almohada contigua de un hombro redentor. Una cabeza que despeja la visión del INRI mientras divisa, sobre el suelo atorado de doradura y desde la cercanía de unos ojos aislados, el agravio duradero de tres horas sitiadas en la escarpia del tiempo. Bajo el martirio cilíndrico de unos pies abrazados por la tachuela que la ira martillea, la Madre, en actitud de Virgen Dolorosa, levanta sin fuerza apelativa su temblorosa mano para rescatar sin éxito el pulso marchitado de la vida.

A su lado, el más honrado secuaz de los Doce Apóstoles elegidos envejece a empellones de certeros golpes morales que la hipocresía encaja en la figura demacrada de su Maestro. Con él y frente a una circular Cruz leñosa con patíbulum y estipes, María Magdalena permanece escorada sobre las andas mismas del dolor, como si no pudiera creer que aquel que tan bien le aconsejara, y para siempre despejara de su mente las tupidas tinieblas de la concupiscencia, hoy yaciera atado de pies y manos sin ningún resquicio de esperanza para su palabra salvadora.

Cristo de la Agonía, Salvador Crucificado que aún vives en tu agonía presto para morir por la vida...

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LA LANZADA

Sin Montañés, sin Salzillo, sin Roldana, sin Pedro Roldán, sin Pedro de Mena, sin Alonso Cano, sin Gregorio Fernández, sin alhajas, sin ostentaciones, sin lujo y sin montes de cera encendidos ante las imágenes, escondida entre sus riscos, pensando sólo en sí misma... (Luis Martínez Kleiser)

La eterna procesión de los Cristos y las Cruces, la procesión interminable en su pausa de kilométrico Calvario, detiene su trayecto de piel amoratada y capuz de atenuados cabellos para perseguir, ensimismada, la actitud ecuestre del pecado. El abatimiento borroso, que desborda los esteros del Calvario, sólo es desarrimado por el centurión romano de nombre Longinos que se aproxima, sin entusiasmo aparente, a lomos de un recio caballo de buen y bravío obedecer. Ante el disgusto inconsolable de los amigos contados y de la Madre del Rey de los Judíos, como reza irónica una inscripción golpeada por el vendaval del magno error, la albarda apuntada del jinete dibuja una ofensiva sonrisa en el torso sin vida del Maestro. Parece como si el romano de lanza en ristre, ese mismo protagonista caballeresco al que nunca emularía el héroe cervantino de La Mancha, quisiera certificar a pleno galope sobre ruano bayo, y sin reparos ni miramientos por la compañía amada del Lanceado, que los días del Galileo ya acabaron.

En el aire circidiano de Nisán la sentenciosa fierra desbocada parece querer estampar con pujanza perdurable, y en el mismo andén saliente de la postración, la garantía sicaria que acredite ante la historia el más grave error de la humanidad. A la vez, en el rastel inabarcable del tiempo, las eternas horas de minutos y segundos parecen dibujar sobre pequeños albazanos silentes, que ya desertan parsiminiosos por Mangana, la huella indeleble y contendida del pecado en el mismo soportal conjunto de un rútilo arco-iris de capuces puntiagudos, tras el que descansa, altruista, la huesa celadora del dolor.

Acuarela de abalorios deshuesados por la galbana agrietada en el costado de la Muerte. Bonitura postrera del Magno en leñosa parcela de salvación próxima. Voluntad cediza de los hijos en la renuncia última de un Calvario finado de ilusiones por la carcajada, mísera y dentina, de los protectores de Barrabás. Remordimiento enrodado a una Cruz, enhiesta y benefactora, que aferra a su quietud el movimiento mudo y voluntario de un Mesías, ocupado en sus perdones de despedida con ensalmos ofrendosos y suplicantes hacia el Padre.

Entre tanto, unas callejas de paladar amargo, y enraizadas en el vientre huero de las hoces, se aprestan a entorpecer la homicida ruta emprendida por la daga de Longinos, que sólo obtiene como respuesta a su actitud obediente del pecado, el gorjeo corporal de Cristo mezclado por la sangre almacenada en el recortado manantial del padecimiento y el agua que ya no trota por el luminoso aljibe del mediodía.

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CRISTO DE LOS ESPEJOS

Al rescate de unos modernos fariseos, ebrios de tribulación retadora aunque muchos crean otras cosas, sobresale el reflejo cauto del Cristo Crucificado entre cristales que venera desde tiempo inmemorial la Hermandad del Santísimo Cristo de la Luz. El primer rostro sin vida de Jesús, atenazado por una deshonra de áspero conforte que ya ni puede simular los redundantes deseos de unos párpados cansados, ofrece, con la dramática crueldad que confiere el tenue torbellino de amarillos matizados, la ultrajada figura del Señor llamando entre silencios a las puertas entreabiertas del Padre.

¡Cuánta resignación sujetan esos brazos postergados y cuánto sacrificio inadvertido desciende trémulo por sus piernas agarrotadas!. Sólo el reflejo deslumbrante de un crucifijo, que apenas si abarca su dolor entre los espejos, parece arrojar vislumbres de esperanza sobre la espesa rosaleda de una tarde presurosa.

Cristo muerto en la Cruz de la muerte. Cristo en transparencia final que proyecta el eclipse degollado de unas lentes rotas por la vida. Cristo de Federico Muelas reclinando su final sobre la luz inmarcesible del mediodía. Cristo acaba de expirar entre clavos e inquinas cuando la tarde prepara su sepultura, iluminada por los blandones bucólicos apagados en la noche. Mientras, los ribetes dorados que, desatinados defienden Su presencia, barnizan con claridad resistente los últimos intentos baldíos de Cristo por recobrar el hálito consciente de una luenga penitencia.

Únicamente, la férrea compañía de unos nazarenos, que parecen silenciar con respeto el flujo repetido de unas pisadas comenzadas hace apenas tres días, agrada la difuminada vista que el horizonte menoscabado plantea ante sus espectrales ojos.

A su vez, el glorioso colorido de siete días personificados a sangre y fuego por un manojo de sentimientos desmembrados, que colman el conducto de dos ríos paralelos de devoción impermeable, alcanza el último rincón asustado que las nubes, remontando victoriosas con semblante grisáceo el reverberante vidrio de los espejos, apagan con lentitud bajo el haz cristalino que crucificado queda.

Es la Cruz de Cuenca la que finta con romper el enjambre arcano del atardecer en sus cortantes brazos acristalados al mismo tiempo que invade, peleada con la vida, el trazo inabarcable de una ciudad en desliz y yerro que padece como nadie la emocionada victoria del Bien sobre el pecado.

Es la Cruz de Cuenca la que derrite cristales sobre espejos de vidrio. Es Cristo el que, muerto, agoniza en el cuenco abierto de Carlos de la Rica. Es Cristo el que expira sin vida las mariposas de mayo de Acacia Uceta...

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EL DESCENDIMIENTO

Creo en el Padre todopoderoso, creador del cielo y de Cuenca, que por su obra y gracia este pueblo alumbró gentes que fueron capaces de conformar la conmemoración solemne del mayor acontecimiento histórico vivido por la humanidad... (Alejandro de la Cruz)

Cuando la obra terrenal perfilada por el Padre ha dejado de tener presencia física en vida, las borrascas deformadas que cabalgan el cielo prisionero de Judea contagian de penumbra temeraria la tarde que apenas si acaba de despedir a un mediodía hambriento de aplacamiento y esperanza. Alrededor de un Calvario que yace erguido, el servilismo y el amor tenaz exponen sus cándidas acciones mientras el cuerpo exangüe de Cristo es desalojado con la delicadeza de unas manos extrañadas, pero no extrañas, posándose sobre la Cruz que acaba de teñir de negro luto el aire vaciado de Castilla.

La figura feble pero indomable de Jesucristo resbala, inactiva, entre la juventud de Juan que parece amortiguar, desde la resignación de unas manos modeladas por la juventud comprometida, la fe desahuciada por el sudor ensangrentado. El zagal y tierno Seguidor prorroga su dañada inocencia ante la presencia voluntariosa de los Santos Varones, Nicodemo y Juan de Arimatea. Tanto el primero de ellos como el influyente saduceo, no dudan en elevar su energía terne para desclavar la silueta doblegada de Cristo. Éste, parece desmayar en la muerte, casi por última vez, en un intento imposible por hallar a su lado la compañía radiante de los albaceas huidos de su obra.

Muy próxima al rápido descendimiento de un Cuerpo vilmente escaldado, que no parece anticipar la gloria perseguida en el sacrificio, María, su Madre y la nuestra, observa entre plañidos la filial figura que la falsedad terrenal acaba de ajusticiar de manera ultriz sobre los enlutados hombros de unos nazarenos de gremial tradición cárnica. Ni siquiera la violenta espera que le distancia del abrazo sin vida con el Hijo, el antes llamado Cristo de las Tres Manos (y no por haber sido gubiado con una extremidad de más cosida a las muñecas del Reo, sino por haber poseído un singular diseño del costillar en forma de mano), parece disuadirle de su cometido maternal. Así, inmovilizada por tan hiriente escena, y empapada por el vaho tarantero de la maluquencia, permanece hermética al pie mismo de la Cruz abarrotada como si quisiera supervisar el zaherimiento postrero del Hijo desasistido, sin recurrir por ello a nada ni a nadie.

Sólo Ella, como Madre señalada por las letras de las escrituras más sagradas, podría soportar con actitud tan robusta la angulosa tribulación de un dolor inexplicable, que parece adherirse sin remisión al enrojecido olfato de sus ojos y de su alma. Dolor de Madre y Virgen por el Hijo, allí en lo que un día fue el antediluviano distrito de San Esteban, donde la vieja y desaparecida Iglesia Parroquial fuera origen, en abrazo férreo con el Convento de las Madres Bernardas, de la primigenia Hermandad de la Santa Cruz.

Ahora, su presencia lastimera sólo parece levemente reconfortada por la contigua de Magdalena, que se apresta a compartir su baldón postrero en agradecimiento cortés por aquellos gigantescos puentes que el Hijo, el Júcar y el Huécar le tendieran en vida para regresar con prontitud a la senda rotulada por el Mesías y que ella extraviara en sus primeros pasos delusores. A lo lejos, una falúa ingrávida de hermanos bajo marea telar de túnica y capuz renegrido, ofrece su respeto procrastino en el triangular vértice que corona la flamante Carretería inaugurando, de esta manera, el final de una Pasión, nunca estéril, que acaba decayendo de modo feraz en el serón incandescente de una tulipa rota por el reflejo cambiante de las tres cruces renacidas en este Viernes de desventura. Al fondo, un trivial murmullo, febrido de tenacidad cristiana, parece alentar al Santísimo Cristo de la Salud que, aún descendiendo la Muerte en tal fatal trance por las calles declinadas de Cuenca, aletea a su paso gotas de dolor revertido, bañadas en la misma tranquilización lenitiva de

los enfermos de resucitada lozanía.

Mediodía de Cruces y Cristos

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116 Semana Santa 2005

CRISTO DESCENDIDO

Cuando el ultimátum marcado por los presagios anunciados apaga las luces aletargadas de la Pasión y negrea la fisura redoblada del desengaño por la Ermita de la Fuensanta, Cristo, descendido entre una pira de desprecio, es acomodado por la perecuación ensombrecida de Su Madre y el Apóstol Juan, mientras despliegan una sábana tejida por el pecado ante la desconcertada dulzura de María de Magdala. Descendido de las tinieblas de una muerte jaleada y jadeante, Cristo yace necesitado de la luz adormecida que acompañó su mirada en un solar deshidratado por el verder de la maleza. Ese mismo suelo tapizado, en el que el Señor descansa ahora la muerte, ha visto llover lágrimas de merma por la desesperación de una penalidad demasiado cercana a sus ojos silvestres.

Sólo la desnuda Cruz, que abraza la carencia umbrosa de una esperanza consumida por el pesar de una irrepetible expiación, permanece absorta en sus sentimientos de inertidad vital. Esa Cruz que el Galileo noblemente cargara entre el flanqueado alboroto enloquecido como el que lleva consigo la muerte y sus circunstancias. Esa Cruz que ha levantado a los cielos el Cuerpo que yace ahora a sus pies muerto creando una escena que retrata, con palabras mudas de pésame, las cicatrices del alma acumuladas durante horas. Tras el sueño efímero, amortajado por el estupor de sus tres acompañantes, sólo queda el detrimento y la angustia de una Madre vejada que pospone con su Hijo muerto el calvario de una asignación finalizada por ambos.

Fue Vicente Marín el encargado de suplir, a partir de escofinas conquenses bien amaestradas, la deportación elegida del último y posbélico Cristo Descendido de Marco Pérez. La misma talla que nunca pudiera igualar la maña del homónimo paso procesional por él mismo realizado antes de la Guerra. De tal manera, aquella postrera Imagen de Cristo Descendido, que Marco atisbara en su escultórica vejez, hoy es venerada por la también nazarena Villa de San Clemente en hombros de unos banceros uniformados con similar hábito nazareno al de la Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestra Señora de Las Angustias de Cuenca. En esta misma línea, y como hecho anecdótico, cabe indicar, por otra parte, el dato coincidente de que, dentro del historiado capítulo de anécdotas que jalonan nuestra historia de Pasión, también en el citado enclave manchego desfila durante su Semana Santa el misterio de la Oración del Huerto que el mismo Marco Pérez creara, reconstruyera diría yo, tras la Guerra Civil para la Hermandad hortelana del Júcar, luego sustituido por la actual y muy acertada de Coullaut-Valera Mendigutía.

Cristo Descendido, descendiendo por una cuenca de dolor descendente y crecida que es esta Cuenca. Dolor de Madre por el Hijo y por los hijos. Dolor de abandono errante por los amigos desganados de la Muerte...

Mediodía de Cruces y Cristos

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NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS

Cuando en tu vida es Viernes sin importar calendas. Cuando sientes la tierra llamarte de tu ausencia. Cuando de Cuenca marchas. Cuando a Cuenca regresas... (José Miguel Carretero Escribano)

Así como el dolor del mediodía más procesional de la Cuenca pasionista compunge un corazón helado por la yerta tristeza, amamantada por las olas violetas de unos pies descalzos sin semilla germinados, el compás de la amarga llamarada de una vela dirige su mirada ámbar hacia la Señora de Cuenca. Entre tanto, los singultos rescatados por la madrugada de vigilia inundan el rostro descompuesto de la Madre que abraza ahora, con serenidad misericordiosa, la figura sin vida de su Hijo.

Camina sin ademanes frívolos la Pietá castellanizada y barroca de Marco Pérez entre lagrimeos contagiosos de una ciudad que parece participar sin titubeos en su cuita atravesada por el huidizo rocío de la plata. La composición piramidal de esta desgarradora escena sólo parece ser alterada por el nervioso trasiego de un sudario medrado que aparca su presencia andariega sobre la Vida y la Muerte plegadas por sus alas blancas. ¡Cuánto tuvo que soñar la destreza de Marco en su retiro escultórico al bosquejar la tierna Imagen con tanto desasosiego humanizado!. ¡Cuánto lloran los conquenses al observar impávidos el luctuoso peregrinar de Nuestra Señora de las Angustias mientras cobija la tribulación salvadora en la acolmenada miel de su regazo!.

Hasta la calle de las Torres, allí donde el sinsabor tuerce su vaguada de dolor erradizo en busca del tímido serenamiento enclaustrado de la Concepción Francisca, parece espaciar el invertebrado sonido de un cántico sepultado. A su vez, la fidelidad sucesiva de unas tulipas multiplicadas es el mayor calmante para cegar la ofensa anestesiada de la Madre. Todo el fervor nazareno de una colonia penitente, que siente como propio el latido acuchillado del hastío, trata de envolver en un manto de encubridora espera el adiós entrelazado que la Vida contrariada dispensa, entre caricias indolentes, a la Muerte angustiosa.

¿Por qué, Madre, ese nazareno ondulado que tirita entre húmedas ráfagas de cristal parece aún amueblar sueños en el agua sin espuma y verde de Gerardo Diego? ¿De dónde proviene, Señora, esa afilada sinfonía de emociones que florece perenne a tu paso y ajena al maratón continuado y monocorde del tiempo? ¿Por qué tu procesión, Virgen Santísima, y la de tu tierra, esa ciudad que no se cansa nunca de esta encantada, es como un ciempiés mulicolor de almas por Tí presidido rimando a la luz del día, verso a verso, y que en la negra noche ya no contradice a la oscuridad prosaica y sin esperanza? ¿Por qué las calles vestidas de sombras amoratadas proyectan miradas de piedra que laten con Tu angustia, Madre, como si la tarde, Tu tarde de tristes sobremesas, quisiera rescatar el último relámpago de claridad para mudarse después, ya sin sonrojos, hacia campos de horas más discretas?

¡Cuánto dolor besa el aire eminente del Júcar en la llaga rocosa que gallea aún sobre el Puente de los Descalzos!. ¡Cuánto desdoro se desliga, como melena mesada, del malecón atardeciendo en la Cuenca Penitente!. ¡Cuánta ansiedad sembrada por tu ausencia, Angustias, en ese particular triple vértice de desánimo que en espiral recorre tus Templos más vacíos, Virgen de la Luz, Madres Concepcionistas y vieja Ermita de la Virgen de mis Angustias!.

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CRUZ DESNUDA DE JESUSALÉN

Al fin se extingue el dolor de una imborrable madrugada de castigos variopintos. Al fin, el tormento padecido por el Señor parece haber escapado para siempre por los ramificados brotes que una hachuela romana abortara con sus golpes. Anda, desnuda, la Cruz vacía por un Calvario petrificado que ejecutara en unas horas el proyecto salvador de la infinita verdad hecha carne magullada.

Aún en su meditación postrera, atormentada por el episodio abatido, la acerada luna cortante, última compañía indiferente que tuviera en vida sin crucificar Cristo, rescata, entre la niebla de un promontorio ensangrentado por los alaridos de otros tantos ajusticiados, los detalles materiales de una muerte afanosamente trabajada. Así, los peldaños del postrer subsidio, que algunos pocos conocidos le dispensaron, apuntan sus cavidades encadenadas hacia los brazos del Ausente en el mismo momento en el que yace casi sepultado bajo el bíblico elixir de un hisopo escarnecido.

A sus lados, secantes por el contraste sombrío y apagado de un sudario de punto blanquecino y reposando su hazaña vil, dos jáculas bien trenzadas culminan en intermitente propósito junto a los cabellos disecados del Maestro en el madero: una exhibe el engreído filo que una sacrosanta brecha provocara la destreza equivocada a caballo; la otra, rematada blanda en esponja empapada absorbe, embriagada, las lágrimas sedosas que cercaron el rostro de la Muerte. Cuando la ausencia aireada serpentea entre algodones por la lobulada etapa final de la muerte enmaderada, los calivos del silencio insinúan ese ciclo de miradas que barnizan este nuestro único paso alegórico de la Semana Santa de Cuenca, aséptico de presencia corporal pero inabarcable en su simbología humana.

Por ello, en esa hora nona, quien sabe si maldita o divina, quien sabe si buena o mala, en la que una pesada túnica marrón, abatanada por una noche fugaz en penitencia libre, es trabada por el cordón franciscano de la Venerable Orden Tercera, la cumbre realzada y solitaria del Gólgota, sonoro en su elipsis rítmica, sólo es iluminada por la penumbra tenue de un hachón encerado que vira continuamente su enteca sintonía. Sólo es iluminada ya por ese mismo hachón compasivo y de retahíla frágil que entierra sobre forjada luz la escalera ingrata y vacía. Mientras, el vidrio mate de la muerte se apresta, con sensatez arrepentida, hacia el descanso cenobítico que emerge del dadivoso motete de O Crux por esta Jerusalén en piedra que Gallego Fernández lijara en su traviesa.

¿Dónde sóla, Cruz de cruces?. Hay llagas de madera en tu cuerpo sin Cuerpo. Calavera y lanzas. Un par de escaleras descosen la luz de la luna, la luz del cielo. Altar con penas de tela. Cruz huérfana. Cruz que descansas por Cuenca en blanco y negro, en el silencio mismo de las piedras...

Viernes de Luto y Muerte

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CRISTO YACENTE

Acompañado por guiones y estandartes del resto de Cofradías y Hermandades, la Imagen augusta de Cristo Yacente, firmada como otras muchas por el gran Marco Pérez, es velada con celo enigmático por el Cabildo de Caballeros y Escuderos de la Ciudad de Cuenca. Conforman estos Caballeros de casta antigua una corporación nobiliaria de recio abolengo en nuestra capital e indisoluble del desarrollo galante de la Muy Noble y Muy Leal. Así, en colaboración estrecha con la Congregación de Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz, insertada dentro de aquél en una suerte de aparato procesional del mismo, y, los dos, fundidos como uno solo, son actores de incontestable protagonismo en el contexto final de una de nuestras manifestaciones tradicionales más apreciadas como es la Semana Santa.

De este modo, la registrada presencia del Cabildo desde la Reconquista de Cuenca por el rey castellano Alfonso VIII, allá por el año 1177, confiere a la corte de los Caballeros del Santo Sepulcro un anillo de tradición cuasi milenaria que procede de dos argumentos de enorme trascendencia: por un lado, la intensa participación del Cabildo y Congregación en la manifestación religiosa más ceremoniosa de la ciudad y, por otro lado, el relevante papel fundador del mismo en nuestra ya consolidada Semana Mayor. La procesión del Santo Entierro, tercera en el cronológico orden de un día de Pasión sin respiro en las calles nazarenas de la Episcópolis de González-Blanco, y germen histórico del Viernes Santo procesional conquense aunque algunos acreditados historiadores y nazarenos eruditos lo hayan silenciado durante mucho tiempo, acapara el grueso de la atención y de la pena con el cuerpo yacente de Cristo.

El cadáver derrotado del Señor, aún en su fatal cesación en el lecho de tortura, parece rubricar, dormido, los últimos vestigios de una afrenta que no parecía tener fin. Es Cuenca la que eleva su dolor capitalino en el estrellado manto de la noche enmudecida, mientras una simétrica custodia de velones crepitantes danza al compás de una tregua tan eterna como merecida. Entre tanto, los caballeros nobiliarios, con el romano birrete blanco depositado entre sus manos, derraman su respeto con la borrada sonrisa de unas horquillas silenciadas por la desgracia justificada del pasaje más luctuoso. A lo lejos, la Torre del Salvador derrumba su presencia testaruda sobre las puertas flanqueadas del Templo final en el que el eco presuroso, colmado por los acordes del himno nacional, empuja con sus notas silentes a Cristo, que desmotivado, no sin motivos, enfría la losa sepultada.

Más adelante, en el refrío iluminado de una Iglesia, que despaciosamente vio recuperar el reingreso de las Imágenes en sus capillas, aguarda la santificada urna entreabierta entre vidrios mimados con transparencia artesana. Será bajo el mismo corazón de Cuenca donde la cripta definitiva eleve Su Vida muerta, su Muerte aún viva de esperanza.

Procesión hidalga en la ciudad castellana de los viejos hijos-dalgos...

Viernes de Luto y Muerte

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NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD Y DE LA CRUZ

Hace unas horas la ciudad quedó conmocionada por el ruido, luego por el color, ahora por el silencio... (Luis Enrique Buendía)

Cuenca dolorida, envuelta en primera persona por el tedio anónimo de la desazón, camina restallada de muerte tras los pasos extenuados de Nuestra Señora de la Soledad que, yerta y solitaria, palidece lívida ante el resplandor pardo de una Cruz despojada de gloria y salvación. Sólo un sudario bullicioso y lábil, imantado a los desnudos brazos del madero, enamora con vehemencia inmaculada las mejillas de un aura indecorosa que evoca aquella fúnebre polifonía de horas trágicas presididas por un confín atravesado por el llanto delator. Por ese mismo llanto nidio que desdibuja con el desorganizado pincel del lamento la grisalla variada de esta última y Santa Semana.

Mientras, el derrotero musgoso del Huécar, riachuelo mínimo de bulas inocentes y paciencia de losas calladas, oportunista y sediento en su cabalgata de arroyos pétreos, abraza, reservado en su acuoso aldabón de remotos sueños marítimos, las últimas lágrimas hospitalarias que, perfumadas por un brebaje reseco de impotencia, la Madre Dolorosa aún logra despedir por la pendiente divina de su rostro sofocado.

Son horas para emprender el rumbo hacia ningún lugar, horas de perderse avergonzado entre el voluptuoso manto de hiedra neblinosa que abriga a esta Cuenca penitente, horas de reclusión interna en la capilla humeante de un hiriente corazón herido, horas de acudir al difícil encuentro con uno mismo para alentar, lapidarios con nuestra palabra quebrada, a la Madre. A la Madre de la noche que, en amarga soledad angustiosa, derriba la esperanza primera y busca el fustigado reflejo de su Hijo preguntándole a su rosario de perlas ennoblecido dónde guarda su amor el olvido silencioso.

La toledana gubia de unas manos femeninas regalaron a este noble desfile de inclemente austeridad compartida la bella Imagen arrodillada de la Madre en Soledad. La misma parece recortar ahora su esbozo de pletórico manto de custodia justiniana en el luminoso contraste de una Catedral abnegada por tanto perjuicio acumulado en el pegajoso légamo del pecado. Entre tanto, una ciudad alimentada por la inundación final de ese imbornal heredado de sensaciones inasequibles a la abulia, herida en la muerte por la Muerte y por la triste verdad de una suerte tantas veces anunciada, aguarda la luctuosa comitiva prendida del Viernes más triste del año, del último Viernes padecido. A lo lejos, el titilar castellano de un consistente Stabat Mater embebe el halo inicuo que habita en la resurrección tardía de una noche que apaga la esperanza queda.

Viernes de Luto y Muerte

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NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO RESUCITADO

El Tercer Día vaticinado llega de mañana a una ciudad que baña su alborozo en el trinar pajarero de un oportuno cielo despejado, que parece abrir de par en par sus balcones floreados para cegar a su vez la zonda doliente que con marcial ejecutoria ha sacudido en tan pocas horas los bancales y crestones de las almas nazarenas de esta tierra. Tras un sábado decrépito de hondo recogimiento, en el que la tensa espera germinó en desesperación humana gracias a los esquejes lacrimosos y sinceros de sus protagonistas, las puertas de la antigua Iglesia de San Andrés despegan sus arcaicos párpados humedecidos por la pena, para exhortar la verdad final de una Semana zocada de pesadumbre.

Es esta procesión del Encuentro la que otorga el definitivo fundamento alegórico y esencial a nuestra Semana Mayor, castellano tesoro de simbología cristiana. En ella, precisamente, se recoge a modo de granazón nazareno la recompensa procesional de una Pasión y Muerte tan lentamente simbolizada en el primaveral deshielo del invierno. Ahora es cuando el negruzco velo, tejido por los días anochecidos, es corrido por el alborozado grito de las campanas columpiadas con tantálico tesón. Es Cristo el que, en resucitada alborada, retorna para campear la majestuosidad de unas andas penitentes demostrando a los reacios sanedritas, que mastican ya su error acumulado entre nuevos brotes de fe, que la Vida desvivida por la Muerte en verdad ha resucitado con el brote colorido de la mañana.

Al unísono, la bienaventurada Hermandad bifurca su rúa de penseles en dos regueros de rebrojada alegría blanca mientras pasea sus noveles bodas de oro uniendo el surco disgregado del Hijo y su Madre, Santísima Virgen del Amparo. La madurez expositiva del conquense Martínez Bueno insufló con su Imagen de Cristo Resucitado un necesario aire nuevo a los patrones ejecutantes más insistentemente operativos en nuestra Semana de Pasión a la que contribuyó de manera material en el ascenso retratado del Salvador hacia ese ideal imaginario de cada uno de nosotros.

Entre tanto, la contagiada algarabía que escabulle las aceras, como si de olas descremadas se tratara, reconoce el risueño gesto de unos banceros emocionados y emocionantes que muestran con expresivo entusiasmo, que ni el antifaz más declamatorio podría contener con enmascaradas mudas, el prado descendente por las erectas calles de Cuenca en vida.

Vuela al aire, Señor, que todavía no es tarde. Que las nubes se aparten o se partan... , que esta noche también va a ser Nochebuena. Que los ríos se sequen de lágrimas, que el que resucita ahora dará aguas. Que los puentes eleven Tu sueño, que el Padre te espera...

Y al Tercer Día Resucitó

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128 Semana Santa 2005

VIRGEN DEL AMPARO

Ahora sonríe, amigo y hermano. Ahora puedes ya soltar mi mano y agitar las tuyas en el aire limpio de la mañana; que la Virgen del Amparo vuelve a tener Hijo, y el Cielo se viste de oros y en las piedras nacen rosas... (Andrés Gallardo)

Cuando todavía su mirada maternal no resucita el ahogado sentimiento que la alegría recobra escalonadamente en los gráciles nazarenos del Primer Domingo, la Imagen de la Virgen del Amparo garbea solitaria entre un ponto de lágrimas secas, que ni mostrar puede, mientras circunda, anodina, el pequeño lapso reflejado en las pupilas altas y discontinuas de los Tiradores.

Hoy es Domingo, y la Madre, con el réquiem más pesado de los contratiempos, remolca un padecimiento de mejillas desérticas de la mano eterna de la duda. Ella cree en el Misterio porque forma parte viva del mismo. Lo demostró en las horas cruciales del final más doloroso que una Madre quisiera vivir junto a su hijo. Aún así, camina contagiada por el arroyo de la espera que impacienta progresivamente su corazón roto ya en mil cien retentivas. Parece preguntarle a las calles amanecidas si han visto cumplir ellas acaso la profecía que tanto busca, si han visto la mitiga de la muerte tornada en vida. Pero no, las macizas rozaduras de una ciudad, calmosamente desperezada en su ledo canto, tampoco parecen informadas y atentas del momento que tanto ansía, del fruto vivo que encintara su vientre y que royeran amoladas las espinas.

En la calle de los Tintes, vieja Odón de Buen, donde se respira a pulmón abierto una fragancia pasionista que para sí quisiera la noble y suntuosa Sevilla de Andalucía, se inunda la devoción flemática a la vez que una mirada de espuma blanca recorre los ribetes acatarrados de juveniles murallas. Esta fría calle, por todos los nazarenos más prontamente que tarde alguna vez trovada, parece ofrecer su estrechez recogida en el momento mismo en que un ceñido manto de verde piel interna ampara los derrumbados vestigios de la Madre mortalmente herida. Sólo dos curvas más, separadas por un largo bulevar, para que las palomas arrulladas comiencen a batir las alas como síntoma de vuelo propio y esperanza humana.

Ya le ve María recortado en la distancia, sano y bañado de limpieza por los dorados rayos de un sol que serpea la escena esperada. Sensato y exultante por el padecer imbancable de la Madre que no le encuentra, pero le intuye, en un mostrenco grabado de piedra que es esta Cuenca abstrusa. Seguidamente, tras desembarazarse para siempre de un manto encapotado que tanto aldabonar conlleva, se dispensan un descomedido abrazo, fundido entre aplausos, como si quisieran sellar la Resurrección profetizada ante el desahogo de Santa Ana, que ya les aguarda desde su vecindad de culto en su Parroquia anual de compromisos.

Así, Madre e Hijo, Amparada por el Resucitado, y de la mano de unas andas engarzadas que tiemblan en pocos metros, celebran la intensidad del momento, tan aplaudido y tan nuestro, iluminando los claroscuros castellanos de una ciudad que supo y sabe acoger sincera, como ninguna otra diría yo, el Santo Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Y al Tercer Día Resucitó

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