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EL FENÓMENO DEPORTIVO ERIC DOMING ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION. ______________________________________ 2 ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION.__________________________________________________________________________2 1 LAS EMOCIONES EN EL DEPORTE Y LAS ACTIVIDADES DE OCIO_________________23 EL FENÓMENO DEPORTIVO___________________________________________________________40 EL FENÓMENO DEPORTIVO EL DEPORTE EN EL PROCESO CIVILIZADOR DE OCCIDENTE____________________________________________________________________________42 EL DEPORTE EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO_______________________________________68 Formación de los Estados de Europa occidental y el desarrollo del deporte moderno_______________________________________________________________________________75 EL DESARROLLO DEL FÚTBOL COMO DEPORTE MUNDIAL_________________________82 5 LA DINÁMICA DEL CONSUMO DEPORTIVO______________________________________108 clásica». Dado el dinero que genera este deporte y el ritmo acelerado de los cambios globales y europeos, han desaparecido las normas por medio de las cuales la codicia de los individuos solía mantenerse bajo una vigilancia razona ble. Sería útil que el Comité tratara de abordar este tema con urgencia, o que el gobierno tratara de encontrar un remedio a la creciente patología social de lo que ya no es un «simple juego», sino una industria del deporte que ha crecido hasta tener gran importancia a nivel nacional.______131 6 EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL____131 7 LA VIOLENCIA DE LOS ESPECTADORES DEPORTIVOS EN NORTEAMÉRICA____162 8 EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL El caso de Estados Unidos________________________________________________________________________________180 9 DEPORTE, GÉNERO Y CIVILIZACIÓN______________________________________________219

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EL FENÓMENO DEPORTIVO ERIC DOMING

ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION. ________________________________________________________ 2

ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION.___2

1 LAS EMOCIONES EN EL DEPORTE Y LAS ACTIVIDADES DE OCIO____________________23

EL FENÓMENO DEPORTIVO__________________________________________________40

EL FENÓMENO DEPORTIVO EL DEPORTE EN EL PROCESO CIVILIZADOR DE OCCIDENTE__42

EL DEPORTE EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO____________________________________68

Formación de los Estados de Europa occidental y el desarrollo del deporte moderno___75

EL DESARROLLO DEL FÚTBOL COMO DEPORTE MUNDIAL_________________________82

5 LA DINÁMICA DEL CONSUMO DEPORTIVO___________________________________108

clásica». Dado el dinero que genera este deporte y el ritmo acelerado de los cambios globales y europeos, han desaparecido las normas por medio de las cuales la codicia de los individuos solía mantenerse bajo una vigilancia razona ble. Sería útil que el Comité tratara de abordar este tema con urgencia, o que el gobierno tratara de encontrar un remedio a la creciente patología social de lo que ya no es un «simple juego», sino una industria del deporte que ha crecido hasta tener gran importancia a nivel nacional.__131

6 EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL___________131

7 LA VIOLENCIA DE LOS ESPECTADORES DEPORTIVOS EN NORTEAMÉRICA__________162

8 EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL El caso de Estados Unidos_______________________________________________________________________180

9 DEPORTE, GÉNERO Y CIVILIZACIÓN_________________________________________219

CONCLUCION:___________________________________________________________236

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ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION.

Temas deportivos es una introducción general al estudio del deporte. Abor— da gran variedad de estudios, como la razón por la cual el deporte moderno se desarrolló primero en Inglaterra, el papel del deporte en el proceso civilizador europeo, la entronización del fútbol como deporte mundial o la comercialización y profesionalización cada vez mayores del deporte. También se tratan temas relacionados con el género y deporte o el deporte y la estratificación racial. Fundamentado en distintas perspectivas teóricas, sobre todo en la obra de Norbert Elias, y en el análisis sistemático de otras corrientes de pensamiento, como el marxismo y el postestructuralismo de Foucault, El fenómeno deportivo ofrece una amena introducción al deporte desde una perspectiva sociológica y, por tanto, es una lectura esencial para todo estudiante de este ámbito del conocimiento. Eric Dunning es catedrático emérito de sociologfa en la Universidad de Leicester y profesor invitado de sociología en el University College de Dublín. Es autor de varias obras, entre las que se incluye en español Deporte y ocio en e/proceso de la civilización (1992, en Fondo de Cultura Económica) junto a Nobert Elias.

Temas deportivos es el tercer libro de una serie. Debe considerarse una continuación de Questfor Excitement (1986) y Sport andLeisure in the Civilizing

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Process (en espafioi, Deporte y ocio en el proceso de civilización) (1992). Al escribirlo, tres han sido mis pretensiones fundamentales: (1) clarificar, probar y ejemplificar lo provechoso del paradigma figuracional/sociológico de Norbert Elias, sobre todo la teoría de los (<procesos de la civilización», respecto a una serie de temas relacionados con el deporte; (2) elaborar un libro que espero que contribuya a persuadir a mis de un sociólogo convencional de la importancia del deporte como campo del estudio sociológico, y (3) deseo contribuir a que la sociología del deporte sea mis pluricultural y muestre menos tendencia al nacionalismo como ha ocurrido hasta ahora, para lo cual he escrito no sólo sobre el deporte en Gran Bretaña, sino también en otros países, incluyendo aspectos de la globalización del deporte. Si he logrado alguna de estas metas, será por la ayuda que he recibido de amigos y colegas, especialmente: Pat Murphy, Ken Sheard, Ivan Waddington, Joe Maguire, Joop Goudsblom, Stephen Menneil, Richard Kilminster, Cas Wouters, Chris Rojek, Chris Shilling, Mike Attalides, Melba Sweets, Syd Jeffers, Bero Rigauer, Hubert Dwertmann, Günther Lüschen, Helmut Kuzmics, Michael Krüger, Núria Puig, Klaus Heinemann, Paco Lagardera, Francisco Sobral, Beatriz Ferreira, Ademir Gebara, Raschid Siddiqui, Pillen Guttmann, Koichi Kiku, Richard H. Robbins, Roger Rees, Jay Coakley, David Miller, Liam Ryan, Peter Donnelly, Kevin Young, Earl Smith, Nancy Bouchier, Frank Kew, Martin Roderick, Dominjc Malcolm, Jason Hughes, Graham Curry e Jan Stanier. Mi agradecimiento a todos ellos. Finalmente, y no por eso en menor grado, gracias a Sue Smith por realizar con alegría incansable y gran eficacia la laboriosa tarea de mecanografiar el manuscrito. También Anne Smith y Lisa Heggs contribuyeron heroicamente en las últimas fases.

El deporte como campo de estudio sociológico La importancia sociológica del deporte La idea de titular este libro con el nombre Temas deportivos es de Chris Rojek. Si bien mi intención era ponerle un título mis convencional y académico como Deporte, sociedad y civilización, cuando Chris me sugirió Temas deportivos, lo adopté por su significativa ambigüedad. Me pareció atractivo porque dejaba implícito el tema del libro y trasmitía la idea de su importancia. No es necesario demostrar con hechos y cifras que el deporte es importante. Basta ofrecer unos cuantos datos, que no podrán negar las personas indiferentes al deporte ni las que lo aborrecen. Pensemos, por ejemplo, en la atención que los medios de comunicación prestan regularmente al deporte: la cantidad de dinero —público y privado— que se invierte en deporte; el grado de dependencia en la publicidad del negocio del deporte; la mayor implicación del estado en el deporte por razones tan diversas como el deseo de combatir la violencia de los espectadores, mejorar la

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salud pública o aumentar el prestigio nacional; el número de personas que con regularidad practican deportes o asisten como espectadores, por no hablar de los que dependen directa o indirectamente de él; el hecho de que el deporte funciona como algo afin a una coiné que no sólo permite estrechar lazos entre amigos, sino también romper el hielo entre extraños (esto, por supuesto, es sobre todo un fenómeno masculino, aunque vaya cambiando lentamente); el abundante empleo de metáforas deportivas en esferas aparentemente tan diversas de la vida como la política, la industria y el ejército, hecho indicador del eco emocional y simbólico del deporte, y para concluir, las ramificaciones, a nivel nacional e internacional, «sociales» y «económicas»,’ negativas y positivas, de competiciones internacionales como las Olimpiadas y los Mundiales de futbol. Ninguna actividad ha servido con tanta regularidad de centro de interés y a tanta gente en todo el mundo. Las claves de la importancia del deporte emanan de la psicología de jugadores y espectadores. Desde el punto de vista «postestructuralista» o «foucaltiano», John Fiske sugirió recientemente que «una de las razones de la popularidad del deporte como actividad contemplativa es su capacidad para desconectar el mecanismo disciplinario del mundo laborai>. El deporte, arguyó, es un «panóptico 11

invertido» en el que los aficionados, cuyo comportamiento «se vzi la y conoce a la perfección» en el trabajo, se convierten en espectadores de jugadores que, en virtud de su «completa visibilidad>, devienen «tentetiesos epistemológicos en los que los aficionados pueden descargar su frustración». Además de la cultura general, ci deporte, según Fiske, aporta: cimas de experiencia intensa en que el cuerpo se identifica con las condiciones externas, y se libera de la diferencia represiva entre su co ntrol y nuestro sentido de la identidad. Los aficionados suelen experimentar esta intensidad como una liberación, una pérdida del control. Los aficionados suelen emplear metáforas afines a la locura para describirla, y la locura, como nos enseña Foucault, es lo que queda justo fiera de los límites de la civilización y el control. (Fiske, l991a: 11-20) Este razonamiento es perspicaz pero limitado. No se trata sólo de «cultura popular» sino de «cultura elevada» que proporciona oportunidades de sentir «grandes cotas de experiencia intensa». Además, «los controladores» y no sólo los que son «controlados» suelen estar «locos» por el deporte, lo cual sugiere que el deporte moderno no es específico de una clase social como presupone Fiske. Tampoco las sociedades modernas se dividen estructuralmente en «controladores» y «controlados». Las personas que son controladas en un contexto suelen ser controladores en otro; por tanto, los obreros a quienes controlan los encargados son (o intentan ser!) controladores de sus hijos. De forma parecida, aunque los maestros de escuela están subordinados al director y a las autoridades educativas locales y nacionales, son —al menos oficialmente— controladores de sus alumnos. Y por dar un ejemplo del deporte profesional británico, los gerentes del fútbol pueden estar

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subordinados formalmente a comités de dirección, si bien son controladores de los jugadores. Además, como ha ido aumentando la preocupación a nivel mundial por la falta de orden del público en ios últimos años, sobre todo pero no exclivamente en el fútbol, los estadios deportivos se han convertido cada vez más en panópticos, pues implican una vigilancia más estrecha por parte de la policía y cuerpos auxiliares —a menudo empleando circuitos cerrados de televisión— sobre el público al que Fiske describe como espectadores. Con no poca frecuencia se echan por tierra las estructuras formales de control en todos los ámbitos de la vida. No obstante, a pesar del aparente fracaso en apreciar tales complejidades, la contribución de Fiske ha sido valiosa por llamar la atención sobre la necesidad de relacionar el deporte con el control social. Ya en la década de 1960, Norbert Elias y yo emprendimos un examen preliminar de los deportes desde una perspectiva en ciertos sentidos parecida a la

de Fiske (Elias y Dunning, 1986).2 También versaba principalmente sobre el deporte y el control social. Más en concreto, sugerimos que una de las flinciones principales de ver y practicar deportes es que permite a personas que por lo general son «controladores» y «controlados» —sean de clases altas o bajas— emprender la «búsqueda de emociones». Parece ser un antídoto a la rutina y los controles que, en términos generales y no sólo en el mundo laboral, han copado la vida diaria de las sociedades industriales avanzadas y relativamente «civilizadas», con lo cual no sólo libran del aburrimiento sino también —yio que es más importante— de los sentimientos de «esterilidad emocional». Más específicamente —y hablamos sobre todo de deportes que son más una actividad voluntaria que obligatoria, ya que es su forma predominante en la actualidad—, esbozamos la hipótesis de que el deporte implica la búsqueda de una actividad emocional desrutinizante y agradable a través de lo que llamamos «motilidad», «sociabilidad», «mimesis» o una combinación de las tres cosas.3 Es decir, el deporte voluntario parece orientarse en gran medida a obtener satisfacción de la actividad física y del contacto social que se mantiene en los deportes, y a despertar afectos que recuerdan de forma lúdica y placentera las emociones que se generan en situaciones críticas. Por supuesto, con estos afectos se mezclan satisfacciones cognitivas parecidas a las de los placeres intelectuales obtenidos con la elaboración de estrategias deportivas y la memorización de estadísticas, y a placeres estéticos como los que se derivan de la ejecución o contemplación de una maniobra deportiva habilidosa y/o de bella factura. Como dijo Maguire (1992), el deporte implica sobre todo una «búsqueda de la importancia de las emocione.ç». También puede decirse que los deportes son como un teatro sin guión y en gran medida mudo, y que el despertar emocional puede mejorar con una presentación espectacular, con el «contagio» emocional que se experimenta al formar parte de una multitud expectante, y con la «actuación» que realizan no sólo los deportistas sino también los espectadores. Pero, para experimentar emociones en un

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acontecimiento deportivo, hay que preocuparseen uno o más de tres sentidos. Hay que preocuparse por el deporte per se. Si somos participantes directos, tendremos que preocuparnos de nuestra propia actuación. Y si somos espectadores, tenemos que preocuparnos de los participantes o contendientes. A fin de experimentar completamente las pasiones, hay que estar comprometido, hay que querer ganar, sea como participante directo y por interés propio, ya que está en juego la propia identidaa o como espectador, porque uno se identifica con alguno de los jugadores o equipos en liza. Las cuestiones sobre la identidad e identificación tienen importancia crítica para el funcionamiento rutinario de los deportes y para alguno de los problemas que éstos generan periódicamente. Fiske retoma nuevamente este aspecto del problema cuando escribe: «La liberación no es sólo placentera en sí, sino porque abre espacios donde los aficionados

se crean identidades y establecen relaciones que les permiten conocerse deforma distinta a como lo hacen dentro de un orden vigilado» (Fiske, 199 la: 15, 16). Discutiblemente, una forma más satisfactoria de expresarlo sería decir que un aspecto importante de los deportes en las sociedades modernas es su desarrollo como un enclave donde se permite experimentar un grado de autonomía bastante alto —pero crucialmente variable— en cuanto al comportamiento, la identidad, identificación e identidades se refiere. Por supuesto, las variaciones dependen en gran medida del grado en que los grupos poderosos perciben como problemático el comportamiento en un deporte particular. Pasemos a examinar mis a fondo las cuestiones de la identidad y la identificación. En las teorías sociológicas4 influidas por la filosofía, a veces se pasa por alto que uno de los pocos rasgos universales de las sociedades humanas es el hecho de que, desde el comienzo hasta el final de la vida, los seres humanos se orientan hacia y dependen de otras personas (Elias, 1978). También a nivel universal y en el contexto de las interdependencias que constituyen el elemento básico de la vida humana, la autonomía de las personas tiende a aumentar y su dependencia a disminuir a medida que maduran. Luego, al entrar en la vejez, la autonomía tiende a decrecer y la dependencia vuelve a aumentar. Dicho de otro modo e ignorando por el momento, por ejemplo, la estructura clasista de sociedades como la británica o la veneración a los ancianos en países como China, los grados de dependencia varían en parte como una función de la edad biológica. Sin embargo, el incremento de la dependencia que suele acompañar a la vejez es un aspecto de la interdependencia menos relevante para los propósitos presentes que la autonomía creciente que suele acompañar a la madurez social y fisica de los jóvenes. En la maduración y autonomía crecientes de las personas participa un proceso de individualización durante el cual aprenden a pensar en sí mismas como en un «yo», hasta adquirir una identidad y sentido de sí mismas. Esta individualización y formación de la identidad son el producto de procesos de interacción entre el ser en desarrollo y otros seres humanos, y varían los grados de individualidad socialmente generada, entre otros, con la diferenciación estrucmral de las sociedades.6 Sin

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embargo, mis acorde a nuestros propósitos es que una de las condiciones previas «saludables» para la individualización en las con sideradas sociedades modernas es el establecimiento de lazos con otros que no son ni demasiado distantes ni demasiado cercanos, que produzca un equilibrio entre autonomía y dependencia. Se trata de establecer un equilibrio socialmente apropiado entre el «yo y el nosotros» (Elias, 1991 a), mediante el cual una persona es considerada por otras ni demasiado autónoma ni demasiado dependiente de los grupos a los que pertenece. Los vínculos que establecen los seres humanos comporta una interdependencia directa con personas concretas, como padres, hijos y amigos, así como

la interdependencia indirecta con colectividades como ciudades, clases sociales, mercados, grupos étnicos y naciones. Sean directos o indirectos, tales vínculos tienden a ser inclusivos y exclusivos al mismo tiempo. Es decir, la pertenencia a cualquier grupo (Elias, 1978) tiende, en general, a implicar sentimientos positivos hacia otros miembros del grupo e intenciones prefijadas de hostilidad y competitividad hacia los miembros de otro u otros grupos. Aunque este patrón pueda modificarse —por ejemplo, a través de la educación— es fácil observar la frecuencia con que la misma constitución de grupos y su continuación en el tiempo parecen depender de la expresión regular de hostilidad e incluso de la lucha real con los miembros de otros grupos. Parece que con regularidad surgen patrones específicos de conflicto junto con esta forma básica de vinculación humana, y que al mismo tiempo se forma un foco para reforzar los lazos del grupo. Los patrones de conflicto se manifiestan claramente en la esfera del deporte, por ejemplo, el hooliganismo en el fútbol que, en el Reino Unido y otros países, ha generado recientemente un aumento de los controles sociales hasta un grado en que se ha puesto en peligro la autonomía relativa del fútbol como ámbito habitual para disfrutar de una experiencia deportiva. En las sociedades industriales modernas, el deporte ha adquirido importancia a nivel individual, local, nacional e internacional. La valoración concreta del deporte en general y en particular en una sociedad o grupo dados desempeña un papel importante en la formación de la identidad de los individuos, por ejemplo, en la jerarquía y en el concepto de uno mismo entre los varones —y cada vez más entre las mujeres— como «buenos» o «malos» futbolistas, jugadores de béisbol, cricket, etc. Dicho de otro modo, los deportes modernos son algo mis que simples lizas en que dirimir quién corre más rápido, salta más alto o marca más goles; también son formas para probar la identidad que, dado que la gente ha aprendido el valor social del deporte, son cruciales para la opinión de sí mismos y su rango como miembros de un grupo. De hecho, se cree que durante los últimos 200 años, en las sociedades industriales, el deporte ha influido cada vez más en la forja de la identidad de los hombres; con la entrada de mujeres en este coto antes exclusivo de los hombres, el deporte se ha convertido en un medio donde se libran batallas por la identidad y el papel de los sexos. Ciertamente, el deporte no sólo es importante para probar la identidad individual,

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sino también para los procesos afines intergrupales y para la estructura jerárquica de los países. Para apreciarlo sólo se necesita, por ejemplo, pensar en las competiciones deportivas entre escuelas de pueblos o ciudades, equipos o clubes que representan a los pueblos o ciudades en cuestión, y naciones en competiciones mundiales como las Olimpiadas o los Campeonatos del Mundo de fútbol, cricket o rugby. No todo el mundo opina lo mismo. Hay perso nas que odian el deporte, otras se muestran indiferentes y hay amantes del deporte a quienes «les chiflan» unos deportes y no otros. No obstante, muchas personas experimentan sentimientos de regocijo y orgullo cuando, por ejemplo, el equipo escolar de sus hijos gana un torneo entre institutos, o un equipo o club que representa a la ciudad gana la Superbowl o la Copa de la Liga, uno de los equipos nacionales gana un torneo internacional o un miembro de su nación o grupo étnico gana en las Olimpiadas u otra prueba mundial. Y también se producen sentimientos de desánimo e inferioridad cuando en cualquiera de estos niveles pierde el equipo o individuo con el que se identifican. En resumen, el deporte se ha vuelto importante en las sociedades modernas para la identificación de los individuos con las colectividades a las que pertenecen, es decir, para la formación y manifestación de sus sentimientos colectivos y el equilibrio grupal. Mediante la identificación con un equipo deportivo, la gente expresa su identificación con la ciudad a la que representa o quizá con un subgrupo concreto, como una clase social o etnia. Hay una razón para creer que, en las sociedades industriales modernas, complejas, fluidas y relativamente impersonales, la pertenencia o identificación con un equipo deportivo aporta a la gente un puntal para su identidad, una fuente de sentimientos grupales y un sentido de pertenencia en lo que de otra forma sería una existencia aislada ob que Riesman (1953) ha llamado «la soledad de la multitud». Se ha sugerido que el deporte también puede desempeñar tales funciones en las áreas banizadas de los países del Tercer Mundo (Heinemann, 1993). Dicho de otro modo, el deporte proporciona hoy en día a países de todo el mundo un ámbito donde la gente puede reunirse y estrechar lazos, aunque sea fugazmente, y —aunque dependa obviamente y entre otras cosas del grado de estabilidad organizadora de los deportes en cuestión— puede aportar a la gente un sentimiento de continuidad y razón de ser en contextos muy impersonales y amenazados por lo que muchos consideran un cambio desconcertante. Sobre todo desde el final de la guerra fría y la aparición de las llamadas «nuevas tecnologías», el rápido cambio social se ha convertido en un fenómeno no sólo nacional sino global. Una parte importante de este proceso implica la desaparición de muchos patrones antiguos de trabajo e integración social, y el surgimiento de otros nuevos. En ese contexto —aunque una vez más no nos refiramos a continuidades absolutas— la lealtad a los equipos deportivos puede # proporcionar un anclaje útil en un mundo cada vez más incierto. Concretaremos esto con unos pocos ejemplos: la antigua Unión Soviética se ha hundido; Yugoslavia ha estado envuelta en una guerra civil; muchos canadienses francófilos quieren separarse de sus compatriotas anglófonos, así como los escoceses del resto del Reino Unido; las

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naciones de la Europa del Este pueden o no querer formar un estado federal, pero, en medio de todos estos imponderables, sobreviven el Dinamo de Moscú, los Rangers, el Celtic, los Minesota Twins, los

Toronto Blue Jays, los Montreal Canadiens, el Arsenal, el Schalke 04, el Marsella, la Juventus, el F.C. Barcelona y el Estrella Roja de Belgrado. Las personas más comprometidas con el deporte suelen .recibir el nombre de «fans», abreviatura del término «fanáticos». En el caso de los fans más comprometidos y quizá también para otros, el deporte funciona como una «religión suplente» (Coles, 1975). Pruebas de ello las tenemos en la actitud reverente de muchos fans hacia sus equipos y la idolatría por jugadores concretos. No es inhabitual que estos fans conviertan sus dormitorios en templos. Por supuesto, a diferencia de las principales religiones del mundo, el deporte no ofrece una teología elaborada. No obstante, por lo que se refiere a los fans y a su compromiso e identificación con un club particular, «celebrar» o «adorar» a una o más colectividades a las que pertenecen posee algunas características religiosas en el sentido de Durkheim (1976). De hecho, según Diem (1971), todos los deportes tienen su origen en un culto. El análisis de Durkheim sobre la «efervescencia colectiva» generada por los rituales religiosos de los aborígenes australianos, en los cuales vio la raíz de la experiencia y concepto de lo «sagrado», puede trasladarse mutatis mutandis a los sentimientos de emoción y celebración comunitaria que constituyen una experiencia cumbre en el contexto del deporte moderno. Parte de la explicación de la creciente importancia del deporte en las sociedades modernas podría ser que ha pasado a cumplir algunas de las funciones antes ejercidas por la religión. Es decir, puede cubrir parte de las necesidades que un número cada vez mayor de personas no logran satisfacer en las sociedades científicas y secularizadas de nuestra era. La desatención del deporte por parte de la sociología De lo dicho hasta el momento podría suponerse que el estudio del deporte ocupa un lugar importante en las ciencias sociales. En la sociología, por ejemplo, podría esperarse que fuera objeto de la investigación en al menos tres órdenes: como tema de estudio en sí; como tema enseñado bajo el encabezamiento genérico de «sociología del ocio» y como tema incluido en el marco de uno o más de las subdivisiones tradicionales, por ejemplo, dentro de la educación, la desviación y el sexo. Sin embargo, lo que uno se encuentra es una situación en la que el deporte permanece virtualmente ignorado. No es difícil hallar posibles razones. La desatención parece radicar en gran medida en que uno de los impulsos principales del desarrollo de la sociología ha sido más ideológico que científico en al menos dos sentidos. Primero, muchas de las personas que hasta la fecha han contribuido al tema parecen haber estado motivadas más por un deseo a corto plazo de «hacer algo» que por un deseo de contribuir al conocimiento. Por ejemplo, muchos marxistas se han tomado al pie de la letra la decimoprimera tesis de Marx sobre Feuer— bach. Es decir, su visión de la sociología está influida por el punto de vista de Marx de que «los

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filósofos han interpretado el mundo... cuando lo importante es cambiarlo» (Marx y Engels, 1942), como si «interpretación» y «cambio» fueran algo antitético. Como resultado, entre sus motivaciones laborales han pesado más las consideraciones morales y políticas que la preocupación científica. No parecen haber apreciado que Marx intentara desarrollar la base de un <(socialismo científico» en el que la acción política pudiera basarse en una teoría del cambio social sustentada empíricamente y contradicha por su «decimoprimera tesis». De hecho, aunque las tesis sobre Feuerbach se construye mejor como un ataque al materialismo mecanicista y el idealismo de Hegel, puede argüirse que la obra de Marx implica lo contrario a la decimoprimera tesis, a saber, que «los actores políticos han tratado de cambiar el mundo de distintas formas, aunque lo importante sea comprenderlo». Para los sociólogos, la teoría y el conocimiento —que sólo pueden desarrollarse fundamentalmente mediante la interacción continua con la investigación empírica— deberían preceder a la acción dirigida a cambiar el mundo. Este es un argumento a flivor de la teoría y la profundización en la comprensión fundamental del complejo mundo en que vivimos. No es un argumento contra la acción política sobre la investigación encaminada a una intervención aquí y ahora. De hecho, yo emprendí un intento de llevar a cabo una intervención práctica en Inglaterra durante la década de 1980 contra el hooliganismo en el fútbol. Sin embargo, esta intervención se basó en una investzación guiata por lo teoría y eso es lo importante (Williams y cols., 1989). Durante la década de 1960, un argumento habitual de los marxistas fue que la sociología era una ciencia «burguesa» nacida de «un debate con el fantasma de Marx» y, por tanto, una defensa del capitalismo. Este argumento no estaba falto de méritos, quizás especialmente en relación con el dominio en aquella época del funcionalismo de Parson y el empirismo. Sin embargo, en la Gran Bretaña de los ochenta —y tal vez en otros sitios— la idea contraria ganaba terreno; a saber, que la sociología era un tema «subversivo» preocupado por generar movimientos revolucionarios. También esta idea entrañaba cierta verdad, ya que, por ejemplo, algunos sociólogos implicados en el movimiento estudiantil de los sesenta ocupabanor aquel entonces cargos de importancia y habían adquirido poder en el marco de la enseñanza y la investigación. Sin embargo, si se presta atención al desarrollo de esta cuestión a largo plazo, está claro que, de acuerdo con las pretensiones de los ideólogos de derechas e izquierdas, la sociología surgió en más de un punto del espectro político. Por ejemplo, en Estados Unidos el término «sociología» lo emplearon antes de la Guerra de Secesión los llamados «Comteanos sureños», como Hughes y Fitzhugh, como parte de su defensa de la esclavitud (Ly man

1990; ver también el capítulo 8). En ciertos períodos y países, este asunto estado dominado por los seguidores de una determinada posición política, si bien sus orígenes no pueden describirse legítimamente como derivados tan sólo de la derecha, la izquierda o el centro. Su interés se centra en la expansión del

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conocimiento, y las personas de mayor persuasión política han hecho sus contribuciones en este sentido. El amplio compromiso de los sociólogos con una concepción preocupada por contribuir a solucionar los problemas presenta ahora un discutible desinterés por la psicología, al estar a punto de contribuir al desarrollo de una fuente fiable de conocimientos básicos sobre los seres humanos y sus sociedades en todos los aspectos. Como demostró Elias (1987), el desarrollo de las ciencias naturales manifiesta la lucha por liberarse de «exámenes heterónomos» —de los advenedizos que dictan el curso de las investigaciones y de las preocupaciones acientíficas— y mediante el «desvío a través de la imparcialidad» —luchando por contener las emociones y evaluar momentáneamente los valores con el fin de centrarse en la investigación del objeto per se— aumenta las posibilidades de obtener diagnósticos fiables y hallar soluciones factibles. Sin embargo, por lo que concierne a nuestros intereses, una orientación dominante hacia la solución inmediata de problemas está casi obligada a dejar de lado áreas de la vida social como el deporte. Esto se debe precisamente y en gran medida a que, según tal orientación, el estudio del deporte es trivial en comparación con los temas realmente importantes que abordan los sociólogos convencionales. Sin embargo, si esta línea de razonamiento de Elias tiene algún sentido, es posible que el interés centrado únicamente en la solución de los problemas presentes sea contraproducente y contribuya a generar consecuencias indeseables e imprevistas hasta el punto de dejar de lado la preocupación por él conocimiento per se. Por otra parte, es probable que una orientación centrada sobre todo en el conocimiento per se no sólo termine evitando el olvido arbitrario de áreas importantes de la vida social como el deporte, sino también dando con la solución realista a los problemas del deporte y otras áreas. También es probable que favorezca políticas y formas de acción mediante las cuales se minimicen las consecuencias indeseables e imprevistas. Pero, por supuesto, este interés por el conocimiento relativamente independiente tiene que atemperarse con una implicación motivadora y que lleve a la familiarización. Dicho de otro modo, es cuestión de esforzarse, no con una valoración completamente libre (sea lo que quiera significar), sino para lograr un equilibrio sensato entre la Independencia y la implicación. Tal vez haya sido inevitable el estancamiento de la sociología en luchas políticas. No quiere esto decir que neguemos que, en cuanto se han conducido por canales científicos, las motivaciones políticas hayan influido positivamente en el aumento de los conocimientos sociológicos. El molde ideológico de los paradigmas dominantes de la sociología y ci consiguiente descenso de categoría del deporte como tema para la teorización y el estudio no pueden buscarse simplemente en las fuentes políticas. Dos patrones de pensamiento acrítico aparentemente muy enraizadas en Occidente también han desempeñado un papel discutible. El primero es la tendencia al «economismo», ex decir, la predisposición a dar por sentado que la «economía» constituye el «ámbito social» de mayor valor e importancia «casual», junto con la tendencia a explicar hasta los fenómenos que no son económicos en términos

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económicos reduccionistas. Este patrón no sólo se halla en el marxismo, sino en la obra de autores con ideología de centro y derecha. El segundo patrón de pensamiento acrítico es la tendencia a desarrollar un pensamiento dual, es decir, a dividir conceptualmente fenómenos interdependientes como individuos y sociedades, acción y estructura, cuerpo y mente, racionalidad y emoción, implicación y objetividad, convirtiéndolos en dicotomías absolutas donde los opuestos polarizados se conciben como si tuvieran una existencia aparte. Esta tendencia también la comparten la izquierda, la derecha y el centro, y también muchos sociólogos de inclinación positivista que comparten la visión figuracional del tema relacionado con el conocimiento. Resulta razonable suponer que las raíces de esta tendencia acrítica al pensamiento económico se hallan en parte en la ética protestante sobre la cual Wcber (1930) llamó la atención. Sin embargo, de la misma forma que Wcber hablaba claro al argüir que esta ética era un producto del capitalismo y viceversa, también parece plausible sugerir que el carácter acrítico del economicismo se asocia de modo consecuente y no casualmente con e1 dominio de los modos de producción capitalistas en el mundo moderno. Asimismo, es razonable suponer que el economicismo es tanto producto como base del poder de las sociedades capitalistas de los grupos burgueses y sus valores. Entre las víctimas del carácter acrítico de estos valores están las dificultades afrontadas para persuadir a la gente de la importancia de los temas ecológicos, incluyendo los efectos ecológicos del deporte. Este razonamiento de por sí complejo puede desarrollarse. La tendencia al pensamiento económico también puede relacionarse con las formas en que los procesos civilizadores de Occidente implican una tendencia donde los valores militares se relegan a una posición subordinada respecto a los valores de la producción sin violencia. Esto no significa que hayan desaparecido de Occidente los valores militares, sino más bien que —en comparación, digamos, con las sociedades de su pasado feudal— los roles militar y político han tendido a diferenciarse y que, correlativamente, el personal militar ha tendido a estar subordinado político. Una de las consecuencias de esto es que, cuando los países occidentales emprenden acciones militares, se justifican con términos retóricos como «defensa»

y «necesidad lamentable» y no con palabras como «gloria» u «honor nacional». Igualmente en estas sociedades, sobre todo en las fases neo y poscolonial recientes, la maximización de la prosperidad económica por medios pacíficos y no por la conquista y la explotación violenta de la mano de obra tiende a ser un objetivo incuestionable de la vida política doméstica. Esto no supone negar la implicación continuada de grupos específicos de estas sociedades, incluyendo los grupos gubernamentales, en el comercio internacional de las armas y en la explotación violenta. Hay que subrayar que existe una tendencia a llevar tales actividades en la clandestinidad, y que son objeto de vergüenza política cuando salen a la luz. Pero, con independencia del grado de fuerza que tenga este razonamiento, es indiscutible que la tendencia al pensamiento económico está muy

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arraigado en el Occidente moderno y que una de sus consecuencias indeseables es que los sociólogos asignan un grado inferior al estudio del deporte, porque muchos consideran que el deporte es «trivial», «improductivo» o una «pérdida de tiempo». Los procesos de la civilización también contribuyen a que prevalezca el pensamiento dual en las sociedades occidentales y en la sociología. Esto se consigue obligando a mucha gente a tener una experiencia del yo que Elias llama la experiencia del Horno clausus socialmente distanciado y no la experiencia de ser uno más de los Hornines aperti, personas abiertas que viven en un contexto de pluralidades e interdependencias desde el comienzo hasta el final de sus vidas (Elias, 1978: 119 y sigs.). Según Elias, los controles sociales asumidos como autocontroles en el curso de un proceso civilizador tienden a sentirse como una barrera interna entre la «racionalidad» y los «sentimientos», y como una barrera entre el yo y los demás. Es decir, el Horno clausus tiene una experiencia del yo como de un yo aislado y distanciado que posee una mente experimentada como algo separado del cuerpo y de los otros seres humanos con los que mantiene una interdependencia inextricable. Junto con la tendencia a caer en el pensamiento economista, la experiencia del yo del Horno clausus contribuye a asignar un grado inferior al eswdio del deporte en la sociología convencional porque estas tendencias llevan a que el deporte sea valorado negativamente dentro de un complejo de dicotomías superpuestas, por ejemplo, entre trabajo y ocio, mente y cuerpo, seriedad y alegría. Como resultado, a pesar de su importancia manifiesta como tran las distintas medidas de las que hablé antes, no se considera que el deporte genere problemas sociológicos de importancia comparable a los asociados con el trabajo serio de la vida económica, política y doméstica o incluso a los de- aspectos del ocio como las artes. Es decir, el valor del deporte tiende a mfravalorarse incluso como actividad de ocio, porque se percibe como una actividad de carácter fi’sico que no implica las funciones supuestamente superiores de la mente y la estética.

La sociología del deporte como un campo de controversias Algún paso se ha avanzado en la sociología convencional de Gran Bretaña en los últimos años sobre la enseñanza y estudio de un tema relacionado con el deporte: el hooliganismo en el fútbol. Este avance ha estado relacionado con el aumento de este fenómeno en Gran Bretaña hasta adquirir el grado de problema social. El que ningún otro problema del ámbito deportivo haya alcanzado una importancia sociopolítica similar ayuda a explicar el estatus único, aunque marginal, del hooliganismo como objeto de estudio dentro de la sociología convencional. No obstante, hay una o dos áreas donde podría haberse esperado un avance, en especial entre los sociólogos de la religión y la educación. Aludí antes a algunas razones por las que podrían esperarse estudios sobre el deporte bajo la rúbrica de la sociología de la religión. Que podríamos haber esperado tales estudios dentro de la sociología de la educación lo sugiere el hecho de que la educación fisica sea una asignatura en las escuelas con cierta importancia y el que los deportes hayan sido

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tradicionalmente uno de los vehículos principales de interacción entre escuelas. A pesar de las investigaciones pioneras sobre la educación fisica que han realizado estudiosos como John Evans (1993), el que los estudios sobre el deporte tengan un papel marginal en los libros y cursos convencionales sobre la sociología de la educación aporta un nuevo testimonio del grado en que ésta y su plan de estudios han estado en manos de fines ideológicos y no científicos. Sin embargo, el campo principal donde el nivel es mejor es la sociología sexista. Esto se debe a que, como subrayé antes, el deporte se ha convertido en uno de los puntos principales en las sociedades modernas donde se inculcan y se expresan los valores masculinos tradicionales y, junto con la participación cada vez mayor de la mujer, uno de los puntos clave de la lucha de sexos. De lo cual se deduce que el deporte debería figurar entre otros temas como el trabajo, la política, la educación y la familia en textos y cursos sobre la sociología sexista. En este caso, la tendencia ideológica contra el deporte parece haber contribuido a arrinconar una de las áreas de la vida social más cruciales por lo que a los temas sexistas se refiere. Es importante subrayar que este debate se relaciona con el estatus de la sociología del deporte respecto al tema ma4re, y no con la sociología del deporte per se. Esta subdisciplina ha experimentado un crecimiento poco notable drante los últimos 30 años. Para explicarlo, Rojek (1992: 2) se refiere a lo que él llama «el crecimiento económico del sector de los deportes y el ocio». La expansión de la «industria del ocio» —sugiere ci autor— ha multiplicado las ofertas de empleo y ha elevado el estatus del deporte y el ocio en la vida social. Esto ha ido ligado a cambios más amplios como el declive de la centralidad del trabajo co-

mo medio de autorrealización y la difusión de la idea de que es un medio para fJLanciar el tiempo libre. Este razonamiento es convincente excepto por dejar de lado que una de las consecuencias del feminismo ha sido aumentar la centralidad de la carrera profesional de las mujeres, al mismo tiempo que algunos sociólogos (como Gorz) argüían que el trabajo estaba declinando como interés central en la vida. En resumen, este razonamiento contiene elementos «machistas», y me parece que Rojek se olvida de algo importante, a saber, el grado en que la sociología del deporte, si no la sociología del ocio, es una especialidad que se ha desarrollado sobre todo en la educación física y no en el ámbito de los padres. No quiero decir que tenga un sentido enteramente negativo, pero vale la pena preguntarse qué sería de la sociología de la medicina si hubiera sido desarrollada sobre todo por médicos, o de la sociología del derecho de haber estado en manos de abogados. En el prefacio de mi libro anterior, escribí: [La sociología del deporte] es en gran parte creación de los educadores fisicos, un grupo de especialistas cuyo trabajo, debido al carácter práctico de su implicación en el área, carece a veces, en primer lugar, del grado de objetividad necesaria para obtener un análisis sociológico fruct(fero » en segundo lugar, lo que uno podría llamar un arraigo orgánico entre las preocupaciones de la sociología. Eç decir,

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mucho de lo que han escrito se centra sobre todo en problemas espeaficos de la educación fisica, la cultura fisica y el deporte, sin establecer conexiones sociales más generales. Además, suelen tener un carácter empírico. (Dunning, en Elias y Dunning, 1986: 2) Jenny Hargreaves (1992: 162) lo interpretó como la afirmación de que el trabajo de los educadores fisicos tenía una categoría inferior dentro de la sociología del deporte. Sin embargo, no era esa mi intención. El trabajo empírico tiene cierto valor, aunque sólo es aparente cuando se interpreta en términos teóricos. Por la misma razón, el trabajo teórico, aunque esté arraigado en las preocupaciones centrales de la sociología, puede carecer de valor, sobre todo si se orienta más hacia temas ideológicos que a aumentar el conocimiento, o se abstrae y orienta hacia esos temas metafisicos que son vitales para muchos filósofos. En la línea de nuestros intereses, sigo opinando que gran parte de los estudios de la sociología del deporte siguen siendo empíricos. No obstante, aunque su naturaleza empírica les dote de cierto grado de validez, es menos apropiada para los años noventa que para las décadas de 1960 y 1970. Tomemos un par de ejemplos en Gran Bretaña donde esto se manifiesta con claridad, a saber, en la obra de John Evans (1993) y en la de Jenny Hargreaves (1994).

A mi juicio, la sociología del deporte se ha convertido recientemente en una de las áreas más activas. Un elemento central de su efervescencia es que esta subdisciplina ha terminado siendo un terreno de controversia para los defensores de los principales paradigmas sociológicos. Hay ahora en la sociología del deporte ofertas funcionalistas, interaccionistas simbólicas, weberianas, figuracionales y variantes de los métodos feminista y marxista. Finalmente, el postestructuralismo y el posmodernismo se han sumado a lo que, parafraseando a ‘William James, podríamos llamar «un florecimiento, una confusión borboteante». Es una situación potencialmente beneficiosa para el desarrollo, pero plagada de peligros, sobre todo el de que los partidarios de los distintos paradigmas tergiversen las posiciones de sus contrincantes, contribuyendo así a que el debate sea menos fructífero y derive en un conflicto destructivo. Es el caso de la sociología figuracional del deporte —de la cual este libro trata de ser una contribución—, que con frecuencia se ha malinterpretado.7 A su vez, no hay duda de que los sociólogos figuracionales han tergiversado el trabajo de otros. Con la esperanza de contribuir con un estudio basado en un debate bien asesorado, daré término a esta introducción planteando los principios centrales de la sociología figuracional y presentando este libro como un ejemplo de este enfoque. La sociología figuracional y la sociología del deporte El enfoque «figuracional» de la sociología fue iniciado por Norbert Elias. Es un enfoque que se centra, por encima de todo, en los procesos sociales e interdependencias o «configuraciones». Explicaré el significado de estos términos más tarde y pondré ejemplos a lo largo de todo el libro de lo que considero su utilidad sociológica. Por el momento, me aferraré a alguna de las características

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generales del método figuracional, sobre todo al hecho de que trata de lograr una síntesis en al menos dos sentidos. El primero de estos dos sentidos es que la sociología figuracional se ocupa del estudio de los vínculos entre la biología, la psicología, la sociología y la historia de los seres humanos. Se basa fundamentalmente en el reconocimiento de que la evolución ha equipado biológicamente a los seres humanos como seres sociales, por encima de todo como una especie que genera, aprende y usa símbolos, lo cual posibilita acrecentar los conocimientos dentro de las sociedades y culturas, y permite su desarrollo y cambio. Por supuesto, el saber puede olvidarse, y las sociedades pueden sufrir una «regresión», pero esto es menos importante para lo que aquí nos ocupa que el que la sociología figuracional reconozca lo que llamamos «historia», tanto si implica <(progreso» o ((regresión» o una combinación simultánea de ambos, que depende en el fondo de que el proceso ciego y no planificado de la evolución 24

ja equipado biologicamente a los seres humanos con capacidad para aprender u punto central destacado por Elias es que el término «evolución» debería restringir su uso al nivel biológico y que el de «desarrollo» es preferible utilizarlo como medio para establecer el carácter distintivo de los cambios socioculturales aprendidos. En palabras de Elias: « Un medio para establecer con claridad la distinción es limitar el término “evolución” como símbolo del proceso biológico log,wlo mediante la trasmisión de genes, y confinar el término “desarrollo” a una mtnsmisión simbólica intergeneracional en todas sus distintas formas» (Elias, 1991b: 23). La importancia sociológica de esta perspectiva sintetizadora es considerable. Una de sus ventajas estriba en que ofrece un modo de conceptualización que apunta hacia una resolución igualmente teórica y fundada en la investigación de estos problemas —muestra el camino pero no pretende haberlos solucionado—, que surge de forma recurrente en las sociedades humanas junto con la tendencia arraigada a dicotomizar naturaleza y educación, a verlas como algo totalmente separado o incluso opuesto en el desarrollo de los seres humanos. Por ejemplo, la síntesis figuracional ofrece una forma para salir de este confficto estéril y fundamentalmente ideológico entre, por una parte, escuelas como la etología y la sociobiología, que resaltan la naturaleza animal de la humanidad a expensas de las propiedades humanas únicas, y, por otra, las escuelas sociológícas, que destacan las características excepcionales de los seres humanos a expensas de las que comparten con otros animales. Kilminster lo expresó a la per&cción e identificó con claridad la dimensión ideológica cuando escribió:

entre las intenciones de Elias [estaba] la de avanzar entre las dosposiciones ideológicas extremas que, por lo general, ahondan en la dimensión animal de los seres humanos. Por una parte está la visión reduccionista de los etólogosy

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sociobiólogos... que afirman que somos fundamentalmente primates. Por otra, está la visión religioso-filosófica de que los seres humanos constituyen una ruptura comp/eta del mundo animal, lo cual constituye un nivel del alma o el espíritu.

(Kilminster, 1991: XIV)

Los problemas en la esfera del deporte que adquieren otra perspectiva con esta visión sintetizadora incluyen: la relación entre la herencia genética y el aprendizaje y la estructura social para la determinación del talento deportivo; la relación entre la herencia genética, la experiencia social y la práctica deporUva para la determinación de las lesiones de todo tipo, y el papel desempeñado por las formas no aprendidas del lenguaje coporal en relación con las aprendidas en los encuentros deportivos. Y quizá sea más importante que la síntesis figuracional apunta directamente al núcleo del problema del cómo y por qué los seres humanos tienen necesidad de actividades como el deporte, a saber, que el proceso de la evolución biológica haya llevado al Horno sapiens a ser, no sólo una especie que maneja símbolos y que depende en gran medida del aprendizaje sociocultural para su supervivencia, sino también una criatura cuyo «organismo requiere estímulos para funcionar satisfactoriamente, sobre todo estímulos en compañía de otros seres humanos» (Elias, 1986b: 114). Si estamos en lo cierto, e1 deporte se ha convertido en uno de los medios para recibir tal estimulación. Como Elias y yo apuntamos ya en 1969, el deporte parece ser una actividad de ocio de importancia decisiva en el contexto de las sociedades industriales-urbanas muy controladas y rutinarias, donde el trabajo ha adquirido cada vez más un carácter sedentario y la gente depende más y más de medios de transporte mecanizados (Elias y Dunning, 1969: 50 y sigs.). El segundo sentido en que la sociología figuracional constituye un trabajo de síntesis es que supone un intento de amalgamar los mejores rasgos de la sociología clásica y moderna. Difiere de otros intentos de elaborar una síntesis —por ejemplo, la «teoría de la estructuración)> de Giddens (1984)— porque, aunque suele centrarse en los sociólogos clásicos cuyas contribuciones, se dice, constituyen un sine qua non para construir tal modelo de la «santísima trinidad» de Marx, Weber y Durkheim, Elias (1978) ha añadido a Comte, por lo general poco de moda. Lo hizo así porque una teoría del conocimiento —la «ley» de las tres fases del crecimiento intelectual— fue una contribución central de Comte y porque, para Comte, los problemas del desarrollo social o, como él los llamaba, de la dinámica social forman el núcleo del interés sociológico. También ocupa un lugar central en la sociología figuracional la preocupación por el desarrollo social, y dentro de éste, el desarrollo del conocimiento y el deporte. De forma modificada, hay elementos de las teorías de Marx, Weber y Durkheim que ocupan una posición central en la síntesis de Elias. El concepto de clase, por ejemplo, ocupa un lugar importante en la sociología figuracional, junto con la idea del papel desempeñado por los conflictos en la dinámica social. Sin embargo, Elias

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se distancia de Marx al argüir que la propiedad yel control de los medios de producción no son universalmente la fuente dominante del poder social, lo cual no significa, por supuesto, que nunca hayan sido la fuente dominante. También elaboró la teoría de lo que él llamaba configuraciones de foráneos y arraigados (Elias y Scotson, 1994) con el fin de sentar las bases de una teoría sobre el poder mis general y capaz de arro$r luz sobre los rasgos comunes de las clases sociales, las desigualdades raciales-étnicas y sexistas, así como los que experimentan con quienes son discriminados por estar a favor o en contra de su orientación sexual (Van Stolk y Wouters, 1987). De Weber tomó Elias el concepto del Estado como organización que posee el monopolio sobre la violencia en un territorio dado. Sin embargo, a diferen ci

de intérpretes de Weber como Dahrendorf (1959), Elias no subrayó el ca ¡ácte legítimo de este monopolio, sino que reconoció que los Estados y sus agentes suelen utilizar el poder de forma ilegítima y para sus propios fines en vez de los sociales. Elias también fue mis allá que Weber al establecer un vín culo entre el monopolio de la violencia ejercida por los Estados y su monopolio sobre los impuestos. Finalmente, fue más allá que Weber al adaptar la teo rí marxista de la monopolización económica sobre los conflictos económicos, poniendo en evidencia, por ejemplo, la forma en que se dan los procesos de formación de los Estados por medio de luchas hegemónicas y cómo, dentro de sus «procesos civilizadores», las sociedades de Europa occidental han pasado de la propiedad privada de los medios de gobierno a formas de carácter público (Elias, 1994: 345 y sigs.). El principal concepto de Durkheim integrado en la síntesis figuracional es el de interdependencia y, de nuevo, se transforma radicalmente en manos de Elias. Mientras que para Dukheim (1964) los lazos de interdependencia no figuran en las sociedades más sencillas, donde la «solidaridad mecánica» constituye la forma dominante de cohesión social, y donde sólo se producen mediante una división más compleja del trabajo que da origen a la «solidaridad orgánica», para Elias (1978), aunque los vínculos de interdependencia varíen en densidad, visibilidad y longitud, la interdependencia per se es un universal de las sociedades, uno de los puntales principales de la vida social.8 Tampoco empleó Elias el concepto de interdependencia en un sentido armónico; al contrario, era parte central de su concepto de poder,9 y también escribió sobre la interdependencia de los enemigos, incluso de «unidades de supervivencia», como las tribus y Estados que están siempre en guerra (Elias, 1978: 74 y sigs.). Otra forma en que la síntesis figuracional hunde sus raíces en el legado clásico es la preocupación de sus seguidores por los procesos históricos y su oposición a lo que Elias (1983) denominó «la retirada de los sociólogos hacia elpresente». Lo que discutiblemente consiguió al respecto fue sentar las bases para una síntesis que, aunque mantuviera el énfasis en la dinámica social de teorías como las de Comte o Marx, se vio desprovista de sus conceptos evaluadores de «progreso» inevitable y su teleología, es decir, las ideas de que el desarrollo social avanza inexorablemente

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hacia una meta específica: la sociedad industrial y científica en el caso de Comte, y la sociedad comunista sin clases en el caso de Marx. Según Elias (1978: 158 y sigs.), la dirección del desarrollo social es discermble pero, en el caso de que lo sea, sólo es «evolutivo» en un sentido laxo. Elias escribió al respecto sobre los procesos a largo plazo «ciegos» o «imprevistos», y sin pretender haber hecho algo más que señalar la dirección en que había que avanzar para alcanzar un mejor conocimiento, sustituyó conceptos teleológicos abstractos como la idea hegeliana de la «astucia de la razón» y la «lógica del capital» de Marx por la sugerencia de que la dinámica de ios procesos sociales a largo plazo derivan de la interrelación de la suma de actos individuales. Cada uno de estos actos implica una medida de intencionalidad, pero no un resultado colectivo; la dirección de los procesos sociales a largo plazo no se planifica. Engels anticipó aspectos de esta idea cuando en 1890 escribió que la historia se hace a sí misma de tal modo que el resultado final siempre surge de los conflictos entre el deseo de muchos individuos... Hay innumerabies fuerzas encontradas, una serie infinita de paralelogramos defuerz.as que dan origen a una resultante: el acontecimiento histórico. Esto.., tal vez.., se vea como elproducto de un poder que, tomado en conjunto, opera deforma inconsciente y sin volición. Porque los deseos de cada individuo se ven obstruidos por los de los demás y el resultado es algo que nadie quiere. Por tanto, la historia pasada actúa como un proceso naturaly está en esencia sometida a las mismas leyes del movimiento. (Engels, 1942: 382) La historia, por supuesto, no «se hace a sí misma» ni «actúa»; sólo lo hacen los seres humanos interdependientes. No se trata de «un poder» que «opera de forma inconsciente» y «sin volición». Lo que hay simple y llanamente es un proceso social. Sin embargo, en el caso de Engels, esta percepción se pierde porque queda velada por una teoría económica y reduccionista y porque no vio con suficiente claridad que el equilibrio de parecidos y diferencias entre los procesos «naturales» y sociales era un tema que requería ser objeto de estudio. Aunque poco más que una aproximación, el concepto de Elias tiene el mérito de señalarnos una dirección donde buscar modelos más «congruentes con la realidad» y susceptibles de ser probados (es decir, orientados por la investigación). ¿Qué ocurre con los elementos específicos del siglo XIX de la síntesis de Elias? En el contexto actual debe bastar con mencionar dos: la modificación de Elias de la sociología del conocimiento de Mannheim (1953) y su adaptación del concepto de función. Como la acusación de «funcionalismo» es una de las críticas que con frecuencia suele achacarse a Elias (Horne yJary, 1987; Critcher, 1988), nos centraremos en este último aspecto de su síntesis. Para Elias, «función» es un concepto inherente y esencial en cualqir tema vinculado con las relaciones. Quizá la mejor forma de clarificar la evidente adaptación de este concepto sea mediante una cita. Según Elias: [Ah zgual que el concepto de poder, el concepto defunción debe entenderse como un

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concepto de relación. Sólo podemos hablar defunciones sociales cuando se refieran a las interdependencias que obligan a la gente en

mayor o menor medida... Es imposible comprender que laflinción A actúe por B sin tener en cuenta que laflínción B actúa por A. Este es el sentido cuando se dice que el concepto defunción es un concepto de relación. Para decirlo de la forma más sencilla, cuando una persona (o un grupo...) carece de algo que otra persona u otro grupo pueden retener, estos últimos actúan como una función de los primeros. Por tanto, los hombres tienen unafunción para con las mujeres, y las mujeres para con los hombres; los padres para con los hijos, y los hjos para con los padres. Los enemtos ejercen una función entre sí, ya que una vez que se vuelven interdependientes, tienen el poder para negar al contrario requisitos tan elementales como el de la preservación de la integridad socialyfisica y en ultimo término, la supervivencia... Entender el concepto de «función» en este sentido manflesta su relación con el pode r... Las personas o los grupos que tienen funciones entre sí ejercen una restricción entre sí. Su potencial para retener lo que quieren suele ser imparciah lo cual supone que el poder represor de un bando es mayor que el del otro. (Elias, 1978: 77-78) En manos de Elias, el concepto de función se vuelve inherentemente re‘ l y orientado hacia el poder, la represión, los conflictos, luchas y la CX L En su base hay un concepto de la interdependencia radical de múl s niveles. Es decir, según Elias, la interdependencia no sólo implica el intercambio de bienes y servicios, sino que es un aspecto de la vida humana de tíces mucho más profundas. Goudsblom lo expuso con claridad cuando escribió: Vivir juntos sobre la base de dependencias mutuas es una condición básica para todos los seres vivos. Desde el momento en que nace un niño, depende de otros que lo alimentan, protegen, dan cariño y le enseñan. Tal vez el niño no siempre admita las cortapisas impuestas por sus poderosas dependencias sociales, pero no tiene elección. Por sus propias querencias está ligado a otros seres humanos, a sus padres en primer lugar, y a través de éstos a muchos otros, que en su mayoría permanecen desconocidos al niño durante mucho tiempo, si no para siempre. Todo el aprendizaje del niño, el habla, el pensamiento, actos y sentimientos, se desarrolla en un ámbito de dependencias sociales. Como resultado profundo de sus personalidades, [las personas] establecen vínculos entre sí. Sólo son comprensibles a la luz de las distintas configuraciones a las que han pertenecido en el pasado y que proseguirán en elpresente. (Goudsblom, 1977: 7)

De hecho, la interdependencia precede al nacimiento y, como ha demostrado Goudsblom, es un elemento integrador de la construcción de la personalidad ylos hábitos individuales del «yo». Todos nosotros nacemos mediante la interdependencia sexual de los padres a través de unos lazos de interdependencia

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que crean alguna forma de familia. Nuestra familia es un eslabón de la cadena de interdependencia de una «unidad de supervivencia» como un estado- nación, y en el mundo moderno, un eslabón en la cadena de interdependencias cada vez con mayor repercusión global. Una parte crucial de la socialización de los individuos implica el aprendizaje de una lengua, y como las lenguas se producen colectivamente en el tiempo, de esta forma se expresa la interdependencia de la gente con las generaciones previas. En palabras de Elias, «no hay nadie que no forme o no haya formado parte de una red cons uida por gente» (1978: 131); fue para dar forma a la idea de la existencia de estas redes que acuñó el concepto de configuraciones. Es un término que, como dijo Elias, «puede aplica rse por igual tanto a grupos relativamentepequeños como a sociedades de miles de millones de miembros» (1978: 131). Dicho así, suena muy simple. Sin embargo, proporciona un medio para evitar un problema mayor que ha hecho estragos durante años en la sociología y la filosofía, lo que en términos filosóficos se llama el «dilema entre estructura y delegación», el problema de hallar una forma de conceptualizar las relaciones entre individuos y sociedades por medios que no sean cosificantes ni reduccionistas; es decir, que no postulen metafísicamente la existencia en las sociedades de estructuras supraindividuales que son «reales», ni van las sociedades simplemente como agregados de individuos independientes y distantes. En su crítica a la sociología figuracional del deporte, Horne y Jary (1987) citaron aprobándolo un razonamiento de Bauman según el cual hay una afinidad evidente entre «la idea de figuración y otras nociones caseras como atrón” o ‘rituación”» (Bauman, 1977: 117). Esto es en parte un tópico y en parte una concepción errónea. Se puede hablar de una (<figuración de seres humanos», pero no usar los términos «patrón» y «situación» de esta forma. Hay que referirse a un patrón «formado por» seres humanos o a una situación «en donde se encuentran ellos mismos». Dicho de otro modo, estos términos sociológicos más estandarizados separan las estructuras formadas por seres humanos de los seres humanos mismos. Al usar el término «patrón», por ejemplo, es comparativamee fácil cosifi— carlo, manifestar la idea de que uno está hablando de una «cosa» que existe por derecho propio, con independencia de los seres humanos. A su vez, el término «situación» es tan vago y abstracto como el término «educación» o «ambiente». Como el primero, no transmite ninguna connotación de estructura. No puede haber sido accidental que uno de los contextos donde fuera recomendado sea en la obra de Popper (1957), en su defensa estructural de una sociología basa— 30

.a en el «individualismo metodológico» y preocupada por el estudio de lo que l Uarnaba las «situaciones lógicas». Que se trata de un tema de relevancia no sólo académica sino también poa lo sugiere el que la ex primera ministra Margaret Thatcher dijera una vez que no hay tal sociedad, sino sólo individuos y familias. En tanto en cuanto atacaba el uso cosificado de «sociedad», estaba en lo cierto. Sin embargo, sólo tenía razón a

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medias, ya que un fallo obvio en su afirmación es que no hay «injividuos» en d sentido que ella quería, es decir, individuos completamente distanciados y aislados excepto en el sentido de pertenecer a una familia. Por el contrano, los seres humanos son interdependientes como especie. Sin los lazos de interdependencia no podrían nacer ni sobrevivir. Los individuos y las configuraciones se complementan. Son carne y uña del mismo fenómeno, lo que Elias (199 la) denominó «la sociedad de individuos». Por supuesto el concepto de configuraciones podría usarse de forma reduccionista o cosificante, si bien, tal y como lo emplea Elias, se refiere simultáneamente a los individuos vivos y a sus lazos de interdependencia. Ello implica tanto una referencia a acción como a estructura. Fue elegido por sus propiedades lingüísticas comparadas con otros términos menos adecuados como patrón, situación, sistema y estructura. Igualmente se forjó en el contexto de un programa de investigación dirigido a arrojar luz sobre la forma en que los agentes y estructuras se producen y transforman mutuamente. Abrams captó cuál era la contribución de Elias cuando escribió: Probablemente, el intento reciente más notable de aunar individuo y sociedad en un plan unificado de análisis sociológico sea el de Norbert Elias. En The Civilizing Process (El proceso civilizador), Elias nos proporciona una crítica del dualismo de los análisis sociales convencíonales mediante un estudio de casos minuciosamente documentado sobre la «historia de los modales», aporta una presentación profunda de una posición teórica alternativa. (Abrams, 1982: 230-1231) Elias describe la teoría del proceso de la civilización a la que se refería Ahrams como una teoría central. Elias consideraba que era una teoría comprobable hacia la cual podía orientarse la investigación sociológica, logrando de esta forma que el proceso de estudio tuviera un cierto grado de continuidad que hasta ahora ha sido poco habitual y que permitirá sentar las bases de un mayor Conocimiento. presente libro se orienta con este espíritu hacia la teoría del proceso de la civilización. Aunque ni Elias ni ningún otro sociólogo figuracional quisieran Sugerir que nada de lo hecho hasta el momento hubiera conseguido más que ajustarse a la fiabilidad de lo conocido por las ciencias naturales —a Elias siempre le dolía poner de manifiesto lo primitivos que eran los conocimientos de las ciencias sociales—, creo que no se exagera al manifestar la esperanza de que los distintos capítulos de Temas deportivos sean un granito de arena en respaldo de las teorías de Elias. Será el lector quien juzgue si las pruebas y razonamientos presentados en cada capítulo confirman los fundamentos básicos de la teoría del proceso de la civilización, y si ponen de manifiesto lo fructífero de esta teoría como objetivo y medio para realizar gran variedad de investigaciones sociológicas. En el capítulo 1 trataré de fundamentar lo aquí afirmado mediante el estudio de algunos de los problemas generados por las emociones en el deporte y el ocio.

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1 LAS EMOCIONES EN EL DEPORTE Y LAS ACTIVIDADES DE OCIO

El objeto de este capítulo son las emociones que despiertan el deporte y las actividades de ocio.’ Es un capítulo fundamentalmente conceptual y teórico donde se esboza la idea de que el enfoque figurativo, a pesar de la teoría del proceso de la civilización de Elias (Elias, 1994), y aunque no sea de ninguna de las maneras la panacea para todas las dificultades presentes de la sociología es un medio de evitar algunas de las trampas —por ejemplo, la de pensar en términos dicotómicos tajantes entre trabajo y tiempo libre— en que caen una y otra vez los especialistas de nuestro campo. Repasaré ciertos principios de la perspectiva figurativa en lo que concierne al deporte y las tividades de ocio tal y como los expusimos en la década de 1960, y evaluaremos cómo han soportado el paso del tiempo. Comenzaré con un ejemplo relacionado con el fútbol. Al describir el partido entre Portugal y Corea del Norte en las finales de los Mundiales de 1966, el reportero deportivo Brian Glanville escribió: El inicio del partido entre Portugal y Corea del Norte fre sensacional; un gol en elprimer minuto, seguido por un segundo y un tercero, todos ellos en el casillero de Corea del Norte. Su salida al campo fríe extraordinaria; Pak Seung fin, rdpido como unafiechay con un sorp rendente juego de ataque, marcó después de una internaela por la banda derecha. Portugal necesitó 20 minutos para encajar el golpe, pero no se recuperó, porque Li Dong-Woon marcó un segundo tanto, y el extremo izquierdo Yang Sung Kook, un tercero. El equípo portugués, campeón en Brasil, parecía ir a la deriva. Se necesitaba garra para revivirlo, y Eusebio se encargó de ello, corriendo, chutando, luchando con talento indomable y superando con sus largas piernas a los pequeños defensas coreanos. Al cabo de 28 minutos, Simoes le dio el pase para que marcara suprimer gol. A 3 minutos del descanso un coreano hizo caer a Torres como si era un árbol gigante herido. Eusebio marcó el pena/ti, fre a coger el balón y volvió a/galope al centro del campo, donde un coreano ultrajado lo interceptó e increpó. Eusebio rebatiría a/contrario con elmejorde los argumentos. A 15 mi33

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nutos delfinal, se lanzó a la carrera para zgualar el marcador y, después de otra de sus galopadas por la banda izquierda, donde sorteó las entradas con facilidad eléctrica, recibió un hachazo en el área de castigo y... volvió a marcar otro penalti.

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En un saque de esquina, Augusto metió el quinto y los coreanos, demasiado generosos e ingenuos para mantener la ventaja, fíe- ron eliminados. (Glanvile, 1980: 150) Glanville captó parte de la emoción generada por este partido. Elias y yo lo vimos juntos por televisión, como la mayoría de los encuentros de los Mundiales de 1966 que fueron televisados. Llebávamos estudiando el fútbol unos 7 años, pero fue la experiencia de los Mundiales de 1966 la que ayudó a cristalizar nuestra atención sobre la importancia de las emociones en las actividades de ocio. De hecho, Elias se alteró tanto cuando Alemania Occidental ganó a Rusia por 2 a 1 en las semifinales que llegó a afirmar que «los alemanes verán en este partido una venganza por su derrota en Stalingrado». En aquella época Elias estaba en la fase inicial de la reconciliación con su país de nacimiento, del cual se había visto forzado a huir en 1933. Elias se puso aun más nervioso durante la final entre Inglaterra y Alemania cuando, casi al término de los 90 minutos, Alemania igualó el encuentro; de hecho, estaba tan nervioso que no pudo ver la prórroga. En primera instancia le hubiera gustado que ganara Rusia y luego Inglaterra o, tal vez para ser más exactos, que perdiera Alemania. Lo más importante en lo que aquí respecta fue que nuestras reflexiones posteriores sobre el estado de agitación de Elias y mi alegría por la —a la postre— única Copa del Mundo ganada por Inglaterra, y el hecho de que, pese a que ninguno de los dos estuviera particularmente identificado con aquellas selecciones, nos pareciera muy emocionante el partido entre Portugal y Corea del Norte, nos suministraron uno de los primeros estímulos para emprender el estudio sobre la importancia social y psicológica de las emociones en el deporte y las actividades de ocio. Como sugeriré más tarde, en aquel estudio conjunto Elias y yo tendimos a dejar en segundo plano, aunque sin pasarlo por alto, la importancia de la identificación personal con los colores de un equipo en lo que se refiere a las emociones. Creo que hay tres posibles razones. La primera se relaciona con que no nos identificáramos con ninguna de las selecciones mennadas. La segunda se centra en la dolorosa experiencia de Elias con el nacionalismo y su ambivalencia en ese aspecto, sobre todo hacia Alemania. La tercera es que las identidades personales y colectivas son más importantes en el deporte que en ninguna otra actividad de ocio, y que estuviéramos tratando de fundar las bases de una teoría más general. Permítanme pasar al tema central. En su importante pero a mi entender un tanto defectuoso libro The Tourist

Gaze (La mirada del turista) (1990), Urry define el turismo de la siguiente l man El turismo es una actividad que se desarrolla en el tiempo libreypresupone lo contrario a esta actividaa a saber, un trabajo regulado y organizado. Es una manfl’stación de la organización del trabajo y el tiempo libre en esfr ras reglamentadas y separadas dentro de la práctica social de las sociedades «modernas». Hacer turismo es una de las características que define a la

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«modernidad» y está unido a las principales transformaciones generadas por el trabajo remunerado. Éste ha llegado a organizarse en lugares concretos y durante períodos ¿e tiempo regulares. (Urry 1990: 2-3) Sólo el hecho de reconocer que el turismo es importante y ha sido desatendido por los sociólogos convencionales ya representa un logro. También lo es el interés de Urry por la relación entre turismo y estatus social, pese a lo cual es problemática su distinción dicotómica entre turismo-tiempo libre y trabajo organizado. Como subrayó Moorhouse (1989), la reproducción de la dicotomía sobreentendida entre trabajo y tiempo libre ha sido durante algún tiempo uno o el principal defecto de los estudios británicos sobre la sociología del ocio desde la óptica del funcionalismo-empirismo, el marxismo y parte del feminismo. 2 Hay sólidos elementos en este sentido en el análisis de Urry. Tras sugerir que la «ortodoxia real de los estudios sobre el ocio constituye una confusión conceptual y teórica aunada a los pocos deseos de romper su aislamiento», Moorhouse argumenta que la subdisciplina debería, primero de todo, «abandonar ¡as categorías de “trabajo” y ‘iempo libre’>, y, en segundo lugar, «que el análisis social debe comenzar a prestar un interés serio a la diversión y el placer» (Moorhouse, 1989: 27-31). Esto recuerda lo que Elias y yo discutimos en la década de 1960. De hecho, puede decirse que, mientras la crítica de Moorhouse a la sociología convencional del tiempo libre se basaba en un conocimiento matizado del carácter diferencial del trabajo en las sociedades «industriales avanzadas», la crítica de Elias y mía implicaba un intento de resaltar el igualmente matizado y diferenciado carácter del ocio. Por tanto, si bien Moorhouse argumentaba que la sociología del ocio tenía que prestar mayor atención a «los ritmos y experiencias reales de la vida en tiendas y oficinas» (Moorhouse, 1989: 24), nuestro punto de vista fue que había que prestar más atención a la complejidad de los ritmos experimentados —y por otra parte empíricamente observables— de la vida en distintos contextos del ocio. También fue nuestra intención que se mostrara más interés por el placer y la diversión, ya que son aspectos cruciales de la vida humana, a pesar de que, sobre todo en las sociedades de tradición puritana

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y a la iuz de ios conceptos dominantes, no se vean como problemas de actitud para las ciencias sociales. A pesar de las formas manifiestas en que operan sobre el campo del ocio el Estado, la clase social, el género, lo racial y étnico y otras formas de opresión, también es discutible que un requisito primario para avanzar en la comprensión de su modus operandi sea el conocimiento básico de las formas en que se estructuran las distintas instituciones del ocio para procurar satisfacciones de distinto tipo. Es decir, para

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conocer completamente su empleo como vehículos de explotación, hay que saber lo que los vuelve agradables. Este fue el tema principal que Elias y yo abordamos en nuestros ensayos La búsqueda de la emoción en el ocio y Ocio en el espectro del tiempo libre. Cuando resuma los puntos de controversia, ofreceré mi propia visión sobre lo que escribimos y, a continuación, propondré algunas críticas. El punto de partida fue la sugerencia de que los sociólogos convencionales dejan en su mayor parte de lado el ocio y el deporte, porque pocos son los que se han independizado lo suficiente de los patrones de pensamiento dominantes y de las categorías y valores de las sociedades occidentales como para poder asumir la significación social del ocio y el deporte y, por tanto, de los problemas sociológicos que plantean. Más concretamente, el ocio y el deporte se han marginado como objetos de reflexión e investigación sociológicas —me refiero a su ausencia o bajo rango como temas tratados en los manuales y teorías convencionales—, ya que se valoran negativamente dentro de una serie de dicotomías que se superponen y perciben desde un punto de vista convencional, a saber: trabajo y ocio, cuerpo y mente, seriedad y diversión, fenómenos económicos y no económicos, lo racional y lo irracional, la vida real y la fantasía, y lo útil e inútil. Es decir, según los términos de la extendida tendencia occidental hacia el pensamiento reduccionista y dual del Homo clausus, el deporte se percibe como una esfera de la vida trivial, irracional y orientada al placer que concierne más al cuerpo que a la mente y que tiene poco o ningún valor y utilidad económica práctica, mientras que actividades del ocio como visitar museos, pinacotecas o asistir a conciertos de música clásica se ven como propios de la otra mitad del dualismo, es decir, la mente. Alternativamente, el deporte y el ocio se reducen a términos económicos y, por tanto, se devalúan como actividades con importancia y sentido propios. Como resultado, ya no se ven como problemas sociales de imrtancia comparable a los asociados con lo necesario y los negocios serios de la vida económica y política. Igualmente extendidas están estas tendencias del Horno causus, ya que, a pesar de que sociólogos como Urry y los mencionados por Moorhouse asuman la importancia creciente del ocio y el deporte en el mundo moderno, tienden a viciar el análisis reproduciendo el dualismo convencional, con lo cual

an el elemento ocio de la ecuación y pergeñan explicaciones mecanicislemasiado simples. 1é características debería tener una teoría sociológica no dual del deporfocio orientada hacia los Homines aperti? Se centraría en primer instancia actividades deportivas y de ocio per se, e intentaría sintentizar elementos logía, psicología, sociología e historia. Y tendría que ser una teoría que se ara igualmente en los procesos cognitivos y emocionales de la población, indo comprender sus actividades deportivas y de ocio dentro del contexto onfiguraciones» fluidas y cambiantes diacrónicamente, es decir, vínculos y ..sde interdependencia espacio-temporal que forman y en las cuales siempre empeñan parte crucial un lábil equilibrio de poder y

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una correspondiente ¿e tensiones (Elias, 1978: 128). que la gente y la sociología del deporte y el ocio tienden a usar tales térios de forma intercambiable, Elias y yo sugerimos en primer lugar que era tablecer una distinción entre «tiempo disponible», esa categoría general va —rechazamos el término «tiempo libre» por su matiz ideológico— y , lo cual, argüimos, debería tratarse de forma más específica. icho de otro modo, con la obvia excepción de la gente empleada en las inias del ocio y el deporte, propusimos que, si bien todas las actividades de > son actividades de tiempo disponible, no todo el tiempo disponible se desa al ocio. El tiempo disponible que no se dedica al ocio y el ocio en sí tienh a diferir en términos de interrelación entre dos dimensiones que son miguas más que dicotómicas: el continuo de la elección y el continuo de la Ina. Por tanto, algunas actividades no-laborales y en ese sentido «de tiempo onible», como correr voluntariamente con los colores de un club deportiamateur, hacer las tareas de la casa e ir a la compra para cubrir las necesida.i propias y de otros (en las sociedades patriarcales hasta ahora ha formado irte de la esfera en que se confinaban las mujeres e incluía el aprovisionaento de refrescos en los clubes deportivos amateurs) tienden a implicar un grado de obligatoriedad, son muy rutinarias y se realizan con un alto grae malestar emocional. Por el contrario, las actividades de ocio implican un ror grado de voluntariedad, amén de lo que llamamos, al menos en lo que cierne a las sociedades relativamente «civilizadas», el «controlado descontrol os elementos de control emocional». También sugerimos que el trabajo laboral podía englobar elementos relaOnados con el ocio, y que sería posible construir un «espectro laboral» que se iperpusiera y sincronizara con el «espectro de tiempo disponible» (Elias y hinrnng, 1986: 292-293), y que parecía haber tres elementos básicos de ocio: $Ociabilidad, la motilidad y el estímulo emocional/imaginativo. Por supues, en las actividades de ocio concretas, se fusionan dos o a veces hasta tres elefltos. A estos elementos parecen corresponderles dos clases principales de ac 36

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tividades de ocio: actividades sociables y actividades «lúdicas» o «miméticas». Una vez más, en las actividades particulares estas categorías pueden filsionarse, y existe así mismo una categoría miscelánea. No es un gran descubrimiento decir que la sociabilidad constituye un elemento básico de la mayoría de las actividades de ocio, aun cuando algunas estén muy individualizadas y privatizadas. Es decir, un elemento clave para lograr satisfacciones es el estímulo emocional y placentero que se obtiene en compañía de

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otros y sin ninguna obligación aparte de las que se asumen voluntariamente. Sin embargo, en algunas actividades de ocio como ir a fiestas, ir de bares o visitar a los amigos, la sociabilidad es el elemento primario. Nos referimos a las reuniones sociales de este tipo como «gemeinschaflen_ocio», porque brindan oportunidades para una mayor integración interpersonal en un nivel de abierta (y en intención) emocionalidad amistosa que difieren en gran medida de las formas de integración consideradas normales en el trabajo y en otros aspectos de la vida de las sociedades industriales contemporáneas. Ni que decir tiene que no estábamos usando el concepto de Gemeinschafi en el sentido tradicional de añoranza romántica de un pasado mítico perdido en el cual las comunidades vivían supuestamente sin conflictos. Lo que sugerimos fue que correr riesgos con las normas sociales —<jugar con las normas como sejuega con fr ego»— suele ser una característica central del «ociogemeinschaflen». Tal y como dejamos dicho: «aproximarse al límite de lo que socialm ente es permisible y, a veces, transgredirlo, es decir, quebrantar deforma limitadz los tabúes sociales en compañía de otros, proporciona un gusto especial a estas reuniones» (Elias y Dunning, 1986: 121 y siguientes). Las cosas que teníamos en mente eran objeto de juego en las fiestas y actividades tan primariamente masculinas como contar chistes verdes, cantar canciones obscenas y hacer ese tipo de apuestas con la bebida que en Gran Bretaña se han venido asociando tradicionalmente con los clubes de rugby. Por supuesto, al igual que con cualquier otro tipo de riesgo, reconocimos que en este tipo de contexto la gente a veces llega demasiado lejos y se inflingen serios daños sociales, psicológicos e in— cluso físicos. Por «motilidad» nos referimos al movimiento y a actividades de ocio como los bailes y una dimensión crucial de los deportes. Lo que teníamos en mente se parecía de alguna manera al concepto de Csikzentmihalyi (1975) sobre las «actividades de flujo», es decir, actividades en las que una de las fuentes principales e inmediatas de satisfacción es el placer obtenido con el movimiento per se. El aerobic es un ejemplo de ello. Empleamos el término «mimético» para recalcar la idea de que cierto número de actividades de ocio —que de otra forma parecen tener poco en comün— comparten varias características. Estábamos pensando en actividades que es normal agrupar en casilleros distintos del tipo como «deportes», «entreteni «cultura

y <(artes», y en los que aplicar la etiquetación de «cultas, de J medio o poco cultas» tiende a expresar la desgana por percibir sus carac terística comunes. Más en concreto —sugerimos—, las actividades en todas estas esferas despertaban emociones de un tipo específico y fisiológicamente relacionadas, pero experimentalmente alejadas, de las emociones que la gente siente en el so habitual de sus vidas normales y en situaciones críticas. En el contexto de las actividades y acontecimientos miméticos —el teatro y el cine, los conciertos, practicar un deporte o asistir a él como espectador— la gente experimenta y, por

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ejemplo en el arte dramático, exterioriza el miedo y la risa, la ansiedad y el júbilo, la simpatía y la antipatía, y muchas otras emociones que sienten en sus vidas fuera del ocio. Tales actividades se relacionan porque despiertan emociones, aunque en estos contextos miméticos todos los sentimientos y actos cargados emocional- mente se transponen. Especialmente si las comparamos con las emociones generadas en situaciones críticas, pierden su «mordíente». Para parafrasear el comentario de Milton sobre Aristóteles, se tiñen «con una suerte de alegría» (Elias y Dunning, 1986: 80). Incluso el miedo, el horror, el odio y otros sentimientos poco agradables pueden asociarse con el estado mimético del placer. Pensemos en las películas de asesinatos y terror. No a todo el mundo le gustan y puek den ser origen de pesadillas, sobre todo en los niños. No obstante, para muchas personas el ver películas de terror supone una actividad placentera. Las expe‘ riencias y el comportamiento de las personas en contextos miméticos como ¿stos parecen implicar la transposición específica de experiencias y conductas características de la así llamada línea «seria» de la vida, aunque este término se emplee para hablar de la guerra, la política y el trabajo o las prácticas habitua1 les durante lo que llamamos tiempo disponible. Por supuesto, las funciones «serias» y «miméticas» pueden entremezciarse, como es el caso de los conciertos benéficos; pero permítanme ceñirme a la tarea de darificación. Elias y yo empleamos el término «mimético» para expresar esta !», relación especial entre las tareas no miméticas de la vida y esta clase específica de actividades de ocio. No quisimos decir «imitativo» en sentido literal. Deportes como el rugby, el fútbol y el cricket, por ejemplo, aunque sean una especie de juegos bélicos, no son literalmente formas de combate militar. De forma parecida, las obras de teatro y las películas suelen aludir a espacios imaginarios o escenarios que ya no existen. Con el fin de captar complejidades como éstas empleamos el concepto de mimesis en sentido figurado acorde al uso de Aristóteles y Milton (Elias y Dunning, 1986: 77). No era nuestra intención identificar los acontecimientos miinéticos con imitaciones o reproducciones de la vida «real». Tal y como lo empleamos, el término se refería al hecho de que, en los contextos miméticos, las emociones adoptan un «color» distinto. En estos contextos, la gente experimenta y en algunos casos manifiesta poderosos sentimientos sin correr los riesgos normalmente asociados en las sociedades del mundo «desarrollado» con el despertar emocional De hecho, cierto tipo de emociones parecen hallarse en el centro de toda actividad mimética. Fuera de los contextos miméticos, las emociones públicas —término clave en este contexto— están en las sociedades industriales relativamente civilizadas, cercadas por controles sociales así como por controles interiorizados a nivel de la conciencia individual. En los contextos miméticos, por el contrario, la emoción placentera se exterioriza con la aprobación de la sociedad y sin ofender la conciencia individual siempre y cuando no se superen ciertos límites específicos. Se pueden experimentar

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de forma vicaria odio y deseos asesinos, la victoria sobre contrincantes y la humillación de enemigos. Se puede compartir el deseo de hacer el amor con hombres y mujeres deseables, experimentar la ansiedad de una posible derrota y el triunfo abierto de la victoria. Dicho de otro modo, uno puede —hasta cierto punto- tolerar emociones poderosas de gran variedad de tipos en sociedades que en otros aspectos imponen un alto grado de constancia en el control de las emociones en todas las esferas de la vida. También se debatió que las emociones que surgen de las actividades sociales y miméticas, en particular estas últimas, sufren la tensión entre opuestos como el miedo y el júbilo, y se aproximan según los casos a uno u otro extremo. Los conceptos tradicionales dificultan la comprensión de que, en las actividades de ocio, sentimientos en apariencia antagónicos como el miedo y el placer no se oponen como lógicamente podría parecer desde el punto de vista del Horno clausus, sino que constituyen partes inseparables de procesos de disfrute del ocio. En este sentido —sugerimos— sólo se pueden obtener satisfacciones limitadas de las actividades de ocio sin que ciertos atisbos de miedo alternen con esperanzas placenteras, breves ráfagas de ansiedad y ráfagas anticipadas de placer, y, en casos «ideales», por ejemplo en el contexto de los deportes cuando el equipo con el que uno se identifica gana, exaltándose con esas manifestaciones de clímax catártico en donde se resuelven temporalmente todos los miedos y ansiedades, dejando a la gente durante un corto espacio de tiempo un regusto de satisfacción. También sugerimos que las emociones desempeñan un papel central en los deportes y el ocio, porque cumplen una función de desrutinización. Como la rutina encarna un alto grado de seguridad, esbozamos la hipótesis de que, sin gente que se exponga con cierto grado de inseguridad a un riesgo más o menos lúdico, es imposible aliviar el anquilosamiento de la rutina. Sin nbargo, las actividades de ocio también pueden perder su función desrutinizante. Se pueden volver rutinarias con sucesivas repeticiones o mediante un control estricto que haga que pierdan su capacidad de generar emociones. Es decir, pueden perder

su función de aportar cierto grado de inseguridad, de satisfacer las expectativas ‘ ver algo inesperado, así como el riesgo, la tensión y la ansiedad que las acomjj n. Estas ráfagas más cortas o más largas, más o menos intensas de sensaiones lúdicas y antagónicas parecen ser el origen de la renovación emocional e proporcionan deportes y ocio. La teoría preliminar sobre el deporte y el ocio que desarrollamos Elias y yo : — a con la teoría del proceso de la civilización (Elias, 1994). Dentro de un análisis por lo general constructivo de nuestra obra, Chris Rojek sugiere que no llegamos a tener suficientemente en cuenta los argumentos que esgrime Freud en El malestar en la cultura. Escribe Rojek que existe «un peligro de ser excesivamente complacientes». Freud estableció que la civilización se «fundaba en la represión de la gratificación instintiva» y arguyó que el psicoanálisis mostraba lo «que nosotros llamamos civilización es en gran medida responsable de nuesira

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desgracia» (Freud, 1939: 23). La posibilidad, prosigue Rojek, de que los procesos de civilización tal vez incrementen «la suma de desdichas humanas genenzn,k descontento y enfermedades mentales... no es una proposición que el estudio ¿e Elias descarte necesariamente, pero al menos puede decirse que está muy poco desarrollado» (Rojek, 1995: 54). Esto pasa por alto dos puntos cruciales. Primero, que, en el devenir de los procesos no planificados de la civilización europea en curso desde el siglo XIX, la gente se ha visto más o menos constreñida a abandonar los placeres de expresión emocional desenfrenada en aras de satisfacciones a largo plazo y con frecuencia de caracter subhmatorio Dicho de otro modo este proceso ha dependido del equilibrio entre pérdidas y ganancias. Segundo, que los procesos de la civilización europea han sido inherentemente democratizantes en el sentido de implicar —aunque no de forma lineal ni sencilla— un aumento de los controles mediante un poder inmenso sobre toda la población: gobernantes en relación con los gobernados, empleadores en relación con sus empleados, hombres en relación con mujeres, adultos en relación con los niños. La cuestión, en el caso del estudio sociológico de los procesos de la civilización, consiste en aumentar el conocimiento sobre ellos para que en el futuro podamos ejercer un mayor control consciente, con lo cual se aminorará su carácter «ciego» y aumentará «la suma de la felicidad humana». Ningún sociólogo figurativo se plantearía negar que nuestro trabajo está «muy poco desarrollado». De la misma forma que en una ocasión Elias describió la obra de Marx como «la manifestación de un inicio» (Elias, 1994: XXXII), también habría aceptado esta descripción de su obra, con la posible condición de que en su caso está en algunos aspectos más avanzada, porque, con posterioridad, consiguió integrar en sus conclusiones sintéticas no sólo la obra de Marx, sino también la de autores como Weber, Simmel, Mannheim y Freud. Sobre todo, Rojek confunde el popular concepto de «civilización» con el concepto técnico y mis imparcial de «proceso de la civilización» cuando acusa a Elias de «excesiva complacencia». La teoría del proceso de la civilización debe juzgarse con criterios comprobables como en los que se le relaciona con procesos tales como la formación de Estados y el aumento de las cadenas de interdependencia, y del equilibrio entre las tendencias civilizadora y descivilizadora en el desarrollo de los deportes. Alternativamente, debería juzgarse si el diagnóstico de Elias sobre los procesos de civilización y formación de Estados relativamente continuos hasta tiempos recientes en Francia e Inglaterra, comparado con el desarrollo relativamente discontinuo y, por tanto, más «desciviljzador» y «barbarizante» de Alemania (Elias, 1996), se sostiene con pruebas y razonamientos. No deberían emplearse criterios morales como el alegado de excesiva complacencia ni los que tratan de construirse sobre su obra. Elias estaba todo menos complacido de la civilización moderna. Se tomaba muy en serio amenazas como la aniquilación nuclear ylos desastres ecológicos, sugiriendo que la gente en el futuro tal vez llegue a ver nuestra época como parte de una

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prolongación de la Edad Media (Elias, 1994: 307-308) y a nosotros como «bárbaros tardíos» (Elias 1991 b: 146-147). Más en concreto, Rojek aparentemente no se da cuenta de que, si bien no podemos negar las formas en que los «procesos de civilización» han incrementado hasta el momento «la suma de desdicha humana generando descontento y enfermedades mentales», la obra de Elias y mía sobre el deporte y el ocio se concibió como la contradicción empíricamente sostenible del pesimismo esencial de Freud. Lo que tratamos de demostrar es que, aunque los procesos inintencionados a largo plazo fueran centrales respecto a su desarrollo, es posible que los humanos creen instituciones que sean genuinos focos de placer recurrente a corto plazo para muchas personas y que, aunque parezcan un despilfarro a la luz de los valores hegemónicos de hoy —la preferencia por el trabajo en detrimento del ocio—, de hecho ahorran más medios y vidas humanas que, por ejemplo, las elevadas tasas de paro, la alienación y el anonimato que suelen derivarse de la búsqueda de tales valores. Nuestro estudio sobre el deporte y el ocio no trató de ser una especie de teoría fijada y definitiva, sino más bien una contribución que creímos que aportaba formas con que sortear las dificultades recurrentes en este campo. Mis en concreto, nuestra hipótesis fue que, en la mayoría de las sociedades civilizadas del mundo contemporáneo, la rutinización de la vida social ha llegado a ser estéril y que, por ejemplo, madres solteras trabajadoras, así como muchas personas de edad avanzada cuya jubilación comporta cierto grado de distanciamiento social, padecían «inedia de ocio». También trabajamos co1a hipótesis de que, como parte de ese mismo desarrollo general y equilibrado de civilización, se había producido un desarrollo complementario en el campo del ocio y los

deportes: el desarrollo de actividades e instituciones emocionalmente estimulantes. Sin embargo, es importante asumir que se han visto sometidos a las mismas coacciones civilizadoras que otras esferas de la vida moderna. Por eso hablamos del «descontrol controlado de los controles emocionales» (Elias, 1986b: 44 y 49). Dicho de otro modo, en el curso normal de los acontecimientos en las sociedades más «civilizadas» de hoy, las actividades miméticas pueden actuar, en el caso las personas con suerte para disponer de estas oportunidades, de contrapunto a la rutinización y esterilidad emocional de la vida diaria al aportar emociones controladas y limitadas. Pensemos si no en las normas según las cuales se controla el comportamiento del público en teatros y conciertos respecto a las del siglo XVIII. O pensemos en la violencia y dureza de los antecedentes del fútbol y rugby modernos comparadas con la actualidad. Una prueba de ello es una reportaje periodístico escrito en 1898 y con el cual dio Patrick Murphy en la fase inicial de nuestra investigación sobre el gamberrismo en el fútbol. La noticia en cuestión dice así: Herbert Carter murió la semana pasada en Carlisle por las heridas sufridas mientras jugaba alfootball cuando recibió por accidente una patada en el abdomen. Otros dos jugado res murieron también el sá hado por l.as heridas recibidas en el

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transcurso del juego, a saber, El/am de Sheffieldy Parks de Woodsley. Ambos, junto con el caso de Partington, que murió el pasado miércoles, suman un total cuatro muertes la semana pasaoa. (Leicester Daily Mercury, 15 de noviembre de 1898) Podría ser coincidencia que en 1898 se produjeran cuatro muertes en una sola semana; sin embargo, nuestra idea es que el grado de civilización en el ocio y el deporte varía de acuerdo con el nivel de civilización de las sociedades. Es decir, el objetivo del ocio yel deporte es cumplir una función desrutinizante en todas las sociedades por medio del descontrol de los controles emocionales, si bien este descontrol se torna más controlado en las sociedades que se vuelven mis civilizadas y rutinarias.4 De hecho, hay que hallar un equilibrio entre las reglas y las normas que suscitan un comportamiento descontrolador y las que conciernen a los controles emocionales. Si los controles se vuelven demasiado rígidos, tal vez las pruebas deportivas y el ocio se tornen demasiado rutinarios y aburridos. Si devienen demasiado laxos, tal vez el comportamiento trascienda los límites de lo que se considera civilizado. Tal y como Elias expresó haciendo referencia al fútbol: «Al igual que otras variedades de ocio-deporte... elfitbol se mantiene en un equilibrio precario entre dospelzros mortales: el aburrimiento y la violencia» (Elias, 1 986b:

Cuando un deporte o actividad de ocio se vuelve demasiado violento o se percibe que así lo es, el Estado y otros grupos de poder están obligados a intervenir. Cuando se percibe que el deporte es cada vez más aburrido, la intervención corresponde a las autoridades responsables de esa actividad en cuestión y/o, en el caso de los deportes y actividades de ocio que se comercializan/profesionalizan, a los que reclaman sus derechos de posesión. No tratamos de afirmar que todas las actividades de ocio, incluso en las sociedades más civilizadas, triunfen siempre en el aseguramiento de la desrutinización. Al contrario, algunas fracasan, mientras que en otros casos el grado de emoción del público se eleva hasta el punto de contravenir los cánones aceptados de comportamiento civilizado. Taly como lo expresamos, de nuevo con un ejemplo sobre el futbol, un partido defr’tbol constituye una suerte de dinámica de grupo con una tensión creciente. Si esa tensión, si el «tono» del partido se vuelve excesivamente lento, su valor como actividad de ocio declina. El partido será soso y aburrido. Si la tensión se torna excesiva, tal vez suministre muchas emociones a los espectadores, pero también entrañe graves peligros para jugadores y espectadores por :ual. Se pasa de la esfera mímética a la no mimética de una crisis grave... [Em este contexto hay que desechar el matiz negativo del concepto convencional de tensión y... sustituirlo por otro que permita una tensión óptima normal que, en el curso de la dinámica figuracional, se torne demasiado alta o demasiado baja. (Elias y Dunning, 1986: 89)

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Por tanto, es necesario cierto grado de incertidumbre en la estructura de las actividades de ocio brindado por reglas escritas y convenciones informales que permitan cumplir la función desrutinizante; es decir, que permitan generar con recurrencia un nivel de tensión y, por consiguiente, ese estado emocional que no sea demasiado alto ni demasiado bajo. Sin embargo, quizás especialmente en las sociedades competitivas y muy individualizadas del mundo industrializado de hoy, la gente adopta constantemente ciertos riesgos con esas reglas y convenciones, tratando de dilatarlas para lograr cierta ventaja competitiva: en el mundo del deporte para ganar un campeonato o partido, en las artes para fundar una nueva «escuela». La dinámina de las actividades de ocio siempre comprende, por tanto, correr riesgos y luchar por controlarlos, además de la tendencia a que tales actividades oscilen entre niveles de tensión-emoción que no son demasiado altos ni demasiado bajos, y los esfuerzos consiguientes por restablecerl «tono» en un nivel óptimo. También sostuvimos que:

LAS EMOCIONES EN EL DEPORTE Y LAS ACTIVIDADES DE OCIO este concepto más dinámico de la tensión se aplica no sólo a [las acti vida- des de ocio] en sí, sino también a los participantes. También los seres mdi- viduales pueden vivir con una tensión sostenida que es superior... o inferior a lo normal, puesto que sólo pierden dicha tensión cuando mueren. En las sociedades como la nuestra, que requieren una discíplina emocional comp leta y circunspección la consecución de sensaciones placenteras fuertesy abiertamente expresadas está muy acotado. Para muchas personas no sólo su vida laboral es siempre la misma, sino también la privada. Para muchas nunca sucede nada nuevo ni emocionante, y su tensión, tono y vitalidad se ven mermados. Deforma simple o compleja, en un grado alto o bajo, las actividades proporcionan durante un lapso corto de tiempo, senjmientosplacenterosypot 05o5 que a menudo faltan en la rutina diaria. Suflinción no es, como se cree con frecuencia, una liberación de tensiones, sino el restablecimiento de la media de la tensión como ingrediente esencial de la salud mentaL El carácter esencial de su efecto catártico es el restablecimiento del «tono» mental normal mediante la experimentación temporal y transitoria de emociones placenteras. (Elias y Dunning, 1986: 89) Por tanto, y con el permiso de Rojek y de Freud, contenidos específicos y no sólo inquietudes parecen haber participado en los procesos de la civilización en Occidente. Sin embargo, se nos ha criticado por basarnos en el concepto aristotélico de la catarsis. Allen Guttmann, por ejemplo, ha escrito que abriga dudas sobre el empleo del concepto de catarsis en su relación con el deporte. Después de todo, incluso el juego de pelota más «dramático» es muy distinto de la experiencia que Aristóteles analiza en su Poética. Los psicólogos sociales han consagrado muchos esfuerzos a probar la teoría de la catarsis [y todo] parece indicar que los espectáculos deportivos aumentan más que reducen la propensión a cometer actos violentos...

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También hay datos empíricos que plantean preguntas sobre la teoría de quela búsqueda de emociones en el deporte sea una huida de la rutinización de la vida moderna. Si éste es el caso... entonces ¿cómo explicar.., que sean los miembros mejor situados y no los peor sjtuados en la sociedad los que tengan más probabilidades depracticary ver deportes? Dicho de otro modo, aquellos cuyas vidas son menos rutinarias —es decir, con profesiones liberales— son los que probablemente más busquen la emoción de los deportes en contraste con las personas cuya vida es más rutinaria: obreros y oficinistas. Quizá la respuesta esté en el tipo de deporte que más gusta a catia grupo social. (Guttmann, 1992: 157)

Estas críticas merecen una respuesta. Lo primero que hay que destacar es que Guttmann no repara en que nuestra hipótesis de que los deportes ylas «artes» tienen propiedades comunes como formas de ocio no presupone que sean idénticos. Cada deporte, arte o forma de ocio genera niveles distintos de tensión y de manera distinta. Pero, a pesar de las diferencias, comparten estructuras encaminadas a ejercer la función mimética de despertar emociones. Es este equilibrio de similitudes y diferencias lo que tiene que estudiarse empíricamente. Sin embargo, hasta la fecha las investigaciones de la sociología del deporte y el ocio han tendido a dar por garantizadas las propiedades estructurales del deporte y las formas de ocio, no llegando a examinar los pequeños detalles de su estructura y funcionamiento. Con permiso de Guttmann, Elias y yo también tuvimos presentes las investigaciones sobre la catarsis en el deporte, así como el hecho de que los deportes parecen tender a aumentar más que a reducir la propensión a la violencia. Sin embargo, tales investigaciones se basaron en un concepto de catarsis diferente del de Aristóteles y el nuestro. Más en concreto, se basaron en una hipótesis muy simple y general sobre la frustración-agresión tratando de probar —a menudo en condiciones artificiales de laboratorio— la idea de que los deportes, sobre todo los de contacto y lucha, representan un contexto donde la gente puede descargar vicariamente la agresividad generada por la frustración de la vida diaria. Por el contrario, nuestra hipótesis mantiene que a los deportes concierne más la creación que el alivio o descarga de las tensiones. Además, como sociólogos figuracíonales nos centramos en los deportes como actividades que sólo pueden entenderse en relación con su contexto tota con ios distintos significados que suele darles cada grupo o individuo, y con los distintos intereses, valores y fuentes de poder generados estructuralmente de esas personas. También recalcamos hechos como que las sociedades modernas sigan siendo predominantemente patriarcales, que el deporte moderno surgiera como un medio de preservar la virilidad y que muchos deportes sigan actuando como vehículos para la expresión y reproducción de la agresividad masculina (Dunning y Sheard, 1973; Dunning, 1986; Dunning y Maguire, 1996). También tratamos de manifestar la forma en que, en contextos como el hooliganismo en el futbol, la agresividad y la violencia pueden experimentarse como algo placentero y excitante (Dunning y cols.,

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1988) y cómo los deportes modernos pueden integrarse en una serie compleja de nexos políticos y sociales que cada vez son más globales en su alcance (Dunning y Sheard, 1979; Maguire, 1990, 1991, 1993a, 1993c, 1994a, 1994b, 1996). Guttmann también parece haber comprendido nuestro concepto de la rutinización en el sentido popular que lo identifica con la ejecución dreas sencillas y repetitivas que suelen considerarse aburridas. Sin embargo, aunque así sea, nuestra definición es más sociológica. Nosotros definimos «rutina» como 46

canales recurrentes de acción impuesta por la interdependencia con otros, los cuales se imponen a los individuos con un grado bastante alto de regularidad, firmeza y control emocional de la conducta, y pueden bloquear otros canales de acción aunque se adecúen mejor al estado emocional, a los sentimientos y necesidades afectivas del momento. (Elias y Dunning, 1986: 98) Dicho de otro modo, nuestra definición recalca el carácter apremiante de trabajos rutinarios, el hecho de que están dirigidos y controlados por otros nís que por uno mismo, y de que no sólo implican regularidad sino también presión social en lo que respecta al control emocional. Tal definición parece completamente compatible con la observación de Guttmann —la cual, creo yo, Se aviene mejor con América del Norte y tal vez otras sociedades de Europa occidental que con Gran Bretaña, y que probablemente no tenga lo bastante en dienta ni a los espectadores ni a las transmisiones por televisión— de que el deporte se vincula más con la clase media que con la clase trabajadora. Es decir, Centras que los operarios manuales y no manuales aunque sometidos a una ma tal vez tengan trabajos muy rutinarios en el sentido de que realizan tarey repetitivas, las personas que trabajan en profesiones liberales y empresariales tienden a sufrir mayor presión social y psicológica para ejercer un autocontrol matizado y diferenciado en las fases públicas de su trabajo. Guttmann pisa un terreno más seguro cuando nos critica por descuidar «el importantísimo papel desempeñado por el proceso psícológico de la ident/icación, que convierte a los deportistas en representaciones simbólicas de los grupos sociales» (Guttmann, 1992: 158). Esto es cierto en lo que atañe a nuestra obra colectiva, pero es menos cierto respecto al trabajo que realicé con mis colegas de Leicester, donde sugerimos que, en lo que concierne a los espectadores deportivos, la identificación con un equipo o deportista individual es un requisito para activar totalmente las pasiones de cada uno (Murphy y cois., 1930: 3 y siguientes, ver también el prólogo a este volumen). Como ya he sacado a colación, Maguire (1992) se refiere lógicamente a una «búsqueda del significado apasionante» en este sentido. Lo que quiere decir es que, en el deporte, la búsqueda de identidad, identificación, sentido y prestigio están entretejidas en una trama compleja junto con la búsqueda de emociones. En un

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ensayo de juventud recurrí a la identificación con un equipo para sembrar dudas sobre el concepto convencional de catarsis, destacando que los aficionados apasionados son susceptibles de frustrarse si el equipo al que apoyan pierde, frustración que pueden proyectar de forma agresiva sobre otros me- chante violencia verbal y/o física (Dunning, 1972). Otra crítica puede hacerse a un aspecto de lo que Elias escribió con independencia del ocio. En su prólogo a Quest ofExcitement hizo ciertas alusiones a las «tensiones nerviosas» que la gente es susceptible de sentir por estar social- mente obligada a esforzarse por mantener el control sobre sus instintos y afectos. Según Elias, tales tensiones tienden a difundirse por las sociedades «donde están muy extendidas normas altamente civilizadoras que se mantienen con un control interno muy eficaz sobre la violencia fisica», y prosigue: La mayoría de las sociedades humanas... desarrollan... contramedídaspara las tensiones emocionales que ellas mismas generan. En el caso de sociedades con un nivel relativamente maduro de civilización, es decir, con obligaciones relativamente estables, un/rmes y mesuradas, y con poderosas exigencias sublimatorías, es posible observar una considerable variedad de actividades ¿e ocio con esa función, ¿e las cuales el deporte es una. Afin de ejercer esa función de liberar las tensiones emocionales, estas actividades deben adecuarse a la sensibilidad relativa a la violencia fisica que es característica de los hábitos sociales en las fases últimas de un proceso civilizado (Elias, 1986b: 41-42) Elias estaba tratando aquí algunos de los «problemas de la civilización» sin resolver, lo que sacó a colación casi al final de The CivílizingProcess. Fueron el tipo de temas que abordó Freud en El malestar en la cultura (1939) y que Mar- cuse examinó desde la óptica marxista en Eros y civilización (1955) mediante conceptos como «represión sobrante». El enfoque de Elias fue más abierto que el de estos filósofos, y nunca pretendió que tuviéramos suficientes conocimientos en la actualidad como para resolver estas cuestiones. Son problemas serios para los cuales se requieren con urgencia soluciones prácticas, y que sólo se podrán resolver con la ayuda de investigaciones guiadas por teorías. Para lo que aquí se pretende, parece más pertinente reparar en que, al introducir el tema de las tensiones emocionales en nuestra teoría del ocio, Elias se estaba alejando de la teoría tal y como se concibió originalmente. Estaba orientada, no hacia la relación entre ocio y tensiones emocionales, sino hacia la necesidad de provocar tensiones controladas y sentidas como placenteras en sociedades muy rutinarias y por tanto desapasionadas. Las tensiones emocionales son un tema distinto y, al menos en sus formas más serias —una es no tratar aquí una dicotomía sencilla sino un continuo complejo—, es posible que se traten mejor con actividades relajantes como bordar, cuidar el jardín y escuchar música relajante, y no mediante actividades muy competitivas, excitantes y físicamente tan combativas como los deportes. En lo que en muchos aspectos es un debate equilibrado sobre las contribuciones figurativas al estudio del deporte y el ocio, Chs Rojek sugiere que

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bajo presión los sociólogos figuracionales insisten en que su trabajo es más «objetivamente adecuado» que las teorías rivales. Por el término «objetivamente adecuado» se entiende que las proposiciones de la sociología figuracional se corresponden más con los hechos observables del deporte y el ocio que las teorías rivales en este campo. Pocas palabras en ¡it lengua inglesa tienen ahora el mismo peso que «objetividad». Al insistir en la superior «adecuación al objeto» los sociólogos figu racionales dan a entender que las formas de sociología que se preocupan por las impresiones y experiencias son menos valiosas... Lo que hay que resaltar aquí es que, al afirmar que son objetivamente adecuados, los sociólogos figuracionales no consiguen ser suficientemente reflexivos sobre sus propios métodos. (Rojek, 1995: 54-55) Los sociólogos figuracionales no hacen tales afirmaciones. Ni tampoco térniros como «objetividad» ni «objetivamente adecuado» aparecen en nuestro ,cabulario. Concebimos la adquisición de conocimientos como un proceso nffictivo y se evita lo que podría llamarse el «apresurado arreglo» político/ide- lógico o filosófico. Subrayamos la necesidad de realizar una investigación guia por una teoría, y de alejarse de lo que parece haberse convertido en una tencia general en la sociología de los iíltimos años a vivir parasitariameflte del bajo de otros, sobre todo del de los últimos filósofos que han llegado a con- e «tendenciosos», aunque evitando una investigación primaria. Nuestra intención es desarrollar mediante una investigación representaciO es más «adecuadas al objeto» o «congruentes con la realidad», es decir, reprentaciones que sean más <(adecuadas» a los «objetos» empíricamente observa.ies o más «congruentes» con cierto aspecto o aspectos de la «realidad» que es caso de los conceptos existentes. Procedemos a esta tarea buscando que nuestra investigación sea tan «imparcial» como sea posible. Sin embargo, aunque nuestro objetivo en esta conexión sea, por medio de un «desvío a través de la imparcia1idad» (Elias, 1987), comprobar momentáneamente nuestros sentimientos para añadirlos a la suma de conocimientos «congruentes con la realidad», no afirmamos ni insistimos en que hayamos generado tal conocimiento. Más i llevamos nuestro trabajo a la palestra sociológica con la esperanza de que s lo sometan a debate, luchen por entenderlo y por encima de todo, lo )rueben con nuevas investigaciones. Conclusión En este capítulo he sugerido que el enfoque sociológico/figuraci01 de los procesos para el estudio del deporte y el ocio presenta ciertas ventajas respecto a enfoques más «convencionales» que, sea cual sea la contribución que hagan en otros aspectos, tienden a viciarse con un compromiso irreflexivo con lo que Elias llamó suposiciones del Horno clausus. Entre estas ventajas se incluye que un enfoque sociológico/figuracional de los procesos: (1) presta la debida atención a la parte central desempeñada por las emociones en el ocio; (2) trata de desarrollar conceptos, hipótesis y teorías mediante el fecundo cruce de búsquedas empíricas, un proceso en

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que son igualmente necesarios lo empírico y lo teórico, y donde ninguno debe estar en superioridad; (3) trata de evitar las simplificaciones y distorsiones del complejo y diverso mundo del deporte y el ocio que podrían derivarse de un compromiso irreflexivo con dicotomías convencionales como trabajo y ocio, cuerpo y alma, etc., y (4) se compromete a intentar aumentar los conocimientos y maximizar el grado de objetividad de los estudios sociológicos con las presiones a corto plazo, la ansiedad y las preocupaciones. Probablemente valga la pena repetir que, aunque sea nuestro objetivo, no presumimos de haberlo logrado. Es un tema en el que otros tienen que juzgar. También he sugerido que una teoría básica que se centre en el comportamiento y en las instituciones del deporte y el ocio como hechos sociales por derecho propio, y que trace sus conexiones sin reducirlas a otras áreas de la vida social, puede ayudar a arrojar luz sobre las múltiples formas en las que, por ejemplo, las agencias de la industria y el Estado, junto con las desigualdades de clase, sexo, razaletnia, dejan su impronta en la figuración del ocio. Esta teoría debe ser un sine qua non al respecto, por ejemplo, ayudando a explicar cómo y por qué la gente que ni mucho menos están «cegadas por su cultura» desempeñan un papel en la perpetuación de las instituciones (p. ej., el fútbol americano, el fútbol profesional o la industria de la música pop) a través de las cuales se ven explotados en cuanto permiten que otros obtengan beneficios o un «valor añadido» gracias a sus poderosos compromisos. En otras palabras, el método sociológico/figuracional de los procesos se fija en el papel desempeñado por los intentos de explotación, manipulación y control —los cuales, por supuesto, a veces logran más o menos éxito y con frecuencia tienen consecuencias inesperadas— en el deporte y el ocio como en cualquier otro campo social. Es decir, el método figuracional considera como axiomático —tal y como lo expresó Elias— que el poder es «una característica estructural... de todas las relaciones humanas» (Elias, 1978: 74). Sólo quisiera añadir que es menos probable que los avances en el conocimiento lleguen mediante una teorización apriori, como, por ejemplo, los efectos de la publicidad sobre las preferencias de ocio, que mediante una investigación guiada por una teoría. Es decir, es menos probable que el avance en el conocimiento proceda de la lectura y debate mecánics de las conclusiones derivadas de, por ejemplo, Marx, Gramsci, Foucault, Waudrillard, Raymond Wi

Bourdieu y —por qué no— de Elias, que de la comprobación de hipótesis vaclas de dichos autores. También es más probable que los avances lleguen si tenemos éxito romindo el equilibrio en este campo al menos de dos formas: primero, entre el “ate y la investigación (orientada con teorías) a favor de esta última, y seedo, dando prioridad a los debates sobre la investigación y las teorías socio- ¡cas que se centren sistemáticamente en el mundo social empíricamente obble en oposición a los debates arcanos sobre cómo interpretar las últimas editaciones de filósofos no orientados a la investigación y cuyo trabajo pareestar, por el momento, de moda

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(Mouzelis, 1991). Al decir esto, no quiero en su totalidad el valor de lo que escriben los sociólogos influidos por la sofia, sino más bien sugerir que las ideas filosóficas suelen necesitar que las boren y, por encima de todo, las purguen de elementos del Horno clausus ges de ser útiles sin ambigüedades en un contexto de investigaciones guiadas r teorías y teorías orientadas por investigaciones. También ha ocupado un papel central en mis razonamientos la afirmación t que la teoría de Elias sobre los procesos civilizadores puede actuar como lo el propio Elias ha denominado una teoría central, es decir, que se emplea io una teoría que guía, coordina, sintetiza y conjetura sobre la sociología del rte y el ocio. Me doy cuenta de que, sobre todo en el mundo multiparaico y conflictivo de la sociología actual, esto es susceptible de recibir la ca de que estoy privilegiando a Elias. Es una crítica que estoy dispuesto a ceptar, dado que poco a poco crece mi reconocimiento de que Elias fue uno Le los sociólogos más importantes del siglo XX por la orientación hacia la reaLad de su obra. Tuve la suerte de trabajar con él, pero no es ése el punto del que quiero haar, sino del provechoso potencial de la teoría del proceso de la civilización pa- a el estudio del deporte y el ocio. Sin embargo una condición previa para proarlo es que no debería rechazarse sobre la base, por ejemplo, del Holocausto y aros ejemplos de la barbarie del siglo XX. Elias nació siendo alemán y judío, ‘6 de Alemania en 1933 y su madre murió en Auschwitz. Su relación con el entró, pues, en un terreno profundamente personal a la hora de der la teoría del proceso de la civilización. En el capítulo 2, exploraremos el valor explicativo de la teoría del proceso e la civilización en lo que se refiere al desarrollo del deporte moderno, cenásidonos en esa conexión concreta entre deporte y violencia con una perspecva a largo plazo.

EL FENÓMENO DEPORTIVO

los espectadores en los grandes acontecimientos deportivos son uno de los elementos negativos que acompañan a/deporte moderno» (Hal-in y cols., 1988: 7). El periodista norteamericano Peter S. Greenberg llegó aún más lejos y afirmó en los años setenta que «la violencia ociosa de lo masas nunca ha sido tan boyante en los estadios deportivos de América» (en Yiannakjs y cols., 1979: 217-221). Probablemente la afirmación más extrema en este sentido sea la del periodista australiano Don Atyeo, quien por las mismas fechas detectó paralelismos entre los deportes modernos y sus homólogos de la antigua Roma, sugiriendo que se estaba

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dando una tendencia autodestructiva hacia una mayor violencia a nivel mundial en el deporte moderno, sobre todo debido a los espectadores ávidos de sensaciones. Atyeo expresó su visión apocalíptica como sigue: E/futuro del deporte violento parece estar asegurado. Los partidos serán más duros y sangrientos para satisfacer el creciente apetito de una audiencia que cada vez estará más hastiada y saciada con la violencia, y que será más violenta hasta que, tal vez; algo suceda que acabe con todo. Por ahora no parece que vaya a haber ordas bárbaras que llamen a la puerta y destruyan el Coliseo. Esta vez la violencia estará en e/propio deporte y se desarrollará dentro de las paredes de/mismo Coliseo. (Atyeo, 1979: 377) No hay duda de que es una visión extrema, si bien los diagnósticos sociológicos más sobrios y basados en la investigación concuerdan con la visión de que está aumentando la violencia en el deporte. Por ejemplo, en una revisión general y penetrante de las obras publicadas sobre el tema, Kevin Young sugirió que Se considera que la violencia en el deporte ha llegado a ser un problema social crítico en muchos países. Los fans deportivos europeos, en especial los defutboh se han ganado una triste cele bridad por su violencía dentro yfuera de los estadios. Se han producido altercados violentos con cierta j5.ecuen- cia en Australia, América Centrab América del Sury en Norteamérica. (Young, 1991: 539) ¿Qué luz puede arrojar la teoría y las investigaciones figuracionales sobre este campo complejo y conflictivo? Para responder a esta pregunta, haré una aproximación a la teoría del proceso de la civilización (Elias, 1994) empezando con el estudio de dos temas generales. El primero está relacionado con que, al menos en un sentido, la creencia de que el siglo XX ha sido testigo de una tendencia hacia un aumento de la violencia se basa en ftindamentos sólidos. Más en concreto, junto con el aumento

EL DEPORTE EN EL PROCESO CIVILIZADOR DE OCCIDENTE paz y los cambios sociales globales, el siglo XX también ha sido el primeque ha habido guerras mundiales. También ha sido un siglo en que la ncia y la eficacia de la tecnología de la destrucción en masa ha llegado a nisin precedentes hecho que prueban sobre todo las armas nucleares, quíç y bacteriológicas. También han estallado numerosas guerras violentas y ructivas desde 1945. Sin embargo, han sido de alcance local, restringidas, ‘a reciente excepción de las guerras asociadas a la escisión de Yugoslavia y jón Soviética, sobre todo en países del Tercer Mundo, mientras que mureas del mundo, sobre todo en Occidente, han disfrutado de niveles sin dente de paz y prosperidad desde el final de la Segunda Guerra Mundial. - o ha surgido todavía, y tal vez nunca lo haga, una autoridad mundial a la de los Estados-naciones occidentales y basadas como ellas en el mo,olio de la violencia y los impuestos. No obstante, este proceso de estallido uerras cada vez más destructivas y localizadas que convive con la paz relatiue hay en todas partes

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recuerda en algunos aspectos el proceso de la civilijón y de formación de Estados de la Europa occidental desde la Edad Met Más en concreto, como demostró Elias, al pasar del feudalismo a los reinos ásticos hasta formas de Estado-nación, estas sociedades se volvieron más pa‘ as a nivel interno al tiempo que emprendían guerras cada vez más violeny destructivas con otros Estados. En aquel contexto se dio lo que Elias llael «proceso civilizador» (europeo). El científico y político holandés Godfried van Benthem van den Bergh rerrió a la teoría de Elias para esbozar la hipótesis de que la invención y desa de las armas nucleares ha tenido consecuencias inesperadas, al forzar a los cres de las potencias nucleares a actuar de forma más prudente y restringida ue sus predecesores de los tiempos prenucleares. En resumen, el argumento de ni Benthem van den Bergh es que, en ausencia de un gobierno mundial, las muas nucleares son un equivalente internacional de los monopolios de violenia de los Estados-naciones y han tenido consecuencias civilizadoras (van Bentvan der Bergh, 1992; ver también Mennell, 1989, 1992). Aunque Elias no estaba de acuerdo, esta hipótesis es persuasiva, si bien tal rez infravalore las dificultades a las que se enfrentaron los primeros oligopolis nucleare para retener el control de las armas nucleares, y el grado en que los cesos de aprendizaje de las confrontaciones nucleares se quedaron cortos de :ercambios nucleares reales y cuál es el resultado cierto son probablemente un rerrequisito para la aparición de esas restricciones civilizadoras en las relacioies internacionales. Para lo que aquí concierne, lo más importante es resaltar ae los sociólogos figuracionales no se dedican a negar el «holocausto» ni el pe¡gro «nuclear», sino que se preocupan de estos problemas tanto o quizá más jue los miembros de otras escuelas de sociología. El tema de la violencia constuye uno de los principales puntos de partida.

EL FENÓMENO DEPORTIVO EL DEPORTE EN EL PROCESO CIVILIZADOR DE OCCIDENTE

El segundo punto versa sobre una diferencia entre los argumentos teóricos de la teoría del proceso de la civilización sobre la violencia y la agresión en comparación con la obra de los que han recibido la influencia de Lorenz (1966) o Freud (1939). El núcleo de la posición figuracionai sobre el equilibrio entre «naturaleza» y «educación» en la generación de la violencia humana ha sido resumido por Elias. La idea de que los seres humanos poseen una conducta agresiva innata que recuerda estructuraimente al apetito sexual, dice él, es una forma falsa de plantear el problema. Lo que tenemos es un «potencial innato para que toda nuestra

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maquinaria fisica cambie de marcha cuando hay pelzg-ro». Es el llamado «mecanismo de lucha o huida» mediante el cual el cuerpo humano reacciona ante el peligro con un «ajuste automático que io prepara para realizar movimientos o intentos con los músculos esqueléticos como cuando combate o huye». Sin embargo, según Elias «impulsos» del hombre como el hambre o el apetito sexual son de origen psicológico y «relativamente independientes de Li situación real» en que se halla la gente. Por el contrario, la preparación del cuerpo «para luchar o huir está condicionada en gran medida por una situación especflca, real o recordada». Estas situaciones pueden ser «naturales», por ejemplo, al enfrentar- se a un animal salvaje, o sociales, sobre todo los conflictos. Sin embargo, «en oposición consciente a Lorenzy otros que atribuyen a la gente un impulso agresivo sobre el modelo de los impulsos sexuales, no es Li agresividad lo que activa los conflictos sino que son los conflictos los que activan la agresividad». Por supuesto, hay un grado de exageración retórica en lo dicho. Elias no habría negado que algunos conflictos tienen su origen en el carácter destructivo de individuos agresivos ni que, en algunos casos, la agresividad de esos individuos tiene raíces psicológicas o incluso genéticas. Tampoco habría negado la interdependencia de los distintos impulsos del hombre (Elias, 1994: 156). Simplemente lo que quería resaltar era su oposición al reduccionismo psicológico que implicaba la noción del «instinto de agresividad». La teoría del proceso de la civilización Un revisor anónimo del proyecto de Temas deportivos aprobó a grandes rasgos el libro, pero mostró sus reservas sobre el tema del deporte en el proceso civilizador occidental, porque dijo que «estaba suficientemente tratado». Esta afirmación revelaba una visión de la sociología que parece extendida, pero que está en desacuerdo con la de los sociólogos figuracionales. Consideramos que el tema no es tanto una cuestión de debate —aunque, por supuesto, el debate público sea crucial— como de elaborar unos conocimientos fiables mediante la relación entre teoría e investigación. Desde esta óptica, es un error considerar que una teoría ya no mereceocupar un lugar en los asuntos

la sociología sólo porque ya ha sido suficientemente tratada. Sólo cuando refrtan las teorías mediante la lógica y la investigación —uno de cuyos reisitos primarios es que debe interpretarse con precisión— deberían arrojar a cubo de la basura y caer en el olvido. Mi opinión es que, a pesar de lo ucho que haya sido debatida, la teoría de Elias sobre el proceso de la civiliación ha aguantado hasta el momento las pruebas a que ha sido sometida Lesde bases teóricas y empíricas. Es decir, aunque ni Elias ni otros sociólogos uracionales querrían afirmar que nuestro conocimiento del proceso de la .rilización y descivilización sea en la actualidad nada más que rudimentario, teoría preliminar de Elias —y ahora no debe considerarse nada más que eso— no ha sido refutada con observaciones ni razonamientos. Los sociólogos anglófonos, en concreto, parecen tener problemas con la teoría de Elias sobre todo por la traducción de su libro y, en parte, como reacción emocional

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ante el término «civilización», que se considera cargado con un sentido moral. El libro de Elias se publicó por vez primera en 1939 con el título (Jber den Prozess der Zivilisation, sobre el proceso de civilización. Esto demuestra que Elias veía en la teoría una contribución al conocimiento y desarrollo de Occidente más que una teoría completamente nueva. Esto se pierde en la traducción inglesa con el título de The Civilizing Frocess.2 También se perdió en la reacción crítica cualquier referencia al contexto original del libro. Escrito como fue en el exilio en Gran Bretaña después de que los nazis subieran al poder y a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, Elias quería recuperar la idea perdida de civilización, no sólo como un proceso, sino, de la forma en que mucha gente lo veía en Occidente, como un estado ya alcanzado, aunque (y sobre todo en aquella coyuntura histórica) como una formación social que estaba en entredicho. En resumen, su obra estuvo desde el principio preocupada por el proceso de la civilización como desarrollo que podía invertirse en condiciones específicas y poco conocidas en la actualidad.3 En El proceso de la civilización, Elias comenzó por plantearse el significado del término civilización y llegó a la conclusión de que, dado que todos los aspectos de la sociedad y el comportamiento humanos pueden considerarse civilizados o incivilizados, lograr una definición era una tarea díficil, si no imposible. Resultaba más fácil especificar la función del término. Según él, había llegado a expresar la imagen que de sí misma tenían las naciones occidentales más poderosas y había adquirido, por tanto, connotaciones racistas y despectivas, no sólo respecto a lo que los occidentales consideraban sociedades no occidentales primitivas o bárbaras a las cuales habían conquistado, colonizado o sometido a su poder, sino también en relación con grupos y sociedades occidentales menos avanzados, es decir, menos poderosos. Elias demostró que británicos y franceses lucharon en la Primera Guerra Mundial en el nombre de la civilización y que en los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX, cuando ios alemanes estaban desunidos y eran relativamente débiles y se embarcaron en un intento de alcanzar a sus vecinos occidentales más unidos y poderosos, muchos alemanes se volvieron ambivalentes sobre la civilización y preferían expresar la imagen que tenían de sí mismos mediante el concepto particular de Kultur (cultura) (Elias, 1994: 3 y sigs.; Williams, 1976). Otro medio empleado por Elias para distanciar su teoría de las connotaciones enjuiciadoras del concepto popular fue negar de forma explícita que las sociedades occidentales hubieran llegado a representar cierto tipo de «cumbre» o «punto final» (Elias, 1994: 522). Los occidentales de hoy en día tal vez se consideren «civilizados» y crean que la civilización occidental está «completa», pero, aunque puede demostrarse empíricamente que se han vuelto más «civilizados» en ciertos aspectos que sus antepasados medievales (es decir, aunque no haya garantías de que tal proceso continúe en el futuro, puede decirse que han sufrido un «proceso civilizador» en un sentido técnico), Elias dejó claro que los occidentales de hoy estaban lejos de estar civilizados en un sentido absoluto y especuló, como dije en el capítulo 1, con que los futuros historiadores tal vez consideren que las sociedades

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occidentales más «avanzadas» en la actualidad hayan formado parte de una «prolongación de la Edad Media» (Elias, 1994) y juzguen a sus miembros como «bárbaros tardíos» (Elias, 1991 b). La otra cara de la moneda, según Elias, es que, teniendo en cuenta la excepción marginal del recién nacido como un ser todavía sin socializar, no existe el punto cero en la civilización; no hay personas ni sociedades completamente incivilizadas. También afirmaba Elias que el nivel de desarrollo de una sociedad podía medirse con un grado bastante alto de objetividad mediante lo que él llamaba «la tríaehi de controles básicos» (Elias, 1978: 156), que son: (1) el alcance de las oportunidades de control de una sociedad sobre los acontecimientos naturales; (2) el alcance de las oportunidades de control de una sociedad sobre las relaciones humanas, y (3) el grado en que los individuos de una sociedad han aprendido a ejercer el autocontrol. A la teoría del proceso de la civilización le concierne el segundo y el tercero de esos «controles básicos», y su obra El proceso de la civilización * constituye un intento de trazar los avances en este sentido de las sociedades más poderosas de Europa occidental desde la Edad Media hasta comienzos del siglo XX.4 En resumen, lejos de ser una construcción totalmente nueva y aplicable a nivel universal, la teoría del proceso de la civilización, tal y como se halla en la actualidad, está muy delimitada en el espacio y en el tiempo. Trata de seguir las distintas trayectorias de desarrollo, sobre todo en Gran Bretaña, Francia y Ale- * N. del T. El proceso de la civilización fue publicado en español en un so volumen por Fondo de Cultura Económica en 1987.

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Comienzos del XX, cuando los alemanes estaban desunidos y eran relativamente débiles y se embarcaron en un intento de alcanzar a sus vecinos occidentales más

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unidos y poderosos, muchos alemanes se volvieron ambivalentes sobre la civilización y preferían expresar la imagen que tenían de sí mismos mediante el concepto particular de Kultur (cultura) (Elias, 1994: 3 y sigs.; Williams, 1976). Otro medio empleado por Elias para distanciar su teoría de las connotaciones enjuiciadoras del concepto popular fue negar de forma explícita que las sociedades occidentales hubieran llegado a representar cierto tipo de «cumbre» o «punto final» (Elias, 1994: 522). Los occidentales de hoy en día tal vez se consideren «civilizados» y crean que la civilización occidental está «completa», pero, aunque puede demostrarse empíricamente que se han vuelto más «civilizados» en ciertos aspectos que sus antepasados medievales (es decir, aunque no haya garantías de que tal proceso continúe en el futuro, puede decirse que han sufrido un «proceso civilizador» en un sentido técnico), Elias dejó claro que los occidentales de hoy estaban lejos de estar civilizados en un sentido absoluto y especuló, como dije en el capítulo 1, con que los futuros historiadores tal vez consideren que las sociedades occidentales más «avanzadas» en la actualidad hayan formado parte de una «prolongación de la Edad Media» (Elias, 1994) y juzguen a sus miembros como «bárbaros tardíos» (Elias, 1991 b). La otra cara de la moneda, según Elias, es que, teniendo en cuenta la excepción marginal del recién nacido como un ser todavía sin socializar, no existe el punto cero en la civilización; no hay personas ni sociedades completamente incivilizadas. También afirmaba Elias que el nivel de desarrollo de una sociedad podía medirse con un grado bastante alto de objetividad mediante lo que él llamaba «la tríada de controles básicos» (Elias, 1978: 156), que son: (1) el alcance de las oportunidades de control de una sociedad sobre los acontecimientos naturales; (2) el alcance de las oportunidades de control de una sociedad sobre las relaciones humanas, y (3) el grado en que los individuos de una sociedad han aprendido a ejercer el autocontrol. A la teoría del proceso de la civilización le concierne el segundo y el tercero de esos «controles básicos», y su obra Elproceso de la civilización * constituye un intento de trazar los avances en este sentido de las sociedades más poderosas de Europa occidental desde la Edad Media hasta comienzos del siglo XX.4 En resumen, lejos de ser una construcción totalmente nueva y aplicable a nivel universal, la teoría del proceso de la civilización, tal y como se halla en la actualidad, está muy delimitada en el espacio y en el tiempo. Trata de seguir las distintas trayectorias de desarrollo, sobre todo en Gran Bretaña, Francia y Ale-

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* N. del T. El proceso de la civilización fue publicado en español en un sovo1umen por Fondo de Cultura Económica en 1987.

Y, si tenemos presente la obra de Elias sobre los alemanes, intenta comlider cómo y por qué Alemania siguió la trayectoria que siguió hasta 1945 en dirección barbarizante que se tradujo en el nazismo y el holocausto (Elias, Todavía no se ha estudiado si esta teoría es aplicable, y en qué medida, a odedades no occidentales y distintas a las que analizó Elias. Incluso por lo e concierne a Gran Bretaña, Francia y Alemania, hay que probar y refinar los ...azgos de Elias y adentrarse en áreas de la vida social que no dejó sin abordar. No es posible ni necesario en este contexto especificar con detalle todo el estro de los desarrollos factuales que Elias consideró constituyentes del proceiviiizador occidental. Basta con subrayar que tenía claro el hecho de que, al 1 que con los desarrollos sociales más en general, se había basado en la trans3n intergeneraCio-l de experiencias aprendidas. De ahí que sea reversible. thecho, es útil pensar que la teoría de Elias opera en dos niveles distintos peinterrelacionados. Por una parte, implica una generalización empírica sobre a trayectoria global de la estructura de la personalidad la formación de hábis ylas normas sociales de las sociedades de Europa occidental desde la Edad ._edia hasta comienzos del siglo XX. Por otra, implica la hipótesis de una onexión entre lo que Elias trataba de establecer como una trayectoria civilizadora demostrable empíricamente en los niveles de la personalidad hábitos y normas, y una tendencia igualmente demostrable hacia formas más eficaces de centra1ización y control del Estado. Más en concreto, los datos cronólogicos seriados de Elias sobre lo que él llamaba convencionalmente el nivel microsocial o normativo-behaviorista —su prueba principal procedía de los libros de buenos modales— revelan una tendencia dominante que, a pesar de las variaciones en la velocidad y en los reveses temporales, continuó durante largos períodos en la dirección de: la elaboración y refinamiento de los modales y las normas de comportamiento exigidas por la sociedad; el aumento de la presión social para que las personas ejercieran un autocontrol sobre sentimientos y comportamient0 es decir, respecto a todos los aspectos de las funciones corporales en un número cada vez mayor de situaciones sociales; una inclinación en el equilibrio siempre necesario social- mente entre las constricciones externas e internas a favor de estas últimas; un umbral más elevado de repugnancia sobre funciones corporales como la comida, la bebida, la defecación, la micción, las relaciones sexuales y el sueño, un proceso donde estas funciones y órganos corporales relacionados se volvieron cada vez más tabú y cargados de ansiedad, embarazo, culpabilidad y vergüenza; un umbral más elevado de repugnancia sobre los actos violentos (fuera co- mo actores o como testigos), y, como corolario de este umbral más elevado de repugnancia una tendencia a dejar la violencia y a actuar en conexión con las funciones biológicas cada vez más «detrás de bastidores». Ejemplos de ello son el

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abandono de las ejecuciones públicas y el confinamiento de las relaciones sexuales y el sueño a los dormitorios. En resumen, según Elias, es una vertiente del proceso de la civilización europeo que ha implicado una tendencia a aumentar la privacidad de la vida cotidiana. Elias trató de explicar esta generalización empírica sobre todo haciendo referencia a los datos empíricos sobre la formación del Estado, es decir, teniendo en cuenta el establecimientos no planificado (ciego) de Estados centralizados, estables y seguros que ejercieran el monopolio de la violencia y el cobro de impuestos —según Elias, los impuestos y la violencia son los principales «medios de gobierno»6_, procesos donde fueron decisivas las luchas «hegemónicas»o «de eliminación» entre reyes y otros señores feudales. Empleando un lenguaje más convencional, lo que hubo fue una transición gradual mediante una lucha competitiva desde las sociedades feudales muy descentralizadas hasta Estados dinásticos mucho mis centralizados, para terminar en los Estados-naciones.7 Según Elias, un corolario importante de este proceso no planificado fue la pacificación gradual de espacios cada vez mayores dentro de cada Estado en desarrollo. Dicho de otro modo, Estados que siguieron enfangados en luchas en cada fase —y es crucial recordarlo— se fueron pacificando a nivel interno. A su vez, la pacificación interna facilitó la producción material, el crecimiento del comercio, un aumento del volumen y circulación de dinero, junto con la prolongación de las cadenas de interdependencia, es decir, el paso de los lazos de interdependencia que eran sobre todo de alcance local a lazos que fueron cada vez más de carácter nacional e internacional. Según Elias, las consecuencias «macrosociales» de estos complejos cambios fueron sobre todo triples. Más en concreto: (1) hubo un aumento del poder del Estado (en primera instancia el poder regio) porque aumentaron los ingresos de los impuestos y la capacidad de los gobiernos para mantener ejércitos permanentes; (2) hubo un aumento progresivo del poder de la clase media o grupos «burgueses», es decir, de los grupos que habitaban en ciudades y vivían del comercio, y cuyo poder y estatus dependían sobre todo de la fluidez y la expansión de las reservas monetarias en oposición a las posesiones relativamente fijas de la tierra, y (3) un debilitamiento correlativo de la «aristocracia de guerreros», es decir, de caballeros cuyo poder dependía de la propiedad de la tierra y de la fuerza de las armas. En el punto donde convergieron el poder de la clase media emergente y el de los grupos de clase alta en decadencia, los reyes pudieron imponerse sobre unos y otros y proclamar su «poder absoluto». El alcance fue mayor en Francia que en ninguna otra parte —por ejemplo, al rey francés Luis XIV del siglo XVII se le atribuye la frase «l’état ç ‘est moi» (el Estado soy yo)— y fue en este momento, según Elias, cuando se produjo en mayor grado la «transformación de los guerreros en cortesanos»; es decir, los miembros de la clase gobernante empezaron a ser domesticados y transformados de «caballeros» independientes o «libres» en «cortesanos» urbanos y educados de-

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lentes del rey. En Gran Bretaña, por el contrario, en parte debido a que era ja, dependía más de la armada que de un ejército de tierra, con lo cual el r absoluto era imposible de mantener y los monarcas se vieron obligados npartir el gobierno con el Parlamento. En el contexto británico, la función ¡zadora de la corte real fue compartida con el Parlamento y la «Sociedad», amblea de nobles y «caballeros» y «damas» sin título cuya «temporada ionase» coincidía más o menos con las sesiones del Parlamento. Tal y como é probado en este capítulo y con más detalle en el capítulo 3, hay razones a creer que esta figuración general fue crucial para el desarrollo inicial del de- te moderno en Gran Bretaña. or consiguiente, junto con el continuo crecimiento del poder de la buresía y, más tarde, de la clase obrera, la propiedad privada de los medios de gotrno dio paso a formas cada vez más públicas. Otro modo de exponerlo sería dr, siguiendo a Weber, que el gobierno patrimonial de los gobernantes diticos y absolutos dio paso a formas de soberanía parlamentaria y gobierno al-racional (Weber, 1946). Según Elias, las alteraciones del poder fundantal que generaron estos cambios en las formas de gobierno fueron sobre toconsecuencia de dos cosas: El desarme de todos los miembros de la población excepto los militares y la policía; es decir, la privación del derecho a recurrir a medios violentos, lo cual no significa que todos se vieran privados de hecho.8 Esto tuvo el efecto de reducir el uso de la fuerza directa en las relaciones sociales, lo cual en cierto grado igualó las posibilidades de poder de los que eran físicamente más débiles respecto a los más fuertes, por ejemplo, las mujeres respecto a los hombres, los niños respecto a los adultos. En este contexto, empezaron a dominar hábitos más pacíficos en las relaciones sociales, sobre todo, pero no únicamente, dentro de sociedades particulares. . La prolongación de las cadenas de interdependencia aumentó la dependencia de los gobernantes y otros grupos de poder de aquellos a los que dominaban, con lo cual aumentaron las posibilidades de poder de estos últimos —por ejemplo, dando oportunidades para la retirada organizada de su mano de obra— y se produjo, no la igualdad de hecho, pero sí una reducción de la desigualdad en las relaciones entre ellos. Elias se refirió a este hecho como «democratización funcional» (Elias, 1978: 65 y sigs.). Según Elias, hubo diferencias entre los procesos civilizador y de formación de los Estados en Gran Bretaña y Francia, aunque en ambos casos los procesos fueron relativamente continuos a largo plazo. Esto contrastó con el proceso que se dio en Alemania que fue, arguye Elias, más discontinuo. En Alemania cierto número de obstáculos estructurales muy arraigados impidieron durante un largo período la centralización del Estado, el surgimiento de una clase media poderosa y relativamente independiente y, por tanto, el desarrollo de valores, actitudes e instituciones más democráticos. De hecho, Alemania no se convirtió en un Estado-nación un tanto unificado hasta 1870 ylo hizo bajo la hegemonía de la Prusia militarista. En tal contexto, los alemanes siguieron bajo formas de gobierno absolutista hasta 1918, lo que quedó muy arraigado en los hábitos, la conciencia y

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las tradiciones de una mayoría de alemanes. Esto explica el papel desempeñado por Alemania en los orígenes de la Primera y Segunda Guerras Mundiales y la llegada del nazismo al poder y el holocausto. También ayuda a explicar por qué el culto a los duelos y al Turnen, un tipo de gimnasia de orientación nacionalista y militarista que nació en Alemania en vez del deporte moderno (Elias, 1996). Sea cual fuere su grado de adecuación, es difícil ver cómo esta teoría puede describirse justificadamente como «evolutiva», incluso en el sentido laxo de que mostraba «una tendencia hacia un evolucionismo latente» (Horne y Jary, 1987: 100). Es una teoría cuyo objeto son los procesos basados en la transmisión intergeneracional de experiencias aprendidas que Elias trató de demostrar que se habían dado. Es algo comprobable tanto a nivel «macro» como «microsocial», y en relación con las conexiones que Elias postulaba entre ellos. También se pueden comprobar haciendo referencia a sociedades ajenas al contexto de Occidente y en relación con esferas específicas de la vida social como el crimen y el castigo (Spierenburg, 1991), y, más acorde para nuestros propósitos, el deporte. De hecho, según Horne, Jary y otros que también han afirmado que la teoría del proceso de la civilización no puede probarse, el corpus de la obra de Leicester sobre el deporte representa una prueba explícita y una elaboración de la teoría. Es así porque, cuando Elias y yo empezamos la obra sobre el desarrollo del deporte en 1959, ninguno de nosotros sabía cuáles serían los resultados. te es un punto adecuado para empezar el debate sobre aquella obra. Como espero demostrar, las líneas principales del desarrollo del deporte moderno tienden a confirmar la teoría del proceso de la civilización por lo que a la dirección y las «causas» o, más acertadamente, la sociogénesis y psicogénesis del desarrollo se refiere. Empezaré hablando con brevedad y por razones comparativas sobre los «deportes» del mundo antiguo. 10 A continuación, hablaré sobre los «deportes» medievales y de la Europa moderna y, tras esto, sobre lo que hemos dado en definir y reconocer como «deportes» hoy en día. Los deportes del mundo antiguo Existe una tendencia en el discurso académico y en la mitología popular a considerar los «deportes» de la antigua Grecia como una cumbre de los logros

Leporte civilizado (Mclntosh, 1993: 27))’ Por el contrario, los «deportes» antigua Roma se ven como una regresión a la barbarie. No hay necesidad yr lo que, desde el punto de vista de los «bárbaros tardíos» de hoy en día se consideran «civilizados», fue un alto nivel de crueldad y violencia en los portes» de la antigua Roma. La brutalidad de los combates entre gladiado4as batallas, las masacres y la sed de sangre de la chusma son bien patentes. iológicamente estos «deportes» son señal de una actitud hacia la vida, la trte y el sufrimiento de los demás muy distinta de la que domina en el Oc‘mte contemporáneo (Auguet, 1972). Estaba con toda probabilidad unido a entralidad de la esclavitud en la economía y sociedad de la antigua Roma. bablemente no sea tan bien conocido que la violencia de los Juegos Romano se confinaba a los números de la arena; también la población de todo el

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* se comportaba con frecuencia de forma violenta. Tomemos el ejemplo las facciones del circo en las carreras de cuadrigas. Se dividían sobre todo en zules» y «Verdes» según los colores de los aurigas. Gibbon los describió como los azules trataban de infundir terror con un vestuario bdrbaroypeculiar, con el cabello largo de los hunos, con mangas cerradas y amplias vestiduras, el paso orgulloso y la voz tonante. Por el día ocultaban las dagas de doble filo, pero por la noche se reunían... en numerosas bandas, preparados para cualquier acto de violencia y rapiña. Sus adversarios de la facción de los verdes, o incluso ciudadanos inofensivos, eran asesi nados por esos ladrones nocturnos, y se volvió peligroso llevar botones o cinturones de oro o dejarse ver a altas horas de la noche por las calles... No había lugar donde uno estuviera seguro de sus actos depredatorios; para calmar su sed de avaricia o venganza, vertían la sangre de los inocentes; iglesias y altares eran profanados con asesinatos atroces, y los asesinos tenían a gala su destreza para infligir siempre heridas mortales con un sólo golpe de daga. (citado en Mclntosh, 1993: 35) Los Azules y los Verdes se podían comparar en algunos aspectos a los hooligans del fútbol actual, aunque, si tenemos que creer a Gibbon, eran bastante más letales. Que tal vez haya exagerado al hablar de la violencia de las facciones del circo lo sugiere el hecho de que trataba de achacar el «declive y caída» de Roma al aumento de la inmoralidad y el vicio. En resumen, sea cual fuere el grado de las acciones deliberadas, Gibbon puede haber exagerado sobre la violencia de las facciones del circo para respaldar mejor su tesis. En cualquier caso, los estudios mis recientes (Cameron, 1976) respaldan la tesis de que, según los baremos actuales, su comportamiento era con frecuencia muy violento. Por ejemplo, prendieron fuego al hipódromo de madera de Constantinopla en los años 491, 498, 507 y 532 de nuestra era, haciendo que el emperador Justiniano se decidiera a construir un estadio de mármol. Las pruebas sugieren que el peor de los altercados en este circo fue el del año 532, cuando Azules y Verdes se unieron, rescataron a los prisioneros que por obligatoriedad habían de ser ejecutados públicamente antes del comienzo de las carreras, y terminaron siendo reprimidos por el ejército al precio de 30.000 vidas (Guttmann, 1986: 32). Los 39 muertos de la final de la Copa de Europa de fútbol entre el Liverpool y la Juventus en el estadio Heysel, en Bruselas, en 1985, e incluso la cifra de 287 y 328 (Smith, 1983: 181) en el partido internacional entre Perú y Argentina jugado en Lima en 1964, la peor tragedia futbolística de los tiempos modernos, tienen una perspectiva distinta al compararlos con lo que ocurrió en Constantinopla en el año 532 que si se apreciaran sólo desde el presente. ¿Y los <(deportes» de la antigua Grecia? ¿Eran menos violentos, tal y como los representa la mitología actual, que los «deportes» de la antigua Roma? Es dificil establecer juicios comparativos de esta naturaleza, pero las pruebas de que disponemos sugieren que eran bastante más violentos que los deportes modernos. Tomemos el ejemplo del pancracio. Según Finley y Pleket (1976: 40) combinaba elementos del boxeo, la lucha libre y el judo, y era una de las pruebas más populares

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en las Olimpiadas de la era antigua. En efecto, era un equivalente a lo que hoy se ha llamado «lucha total». En el pancracio, los competidores luchaban con todas kç partes de su cuerpo... Estaba permitido sacarse los ojos... poner la zancadilla, cogerse por los pies, la nariz y las orejas, luxar los dedos de la mano y los brazos, y aplicar llaves de estrangulamiento. Si uno conseguía proyectar al otro sobre el suelo, podía sentarse encima y golpearle la cabeza, la caray las orejas; podía patearley pisotearle. Ni que decir tiene que los contendientes a veces recibían heridas terribles y que con frecuencia morían. El pancracio de los efebos espartanos era probablemente el más brutal de todos. Pausanio nos cuenta que los contendientes luchaban literalmente con uñas y dientes y se arrancaban los

ojos.

(Elias, 1986b: 136)

El boxeo griego era igualmente brutal. No había clases por el peso y, al igual que el kick—boxingy el savate francés, los contendientes podían emplear los pies igual que las manos. Se podían dar golpes con la mano abierta y los actos de eludir el cuerpo a cuerpo o las fintas, sobre todo retrocediendo, se consideraban un signo de cobardía. Los boxeadores de la antigua Grecia se apostaban pie con pie y la emprendían a puñetazo limpio (Elias, 1986b: 137-138). Otro testimonio de la violencia de las Olimpiadas de la antigua Grecia nos lo aporta el hecho de que los hellanodika, los directores de los juegos, empleafrdos tipos de ayudantes: los mastigophoroi, o portadores de látigo, y los rabçhoi, o portadores de porra, cuya tarea era mantener a luchadores y espec‘ores bajo control (Guttmann, 1986: 17). La necesidad de funcionarios de e tipo sugiere que el público solía indisciplinarse con frecuencia y que sólo pondí a a grandes medidas de naturaleza física. Una prueba de su indisciplies que los alborotos causados por borrachos eran tal problema en los Juegos icos de Delfos que estaba prohibido que los espectadores llevaran vino al esho (Guttmann, 1986: 17). La reciente prohibición de llevar alcohol a los par- de fútbol en Gran Bretaña y otros países tiene sus precedentes. Los «deportes» de la antigua Grecia se basaban en el ethos de la nobleza guevera. A diferencia de los deportes modernos, llevaban implícitos una tradición Ee «honor» más que de juego limpio, lo cual explica el nivel de violencia toleado. Este nivel de tolerancia era acorde a la frecuencia con la que las polis enraban en guerra y al hecho de que la vida era por lo general más violenta e injura que en los Estados-nación modernos. De hecho, una de las principales istificaciones dadas para los «deportes» de la antigua Grecia era que se trataba le un entrenamiento para la guerra. Por ejemplo, Filostrato escribió que la gente consideraba los juegos como una preparación para la guerra, y la guerra como una preparación para los juegos (Finley y Pleket, 1976: 113), lo cual tiende una conexión mayor entre los combates bélicos y los combates de los juegos de la que existe —con excepciones marginales

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como la de la Alemania nazi— en los Estados-naciones de hoy. Una conexión ideológica parecida se establecía con frecuencia en la Edad Media europea y e1 comienzo del período moderno. Los deportes de la Europa medieval y moderna En la Edad Media europea había cuatro tipos principales de deportes: torneos; cacerías y otras actividades que implicaban actos brutales contra animales; competiciones de tiro al arco, y juegos populares. Había cierta imitación entre estamentos sociales y cierto grado de variación entre países, pero, por lo general, estos deportes tendían a ser específicos de un estamento social. Es decir, los torneos y las cacerías estaban limitadas a los caballeros y escuderos; las competiciones de tiro al arco, a los estratos de clase media, y los juegos populares, como su propio nombre implica, junto con deportes como las peleas de gallos y de perros, para el pueblo común. Me limitaré a hablar de los torneos ylos juegos populares. Las crónicas más antiguas que han sobrevivido sobre torneos datan del siglo XIIy relatan un tipo de deporte muy violento. «Los torneos típicos» —cuentan— «eran un tumulto compuesto departidas de caballeros que luchaban al mismo tiempo, que capturaban a otros, que luchaban no sólo por la gloria sino también por los

rescates» (Guttman, 1986; Barber, 1974). Lo mis importante para lo que aquí nos ocupa es que entre ios siglos XIIy XVI los torneos experimentaron un proceso civilizador en cuyo curso se transformaron cada vez más en espectáculos con una violencia más fingida que real; es decir, lo importante pasó a ser el espectáculo y el alarde, y, a medida que se dio el proceso, el papel de los espectadores, sobre todo el de las mujeres de clase alta, creció en importancia. Taly como dice Guttmann: La presencia de mujeres de calidad en los torneos señala claramente la transfi»-mación [de los torneos] en una función. La perfección de la destreza militar se volvió secundaria y los torneos se convirtieron en una producción teatral donde el cumplimiento de las reglas se asociaba con lafinura de la sensibilidad. (Guttmann, 1986: 41) Esto respalda el concepto de Elias de la «transformación de los guerreros en cortesanos» y con el papel que atribuyó al creciente poder de las mujeres en aquel proceso (Elias, 1994: 326).12 A pesar de la domesticación de los torneos, la asistencia como espectador siguió siendo un tema peligroso y hay noticias de que las gradas se vinieron a bajo en Londres en 1331 y en 1581 con el resultado de numerosas heridas y, en el último caso, muertos (Guttmann, 1986). Ahora nos centraremos en los juegos populares, ya que es esta fuente de donde surgen los deportes modernos más civilizados, como el fútbol y el rugby. El fútbol y el rugby modernos son descendientes de un tipo de juegos populares del medievo que en Gran Bretaña adoptaban numerosos nombres, como «football»,

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«camp bali», «hurling» y «knappan». Las variantes continentales incluyen «la soule» francesa, el «sollen» en Bélgica y el gioco delpugno (juego del puño) en Italia. En todos estos juegos la pelota se llevaba con la mano, se lanzaba y golpeaba con palos y con los pies, ylos partidos se jugaban por las calles de las localidades así como en campo abierto. Intervenía un número variable de jugadores sin regla alguna, a veces pasando de mil. No había igualdad en el número de jugadores entre los grupos o equipos enfrentados, y las reglas eran orales y propias de cada lugar. A pesar de tales variaciones locales, los juegos compartían al menos un rasgo: eran peleas que toleraban un grado de violencia física considerado hoy tabú, y por lo general se practicaban con un elevado índice de violencia superior al permitido en el fútbol, rugby y juegos comparables de la actualidad. Esto se deduce de algunos fragmentos de crónicas del siglo XVI y XVII. Ambos siglos son la fuente más fértil de pruebas sobre estos juegos, en gran parte por los ataques de que eran objeto por parte de puritanos, y de los contraataques de los

os de los puritanos. A pesar del grado de contaminación ideológica me- e, las pruebas de siglos previos y posteriores a éstos confirman en gran me1 1o que afirman las fuentes de los siglos XVI y XVII (Dunning y Sheard, 79: 21-45). Como resultado, estos juegos populares han constituido una so tradición cuya estructura básica permaneció casi sin cambios a lo largo de rrios siglos. Es decir, los cambios introducidos no supusieron un desarrollo en 4 ámbito estructural básico. Sabemos, por ejemplo, que en Chester, ciudad cercana a Liverpool en el roeste de Inglaterra, se jugaba cada año desde «la noche de los tiempos» un do de football entre las Cofradías de los Zapateros y los Lenceros el mars de Carnaval. En 1533, aquellos a los que se describía como «personas de condición aviesa» —el equivalente del siglo XVI de los hooligans del fútbol moderno— participaron con el resultado de «grandes daños, con parte de la multiguden estado cataléptico, con el cuerpo contusionado o aplastado; algunos con pierizas, brazos y cabezas rotas, y algunos lisiados o en peligro de muerte» (Dunning y Sheard, 1979: 23). En la descripción del «hurling a campo traviesa» de Cornualles publicada en 1602, Carew subraya que este nivel de violencia y peligro fisico era inherente a la estructura de tales juegos y no sólo consecuencia de la participación de lo que hoy llamaríamos «hooligans>. Describió el juego como «plagado de peligros... » Y prueba de ello era que «cuando eljuego ha su fin, veráse a todos tornar a casa como de una batalla, con la testa manando sangre, los huesos tronchados o descoyuntados, et tales magulladuras que no dudo que acortarán los días de las sus vidas» (Dunning y Sheard, 1979: 27). Un año después, Owen escribió sobre el «knappan» galés que

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en el susodicho juego se ajustan viejas cuentas, razón por la cual a la mas mínima oportunidad dirimen las sus diferencias, que a veces brotan entre dos, mas el resto divídese en dos bandos, por lo que cualcunas veces verás- los, cinco o seis centenas de hombres en pelota, pegándose en compaña y barahúnda. (Dunning y Sheard, 1979: 28) Al igual que en el «hurling» de Cornualles, algunos de los participantes del «knappan» jugaban a caballo. Los hombres a caballo, dijo Owen, «portan monstruosas clavas, de tres pies y medio de longura, tan grande como el manejo permitiere». Otro testimonio de la bestialidad de estos juegos es el de Thomas Elyot, discípulo del humanista Erasmo de Rotterdam y amigo de Tomás Moro. En 1531 Elyot escribió condenando el «foot bale» por ser un juego donde «no hay más que fina bestialy violencia extrema; de donde se vienen daños y la conszçuiente inquina y malicia que se guardan los heridos; por lo cual habría que condenarlo a un perpetuo silencio» (citado en Marpies, 1954: 66).

Entre 1314y 1667 hubo numerosos intentos sin éxito por parte del Estado y las autoridades locales para prohibir estos juegos salvajes (Dunning y Sheard, 1979: 23; ver también el capítulo 4 del presente volumen). También en Francia hubo intentos infructuosos por prohibir «la soule» y juegos similares, al menos hasta la Revolución francesa de 1797 (Elias, n.d.). Que las variantes continentales eran tan brutales como sus homólogas británicas lo sugiere la descripción que hace Guttmann del gioco del pugno. Se practicaba en el norte de Italia y, según Guttmann, era: en ocasiones poco mejor que una batalla, un torneo libra€-h, con las armas de que ¿4ta la naturaleza. Una versión más ruda.., se daba cuando los «jugadores» se lanzaban piedras, pasatiempo que tuvo el honor de ser condenado por Savanarola En Perugia, milo más hombres y mujeres se reunían en un combate anualapedrud, que se volvía tan violento que las autoridades trataron de atemperar el derrame de sangre en 1273 amenazando a los que mataban a sus oponentes con ser juzgados por asesinato. (Guttmann, 1986: 52) ¿Cómo surgieron los deportes modernos de esta tradición popular violenta? En las siguientes dos secciones trataré de demostrar cómo se produjo este proceso junto con los «esfuerzos civilizadores» que experimentó Gran Bretaña durante los siglos XVJII y XIX. El desarrollo inicial del deporte moderno En Florencia, durante el Renacimiento surgió un juego más moderado y reglado llamado gioco del calcio (juego de pies). Lo practicaban nobles (Marples, 1954: 67; Young, 1968: 26). Era un juego rudo y que estaba controlado en última instancia por filas de piqueros presentes por si el fragor de la pelea llevaba a los jóvenes nobles o a miembros del público a excederse o a perder el auto- control (Guttmann, 1986: 51). El gioco del calcio se sigue practicando en Florencia y sigue siendo un juego rudo, quizá más que el rugby. Autores como Bredekamp (1993: 53, 54) han sugerido que el calcio fue un modelo

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sobre el cual se formó el fútbol, pero no hay pruebas evidentes de que tuviera tal proceso de difusión. Para respaldar sus afirmaciones, Bredekamp cita un solo dato: que los ingleses relacionados con el cónsul británico en Livorno participaron en un partido ceremonial de calcio en 1776. Sin embargo, esta prueba es muy endeble. En la relación de Bredekai-np, no aparece una relación de los nombres de los asistentes ingleses; nada se dice de cómo jugaron al calcio y en qué grado estaban familiarizados con las reglas. Y lo que es más imite, nada se dice sobre que estas personas se plantearan enseñar este jueamigos y amistades de vuelta en Inglaterra. En resumen, el componente ctivo de la afirmación de Bredekamp es tan poderoso que lo mejor por el flentO es suponer que el desarrollo del fútbol —y también del rugby, ya que ron una coproducción social— fue un proceso que se dio de forma autóno..cn Inglaterra. Esto al menos es acorde con la opinión del historiador hodés Huizinga, quien describió a Inglaterra «como la cuna del deporte mono» (Huizinga, 1971: 13). Aunque hay signos del desarrollo de deportes más moderados y reglados en aterra ya por el siglo XVI, todos los datos sugieren que no arraigaron. El de inicia del deporte moderno fue un proceso que se dio más tarde, sobre do en dos fases superpuestas: una fase durante el siglo XVIII, cuando los embros de la aristocracia y la alta burguesía eran mayoría, y otra fase duran- el siglo )UX, cuando los miembros de la burguesía ascendente se unieron a s dases terratenientes en el liderazgo. Los datos también sugieren que este procso fue más una función de desarrollos sociales más amplios, sobre todo de las variantes peculiares inglesas de la formación del Estado y del proceso de la ciJzación, que de las propiedades de estos deportes emergentes. f Más en concreto, el siglo XVIII vio surgir formas más civilizadas de boxeo, caza del zorro, carreras de caballos y cricket, mientras que el siglo )UX fue tes‘,, o de la aparición de formas más regulares de deportes de competición atléti, ca y deportes de montaña y acuáticos, pero, por encima de todo, los inicios de juegos de pelota más civilizados, como el fútbol, rugby, hockey y tenis. El desarrollo de los juegos de pelota y las modalidades no violentas de competiciones atléticas predominaron sobre los deportes campestres, sobre todo los deportes de campo en los cuales la presa muere abatida, lo que representa una indinación civilizadora de cierta importancia. También el hecho de que los deportes modernos consiguieran con el tiempo —al menos en los países no totalitarios— justificarse menos como una preparación para la guerra y más como un fin en sí mismos saludables, placenteros y socialmente valiosos. Dos aspectos mis merecen nuestra atención. El primero es que en la conciencia popular de las sociedades occidentales de los siglos )UX y XX el término «deporte» ha dejado de asociarse con la caza y otros deportes sangrientos; por ejemplo, en España el toreo no se considera un deporte, y en Gran Bretaña, cada vez surgen más dudas de que la caza del zorro pueda considerarse como tal. Por otra parte, el término «deporte» se ha aplicado con mayor exclusividad a actividades de ocio competitivas donde se realiza un ejercicio físico que no implica actos violentos

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como un componente legítimo (puede haberlos pero son ilegales, como empujar, echar zancadillas o dar codazos en las carreras) o, cuando hay violencia, está más sometida a controles civilizadores, por ejemplo, la regla de no dar golpes bajos en el boxeo.

Otro aspecto de este proceso ha sido el intento de algunos grupos específicos de asegurarse la inclusión de actividades competitivas menos violentas bajo la rúbrica de deporte. Un ejemplo de esto son actividades como el montañismo y la escalada donde la competición no es entre personas, o no sólo entre ellas, sino entre seres humanos y obstáculos físicos que suelen entrañar algún riesgo físico. Tales actividades respaldan la teoría del proceso de la civilización, porque presuponen el sometimiento de la naturaleza salvaje a un mayor control humano. Además, los peligros están casi siempre controlados mediante técnicas y un equipamiento especiales. La práctica de actividades de riesgo controladas, motivadas por el «gusto por el peligro», ha sido una característica central del desarrollo de los deportes y formas de ocio de las sociedades relativamente civilizadas de Europa occidental durante los siglos XIX y XX. Pasemos a examinar las dos fases del desarrollo del deporte moderno con mayor detalle. Esto exigirá dedicar un breve espacio a los avances del deporte y la sociedad durante el siglo XVIII y no sólo durante los siglos XIX y XX. Una hipótesis obvia para explicar la aparición del deporte moderno sería relacionar este proceso con que Gran Bretaña se convirtiera en la primera nación industrializada del mundo, es decir, vincular las (<revoluciones deportiva e industrial». Esta hipótesis ha sido postulada por Brailsford (1991), Brohm (1978), Hargreaves (1986) y Rigauer (1969), pero, aunque no es errónea, resulta demasiado simplista porque subraya la importancia de los «factores económicos». Es mejor buscar las raíces de la «revolución deportiva» en una transformación global de la sociedad donde, más que el avance económico, fueron predominantes los avances políticos y normativos, así como también en los hábitos. Elias enumera cierto número de «esfuerzos civilizadores» al respecto: De la misma forma que el esfuerzo pacficadory civilizador del szgío XI/II francés no fue el inicio de un proceso en esa dirección, en Inglaterra el esfuerzo comparable del szlo XVIII sólo fue uno de los distintos esfuerzos emprendidos, aunque quiz% el más decisivo. Los intentos exitosos de Enrique VIlipor someter a los nobles fue un paso... La poderosa corte de la reina Isabel Iy el rey Jaime 1 tuvo una función parecida. Pero en el sigio XVIII, la larga lucha entre monarcas y sus representantes, y entre las clases altas terratenientes y las clases medias urbanas,

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generó una situación donde las clases altas terratenientes, la nobleza y la alta burguesía adquirieron igualdad e incluso superioridad sobre el rey y la corte. Su posición dominante en la Cámara de los Lores y de los Comunes también les confirió superiori dad sobre las clases medias urbanas. (Elias, 1986b: 36)

• Los datos de que disponemos sugieren que lo que podríamos llamar un proo de «deportivización incipiente» se remonta a los «esfuerzos civilizadores» los siglos XVI y XVII. Por ejemplo, Carew escribió en 1602 sobre un se..ido tipo de «hurling» al que llamó «hurling to goales» donde competían equios del mismo número de jugadores (quince, veinte o treinta por bando). Tamlén describió las reglas a las que se sometían los jugadores. Según Carew: Los jugadores han obligación de seguir muchas leyes. como la del uno contra uno, y no dos cerrando al mesmo tiempo contra uno; los jugadores arremeten contra la pella, y no deben embestir ni meter elpuño por debajo del cinto: que el que ha la pella sólo puede embestir a los otros en el pecho;... El más mínimo rompimiento de aquestas leyes, y los jugadores consideran justa causa dirimir sus desvenencias, pero sólo con los puños; mas ninguno de ellos busca venganza por los daños sufridos excepto dentro del juego. (Carew, 1602: 73-75) Carew definió «embestida» como el «golpear a un oponente en el pecho» con el «puño cerrado». Por tanto, el hurling to goales era un juego rudo que se practicaba según unas reglas aceptadas pero no escritas, que incluían la prohi‘ bición de pegar o agarrar a los oponentes por «debajo del cinto». No había, sin embargo, árbitros. Las infracciones de las reglas se dirimían con los puños. Otra prueba también señala la aparición en Inglaterra ya por el siglo XVII de una forma tradicional de pelea reducida a golpes con los puños. Parece haber sido practicada por hombres de toda condición social y hasta contaba con cierto apoyo femenino. Misson de Valbourg, refugiado hugonote que llegó a Inglaterra en 1685, nos ha dejado la siguiente descripción de las peleas callejeras que presenció en Londres, comparándolas con lo que según él era habitual en Francia por aquella época:

Si dos niños se pelean en la calle, los viandantes separan, hacen un corrillo en torno a ellos en un momento, y los acicatean uno contra el otro para que luchen a puñetazos... Durante la pelea el corrillo de viandantes anima a los contendientes con gran alborozo, y nunca los separan mientraspeleen szuiendo las reglas. Estos viandantes no son sólo otros muchachos, porterosy chusma, sino hombres de toda condición... Los padres y madres de los chicos los dejan luchar igual que el resto y los alientan. Estos combates son menos frecuentes entre los hombres que entre los niños, pero tampoco son infrecuentes. Si un cochero discute por la paga con el caballero que lo ha contratado, y el caballero le ofrece dirimir la cuestión con una

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pelea, el cochero aceptará de corazón. El caballero se desprende de la espada, la de- ja en alguna tienda con su bastón, guantesyfulard, y boxea... En cierta

Ocasión vi al Duque de Graflon pegándose en plena calle con otro tzo al que aporreaba sin compasión. En Francia castzamos a estos pícaros con una somanta de palos, y a veces con la hoja plana de la espada, pero esto jamás se hace en Inglaterra. No emplean espada ni bastón contra hombres desarmados y si algún extranjero desafortunado,., sacara la espada contra alguien sin ella, se le echarían un centenar de personas encima en un santiamén. (citado en Marsh, 1978: 77) Las descripciones de Carew y Valbourg revelan la temprana aparición en Inglaterra de nociones de «juego limpio», uno de los componentes básicos del deporte moderno. Sin embargo, como sugirió Elias, fue en el contexto del siglo XVIII cuando el «esfuerzo civilizador» y «deportivizador» lograron el despegue del deporte moderno como fenómeno social significativo. Durante el siglo XVII, Gran Bretaña se vio dentro de un ciclo de violencia asociada sobre todo con el intento de los Estuardo de reimponer el catolicismo y proclamar su «poder absoluto» como Luis XIV en Francia, por ejemplo, subiendo los impuestos con independencia del Parlamento. Esto provocó el estallido de la guerra civil y el monopolio estatal de la fuerza se vio seriamente amenazado. Sin embargo, ya en el siglo XVIII, la eficacia del monopolio de la violencia estatal había sido restaurada, aunque la aristocracia y la alta burguesía disfrutaban de mayor autonomía que sus homólogos franceses. Por aquel entonces los ánimos se habían sosegado y empezaron a surgir partidos parlamentarios que encauzaban las luchas políticas. Fue en el contexto de una sociedad cada vez más pacificada y sometida a formas más eficaces de legislación parlamentaria donde empezaron a surgir formas modernas y reconocibles de deportes basados en reglas escritas. Que existía una poderosa relación entre ambos procesos lo sugiere el que hubiera estrechos paralelismos entre los nacientes rituales entre partidos parlamentarios y los incipientes rituales del deporte moderno. Ambos, que se desarrollaron en la Inglaterra del siglo XVIII, supusieron una forma menos violenta de lo que había prevalecido hasta el momento para resolver las disputas. Dicho de otro modo, no se trató de un «factor político» conceptualizado de forma abstracta que influyó de algún modo en el desarrollo del deporte, sino más bien el hábito de la clase dirigente de Gran Bretaña —y en cierto grado de grupos de clase inferior en la

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jerarquía— que emprendió un «esfuerzo civilizador», lo cual transformó al mismo tiempo las caras de la política y el ocio de sus vidas en una dirección civilizadora. Tal y como lo expresó Elias: El arte militar dio paso al arte de lapalabray el debate.., la retórica y la persuasión,., que exzía mayor co ntrol por parte de todos e identificaba este cambio... claramente con el esfrerzo civilizador. Fue este cambio, la mayor sensibilidad para con el empleo de la violencia lo que, reflejado en los hábitos sociales de los individuos, también halla expresión en sus pasatiempos. La «parlamentarización» de las clases terratenientes de Inglaterra tuvo su paralelismo en la «deportivización» de sus pasatiempos. (Elias, 1986b: 34) El hecho de que la cara ociosa de este proceso implicara un esfuerzo civiliador se deduce bien del desarrollo del boxeo y la caza del zorro. Elias comena la temprana deportivización del boxeo del siguiente modo: Como muchas otras peleas de contacto coqorah en Inglaterra las peleas con los puños desnudos asumieron las características de un deporte sometido a reglas estrictas... La mayor conciencia se manfstó en la introducción de guantesj con el paso del tiempo, de acolchado en los guantes y la aparición de distintas categorías para que los combates freran más zgúalados. De hecho, sólo fue en relación con el desarrollo de una serie de reglas más dferenciadas y estrictas y una mayor protección de los contendientes ante lesiones graves.., que esta lucha popular a4uirió las características de un «deporte». (Elias, 1986b: 21) Elias parece haberse informado mal sobre la cronología de estas innovaciones. Las pruebas existentes sugieren que los guantes —que por aquel entonces recibír an el sugerente nombre de «silenciadores»— aparecieron después que las primeras reglas escritas. Al parecer ambas modificaciones se introdujeron en la década de 1740 en un anfiteatro de Londres dirigido por un hombre llamado Jack Broughton, a donde acudía una clientela formada en gran medida por «gentilhombres» que iban a apostar y/o que aprendían a boxear (Sheard, 1992). Lo que de forma reduccionista se ha dado en conocer como las «Reglas de Broughton» fueron «aprobadas por varios caballeros en elAnfiteatro de Broughton, Tottenham CourtRoaa el 16de agosto de 1743». Estas reglas eran las siguientes: 1. Se dibujará un cuadrado de varios metros cuadrados en medio del escenario; y en cada nueva pelea después de una caída, nada más alejarse de las bandas, los

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cuidadores tienen que llevar a su hombre a la esquina y colocarlo en frente del contrario; y hasta que no estén bien colocados en las líneas, no estará permitido que empiecen apegarse. 2. Con el fin de impedir que haya discusiones sobre el tiempo que un hombre debe estar tumbado después de caer, se considerará que haperdido sí el cuidador no conszgúe llevar a su hombre a la esquina en el tiempo de un minuto.

3. En ningún combate está permitido que haya más personas en el escenario, excepto los contendientes y sus cuidadores; la misma regla se aplica a las eliminatorias, excepto porque el señor Broughton puede estar en el escenario para mantener el decoro y ayudar a los compañeros a ocupar sus puestos, siempre y cuando no interfiera en el combate, cualquiera que infrinja estas reglas será expulsado de inmediato. 4’. Ningún campeón debe considera rse derrotado, a menos que no vuelva a la línea dentro del límite de tiempo o su propio cuidador lo declare vencido. Ningún cuidador puede hacer preguntas al adversario de su hombre ni aconsejarle que tire la toalla. 5. Que en los combates eliminatorios, el ganador cobrará dos tercios del dinero apostado, el cual se dividirá públicamente en el escenario, apesar de que haya un acuerdo pri vado sobre lo contrarío. 6 Que para evitar discusíones, los directores elegirán entre los caballeros presentes a dos árbitros que decidirán sobre cualquíer discusión sobre el combate; y silos dos árbitros no se ponen de acuerdo, éstos escogerán a un tercero, que habrá dejuzgar 7. Que nadie podrá golpear al adversario cuando esté en el suelo, ni cogerlo por las nalgas, los calzones o cualquier otra parte por debajo de la cintura; un hombre arrodillado se considera tumbado. (Sheard, 1992: 129-130) Aunque está claro que una finalidad era regularizar el juego de apuestas y limitar el que hubiera discusiones relacionadas con éstas, también se formularon las reglas con una intención civilizadora en cierto número de aspectos. Más en concreto, su intención era la de regular el inicio de los combates decretando que ningún boxeador diera un solo puñetazo hasta que ambos estuvieran bien colocados en la esquina dibujada con tiza; impedir que otras personas ayudaran o interfirieran en el combate; lograr un buen control estipulando la necesidad de que hubiera dos árbitros para decidir en las discusiones, con la posibilidad de llamar a un tercer árbitro cuando no

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se pusieran de acuerdo, y con el objetivo limitador de que los puñetazos se dirigieran a la parte superior del cuerpo e impedir que los boxeadores pegaran a sus oponentes cuando estaban tumbados o de rodillas. La introducción por primera vez de guantes en los combates de boxeo podemos calificarla retrospectivamente como «un intento civilizador», lo que puede apreciarse en un anuncio que l3roughton puso en el Daily Advertiser en febrero de 1747 anunciando su intención de abrir una «academia de boxeo». El anuncio decía así: El señor Broughton propone... abrir una academia,., en elHaymarket para enseñar a todo el que quiera iniciarse en los misterios del boxeo, donde

se enseñará y explicará la teoría y la práctica de este auténtico arte británi co con todo tipo deparadas, golpes, incidentes entre púgiles, etc.; no se ex cluy la entrada de personas de calidad y distinción a estas clases, ya que se tendrá mucho cuidado con la delicadeza de la constitución de los pupilos, razón por la cual seproporcionarán guantes que impedirán que sufran la in convenienci de los ojos a laflinerala, kç mandíbulas rotas y las narices san grando. (Sheard, 1992: 125) La introducción de los guantes por parte de Broughton y de los «caballeros» ue lo apoyaban, así como aquellas rudimentarias reglas escritas, marcaron el flicio de un proceso largo y complejo que estuvo plagado de altibajos. Por ,emplo, a pesar de las innovaciones de Broughton, hasta la década de 1880 siuió habiendo combates con los puños desnudos por dinero con un número de asaltos ilimitado hasta que uno de los boxeadores admitiera la derrota o esturiera tan tocado que no pudiera luchar más; a partir de entonces y tras una ardua lucha, se suprimieron para volver a resurgir en varias ocasiones, logrando finalmente las autoridades que pasaran a la ilegalidad. Como parte de este proceso general, se dividió a los boxeadores de manera informal en tres categorías (pesos pesados, pesos medios y pesos ligeros) por las décadas de 1850 y 1860, pero, una vez más, no fue hasta la década de 1880 que surgieron unas categorías por peso más complejas y aproximadas a las del boxeo moderno en Gran Bretaña y Estados Unidos (Golesworthy, 1960: 236). Un ingrediente esencial para la evolución del boxeo como deporte moderno fue la introducción del refinado juego limpio en sus programas y espectáculos, lo que ayudó a equilibrar los combates primando más la técnica que la fuerza (Sheard, 1992). Igualmente, la definición y los detalles de las llamadas «reglas de Queensberry» sobre las cuales se basa el boxeo moderno y que, entre otras cosas, intentaban limitar el número y duración de los asaltos se introdujeron (originalmente para los boxeadores amateur y no los profesionales) en 1865 (Sheard, 1992: 219-221). (He dicho las «llamadas reglas de Queensberry» porque los datos sugieren que su principal redactor fue un estudiante de Cambridge hamado J. G. Chambers, que procedió bajo el patronazgo del Marqués de Queensberry [Sheard,

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1992: 263]). Las reglas de Queensberry fueron las primeras en mencionar los guantes. Aunque no quedó estipulado explícitamente por escrito, eran de cuero y acol[ chados con no menos de cuatro onzas de crines de caballo (Sheard, 1992: 266). Elias (1986b: 21) describió la introducción de los guantes de boxeo como una señal de que había más concienciación, y el anuncio de Broughton en 1747 parece darle la razón en parte. Sin embargo, como ha demostrado Sheard (1992)

de forma convincente, si bien los guantes de boxeo protegen en cierto grado la piel y la cara de quien recibe un puñetazo, también protegen las manos de los púgiles, lo cual permite propinar golpes más fuertes, y con mayor frecuencia y en rápida sucesión, de lo que permitían los puños desnudos. De ahí que los guantes de boxeo contribuyeran probablemente a que hubiera mayor incidencia de daños en el cerebro. Si bien los datos sugieren que el boxeo moderno surgió en Inglaterra junto con una serie de esfuerzos «civilizadores», fruto de una mayor concienciación por el tema de las lesiones, el dolor y la visión de la sangre, también sugiere que, al menos en este otro sentido, el deporte se ha vuelto más violento y dañino. Por esta razón, desde la década de 1940 ha habido una serie de campañas médicas para prohibirlo. Es dificil no llegar a la conclusión de que, en el futuro, habrá un aumento sustancial del número de personas que estén más civilizadas que los «bárbaros tardíos» que hoy en día son devotos del boxeo, y que aumentará la presión para sancionar los golpes en la cabeza o prohibir el «deporte» en sí. Si se da este caso, como ha sucedido por lo general en los procesos civilizadores de Occidente hasta e1 momento, el boxeo no desaparecería sino que se volvería ilegal. La caza del zorro es otro deporte que la mayoría considera «incivilizado». Al igual que el boxeo, ha sido objeto de ataques orquestados, por ejemplo, de los «saboteadores de cacerías». Considerado únicamente en términos sincrónicos, parece absurdo sugerir que una actividad que tanta gente tacha de «bárbara» haya experimentado un «proceso civilizador». Sin embargo, eso es lo que afirma Elias. Es necesario, dice él, ver un actividad como la caza del zorro, no desde la perspectiva del presente, sino en relación con sus antecedentes, los tipos de caza de la Edad Media, sobre todo los que practicaba la nobleza. Estas cacerías eran más espontáneas y menos elaboradas y organizadas, más parecidas a la guerra. Así prosigue: Un vistazo.., a las antzg-uas formas de caza muestra las peculiaridades de la caza del zorro inglesa... Era una modalidad., en la cual los cazadores imponían a ellos y a

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las jaurías cierto número de restricciones muy específicas. Toda la organización... la conducta de los particzantes, el entrenamiento de los perros, estaba regulado por un códzg-o muy elaborado. Sin embargo, las razones para imponer este códio... no eran evidentes. ¿Por qué se entrenaba a los perros para que sólo sz’uieran el rastro del zorro y, en lo posible, sólo elprimer zorro con cuyo rastro habían dado?El ritual de la caza delzorro exzg-ía que los cazadores no usaran armas. ¿Por qué se consideraba un crimen social grave disparar a los zorros, algo impropio de caballeros?Los caballeros que cazaban el zorro mataban por delegación de la tarea en los perros. ¿Por qué el código de la caza del zorro prohibía que los

hombres mataran al animal? En las primeras modalidades de caza, donde las personas ejercían el papel principal en la cacería, los perros desempeñaban un rol subordinado. ¿Por qué se dejaba en la caza del zorro inglesa el papel princzal a los perros de presa, mientras los hombres se relegaban a un papel secundario de espectadores y controladores de los perros? (Elias, en Elias y Dunning, 1986: 16 1-162) , La opinión de Elias es que estas reglas y rituales surgieron junto con la transwmación de la caza del zorro en un deporte moderno. De hecho, fue una de s primeras actividades en la que se empleó el término «deporte» en su sentido oderno, y la función primaria de estas reglas y rituales fue generar y prolonr el disfrute de la emoción-tensión. Que había implicado un <(esfuerzo civilidor» lo sugiere por encima de todo el que caballeros y damas mataran por deegación y no directamente, disfrutando de la emoción de la persecución y de a resolución de la tensión como espectadores y no como cazadores. Su concienia no supuso un rechazo generalizado del sacrificio de animales per se, sino sóo participación directa en la violencia. Primeras fases del desarrollo del rugby y el fútbol En contraste con sus antecedentes populares y en la mayoría de los aspectos con juegos más avanzados pero aún premodernos como el cakio italiano, el fútboly el rugby son un ejemplo de deportes más civilizados en al menos seis sentidos. Son más civilizados en el sentido de que más en concreto presuponen lo siguiente: Una estricta limitación del número de participantes, así como igualdad numérica entre los bandos contendientes. La delimitación del número de jugadores representa un avance civilizador, porque los juegos practicados por números ilimitados suelen terminar en refriegas y peleas. La institucionalización de la igualdad numérica entre bandos también es un avance civilizador, porque constituye un ingrediente central de la noción de «juego limpio». La especialización respecto al juego con los pies, las manos, acarreo o lanzamiento, junto con la eliminación del uso de palos para golpear la pelota o a otros jugadores. Todos los jugadores se desplazan a pie, es decir, las prácticas que a menudo resultaban peligrosas por la mezcla en las tradiciones populares, como el que algunos jugadores llevaran palos y unos montaran a caballo y otros fueran a pie, se

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han institucionalizado por separado en deportes diferenciados como el futbol y el rugby, y el polo y el hockey

3. Un comité centraiizado que promuiga las reglas y las pone en práctica, la Football Associatjon (FA) en el caso del fútbol, y la Rugby Football LTnion (RFU) en el caso del rugby. 4. Una lista de reglas que exige a los jugadores ejercer un estricto autocontrol sobre el contacto ffsi0 y el empleo de la fuerza física, y que prohíbe la fuerza en ciertas formas, por ejemplo golpear a otro jugador en la garganta, o dar una patada para zancadillear a otro. 5. Sanciones dentro del juego bien definidas, como las «faltas» y los «penaltis» que sufrirán los que infrinjan las reglas, y, como sanción definitiva en el caso de infracciones graves o reincidentes, la posibilidad de expulsar a los jugadores. 6. La institucionalización de reglas específicas respecto al control del juego, es decir, las reglas del árbitro y, en el fútbol, de los «jueces de línea» y, en el rugby, de los «jueces de fuera de juego». A diferencia de los <‘portadores de látigo» y los «portadores de porra» cíe los Juegos Olímpicos antiguos, y los piqueros del calcio florentino, estos árbitros no recurren a la fuerza física o a las amenazas para garantizar el cumplimiento de sus órdenes, sino a sanciones específicas del juego que no implican castigos Físicos. Esto sugiere que el carácter de estos juegos modernos depende en gran medida de restricciones externas pacíficas, pero también del despliegue de autocontro l de los jugadores. Dicho de otro modo, estos deportes manifiestan la decantación de la balanza entre las restricciones externas e internas a favor de las segundas y, por tanto, son sintomáticos de ciertos procesos civilizadores desde hace tiempo en curso en las sociedades de Europa occidental. El corolario de esta decantación es que en los deportes modernos golpear a un árbitro se considera uno de los actos más censurables El temprano desarrollo del fútbol y el rugby fue parte de un esfuerzo civilizador concentrado en el tiempo. Dos momentos significativos fueron la elaboración de las primeras reglas escritas durante la década de 1840y la fundación, respectivamente, de la FA y de la RFU. Hablaré ahora brevemente de este esfuerzo civilizador Las primeras reglas escritas sobre el football que nos han llegado proceden de la «escuela pública» de Rugby en las midlands inglesas, en 1845 (Dunning y Sheard, 1979: 91-94). Otras escuelas públicas adoptaron sus reglas más tarde. El contexto social donde se dieron tales reglas fue un reflejo microcósmi co de la formación del estado y del proceso de la civilización que se estaban dando en la sociedad británica. La mayoría de las escuelas públicas más importantes remontan sus orígenes a la Edad Media y comienzos de los períodos modernos. Se fundaron como instituciones benéficas o escuelas primarias, si durante el siglo XVIII fueron ocupadas por miembros de la aristocracia alta burguesía. En aquel contexto llegaron a adquirir la personalidad que en hoy de internados elitistas donde se cubren las necesidades

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educativas ¡as clases media y alta. Tunto con la usurpación ejercida por la aristocracia y la alta burguesía, las es[as públicas sufrieron un ciclo de violencia que se manifestó sorpredenteite en la frecuencia con la cual los chicos se rebelaban abiertamente contra uitoridades de la escuela (Dunning y Sheard, 1979: 46-62). Entre 1728 y 1, por ejemplo, Eton y Winchester, dos de las escuelas más antiguas, sual menos siete rebeliones, mientras que Rugby, que sólo se convirtió en çuela pública a finales del siglo XVIII, sufrió al menos cuatro. Que no es erróeo describir estos altercados como «rebeliones» lo demuestra el que la revuelde 1797 de Rugby y la de 1818 de Winchester llevaran a proclamar la Ley ontra Altercados y que sólo pudieran sofocarse con el ejército o cuerpos as- nados con espadas y bayonetas. La primera escuela donde las autoridades recuperaron el control fue Rugby, o la dirección de Thomas Arnoid, y no es coincidencia que junto con la rezación de las relaciones de autoridad surgieran en aquella escuela formas civilizadas y regladas para jugar al footbalL También fue sintomático de es: te proceso y del desarrollo social británico el que los chicos, sobre todo los mayores o «prefectos», obtuvieran cierta autonomía en este proceso (Dunning y Eieard, 1979: 79-99). Entre los objetivos de los chicos más mayores de Rugby que elaboraron las reglas escritas de 1845 (y tal vez, tras ellos, las autoridades de la escuela) estuvo el de asegurar un control más estricto sobre el empleo de la fuerza fisica en el juego. Para lo cual las reglas impusieron restricciones sobre la práctica de puntapiés y zancadillas, y la prohibición del uso del calzado que llamaban «zapadores». Eran botas con puntera de hierro, a veces con clavos sobresalientes, y que habían formado parte del juego en Rugby y otras escuelas públicas. Que los zapadores también se habían usado en algunos antecedentes populares del Jotball moderno lo sugiere un antiguo estudiante anónimo de Eton que en 1831 escribió que NopuedD considerar eljuego del football como de caballeros. Es un fuego muy apreciado por el vulgo llano de Yorkshire, y las punteras de sus botas están cubiertas de hierro y con frecuencia hay muertos de resultas de la violencia de los golpes infligidos. (citado en Dunning, 1971: 135) A pesar de esta actitud despreciativa, las formas del «Juego del Muro» y el «Juego del Campo» (variantes tempranas del football que siguen practicándose

en Eton hoy en día) estaban bien arraigadas en la escuela en las décadas de 1830 y 1840. De hecho, las primeras reglas escritas de Eton se elaboraron en 1847,’ dos años después de que se escribieran las reglas de Rugby. Suponían la primera encarnación absoluta y conocida de la prohibición del uso de las manos y, por tanto, pueden considerarse la legislación de una forma embrionaria de fútbol. Parece probable que la rivalidad entre Eton y Rugby fuera la razón de esta

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incipiente bifurcación del football en formas de la asociación y de Rugby (trataré este proceso con mayor detalle en el capítulo 4). La bifurcación sólo se institucionalizó cuando se reconoció que el football era una actividad legítima para «caballeros» adultos, momento en que miembros de las clases alta y media fundaron clubes cuyo propósito específico o principal era la práctica del footbalb y cuando se crearon asociaciones con la intención de dar cuerpo a una legislación a nivel nacional. El primero de esos cuerpos legislativos, la FA, surgió de una serie de reuniones celebradas en Londres en 1863 y a las cuales acudieron sobre todo «antiguos alumnos» de escuelas públicas y otros «caballeros». Al principio, los asistentes intentaron crear un código de football unificado. Una mayoría estuvo a favor de jugar con los pies eliminando las zancadillas, pero los partidarios de versiones de football modeladas por la forma de jugar de Rugby preferían un juego mis rudo, donde el bajón se acarreaba y lanzaba con las manos y donde las zancadillas conservaban un lugar principal. De ahí que se retiraran de las conversaciones y se unieran en 1871 para fundar la RFU. Los partidarios de Rugby dieron este paso en parte por la controversia pública sobre lo que en algunos sectores había llegado a percibirse como violencia excesiva de sus códigos; uno de sus primeros actos al dar cuerpo a las reglas fue seguir el ejemplo de la FA y prohibir por completo los puntapiés y zancadillas. Hablé antes de «códigos» de rugby en plural antes de la unificación de 1871 porque, con anterioridad, hubo variaciones considerables en los juegos practicados por las distintas escuelas y clubes. Incluso hubo un tipo de rugby donde había portero (DunningySheard, 1979: 113-122). Los datos de que disponemos sugieren, por tanto, que las dos primeras fases principales del desarrollo inicial del deporte moderno implicaron una transformación hacia una mayor civilización. Es decir, a medida que se fueron desarrollando en Gran Bretaña durante los siglos XVIII y XIX, deportes como el boxeo, la caza del zorro, el rugby y el fútbol representaron la eliminación de ciertas formas de violencia fisica y la exigencia general de que los participantes ejercieran un control más estricto sobre el contacto fisico y los impulsos agresivos de origen social, para los cuales el deporte sirve como vía central de expresión, y que, en cualquier caso, pueden surgir en cualquier actividad competitiva. Como parte de este desarrollo, deportes como el boxeo, el rugby y el fútbol, que implican una lucha entre individuos y grupos, se sometieron, mediante

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eSOS de aprendizaje de ensayo-error a formas de control en manos de árbi, quienes imponían sanciones, no castigos físicos, sanciones pacíficas y Jas en el deporte de forma que influyeran en contra de las posibilidades de az de tales jugadores yio de sus equipos. En todos los sentidos, los deportes ódernos difieren de sus homólogos de la antigua Grecia y Roma, así como de s antecedentes del período medieval y contemporáneo europeo. En resumen, de decirse que el desarrollo de los deportes modernos es un ejemplo de pro- o civilizador y respalda la teoría de Elias. Concluiré este capítulo abordando un último punto. Hay ciertas pruebas que la Gran Bretaña actual está experimentando las primeras fases de un de- ve civilizador, un proceso descivilizador de duración y fuerza todavía inderininables que se está produciendo en el deporte y la sociedad en general.’4 n el mundo del fútbol se manifiesta, por ejemplo, en el uso cada vez mayor e los codos y, en el rugby, en el aumento de ciertas prácticas ilegales, como el zar con los tacos de las botas la piel del oponente. En ambos casos, estos vances descivilizadores parecen ser consecuencia de la mayor competitividad Le estos juegos. Esto, a su vez, parece estar relacionado con la mayor comeraJización, profesionalización e internacionalización, y, por consiguiente, con aumento de la importancia de ganar. Sin embargo, estas prácticas parecen ir más ligadas a razones instrumentales que a fines placenteros en sí. Es lo que habría que esperar de «bárbaros tardíos» que sufren un aumento de la presión competitiva y emprenden una regresión a las formas y niveles de violencia, sobre todo expresiva, que caracterizaban a los «deportes» del mundo antiguo y la Edad Media.

EL DEPORTE EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO

Trayectorias de la formación del Estado y evolución inicial del deporte moderno Al igual que el capítulo 2, en cierta medida se superponen, el tema de este ca- mio es el deporte en el «proceso civilizador» de Occidente. Se divide en dos culones amplias que he titulado: (1) aspectos del tiempo, el espacio y la sociogía del deporte, y (2) aspectos del deporte en los procesos de formación de Esados en Europa Occidental. La primera sección implica el estudio de algunos emas complejos, y una crítica de los medios con que algunos historiadores, fi.ósofos y sociólogos de orientación filosófica han conceptualizado los términos cespacio» y «tiempo». Esta sección comienza y termina prestando atención a temas relacionados con el deporte. La segunda sección abarca un intento de pror más a fondo la razón por la cual los deportes modernos se desarrollaron prirnero en Inglaterra. Esperamos arrojar luz sobre este tema mediante un análisis comparativo centrado en las distintas

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trayectorias de formación de los diferentes Estados-naciones surgidos en Europa. Aspectos sobre el tiempo, el espacio y la sociología del deporte Dennis Brailsford publicó un libro en 1991 llamado Sport, Time and Society: the British at Play (Deporte, tiempo y sociedad: los británicos y los juegos). Es un libro bien escrito, con buena base investigadora, pero trata sólo del «tiempo» en un sentido poco razonado. Esto significa que, en las pocas ocasiones en que Brailsford intenta ser explícitamente conceptual, pasa como sobre ascuas. Le ocurre, no sólo al hablar del tiempo, sino también al abordar aspectos relacio nados con el deporte. Por ejemplo, en lo que estoy convencido de que es un ata[ que velado a la obra de Guttmann (1978), Brailsford escribe: Ver en el deporte taly como lo conocemos un fenómeno comp letamente moderno es adoptar una óptica muy limitada de su importancia social y personal. E pasarse de sofistificación y obviar la esencia eterna y básica del deporte. El deporte competitivo es apenas más «moderno» que, digamos, la caza, la lucha, los bailes, el canto y las relaciones sexuales. A pesar de los cambios que ha experimentado el deporte a lo largo de los siglos, la misma urgencia psi cosocial ha seguido formando su base. Sin embargo, por encima del deseo y elplacer de los juegos competitivos, de vez en cuando debió de haber aspectos comunitarios, relzgiososy comerciales, la fibra íntima de la lucha personal, la búsqueda del éxito y la satisfacción —aun a costa de grandes esfuerzos— que han fo rmado parte de su esencia. Ypuede existir vicariamente en los espectadoresyjugadores. (Brailsford, 1991: 160)

La referencia de Brailsford a una «esencia eterna y básica» del deporte es muy burda e implica un juicio erróneo del equilibrio entre la continuidad y el cambio en el desarrollo del deporte moderno. Tan sólo es capaz de imbuir algunos de sus argumentos esencialistas: primero, arguyendo un alto nivel de generalización; segundo, afirmando la existencia de una «urgencia psicosocial» que, según él, ha permanecido inmutable a lo largo de los siglos, y tercero, hablando de «juegos competitivos» y la «búsqueda del éxito y la satisfacción» como elementos recurrentes de los deportes de todas las sociedades y eras. Este argumento es tan general que es casi tautológico. De hecho, resulta más útil ver en los deportes modernos no sólo rasgos específicos señalados ya por Guttmann (1978), es decir, una orientación hacia el establecimiento y superación de récords, además de niveles más altos de racionalización, estandarización, secularización, especialización y cuantificación de lo que eran características de sus antecedentes, sino también ciertas características que se interpretan mejor como pruebas de un «proceso civilizador». En este sentido es importante: primero, los conceptos de «juego limpio»; segundo, los controles de la violencia que son potencialmente «civilizadores», aunque puedan infringirse, saltarse o caer en desuso, y tercero, las actitudes y el empleo del espacio y el tiempo propios de la modernidad y que no hubieran sido posibles de no haber sido por la evolución del conocimiento y la

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tecnología. Las formulaciones de Brailsford no son sólo cuestionables por lo que se refiere a su conceptualización del equilibrio entre continuidad y cambio en el desarrollo del deporte moderno. Su concepto de tiempo también es discutible. «Es —dice él— la caída de las barreras del tiempo lo que ha hecho del mundo del deporte moderno una posibilidad. El deporte ha conquistado el calendario que lo confinaba en el pasado, y ahora puede invadir todas las horas del día del año» (Brailsford, 1991: XI). Tal vez Brailsford piense que es metafórico en este pasaje, pero está muy cerca de lo metafisico. Es decir, la implicación de lo que él dice es que no son los seres humanos ios que han dado lugar al mundo del deporte moderno, sino que se ha tratado de un proceso impersonal que ha supuesto «la caída de

4a,reras del tiempo». Hacia la conclusión del libro, Brailsford sugiere en la nla onda que no puede haber reflexiones fina/es sobre este tema del deporte y el tiempo. No hay una línea esencial que pueda trazarse. E/paso de los años y los siglos seguirá haciendo estragos con sus cambios siempre y cuando los seres humanos sigan jugando. La división de los segundos se volverá más refinada. El tiempo seguirá conquistando la distancia. El deporte creará cada vez más sus propios ámbitos. (Brailsford, 1991: 161) Hay implícita una visión de la historia como un progreso inevitable que haque Brailsford crea poder vaticinar el futuro. Sin embargo, para lo que aquí porta, es menos importante que esté recurriendo a un concepto cosificante l tiempo que sirve de traba a una teorización seria de la investigación sobre >5 procesos implicados en el desarrollo del deporte. Es decir, su modo de conceptualización hace del tiempo algo en sí, y de conceptos temporales como «año» y «siglo», «cosas» o «fuerzas» que actúan. En otras palabras: está personiicando abstracciones igual que los antiguos, por ejemplo, cuando las «acciones Justas se convertían en la diosa Justicia» (Elias, 1992: 42) o cuando los alquimistas decían que «la naturaleza aborrece el vacío». Por tanto, Brailsford hace que el tiempo «conquiste distancias» ylos años y siglos «sigan haciendo estragos con sus cambios». No obstante, el tiempo ylos conceptos temporales no pueden actuar, conquistar ni causar estragos, sólo los seres humanos. «Tiempo», «año» y «siglo» son símbolos humanos, medios de orientación elaborados por personas a fin de facilitar la comprensión y controlar sus actividades en los mundos físico y social. Este hecho, que en un nivel es relativamente sencillo, suele no ser visto por estudiosos como Brailsford. Están preparados para seguir una tradición histórica de escasa base teórica y poco reflexiva, y por eso suelen usar conceptos populares como «tiempo» en un sentido acrítico. Sin embargo, no son sólo estos historiadores sin base teórica los que se enfrentan con dificultades a este respecto. Los sociólogos de filiación filosófica también topan con ellos. Saquemos a colación lo que Giddens escribió sobre el tema del tiempo: Como /afinitud de Dasein y la «infinidad del surgimiento de seres de la nada», el

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tiempo es tal vez e/rasgo más enigmático de la experiencia humana. No por nada [sic] fue e/filósofo Heidegger quien ha tratado de abordar de la forma más fundamental e/problema obligando a usar una terminología de una oscuridad desalentado ra. Sin embargo, e/tiempo ola constitución de la experiencia en elespacio-tiempo también es un rasgo bana/y evidente de la vida diaria de los seres humanos. De algún modo, en la falta de «ajuste» entre los pocos problemas para asumir la continuidad de la conducta en el espacio-tiempo y en su inefable carácter cuando se aborda filosojicamente es donde descansa la verdadera esencia de la desconcertante naturaleza del tiempo. (Giddens, 1984: 34-35) Los dos elementos de esta ecuación son problemáticos. El tiempo tal vez sea un «rasgo banal y evidente de la vida diaria de los seres humanos» en el mundo moderno donde hemos heredado un calendario y medios eficaces para medir lo que llamamos «tiempo». Sin embargo, no siempre ha sido así, como Elias pone de manifiesto al escribir que: Uno se olvida de que durante miles de años los calendarios que usó el hombre causaron problemas unay otra vez, tenían que reformarlosy mejorarlos sin cesar hasta que uno de ellos alcanzó casi la perfección que ha logrado el calendario europeo desde su última reforma. Lejos de ser «banal y evidente», es este rasgo diario de la vida humana lo que ha hecho que en ocasiones la gente se opusiera a las reformas del calendario porque creían que sus vidas se verían acortadas. La otra cara de lo que escribió Giddens es problemática porque no parece haber tenido en cuenta la posibilidad de que la «oscuridad desalentadora» de la terminología de Heidegger esté relacionada, no con las propiedades del tiempo per se, sino con el hecho de que (Heidegger) abordase el problema filosóficamente. Éste parece ser el caso, porque, si bien los problemas asociados con el «tiempo» siguen siendo complejos desde la óptica sociológica, no son «desalentadores» ni «oscuros». Al contrario, son perfectamente comprensibles. Desde el punto de vista sociológico, el tiempo es un medio simbólico de orientación mediante el cual los seres humanos se relacionan entre sí con acontecimientos y procesos de distinta naturaleza. Su única realidad es como símbolo social en un universo donde sólo existen procesos naturales —incluyendo los humanos y sociales—, donde, si así se quiere, sólo los acontecimientos y procesos de distinta naturaleza son reales. Ése era, al menos, el punto de vista de Elias, quien los expresó así: Los hábitos lingüísticos... refuerzan constantemente el mito del tiempo como algo que en cierto grado existe y que puede determinarse o medirse aunque los sentidos no puedan percibirlo. Sobre este modo peculiar de existencia deltiempo sepuedefilosofarsine die, taly como se ha hecho durante szlos. Podemos entretenemos especulando sobre el secreto del tiempo como un maestro de misterio, aunque en realidad no haya misterios.

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Fue Einstein quien finalmente puso el sello al descubrimiento de que el tiempo era una forma de relación y no, como creía Newton, un flujo objetivo, una parte de la creación similar a ríos y montañas que, aunque invisible, era como ellos independiente del ser humano que lo medía. Pero ni siquiera Einstein alcanzó suficiente profundidad. Tampoco escapó por completo a la presión del frtichismo lingüístico y a su modo apoyó nuevamente el mito del tiempo cosificado, por ejemplo, al afirmar que bajo ciertas circunstancias el tiempo podía contraerse o expandirse. (Elias, 1992: 43-44) Por tanto, procesos y acontecimientos, y no símbolos, son los únicos susntivos; el «tiempo» es un símbolo, no un proceso ni un acontecimiento. Adeís, «cualquier cambio en el “tiempo” [es] un cambio en el “espacio”» (Elias, 1992: -1OO). No profundizaré aquí en los conceptos de «espacio» y «espacio-tiem,o», excepto para decir que, de la misma forma que la gente de hoy es herede d símbolos y mediciones sobre el tiempo más congruentes con la realidad : los que tenían sus antecesores, también son herederos de un conocimiento niás congruente con la realidad sobre el «espacio», sobre todo con el «espacio local», es decir, la tierra en la que viven. Cuentan con mapas y aparatos mis fiables como brújulas y radares para medir la posición relativa en el «espacio- tiempo», y tienen una importancia considerable para facilitar el desarrollo y el carácter del deporte moderno. En realidad constituyen la sustancia de un deporte, la orientación. Para la sociología del deporte, la principal relevancia de este argumento es : que esta subdisciplina se preocupa del estudio de acontecimientos y procesos en el espacio y en el tiempo. Esto significa que la óptica convencional establece que la sociología y la historia son materias separadas, una relacionada con «el presente» y la otra con «el pasado». Si pensamos un momento veremos que esto es así. Las sociedades humanas existen ene! espacio-tiempo, yel tiempo, como dice el antiguo adagio personificador, «nunca se detiene». Esto significa que lo que nosotros llamamos «el presente» es un punto de referencia en constante variación dentro del incesante flujo de procesos y acontecimientos. Lo que era «el presente» cuando empecé a escribir este capítulo ya forma parte del «pasado» al acabarlo. «El presente» es un concepto ambiguo y hay que leerlo con una connotación histórica. De lo cual se deduce que, si hay que aceptar que la sociología es el estudio «del presente», hay que hacer un juicio más o menos arbitrario sobre el pasado reciente. En otras palabras, habría que decidir si este término se refiere, digamos, a las décadas de 1980 y 1990, los años a partir de 1960 o el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sea cual sea la decisión tomada, cualquier estudio implica por obligación un intento de asumir aspectos del pasado. En resumen, esto lleva inevitablemente a emprender una especie de estudio hist6i0. A menudo se arguye —por ejemplo, Popper (1957)— que la historia y la sociología de la historia no pueden ser ciencias debido al carácter único y la irrepetibilidad de los acontecimientos sociales. La postura de Elias era distinta. Afirmaba que el carácter único y la irrepetibilidad no son inherentes a los acontecimientos como

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objetos, independientemente de los valores de la gente que hace tales afirmaciones (Elias, 1983: 9 y sigs.). Al contrario, Elias sugirió que tales ideas reflejan los valores de la gente de las sociedades industriales altamente diferenciadas donde el carácter único individual es muy apreciado. Esto da pie a la aparición de temas complejos. Según Elias, los seres humanos tienen mayor conciencia de la individualidad de sus acciones que ninguna otra especie conocida. Sin embargo, todos los seres humanos son únicos dentro de un patrón recurrente y genéticamente determinado de la especie. Las relaciones sociales de las hormigas y las abejas han permanecido iguales durante miles de años porque dependen de su constitución genética. Como especie, sin embargo, el Horno sapiens es fundamentalmente distinto porque los patrones humanos de organización social dependen del aprendizaje. De ahí que la organización social de los seres humanos se modifique sin que haya cambios biológicos. Es la dependencia del aprendizaje lo que permite a los seres humanos que tengan «historia» y que cambien y se desarrollen sus sociedades y productos sociales como los deportes. De hecho, Elias sugirió: las secuencias que denotan los términos «evolución biológica», «desarrollo social» e «historia» forman tres estratos distinguibles pero inseparables (1983: 13 y sigs.). El ritmo de cambios en cada uno suele diferir. Por tanto, las configuraciones sociales cambian con mis rapidez que la estructura genética de los organismos biológicos, los seres humanos cambian con más rapidez que las configuraciones. Por ejemplo, la figuración de los tres estamentos «caballeros, sacerdotes y siervos» de la Europa medieval, y la figuración del «obrero, patrón y gerente» de los tiempos más recientes son ejemplos de configuraciones que han durado varias generaciones. Esto es independiente del hecho de que todos y cada uno de los individuos que lo comprenden son, o eran, una variación única e irrepetible del patrón común de la especie y actuaban de forma más o menos diferente, en parte de acuerdo con el nivel de individualización estructuralmente determinado por la fase de desarrollo de la sociedad. Otra forma de decir esto es afirmar que las configuraciones permiten cierto grado de autonomía relativa a los individuos que las forman. Esto es lo que Durkheim trató de plasmar cuando escribió sobre la imposibilidad de modificar hechos sociales por «un sencillo esfuerzo de la voluntad» (1964: 28). Los deportes modernos parecen tener tal carácter de autonomía relativa, una estructura relativamente estable que los hace comparables a la figuración relativaite duradera de «caballeros, sacerdotes y siervos» de la Edad Media o la fitación actual y también relativamente duradera de «obreros, patrones y gettes». Al escribir teniendo en mente el deporte moderno, Elias se refirió provisionte a la forma «madura» o menos juiciosamente «definitiva» de los dertes y juegos, una fase de equilibrio dinámico donde siguen produciéndose mbios, pero que por algún tiempo son ligeros y superficiales (Elias, 1986b: ). Tal opinión es una variante de la creencia que tienen muchos escritores iue hablan de temas como la comercialización y comodificación de los depores. Parece que creen voluntariamente que todos los aspectos de la estructura de s deportes están

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destinados a cambiar al antojo de los empresarios mediante a implicación de los deportes en este proceso, aspectos «estructurales profuns» como las reglas constitutivas, así como aspectos «estructurales superficias» como la planificación y el vestuario. Mi posición respecto a esta materia es en ciertos aspectos más cercana a la ie Hargreaves (1986). l habla de «la naturaleza del deporte como un medio au:t6nomo de expresión», de la existencia de un «elemento lúdico» que «es irreducible inherentemente a la programación para lograr beneficios y control» (1986: 222). Sin embargo, sólo acepto este razonamiento en un punto. Tal y como lo expresó Hargreaves, parece tener matices esencialistas e implica que hay un «elemento lúdico» inherente al deporte, una suerte de «esencia» o «instinto» que otorga al deporte un grado de autonomía protectora con independencia de sus , localizaciones histórico-sociales, su organización y la socialización, hábitos, relaciones de poder, valores e intereses de la gente implicada. Su posición al respecto parece ser próxima a la de Brailsford. Los sociólogos figuracionales también tienen un concepto de la autonomía del deporte. Sin embargo no es esencialista y subraya la autonomía relativa históricamente variable, y, al contrario de lo que está implícito en la formulación de Hargreaves, la autonomía no es [ universal ni absoluta. Por encima de todo, los sociólogos figuracionales no intentan negar que ios deportes —o para el caso cualquier otra cosa— puedan programarse para obtener beneficios y control. Al contrario, tratan de explicar lo que ocurre haciendo referencia al cambiante equilibrio de poder entre los grupos implicados en el deporte, los intereses y valores de estos grupos, la localización y forma de integración de los deportes en un marco social más amplio, y el carácter y estructura, por encima de todo la fase de desarrollo, de esta totalidad social más amplia (ver capítulo 5). Un ingrediente importante de la autonomía, estabilidad y persistencia relativas de los deportes es la estructura «profunda» o básica que se produce y reproduce fundamentalmente con reglas escritas y códigos no escritos. Por ejemplo, el fútbol tal y como se desarrolló en Gran Bretaña durante el siglo XIX tuvo una estructura básica que le permitió extenderse sin cambios básicos por todo el mundo, incluso en contextos culturales que eran muy distintos del lugar de origen. Es una estructura básica que sobrevive a la <(americanización» del juego que fue ejemplificada notablemente junto con la puesta en escena de los mundiales de 1994 en Estados Unidos y los procesos más generales de comercialización y comodificación asociados con la intervención de empresarios. Es discutible que sea esta estructura básica la que interese a los empresarios del fútbol y deportes parecidos. Les interesa porque explica lo que engancha y emociona a millones de personas, lo cual convierte los deportes en un filón explotable comercialmente. Elias comenzó a definir lo que implica una estructura básica como ésta cuando escribió: En todas sus variedades, el deporte siempre es una batalla controlada en un ámbito imaginario... Tomemos el caso de lfitbool. Es la imaginación humana la que hace que los hombres jueguen con una... pelota —sólo con los pies—y hagan de ella el

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objeto de una lucha acalorada pero bajo control entre dos grupos humanos. El problema que hay que resolver.., es que el riesgo de sufrir lesiones sea bajo, pero conservando la emoción de la bata1k.. Si el marco de las reglas y las habilidades desarrolladas conszue en la práctica mantener éste y otros equilibrios relacionados, puede decirse que el deporte ha alcanzado la madurez. Las variedades delfootball inglés alcanzaron este grado de equilibrio tras un período de crecimiento y ajustes frncionales, y su concreción final dio a los jugadores la posibilidad recurrente de conseguir que la tensión de una batalla sin violencia durase lo su- fi ciente para pasarlo bien, así como una buena posibilidad de c-ulminary descargar la tensión en sus variantes de victoria o derrota. Si muchos partidos terminan en empate, sin una victoria que resuelva la tensión, es necesario reajustar las reglas del juego. De la misma forma, un juego-deportepuede perder suflínción si, en demasiados casos, la victoria se obtiene con demasiada rapidez. En tal caso, se pierde o se reduce al mínimo el placer de la tensión-emoción. Como otras variedades del deporte-ocio... elfiutbol se halla en una posición precaria entre dos peligros mortales, el aburrimiento y la violencia. Elaspecto dramático de un buen partido defrtbol... tiene algo en común con una buena frnción de teatro. También aquí se concentra durante cierto tiempo una tensión o emoción miméticas placenteras, que llevan a un clímax y, por tanto, a la resolución de la tensión. (Elias, 1986b: 50-5 1) Al referirse a que ci deporte se desarrollaba en «ámbitos imaginarios», Elias incurrió en una idea contra la cual luchamos durante la década de 1960, a saber, que los deportes son en cierto sentido «irreales» o «alucinatorios» (Dunning, 1972). Estos ámbitos son más bien «imaginados» que «imaginarios».

rte de esto, este pasaje es revelador sobre la autonomía relativa y «madurez» los deportes. Emplearé algunas ideas de Elias para estudiar otros aspectos del oceso social imprevisto durante el cual surgieron los deportes modernos en iflas más «maduras».

Formación de los Estados de Europa occidental y el desarrollo del deporte moderno

En 1976, Ah Mazrui dijo que «las primeras leyes que adoptaron voluntarianente hombres de toda cultura y condición freron las leyes del deporte» (Mazrui, 6: 411). Se estaba refiriendo específicamente al deporte moderno, y como ubrayó Huizinga, fue Inglaterra la que sirvió de «cuna y centro» para el desairollo de esta forma peculiar moderna de prácticas lúdicas (Huizinga, 1971; ver también el capítulo 2 de este volumen). No es difícil discernir las razones ge- perales. Estaban relacionadas en primera instancia con el dinamismo peculiar de la figuración de

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Europa Occidental. A veces se olvida que las sociedades de Europa occidental estaban, en cier[to sentido, unidas ya en la época del Imperio Romano y siguieron compartiendo elementos comunes hasta el día de hoy. Es habitual hablar de «la época oscura» cuando el imperio de Roma dejó de dominar sobre Occidente durante el siglo V d. C. y considerar este período como de total anarquía. Desde un : punto de vista figuracional es útil establecer una distinción entre la unidad social y la integración social, y ver que este declive del dominio del Estado Romano no supuso desintegración, sino la aparición de una forma nueva, menos unificada y más conflictiva, de integración entre unidades de estados embrionarios, junto con una alteración en el orden social europeo respecto al equilibrio entre las presiones sociales centrípetas y centrífugas a favor de las segundas (Elias, 1994). Es decir, según esta conceptualización, la Europa de la «época oscura» se caracterizó por un modelo de integración social inestable, desunido y muy descentralizado. Esta inclinación hacia unidades de Estados descentralizados e inicialmente feudales —Elias habla de «feudalización»— fue crucial para sentar las condiciones estructurales de un dinamismo peculiar de Occidente respecto a otras civilizaciones, es decir, para establecer las condiciones necesarias para los procesos a largo plazo de luchas hegemónicas, de eliminación y formación de monopolios que, según Elias, iban a generar la aparición de Estados_naciones y a su vez, de la ciencia, la industrialización y—lo más importante en este contexto— lo que Elias llamó «conversión de los pasatiempos en deportes» (Elias, en Elias y Dunning, 1986). También estuvieron implicadas las guerras entre Estados-naciones y entre Estados dinásticos y formas feudales de «unidad de supervivencia» que les precedieron (Elias, 1978). Entre ellas, este complejo de procesos interrelacionados contribuyó y fue recíprocamente dependiente de la hegemonía global de Occidente, un patrón de dominio global que duró de tres a cuatro siglos y que sólo ahora muestra signos de llegar a su fin con el desplazamiento del poder global —dado la hegemonía militar de Estados Unidos, sobre todo del poder económico— al Lejano Oriente. La hegemonía global de Occidente fue, por supuesto, crucial para la extensión global del deporte moderno. Pero, ¿por qué, dentro del campo social y del «complejo cultural» de Europa occidental, fue en Gran Bretaña, sobre todo en Inglaterra, donde se dio por primera vez «la conversión de los pasatiempos en deportes»? Las razones generales de este hecho normalmente aceptado son fáciles de discernir. Parecen estar relacionadas con la trayectoria específica inglesa de la formación del Estado en relación con las trayectorias específicas de otros Estados-naciones de Europa. Por ejemplo, Alemania e Italia quedaron fuera de este proceso de «conversión en deportes» porque permanecieron desunidas hasta entrado el siglo XIX. Tal vez en Italia surgiera el calcio por el siglo XVI, antes de que en Inglaterra apareciera el futbol y el rugby, pero en ese país relativamente desunido, el pueblo premió las tradiciones locales particulares sobre las nacionales, más universales, y el calcio siguió confinado en gran medida en Florencia. Por lo que a Alemania se

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refiere, la unificación se logró bajo la égida de los militares prusianos y la brutal cultura de los duelos ocupó un lugar central en la incorporación de la burguesía a la clase gobernante, proceso en cuyo curso los valores de lo que Elias llamó eme satisfaktionf2ihig Gesellschafi —una cultura donde dar y recibir satisfacción en duelos era un rasgo clave de las clases altas y medias altas— llegaron a dominar ios valores humanistas (Elias, 1996). Además de esto, en Alemania se desarrolló un movimiento gimnástico nacional, die Turnerbewegung. Al hablar de la resistencia alemana a los «deportes ingleses», Eisenberg escribió persuasivamente que: La indiferencia, incluso la resistencia ocasional, de la clase medía alemana hacia los «deportes ingleses» modernos se ha... explicado con dos argumentos. Primero, la Bürgertum (la burguesía) había desarrollado sus propias fo rmas de ejercicio a comienzos del siglo XIX Turnen (gimnasia), una forma de preparación militar que no se basaba en los princzios de la victoria y la competición, absorbió en parte los medios que en Inglaterra y otros países se invirtieron en el desarrollo de los deportes; además, aportó una base organizati va para los que se oponían a los deportes. Segundo, muchos intelectuales creían que la mente y el genio no eran compatibles con la frerza muscular. En su opinión, los deportes no formaban parte de la Kultur alemana sino de la Zivilisation occidental, la cual desaprobaban. (Eisenberg, 1990: 266)

El que a diferencia de la Turnen, el «deporte inglés» se basara en «los prinlos de la victoria y la competición» —el «juego limpio» es presuntamente más ptante— tiene importancia y en su momento volveré a este punto. Sin emrgo primero es necesario aportar más pruebas sobre las distintas trayectorias la formación de los Estados europeos y su importancia para entender el dejrollo del deporte moderno. Al contrario que Italia y Alemania, Francia e Inglaterra estaban bastante ficados a nivel nacional ya en los siglos XVII y XVIII, en parte —y quizá so- e todo— porque hacía tiempo que habían desplazado a otros contendientes en estatus de «superpotencias» europeas como España y Holanda. Sin embargo, rancia estaba muy centralizada y gobernada por una forma de gobierno absoÍuto donde, en palabras de Elias, el derecho de los súbditos a «formar asociaciones a su entender solía estar restringido, cuando no prohibido» (Elias, 1 986b: 38). En Inglaterra por el contrario, durante el siglo XVII y en el curso de la Revolución Inglesa todas las formas de absolutismo y un Estado muy centralizado [fueron destruidas por la victoria de la Commonwealth, que llevó a grandes restricciones del poder monárquico. Esta tendencia se vio reforzada por el hecho de que Inglaterra era una potencia naval/insular y no necesitaba una burocra -ci tan numerosa y centralizada como la que tendió a darse en los Estados conmentales, donde se necesitaba un ejército terrestre numeroso para defender las fronteras (Elias, 1950). De ahí que en Inglaterra gran variedad de presiones de origen social contribuyeran a que las clases altas terratenientes —la aristocracia y la alta burguesía— retuvieran un alto grado de autonomía y pudieran, a través del Parlamento, compartir las tareas del poder con el monarca. Como sugerí en el capítulo 2, durante el siglo XVIII, a

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medida que se fueron aplacando las pasiones generadas por la Revolución Inglesa, los miembros de estas clases sociales comenzaron de forma gradual a desarrollar «partidos políticos» y medios relativamente pacíficos para solventar las disputas políticas. Elias se refirió a la «parlamentarización de los conflictos políticos» y siguió arguyendo de forma convincente, primero, que esto fue fundamental en el proceso civilizador inglés, y, segundo, que al mismo tiempo que este proceso de parlamentarización se dio lo que él llamó «conversión de los pasatiempos en deportes», proceso en cuyo curso los hábitos más civilizados que se dieron entre los aristócratas y grandes burgueses por lo que se refiere al ejercicio del gobierno les llevó a adquirir formas menos violentas y más «civilizadas» de disfrutar del tiempo libre. La relación fue correlativa y no casual. La parlamentarización se produjo en las vidas políticas de estos aristócratas y caballeros, y la transformación de su vida de ocio en deportes. Eisenberg ha observado que los deportes que empezaron a modernizarse durante el siglo XVIII en Inglaterra se organizaron mediante «clubes» exclusivos, cuya modernización se inició en el siglo XIX mediante «asociaciones» más abiertas y universales (Eisenberg, 1990, 271-272), hecho que marcó el traspaso de parte del poder de los terratenientes a la burguesía. El lugar principal de esta segunda ola de conversión del ocio en deporte partió de las «escuelas públicas» de la elite, una serie de escuelas que, con un estilo propio de Inglaterra, operaron con un alto grado de independencia del Estado. Este alto grado de autonomía relativa facilitó las innovaciones en las escuelas públicas y esto, junto con la grave tensión y competición entre sus miembros de distinto estatus, fue una de las condiciones que permitió la transformación del football en un deporte, proceso en cuyo curso el rugby y el futbol se diferenciaron y surgieron como deportes modernos (ver capítulo 5). Hacia el término del siglo XIX y con lo que Perkin (1989) ha llamado los imperios británicos «formales» e «informales», muchas de estas formas de deporte inglés comenzaron a difundirse por el mundo. De hecho, al igual que Italia fue la cuna del lenguaje musical empleado hoy en día en todo el mundo, Inglaterra fue el punto de origen principal de la mayor parte del vocabulario y práctica del deporte moderno. Tal y como escribió Stiven en 1936: Inglaterra fise la cuna y la amante madre del deporte... Parece posi 61€ que los términos técnicos del inglés para referirse a este campo se conviertan en una posesión común de todas las naciones, de la misma forma que los términos técnicos del italiano lo hacen en el campo de la música. Probablemente es poco habitual que un elemento cultural haya emigrado con tan pocos cambios. (citado por Elias, 1986b: 126) Una excepción principal a este patrón de difusión sin cambios importantes es la de la expansión del rugby por Estados Unidos, donde este tipo dej’hotball, originalmente inglés, se transformó en un juego muy distinto. También hubo resistencia en Europa a esta difusión de los deportes ingleses. Terminaron por adoptarse sin cambios significativos, aunque Elias se refiera a una aristocracia alemana que decía en 1810

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que «el deporte no es propio de los caballeros» (Elias, 1 986b: 127) y miembros del movimiento Turner trataron de frenar el avance del futbol en Alemania definiéndolo como Fusslümmelei —»hooliganismo con los pies»— y die englische Krankheit—«la enfermedad inglesa» (Planck, 1898)—, afirmaciones basadas en prejuicios locales y no una intuición de lo que sería el hooliganismo en el futbol de las décadas de 1970, 1980 y 1990. Eisenberg cita un libro sobre deporte publicado en Alemania en 1908 que también ejemplifica estos prejuicios localistas. En él, los clubes deportivos se comparan con las fraternidades de estudiantes duelistas. «Los contemporáneos familiarizados con ambas formas de sociabilidad —nos dice— se daban cuenta de que en los deportes había grandes fricciones [Reibungj pero no un calor real [Wdrme] (Ei erg

1990). Esto era típico del contraste establecido entre Kultur y Zivilistos procesos de resistencia constituyen un área poco estudiada de la so‘ del deporte. Por ejemplo, poco se sabe sociológicamente sobre la forde los juegos gaélicos en Irlanda. Sin embargo, es menos relevante pa- propósitos actuales el hecho de que, a comienzos del siglo XX, se hubieierto camino el <(deporte», no sólo como palabra alemana, sino como voz .ia de la mayoría de las lenguas europeas, con modificaciones ocasionales no deporieen español y esporten catalán. También por aquel entonces el fútestaba a punto o ya había adquirido el estatus del deporte de pelota más poLar del mundo, proceso de difusión que implicó la exportación, no sólo de la na propia de juego del futbol, sino también del nuevo, pero otra vez con caciones locales como Fussballen alemán, voetbalen holandés yfrtbolen pañol. Sólo los italianos se resistieron a este aspecto lingüístico, y optaron por propio término, calcio, presumiblemente por creer que Florencia había sido i cuna de este juego moderno. Parece razonable suponer que la difusión de deortes como el fútbol procedentes de Inglaterra es un testimonio del nivel de nadurez alcanzado. Desarrollemos algunos aspectos de esta afirmación falsanente sencilla. Me he opuesto aquí al concepto cosificado del tiempo y he sugerido el recónocimiento del hecho de que el «tiempo» es un símbolo humano y que sólo la «realidad» implica procesos y acontecimientos, elementos que apuntan la de que la sociología debería ser una asignatura histórica. También afirmé que Brailsford y Hargreaves se equivocaban al hablar, por una parte, de la «esencia eterna» del deporte y, por otra, de un «elemento lúdico» en el deporte que es «irreducible a una programación para obtener beneficios y control». Tales krmulaciones son esencialistas e implican la existencia de un «instinto de juego» y no consiguen plasmar como debieran el equilibrio entre continuidad y cambio en el desarrollo de formas lúdicas. Más adecuado es un concepto figuracional del deporte moderno como desarrollo específico y fenómeno social relativamente autónomo. Eisenberg planteó una idea interesante en este sentido. Después de reparar en que «una de las características más importantes del deporte moderno es su capacidasi para aportar e institucionalizar un marco de sociabilidad», aplica lo que ella llama ideas «teóricas puras» de Simmel sobre la competición como una forma social en un

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intento de explicar por qué se desarrolló primero en Inglaterra el deporte competitivo. Según ella, es crucial la idea de Simmel sobre «la fbrma pura de lucha petitiva donde... elprecio de una competición no está en manos de los adversarios o competidores, sino en un tercer miembro». Al aplicar esta idea al deporte, Eisenberg escribe:

En el deporte, el tercer mkmbro es una corporación gobernante que ofrece un premio, o bien el entrenador y una audiencia bien informada... es su reconocimiento y el aplauso de los deportistas lo que buscan. Las peleas entre ellos son simplemente el medio para alcanzar un fin. Para acer carse al máximo al tercer miembro, tienen que ajustar y establecer lazos entre ellos, pero sin causar daños, y en muchos deportes, no llegan ni a tocarse. En este contexto, «la lucha de todos contra todos» es al mismo tiempo, según SimmeL «la lucha de todos por todo». La competición en su fo ma pura neutraliza la necesidad de establecer la victoria o la derrota en términos morales y ayuda a asumir que los deportistas son seres racionales y éticos que no hacen trampas. (Eisenberg, 1990: 269) El hecho de que haya deportes como el boxeo donde el objetivo explícito es dañar al oponente muestra que este argumento fecundo pero abstracto no abarca por completo el desarrollo o el carácter del deporte moderno. Algunos de los datos de la propia Eisenberg apuntan en esta dirección. Pero nos cuenta que Incluso los ideólogos del deporte en Alemania, como los miembros del Zentralausschuss flir Volks- und Jugendspiele que trataron de dfisndir elfootball y otros deportes durante la de’cada de 1890, no consideraban la competición como un tema importante o lo relacionaban con aspectos negativos. Muchos temían que la competición evocara las pasiones negativas de los jóvenes y que los distrayera de los «juegos infantiles inocuos». (Eisenberg, 1990: 274) Dicho de otro modo, estos avanzados partidarios alemanes del deporte no confiaban en la capacidad de que sus protegidos ejecieran el autocontrol en situaciones competitivas. Esto sugiere que el deporte moderno no es una especie de «forma pura de sociabilidad competitiva» en la forma abstracta concebida por Simmel, si bien implica a seres humanos que no son sólo racionales sino también emocionales y cuya estructura de la personalidad, sus hábitos y controles sociales internos reflejan una fase concreta de un proceso civilizador o descivilizador. Durante los siglos XVIII y )UX los ingleses estaban más avanzados que los alemanes en este aspecto. Esto se confirma con lo que escribió Weber (1930) en la Etica protestante. Como ya dije con anterioridad, el deporte moderno se desarrolló primero en Gran

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Bretaña en gran medida junto con lo que Elias llamó «laparlamentarización del conflicto político», proceso que marcó una fase crucial de los procesos ingleses civilizador y de formacion del Estado. Además, junto con el gobieno parlamentario, el deporte llegó a tener muchas de las características de lo que

ions (1964) habría descrito como un «universal evolutivo», es decir, una for1 ue facilitó su expansión y que echará raíces en todas las sociedades en un [dado de desarrollo. Fue crucial el desarrollo de reglas escritas y convenes orales que permitieron un equilibrio entre cierto número de polaridades rdepen&entes como: a polaridad global entre dos equipos o individuos opuestos; a polaridad entre ataque y defensa; la polaridad entre cooperación y tensión entre dos equipos o individuos; la polaridad entre cooperación y tensión dentro de cada equipo; la polaridad entre el control externo de los jugadores en distintos niveles (por ejemplo de los administradores, entrenadores, capitanes compañeros de equipo árbitros, jueces de línea, espectadores etc.) y los controles flexibies que los jugadores ejercen sobre sí mismos; la polaridad entre la identificación afectuosa y la rivalidad hostil contra los oponentes; la polaridad entre el placer de la agresión experimentado por jugadores individuales y el freno impuesto a tal placer por las reglas orales y escritas; la polaridad entre la laxitud de ciertas reglas y la rigidez de otras; la polaridad entre los intereses de los jugadores y los intereses de los espectadores; la polaridad entre los intereses de los jugadores y los espectadores y los intereses de las autoridades y cuerpo legislativo del deporte; — la polaridad entre los intereses de los jugadores y espectadores y los intereses de los árbitros, jueces de línea o juez lateral cuya misión no es otra que asegurar el cumplimiento de las leyes o reglas del deporte; la polaridad entre «seriedad» y «juego»; la polaridad entre aburrimiento y violencia y la polaridad entre los intereses de las personas que están implicadas cognitiva y emocionalmente y las personas que no lo están. Estos aspectos se refieren a deportes de equipo como el fútbol y deportes más individuales como el tenis. Habría que modificarlos para abarcar, por ejemplo, las distintas formas de competición deportiva. Ni que decir tiene que esta conceptualización se ofrece como una guía para iniciar nuevos estudios, no como una respuesta definitiva e incontestable. Las polaridades expuestas arriba son interdependientes en el sentido de que los cambios pueden tener efectos ramificados. Tomemos las polaridades novena y duodécima, la polaridad entre los intereses de jugadores y espectadores y la existente entre «seriedad» y «juego». Si los jugadores empiezan a participar con mayor seriedad en un deporte, el nivel de tensión subirá y, pasado cierto punto, es posible que aumente la incidencia de la rivalidad hostil dentro y entre los equipos; es

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decir, es probable que el juego se transforme y pase de ser la pantomima de una batalla a otra «real», y es posible que los jugadores transgredan las reglas y cometan actos de juego «sucio». Una vez más, según el grado en que los espectadores se sientan identificados con los equipos que apoyan, tendrán menos capacidad para asumir las derrotas con ecuanimidad y tal vez respondan tratando de afectar el resultado de la competición, por ejemplo, gritando a favor de su equipo y contra el contrario. Una vez alcanzado cierto grado, tal vez traten de interferir directamente en el juego o incluso invadan el área de juego para intentar asegurar la suspensión del partido. En ese punto es probable que entren en juego las autoridades deportivas, las personas con intereses comerciales y las autoridades públicas. Las formas deportivas que se desarrollaron en Inglaterra durante los siglos XVIII y XIX llegaron a alcanzar un equilibro relativamente estable entre estas polaridades. Por supuesto, se necesitarán nuevos estudios que establezcan el cómo y el porqué. Sin embargo, para lo que aquí nos interesa, basta con sugerir que es este equilibrio lo que importa para su supervivencia durante más de cien años y su difusión global sin apenas cambios. Suele argüirse que los procesos de globalización y comercialización de los deportes que se produce en la actualidad son una amenaza para su estructura básica, pero es dudoso. La estructura básica de los deportes modernos parece conferirles un alto grado de autonomía relativa. Son «invenciones colectivas» y exitosas en el sentido de que, de vez en cuando, proporcionan a la gente emociones placenteras sin generar aburrimiento ni degenerar en una violencia excesiva. Es decir, se ajustan al carácter de los tiempos, a personas como nosotros y que, según sugiere Elias, futuros historiadores podrían calificar de «bárbaros tardíos», o sea, personas que están lejos de alcanzar el «pináculo del autocontrol civilizado» (Elias, 1991b).

EL DESARROLLO DEL FÚTBOL COMO DEPORTE MUNDIAL

Introducción El primer tema abordable al hablar del desarrollo del fútbol como deporte undial es el origen y significado de los términos ingleses «football» y «soccer», a que lo normal es que en casi todos los países se refieran al deporte como «fotball» o con la traducción de la palabra, por ejemplo, Fussball en alemán, yoballen holandés, fiítebolen portugués, fi1tbolen español yfotbollen sueco. La iica excepción en Europa es Italia donde, como ya dije en el capítulo 3, el térrio calcio ha prosperado por manifestar su creencia de que este país fue el luar de origen del fútbol moderno, aunque esto sea probablemente falso. Aunque no se use con tanta frecuencia como «football», en Inglaterra el término soccer» esel más empleado. No sucede así en Europa, América Central y América del Sur; de hecho, los países donde se usa el

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término «soccer» son los de América del Norte y Australia, donde este uso está justificado porque norteamericanos, canadienses y australianos emplean «football» para referirse a los juegos traídos por sus ciudadanos de origen europeo. Tal vez se piense que este debate es innecesario y pedante, pero es esencial porque en los países que no son Australia, Canadá y Estados Unidos se cree que «football» sólo corresponde a un deporte en que el balón se golpea con el pie, es decir, a1 «soccer». Tal creencia es errónea. «Football» ofitbol es un término genérico que se refiere a una clase de deportes de pelota, entre los que destaca el Association football (el fútbol), el rugby football (rugby), el American football (fútbol americano), el Canadianfootball (fútbol canadiense), el Australianfootbail (fútbol australiano) y el Gaelicfootball (fútbol gaélico). «Soccer» es una contracción corrupta del término «association» y alude a una forma muy específica de jugar en asociación. Se dice que el término surgió a finales del siglo XIX en la Universidad de Oxford cuando un día durante el desayuno un amigo preguntó a un estudiante llamado Charles Wreford-Brown: «Cha ries, ¿vas a jugar hoy al rugby (rugger)?» «No —contestó—, jugaré alfitbol (soccer)» (Glanville, 1969: 29). La costumbre de añadir el sufijo -era abreviaturas estaba de moda entre los miembros de las clases media y alta inglesas de aquella época. No obstante, es probable que la historia sea apócrifa. De no ser así, representa uno de los pocos casos en la historia del deporte en donde la introducción de una práctica específica se remonta hasta una persona con nombre y apellidos. La palabra clave de la última frase es «auténtica» porque hay nume rosas narraciones míticas que remontan los orígenes de los deportes a la acción innovadora de personas concretas y no sienten la necesidad de ubicar sociaj mente a dichos individuos. Hay dos tipos amplios de narraciones míticas sobre los orígenes de los deportes: las que se remontan a acciones de un individuo y las que sugieren un origen colectivo. Un ejemplo de origen individual es el que remonta el rugby a un acto anómalo cometido en 1823 por William Web Ellis, estudiante de Rugby. Otro remonta el origen del béisbol a un acto atribuido al general Abner Doubleday en Cooperstown, Nueva York, en 1839 (Gardner, 1974: 60-61; Dunning y Sheard, 1979: 66). Ambos son poco plausibles. La mayoría de los intentos de explicar el origen del fútbol son mitos colectivos más que individuales, que adoptan distintas formas. Por ejemplo, se creía en KingstonuponThe5 condado de Surrey, que el juego local que practicaban tradicionalmente todos los martes de carnaval tenían su origen en una victoria de los sajones sobre los invasores daneses a comienzos de la Edad Media. Se dice que jugaron por las calles dando patadas a la cabeza del jefe danés y que el juego surgió de aquella celebración. Una creencia igualmente increíble circulaba entre los habitantes de Rugby, sólo que en esta ocasión se dice que el juego tuvo su origen en una victoria de los bretones sobre el ejército romano en el siglo III de nuestra era (Marples: 1954: 6-7). Estas creencias son míticas porque no hay datos que las confirmen desde los acontecimientos supuestamente ocurridos. De hecho, es más plausible lo contrario a

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este tipo de creencia popular, a saber, que bretones y anglosajones ya jugaban a deportes similares al fútbol cuando se dieron esas batallas contra romanos y daneses, y que los partidos de fútbol eran actos para celebrar las victorias y que luego tal vez sustituyeran la cabeza de los jefes derrotados por una pelota. Que así pudo ser concuerda con su nivel de Civilización en el sentido de Elias, pero, una vez más, no hay datos que confirmen o refuten una hipótesis de este tipo. Los mitos más plausibles desde la óptica antropológica remontan los orígenes del fútbol a un rito pagano de la fertilidad. En 1929, W B. Johnson escribió que en los rituales primitivos con frecuencia hay un objeto esférico que simboliza el sol. Dicho de otro modo, la pelota es una representación simbólica del que da y mantiene la vida, hipótesis que queda respaldada un tanto porque la soule, nombre francés de una forma de fútbol que floreció en Normandía y Bretaña, parece ser un derivado de so palabra latina para designar al astro rey (Marpies, 1954: 12-13). Lo que no explica este origen mítico es por qué hay que dar patadas a un sol simbólico en este juego rudo y físicamente peligroso.

.na variante anterior de esta hipótesis formulada por Chambers afirma que lota representa simbólicamente, no el sol, sino la cabeza de un animal SaLado (Marples, 1954: 14-15). El objeto del juego, conjetura el autor, era s jugadores se hicieran con la cabeza simbólica y la enterraran en sus tiecori la esperanza de asegurarse cosechas abundantes. El respaldo indirecto ta hipótesis procedía aparentemente del hecho de que en algunas formas Sol popular, por ejemplo, el practicado en Scone, Escocia, se colocaba la a en un agujero (Marples, 1954: 12). Otro dato que viene a reforzar esta procede del «juego de la capucha de Haxey», un ritual folklórico que soive en Haxey, condado de Lincolnshire. La «capucha» de este juego es una de arpillera o cuero enrollada; el objetivo de los jugadores es luchar por la esión de la tela y llevársela a las tabernas de sus pueblos respectivos. Se dice e el que la tela o «capucha» sea la representación simbólica de un animal lo muestra el discurso que tradicionalmente pronuncia «el tonto», un funciorio que oficia la ceremonia que se celebra el día previo al juego. El fragmenlevante del discurso del tonto reza así: Hemos sacrificado dos bueyes y medio pero la otra mitad la dejaremos en el campo: si se quiere, iremos a buscarla. Recuerda que es «Casa contra casa, ciudad contra ciudad y si topas con un hombre, derríbalo. » (Marples, 1954: 14-15) Se deduce de lo dicho que la «capucha» representa la mitad de un buey, es decir, parte de un animal sacrificado. Lo cierto en las hipótesis de este cariz es e es imposible fundarlas en datos directos. Son especulaciones más o menos s plausibles y no hay forma de determinar si la idea de jugar con una pelota se originó a partir de un rito de la fertilidad donde la pelota simbolizaba el sol, la cabeza de un animal sacrificado, ambas cosas o, para el caso, nada de esto sino otra Cosa. No hay forma de determinar de modo concluyente si el fútbol tuvo un origen ritual o no; sin

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embargo, el discurso tradicional del tonto en la ceremonja de la Capucha de Haxey apunta hacia una dirección plausible desde la óptica sociológica. Más en concreto, aunque no nos permita saber cuáles fueron los orígenes del fútbol en sentido absoluto, nos permite establecer su función como un medio violento y divertido de expresar conflictividad entre grupos rivales, que les dan la posibilidad de confirmar una dimensión de su superioridad e inferioridad relativas. Otro tipo de narraciones mitológicas de origen colectivo afirma que el fútbol es un derivado más o menos directo de uno de los siguientes orígenes: el antiguo juego griego Tsu chu (balón pie), el kemari japonés, el harpastum romano, el episkyros griego o el gioco del calcio italiano (Green, 1953: 5-6; Young, 1968: 2). En ninguno de estos casos, con la excepción parcial del calcio, hay datos que nos permiten trazar una línea descendente. Jusseran, propuso en 1901 una explicación algo más plausible que adoptó Magoun en 1938 (Magoun, 1938: 134-137). Reparando en la existencia de paralelismos entre el fútbol popular de Inglaterra y Francia, Jusserand sugirió que debían de haber tenido un origen común. Y como los documentos se remontan más en el tiempo en Francia que en Inglaterra, llegó a la conclusión de que el fútbol debió de originarse en Francia y fueron los normandos quienes lo llevaron a Inglaterra en el siglo XI. Si Jusserand está en lo cierto, resulta irónico, porque habría probado los orígenes franceses de lo que se considera un deporte originalmente inglés. Mi punto de vista es que el deseo de Jusserand de probar la superioridad de franceses sobre ingleses ayudó probablemente a que se decantara por esta conclusión. Esto se debe a que —aparte de que el nombre es inglés— todos los datos sugieren que, aunque el fútbol per se no tuviera su origen en Inglaterra, los deportes del fútbol y el rugby que se desarrollaron durante el siglo XIX sí lo tuvieron. Este punto de vista no es mera especulación, sino que queda respaldado con datos. Marples acepta la plausibilidad de la tesis de Jusserand pero especula con que la existencia de juegos similares al fútbol como el «hurling» (especie de hockey irlandés) yel «knappan» en Cornwall, Irlanda y Gales respalda lo que él llama la «hipótesis celta», a saber, que los deportes similares al fútbol tuvieron un desarrollo independiente pero paralelo entre los francos, los anglosajones ylos celtas. Aunque es imposible probarlo con datos directos, esta línea de razonamiento es convincente, si bien hay que ir más allá. Como los chinos, japoneses, griegos, romanos, italianos, ingleses, franceses y celtas practicaron en algún período de su historia juegos que se han propuesto con distinto grado de plausibilidad como la forma ancestral del fútbol, parece razonable apuntar la hipótesis de que los juegos similares al fútbol tuvieron orígenes múltiples, practicándose en distintas formas en todas o casi todas las sociedades con capacidad tecnológica para fabricar pelotas adecuadas. Es posible que, cuanto menor tijera la división del trabajo en tales sociedades, más se aproximaran estructuralmente al patrón de organización social que Durkheim llama «solidaridad mecánica» y más carácter religioso o ritual tuviera este juego (Durkheim, 1964: 70 y sígs.). Esto se debe a que, en las sociedades de ese tipo, lo ritual ylo sagrado son omnipresentes En resumen, aunque es necesario mantener una objetividad crítica con las

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explicaciones antropológicas concretas sobre los orígenes del fútbol propuestas por Johnson y Chambers, hay razones sociológicas para creer que hipótesis de este tipo tal vez no yerren del todo. Sin embargo, estas razones siguen siendo especulativas. Quizá sean más o menos plausibles pero es imposible respaldar-

con datos, si bien hay pruebas sobre la historia y desarrollo del fútbol que, e interpretan correctamente, permiten distinguir los hechos de los mitos. El football en la Gran Bretaña medieval y contemporánea En Gran Bretaña, los datos fiables sobre la existencia de un juego llamado otball» no empiezan a acumularse hasta el siglo XIV, aunque entre 1314 y O las autoridades locales y centrales prohibieron el fútbol y otros juegos poilares en numerosas ocasiones. La tabla 4.1 nos da una idea de la frecuencia ón la que se consideró necesario renovar tales prohibiciones, junto con la exrisión geográfica de los antecedentes populares del fútbol moderno. ra 4.1 Lista de prohibiciones promulgadas por las autoridades locales y estatales para la práctica de los antecedentes del fútbol moderno Monarca en el frono (si viene a cuento) Lugar Jaime II de Escocia

Nota. Eran las autoridades locales, más que las estatales, las responsables de estas prohibiciones cuando no se incluye el nombre del monarca en el trono. El estatuto de 1496 de Enrique VII fue vuelto a promulgar varias veces durante el reinado de Enrique VIII (1509-1547), el último monarca inglés que promulgó esta legislación. Sin embargo, permaneció en el libro de estatutos hasta 1845 bajo el título de «Ley para mantener la artilleríayprohibirjuegos ilegales» (Marples, 1954: 43). La prohibición de 1314 y la dictada por Eduardo III en 1365 muestran las razones principales por las que las autoridades querían prohibir el fútbol y juegos parecidos. La orden de 1314 la dictó, en nombre de Eduardo II, el alcalde de Londres refiriéndose a «grandes alborotos en la ciudad, por el tumulto causado por el fútbol en los campos públicos de los cuales se derivan grandes percances». Su intención, «en nombre del rey», era prohibir el juego «bajo pena de prisión» (MarpIes, 1954: 439-441). La prohibición de Eduardo III tenía relación con la creencia de que practicar juegos como el fútbol ejercía efectos adversos sobre la preparación militar. Es significativo que fuera la época de la Guerra de los Cien Años, que estalló en 1338 y durante la cual los reyes francés e inglés contendieron por las posesiones francesas del monarca inglés. Esta guerra fue decisiva para la formación inicial de los Estados-naciones de Inglaterra y Francia. La prohibición de 1365 dice así: A los sherffi de Londres. Orden de procla mar que todo hombre capaz de la dicha ciudad durante los días de fiesta y dejar de asueto se dedique al deporte del arco y las flechas o pelotas y cuadrillos.., dejar bajo pena deprisión por imp lica rse en

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arrojar piedras, lascas y adoquines, juegos depelota con la mano o elpie... u otros juegos vanos o sin valor;ya que elpueblo del reino... solía practicar el dicho arte cuando la ayuda de Dios vino a dar honor al reino y ventaja al rey en sus acciones de guerra; y ahora el dicho

arte ha caído casi totalmente en desuso y el pueblo se dedica a los juegos ya mencionados y otros juegos vergonzosos, estúpidos, mientras que es probable que el reino quede sin arqueros. (Marples, 1954: 181, 182) Está claro que las autoridades de la Gran Bretaña medieval trataron de sumir el fútbol y otros juegos tradicionales que consideraban una pérdida de po y una amenaza para el orden público. Como resultado, trataron de di- las energías del pueblo hacia lo que consideraban canales más útiles como a preparación militar. Las prohibiciones oficiales tal vez nos brinden la opinión que las autoridaLes de la Gran Bretaña medieval y contemporánea tenían del fútbol, pero po- a información nos proveerán sobre el carácter de estos juegos. Un debate más Jetallado sobre la crónica del siglo XVII de Carew sobre el «hurling» en Cornualles nos enseñará que estos antecedentes populares del fútbol y deportes siinilares eran formas de un juego-combate intergrupal que se parecían más a un [eombate «real» que sus «retoños» del siglo XX. Según Carew, los partidos de «hurling» solían organizarlos «caballeros». Las «porterías» eran las casas de estos gentihombres o dos pueblos o localidades distanciadas por unas tres o cuatro millas. No había —dice el autor— «ni el mismo número de jugadores ni igualdad entre los hombres». El juego se practicaba con una bola de plata y el objetivo era llevarla «por la fuerza o con maña» a la portería del propio equipo. Carew describió el juego en los siguientes términos: Quien quier que hoviera aquesta pella [bola], halla’base por lo general perseguido por la partida contraria; ningún hombre parti ráse hasta... que quede tumbado en tierra, pues en cayendo, no podía... retener la pella: no tenía, pues, otro menester que lanz4rsela... a alguna de las sus compañas en posición retrasada, quienes seguían con la pella de la misma guisa. Losparticzpantespujan sobre colinas, valles, setos, carcavas, y se abren paso por arbustos, zarzas, barrizales, charcos y ríos; por lo que se ve en ocasiones a una veintena o treintena forcejeando en el agua, luchando y tratando de aferrarse a la pella. Aqueste juego es afe mía bárbaro y violento, mas no es falto de normas, resemblando en alguna suerte los hechos deguerra:... hay hombres a caballo... por cada partida... prestos a escapar con la pella si han oportunidad... Mas... nunca pican espuelas a gran velocidad, pues se encontrarán con cualcún seto, cruce, puente o vado hondo en donde... saben que cuidado han de haber: e si la suerte no les depara fortuna... pagarán el precio de suflírto, finando caballo e caballero en el suelo...

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La bola de este juego es remembranza de alma infernal: pues quien quier que tome posesión d’ella, escapa como ánima que lleva el dia 104

blo, luchando ypeleando con cuantos procuran retenerlo: e no pasa un instante en que haya perdido lapell4, que transm ita suflíria al sigiuiente recibidor e torna a su ser en paz cual antes. No acierto a saber si es menester alabar más este juego, por su hombría y efiíerzo, o condenarlo por la maldad e gárrula villanía que nasce de tal juego: mas.., como torna los cuerpos duros, membrados e ágiles, e vese el valor de los corazones para afrontar al enemig-o: también.., se acompaña de grande copia depeligros, algunos de los cuales comparten hasta los hombres que caen al suelo. A frer de caballero, que cuando eljuego ha su fin, veráse a todos tornar a casa como de una batalla, con la testa manando sangre, los huesos tronchados o descoyuntados, et tales magulladuras que no dudo que acortarán los días de las sus vidas; diré, no obstante, que es un buen juego, e jamás ministro o rey se curaron de tal asunto. (Carew, 1602; citado en Dunning y Sheard, 1979: 27) La crónica de Carew nos permite hacernos una idea de la estructura laxa del juego. No había límite de participantes, ni se buscaba la igualdad entre ambos bandos ni se ponía restricción a los límites del terreno de juego. Los jugadores no evolucionaban sobre un campo marcado, sino por un territorio medianero y rodeado por las porterías que ambos bandos hubieran acordado, es decir, lugares a los que habían de llevar la pelota si querían ganar. El «hurling» de Cornualles era un juego duro pero en absoluto sin reglas. Una de las reglas habituales se deduce claramente del relato de Carew: cuando un jugador era placado, tenía que pasar la pelota a un compañero. Había también una división rudimentaria del trabajo en cada equipo, lo que Carew definió con términos militares de la época: «vanguardia», «retaguardia» y dos «alas». Vemos que el empleo de los términos «vanguardia» y «ala» describen posiciones de juego concretas (práctica que sobrevive en el fútbol y rugby de la actualidad) con gran prosapia y raíces militares. Carew menciona también una división entre jugadores a caballo y a pie. Esto es interesante porque sugiere que en aquellos juegos populares, no sólo el fútbol y el rugby, sino también el «hurling» y el polo formaban un conjunto afin e indiferenciado. La dureza del juego descrita por Carew es lo esperable en los juegos practicados por muchos ingleses del siglo XVII según unas reglas orales relajadas. No había un árbitro que los controlara ni nadie ajeno al que apelar en casos de discusión. Que juegos de este tipo siguieron jugándose hasta el siglo XIX se deduce de la crónica de un tipo de footballpracticado el día de Navidad a principios del siglo XIX en South Cardiganshire, Gales:

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En Llanwennog, una gran parroquia debajo de Lampeter los habitantes que practican el fútbol se dividen en Brosy Blaenaus... Los Bros...

ocupan las tierras altas de la parroquia. Su apodo era «Paddy Bros» por una tradición según la cual descendían de irlandeses. Los Blaenaus ocupaban las tierras bajas, y se presumía que eran bretones de pura cepa... El partido no empezaba hasta e/mediodía... Entonces todos los Brosy Blaenaus, ricos y pobres, hombres y mujeres, se reunían en e/paso con barrera que dividía las tierras altas de las bajas. Se lanzaba la pelota al aire... y en cuanto caía, Bros y Blaenaus se enzarzaban por su posesión, y con frecuencia pasaba un cuarto de hora antes de que la bola saliera de aquella turba de gente... Si los Bros conseguían llevarse la pelota tierra arriba por la montaña hasta Rbyddlan, ganaban, siendo los Blaenaus los vencedores si llevaban la pelota hasta el término de la parroquia... Todo el terreno de la parroquia era el campo de operaciones, y a veces se hacía de noche antes de que ninguno de los dos equzos se hubiera alzado con la victoria. Mientras tanto, se habían propinado y recibido muchas patadas, deforma que al día siguiente los competidores eran incapaces de dar un paso, y a veces las patadas en la espinilla obligaban a los dos hombres implicados a abandonar e/juego hasta haber decidido quién era mejor púgil... Parece que el arte de/fútbol en la antigüedad consistía en llegar a la meta o portería. Una vez llegados a la meta, se celebraba la victoria con vivas y disparos, y no se alteraba la situación hasta el siguiente día de Navidad. (citado en Dunning y Sheard, 1979: 29-30) Algunas autoridades han sido reacias a recurrir al «hurling», «knappan», «dar patadas a una botella» y juegos similares como «camp ball» (tal vez “camp” derive en este caso o esté emparentado con el aleman kdmpfen, que significa “luchar”) como prueba de los antecedentes populares del fútbol moderno. Es comprensible, pero se basa en la incapacidad de apreciar la naturaleza de este tipo de juego. Se basan en costumbres locales y no en reglas de carácter nacional; de ahí que la variación del carácter en los nombres y en las costumbres del juego entre comunidades fuera grande, pues no había reglas escritas ni organizaciones centrales que unificaran el nombre o la forma de jugar. Teniendo esto en cuenta, las referencias al «fútbol» en las crónicas medievales y modernas no implican que fuera un juego que se jugara según unas solas reglas. Identificar los nombres no garantiza la identidad de los juegos a los que los nombres hacen referencia. Por la misma razón, las diferencias entre los juegos populares a los que daban nombres distintos pocas veces eran tan grandes como entre los deportes modernos. Es decir, por lo que sabemos, las diferencias entre «hurling», «knappan», «camp bali» y dar patadas a una botella y, como se llama en las crónicas medievales y modernas, «football», no eran tan grandes ni tajantes como las que existen hoy en día entre el rugby, el fútbol, el hockey y el polo.

Estos juegos tal vez tuvieran nombres distintos porque se jugaban con distintos complementos. Por ejemplo, el «knappan» era un disco de madera. La «botella» del

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juego de Hallaton era un barrilillo de madera. Igualmente, las referencias al footballen algunas crónicas antiguas parecen referirse más a un tipo de pelota que a un tipo de juego. Por tanto, la prohibición del footballen Manchester en 1608 hacía referencia a jugar «con una pella o bola» más que a «jugar a la pella» (Dunning y Sheard, 1979: 22). Por lo que se sabe a ciencia cierta, el tipo de pelota al que se daba este nombre era una vejiga inflada, por lo general pero no siempre envuelta en cuero. Las pelotas de este tipo eran mejores para darles patadas que las pelotas sólidas y más pequeñas. Esto pudo explicar el nombre de «football». Por otra parte, el término pudo haber significado un juego que se practicaba a pie en oposición a los practicados a caballo. No obstante, sería erróneo asumir que en los juegos populares llamados «football» la pelota siempre se impulsaba con el pie, o, por el contrario, que en los juegos llamados «hurling» o «balonmano» la pelota sólo se impulsaba con la mano. Esto se debe a que las prohibiciones de estos juegos populares se definían con menos claridad y se aplicaban con menos rigidez que en los deportes modernos.

Estos juegos se asociaban tradicionalmente con fiestas religiosas como Carnestolendas, Semana Santa y Navidad. Sin embargo, también se jugaban en otoño, invierno y primavera. El juego se desarrollaba en el campo o por las calles de los pueblos y a menudo participaban hombres y mujeres. Cada uno jugaba como miembro de un grupo específico —por ejemplo Hallaton contra Medbourne, los «Bros» contra los «Blaenaus», zapateros contra lenceros, solteros contra casados, solteras contra casadas—, más que como miembro de un club al que uno se ha unido voluntariamente y donde la primera razón de estar juntos es jugar al fútbol. En estos juegos populares, la identidad comunal tiene preferencia sobre la identidad personal; la presión para intervenir era grande, y el grado de elección individual que tenían los jugadores era relativamente pequeño comparado con los futbolistas amateurs de hoy en día. Sea cual fuere su nombre, y tanto si se asociaban o no con una fiesta específica, los antecedentes populares del football moderno eran acontecimientos emocionales abiertos que se caracterizaban por la pelea fisica. Las restricciones implícitas recibían una definición laxa y eran impuestas por la costumbre en oposición a las reglas formales y elaboradas que se plasman por escrito, que exigen a los jugadores ejercer un alto grado de autocontrol e implican la intervención de árbitros cuando se comete una falta deliberada o accidental o el auto- control desaparece. Como resultado, el patrón básico del juego —el carácter de estos juegos populares como luchas entre grupos, el placer propio del que genera una batalla, el carácter desordenado y el nivel relativamente alto de violencia fisica tolerada— fue siempre en todas partes el mismo. En resumen, estos riegos procedían de un mismo molde que trascendía las diferencias en los res y las tradiciones locales específicas. El football en la Europa continental Como ya se ha dicho, en Francia se practicaban juegos de pelota parecidos a os

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antecedentes populares británicos del football moderno. Igual que en Gran 3retaña, estos juegos populares estaban prohibidos por edictos reales, por ejem,lo, de Felipe Ven 1319 y Carlos V en 1369 (Marples, 1954: 25). Tales intenos se mantuvieron hasta la Revolución, lo cual sugiere que las autoridades francesaS tenían el mismo éxito en reprimir estos juegos que sus homólogos británi[cos. Edictos parecidos se promulgaron en la América colonial, prueba de que los primeros colonos ingleses también debieron de practicar estos juegos (Gardner, 1974: 96). Aunque hubo unos pocos signos de procesos parecidos simultáneamente en [Inglaterra (Dunning y Sheard, 1979: 35), en Italia, como se dijo en los capítu lo 2 y 3, surgió un juego más regulado y restringido, el gioco del calcio, durante los siglos XVT y XVII. Los participafltes nos dicen, eran «jóvenes caballeros con la bolsa llena» y se reunían dos equipos de 27 miembros por bando todas las tardes en la Piazza di Santa Croce en Florencia desde la Epifanía hasta la Cuaresma (Marples, 1954: 67). Que era un juego violento se deduce de una traducción inglesa publicada en Londres en 1656, de una descripción hecha por Boccalini. El principio de esta crónica dice así: Los florentinos de noble cuna juga ron al calcio el pasado martes en el campo de Febo... y aunque algunos, para los cuales la visión le tantos caballeros florentinos cayendo por el suelo era nueva, es decir, la manera de proceder en lo que no era sino juego y deporte, era demasiado cruel, pero no lo suficiente para ser un combate real... La República de Florencia ha hecho muy bien al abrir el calcio a los ciudadanos, porque es mejor tener la satisfacción de dar cuatro o cinco buenas bofetadas en la cara de aquellos a los que se desea mal, a modo de deporte, que optar por otra forma de calmar su rabia (el uso de dagas). (Young, 1968: 88-90) La presencia de soldados con picas en las representaciones pictóricas del juego (Marpies, 1954, página opuesta a la pág. 21) sugiere que la misión de control social atribuida por Boccalini al calcio no siempre resultaba. Es razonable suponer como sugerí en el capítulo 2, que los piqueros fueran necesarios en caso de que el fragor de la pelea llevara a los jovenes nobles o a miembros del público a perder los estribos (Guttmann, 1986: 51).

Desarrollo del fútbol moderno

Aunque el calcio fuera conocido por un puñado de escritores y lectores ingleses hace unos 100 años, eran miembros de una elite reducida y dudo que su conocimiento de este deporte ejerciera efecto alguno sobre los antecedentes populares británicos del footbal moderno (ver capítulo 3 donde se ahonda en la probablidad remota de que el fútbol fuera influido por el calcio). Con o sin el apoyo de la aristocracia, la gente corriente siguió practicándolo según la tradición hasta el siglo XIX, mientras que por lo que sabemos el calcio florentino cristalizó en torno al

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nivel de desarrollo alcanzado durante los siglos XVI y XVII. En resumen, el desarrollo delfootbalmoderno parece haber sido un proceso que se produjo en Inglaterra con independencia. Dos procesos que se dieron más o menos simultáneamente en los siglos XVIII y XIX tienen relevancia al respecto: (1) la marginación cultural del footbal popular, proceso que se inició a mediados del siglo XVIII y ganó terreno durante el XIX, y (2) el desarrollo de nuevas formas de footbal en las escuelas y universidades públicas hacia la década de 1840 y en adelante. La marginación cultural delfootball popular Por lo que a la marginación del football popular se refiere, basta decir que estas formas de juego parecen haber quedado fiera de los procesos «civilizadores» o «de formación de estados» que se dieron en los siglos XVIII y XIX en Gran Bretaña. Es decir, cada vez más gente empezó a mostrar repugnancia por la violencia del footbal popular. Al mismo tiempo, la formación de una nueva policía durante las décadas de 1820 y 1830 otorgó a las autoridades un instrumento de control social más eficaz que el que habían tenido hasta el momento. Las prohibiciones que se iniciaron en 1314 pudieron así prevalecer y se pudo borrar de los estatutos la «Ley para mantener la artilleríayprohi bir juegos ilegales». También debió de haber otra influencia. Es posible que la supervivencia del footbal popular tras siglos de oposición se hubiera basado en parte en el apoyo de secciones de la aristocracia y la alta burguesía. Si ésta es una suposición razonable, tal vez haya habido otra razón para la marginación cultural de estos antecedentes delfootballmoderno relacionada con la forma en que la industrialización y la formación del estado provocaron un aumento del poder de la burguesía ascendente. Como resultado, se hizo más intensa la lucha por la excelencia entre los miembros de la burguesía y las clases terratenientes, lo que permitió la mejora del estatus de los primeros cuyo comportamiento se volvió más exclusivo, dejando de apoyar los deportes tradicionales.

ea cual fuere el grado de adecuación de esta hipótesis, no hay duda de que s el caso de las escuelas públicas, que fueron el foco donde se desarrollaron ,rmas embrionarias de los códigos del fútbol y su rival el rugby. Para apreor qué, es necesario ahondar con más detalle en aspectos de la historia so4e las escuelas públicas. Desarrollo delfootball en las escuelas públicas oreadas en principio como instituciones benéficas para la educación de los os y escolares pobres y necesitados» o como escuelas locales, durante el - — y comienzos del siglo )UX, las escuelas públicas se convirtieron en mados para alumnos de pago de las clases sociales media alta y alta (Duny Sheard, 1979: 47-51). De esto se derivaron al menos dos consecuencias. rimera fue la discrepancia clasista entre maestros (profesores) y alumnos innte a la estructura de este tipo de escuela, donde los académicos de clase a estaban tratando de cubrir las necesidades educativas de chicos que proi sobre todo de estratos sociales superiores al suyo, lo cual significaba que

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maestros no podían impedir la aparición de reglas de autogobierno entre los icos. La segunda fue que este poder y discrepancia de estatus entre profesoy alumnos provocó una ausencia crónica de disciplina y las frecuentes rebenes de los chicos. k :Como mostré en ci capítulo 2, la revuelta de Winchester en 1818 sólo pu<sofocarse con un ejército que recurrió a las bayonetas yen 1793, los chicos aprovisionaron en el colegio para aguantar un asedio, y saquearon las tiendas ii conseguir provisiones». También «se hicieron con espadas, armas defregoy caborrasy... se calaron el gorro frigio de la libertad y la igualdad». En Rugby, en sacaron de sus goznes la puerta del aula del director, destrozaron las vens y arrojaron sus libros a una hoguera. El orden fue restablecido con ayuda l ejército (Dunning y Sheard, 1979: 5 1-53). Es probable que las bravatas de estos jóvenes influyeran en estas rebelios. Los estudiantes de la década de 1790 se vieron afectados, al menos surficialmente, por los acontecimientos acaecidos en Francia por las mismas has. Desde el punto de vista sociológico, las rebeliones eran las manifesaones superficiales de una lucha entre profesores y alumnos, donde, duite mucho tiempo, ninguna de las partes logró ejercer un dominio eficaz bre la otra. El resultado fue la cristalización gradual de un sistema de )ntrol dual que al final llegó a conocerse como el «sistema de servidumbre trfecta». Fue éste un sistema en el cual el poder de los maestros estaba gantizado por cierto grado de reconocimiento en las aulas a cambio del recimiento recíproco del derecho de los «prefectos» —los jefes de los alum 110

Desarrollo del fútbol moderno

Aunque el calcio fuera conocido por un puñado de escritores y lectores ingleses hace unos 100 años, eran miembros de una elite reducida y dudo que su conocimiento de este deporte ejerciera efecto alguno sobre los antecedentes populares británicos del footbal moderno (ver capítulo 3 donde se ahonda en la probablidad remota de que el fútbol fuera influido por el calcio). Con o sin el apoyo de la aristocracia, la gente corriente siguió practicándolo según la tradición hasta el siglo XIX, mientras que por lo que sabemos el calcio florentino cristalizó en torno al nivel de desarrollo alcanzado durante los siglos XVI y XVII. En resumen, el desarrollo del footbal moderno parece haber sido un proceso que se produjo en Inglaterra con independencia. Dos procesos que se dieron más o menos simultáneamente en los siglos XVIII y XIX tienen relevancia al respecto: (1) la marginación cultural del footbal popular, proceso que se inició a mediados del siglo XVIII y ganó terreno durante el XIX, y (2) el desarrollo de nuevas formas defootbalen las escuelas y universidades públicas hacia la década de 1840 y en

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adelante. La marginación cultural delfootbafl popular Por lo que a la marginación del football popular se refiere, basta decir que estas formas de juego parecen haber quedado fuera de los procesos «civilizadores» o «de formación de estados» que se dieron en los siglos XVIII y XIX en Gran Bretaña. Es decir, cada vez más gente empezó a mostrar repugnancia por la violencia del footbalpopuiar. Al mismo tiempo, la formación de una nueva policía durante las décadas de 1820 y 1830 otorgó a las autoridades un instrumento de control social más eficaz que el que habían tenido hasta el momento. Las prohibiciones que se iniciaron en 1314 pudieron así prevalecer y se pudo borrar de los estatutos la «Ley para mantener la artilleríayprohibirjuegos ilegales». También debió de haber otra influencia. Es posible que la supervivencia del footbal popular tras siglos de oposición se hubiera basado en parte en el apoyo de secciones de la aristocracia y la alta burguesía. Si ésta es una suposición razonable, tal vez haya habido otra razón para la marginación cultural de estos antecedentes delfootbaljmoderno relacionada con la forma en que la industrialización y la formación del estado provocaron un aumento del poder de la burguesía ascendente. Como resultado, se hizo más intensa la lucha por la excelencia entre los miembros de la burguesía y las clases terratenientes, lo que permitió la mejora del estatus de los primeros cuyo comportamiento se volvió más exclusivo, dejando de apoyar los deportes tradicionales.

Sea cual fuere el grado de adecuación de esta hipótesis, no hay duda de que e es el caso de las escuelas públicas, que fueron el foco donde se desarrollaron formas embrionarias de los códigos del fútbol y su rival el rugby. Para aprepor qué, es necesario ahondar con más detalle en aspectos de la historia so- [de las escuelas públicas. Desarrollo del football en las escuelas pu’ blicas Creadas en principio como instituciones benéficas para la educación de los clérigos y escolares pobres y necesitados» o como escuelas locales, durante el lo XVIII y comienzos del siglo )U)Ç las escuelas públicas se convirtieron en ternados para alumnos de pago de las clases sociales media alta y alta (Dunng y Sheard, 1979: 47-51). De esto se derivaron al menos dos consecuencias. La primera fue la discrepancia clasista entre maestros (profesores) y alumnos inherente a la estructura de este tipo de escuela, donde los académicos de clase media estaban tratando de cubrir las necesidades educativas de chicos que procedían sobre todo de estratos sociales superiores al suyo, lo cual significaba que los maestros no podían impedir la aparición de reglas de autogobierno entre los

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r chicos. La segunda fue que este poder y discrepancia de estatus entre profesores y alumnos provocó una ausencia crónica de disciplina y las frecuentes rebeliones de los chicos. Como mostré en el capítulo 2, la revuelta de Winchester en 1818 sólo pudo sofocarse con un ejército que recurrió a las bayonetas, y en 1793, los chicos «se aprovisionaron en el colegio para aguantar un asedio, y saquearon las tiendas para conseguir provisiones». También «se hicieron con espadas, armas defiiegoy cachiporrasy... se calaron el gorro frigio de la libertad y la igiiaWad». En Rugby, en 1797, sacaron de sus goznes la puerta del aula del director, destrozaron las ventanas y arrojaron sus libros a una hoguera. El orden fue restablecido con ayuda del ejército (Dunning y Sheard, 1979: 51-53). Es probable que las bravatas de estos jóvenes influyeran en estas rebeliones. Los estudiantes de la década de 1790 se vieron afectados, al menos superficialmente, por los acontecimientos acaecidos en Francia por las mismas fechas. Desde el punto de vista sociológico, las rebeliones eran las manifestaciones superficiales de una lucha entre profesores y alumnos, donde, durante mucho tiempo, ninguna de las partes logró ejercer un dominio eficaz sobre la otra. El resultado fue la cristalización gradual de un sistema de control dual que al final llegó a conocerse como el «sistema de servidumbre perfecta». Fue éste un sistema en el cual el poder de los maestros estaba garantizado por cierto grado de reconocimiento en las aulas a cambio del reconocimiento recíproco del derecho de los «prefectos» —los jefes de los alumnos más mayores— a ejercer su dominio por lo que atañía a las actividades extracurriculares. La parte de «servidumbre» del sistema formaba parte del mismo proceso. El que los maestros no pudieran controlar a los alumnos veteranos significaba que no podían controlar la relación de éstos con sus pares más jóvenes. Como resultado, apareció una jerarquía de dominación entre los chicos determinada sobre todo por aspectos como la edad y la fuerza fisica: los chicos más mayores y/o físicamente más fuertes «mandaban» sobre los más jóvenes y/o más débiles. Los más jóvenes estaban obligados a «servir» de criados, a elogíarlos y posiblemente a otorgar favores sexuales a los mayores. Los más fuertes dominaban y, de la misma forma que podríamos esperar de varones adolescentes sin el control eficaz de adultos, a menudo ejercían su poder sin piedad. El sistema de servidumbre perfecto fue vital para ci desarrollo inícial del footbalL En cada escuela pública el juego era un medio por el cual los más mayores apuntalaban su domino sobre los más jóvenes. Una de las obligaciones de la servidumbre era la de «participar» en los partidos. Se veían obligados a jugar y en su mayor parte su función se limitaba al papel de «guardar la portería», es decir, quedaban apostados en masa a lo largo de las líneas de fondo. Esto se deduce del hecho de que, en Westminster, a comienzos del siglo XIX, los chicos pequeños, los más zoquetes y gallinas jugaban de portero, doce o quince en cada extremo. «Douling», el nombre que se daba al futbol en Shrewsbury era el mismo que se empleaba para denominar la «servidumbre». Se cree que era un derivado del término

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griego «esclavo». En Winchester a comienzos del siglo XIX, los siervos, uno a cada extremo, se usaban incluso como postes, teniendo que pasar la pelota entre sus piernas abiertas para marcar gol. Los siervos se usaban también como límites de demarcación (Dunning y Sheard, 1979: 55). Al igual que en sus antecedentes populares, el footballde las escuelas públicas de aquel período estaba regido por reglas orales. Esto significaba que el carácter del juego variaba de una escuela a otra, dependiendo las diferencias de las decisiones tomadas sobre las peculiaridades geográficas de las áreas de juego —el juego no se practicaba todavía en «campos» específicos para el propósito de jugar al futbol—y por la evolución de las tradiciones específicas de la localidad. A pesar de tales diferencias, en todas las escuelas estaba permitido tanto coger la pelota con la mano como darle patadas. Todas las manifestaciones del football en las escuelas públicas de aquel período eran violentas. Por ejemplo, en las melés que se formaban en Charterhouse, «los tobillos pateados quedaban con moratones; las chaquetas y otras prendas, hechas jirones, y los siervos, pisoteados» (Dunning y Sheard, 1979: 56). En Westminster, «el enemigo te echaba la zancadilla, te pateaba en las espiní1/as, cargaba con el hombro, te hacía caer y se sentaba sobre ti; de hecho, casi podían matarte para quitarte la pelota» (Dunning y Sheard, 1979: 55).

Y en el «campo» defootballde Charterhouse, «se veían muchos tobillos rotos, que la mayoría llevaba punteras de hierro en sus fortísimos zapatos y algunos se çaban de que daban más de lo que recibían» (Dunning y Sheard, 1979: 56). El calzado con puntera de hierro también se usaba en Rugby, donde los llaban «zapadores». Según cuenta un ex alumno de Rugby allá por los años jnte, aquellos zapatones tenían «la suela gruesa y la horma, al llegar a la pun,‘a, se parecía al espolón de un acorazado» (Dunning y Sheard, 1979: 55-57). El desarrollo de reglas escritas y la división del football en fútbol y rugby Durante las décadas de 1830 y 1840, momento en que la marginación ultural del football popular empezaba a alcanzar su cumbre, en las escuelas públicas empezaron a darse nuevas formas de este juego, más adecuadas a las condiciones y valores de la sociedad emergente y de una sociedad urbanizada e industrial donde se estaban dando al mismo tiempo la formación del Estado y un proceso civilizador. En este proceso fue vital: el que las reglas se plasmaran por escrito; que hubiera un límite y demarcación más estrictos de la longitud y forma del área de juego; la imposición de limitaciones más estrictas a la duración de los partidos; la reducción del número de jugadores; la igualdad en el número de jugadores de ambos equipos y la imposición de reglas más estrictas sobre el tipo de fuerza física que era legítimo usar.

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Fue durante el curso de esta modernización incipiente cuando el futbol y el rugby empezaron a surgir de la matriz como dos juegos de las escuelas públicas diferenciados localmente. El rugby parece ser que fue el primero en adoptar unas características distintivas. Sigue muy extendida la creencia de que el rugby fue una desviación propia de un solo individuo (Macrory, 1991: 23-52). Esa persona en cuestión fue William Webb Ellis, del cual se dice que en 1823 «con un desprecio altivo de las reglas del football» propias de Rugby, cogió la pelota con las manos y corrió con ella. No hay duda de que Webb Elias fue alumno de Rugby en 1823. Lo dudoso es esta explicación reduccionista de la aparición del juego de rugby. Desde el punto de vista sociológico, es más plausible suponer que el rugby y el futbol fueron coproducidos. Es decir, es mís fácil asumir que se originaran no sólo de forma aislada en escuelas públicas concretas, sino en el campo social más amplio compuesto por todas las escuelas públicas del período particular de laindustrialización, urbanización, civilización y formación del Estado que se alcanzó en Gran Bretaña entre las décadas de 1830 y 1850. Fue un período durante el cual crecía la tensión entre las clases terratenientes y la pujante burguesía, y las tensiones por el estatus se reflejaban en las relaciones entre las escuelas públicas, ejerciendo un papel en su desarrollo en muchos aspectos de formas diametralmente opuestas de jugar al footbalL Si asumimos que los datos son fiables, parece que la primera escuela pública que puso por escrito las reglas del fútbol fue Rugby. Según Marples (1954: 137) y Young (1968: 63), este proceso se produjo en 1846. En 1960 di con otra fecha, la de 1845 (ver Macrory, 1991: 86-90). Pero estas otras reglas eran bisicamente las mismas que las de 1846, excepto en que iban precedidas por una serie de reglas disciplinarias y de organización que sirven de clave de por qué se dio este proceso de codificación. El sistema de servidumbre perfecto de Rugby había sido reformado muy poco tiempo antes por Thomas Arnold, director desde 1828 hasta 1842. Bísicamente, lo que Arnold consiguió —hablo de logros disciplinarios, no académicos— fue la transformación del sistema de servidumbre perfecto de Rugby, un sistema de control dual que generaba desórdenes persistentes, en un sistema de dirección indirecta que generó mis armonía, tanto en las relaciones entre personal y estudiantes, como entre los chicos. Sin embargo, no hay datos que confirmen que estuviera directamente implicado en la transformación del football de Rugby que dependió de este desarrollo, dado que las reglas no se pusieron por escrito hasta 3 años después de la muerte de Arnold. Por lo que al desarrollo del footballse refiere, un aspecto crucial del sistema de servidumbre perfecta que fue reformado en Rugby fue que permitió a los maestros aumentar su poder, pero preservando al mismo tiempo cierto grado de autogobierno entre los chicos. El sistema de asambleas al que llamaban «recepciones» adquirió importancia, nombre presumiblemente adoptado de la práctica de Luis XIV de Francia de mantener reuniones mientras se levantaba de la cama.

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Resulta significativo que fuera en una «recepción de sexto grado» (una asamblea de los chicos más veteranos) de donde salieran las reglas escritas de 1845, cuya primera sección versaba sobre la mayor rigurosidad y legitimación del papel administrativo de los tutores respecto al footbalL Correlación, por supuesto, pero no implica necesariamente causalidad, si bien el que los datos disponibles apunten a que fue Rugby la primera escuela pública que aplicó una reforma eficaz del sistema de servidumbre perfecta y la primera que puso las reglas defootballpor escrito muestra que ambos procesos estuvieron ligados. Además, hay razones para creer que, aparte de las cualidades de

unold como profesor, el que se consiguiera una reforma disciplinaria eficaz en ugby estuvo relacionado con su relativa juventud como escuela pública —fue mi de segunda enseñanza hasta la década de 1790— y el que sus alumnos ,rocedieran de estratos más bajos que los de Eton y Harrow. La diferencia de esttus entre profesores y alumnos debió ser menor en Rugby y eso facilitó las re,rmas (Dunning y Sheard, 1979: 74, 75). Una vez más, silos datos que han perdurado son una guía fiable, la segunda escuela pública que puso por escrito sus reglas defootballfue Eton, cerca de Windsor y en la órbita de la corte real. Como dije en el capítulo 2, las reglas escritas aparecieron en 1847, 2 años después que las de Rugby. Evidentemente, el tamaño de los equipos era obligatorio y los alumnos de Eton lo daban por supuesto, ya que no hay mención del número de jugadores en las reglas de 1847. Sin embargo, Young afirma que en 1841 se jugaba en Eton con 11 jugadores por equipo (Young, 1968: 67-68). El que los equipos se limitaran a un número igual de jugadores —de quince a veinte por equipo— también se inició en Rugby en 1839 y 1840, aunque siguieran predominando los partidos con equipos en desigualdad numérica, lo que sugiere la posibilidad de que hubiera formas de comunicación entre las escuelas públicas por lo que al football se refiere (Dunning y Sheard, 1979: 90). Cuatro de las 34 reglas de Eton (1847) tienen especial interés, a saber: 8. Los palos de la portería tienen que tener una altura de 210cm: se mete un gol cuando la pelota entra entre los palos, pero nunca por encima de ellos. 9. El espacio entre cada palo de la portería debe ser de 335 cm. 22. Las manos sólo se emplean para detener la pelota, o tocarla por detrds. La pelota no puede lleva rse, lanz4rse ni golpearse con las manos. 29. Se considera que un jugador roba (estar enfrera de juego) cuando sólo tres, o menos de tres, jugadores contrarios estdn de/ande de ¿ly no chuta la pelota. La primera de estas reglas era diametralmente opuesta a la de sus homólogos de Rugby, donde llevar la pelota con la mano y patear para colar la pelota por encima de los postes con forma de H estaba aprobado por las reglas de 1845. Puede, por tanto, considerarse como la legislación de una forma embrionaria de fútbol. Lo mismo es aplicable a la regla vigesimoflovena, la regla sobre el «robo» (el término evocativo para referirse al «fuera de juego»), aunque ci Juego de Campo

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siga pareciéndose hoy al rugby en que las reglas no permiten hacer un pase deliberado hacia delante. El empleo del término «robo», con su matiz moral,

muestra los malos ojos con que los chicos de Eton veían ya en aquella época esta forma particular de obtener ventaja haciendo trampa. Marples (1954: 140) especuló con que las primeras escuelas donde se desarrolló el juego sin manos fueron Westminster y Charterhouse Sin embargo, los datos disponibles sugieren que estaba equivocado. Por ejemplo, el capitán E Markham, antiguo alumno de Westminster escribió en 1903 que se acordaba de que «corrían con la pelota» (al estilo de Rugby) y «darpatadas o golpearla con elpuño» estuvo permitido en Westminster hasta 1851 ó 1852 (Dunning y Sheard, 1979: 55). Dicho de otro modo, parece que hubo un intewaio de 4 ó 5 años entre la abolición del uso de las manos en Eton y la prohibición de esta práctica en Westminster. Tal vez tras un período de experimentación con la introducción de un elemento del rugby en el footballde Westminster ¿optaron los alumnos por seguir el camino de Eton? De forma parecida ocurrió cuando se pusieron por escrito por primera vez las reglas de Charterhouse en 1862, donde se permitía parar y coger la pelota con la mano (Dunning, 1961: 104). Según Shearman (1887), las reglas de Harrow incluían cuatro sobre el empleo de las manos ya por 1887. Parece, pues, que Eton fue la primera escuela pública que impuso la prohibición absoluta de usar las manos. De lo cual se deduce que el Juego de Campo de Eton fue probablemente el primer prototipo de fútbol. ¿Por qué los chicos de Eton optaron por este juego? Una dudosa posibilidad es que crearan un juego completamente ajeno a lo que sucedía en otras escuelas públicas. Sin embargo, es poco probable que hayan sido tan ajenos a su tiempo. Creían que su escuela era la mejor de todas. Era la segunda en antigüedad; sólo Winchester podía vanagloriarse de tener mayor pedigrí. Fundada por Enrique VI en 1440, Eton también podía jactarse de tener un origen real. Además, al estar cerca de Windsor, seguía manteniendo relaciones con la corte real y sus alumnos provenían, sobre todo, de los estratos más altos de la sociedad. Es fácil imaginar cómo reaccionarían los chicos de Eton al ver que Rugby optaba por una forma señera defootba/ a sus ojos un oscuro centro situado en mitad del país donde los alumnos solían ser advenedizos. Bajo el mando de Arnold, la fama de la Escuela de Rugby empezó a extenderse y, con ésta, la fama de su foot6all Los chicos de Rugby, parece razonable suponer, querían atraer la atención sobre ellos desarrollando un juego singular. Sin embargo, parecería que, creando un tipo defootbal/igualmente singular pero diametralmente opuesto en aspectos clave al juego de Rugby, los alumnos de Eton trataban deliberadamente de poner a los de Rugby en su sitio y acabar con el desafío al estatus de la mejor escuela pública en todos los sentidos. Como demostró Elias (1994), la competición entre los grupos de la clase alta y la

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pujante clase media desempeñó un papel importante en los procesos ci-

Izadores de Europa. Más en concreto, los miembros «en fases de civilización» esta última clase social adoptarían las formas y reglas de los primeros, propcando que los grupos de clase alta en «fases de repulsión» desarrollaran, como medio para acotar su estatus y excluir a otros, reglas mis refinadas que implicaban la imposición de un tipo de ejercicio donde hubiera incluso más autoçontrol. Las manos son uno de los elementos más importantes del cuerpo y, al prohibir por completo su uso en un juego, los chicos de Eton exigían que los jugadores adquirieran un grado de autocontrol muy alto. En una sociedad como la actual donde los niños aprenden a jugar con los rsS y a no usar las manos desde la infancia, tal vez no parezca una exigencia especialmente dificil, pero cuando se introdujo por vez primera, debió ser el equi(valente a pedir que se mantuvieran guisantes en equilibrio sobre el dorso de un tenedor. Sabemos que cuando los chicos de Eton y otros trataron de introducir por primera vez el juego sin manos entre los miembros de la clase obrera, se exigió que llevaran en la mano un chelín y se lo quedaran si conseguían no usar las manos durante el partido. Entronización del fútbol como juego nacional Los juegos embrionarios del fútbol y el rugby, que se iniciaron durante la década de 1850, se extendieron por toda la sociedad. Dos aportaciones sociales más generales marcaron este proceso: la expansión de la clase media, que se dio correlativamente con la continuidad de la industrialización, la urbanización, la formación del Estado y la civilización, y una transformación educativa a la cual se suelen referir como el «culto a los juegos de los escuelas públicas» (Marpies, 1954: ll9ysigs.). No hay necesidad de analizar aquí estos procesos de alcance general. Basta reparar en que el culto a los juegos ayudó a establecer las condiciones sociales que permitieron extender el footballen sus formas embrionarias modernas, por encima de todo ayudando a transformar lo que estaba destinado a convertirse en fútbol y rugby, actividades que mejoraban el estatus entre los «caballeros» adultos. Este proceso de difusión aumentó la presión para que se unificaran las reglas. Por ejemplo, en una carta a The Daily Telegraph de septiembre de 1863 se pide la formación de un «Parlamento del footbali> (Macrony, 1991: 166). Se hicieron varios intentos de elaborar un código nacional, pero no había una base para el consenso entre los grupos participantes. O lo que es más exacto, hubo dos: el apoyo se polarizó por los que optaban por los modelos embrionarios del fútbol y el rugby, pero ningún bando logró imponer un dominio absoluto. En consecuencia, la bifurcación entre el rugby y el fútbol parece tener su origen en la rivalidad entre Eton y Rugby durante la década de 1840 y se perpetuó a nivel nacional, lo cual llevó a la formación de dos órganos legislativos diferenciados: la Football Association (FA) en 1863 y la Rugby Football Union (RFU) en 1871. Aquí sólo nos concierne la formación de la FA. En relación con este hecho hay dos procesos parcialmente autónomos que tienen importancia: la formación de los primeros clubes

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independientes y el aumento de la importancia del football como actividad de ocio en Oxford y Cambridge. El primer registro fiable de un club de fútbol en Inglaterra se localiza en Sheffield, condado de yorkshire, donde hay constancia escrita de que se jugaron partidos ocasionales en fecha tan temprana como 1855 y donde el Sheffield FC emprendió la elaboración de unas reglas en 1857 (Young, 1968: 76-78). Hay otro club registrado en el suburbio de Hallam en Sheffield el mismo año y, antes de 1862, había 15 clubes en el distrito. Las reglas quinta y octava formuladas por el Comité de Sheffield en 1857 demuestran que el fútbol de Sheffield se basaba en uno o más de los juegos embrionarios del fútbol moderno. Las reglas eran: 5. Está permitido empujar con las manos, pero no ¿rgolpes ni poner la zancadilla bajo ninguna circunstancia. 8. La pelota puede empujarse o golpearse con la mano, pero no sepermite cogerla excepto en el caso de una falta directa. (Young, 1968: 77) Sin embargo, los datos existentes sugieren que los clubes mis antiguos se fundaron en el sur de Inglaterra, sobre todo en torno a Londres. Por ejemplo, el Forest FC, club que jugaba en Snaresbrook, condado de Essex, lo fundó en 1859 un grupo de antiguos alumnos de Harrow, entre los cuales destacaba C.W y J. F Alcock, hijos de un juez de paz de Sunderland, que en poco tiempo iban a ocupar un puesto importante en la formación de la FA. Forest cambió su nombre por Wanderers en 1864, pero mantuvo su relación con Harrow. Otro club relacionado con Harrow fue el N.N. Kilburn, pero sigue sin saberse la fecha de su fundación. Entre otros clubes cuya existencia es segura antes de 1863 se incluyen Blackheath (1858), Richmond (1959) y Harlequins (1859), todos los cuales practicaban variantes de rugby. También se fundaron por aquellos años los siguientes clubes de fútbol embrionario: Crystal Palace (1860), Notts County (1862) y Banes (1862). La importancia de las Universidades de Oxford y Cambridge para el desarrollo del fútbol se basa sobre todo en que fue en estas instituciones donde los varones adultos de las clases media y alta empezaron por vez primera a practicar con regularidad las nuevas formas de footbalL Estas formas empezaron a gustar a los estudiantes durante la década de 1840 junto con la expansión del «culto a los juegos» por las universidades, hecho poco sorprendente ya que la mayoría de los estudiantes procedían de escuelas públicas. El deporte, por supuesto, ya estaba establecido como una institución de ocio en las universidades. Lo que ocurrió del culto a los juegos fue que los juegos de pelota, junto con el remo y el atletismo, empezaron a sustituir a deportes como la caza entre los más prestigiosos de la jerarquía de los deportes universitarios. En resumen, fue en gran medida un desarrollo «civilizador» en el sentido de Elias. El cricket y el remo fueron los primeros en quedar establecidos pero, desde 1850, los devotos delfootballempezaron a alcanzar un lugar mis elevado en la escala del prestigio deportivo universitario. Al aumentar la aceptación, los hombres de distintas escuelas, educados según las distintas tradiciones de footbalI , se vieron juntos.

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Como sólo un número relativamente pequeño de escuelas particulares se encontraban en la misma facultad y, al mismo tiempo, para asegurarse de que los encuentros valieran la pena, era necesario que los «chicos mayores» (antiguos alumnos) de distintas escuelas jugaran juntos. Sin embargo, la ausencia de reglas comunes suponía que estos partidos solían ser origen de conflictos. Por ejemplo, sabemos que en el Trinity College, condado de Cambridge, en 1848, «los hombres de Eton gritaron a los hombres de Rugby por coger la pelota con la mano» (Dunning y Sheard, 1979: 104). Evidentemente, lo consideraban «vulgar». Esto sugiere —lo cual no sorprende si la hipótesis subrayada antes tiene algo de verdad— que un eje principal delaten- sión en las relaciones de Cambridge en torno al football se concentró entre los antiguos estudiantes de Eton y Rugby. El deseo de evitar esta tensión obligó a iniciar intentos de elaborar reglas comunes. Las reglas comunes surgieron en Cambridge entre 1837 y 1842, entre 1846 y 1848, hacia l856yen 1863 (DunningySheard, 1979: 104). Sólo las de 1863 tuvieron consecuencias duraderas. Esto fue porque, cuando los miembros de clubes independientes trataron ese mismo año de elaborar reglas unificadas, recurrieron a las reglas de Cambridge para ayudar a perpetuar esa bifurcación inicial. Las reglas de Cambridge de 1863 aparecieron en octubre de manos de un comité formado por estudiantes de seis escuelas. Eton, Harrow y Rugby presentaron cada una dos representantes; Marlborough (escuela donde se jugaba al rugby), Shrewsbury y Westminster, sólo uno. La mayoría 6-3 de este comité a favor de las escuelas donde se jugaba a un futbol embrionario llevó, y no sorprende, a la adopción de las siguientes reglas: 13. La pelota, una vez en juego, puede pararse con cualquier parte del cuerpo, pero NO puede cogerse ni tocarse con las manos, brazos u hombros.

enfrentamiento abierto entre los partidarios de los que en poco tiempo onvertirían en Gran Bretaña en juegos rivales de carácter nacional y, finalite —junto con el fútbol americano, que en cualquier caso es un retoño del y— las formas principales defootballdel mundo. El 1 de diciembre de 1863 jurante el quinto encuentro, este conflicto era más que evidente. El debate se itró de nuevo en el borrador de las reglas sobre «llevar la pelota con las ma- o «con los pies». El secretario electo E. C. Morley dijo que personalmente se oponía mucho a «dar patadas» pero creía que apoyar esas reglas inhibiría 1 desarrollo del football como deporte para adultos. El presidente electo A. niber le apoyaba refiriéndose a los «quince» que había organizado para un utido: «Era el único que no había ido a una escuela pública —dijo— y todos esta’pnos contra dar patadas». E W. Campbell de Blackheath, el principal partida-

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o en los encuentros del código del rugby, replicó que, en su opinión, «dar pauIas» era esencial si se quería conservar algún rastro de valentía para el football y amenazó con que si se excluía la posibilidad de «llevar la pelota con las manos» o de «dar patadas» en el juego de la Asociación su club se retiraría. En el transcurso del encuentro, las reglas objeto de controversia fueron eliminadas, y el 8 de diciembre en el sexto y último encuentro inaugural, Campbell se levantó para decir que, aunque su club aprobaba la FA y sus objetivos, las reglas adoptadas «castrarían» elfootball. Blackheath no quería formar parte de este juego y optó por retirarse. Mediante esta acción, el club de Blackheath abrió el camino a la división final e irrevocable de lo que iban a ser el fútbol y el rugby. Las «leyes» novena y décima de las reglas adoptadas por la recién formada FA en 1863 marcaron el desarrollo decisivo del fútbol alejado de prácticas del rugby como «dar patadas» y «llevar la pelota con la mano». Estas leyes eran: Ley 9: Ningún jugadorpuede llevar la pelota con las manos. Ley 10: No está permitida poner zancadillas ni dar patadas. El intento civilizador de los autores del borrador de estas reglas se manifiesta mejor en la ley decimocuarta, que dice así: Ley 14: Ningún jugador podrá llevar clavos sobresalientes, ni placas de hierro o gutapercha en las suelas o taloneras de las botas. No obstante, que el juego siguió teniendo en aquel período elementos propios del rugby se deriva de la ley octava, cuyo principio reza: Si un jugador coge la pelota correctamente, se le autorizará a un golpe franco, siempre que lo pida hacienda enseguida una marca en el suelo con el talo’n.

14. Cualquier tzjo de carga es legah pero retener o empujar con las manos, o dar patadas en la espinilla oponer la zancadilla está prohibido. (Dunning y Sheard, 1979: 105) Probablemente estas reglas sólo habrían conservado importancia a nivel local si no hubiera sido por una serie de encuentros mantenidos en Londres hacia finales de 1863. Fueron los encuentros inaugurales de la FA y merecen estudiarlos con detalle. Aparentemente, los primeros tres encuentros de la nueva asociación fueron sobre ruedas. Se llegó a un acuerdo sobre las reglas y se imprimieron; sin embargo, encarnaban elementos significativos del rugby y, de haberse aceptado, habrían legitimizado prácticas muy afines a los «golpes» y «acarreo de la pelota» del nuevo juego sobre el cual esperaba presidir la FA en mantillas. El cuarto encuentro se celebró el 24 de noviembre y el conflicto inherente por la incipiente bifurcación del fútbol yel rugby fue manifiesto. Hasta ese momento, había

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estado latente al menos por lo que al registro oficial de los encuentros se refiere. Lo que pasó entre el tercer y el cuarto encuentro fue que las reglas de Cambridge de 1863 llegaron a oídos de los partidarios del fútbol embrionario y quedaron impresionados, sobre todo por las reglas que prohibían «coger» y «dar golpes» con las manos. Envalentonados por el respaldo de grupo tan prestigioso, pasaron al ataque. El apoyo también llegó del Royal Engineers Club en Chatham, y de W. Chesterman del Sheffield FC. Según Chesterman, el borrador de las reglas publicado recientemente por la FA «se oponían directamente alfootbally... recordaban más a la lucha libre» (Green, 1953: 28). La corriente empezaba a ir a favor de los partidarios del modelo embrionario del fútbol. Poco después de iniciarse el cuarto encuentro, J. E Alcock, uno de los dos hermanos ex alumnos de Harrow, propuso «que las reglas de Cambridge eran las más ap ropiadas para que adoptara la Asociación». Su moción fue derrotada. También lo fue la de E W. Campbell de Blackheath al efecto de que al menos «se tuvieran en cuenta» las reglas de Cambridge. Finalmente, hubo una enmienda que estipulaba que «se reuniera un comité para entrar en contacto con el comité de la Universidad para tratar de convencerlos de que moe4ficaran algunas de las reglas». Sin embargo, antes de la clausura, hubo una moción por mayoría que pedía al Comité de la Asociación que «insistiera en dar patadas» en sus negociaciones con la Universidad. Esto sugiere que, en aquel momento, algunos de los que asistían a los encuentros inaugurales de la FA todavía luchaban por negociar un juego realmente compuesto. Esto también sugiere que, por el momento, ni los que estaban a favor del código del fútbol embrionario ni los que estaban a favor del rugby tenían una ventaja decisiva. Fue, pues, durante el cuarto encuentro de la incipiente FA cuando se dio el

Para un lector de finales del siglo XIX, el principio patriarca! incuestionable de que el fútbol era un juego exclusivo para hombres está implícito en esta formulación. Su desarrollo final como un juego donde no estaba permitido fljgún contacto del balón con las manos para los jugadores de campo se produjo durante el período entre 1860y 1880. Crucial fue la formación del Comité Internacionai en 1882. Uno de sus primeros actos consistió en promulgar la ley siguiente: Ningún jugador puede llevar, golpear o pasar la pelota con las manos bajo ninguna pretensión excepto en el caso del portero, que puede usar las manos para defender la portería, sea con los puños o para pasarla, pero nunca para ir hacia delante con ella en las manos. (Green, 1953: 579) Por «llevar la pelota en las manos» se entendía dar dos o más pasos con ella en las mano. La intención de los legisladores al elaborar esta regla fue impedir que incluso los porteros jugaran al estilo del rugby. Como los juegos de patadas y uso de las manos parecen haber sobrevivido

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perfectamente en cierto número en las escuelas públicas, parece razonable suponer que esta evolución final del fútbol como juego sin manos no se dio como resultado de la «lógica» implicada por las reglas promulgadas en 1863. Al contrario, parece más probable que esta evolución se haya debido en gran parte al impulso de la presión competitiva con el rugby todavía en desarrollo. Los clubes de rugby se habían unido en 1871 para constituir la RFU, y ya desde entonces, los partidarios del fútbol y el rugby se vieron envueltos en una lucha más o menos consciente por ganar adeptos. Esta lucha competitiva debió de cobrar intensidad por aquellos días iniciales en que la FA y la RFU estaban en la infancia y cuando sus juegos respectivos todavía estaban en evolución hacia las formas modernas. Una de las maneras en que los legisladores de la FA procuraron cobrar ventaja fue diferenciando en lo posible su juego del rugby. Parece que una de las estratagemas centrales con las que trataron de hacerlo fue apelando a una clientela más adulta y «civilizada». Esto se deduce de las palabras del secretario electo Mor- ley durante el quinto encuentro inaugural y de la implicación de Chesterman del Sheffield en su carta al comité, según la cual el rugby de por entonces se parecía a la lucha libre. La observación de Chesterman es interesante porque, desde el comienzo del proceso de bifurcación, la evolución de fútbol no sólo ha implicado —para todos los jugadores menos el portero— la imposibilidad absoluta de usar las manos para impulsar y controlar la pelota, sino también un aumento de la prohibición del empleo de las manos como medio de estorbar a otros jugadores, por

nplo, agarrándolos, cogiéndoles por la camiseta o dándoles codazos. El uso manos y brazos, por supuesto, no está controlado en el rugby, aunque en su ución ha sido vital para desplazar la pelota y placar. En este sentido, puede irse que el fútbol representa un estadio superior del «proceso civilizador» en jnparación con el rugby. No es en absoluto sorprendente en el contexto de . juego emocionante y competitivo, ya que es el lugar donde con más freicia se incumplen las reglas. El aumento de las prohibiciones respecto al empleo de las manos fue imOrtante para el desarrollo del fútbol como el juego que todos conocemos. Ha¡a el final del siglo XIX, el fútbol había asumido casi todos los aspectos básicos .l deporte moderno. Otras evoluciones importantes en las leyes aparecen en la tabla 4.2.

Cintas para cerrar la portería desde la parte superior de un poste al otro. Definición del «fuera de juego» como sigue: cuando un jugador golpea la pelota, cualquiera del mismo equipo que, en ese mismo momento, esté más cerca de la línea de meta del equipo rival quedará fuera de juego, y no podrá tocar la pelota ni impedir de la forma que sea que otro jugador lo haga hasta que se haya jugado la pelota, a menos que haya por lo menos tres oponentes más cerca de su línea de meta (el número de oponentes entre el que lleva el balón y la línea de mcta contraria se redujo de tres adosen 1925). Se permite usar un larguero además de cintas para cerrar la portería.

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Se menciona por vez primera a un árbitro. El árbitro recorre el terreno de juego. Los «umpires» se convierten en jueces de línea que recorren las bandas. Introducción del penalti. Introducción de redes en las porterías. Sustitución de las cintas por largueros. Las dimensiones del terreno de juego se fijan en: 92-118 metros de longitud y 45-92 metros de anchura.

Fuente. Green (1953).

La difusión del fútbol Incluso antes de que tuviera una forma moderna completamente reconocible, el futbol empezó a extenderse, primero por las Islas Británicas y luego por todo el mundo. La introducción de la Copa de la FA en 1871 fue decisiva en este proceso inicial. Como 1871 fue el año en que se formó la RFU, no podemos descartar la posibilidad de que la competitividad con el rugby influyera en la introducción inicial de lo que estaba destinado a convertirse en la competición de futbol más famosa de Inglaterra. Mientras la difusión de este proceso estaba en curso, los veteranos de las escuelas públicas y otros clubes de clase media y alta estaban en la cumbre. Sin embargo, el juego era tan atractivo que pronto empezó a extenderse con rapidez, no sólo a nivel geográfico sino también por ios estratos inferiores de la jerarquía social. Como resultado, el juego adquirió gradualmente y con justo mérito el nombre de <(juego del pueblo». A medida que el fútbol fue extendiéndose, cada vez más espectadores empezaron a acudir a los partidos, sobre todo a los partidos de máximo nivel, y algunos clubes empezaron a cobrar por entrar. De esta forma empezó a gestarse la base económica para la aparición del profesionalismo. Este fue ratificado por la FA en 1885, y en 1888 se constituyó una «Football League» de 12 clubes. Jugaban unos contra otros en casa y en campo contrario compitiendo por el título de «campeones». La segunda división se añadió en 1892, la tercera división (sur) en 1920 y la tercera división (norte) en 1921. En 1958 las terceras divisiones regionales dieron paso a las divisiones tercera y cuarta nacionales, dando entrada así a un sistema que ha permanecido prácticamente igual hasta 1992, cuando se constituyó una Premier Division, nominalmente bajo el control de la FA, a partir de los clubes de la First Division existente, y la Football League se vio reducida a una competición de menor estatus de las tres divisiones. Como expondré en el capítulo 5, hay

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razones para creer que las divisiones 2 y 3 de la Football League no sobrevivirán mucho entrado el siglo XXI como competiciones nacionales donde se emplean profesionales, a jornada completa. Al mismo tiempo que se producían estos acontecimientos, el futbol empezó a extenderse por el mundo. También éste fue un proceso rápido, prueba de que el juego cubría las necesidades sociales y sociológicas de otros países distintos al de fundación. El primer club de futbol alemán se fundó en Hannover en 1878. En Holanda, el primer club se fundó en 1879-1880; en Italia hacia 1890, y en Francia en 1892 (Elias, 1986b: 128). En Escocia se formó la FA en 1873; en Gales, en 1876, y en Irlanda, en 1880 (Green, 1953: 48). La primera federación de futbol fuera del Reino Unido se formó en Dinamarca y Holanda en 1889. Bélgica y Suiza les siguieron en 1895 (Arlott, 1977: 302), Alemania en 1900 y Portugal en 1906 (Elias, 1986b: 28).

La Fédération Internationale de Football Associations (RFA) se creó en Pa- en 1904 a cargo de delegados de Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Esa, Suecia y Suiza, notándose la ausencia de representantes de Gran Bretaña. sumiblemente sus razones para quedarse al margen fueron una mezcla de entimientos de superioridad por haber «inventado» el juego y miedo de perder ontrol sobre un «producto lúdico» que consideraban peculiar de su nación. (Es nteresante notar que el himno de la «Euro 96», la Eurocopa que se celebró en [nglaterra en 1996, decía en su primera frase «Elfrtbol vuelve a casa», lo cual nuestra la persistencia de este complejo de superioridad e inferioridad). La FA Lnglesa se afilió por fin a la FIFA en 1906, si bien se salió en 1914, volvió a afi[iarse en 1924; retirose de nuevo en 1928 y sólo ha pertenecido de forma peraanente desde 1945 (Green, 1953: 198 y sigs.; Young, 1968: 167). Buena idea de la velocidad de la expansión internacional del futbol nos la da la tabla 4.3. En la tabla 4.4 aparecen datos sobre participantes y público en los mundiales, que arrojan nueva luz sobre la difusión global del futbol. Durante el siglo XX, el futbol se convirtió en el deporte de equipo más popular. Las razones de su éxito comparativo no son dificiles de hallar. No requiere un equipo sofisticado y su práctica es comparativamente barata. Sus reglas —aparte quizá de la ley del fuera de juego— son relativamente fáciles de entender. Por encima de todo, estas reglas permiten un juego fluido, abierto y rápido, con un hábil equilibrio entre un número de polaridades interdependientes como la fuerza y la habilidad, el juego individual y el juego de equipo, el ataque y la defensa (Elias y Dunning, 1986: 191-204). Como tal, su estructura permite la generación recurrente de niveles de emoción que satisfacen a jugadores y espectaTab&z 4.3 Crecimiento de la FIFA (1904-1994)

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Año Número de asociaciones Año Número de asociaciones

1904 7 1950 73 1914 24 1954 85

1920 1923 1930 1938

20 31 41 51

1959 1984 1991 1994

95 150 165 190*

dores por igual. En el fondo subyace el hecho de que los partidos son combates fisicos entre dos grupos gobernados por reglas que dan campo libre a la pasión pero que ios mantienen —la mayor parte del tiempo— autocontrolados. En tanto en cuanto se aplican y/u obedecen de forma voluntaria, las reglas del fútbol limitan también el riesgo de que se lesionen gravemente los jugadores. Este es otro aspecto por el cual puede decirse que es un juego relativamente «civilizado». También el fútbol de elite posee una cualidad similar al ballet y esto, junto con los colores del uniforme de los jugadores, ayuda a explicar su atracción espectacular. Por supuesto, otros deportes poseen alguna de las características enumeradas aquí, pero, según opinión discutible, sólo el fútbol las posee todas. Esto, que es razonable creer, es la razón por la cual se ha convertido en el deporte de equipo más popular del mundo. A su vez, su popularidad mundial y el grado en que

jns se identifican con sus equipos ayuda a explicar por qué es el deporte que más frecuencia se asocia con alteraciones del orden público entre los ectadores (Dunning y cols., 1988; Williams y cols., 1989; Murphy y cols., )O). Me centraré en este tema —la aparición del hooliganismo como un pro- [la mundial en el capítulo 6. En el capítulo 5 abordaremos algunos «astos económicos» implicados en el desarrollo del deporte moderno, de nuevo urriendo al fútbol como ejemplo principal.

5 LA DINÁMICA DEL CONSUMO DEPORTIVO

Introducción Hablar de «consumo» en oposición a «juego» o «visión» de acontecimientos kportivos implica el reconocimiento de las relaciones existentes entre deporte «economía».’ Usar este lenguaje «económico» también presupone que el derte está en la actualidad sometido a un proceso de modificación y sumido en s

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contradicciones, presiones, oportunidades y equilibrios entre conflicto y onsenso característicos de lo que está de moda y atrae a los «consumidores» de as «sociedades posmodernas».2 En este capítulo emprenderemos el estudio de aspectos relativos a la modificación del deporte desde un punto de vista figuracional a fin de ver si podemos llegar a comprenderlos mejor. Sin embargo, como han sido los marxistas quienes han hecho hasta el momento las aportaciones mis importantes al conoci mient de este proceso, empezaré con una evaluación crítica de algunas obras marxistas. A continuación expondré lo que considero algunos de los principales parecidos y diferencias entre la visión marxista y la figuracional. Finalmente, emitiré un diagnóstico figuracional de algunos aspectos clave del desarrollo del deporte en Gran Bretaña, prestando especial atención a lo que convencionalmente se consideran sus aspectos «económicos». Los métodos marxistas Probablemente el primer intelectual que aplicó con solidez un enfoque marxista al deporte fue Bero Rigauer, cuya obra Deporte y trabajo se publicó en alemán en 1969. En lo que se ha convertido justamente en un clísico, Rigauer sugirió que los deportes modernos «no son un sistema autónomo ile comportamiento; surgen junto con numerosas estructuras sociales cuyo origen se inicia en ¿i sociedad burguesa protocapitalista» (Rigauer, 1981: 1). Los deportes, expone Rigauer, fueron en principio un tipo de recreación al alcance de las élites para su disfrute. Para los miembros de esas élites, suponían un medio de contrarrestar la tensión del trabajo, pero, con el creciente desarrollo del capi talismo industrial y la correlativa difusión del deporte por otros estratos de la sociedad, han adquirido características que recuerdan a las del trabajo. En la medida en que se ha dado este proceso, se deriva, según Rigauer, que los deportes deben ser capaces de contrarrestar los efectos del trabajo. Particularmente relevante para nuestros fines es el análisis de Rigauer sobre las modificaciones del deporte. «La cuestión es —se pregunta él— si el deporte de elite puede imbuirse de valores que puedan definirse como acomodaticios. ¿Szuen los deportes de elite los princzpios de una sociedad de intercambios?» La respuesta de Rigauer es afirmativa. Los deportistas, dice él, son productores; los espectadores, consumidores. La actuación de los primeros se ha convertido en una comodidad que se intercambia por dinero en el mercado. Esto sucede tanto si los deportistas-productores son amateurs que sólo cubren gastos como si son profesionales que reciben un sueldo, porque «el ideal del amateurismo puro en eldeporte de elite» se convirtió en un mito mucho antes de que se eliminara esta distinción (Rigauer, 1981: 67-68). Este razonamiento es perceptivo. Según Rigauer, el deporte de elite se ha acomodado y ha crecido como un área orientada hacia el éxito de la vida social. La creencia de que opera como un antídoto del trabajo sigue muy extendida, pero esta creeencia, sugiere Rigauer, es una ideología que oculta a los participantes la función «real» del deporte: la de reforzar en la esfera del ocio la ética del trabajo duro, la

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consecución de éxito y la lealtad al grupo necesaria para la reproducción de la sociedad industrial capitalista. Según Rigauer, ayuda a mantener el statu quo y refuerza la dominancia de la clase dirigente. La tesis de Rigauer parte del punto de vista de la «teoría crítica», el género de la sociología marxista iniciada durante la década de 1920 por Adorno y Horkheimer en ci Institut flir Sozialforschung de la Universidad de Frankfurt, y que se conoce como «la Escuela de Frankfurt».3 Conclusiones parecidas sobre la estructura y funciones del deporte moderno obtuvo el francés Jean-Marie Brohm al escribir desde una óptica «alhusiana» durante la década de 1970 (Brohm, 1978: 175). Según Brohm, el deporte no es «una entidad trascendente que se supelponga a los períodos históricos y modos de producción» sino «el producto de un punto histórico decisivo» que apareció primero en Inglaterra, «lugar de nacimiento del sistema de producción capitalista, al comienzo del período industrial moderno». El razonamiento de Brohm es complejo, pero una de sus tesis centrales es que el deporte es un «aparato ideológico del Estado» en oposición a los aparatos «represivos». Es decir, persuade mís que usa la fuerza para inculcar en la gente la ilusión de libertad y la creencia de que eligen libremente. De hecho, el deporte cumple una función triple según Brohm, a saber:

reproduce relaciones sociales burguesas como la selección y lajerarquía la subordinación, la obediencia, etc.; ...d/iínde una ideología organizativa que depende de la competitividad, las marcas y el rendimiento; y... transmite a gran escala los valores generales de la ideología de la burguesía gobernante como el mito del superhombre, el individualismo, el progreso social, el éxito, la eficacia, etc.

(Brohm, 1978: 77) Brohm también propuso «veinte tesis sobre el deporte» en las que avanzaba oposiciones como: «los capitalistas del deporte contratan a jugado res y deportiss que se convierten en sus obreros asalariados»; hay una lucha de clases en el dearte «entre los que aportan el capital y los que aportan su destreza deportiva»; los )rtistas de elite son «trabajado res profesionales del espectáculo del músculo» y on mucha frecuencia son «hombres anuncio»; el deporte de masas es una empresa muy comercializada espoleada por la competición y el deseo de ganancias; la comercial ización del deporte opera en cuatro niveles principales: (1) la aparición de productos deportivos, mercancías y una industria de servicio; (2) el desarrollo de un deporte para espectadores como base para la publicidad; (3) la , explotación de los recursos de los ciudadanos, en especial los de los trabajadores, para aumentar los beneficios, y (4) la industria de las apuestas es decir, las carreras y las quinielas. Otros aspectos de las «veinte tesis» de Brohm se basan en que: (1) el deporte de masas «opera como una especie de catarsis, un aparato para transformar los impulsos agresivos» con la consecuencia de que «en vez de manfi’starse en la lucha de clases, los impulsos se absorben, divierten y neutralizan en el espectáculo deportivo». í, «i deporte canalizo las energías de las masas dent,v del orden

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establecido»; (2) el deporte de masas «trata a las masas como a estúpidos», sobre todo mediante la publicación de historias triviales en los medios de comunicación, y (3) median- te sus rituales, ceremonias, himnos y tremoleo de banderas, el deporte «contribuye a un proceso defascistificación emocionas> (Brohm, 1978: 178-181). John Hargreaves (1986), seguidor de la «teoría de la hegemonía» de Antonio Gramsci, dentro de la tradición marxista, ha realizado una crítica interesante de obras como las de Rigauer y Brohm. Si el deporte se parece al trabajo en su propensión a alienar a la gente, Hargreaves se pregunta ¿por qué a diferencia del trabajo sigue siendo tan popular? Si la gente es tan estúpida como para ser completamente ajena a su alienación... ¿acaso serían necesarios mecanismos compensatorios como los espectáculos deporti vos, y no sería más probable que fuera lo que fuera impuesto a la gente desde arriba sería aceptado sin oposición? (Hargreaves, 1986: 42)

Además de la teoría de la hegemonía, según Hargreaves hay dos tipos de en foque marxista del deporte y sus problemas: lo que él llama «teoría de ¿rs correspondencias» y la «teoría de la reprodueción» Aunque sería erróneo pensar en «tipos puros» totalmente diferentes, si he seguido el razonamiento de Hargreaves, puede decirse que la primera obra de Rigauer es un ejemplo del primero de estos tipos, y que la obra de Brohm contiene elementos del segundo. Hargreaves describe así la «teoría de las correspondencias» y la «teoría de la reproducción»: La teoría de ¿rs correspondencias caracteriza al deporte como un reflejo del capitalismo.. su estructura y su «ethos» cultural están completamente determinados y dominados por las fierzas capitalistas y los intereses de la clase dirz-ente, por lo cual es una actividad completamente alienante. La teoría de la reproducción, por otra parte, afirma que la cultura y eldeporte se relacionan con el modo capitalista de producción y ¿rs relaciones sociales dominantes en cuanto a su especficidaa es decir, sus djf’renciasy su autonomía, y que es precisamente por esta autonomía que sirven para reproducir ¿rs re/aciones sociales dominantes. (Hargreaves, 1982: 104-105) Según Hargreaves, el punto débil de la teoría de las correspondencias y la teoría de la reproducción es que ambas comparten «un modelo estático, unilateral y determinista de la sociedad capitalista». Por el contrario, la «teoría de la hegemonía» aborda «procesos, es decir, formas de vida social históricas... fuertemente entretejidas» (Hargreaves, 1982: 49). También conceptualiza el deporte «como un objeto de lucha, control y resistencia, es decir, un campo de batalla para el despliegue de relaciones de poder» (Hargreaves, 1982: 14). Además, el deporte forma parte de la «cultura», y los «procesos culturales no son menos materia/eso reales, es decir, no son menos importantes en la vida social que los procesos políticos y económicos». Sugiere Hargreaves que hay dos «dimensiones li-adas internamente» de procesos de formación cultural. Más en concreto, «la cultura está Jinnada por personas que conscjentemen hacen una elección», y dado que se

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heredan como tradiciones formadas por la elección de gente del pasado, «se componen de eleccióny acción». La cultura, por tanto, actúa como un elemento de represión poderoso pero no totalmente determinante (Hargreaves, 1982: 47). Es una reminiscencia de la famosa afirmación de Marx de que la gente «traza su propia historia, pero no a su gusto; no lo hacen bajo circunstancias elegidas por e/los, sino bajo circunstancias que se encuentran, heredadasyprocedentes de/pasado» (Marx y Engels, 1942: 315). Para Hargreaves, es precisamente este equilibrio entre libertad y represión lo que hace del deporte una forma cultural con cierto grado de autonomía. Sin embargo, en contraste con la posición adoptada por «los teóricos de la reproducción», Hargreaves sugiere que la autonomía del

porte no contribuye en un sentido mecanicista a la reproducción de las «recjones sociales dominantes». Al contrario, esta autonomía es una condición prepara el desarrollo de crisis y contradicciones internas propias del deporte, y ira las «potencialidades emancipatorias» de las que dísfruta, según Hargreaves. decir esto, no trata de negar que el deporte desempeñe en algunos aspectos rto papel en la reproducción del statu quo. Por ejemplo, la incorporación jesiva del deporte a la «cultura consumista» constituye según Hargreaves ,o los determinantes más notables de la relación entre el deporte y la iden[ad nacional (Hargreaves, 1986: 220). Además, señala Hargreaves, en la era ictual el deporte es «el medio de expresion corporal por excelencia». Como tal, es rucial que la «cultura consumista» sea capaz de «encauzar y constreñir las necesidades y deseos corporales» (Hargreaves, 1986: 217). Al mismo tiempo y según Hargreaves, la existencia del deporte «como un medio autónomo de expresión» ,roduce efectos que sirven para minar y no apuntalar el statu quo. Este autor cribe: La autonomía del deporte impone límites a su valor de uso, más allá de los cuales cualquier función legitimadora o de acomodación que pueda poseer tiende a estar en peligro y en su lugar se genera conflicto. La tendencia inherente de la comercialización de/deporte, que lo transforma en un espectáculo de entretenimiento, corre un riesgo continuo de incrementar la expectación de los espectadores más rápido de lo que el deporte puede satisfacery por tanto, termina alienando a la audiencia. En segundo lugar, las despiadadas competiciones deportivas, estén estructuradas política o comercialmente, ... pueden tener efectos inesperados y contraproducentes. La búsqueda del éxito a toda costa contra el oponente no genera necesariamente el espectáculo más emocionante, sobre todo cuando la estrategia adoptada es la de evitar la derrota. Tal vez produzca una violación sistemática de las reglas por parte de los contendi entes y las organizaciones que los apoyan, lo cual perjudica a los particzantes y aliena a los aficionados. Estas consecuencias hacen dflcil de mantener la tarea de vender el deporte como una forma edificante de entretenimiento familiary como un ejemplo de las virtudes nacionales. En concreto, el elemento lúdico es por esencia irreducible a una programación cuyo fin son los beneficios y el control: cuanto más frustrado y reducido se vea el deseo de jugar, menos actúa de

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entretenimiento y menos eficaz es el deporte con fines de control... El carácter dramático y ritual del deporte se construye sobre una base delicada y no reproduce automáticamente las relaciones sociales. En ciertas circunstancias, el acto deportivo que normalmente solemnizay exalta el orden social puede transformarse de modo que los siguos se inviertan para expresar irreverencia y desorden. El elemento competitivo siempre vuelve imp redecible no sólo el resultado de la prueba deportiva en sí, sino también la ejÇcacia del acontecím jento como ritual político. (Hargreaves, 1986: 22) Por tanto y según Hargreaves, no es suficiente caracterizar «la implicación de la gente en las actividades deportivas en términos de comodidad y consumo». En el deporte, adquieren un conocimiento que convierte la participación en un acto completamente distinto del «acto de ir de compras por la calle principal de su ciudad». Ir a ver un deporte es más parecido a asistir al teatro o a una fiesta. Sin embargo, el anunciar el deporte como «un entretenimiento emocionante» contribuye a incrementar las expectativas y «crea tensiones ernre deportistas y audiencia, lo cual en ocasiones se resuelve con violentas conJontaciones» Al intervei-tir la línea oficial, las intenciones del fitbol aburguesado son saludables; cuanto más mercantilizado esté y más se vendo como «entretenimiento familiar», mayor será la propensión a que el comportamiento de los espectadores sea indisciplinado. (Hargreaves, 1986: 136) Encuentro dos objeciones a los razonamientos de Hargreaves, la primera conceptual y la segunda empírica. En el primer pasaje, de sus palabras puede deducirse que concibe el deporte como poseedor de una especie de «esencia» eterna e inmutable. Muestra una tendencia paralela a emplear de forma cosificante conceptos como «cultura consumista>; es decir, a usar términos abstractos como si fueran actores que hacen cosas. En el segundo pasaje, Hargreaves parece creer erróneamente que la violencia del público en el futbol es una consecuencia un tanto reciente del intento de «aburguesar» el deporte y venderlo como un «entretenimiento familiar». Este tema lo abordaré en el capítulo 6. Aquí lo que me interesa destacar es que hay mucho en los razonamientos de Hargreaves que elogiar desde la óptica figuracional, aunque también hay mucho que criticar Éste es un punto apropiado para establecer un equilibrio entre las contribuciones marxistas y explicar con detalle por qué los sociólogos figuracionales adoptan otra postura en relación con este tema. La crítica figuracional Aunque no constituyan un grupo completamente unido, ningún sociólogo figuracional estaría en grave desacuerdo con la crítica de Brohm a la

1 rjalización del deporte por parte de los medios de comunicación. Sin ;o, tal vez tengan en cuenta el papel desempeñado en este proceso por deportistas y también puede que piensen que la vulnerabilidad que ema d la movilidad social de la

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mayoría y la brevedad de su carrera deportiejercen presión «para hacer dinero mientras se pueda». Aunque probateniente piensen que se necesitan estudios empíricos más detallados, la 1ayoría de los sociólogos figuracionales también aceptarían muchas de las sas que Brohm y Rigauer han dicho sobre la penetración del capital en el -porte, los procesos concomitantes de acomodación y la permeabilidad de LS estructuras deportivas similares a las del trabajo. Estos procesos y, como zno de sus aspectos, la desaparición virtual del amateurismo al máximo niel se aceptan como procesos de un hecho empírico, tanto que puede arLirse que hay elementos tautológicos en los informes de Rigauer y Brohm. s decir, los deportes profesionales de elite no son como el trabajo, dado que para los profesionales se trata de trabajo, a pesar de lo recompensante y plaque pueda ser respecto a otros trabajos. La cuestión es explicar cómo y por qué se han dado procesos de profesionalización y acomodación en el deporte, y por qué Rigauer, Brohm y los otros representantes de la «teoría de las correspondencias» y la «teoría de la reproducción» no han conseguido darle a este hecho ningún sentido significativo hasta el momento. Lo importante de lo que consideran fallos y rasgos problemáticos del deporte moderno es que sus análisis carecen de un contenido explicativo y hacen poco más que documentar de forma descriptiva la organización capitalista, el ethos y el impulso de muchos deportes. Aunque no deje de ser problemático desde la óptica figuracional, el trabajo de los partidarios de la «teoría de la hegemonía» como Hargreaves es más satisfactorio en este sentido. Hargreaves dio en el clavo cuando sugirió que la teoría de las correspondencias y la teoría de la reproducción implicaban un «modelo estático, unilateral y determinista de la sociedad capitalista». Los sociólogos figuracionales comparten con los partidarios de la teoría de la hegemonía la preocupación por los procesos y por la estructuración de las relaciones sociales en el espacio y en el tiempo. Aunque conceptualicen estos problemas de modo distinto, también comparten la preocupación de los teóricos de la hegemonía por la centralización del poder, la resistencia y la insubordinación en la vida social, y por el equilibrio inestable entre estas polaridades y las de la cooperación y el consenso. Donde comienzan a distanciarse seriamente de estudiosos como Hargreaves es en las explicaciones sociológicas. Más en concreto, aunque Hargreaves tenga razón al criticar a los defensores de las teorías de las correspondencias y la reproducción por sus modelos «estáticos, unilaterales y deterministas», su propio en- foque, si bien no es «estático», tampoco se escapa por completo a la acusación de «unilateral» y «determinista».

«Reconocer la central idad de la cultura —escribe Hargreaves.. no suponepor ello negar la eficacia de/modo deproducción, quepuedey de be garantizar elestatuspa ra ejercer presiones y limitaciones cruciales sobre el tipo de vida de la gente». M8 tarde dice: Una vez que las restricciones económicas, es decir, e/poder clasista. basado en

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lapropiedady el control de los medios de producción, se imponen por supropiopeso, queda mucho por explicar y hablar de la determinación económica a menudo suele ser de una verdad trivial respecto a la solución de problemas espec’ficos. (Hargreaves, 1986: 48) Tal vez los sociólogos figuracionales prefieran usar un lenguaje distinto. Tal vez no consideren que las restricciones económicas se reduzcan sólo al poder de las clases sociales o que el poder de éstas se reduzca sólo a la propiedad y control de los medios de producción. Dicho esto, hay poco en estas dos frases con lo que puedan disentir los sociólogos figuracionaj5 No es éste el caso cuando Hargreaves describe la teoría de la hegemonía como «un intento de dar sentido a la primacía de las re/aciones económicas sobre kç socia/es sín reducir estas últimas a lasprimeras» (Hargreaves, 1986: 104-105). Esta formulación tal vez refleje un deseo de evitar el reduccionismo, pero, sobre todo en tanto que Hargreaves no nos dice lo que entiende por la diferencia entre «primacía» y «centralidad», no se aviene fácilmente con su referencia a la «centralidad de la cultura». Se trata de una formulación que también implica una forma de «determinismo económico>, porque implica una afirmación, casi una ley, históricaniente trascendente respecto a que las relaciones económicas no son sólo importantes para la vida social —afirmación con la que ninguna persona en su sano juicio estaría en desacuerdo._, pero que siempre y en todo momento son más importantes que ninguna Otra cosa. Las objeciones de los sociólogos figurativos al «determinismo económico» son muchas y complejas (Dunning, 1992). A pesar de los intentos de estudiosos como Hargreaves por evitar el determinismo económico que consideran inherente en otras formas de marxismo, estas objeciones se aplican tanto a la teoría de la hegemonía como a otras posiciones del marxismo. Para ejemplificar la idea de que hay procesos que no se explican debidamente sólo en términos económicos, debe bastar con señalar el surgimiento de los monopolios estatales de fuerza ylos procesos de pacificación bajo el control del Estado. Aunque es obvio que muestran aspectos económicos como el establecimiento de monopolios estatales sobre los impuestos y aunque es obvio que no se producen con indepedencia de las precondiciones económicas, tales procesos poseen una dinámica propia un tanto autónoma que implica elementos tintos de los económicos. También presentan ramificaciones sobre la econo[a que no se tienen en cuenta como deben en los análisis marxistas y que reen todo al modo de producción sobre el cual, aunque busquen como Harves la manera de evitar el reduccionismo, recalcan lo que él llama «lapriiacia de las relaciones económicas». Por tanto, Elias identificó lo que denominó un «mecanismo de monopos» en el desarrollo social de los estados de la Europa Occidental, una tentncia a construir los monopolios del Estado sobre la fuerza y los impuestos ue, sugiere él, se relacionaban recíprocamente con procesos económicos en l desarrollo del capitalismo moderno. Eje central en su trabajo en este sentio, arguyó Elias, fueron las luchas hegemónicas entre rivales por la «posición la» que no pueden explícarse haciendo sólo referencia a los procesos econicos

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(Elias, 1994). Como espero demostrar, estas afirmaciones presentan - caciones para explicar el desarrollo del deporte moderno que son críticas con las explicaciones propuestas por estudiosos como Hargreaves, Rigauer y Brohm. Hay otro aspecto del análisis ofrecido por Hargreaves que merece comentarse. Es su idea de «la naturaleza del deporte como un medio autónomo de expresión», de la existencia de un «elemento lúdico» que, como dice Hargreaves, «es inherentemente irreducible a la programación de los beneficios y el control». Esta idea parece tener un matiz esencialista e implicar que, en opinión de Hargreaves, hay un «elemento de juego» inherente al deporte, una especie de «esencia» que dota universalmente al deporte de cierto grado de autonomía protectora con independencia de su ubicación social, de su organización social y de sus patrones de socialización, de sus valores, hábitos y relaciones de poder de la gente implicada. Los sociólogos figuracionales también tienen un concepto de la autonomía del deporte, aunque no es esencialista y resalta la autonomía relativa, no como algo implícito en la formulación de Hargreaves, sino como absoluta. Por encima de todo, los sociólogos figuracionales no intentan negar que el deporte —o para el caso cualquier otra cosa— pueda programarse para obtener beneficios y control. Al contrario, tratan de explicar por qué sucede sobre todo en relación con el equilibrio de poder cambiante entre ios grupos implicados, la localización y forma de integración de los deportes en el marco de un desarrollo social más amplio, y el carácter y estructura, por encima de todo la fase de desarrollo, de esta totalidad social más amplia.5 Un análisis figuracional de algunos aspectos clave del desarrollo del deporte moderno mostrará la forma en que este análisis difiere de los marxistas en aspectos cruciales. Este análisis se centrará en los aspectos «económicos» de este proceso y debe considerarse complementario de los análisis ofrecidos en los capítulos 2 y 3.

Tipología de los deportes profesionales A pesar de las diferencias entre ellos, Rigauer, Brohm y Hargreaves com parten el hecho de haber trazado los orígenes del deporte moderno sólo en sus raíces capitaiistas. Desde la óptica figuracional, esto no es tan grave como su simplificación excesiva. Permite que estos estudiosos pasen por alto o infravaloren los procesos que traté en los capítulos 2 y 3, por ejemplo, el papel un tanto independiente desempeñado en este proceso por la aristocracia y la burguesía rica. En este capítulo, sin embargo, optaré por un cambio de rumbo. Antes sugerí que Hargreaves criticaba con razón a los defensores de la «teoría de la reproducción» al echarles en cara que la automía del deporte suponía que no contribuía mecánicamente a la reproducción de (<las relaciones sociales dominantes». También sugerí que la propia conceptualización de Hargreaves era discutible por sus matices esencialistas. En realidad es posible ir más allá y sugerir que, cuando Hargreaves habla de la autonomía de una abstracción conceptual cosificada, el «deporte», más que de la autonomía relativa y variable o el poder relativo y variable de grupos humanos específicos, Hargreaves incurre en lo que los sociólogos de orientación filosófica como Giddens (1984) llaman el «dilema entre

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estructura y delegación». En el centro del método figuracional subyace un concepto centrado en los seres humanos y sus interdependencias. No sólo es discutible que evite la trampa de la «estructura y delegación» (Dunning, 1992), sino también porque implica que la autonomía, que es una función de las relaciones, siempre es relativa y nunca absoluta. El análisis de algunos aspectos de la historia del deporte profesional británico permitirá ejemplificar este enfoque. En general, el término «deporte profesional» se refiere a cualquier tipo de actividad lúdica que aporte beneficios económicos a alguien. En este sentido, pueden distinguirse los siguientes nueve tipos de profesionalismo deportivo. Son tipos «puros», analíticamente discernibles en el sentido de que muchos deportes en fases concretas de su desarrollo revelan una mezcla de dos o más tipos. Los tipos se distinguen en primer lugar por dos dimensiones entretejidas: primero, los grados de apertura o legitimidad del profesionalismo implicado, y segundo, las relaciones entre los productores de los espectáculos deportivos y los consumidores y otros que aportan la base económica, la cual permite a los productores obtener beneficios económicos de su actividad. El primero de los cuatro tipos comprende el profesionalismo encubierto e ilegítimo. El término «seudoamateurismo» es apropiado para describir estos tipos. Los otros cinco tipos restantes implican formas de profesionalismo patente y legítimo. He aquí los nueve tipos.

pos encubiertos, ilegítimos de profesionalismo deportivo (seu4oamateurismo») Un tipo de profesionalismo deportivo en el cual los deportistas amateurs viven de sinecuras del Estado dentro del ejército, la policía o el servicio social. Ejemplos: la antigua Unión Soviética y la Europa del Este antes de la caída del «imperio» soviético. Z. Un tipo de apoyo financiero para deportistas a través de empleos, a menudo sinecuras, dentro de empresas industriales y comerciales privadas o mediante trabajos administrativos/organizativos ene1 deporte per se. Ejemplos: la Rugby Union hasta 1995 yel cricket inglés hasta la década de 1960. Un tipo en el cual los deportistas reciben un subsidio a través de becas universitarias. Ejemplo: el fútbol americano y otros deportes universitarios de Estados Unidos. En algunas formas, la antigua práctica de los colegios de Oxford y Cambridge de reclutar estudiantes más por su capacidad deportiva que por su capacidad intelectual se aproximaban muy de cerca a los parámetros de este tipo. 4. Un tipo en que deportistas nominalmente amateurs que ganan dinero clandestino bajo mano o procedente de fondos aportados por mecenas, medios de comunicación, patrocinadores comerciales o la publicidad. Ejemplos: la Rugby Union en Gran Bretaña hasta declararse abiertamente profesional en 1995. Tipos declarados, legítimos de profesionalismo deportivo 5. Un tipo de profesionalismo deportivo en el cual el dinero procede de mecenas. Ejemplo: el cricket inglés durante el siglo XVIII.

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6. Un tipo de profesionalismo en el que el dinero se entrega bajo mano. Ejemplo: equipos deportivos peripatéticos/en gira como el de William Clarke «AlI England (cricket) )U» durante la década de 1850; el futbol profesional británico hasta la década de 1960. 7. Un tipo de profesionalismo que obtiene el presupuesto financiero con actividades de recaudación por parte de aficionados/miembros. Ejemplos: el fútbol, la Rugby Union y la Rugby League en Gran Bretaña en la actualidad. 8. Un tipo de profesionalismo cuyo apoyo financiero procede de patrocinadores y publicistas industriales y comerciales. Ejemplo: el futbol británico en la actualidad. 9. Un tipo de profesionalismo cuyo apoyo financiero lo aportan los medios de comunicación como pago a la transmisión televisiva/radiofónica de los partidos. Ejemplos: los Juegos Olímpicos contemporáneos, los Mundiales de fútbol y los deportes de elite en la mayoría de los países occidentales.

La falta de espacio nos exige un debate limitado de estos tipos. Me ceñiré a la consideración de tres de los tipos legítimos/djferenja5. el crícket del siglo XVJII es un ejemplo del 50 tipo; el fútbol y el crícket de finales del siglo XJX y comienzos del XX son ejemplos del 6° tipo, y el fútbol actual es un ejemplo con una combinación cambiante de todos los tipos legítimos/diferencjJ5 además del pago de «maletines», es decir, pagos ilegales a los administradores, jugadores y sus agentes cuando se produce la transferencia de un jugador. El debate se centrará en la relativa y cambiante autonomía de los productores directos del deporte, los patrones de consumo deportivo implicados en los distintos tipos de profesionalismo, y la relativa y cambiante autonomía de los consumj dores. La estructura y ethos del cricket profesional inglés durante el siglo XVJIJ dependió en gran medida de la riqueza y dominio social indiscutible de la aristocracia y la alta burguesía. Su aparición fue un proceso social relativamente libre de conflictos. Esto se debió sobre todo a la existencia en la sociedad inglesa de aquel período de una estructura de clases basada en el dominio seguro de una elite terrateniente y ociosa, donde el equilibrio de poder entre clases implicaba grandes desigualdades y donde no era posible desafiar la posición de la clase dominante. El poder indiscutible de la aristocracia y la alta burguesía inglesas del siglo XVIII otorgó a los miembros de las clases terratenientes cierta autonomía suficiente para estructurar el cricket virtualmente orientado hacia sus propios intereses. El tipo de profesionalismo surgido se basó en una clara subordinación de los profesionales a sus mecenas y una dependencia casi completa por lo que a las expectativas en la vida se refiere. Los miembros de la aristocracia y la alta burguesía contrataban a los mejores jugadores como sirvientes domésticos, cocheros o para trabajar en sus fincas, pero en realidad se trataba de jugadores de cricket (Brookes, 1978: 60 y sigs.). En aquel período también hubo números reducidos de lo que Brookes llama «jugadores independientes» que alquilaban sus servicios partido a partido (l3rookes, 1978: 63). Y había oportunidades para empresarios como George Smith, Thomas

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Lord y James Dark, que quisieron ganar dinero con la propiedad y administración de campos de cricket (Brookes, 1978: 73). Se calcula que hasta 20.000 personas asistían en ocasiones a los partidos ylos espectadores pagaban una entrada de 2 peniques por entrar en el Campo de Artillería de Londres durante la década de 1740 (Brookes, 1978: 50). Por tanto, había ciertos elementos capitalistas dentro de la estructura general del cricket de aquel período, pero no puede decirse que hayan determinado la estructura ni el ethos del juego. Ambos dependían del poder intocable y de la inmensa riqueza de la aristocracia y la alta burguesía. Que unos pocos individuos de clases inferiores pudieran ganar dinero o mejorar su nivel de vida con

[deporte, o explotar las oportunidades comerciales que apuntaban en el del deporte, a los miembros de la aristocracia y la alta burguesía les parecía a extensión de un «orden natural» donde el destino había decretado que ellos edaran ci poder, la riqueza y el estatus. Los aristócratas y caballeros que juban al cricket en aquel período eran productores y consumidores, jugadores organizadores, además de espectadores. Como jugadores, se implicaban bas2nte por sí mismos, reforzando la diversión que obtenían de las apuestas en los sultados de ios partidos (Brookes, 1978: 4 1-44). Su comportamiento no es_ia dirigido tanto por las ganancias pecuniarias como por la intensificación de a diversión o la adquisición de prestigio al demostrar a sus pares que estaban .por encima de cuestiones tan banales como el ganar o perder dinero. Aunque no fuera una aristocracia cortesana de pleno grado, se orientaban hacia variantes de racionalidad orientada por el prestigio que —sugiere Elias— contrasta con la racionalidad orientada por las finanzas en los grupos burgueses (Elias, 1983: 92). Los aristócratas y caballeros que practicaban el cricket en la Inglaterra del sigb XVIII hacían que sus equipos salieran al terreno de juego con sus propios colores. Eran como un simulacro de ejércitos conducidos a la batalla por señores feudales. Podían actuar de este modo para minar el prestigio de los rivales entre otros miembros de su clase vinculados o no al mundo del cricicer. Una de las cosas mis chocantes de este patrón del deporte profesional es que estos aristócratas y caballeros jugaran junto a profesionales contratados de clases inferiores, se cambiaran en el mismo vestuario, comieran y bebieran durante las cenas de camaradería que seguían a los partidos e incluso en presencia de grandes multitudes, y contemplaran con relativa ecuanimidad la humillación de una derrota a manos de jugadores inferiores socialmente. Poca amenaza suponía para su propia imagen o para su estatus social. Tampoco dependían financieramente de las multitudes que asistían como espectadores, al menos no en grado sustancial, para alimentar su ego. Por su parte, los espectadores, los consumidores vicarios del cricket en aquel período, debían disfrutar al ver jugando a sus superiores en la escala social, quizás en especial cuando sufrían un revés a manos de profesionales

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socialmente inferiores. Los consumidores de cricket también debían disfrutar de partidos emocionantes y de las oportunidades de hacer vida social y jugar a las apuestas. El nivel de emoción tiene que juzgarse frente a la relativa escasez de entrenimientos organizados al alcance de las clases inferiores de aquella época. Cabe suponer que ver a los «caballeros» correr el riesgo de ser humillados en el campo de cricket tenía algo en común con otro entretenimiento popular del período: los ahorcamientos públicos. La profesionalización del fútbol y el rugby contrasta mucho con este patrón. Se inició a finales del siglo XIX durante un período del desarrollo de la sociedad británica en que la formación del Estado y la industrialización estaban bas 140

tante más avanzadas y cuando, junto con estos dos procesos, el equilibrio de poder entre las clases sociales había empezado a inclinarse. Lo más obvio es que una burguesía pujante desafiaba la hegemonía de las clases terratenientes, y había signos de que el proletariado amenazaba el dominio creciente de la burguesía. En estas condiciones sociales cada vez más fluidas, las tensiones entre clases aumentaron más que en épocas anteriores y los patrones de exclusividad social empezaron a ser sustituidos por una mezcla comparativamente más fácil y libre de clases sociales en los terrenos de juego de lo que había sido característico en el siglo XVJII y comienzos del XIX. El desarrollo del fútbol y rugby profesionales reflejó este patrón de tensión entre clases y la exclusividad del estatus social. Como consecuencia, este desarrollo se vio acompañado de conflictos de carácter desestabilizador que a veces terminaban en graves trastornos. Por ejemplo, en 1895 el rugby se dividió a nivel de clases y regiones en segmentos profesionales y amateurs. Diez años antes casi había habido un cisma similar en el fútbol, e incluso el cricket experimentó graves tensiones a medida que las formas de organización y los patrones de trabajo se adaptaban a las condiciones sociales emergentes (Dunning y Sheard, 1979: esp. capítulos 7, 8 y 9). Fue durante este período cuando la dicotomía entre profesionales y amateurs alcanzó la cumbre de su desarrollo en términos de valores y relaciones. Durante cierto tiempo, amateurs y profesionales siguieron jugando juntos pero, en la situación social que iba a prevalecer, la derrota en el terreno de juego a manos de grupos sociales inferiores resultaba más duro para los miembros de las clases altas. Llegó a simbolizar para la mayoría de ellos lo que más temían en la sociedad: la derrota política y económica a manos de la clase obrera. Se desarrolló asimismo un patrón de deportes donde la participación estaba segregada y donde los amateurs y profesionales estaban casi siempre separados. En los casos en que siguieron jugando juntos, fue en un contexto ritual y de etiqueta diseñado para subrayar la inferioridad social de los profesionales. Al mismo tiempo, se desarrolló al máximo un ei-hos amateur que recalcaba que el deporte era «un fin en sí mismo» y subrayaba «virtudes aristocráticas» como el «juego limpio», el «carácter», el autocontrol y la generosidad en la victoria y la derrota. Uno de los corolarios de este ethos fue la idea de que el profesionalismo era

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la antítesis del «deporte verdadero», es decir, que por naturaleza destruía el carácter del deporte como «juego». En su forma más extrema, se puso el énfasis en la idea de que la participación directa era la única forma válida de consumo deportivo. Correlativamente la asistencia como espectador se tachó de «ociosa» y «moralmente dañina», y por tanto, rechazable. Este patrón, y por encima de todo la existencia de valores según los cuales el profesionalismo ylos espectadores son la antítesis del deporte, ayuda en parte a explicar la precariedad de las instalaciones para los espectadores en muchos

estadios deportivos ingleses hasta la década de 1990. También ayuda a explicar por qué los legisladores de deportes como el fútbol han sido atacados tradiciojalmente por tener presentes los intereses y deseos de los espectadores. Sin em‘argo, este patrón ha tenido en parte un efecto contrario, lo cual ha forzado inctamente una forma limitada de acomodación a los intereses de los espectadores. : Más en concreto, este patrón supone que, hasta hace poco, los deportes pro! fesionales en Gran Bretaña han estado menos expuestos a la presión comercial y económica que sus homólogos de Norteamérica. Allí, los clubes de los de- portes profesionales suelen estar en posesión de una corporación o de una persona acaudalada y se dirigen según intereses comerciales (Gadner, 1974). Si los : beneficios disminuyen, el dub suele irse a otra ciudad donde se espera que el mercado sea más provechoso. Esta situación ha sido inconcebible en Gran Bretaña hasta ahora. Es razonable esbozar la hipótesis de que una de las razones ha sido la persistencia de los valores amateurs, aunque cambiante de forma gradual y débil. Por ejemplo, cuando a finales del siglo XIX la mayoría de los clubes de la Football League se registraron como compañías limitadas, la federación de fútbol pudo evitar que pagaran los dividendos de los accionistas que superaran el 7,5% de los beneficios. Una consecuencia fue que la identificación de la gente de la localidad y el interés por el juego en sí solía superar el deseo de los presidentes de beneficiarse. También supuso un apoyo a la tradición relativamente sólida y acendrada del apoyo de la población local a los clubes. Estas tradiciones ayudan a explicar por qué cuando ricachones con intereses económicos como Robert Maxwell y David Evans trataron durante la década de 1980 de cambiar la ubicación y fusionar los clubes Reading, Oxford United y Luton Town, no sólo se consideró impropio de los valores fundamentales ingleses, sino que se iniciaron movimientos de protesta relativamente eficaces. Las motivaciones para acudir a los partidos de fútbol como espectadores y no como jugadores han solido amalgamar una mezcla de deseo de experimentar emociones placenteras y derrutinizadoras (Elias y Dunning, 1986; ver también el capítulo 1) y la expresión de cierto grado de identificación con el equipo local y cierta unidad social. A diferencia de los accionistas y presidentes de los clubes cuyo poder deriva de la propiedad, y a diferencia de los jugadores profesionales cuyo poder deriva de la unidad de sus miembros y, de manera más efímera, de su pericia y, por tanto, de su

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«valor en el mercado», los espectadores/fans ejercen un poder muy escaso a no ser el de «votar con los pies» o escribir artículos y libros de crítica a fin de organizar campañas de protesta local y/o nacional, o bien comportarse violentamente durante los partidos. En el fútbol británico, los clubes con afición organizada empezaron a constituirse a finales del siglo XIX y en 1926 se fundó la National Federation of Supporters’ Clubs. No obstante, estas organi 142

zaciones han sido relativamente débiles y fáciles de controlar y domesticar por las autoridades y accionistas principales de los clubes. Las razones no son dificiles de hallar, a saber, el que ser aficionado de un club de fútbol es completamente gratuito, es decir, ocioso, y que no pertenece al ámbito laboral. A diferencia de los presidentes que tienen una participación financiera, y de los jugadores cuya relación es laboral, la mayoría de los fans invierten cantidades de tiempo y dinero relativamente escasas en el apoyo de su equipo. Estas cantidades, aunque puedan ser grandes en relación con la renta de los fans, quedan empequeñecidas por los miles de millones que invierten los presidentes. Por consiguiente, y a pesar de lo poderosos que sean los lazos emocionales de los aficionados con sus clubes, su relación con el fi’itbol no está vinculada a la producción de medios básicos para vivir, y esto afecta el patrón y grado de implicación. Además, aunque hablen con regularidad de fútbol en el trabajo o en el pub, los aficionados de un club de fútbol sólo se reúnen en masa unas 2 horas cada 15 días durante 8 meses del año. Es decir, aunque no es aplicable a los que viajan con regularidad a ver jugar a sus equipos a otras ciudades, no experimentan esa exposición continua a unas condiciones vividas en comunidad y propias de muchos ámbitos laborales, condiciones que generan acciones colectivas coordinadas y eficaces, y que Weber describió como «acciones sociales racionales» en oposición a lo que denominó «acciones de k masas» o acciones de tipo «amorfo» (Weber, 1946: 180-195). Tampoco la mayoría de los aficionados piensan más allá de los éxitos de sus clubes. Finalmente, aunque estén unidos por su afición al fútbol, están divididos por los colores de sus clubes, que son rivales en la competición. También suelen mantener poderosas tradiciones de odio hacia clubes particulares y sus fans. Ejemplos de odio recíproco son el Arsenal y el Tottenham, el Leeds y el Manchester linited, el Leicester City y el Nottinghairi Forest. Todo esto re- dunda en contra de la eficacia de las organizaciones nacionales. Durante la década de 1950, cuando empezaron a aumentar en Gran Bretaña los salarios y las oportunidades de ocio, junto con la aparición gradual de una economía que dependía y era capaz de mantener una «sociedad de consumo y bienestar», se puede trazar un proceso cuyo origen se remonta a los años treinta (Dunning y cols., 1988) y en el cual los espectadores de fútbol empezaron a votar cada vez más con los pies, optando por ver el partido por televisión con las comodidades del hogar o apuntarse a algunas de las distintas opciones de ocio que empezaban a ofrecerse. El consiguiente declive de los ingresos por entradas, junto con el aumento de los

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contratos a los jugadores tras la abolición de los contratos máximos en 1961, en gran medida producto de la acción desarrollada por la Professional Footballers Association (PFA), supuso que los clubes se vieran obligados a buscar grupos con más dinero de los que habían apoyado el fútbol en el pasado reciente y

íuentes como la publicidad, el patrocinio comercial y actividades para reudar fondos de los aficionados. En resumen, ci fútbol comenzó a adoptar elementos del quinto, sexto, sép¡mo, octavo y noveno tipos de profesionalismo. Como ha puesto en evidencia .ing (1995: 88), esta situación favoreció a los clubes grandes de la First Diviion, ya que tenían las mayores audiencias en televisión, eran los clubes más soLcitados ylos que aparecían con más frecuencia en televisión. El fútbol inglés iedó preso en un doble juego donde los principales clubes acumulaban cada z más poder y riqueza al tiempo que se secaban las divisiones inferiores. Cuando Hargreaves escribió sobre el declive de la asistencia de espectadores a los partidos, sugirió que estos procesos «podían amplficarse con los patrocinadores». Ejemplos son, escribió, la transformación de las carreras de caballos y el fútbol en espectáculos televisivos. Esto coincide con el declinar de la recaudación en taquilla, lo cual ha estimulado la demanda de dinero de los patrocinadores para cubrir las pérdidas en taquilla, y esto vuelve a aumentar el declive de la tisistencia formando un círculo vicioso. El patrocinio en este sentido no es una buena solución por lo que a la asistencia de espectadores se refiere. (Hargreaves, 1986: 119) Esto fue publicado en 1986. Desde entonces, la asistencia total en la Footbail League y, desde la introducción en 1992, en los partidos de la Premier League ha aumentado temporada tras temporada. La asistencia a los partidos de la Copa ha aumentado también. Como el patrocinio aumentó en línea con este proceso de crecimiento, está claro que la espiral descendente, a la que se refirió no sin razón Hargreaves a mediados de la década de 1980, no es la única posibilidad. Es mucho más probable, como ha vuelto a subrayar King, la reducción del fútbol profesional inglés a dos ligas nacionales durante algún tiempo a comienzos del próximo siglo (1995: 531). Posdata: la comodificación del fútbol inglés Por lo que se refiere a lo que podríamos llamar consumo directo de los jugadores, puede decirse que el fútbol en Gran Bretaña goza de bastante buena salud. Con algunas cifras en la mano, recurriré al caso de Inglaterra para ejemplificar brevemente este punto. En 1991, había unos 45.000 clubes de fútbol ingleses afiliados a las County Football Associations. Entre todos había en los campos unos 60.000 equipos (FA, 1991: 64). Asumiendo que cada equipo contase con una plantilla de 13-15 jugadores, esto supondría que hubo entre 780.000 y 900.000 jugadores en aquel momento afiliados a la FA. Según ésta, se produjo un incremento del 60% en la afiliación de mujeres a los clubes femeninos entre 1971 y 1991. Sólo

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un 10% de estos clubes se han asociado con sus homólogos para hombres (FA, 1991: 65). En contra de estas cifras, la FA registró un declive del 70% en las oportunidades de jugar al fútbol en las escuelas en 1984 y 1985 y, junto con esto, un aumento de aproximadamente el 500% en el número de clubes independientes para jóvenes de entre 9 y 16 años sin afiliación a escuela alguna. Según la FA, con estos últimos clubes se asociaba una «indisciplina parental alta» (FA, 1991: 64). Nos encontramos aquí con la constitución de un «protohooliganismo» en el que es urgente ahondar. Por lo que al fútbol profesional se refiere y a pesar de la tendencia general al aumento de la asistencia de público a los partidos y al creciente aumento de ios ingresos por patrocinio y televisión, las finanzas de un gran número de clubes profesionales británicos, quizá la mayoría, siguen en un estado lamentable. En junio de 1991, la FA (inglesa) publicó lo que llamó un Anteproyecto para elfrturo del fitbol donde la recomendación principal fue que se formara una Premier League, compuesta por los clubes de la antigua First Division y administrada por la FA en vez de por la Football League. Patrocinada por la empresa de bebidas alcohólicas Carling y habiendo llegado a un contrato lucrativo con la compañía de televisión por satélite BSkyB, la Premier League de la FA se inauguró en 1992. Pronto quedó claro que uno de los principales efectos de esta restructuración era que permitía a los principales clubes ingleses competir de forma más eficaz de lo que había sido en los años ochenta contra los gigantes de Italia y España para contratar a los mejores jugadores. De esta forma, la tendencia inicial de que la Football League se convirtiera en un exportador de estrellas y, posiblemente, junto con esta «fuga de talentos», se quedara relegada al estatus de una «liga canterana» para los colosos del fútbol del sur de Europa, parece haberse parado al menos temporalmente. Con los fichajes por parte de los clubes ingleses durante los años siguientes a la inauguración de la Liga de Campeones de jugadores continentales tan notables como Bergkamp, Cantona, Ginola, Klinsmann, de Matteo, Vialli y Zola, a veces en las propias narices de otros clubes españoles o italianos, la tendencia inicial puede que se haya invertido. El regreso de Italia de jugadores ingleses como Platt y Gascoigne apunta en la misma dirección. Es probable que muchos fans ingleses consideren que tal inversión de la «figa de talentos» es positiva. Sin embargo, hay otra consecuencia probable de la formación de la Premier League que difícilmente se verá con tan buenos ojos. Me refiero a la reestructuración global del fútbol profesional inglés, donde muchos clubes de las divisiones inferiores de la FootballLeague se han visto obligados a recurrir al empleo, única o principalmente, de profesionales a tiempo par-

al o incluso a quedar relegados al estatus amateur. Esta reestructuración putiva también puede haber causado una regionalización de las divisiones infeDres, una vuelta a una situación en ciertos aspectos comparable a la que preLleció en los años

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cuarenta y cincuenta cuando, a fin de mantener al mínimo costes por desplazamiento no hubo una Cuarta División Nacional sino una rcera División (Sur) y una Tercera División (Norte). Tal reestructuración mbién pudo llevar a algunos clubes a salir de la Football League o incluso al Eacaso de esta organización. King (1995) afirma que la escisión de la FootballLeaguey la formación de Premier League se produjeron junto al aumento de poder en este deporte (y también en la sociedad ea general) de lo que él llama «la nueva clase económiea», sobre todo hombres que han subido por sus propios medios y cuya riqueza se debe sobre todo a la «economía posfordiana» (Hall y Jacques, 1990) que surgió en Gran bretaña durante la década de 1980 como respuesta al colapso del consenso general posbélico y al «estado de bienestar keynesiano». Esta economía se basa en la especialización flexible y en el aumento de la orientación hacia la producción de bienes más por el simbolismo que implican que por su valor de uso. Los empresarios de esta nueva clase económica fueron rápidos en ver que la popularidad del fútbol era un campo ideal para la publicidad y la in versión Según King, hubo sin embargo una «coyuntura» crucial (emplea el término en su sentido gramsciano) en este proceso gracias a la aceptación por par- te del gobierno de las recomendaciones del Informe Taylor sobre la tragedia de Hillsborough de 1989,6 sobre todo la de emprender un programa importante de renovación e inversión en los estadios. Esto es así porque los clubes se vieron obligados a buscar nuevas fuentes de ingresos y a adoptar un capitalismo más racional (King, 1995: 171), proceso que favoreció sobre todo a los clubes más grandes, haciéndoles creer que tenían necesidades especiales que cubrirían mejor en una liga aparte. Este es un razonamiento persuasivo, si bien es demasiado «etnocentrista» y no presta suficiente atención al grado en que estos desarrollos en el fútbol y en la sociedad en general formaron una respuesta de grupos poderosos a la globalización incluida la globalización del capital. Por lo que concierne a los jugadores profesionales una consecuencia probable de estos desarrollos es un nuevo aumento de la polarización en sus filas entre los pocos que estaban muy bien pagados y el resto que estaba poco o mal pagado. Aunque hubo algunos signos a comienzos de los años cincuenta —las sumas embolsadas por Denis Compton del Arsenal, el Middlesex e Inglaterra (era un «internacional dual», aunque más famoso por su pericia en el cricket que en el fútbol) por anunciar un producto capilar de la casa «Brylcreem» es el ejemplo que más fácilmente me viene a la memoria— este proceso se reduce sobre todo a la abolición de la ley del salario máximo. Tal vez hasta un 50% de los jugadores profesionales se vean forzados por este proceso a ser profesionales a tiempo parcial o amateurs. Por supuesto, quizá mejoren las oportunidades a largo plazo en la vida de algunos al obligarles a prestar más atención a sus estu dios y al trabajo extradeportivo de lo que ha sido lo tradicional entre la mayo ría de los profesionales ingleses. Además, dada la mayor internacionalización del mercado del deporte (Maguire, 1 994a), no hay duda de que algunos tendrán oportunidad de jugar o ejercer de entrenadores en el extranjero. Sin embargo, la internacionalización también conduce a un aumento de la competitividad en el mercado global por un puesto en el equipo

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de los clubes de cada país, proceso intensificado por el reciente fallo de la Corte Europea de Justicia en el caso Bosman, donde la UEFA estipula que los clubes no pueden tener jugando en partidos europeos más de tres extranjeros y más de dos «nacionalizados», restricción sobre la libertad de movimiento y que viola las leyes de la Comunidad Europea. El caso Bosman es una prueba del grado en que los procesos globales, en este caso específicos de Europa, desempeñan cada vez un papel mayor en la vida deportiva de las naciones. Esto ha provocado hasta el momento dos reacciones contradictorias en apariencia: por una parte, la PFA inglesa ha tomado la delantera en asegurarse la revocación del fallo de la ley Bosman, si bien bajo el liderato del argentino Diego Armando Maradona y el francés Eric Cantona se creó una Unión Internacional de Jugadores en noviembre de 1995. Al mes siguiente apareció una Asociación Internacional de Agentes de Fútbol. Si el proceso de globalización prosigue a este ritmo —y alejar el peligro de una Tercera Guerra Mundial y/o una catástrofe ecológica global son condiciones para que así sea—, parece probable que estas organizaciones y sus miembros adquieran mis poder, mientras que las organizaciones nacionales y con mis solera como la PFA, cuyos jefes están tratando de parar o invertir la dirección de las tendencias actuales, se verán cada vez más marginadas y quedarán en el futuro como equivalentes a finales del siglo XX de las figuras del siglo XIX que trataban de impedir el movimiento libre de los «futbolistas» de Escocia a Inglaterra y que abogaban sólo porque los jugadores nacidos en ciudades, localidades y países concretos jugaran sólo representando a estas unidades sociales (Dunning y Sheard, 1979: 155 ysigs.). Por supuesto, el triunfo equilibrado del universalismo, cosmopolitismo y la orientación hacia el éxito sobre el particularismo, el localismo y la atribución no está ni mucho menos asegurado. Los sentimientos nacionales siguen siendo fuertes y pueden en cualquier omo sucedió en la antigua Yugoslavia— detener y luego invertir lo que ha sido una tendencia dominante del deporte y la sociedad durante mis de 100 años. En consonancia con King (1995), ya he sugerido que una consecuencia probable de estos desarrollos es la reducción de cuatro a dos del número de ligas nacionales en Inglaterra y Gales a comienzos del siglo )OU, viéndose forza L

DINÁMICA DEL CONSUMO DEPORTIVO los equipos de la segunda y tercera división a poner sobre el campo sobre a profesionales a tiempo parcial, y a jugar en ligas locales o regionales. Por que concierne a los equipos de las dos ligas nacionales restantes —ital vez ilen a constituir la primera y segunda división de la Premier League?—, es proJe que los fans paguen más dinero por ver partidos jugados por equipos cada más cosmopolitas. Además de esto, la importancia de las ligas nacionales se Lucirá a medida que vayan ganando fuerza las competiciones europeas. Aunque se quejen de lo elevado de los precios, los fans o equipos de las u- nacionales restantes que no pueden permitirse pagarles, es probable que se noden a

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lo que tienen. Sin embargo, una reacción comprensible a este po/probab1e desarrollo por parte de los fans que temen que sus equipos se ven fuera del ámbito nacional es enfadarse y acusar de esta amenaza a la pérdida Le sus estatus a lo que consideran codicia de los responsables de las ligas na¡onales y el alejamiento de éstos de los aficionados. No hay duda de que es el aso de muchos de los personajes mis poderosos del futbol inglés, individuos odiciosos y con ganas de riqueza y poder. Sin embargo, sin un diagnóstico so¡ológico adecuado de la reestructuración actual del futbol inglés, será difícil t.te los grupos implicados, incluyendo los fans de a pie, desarrollen estrategias lecuadas para proteger y asegurar sus intereses, y sepan lo que pueden o no esr. ,Cuá1 sería el diagnóstico más adecuado de la reestructuración del fútbol? Lo primero que hay que destacar es que, aunque la principal «causa próxima» de la actual reestructuración es sin duda el poder, el dinero, la riqueza y el [prestigio de los personajes más poderosos de este deporte, esto no explica su comportamiento porque es demasiado individual e implica abstraerlos de la situación cada vez mis competitiva e internacional en la que están envueltos. Di-cho de otro modo, aunque este tipo de influencias ejerzan un cometido, la reestructuración del futbol inglés no se explicará haciendo sólo referencia a los motivos de cada individuo o, desde una óptica etnocéntrica, haciendo sólo referencia a los procesos y acontecimientos de Inglaterra. Por encima de todo hay que verlos dentro del contexto de los procesos de europeización y globalización que se están dando a ritmo acelerado. Que éste es el caso se aprecia, como ya he l dicho, por la inversión del proceso de «fuga de talentos» y por el caso Bosman de 1995 que ha generado ramificaciones, no sólo en la estructura y financiación del futbol inglés, sino también en la estructura y financiación del futbol europeo y de otros países. Concluiré este capítulo con un diagnóstico inicial de la estructura de poder del futbol inglés contemporáneo que se basa en lo que escribí antes sobre este tema y establece lo que esta estructura de poder supone para entender las acciones de los fans. Entre los hechos significativos que se produjeron en el futbol inglés durante la década de 1980 está la fundación de la Football Supporters’ Association (la FSA) y la aparición del «movimiento de los fanzines», numerosas revistas de fút 148

bol en manos de fans, algunas de carácter nacional aunque sobre todo locales y consagradas a clubes particulares. La FSA se formó aprovechando el eco de la tragedia de Heysel en 1985 como respuesta a las reacciones autoritarias de «ley y orden» del gobierno de Thatcher ante Heysel y el hooliganismo. Haynes emite el siguiente comentario sobre el movimiento de los fanzines: Los fanzines defitbolforman parte de una nueva sensibilidad afectivay una nueva

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relación con el mundo... que atrae nuevas sensibilidades, sentimientos y deseos con distinto grado de implicación y energía por e/fituro del deporte, tanto a nivel local como global. Los fanzines deJiítbol también fo rman parte de una «cultura defensiva» que ha surgido en oposición a los procesos de modernización especflcos del deporte (estadios sólo con localidades de asiento, aumento de lapublicid4d mayor influencia de las compañías de televisión y los patroci nado res) y leyes sociales y legales espec ficas (el plan del carné de identidad en taquilla y la campaña de los medios de comunicación y la re-representación de los fans). (Haynes, 1995: 146-147) Como descripción del movimiento de los fanzines y de las motivaciones de su personal, parece difícil mejorar el estudio de Haynes, si bien su solidez fojea al establecer un diagnóstico sociológico. King (1995: 277) ha dejado claro

que

no tiene sentido idealizar el papel de los fanzines como opuesto a /.asfrerzas comerciales.., que se canalizan a través del frtbol, ya que los fanzines forman parte de esas mismas fuerzas. Son empresas comerciales que han dado respuesta a un hueco abierto en el mercado. Los fanzines son clósicas producciones posfordianas. Emplean la más novedosa tecnología de ordenado res para producir un artículo de consumo para un mercado muy concreto.

Además, como subraya Roderick (1996), Haynes no consigue indagar en los orígenes sociales de los que escriben y leen los fanzines, paso crucial para evaluar sus fuentes de recursos respecto a otros y al deporte. Para saberlo, es necesario identificar al personal del movimiento de los fanzines en términos de estratificación social, es decir, por lo que atañe a su riqueza prestigio social y otras formas de capital cultural. Sin embargo, también es importante identificarlos dentro de configuraciones más amplias. La única forma de hacerlo es con una investigación fundada en una teoría. En ausencia de este estudio —que sería complejo, costoso y difícil de financiar7— lo único que podemos ofrecer en la actualidad es el siguiente diagnóstico esquemático y en algunos aspectos dema Lad

simple sobre la estructura de poder general del fútbol inglés contemporáo. Lo que Clarke (1992) llamó la «figuración delfiítbol [inglés]» comprende en s niveles más altos las siguientes organizaciones y grupos vinculados: los propietarios y el personal de ventas, de administración, etc., de los dubes; organiaciones generales de control como la FA, la FA Premier League y la Football Leue jugadores, administradores y entrenadores; los medios de comunicación, cada vez más la televisión, tanto normal como por satélite, y finalmente, los &ns. A su vez, la figuración del fútbol inglés tiene que verse dentro de las configuraciones más amplias (y cambiantes) que constituyen la sociedad británica, y de las configuraciones futbolísticas internacionales que cada vez tienen un alcance más

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global. Los propietarios de los clubes, por ejemplo, lo son por vía directa o indirecta gracias a los contratos de patrocinio, y cada vez están más implicados en operaciones globales de poderosas empresas multinacionales. En estos términos, es fácil ver que, aunque los fans son más numerosos que otros grupos y organizaciones, dependen más del dinero y el tiempo, ya que se dedican preferentemente a ver partidos, leer sobre fútbol y comprar productos —las compañías multinacionales, por supuesto, podrían retirarse pronto si, por las razones que fueran, comenzaran a ver que el patrocinio del fútbol atenta contra sus intereses—; los fans son, a nivel individual, las personas menos poderosas dentro de la figuración del fútbol. Los propietarios de los clubes son casi todos hombres ricos cuya riqueza y derechos de propiedad les confieren poder para adoptar decisiones críticas. El personal al mando de la FA tiene a su disposición los recursos de una poderosa organización cuyo derecho a dirigir el deporte está respaldado por la ley, la tradición y el hecho de que la mayoría de los presentes en la figuración del fútbol aceptan la legitimidad del derecho de la FA a regirlos. Los jugadores tienen la PFA, lo cual, como ya dije, facilita que actúen colectivamente, por ejemplo, amenazando con ir a la huelga o haciéndolo de hecho. A nivel individual, el poder de los jugadores, sobre todo pero no únicamente el de las estrellas, está respaldado por su estatus de celebridades, por la adoración de los fans y cada vez más por los agentes que los dirigen y la asociación que los representa. También los medios de comunicación cuentan con el apoyo de grandes recursos, sobre todo las compañías de televisión como BSkyB, que pertenece al imperio informativo News Corporation del magnate de origen australiano Rupert Murdoch. Estos poderosos grupos están lejos de estar unidos, y las tensiones y conflictos que surgen entre ellos reducen un tanto su poder. Sin embargo, en razón de su escaso tamaño y su acceso a la riqueza y a los medios de comunicación, es más fácil que estos grupos actúen al unísono respecto a la masa enorme y relativamente amorfa de fans. Como ya he dicho, la década de 1980 fue testigo de la formación de la FSA y la aparición del movimiento de los fanzines, que se sumaron a organizaciones ya existentes como la National Federation of Football Supporters’ Clubs. Los años ochenta también presenciaron una existosa campaña de los fans del Chariton para que el club permaneciera en su ubicación de siempre, el Valley (Bale, 1993: 88 y sigs.), mientras que los fans del Northampton Town, bajo el hábil liderato de Brian Lomax, consiguieron entrar a formar parte de la junta directiva del club. Todo esto supuso un incremento del poder de los fans de fútbol. Sin embargo, tanto individual como colectivamente, el poder de las organizaciones e individuos siguió siendo bastante escaso por razones fáciles de identificar. La eficaz organización de los fans a escala nacional se ve impedida por su número, por la dispersión geográfica y porque, si bien unidos por el amor al fútbol, están igualmente divididos por su apasionado apoyo a sus clubes y su igualmente apasionado odio a los rivales. Los fans también están divididos por factores

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generales de demografia social como la clase social, el sexo, la edad, la raza y las regiones, por no hablar de diferencias políticas entre ellos como, por ejemplo, los que están a favor o en contra de la campaña para «dar una patada y echar el racismo del futbol». Sólo uniéndose a nivel nacional y amenazando con dejar de acudir a los campos un mes o una temporada y, quizás haciéndolo, o negándose en conjunto a comprar los productos deportivos de las tiendas de los clubes de las cuales han empezado a depender en ios últimos años parte de los ingresos de los grandes clubes, conseguirían los fans tener una oportunidad de combatir a los poderosos elementos que operan contra ellos en la figuración del fútbol. Sin embargo, para conseguirlo, tendrían que correr el riesgo de dejar una de las cosas más importantes, placenteras y significativas de sus vidas, a saber, la manifestación de su apoyo a los clubes a los cuales se sienten apasionadamente ligados, lo cual, en las circunstancias actuales, pocos parecen dispuestos a hacer. Los miembros de la FSA y el personal del movimiento de los fanzines expresan con cierta regularidad su malestar por no haber sido consultados nunca directamente sobre el proceso actual de la perestroika del fútbol. Dado su relativa incapacidad de actuar, no deberían sorprenderse. Tampoco deberían sorprenderse si, en la actual situación, son tratados más como simples consumidores de lo que han sido en el pasado, si el deporte que aman sigue adaptándose y convirtiéndose en un vehículo de consumo. Ésta es la situación del actual equilibrio de poder en la figuración del fútbol inglés. Antes de que la estructura actual se democratice y ofrezca a los aficionados una representación más eficaz, será necesaria una larga y dura campaña para atraer a más aficionados a las organizaciones y una larga y meditada decisión en torno al tipo de clubes y fútbol que se desea. Esta situación no sólo requiere más

ate Sino también más teorización e investigación sobre la producción y cono de fútbol de lo que se ha hecho hasta ahora. Si tal programa se materiay si el precedente pasado se repite, apuesto a que los sociólogos marxistas y racionales estarán a la cabeza del proceso. Postdata Al llegar al poder en 1997, una de las primeras cosas que hizo el gobierno l nuevo partido laborista fue poner en marcha un «Comité dedicado al fát.1» dirigido por el antiguo ministro conservador David Mellor y formado por ministro de deporte Tony Banks, el jefe ejecutivo de la FA Graham Kelly, dos ,resentantes del Football Trust uno de la FSA. No hay duda sobre la since[ad de sus miembros ni el deseo de conseguir una situación mejor para los afinados de fútbol. Sin embargo, abrigo dudas de que tuvieran poder o visión a conseguir algo significativo. Con los datos de que disponemos, lo que pari estar consiguiendo es cierto tipo de «estatuto de los aficionados», un quivalente futbolístico del ineficaz «estatuto de los ciudadanos» que se puso acción con John Mayor. Tampoco parece que su conocimiento de los temas ruciales sobre el futbol fuera particularmente profundo.

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Al hablar en Leicester en enero de 1998, Tony Banks mostró una oposición implacable a la reintroducción de áreas limitadas de gradas sin asiento en la Pre..Lr League y en la First Division sobre la base de la afirmación dicotómica de que estar sentado es seguro per se y las gradas sin asientos son peligrosas. No parece haberse dado cuenta —ni los funcionarios que le asesoran— de que eso depende de los tipos de asientos, de los tipos de gradas abiertas, de la densidad permitida de aficionados y, por encima de todo, de las normas de comportamiento que adopten los fans. Los fans que se comprometen a estar de pie son un peligro para sí mismos y para los que están en localidades de asiento, sobre todo si las últimas son poco sólidas. En Leicester, varios miembros del Comité mostraron una fuerte oposición al racismo en el fútbol y se mostraron igualmente vehementes en la condena de los clubes que no destinan parte de los beneficios obtenidos con la televisión a bajar los precios de las entradas, beneficiando así a los fans. Sin embargo, el ultraje moral de los miembros del Comité no parece que estuviera marcado por un diagnóstico sociológico adecuado. Por encima de todo, parecían desconocer el grado en que no sólo los clubes, sino también los jugadores de elite, administradores y agentes se estaban beneficiando, legal e ilegalmente, de la explotación de los aficionados normales. El futbol en Gran Bretaña —lo mismo que en todos los deportes de elite del mundo— está en una situación que Durkheim (1964) habría llamado »anomia

clásica». Dado el dinero que genera este deporte y el ritmo acelerado de los cambios globales y europeos, han desaparecido las normas por medio de las cuales la codicia de los individuos solía mantenerse bajo una vigilancia razona ble. Sería útil que el Comité tratara de abordar este tema con urgencia, o que el gobierno tratara de encontrar un remedio a la creciente patología social de lo que ya no es un «simple juego», sino una industria del deporte que ha crecido hasta tener gran importancia a nivel nacional.

6 EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL

Introducción El hooliganismo en el fútbol está vivito y coleando. Sigue vivo, no como se creía durante las décadas de 1970 y 1980 como un problema casi exclusivo de Inglaterra, sino de dimensión mundial en el sentido de que se produce —o se ha producido en algún momento— en casi todos los países donde se practica el fútbol. En este

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capítulo profundizaré en este problema desde la óptica sociológica para tratar de explicarlo. Lo haré en primer lugar haciendo referencia al análisis de los datos obtenidos en Inglaterra, pero iré más allá y ofreceré unas pocas hipótesis especulativas sobre algunas de los rasgos que posiblemente comparte el hooliganismo a nivel internacional como problema social. Sin embargo, primero echaremos un vistazo a algunos datos. Durante las primeras etapas de la investigación en Leicester en la década de 1970, examinamos varios periódicos ingleses y archivamos casos sobre incidentes violentos relacionados con el fútbol donde participaran fans —no jugadores— y se produjeran fuera del Reino Unido. Repasamos los periódicos desde 1890 en adelante y dejamos de archivar casos al término de 1983. Esto significa que, aunque cubrimos la mayoría del siglo XX, no vamos más allá de 1983. En ese sentido, los datos son incompletos. No obstante, son reveladores y un indicador general de la incidencia mundial del hooliganismo. Más en concreto, dimos con noticias de 101 incidentes violentos relacionados con el fútbol que se produjeron en 37 países entre 1908 y 1983. Los países y el número de incidentes aparecen en la tabla 6.1. En cuanto al número de muertos y heridos registrados, los más serios aparecen en la tabla 6.2. Comparados con algunas de las cifras aquí aportadas, la muerte de 39 fans en el estadio de Heysel de Bruselas, durante la final de la Copa de Europa de 1985 entre el Liverpool y la Juventus, adquiere una perspectiva reveladora. Dado que las muertes relacionadas con el hooliganismo en Heysel fueron probablemente más importantes que ningún otro hecho para fijar la opinión mundial de que el hooliganismo en el futbol era una «enfermedad inglesa», los datos de las tablas 6.1 y 6.2 aportan pruebas concluyentes de que este fenómeno no es, ni nunca ha sido, un problema exclusivo de Inglaterra. Pero se ha dado Una aparente paradoja al respecto porque, precisamente cuando el hooliganismo ha empezado a ser frecuente en países como Italia y Brasil, se ha extendido la creencia en Inglaterra de que su propio problema del gamberrismo doméstico se ha «curado» o «desaparecido». Dicha creencia es un mito. Tabla 61 Incidencia mundial de actos violentos en el ámbito del futbol aparecida en

uente. Williams y cols. (1989). Además del incidente registrado en 1931, estos incidentes se produjeron en la antigua Repúica Federal de Alemania. Induye incidentes registrados en la República de Irlanda yen el Ulster, así como incidentes restrados antes de la partición. Tabla 62 Incidentes seleccionados en ios que se dieron casos de violencia grave entre el público

Brasil

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País Año Partido Node

N0de

muertos heridos

EL FENÓMENO DEPORTIVO

L HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL

El hooliganismo en Inglaterra: realidad y mito Desde finales de la década de 1960 hasta en torno ala mitad de 1990, el año de los Mundiales de fútbol celebrados en Italia, el hooliganismo se consideró como uno de los principales problemas sociales de inglaterra. Sin embargo, durante la década de 1990 empezó a prevalecer una percepción distinta. Gordon Taylor, jefe ejecutivo de la PFA inglesa, lo expresó bien cuando escribió en septiembre de 1993 que desde el cénit representado por Heysel, «la política con- junta de las autoridades locales, la policía, el go biernoy elfrtbol ha tratado con éxi. to elproblema del hooliganísmo» (Guardian, 30 de septiembre de 1993). Sólo una semana antes de que apareciera el artículo de Taylor, Birna Helga dottír propuso en The European la idea de que el problema inglés del hooliga nismo se había «resuelto». Al contrastar lo que asumió como una situación habitual en Inglaterra con lo que estaba ocurriendo en el continente, afirmó que «los peores hábto [de los hoolzg-ans ingleses] son imitados por los jóvenes hooligans de Grecia hasta Roma... Pero en Gran Bretaña la situacíón, irónicamente, está más tranquila que en muchos años» (The European, 23 de septiembre de 1993). El título del artículo de Helgadottir era «El retorno de los fans violentos» y se basa en la premisa de que, aunque los hooligans ingleses han entrado en un período de relativa tranquilidad en su país, desde la Eurocopa de 1992 en Suecia han empezado a desarrollar sus actividades delictivas en el continente, siendo el ejemplo a gran escala más reciente de la violencia y el vandalismo de los fans ineses los actos en Amsterdam y Rotterdam en noviembre de 1993 —momento en que la autora escribe—. Ambos aspectos de esta creencia representan una simplificación excesiva de un tema complejo. Es decir, los hooligans ingleses no «han vuelto», sino que nunca se han ido. Y los fans ingleses siguen manifestando su comportamiento violento en ámbitos domésticos e internacionales como han hecho a distinta escala desde la década de 1970.

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Lo que parece haber ocurrido y malinterpretarse por personas como Taybr y Helgadottir es que, desde los Mundiales de 1990, el problema inglés del hooliganismo se ha «despolitizado» por distintas razones. Más en concreto, se ha despolitizado primero como resultado de la decisión del gobierno de Thatcher de retirar la Parte 1 de su Declaración sobre los Espectadores de Fútbol. Fue esta medida una disposición central de lo que fue la exigencia de la entrada computarizada a los partidos y fue condenada por el juez Taylor en su informe sobre la tragedia de Hillsborough en 1989, cuando murieron 95 personas aplastadas durante un partido de fútbol en Sheffield, ya que según él era probable que aumentara más que disminuyera la incidencia de muertes entre el público (Taylor, 1990). El tema del hooliganismo también empezó a despolitizarse en Inglaterra en 1990 debido a la decisión del gobierno conservador de retirar su oposición a la

ión anual de la federación inglesa de fútbol a la UEFA para que readmia los dubes ingleses en las competiciones europeas, después de la prohibiimpuesta por la tragedia de Heysel. Una consecuencia de estas dos decis políticas fue que la incidencia del hooliganismo, sobre todo en el ámbito stico de Inglaterra, resultó menos «noticiable» y, por lo tanto, apareció jenos frecuencia en los periódicos, sobre todo entre los medios de comuión nacionales. s decir, los medios de comunicación ingleses perdieron dos razones que hatenido durante la segunda mitad de la década de 1980 para centrarse con ilaridad en e1 público del fútbol y en su comportamiento: el interés generapor los debates sobre la Dedaración sobre los Espectadores de Fútbol y el rés despertado por los intentos de la Federación inglesa para que los clubes [eses fueran readmitidos en las competiciones europeas. Otros tres factores tribuyeron en el mismo sentido: «el factor de bienestar» generado por la ación inesperada de la selección inglesa en Italia 90 yel que recibiera de la FItel trofeo al juego limpio; el sentimiento de autocomplacencia experimenta.en las altas esferas del fútbol inglés por ci programa de renovación de los adios iniciado a remolque de las recomendaciones del Informe Taylor (en es- sentido, prosperó la idea de que los nuevos estadios con asientos ayudarían a - izar» a los hooligans), y probablemente la importancia similar para la des_ zación del hooliganismo, el intento de las autoridades futbolísticas y los embros de la «nueva clase social de propietarios» de clubes de la primera di.ión por potenciar una imagen «inocua» del fútbol inglés, de deporte «para la xniia» que había dejado atrás la etapa de los hooligans. Las delegaciones del Estado también han participado en este proceso de Lnipulación de la imagen, en especial después de 1996 cuando, al alimón con • eración inglesa, tanto los gobiernos de Major como de Blair se implicaron i el intento de que los Mundiales de 2006 se celebrasen en Inglaterra.1 Vale la pena tener en cuenta dos de los razonamientos académicos que acep)2fl el mito del hooliganismo del fútbol inglés y que han desaparecido. El pribero se debe a

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Jan Taylor. En 1991 aludió a lo que él denominó la «ausencia iraordinaria de manfrstaciones del hoolianismo u otros incidentes desagradables rz los campos defitbol ingleses durante la temporada 1990-1991». «Se está prociendo un cambio sorprendente —prosigue el autor— en el panorama cultural de ‘unas gradas de los campos [de Inglaterra]», y él atribuye este proceso a la conluencia del «despliegue televisivo de la BBC» en Italia 90 y a la eliminación de as vallas de perímetro de muchos campos en respuesta al Informe Taylor. La ninación de las «jaulas» redujo la frecuencia de las respuestas «animales» de f.ns y esto interactuó con el despliegue de los Mundiales de 1990, durante s cuales, argumenta Taylor, «la ópera de Pavarotti sefrndió etéreamente en un spliegue poético deJitbol europeo», generando un énfasis marcado por el «esti 158

lo». Corno resultado, afirma Taylor, «el hooliganismo [quedó] de repente pa$, de moda, anticj, irrelevante» (Independent on Sunehzy, 21 de abril de 1991) El segundo razonamiento académico pertenece a l3irger Peitersen. En su Opinión, lo que él llama <(período hooligan» del futbol pertenece al pasado. «p0,. suerte, el hoolianismo ejerce un papel mucho menor hoy en día en el mundo d€i fitbol_afirma él—. Los aficionados delfiítbo/ han tomado las riendas y sus actjyj dades estimulan ks momentos más agradables de los partidos defiítbol» (Peitersen 1996 52) Peitersen introduce la distin de Fiske (1991 b) entre «Cultura de masas» los productos culturales del capitalismo industrial— y «culturapopular» es decir, la forma en que la gente «usa, abusay subvierte estos productos para darle un sentido propio y crear mensajes» (Peitersen, 1996: 52). La finalidad del autor es arrojar luz sobre el hueco que un poderoso elemento carnavalesco se ha creado entre los espectadores europeos de fútbol durante los últimos años. Una de las ideas de Peitersen es que los «roligans» daneses —»hooligans pacíficos» desempeñaron un papel innovador en esta introducción de lo carnavalesco. Más tarde trataré el tema del fenómeno «roIigan». Por el momento quiero sugerir que los razonamientos de Peitersen y Taylor están bajo sospecha en ciertos sentidos Centraré mis observaciones en el ámbito del fútbol inglés. Es cierta que se han producido cambios significativos en el fútbol inglés desde la década de 1980. La asistencia regular a partidos del máximo nivel ha aumentado desde 1986-1987, y la temporada 1992-1993 fue testigo del lanzamiento de la Premier League Como dejé constancia en el capítulo 5, esto se asoció a la reestructuración de la posesión de muchos de los clubes más importantes y coincidió con la tendencia a que los estadios tuvieran todas las gradas con asientos Además de esto, se introdujeron distracciones como la de las cheerles norteamericanas para controlar y entretener al público. Sin embargo, estas manifestaciones de lo que Fiske consideraría «cultura de masas» se completaron con innovaciones independientes de «cultura popular». Por ejemplo, al copiar a los fans daneses y holandeses se extendió la costumbre de pintarse la cara y llevar ropa extravagante. Todas estas innovaciones introdujeron un elemento distintivo y carnavalesco al juego. Al mismo tiempo, el movimiento de los

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«fanzines» supuso la aparición de una nueva forma sin precedentes de literatura futbolística (Jary y cols., 1991; King, 1995; Haynes, 1995) y, aunque sigue siendo marginal, la Footbajl Supporters’ Association fundada en 1985 logró abrirse paso en los consejos superiores del futbol inglés. Es fácil reparar en por qué personas como Taylor y Peitersen, muy vinculadas al mundo del fútbol, deducen de cambios como éstos una seria disminución del problema del hooliganismo. No obstante, la explicación del supuesto declive del hooliganismo en el fútbol en relación con una mayor preocupación por el «estilo» y lo «carnavalesco» es muy endeble. El hecho de que los Mundiales de 1990 se asociaran en Inglaterra con una forma sin precedentes de hooliganismo, , ataques a extranjeros de fans que habían visto los partidos de Italia 90 evisión (ataques parecidos se dieron junto con hechos similares en la Eudel 96 y el mundial de 1998), muestra por lo menos que la «cobertura 3C» del torneo no tuvo de inmediato el efecto hipotético apuntado por r. Además, el movimiento «informal del fútbol», la orientación de los hoy otros fans durante la década de 1980 del movimiento skinheada un es...nformal» en el que en realidad se llevaba ropa de diseño, cara en apanende verdad, muestra con claridad que el interés por la moda y la violencia n excluyentes tal y como se deduce de la Edad Media, la América del Sur emporánea y las fiestas anuales de Notting Hill. Peitersen parece no haber¿o cuenta de que el análisis de Fiske sobre la «cultura popular» inglesa duel siglo XIX depende en gran medida de la demostración de Malcolmson ‘.) de lo gravemente violentos que eran muchos elementos de aquella «cuí- popular» según los baremos actuales (Fiske, 1991 b: 70-74). ‘ambién hay pruebas sustanciales de que el problema inglés de los hoolino ha quedado resuelto. Los fans ingleses causaron altercados en Suecia en 2, en Amsterdam en 1993, en Dublín en 1995 y en Marsella en 1998. Los tidarios de la tesis de que el «hooliganismo pertenece al pasado» sólo pue asumi estos incidentes sesgando su interpretación y afirmando, como hiHelgadottir, que los hooligans ingleses se han vuelto pacíficos en la isla y sóometen actos violentos en el extranjero. Pero las pruebas están en su contra. mos las cifras de las tablas 6.3 y 6.4. La tabla 6.3 ofrece una selección de [entes que se produjeron en la primera división o en su ámbito, y en otros los durante 1992-1993. De hecho, durante esa temporada se produjeron s de 60 incidentes con hooligans en cuatro ocasiones. Once de ellos fueron onsiderados «serios» por la policía, dos fueron asesinatos y los hooligans usan gas lacrimógeno en cuatro ocasiones. Los incidentes se produjeron a todos s niveles de las ligas de fútbol, así como en un partido internacional jugado n Wembley. Sin embargo, sólo 26 de los incidentes se produjeron dentro de )S estadios. Por tanto, en la mayoría de ios casos no fueron vistos directamene por los medios de comunicación, y por eso se informó de sólo unos pocos, Sobre todo a nivel nacional. También ha habido una política en los medios de omunicacjÓn de no tomar con las cámaras los incidentes en los estadios, polí basada en la suposición de que si apartamos la vista y no nos enfrentamos

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rectamente a un problema, de alguna forma desaparecerá. Los datos aportados por la British Transport Police (BTP) desde el período comprendido entre el 21 de agosto de 1990 hasta el 22 de diciembre de 1993 apuntan en la misma dirección. Más en concreto, la BTP registró un total de _7 incidentes en viajes de ida o vuelta de partidos en Inglaterra entre agosto de 1990 y diciembre de 1993, período que cubre tres temporadas y media de fútbol. El análisis de estos incidentes aparece en la tabla 6.4.

Peleas en pubs en el centro de la ciudad y la estación. Peleas dentro y fuera del campo/centro de la ciudad. Gas lacr. lanzado en un pub de Covent Garden. Invasión del campo, peleas en pubs*. Fan apaleado hasta morir (más racial que futbolístico). Invasión del campo, peleas en pubs*. Peleas fuera del estadio, gas lacr. lanzado en un pub. Peleas callejeras. 300 fans en peleas, gas lacr. lanzado en un pub. Invasión del campo, peleas fuera del estadio*. Ataques contra la policía. Peleas, un asesinato*. Peleas en pubs, objetos lanzados al campo*. Invasión del campo, incendio provocado. Peleas en pubs, ataques a la policía.

EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL mayo 1993 Reading y Swansea

Exeter y Port Vale Millwall y Bristol Rovers

Peleas dentro/fuera del campo, invasión del campo*. Disturbios en Oklham; altercado con intervención de la policía.

Intervención de la policía montada. Peleas dentro del estadio. Peleas fuera del estadio. Los fans del Leicester saquearon un pub de Wembley. Disturbios en Swindon.

Estos datos son de lan Stanier, un doctorando de Leicester. * La policía asume que la alteración es lo bastante seria como para «desplegar» los medios policiales disponibles. Tabla 64 Incidentes relacionados con el futbol registrados por la British Transport Police (1990-1993)

Tabla 63 Selección de incidentes con hooligans en las ligas inglesas y en partidos internacionales y amistosos de pretemporada en Inglaterra y Gales

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Aston Villa y Oldham

mayo 1993 4mayo 1993 B mayo 1993 $mayol993 Div. 1 Play-off Semifinal Div. 1 Play-off

Ataque de los fans al árbitro Invasión del campo, objetos lanzados al campo*.

Halifax y Hereford Portsmouth y Leicester (en el City ground de Nottingham) Swindon y Leicester City (en Wembley)

20 febrero 1993 5marzo 1993

Tortenham y Leeds Tottenham y Blackpool

7 marzo 1993 Man. City y Tottenham

17marzo 1993 3 abril 1993 3 abril 1993

Inglaterra sub 18 y Ghana Sheffield Wed. y Sheffield Utd. Millwall y Portsmouth

24 abril 1993 Peterborough y Leicester 28 abril 1993 Inglaterra y Holanda

Los restantes doce incidentes registrados por la BTP se produjeron en partidos de la pretemporada.

162

163

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Temporada N» de incidentes

1990-1991

(del 21 de agosto de 1990 al 5 de junio de 1991; los del final de la

204

1991-1992

incluye play-offi temporada) (del 17 de agosto de 1991 al3 de junio de 1992; los finales

260

incluye play-offi y un partido

1992-1993 1993-1994

(del 8 agosto 1992 31 de mayo 1993) (del 24 de julio de 1993 al 22 de diciembre de 1993; sólo la primera mitad de la temporada) Total

127 64 655

Estos datos de la BTP no dejan de ser problemáticos. Tal vez manifiesten el declive de los incidentes asociados con viajes a partidos de fútbol durante 1992 1993, pero lo que denotan con un grado relativamente alto de certeza —y están respaldados por los datos de la tabla 6.3— es que, al contrario de lo que se cree, el hooliganismo no ha desaparecido de Inglaterra. Tal vez haya declinado como problema reconocido públicamente, pero el comportamiento gamberro en el ámbito del fútbol, con mayor frecuencia fuera que dentro de los estadios, sigue produciéndose. Por supuesto, como es imposible contabilizar con precisión la incidencia a nivel nacional de este fenómeno, y como muchos hooligans gustan de la publicidad y de la notoriedad, este patrón de infracontabilidad desde 1990 tal vez haya contribuido al declive en cierto grado. Todo lo que puede decirse con certeza es que el problema sigue produciéndose y que

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las cifras citadas aquí no completan ni por aproximación el grado de incidencia entre 1992 y 1993. Los hechos acaecidos en la Eurocopa del 96 en Inglaterra, en junio de 1996, apuntan en la misma dirección. Y lo mismo sucede con lo acaecido en Francia durante los Mundiales de 1998. Por razones de concisión, hablaré aquí sólo de la Eurocopa de 1996. Está muy extendida la creencia de que la Eurocopa 96 transcurrió sin incidentes de gravedad. Por ejemplo, al hablar de las expectativas de la federación inglesa de fútbol de que la FIFA concediera a Inglaterra la celebración del mundial de 2006, el periodista Martin Thorpe escribió de la Eurocopa del 96 que la capacidad de la UEFA para obtener beneficios de un torneo en el cual Inglaterra puso los mejores equipos en el campo y evitó cualquier incidente será bien acogido por la FIFA cuando elja una sede para los segundos mundiales del nuevo szlo. El nivel de juego del equipo inglés —llegaron a las semifinales, donde fueron derrotados por Alemania en la tanda de penaltis—, el nivel de juego global de la competición y la atmósfera festiva del público son cosas que no pueden negar- se. Lo que pongo en duda es si se consiguió evitar que hubiera problemas fuera de los estadios. Hay amplias pruebas de que fue algo generalizado. Por ejemplo, la multitud se congregó en Trafalgar Square en Londres después del partido de Inglaterra contra España el 22 de junio y tuvo que ser dispersada por los antidisturbios. También se registraron altercados en HuIl, y hubo peleas entre ingleses y españoles en Fuengirola y Torremolinos en la Costa del Sol (Independent, 24 de junio de 1996). Los altercados más serios se produjeron después de la derrota de Inglaterra por Alemania en las semifinales, no sólo en Londres, sino también en Basingstoke, Bedford, Birmingham, Bournemouth, Bradford, Brighton (donde un adolescente ruso fue confundido con un alemán, y casi

uere de una cuchillada en el cuello), Dunstable, Exeter, Haywards, Heath, Lnsfield, Norwich, Nottingham, Portsmouth, Shropshire y Swindon (Daily 28 de junio de 1996). La crónica de lo acaecido en Trafalfar Square de ondres en el Daily Mail es la siguiente: El momento agónico cuando a Gareth Southgate le pararon el penal- ti... fríe el desencadenante de una noche continuada de acciones violentas de los hooligans. Envueltos en banderas y blandiendo botellas, miles de fans se desperdigaron por pubs y bares... nada más saberse la victoria de Alemania... El peor punto se dio en Trafalgar Square... Fue el centro de... una violencia orquestada... Hasta dos mil personas se concentraron en la plaza poco después de las 10,06 de la noche... La situación se deterioró con rapidez... Coches y conductores... se vieron envueltos en una escalada de violencia concentrada en los coches alemanes de las marcas Volkswagen y Mercedes. Una horda de 400 hooligans... salió de la plaza y atacó un coche patrulla de la policía. Los dos policías que lo conducían tuvieron que huir para salvar la vida, ya que en menos de un minuto el coche estaba hecho pedazos. Los hooligans se dirigieron al Támesis, destrozando para brisas, volcando un coche y prendiendo friego a los coches deportivos japoneses... Entre las diez y la

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medianoche, la policía recibió 2.500 llamadas pidiendo ayuda con urgencia. De éstas, 730 estaban relacionadas con actos violentos... Las cifras finales en torno a Trafalgar Square frieron 40 vehículos dañados, seis volcados y dos incendiados. Siete edificios sufrieron desperfrctos, 25 policías y 23 miembros del público resultaron heridos en Londres, además de otros 18 heridos entre civiles y policías en el mismo Trafalgar Square... Casi 200 personas fueron arrestadas en todo Londres, de las cuales 40 frieron detenidas durante los tumultos de Trafalgar Square. (Daily Mail, 28 de junio de 1996) Estos acontecimientos fueron los más violentos de una serie, variando en violencia y escala, que se propagó por toda Inglaterra durante la Eurocopa del 96. Se produjeron a pesar del esfuerzo coordinado de la policía y planificado durante 3 años, con un coste de unos 20 millones de libras esterlinas (BBC 1, 10 de julio de 1996) y supuso el arresto con el eco mayoritario de los medios de comunicación de «hooligans famosos» de todo el país antes del campeonato. El corresponsal deportivo de The Times John Goodody sacó la conclusión de que: «Lo que la noche del miércoles puso de manflesto fríe que, si los aficionados ingleses participan en campeonatos internacionales, es inevitable que haya problemas. A pesar de los cuidadosos preparativos los alborotadores se aseguran de que haya confrontaciones» (The Times, 28 de junio de 1996). Los acontecimientos

EL HOOLIGANISMO EN EL FUTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL

Estos datos de la BTP no dejan de ser problemáticos. Tal vez manifiesten el declive de los incidentes asociados con viajes a partidos de fútbol durante 1992- 1993, pero lo que denotan con un grado relativamente alto de certeza —y están respaldados por los datos de la tabla 6.3— es que, al contrario de lo que se cree, el hooliganismo no ha desaparecido de Inglaterra. Tal vez haya declinado como problema reconocido públicamente, pero el comportamiento gamberro en el ámbito del fútbol, con mayor frecuencia fuera que dentro de los estadios, sigue produciéndose. Por supuesto, como es imposible contabilizar con precisión la incidencia a nivel nacional de este fenómeno, y como muchos hooligans gustan de la publicidad y de la notoriedad, este patrón de infracontabilidad desde 1990 tal vez haya contribuido al declive en cierto grado. Todo lo que puede decirse con certeza es que el problema sigue produciéndose y que las cifras citadas aquí no completan ni por aproximación el grado de incidencia entre 1992 y 1993. Los hechos acaecidos en la Eurocopa del 96 en Inglaterra, en junio de 1996, apuntan en la misma dirección. Y lo mismo sucede con lo acaecido en Francia durante los Mundiales de 1998. Por razones de concisión, hablaré aquí sólo de la Eurocopa de 1996.

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Está muy extendida la creencia de que la Eurocopa 96 transcurrió sin incidentes de gravedad. Por ejemplo, al hablar de las expectativas de la federación inglesa de fútbol de que la FIFA concediera a Inglaterra la celebración del dial de 2006, el periodista Martin Thorpe escribió de la Eurocopa del 96 que la capacidad de la UEFA para obtener beneficios de un torneo en el cual Inglaterra puso tos mejores equij’os en el campo y evító cualquier incidente será bien acogido por la FIFA cuando elja una sede para los segundos mundíales del nuevo siglo. (Guardian, 12 de octubre de 1996) El nivel de juego del equipo inglés —llegaron a las semifinales, donde fueron derrotados por Alemania en la tanda de penaltis—, el nivel de juego global de la competición y la atmósfera festiva del público son cosas que no pueden negar- se. Lo que pongo en duda es si se consiguió evitar que hubiera problemas fuera de los estadios. Hay amplias pruebas de que fue algo generalizado. Por ejemplo, la multitud se congregó en Trafalgar Square en Londres después del partido de Inglaterra contra España el 22 de junio y tuvo que ser dispersada por los ami- disturbios. También se registraron altercados en Huli, y hubo peleas entre ingleses y españoles en Fuengirola y Torremolinos en la Costa del Sol (Independent, 24 de j unjo de 1996). Los altercados más serios se produjeron después de la derrota de Inglaterra por Alemania en las semifinales, no sólo en Londres, sino también en Basingstoke, Bedford, Birmingham, Bournemourh, Bradford, Brighton (donde un adolescente ruso fue confundido con un alemán, y casi

EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL iuere de una cuchillada en el cuello), Dunstable, Exeter, Haywards Heath, risfleid, Norwich, Nottingham portsmouth, Shropshire y Swindon (Daily faí 28 de junio de 1996). La crónica de lo acaecido en Trafalfar Square de 1..ondres en el Daily Mail es la siguiente: El momento agónico cuando a Gareth Southgate le para ron el penalti... fue el desencadenante de una noche continuada de acciones violentas de los hooligans. Envueltos en banderas y blandiendo botellas, miles de fans se desperdigaron por pubs y bares... nada más saberse la victoria de Alemania... El peor punto se dio en Trafalgar Square... Fue el centro de... una violencia orquestada... Hasta dos milpersonas se concentraron en la plaza poco después de las 10,06 de la noche... La situación se deterioró con rapidez... Coches y conductores... se vieron envueltos en una escalada de violencia concentrada en los coches alemanes de las marcas Volkswagen y Mercedes. Una horda de 400 hooligans... salió de la plaza y atacó un coche patrulla de la policía. Los ¿os policías que lo conducían tuvieron que huir para salvar la vida, ya que en menos de un minuto el coche estaba hecho pedazos. Los hooligans se dirigieron al Támesis, destrozando parabrisas volcando un coche y prendiendo fuego a los coches deportivos japoneses... Entre las diez y la medianoche, la policía recibió 2.500 llamadas pidiendo ayuda con urgencia. De éstas, 730 estaban relacionadas con actos violentos... Las cifras finales en torno a

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Trafalgar Square fueron 40 vehículos dañados, seis volcados y dos incendiados. Siete edificios sufrieron desperfectos, 25 policías y 23 miembros del público resultaron heridos en Londres, además de otros 18 heridos entre civiles y policías en el mismo Trafalgar Square... Casi 200 personas fueron arrestadas en todo Londres, de las cuales 40 fueron detenidas durante los tumultos de Trafalgar Square. (DailyMail, 28 de junio de 1996) Estos acontecimientos fueron los más violentos de una serie, variando en violencia y escala, que se propagó por toda Inglaterra durante la Eurocopa del 96. Se produjeron a pesar del esfuerzo coordinado de la policía y planificado durante 3 años, con un coste de unos 20 millones de libras esterlinas (BBC1, 10 de julio de 1996) y supuso el arresto con el eco mayoritario de los medios de comunicación de «hooligans famosos» de todo el país antes del campeonato. El corresponsal deportivo de The Times John Goodody sacó la conclusión de que: «Lo que la noche del miércoles puso de manifiesto fue que si los aficionados íngleses partictan en campeonatos internacionales, es inevitable que haya problemas. A pesar tú los cuidadosos preparativos los alborotadores se aseguran de que haya confrontaciones» (The Times, 28 de junio de 1996). Los acontecimientos En Inglaterra se han propuesto cinco explicaciones sobre el hooliganism0 que han calado en la opinión pública, cada una de ellas respaldada por los medios de comunicación y los políticos. Estas explicaciones —algunas en parte contradictorias_ del origen del fenómeno son: un consumo excesivo de alcohol, incidentes violentos en el terreno de juego o mala actuación arbitral, el desempleo, la opulencia y la permisividad. Ninguna de ellas cuenta con pruebas, al menos por lo que se refiere al papel más profundo y duradero del hooliganismo en el fútbol. No puede decirse que el consumo de alcohol sea la causa, porque no todos los fans que beben en el fútbol se pelean, ni siquiera todos los que beben mucho. También es cierto lo contrario, es decir, que no todos los hooligans beben. Por ejemplo, algunos jefes de hooligans ingleses afirman que no beben antes de pelear porque necesitan tener la mente clara para dirigir las operaciones y evitar ser pillados por sorpresa por los rivales o la policía (Dunning y cols., 1988). Sin embargo, hay una conexión indirecta entre los hooligans del fútbol y el consumo de alcohol, ya que las normas de masculinidad de los grupos implicados tienden a subrayar la capacidad de lucha, la dureza y el aguantar la bebida como prueba de hombría. La violencia en el terreno de juego y los malos arbitrajes como incitadores pueden descartarse como raíz del hooliganismo. Esto se debe a que los incidentes se producen antes, después y durante los partidos, a menudo a distancia considerable de los estadios. Tampoco puede acharcarse directamente al paro (causa favorecida por la izquierda). Por ejemplo, durante la década de 1930, cuando el paro en Inglaterra era alto, la incidencia de casos de violencia en el fútbol siempre fue baja. De forma similar, cuando el hooliganismo del fútbol inglés comenzó a entrar en la fase actual durante la década de 1960, la tasa nacional de desempleo era la más baja registrada jamás. Hoy en día, la tasa de participación de parados en el hooliganismo varía a

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nivel regional, siendo más alta en áreas como el Norte de Inglaterra donde el desempleo es alto y más baja en lo que, hasta hace poco, eran áreas de desempleo como Londres y el sureste. De hecho, casi todos los clubes importantes ingleses cuentan con hooligans, independientemente de la tasa local de paro, y durante la década de 1980 los fans de áreas acomodadas afrentaban a sus rivales menos afortunados agitando fajos de billeste de 5 y 10 libras mientras cantaban (la tonada de «Nunca caminarás solo») y decían «iNunca volveréis a trabajar!».

No obstante, el desempleo es una causa indirecta del hooliganismo en el ido de que es uno entre otros factores complejos que ayudan a perpetuar las ,rmas de masculinidad agresiva implicadas. La cuarta explicación sobre el hooliganismo, a saber, que la riqueza más e el paro es la causa principal, es la que defiende la derecha política. No sóestá en contradicción directa con el supuesto papel causal del desempleo, kio que también se asocia a veces con la explicación en términos de «permibridad», por ejemplo, cuando se sugiere que el hooliganismo es un atributo Le la generación del «demasiado, demasiado pronto». Sin embargo, sea cual re la forma adoptada, la explicación por la riqueza se contradice con las bas y parece ser producto de una lectura errónea de ios cambios de mola de los jóvenes fans de fútbol británicos durante la década de 1980, cuanlo pasaron de la moda skinheada la moda informal. La moda skinhead era, por supuesto, propia de la clase trabajadora; el estilo informal, por el contrasrio, es aparentemente «desclasado». La ropa que llevan los seguidores de esta rnoda suele ser cara, aunque no necesariamente. A veces es robada o sólo es cara en apariencia, por ejemplo, cuando se cosen «etiquetas de marca» en camisetas baratas o robadas. Por supuesto, algunos hooligans cuentan con dir nero, por lo menos durante un tiempo, sea por conseguir un trabajo bien pagado, sea porque los padres tienen dinero, sea porque ganan dinero en tividades de mercado negro o participan en actividades criminales. Sin embargo, la mayor parte de las pruebas de que disponemos van en contra de la «tesis de la riqueza». Durante la década de 1960 se empezó a tener datos de bastante fiabilidad sobre los orígenes sociales de los hooligans y en todo momento han sido muy consecuentes, sugiriendo que, aunque procedan de todas las clases sociales, la mayoría (un 80-90%) proviene de la clase obrera, es decir, de las filas de los obreros manuales con un nivel bajo de estudios (Dunning y cois., 1988). La explicación de la «permisividad» muestra deficiencias parecidas. Es superficialmente plausible que la llegada de la llamada «sociedad permisiva» en Gran Bretaña durante la década de 1960 coincidiera con la mayor conciencia entre las autoridades y los medios de comunicación de que el comportamiento de ios fans de fútbol era problemático. Sin embargo, el origen de los hooligans británicos se remonta a las décadas de 1870 y 1890 (Dunning y cois., 1988) y el golpe de gracia al argumento de la «sociedad permisiva» se lo da el hecho de que, desde que el fenómeno fue asumido en Gran Bretaña como un problema social durante la década

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de 1960, los partidos de fútbol han estado más vigilados por la policía y sometidos a estrictos controles; es decir, asistir a un partido de fútbol se ha convertido en todo menos en permisivo. Además, durante la década de 1980 el gobierno de Thatcher trató de invertir con medios autoritarios y políticas «de ley y orden» lo que se consideraba la «permisividad» nociva de los años sesenta y setenta. Aun así, el hooliganismo —y el crimen en general siguió creciendo. Además de la explicación «figuracional», se han esbozado cuatro explicacio nes académicas sobre el hooliganismo inglés: la explicación «antropológica» de Armstrong y Harris (1991) y Armstrong (1998); las explicaciones marxistas de Taylor (1971, 1982) y Clarke (1978); la explicación «etológica» esbozada por Marsh y cols. (1978) y Marsh (1978), y la explicación según la «teoría de la inversión» psicológica propuesta por Kerr (1994). Todas estas explicaciones presentan puntos débiles y fuertes. El trabajo antropológico de Armstrong y Harris sobre el hooliganismo se basa en descripciones minuciosas y profundas sobre el comportamiento de los fans de fútbol de SheWield, ciudad que cuenta con dos clubes. A pesar de ser teóricamente ecléctica, centrada en el presente como suele ser el caso de las investigaciones etnognfficas o con observación de los participantes, su autor principal (Armstrong) no parece ser lo bastante consciente de las delimitaciones propias de la dependencia del testimonio sin respaldo de una sola persona. Tampoco se presta suficiente atención a la forma en que se ha visto afectada la dinámica del comportamiento y las relaciones de los fans porque Sheffield cuente con dos clubes de fútbol, ni tampoco hay observaciones comparativas con las ciudades de un solo club como Leicester y otras de dos clubes como Liverpool y Nottingham. Estas limitaciones se combinan con el rechazo del autor de cualquier otra investigación en el campo que no sea la suya, posición que no favorece un diálogo abierto ni la posibilidad de determinar públicamente el grado en que los resultados minuciosos, profundos y densos de Sheffield confirman o refutan las conclusiones de otros. El trabajo de Taylor y Clarke es revelador por lo que respecta a las formas en que el camino emprendido por el fútbol inglés está ligado al carácter capitalista de la economía; sin embargo, ninguno de estos autores ha realizado un estudio sistemático y profundo del hooliganismo, y aparentemente ninguno de ellos se da cuenta de la importancia de que el fenómeno implique, sobre todo, un conflicto entre grupos de la clase obrera que sólo en ocasiones se ven implicados en altercados con las autoridades futbolísticas y la policía —y menos directamente con otros representantes del Estado—, aparte de las peleas entre ellos. En su estudio anterior, Taylor describió el hooliganismo como un «movimiento de resistencia de la clase obrera». Marsh y sus colaboradores no cometen ese error, aunque su estudio carece de dimensión histórica, con la consecuencia de que tienden a considerar las peleas de los hooligans —o lo que ellos llaman «aggro»— como una constante histórica inmutable. Además, al subrayar que el «aggro» es un acto de «violencia ritual», es decir, violencia en esencia simbólica o metonímica en cuanto implica una postura agresiva sin acción o conación de los actos agresivos, no se dan

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cuenta de que la agresión ritualizauede ser realmente violenta. knente, mediante la aplicación de la teoría de la «inversión>, Kerr pareacer poco más que adornar, con su jerga psicológica compleja, algunas ideóciológicas sencillas. Este autor escribe: La combinación de estados metamotivadores que operan durante la mayo ría de las actividades de los hooligans constituye un dominio paratélico-negativista y dutico. El elemento negativo y paratélico de esta combinación (con elevados niveles de emoción y sentimientos negativos) genera un ttpo de agresión provocati va, lúdicayparatélica que caracteriza a tantos ejemplos de actividad hooligan. El comportamiento de los hooligans en estas circunstancias no es necesariamente malévolo, sino que trata sobre todo degenerar emociónyplacer mediante la contravención de las reglas. (Kerr, 1994: 109) Kerr parece pensar que la búsqueda de emociones a través de actos violen- Os, anormales y delincuentes en el ámbito del fútbol puede explicarse como ma sencilla <(inversión» de un «estado metamotivado», «aburrimiento» (Kerr, 994: 33 y sigs.), a otro de «emoción». Es dificil ver en lo que escribe algo más e ci adorno con lenguaje psicológico de lo que Elias y yo escribimos más de años atrás (aunque hablamos de la rutina y no sólo de aburrimiento), al empo que reduce una realidad completa y gradual de comportamiento social una dicotomía sin más. Por encima de todo, no hay referencia en sus escritos ib que también está siempre en juego en las peleas de los hooligans, a saber, as normas de la masculinidad. Estas ocupan un lugar central en la explicación uracional. La explicación «figuracional» del hooliganismo La investigación realizada en Leicester sobre el hooliganismo se desenvolvió en el marco del paradigma «figuracional» abogado por Norbert Elias. Es una de las afirmaciones que diferencia a los seguidores de este paradigma, que no es tanto un método como un descubrimiento que dota a las investigaciones de carácter científico (Elias, 1986b: 20). Por lo tanto, al tratar de entender el hooliganismo, adoptamos un enfoque más bien católico para el método, y empleamos una combinación de observación directa, observación de participantes y estudio histórico. La parte histórica de la investigación fue central y sobre todo adoptó la forma de un análisis de contenidos de una serie cronológica de informes oficiales y noticias de periódicos.2 En ambos casos, los datos recogidos cubrieron el período final del siglo XIX hasta mediados de la década de 1980. Mediante esta combinación de métodos hicimos cuatro grandes descubri mientos para el debate y la investigación sobre el hooliganismo. Estos descu brimientos fueron: — que el hooliganismo no es ni nunca ha sido únicamente un fenómeno inglés o británico, sino que se encuentra en distintos grados y con distintas formas en casi todos los países donde se juega al fútbol; — que las manifestaciones de la violencia del público se producen en otros deportes

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distintos del fútbol y también en otros países; — que en Gran Bretaña existe una historia de comportamiento violento que se remonta más allá de la década de 1960, período durante el cual el problema se hizo eco en la sociedad; — que el hooliganismo es sobre todo la expresión de un patrón de agresividad masculina característica, al menos en el caso inglés, en las secciones más duras de la clase trabajadora y que una de las formas en que se produce y reproduce es la experiencia de vida en lo más bajo de la escala social. Suele haber vinculado un tipo de estructura de comunidad que se aproxima en mayor o menor grado a lo que Suttles (1968) llamó «segmentación ordena&t», aunque no siempre. Es un tipo de estructura de comunidad que genera una formación recurrente de bandas que se pelean. He repasado los datos sobre el primero de nuestros descubrimientos y, por tanto, no hay necesidad de repetirlos. El segundo descubrimiento aporta sólidas pruebas en contra de una versión de la teoría de la catarsis que a veces se propone. Lo que sostiene esta versión es que el fútbol suele asociarse más que otros deportes con la violencia del público porque, al ser un deporte más «civilizado» y menos violento, proporciona menos oportunidades al público que, por ejemplo, el boxeo, el rugby o el fútbol americano, para vertir las frustraciones vicariamente, identificándose con los actores violentos situados en el terreno de juego. Esta teoría está falsificada porque la violencia del público se asocia con deportes como el boxeo, el rugby y el fútbol americano. Holt (1981), por ejemplo, llegó a la conclusión de que las peleas entre fans de equipos rivales es algo habitual en los partidos de rugby en el sur de Francia, mientras que un patrón de lo que podría llamarse «altercados celebraticios» acompañan con frecuencia al fútbol americano y otros deportes de elite de Estados Unidos (ver capítulo 7). Una explicación más sincera de la mayor frecuencia de violencia del público futbolístico es que se trata del deporte de equipo más popular del mundo y que una gran proporción de sus espectadores procede de lo más bajo de la es-

EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL a social de los países donde se juega. Esta mayor frecuencia relativa de peley desórdenes también suelen magnificarla perceptualmente los medios de Ømunicación que acuden a los partidos; es decir, aunque en Inglaterra y dujrne la década de 1990 la tendencia haya sido a lo contrario, el problema de la ¡olencia del público en el fútbol puede parecer mayor de lo que es en realidad r la frecuencia con que los periódicos, la radio y la televisión cubren estos pars. Este tipo de exposición, bajo ciertas condiciones, afecta positivamente la icidencia real de problemas entre el público al atraer a los partidos a gente que uiere pelea. Nuestra tercera conclusión es que la violencia del público se ha producido unísono con los partidos de fútbol profesional en Gran Bretaña desde que ese deporte surgió como estructura moderna durante las décadas de 1870 y 1880. Sin embargo, la

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incidencia registrada de esta violencia —en forma de noticias periodísticas e informes de los árbitros a las federaciones— no ha sido constante, sino que ha adoptado grosso modo la forma de una U. Más en conreto, la incidencia registrada fue relativamente alta antes de la Primera Guerra Mundial; se redujo en el período de entreguerras en Inglaterra, aunque no en ocia; siguió siendo baja después de la Segunda Guerra Mundial, pero empezó a subir a mediados de la década de 1950, lentamente al principio pero con mayor rapidez durante y en torno a la década de 1960. Cada forma de lo que las autoridades ylos medios de comunicación denominan «hooliganismo» —lanzamiento de objetos, invasión del terreno de juego, ataques a jugadores y árbitros, y peleas entre grupos de fans— se observa a lo largo de este período de más de 100 años. Sin embargo, los ataques a jugadores y árbitros tienden a predominar antes de la Primera Guerra Mundial, mientras que las peleas entre grupos de fans han tendido a predominar desde la década de 1960 (Dunning y cois., 1988). El patrón del hooliganismo que empezó a surgir durante la década de 1960 parece, en parte, apoyarse en la mayor frecuencia con que los fans asistían a los partidos en campo contrario. Esto, a su vez, fue una clara consecuencia del mayor nivel de vida, el desarrollo del transporte y las comunicaciones, y el surgimiento a nivel nacional de una cultura de juventud dominada y orientada claramente por los hombres. Por lo que al hooliganismo en el fútbol se refiere, los Mundiales de Inglaterra en 1966 parece haber actuado de catalizador. Antes del mundial, los principales «diablos populares» de la clase obrera inglesa —teddy boys, mods y rockers— no se asociaban a las peleas en torno al mundo del fútbol. Sin embargo, para sus sucesores, los «skinheads», que empezaron a manifestar- se en 1967, el fútbol fue el principal teatro de operaciones. En parte, esto parece haberse dado junto con la información de los medios de comunicación justo antes de los Mundiales. Ya he sugerido que la incidencia de desórdenes en el fútbol inglés había em 170 pezado a crecer a mediados de la década de 1950. Este lento crecimiento siguió durante los años sesenta y parece haber contribuido a la angustia generada por los medios de comunicación con sus noticias sensacionalistas. El que los Mundiales estuvieran a punto de jugarse en Inglaterra parece haber sido crucial. En noviembre de 1965, por ejemplo, un fan del Millwail lanzó una granada «Sin espoleta» al campo durante la visita al equipo contrario en un derby local contra el rival londinense Brentford Este suceso fue contado en los términos siguientes en el periódico Sun con el título «E/futbol camina hacia la guerra»: La Federación defutbol ha actuado para sofocar este aumento de la violencia a his 48 horas del día más negyo del futbol británico, el día de la granada que puso en evidencia que los fans británicos pueden rivalizar con cualquier cosa que hagan los sudamericanos. Los Mundiales están a menos de 9 meses. Es todo el tiempo que queda para intentar restablecer el buen nombre de este deporte en e/país. En estos momentos e/futbol está enfermo. O mejor dicho, elpii blico parece haber contraído cierta enfermeda4

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que provoca que monte en cólera. (Sun, 8 de noviembre de 1965) Hubo peleas en este partido tanto dentro como fuera del estadio, y un fan de Millwajl sufrió fractura de mandíbula (Sun, 27 de septiembre de 1965). Sin embargo, el Sun optó por concentrarse en la violencia simbólica de la granada de mano e implícitamente comparó este incidente con el altercado a gran escala que se produjo en Lima, Perú, en 1964 (ver pág. 157). Al comentar en abril de 1966 los disturbios que se produjeron en un partido entre Liverpool y Celtic, el redactor del Sun escribió: Tal vez sólo sean un puñado de hooligúns, pero, si este comportamjen to se repite enjulio, el mundo llegará a la conclusión de que todos los británicos son hooli-ans... Cualquier amago de violencia debe reprimirse o el futbol quedará destruido como entretenimiento. Menuda propagandapa ra el espíritu de/deporte británico si acabamos con los campos defiítbolro deados de vallas protecto ras (Sun, 21 de abril de 1966) En este comentario había una profecía premonitoria doble: primero, la combinación del fenómeno hooligan per se y la reacción del público ante él llevaría «al mundo a pensar» durante las dos décadas siguientes que muchos británicos, en especial los ingleses, «eran hooligans», y segundo, que los campos de fútbol de Inglaterra quedarían vallados, contribuyendo así a la tragedia de Hillsborough de 1989, donde 95 fans del Liverpool quedaron aplastados hasta morir en

EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL ma de esas gradas valladas (otro fan murió más tarde en el hospital). Un efecto nás inmediato e inintencionado de estas noticias sensacionalistas fue el de pinar los campos de fútbol como lugares donde se desarrollaba un tipo de acción tnasculina» en el sentido tradicional del término, lo cual atrajo a los campos de iltbol a jóvenes que empezaron a adoptar la moda skínheady para los cuales las ,eleas eran al menos tan importantes como el fútbol. Unas cuantas citas de los hooligans ingleses mostrarán cuáles son sus motivaciones y valores característicos. Las cuatro citas siguientes fueron recogidas lurante las décadas de 1960, 1970 y 1980. Al evocar las emociones que experimentó durante sus días de hooligan en los años sesenta, E. Taylor escribió en 1984 que la emoción de la batalla, elpelzgro, la acelerada actividad de cuerpo y mente mientras actuaban la adrenalina, e/miedo y el triunfo. Hasta el día de hoy, cuando surgen problemas durante un partido, cobro vida y estoy a punto de intervenir. Tal vez no olvide los peligros de sufrir lesiones fisi cas y ser fichado por la policía, pero los ignoro. (Guardian, 28 de marzo de 1984) Sentimientos parecidos expresó un camionero de 26 años entrevistado durante el partido entre Cardiff City y Manchester United en 1974, partido en que se vaticinaban serios problemas:

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Voy a los partidos con una única razón: el aggro. Es una obsesión a la que no puedo renunciar. La violencia me da tanto placer que casi me meo en los pantalones... Recorro todo e/país en su busca... A diario tengo una apariencia respetable... pero si vemos a alguien que parece enemigo, lepedimos la hora; si responde con acento extraño, le damos una paliza; si lleva algún dinero encima, se lo robamos. (Harrison, 1974: 602-604) He aquí lo que uno de nuestros informadores de Leicester escribió en 1981. Su testimonio ejemplifica la forma en que suelen razonar: Si co nsigú es desconcertar a lapoli, has ganado. Sólo hay que pensar como ellos. Yla mitad del tiempo sabes lo que van a hacer, porque toman el mismo camino todas las semanas. Si das con la forma de engañarlos, te partes de risa y consigues meterte en una buena bu/la. Finalmente, cuando el programa Hooligan de la cadena Thames entrevistó durante la temporada 1984-1985 a un miembro de la West Ham United’s City

Firm (JCF), una de las bandas de hooligans más famosa de Inglaterra, éste dijo: No vamos, bueno sí que vamos con la intención de luchar, ya sabes a qué me refiero... Tenemos muchas ganas... E- magnífico. 500 tíos que van a iry que esperan que vayas, es... es bueno saberlo. Como sifreras un tenista. Te motivas para jugar Te sientes motivado para luchar.. Creo que lucho para ganarme una reputación. Espero que la gente me respete por lo que hice. A pesar de que cubren un período de más de 20 años, estas afirmaciones son sólidas. Lo que revelan es que, en el caso de los jóvenes implicados, las peleas entre hooligans versan básicamente sobre masculinidad, luchas territoriales y emociones fuertes. Para ellos, pelearse es algo que da sentido a su vida, que confiere un estatus o reputación y es divertido. Lo que Taylor describe como «emoción de la batalla» e «inyección de adrenalina»; el miembro de la ICF no sólo hablaba de la emoción generada por las peleas, sino también del respeto que esperaba despertar entre sus compañeros, y el camionero hablaba de la violencia como de una obsesión placentera, casi erótica. Este último punto fue confirmado cuando Jay Allan, miembro de peso de los Aberdeen Casuals, banda de hooligans del fútbol escocés, describió el fútbol como algo más placentero que el sexo (Allan, 1989). Un nuevo dato que lo confirma es el hecho de que los miembros de la ICF hablan de las peleas como de «echar un polvo», expresión londinense de ámbito sexual. Que lo dicho por Allan no es el único ejemplo de este sentimiento lo sugiere el que un miembro de 17 años de la torcida brasileña dijera en 1994 al periódico fluminense Journal Do Brasil’ «Pelear me resulta divertido. Es muy emocionante escuchar a otro tío gritar de dolor. No me importa lo que la gente piense, mientras yo sea feliz» (The Australian 15 de diciembre de 1994). BilI Buford expresó la misma idea en términos más literarios cuando escribió: [Los hooliansj hablan deflijes, chutes y picos. Hablan de la necesidad de conseguirlo, de que no pueden ni quieren olvidarlo... Hablan de ello con elorgullo

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de los elegidos... Hablan de ello como otra generación hablaría de drogas y bebidas. Un tío, regente de unpub, habla de ello como sifliera algo químico... una vez en marcha, una vez cometido un acto de violencia, Otros actos le seguirán inevitablemente, como una necesidad... La violencia es una de las experiencias que se viven con más intensidad y para los que la practican, es uno de los placeres más intensos.., la violencia pública es su droga. (Buford, 1991: 206-207)

Sociológicamente, lo que hay que explicar es por qué algunas personas obtienen placer cuando participan de esa violencia belicosa y por qué han elegido el fútbol como campo de batalla, que no es ni mucho menos el único para desplegar estos rituales violentos. La hipótesis figuracional que desarrollamos durante las décadas de 1970 y 1980 abordan estos temas y se resume en lo si guiente. La búsqueda de emociones fuertes es un rasgo común de las actividades de ocio de todas las sociedades. En particular en las sociedades industriales, lo implicado es un intento de contrarrestar la esterilidad emocional propia de la rutina de una vida insatisfactoria (ver el capítulo 1). Además, en la actualidad Inglaterra es una sociedad patriarcal donde se espera de ios hombres que luchen en ciertas circunstancias, y se confiere un elevado estatus a los buenos luchadores, sobre todo en el ámbito laboral, por ejemplo, en el ejército y la policía. Sin embargo, las normas dominantes de la sociedad inglesa exigen a los hombres que no inicien las peleas y confinen sus ímpetus a la autodefensa, a la defensa de los familiares y seres queridos, a la defensa «del territorio» y a deportes como el boxeo. La rama dura de los hooligans, los que practican el gamberrismo con regularidad, buscan más la pelea con fans de otros equipos que el verse arrastrados a pelear por la exigencia de situaciones concretas, contraviniendo así las normas sociales dominantes. Son capaces de iniciar y planear ataques y pelear en público en situaciones donde, según las normas dominantes, las peleas son tabú. Para ellos, alcanzar el estatus de «hombres duros>, así como la «placentera emoción de la batalla» que se genera durante los enfrentamientos, constituye uno de los intereses centrales de sus vidas. Sociológicamente, lo importante es explicar por qué. ¿Quiénes forman la rama dura de los hooligans y cuáles son sus circunstancias sociales, su personalidad, hábitos y experiencias que explican su habituación a las peleas y su desviación de las normas dominantes? Esta pregunta me lleva a afrontar el cuarto descubrimiento del estudio de Leicester. Hace referencia a cierto patrón innato de comportamiento que se genera con recurrencia dentro de configuraciones sociales específicas. El fútbol es un ámbito donde se expresa y refuerza este comportamiento, pero no es un ámbito donde se produzca la generación primaria. Los datos de que disponemos sobre los orígenes sociales del hooliganismo del fútbol inglés son relativamente escasos. Los que tenemos sugieren que, aunque los hooligans procedan de todos los ámbitos de la escala social, la gran mayoría (80-90%) procede de la clase obrera. Es decir, la mayoría tiene un nivel de estudios

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relativamente bajo y realiza trabajos manuales. Los datos también sugieren que, con una posible excepción, este tipo de distribución ha sido el mismo desde la década de 1960, cuando el hooliganismo inglés empezó a despertar la preocupación del público.

Más en concreto, los datos de Harrington (1968) de los años sesenta, de Tri vizas (1980) de los setenta, y del grupo de Leicester (1988) y Armstrong (1998) de los años ochenta, sugieren que la mayoría de los hooligans ingleses proceden de los estratos más bajos de la escala social. Una proporción menor e igualmente estable procede de la clase media, así como otra proporción menor, pero también estable, de la clase alta. La excepción es un posible aumento de la participación de varones con relativa especialización laboral o semiespecialjz dos durante la década de 1980 en comparación con los años sesenta y setenta Este cambio coincidió con el abandono de la moda skinhead El problema principal desde la óptima sociológica es explicar por qué el grueso de los hooligans ingleses de clase obrera se comporta así.3 Como destaca Suttles (1968), uno de los rasgos dominantes de muchas comunidades obreras es el grupo de varones o bandas callejeras. Sutdes acuñó el término «segmentación ordenada» para describirla estructura de las Comunidades de este tipo y sugirió que las bandas tienden a surgir de niveles altos de segregación entre sexos y por edad (a veces, pero no invariablemente, también con segregación racial y/o étnica) que suele hallarse en comunidades de este tipo. La formación de bandas se refuerza por los sólidos y estrechos lazos de identificación familiar y local que a menudo unen a los miembros de la clase obrera, sobre todo en los estratos más bajos de la jerarquía social trabajadora. Esto tiende a ser acorde con cierta variación u otro patrón. La segregación por la edad comprende la tendencia a dejar a los niños jugando en la calle, sin el cuidado de adultos a edades muy tempranas. Este patrón se exacerba y refuerza con la pobreza, unas malas condiciones de vida y variedad de presiones domésticas. Por su parte, la segregación por el sexo lleva a un nivel de objetivización mutua de hombres y mujeres más alto de lo normal, en particular por los varones. También implica una tendencia a que las madres ocupen una posición central en la familia y que las chicas, hacia la adolescencia, se queden en casa. Una de las consecuencias de este patrón general es que los varones adolescentes quedan a merced de sus propios medios. Como resultado, tienden a agruparse en bandas que están determinadas, por una parte, por lazos de familiaridad y vecindad, y, por otra, por la amenaza que representa la aparición de bandas paralelas en comunidades limítrofes. ¿Por qué luchan estas bandas y qué papel desempeñan en la producción y reproducción de la masculinidad agresiva? Uno de los determinantes estructurales en la sociedad de la masculinidad agresiva de estos estratos más violentos de la clase obrera —y por agresivo me rehero a las normas violentas que siguen— parece ser la libertad comparativa de que gozan estos chicos y adolescentes de la clase obrera lejos del control de los adultos. El hecho de que gran parte de su socialización inicial se desarrolle en las calles en compañía de

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amigos de la misma edad supone que estos niños y adolescentes interactúan violentamente unos sobre otros, desarrollando una je

arquía de dominancia en la cual la edad, la fuerza y la capacidad física son det erminantes cruciales. Este patrón parece emerger, en parte, porque los niños suelen depender del control de los adultos para desarrollar restricciones intera las tendencias agresivas. Cuando falta ese control de los adultos o se ejere sólo de modo intermitente, con poca lógica y violencia, hay pocas restriciones inmediatas y directas sobre el surgimiento de jerarquías de dominancia. n tanto el control de los adultos se manifiesta con el uso de violencia física (y verbal), esta jerarquía tiende a reforzarse. Los niveles relativamente bajos de estudios de la mayoría de los miembros de la clase obrera también generan un mayor grado de violencia y agresividad. Para muchos, la escuela es un ambiente extraño y relativamente pocos aprenden en ese ámbito a apreciar la gratificación de luchar por alcanzar objetivos a largo plazo. Sus valores suelen ser ajenos a la educación y se caracterizan por lo que podría llamarse «fatalismo centrado en el presente». Como resultado, experimentan el contacto con organizaciones formales como las escuelas como amenazador y hostil. El contraste entre la libertad relativa de las calles y las normas y controles restrictivos de la escuela es particularmente significativo. También reaccionan contra las escuelas por el interés educativo por lo abstracto o intelectual en oposición a lo inmediato, concreto y físico, con lo cual lo primero se considera «afeminado» y lo segundo se ajusta a las ideas de masculinidad que abrazan. Si asumimos que consigan encontrar trabajo, estas tendencias se reforzarán con la cultura machista del ámbito laboral donde suelen emplearse muchos varones obreros. De hecho, la fuerza física de los varones obreros y peleones es una de las pocas fuentes de poder a su alcance, sobre todo para los miembros de los estratos más bajos de la clase obrera. Sus tendencias machistas se refuerzan aún más por el patrón de segregación por el sexo y de dominancia general de los varones en todas las áreas sociales excepto en la familia inmediata que tiende a caracterizar a las comunidades obreras, sobre todo a los estratos más bajos de la escala social. En tales condiciones, los varones no se ven sometidos sistemáticamente a la suavización de la presión femenina. En la medida en que las mujeres de la clase obrera crecen en un ambiente de violencia relativa y esperan ese comportamiento de los hombres, las tendencias violentas de éstos se refuerzan. La consolidación se incrernenta con la frecuencia relativa, sobre todo en las áreas de la clase trabajadora más baja, de las guerras y vendetas entre familias, vencindarios y bandas callejeras. Las personas que han crecido en comunidades de este tipo tienden a crear sólidos y estrechos lazos de identificación con familiares, vecinos y bandas. También muestran intolerancia a los que son distintos a ellos; es decir, tienden a ser racistas, sexistas y, en cierto sentido, nacionalistas y chovinistas.

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Sin embargo, su intransigencia suele darse la mano con cierto grado de flexibilidad en esos lazos por lo que se refiere a las situaciones de pelea. En tal caso, tienden a formar alianzas temporales ad hoc según lo que los antropólogos llaman «el síndrome del beduino». Éste se basa en los siguientes principios: el amigo de un amigo es un amigo; el enemigo de un amigo es un enemigo; el enemigo de un enemigo es un amigo, y el amigo de un enemigo es un enemigo. Debido a los lazos de unión según estos principios, los varones de la clase obrera, en el ámbito del fútbol y al igual que los beduinos en sus guerras tribales, son capaces de desplegar grandes «ejércitos» en los estadios con muy poca o sin organización formal ni control central (Cohen y Robins, 1978). En el área obrera de Leicester donde se desarrolló nuestro trabajo de campo, había a comienzos de la década de 1980 tres bandas diferenciadas que correspondían sobre todo a un segmento territorial de la comunidad. Estas bandas solían pelear con regularidad, pero tendían a unirse si otra era desafiada o peleaba con un grupo de la comunidad vecina. Sin embargo, los sábados, grupos de todo Leicester y alrededores se unían bajo la bandera del Leicester City FC para «enfrentarse» al desafio representado por la «invasión» de la ciudad de los fans del otro equipo, llegando con el tiempo a llamarse el grupo central la «Brigada Infantil». De forma similar, los fans del norte de Inglaterra se unieron ante la «invasión» de fans de un equipo del sur y, viceversa, los fans del sur se unieron ante la «invasión» del norte. Excepciones a esta regla proceden de la rivalidad mutua entre equipos del norte como el Manchester United y el Leeds (que proceden respectivamente de Lancashire y Yorkshire con la tradicional rivalidad de «La Guerra de las Rosas»), o entre equipos del sur como el Tottenham y el Arsenal (donde la principal fuente de rivalidad parece ser la vecindad geográfica). Las rivalidades en la región central de Inglaterra, como las del Leicester City y el Nottingham Forest, también parecen entrar en esta categoría. Este patrón fluido de unificación en los conflictos, el cual opera a través de una serie de niveles, es característico de la «segmentación ordenada». En el nivel más alto de la segmentación por lo que al fútbol inglés se refiere, los fans de todo el país se unen contra el enemigo extranjero. En cierto sentido, este tipo de patrón unificador donde las luchas regionales e interclubes desaparecen momentáneamente en la identificación con el equipo nacional es típico de los fans de fútbol, así como quizá de patrones ajenos al deporte de identificación nacional. Sin embargo, por lo que a los hooligans se refiere, su interés central no es otro que infligir una derrota fl’sica a los enemigos comunes en todos los distintos niveles de segmentación, estableciendo un control momentáneo sobre el territorio enemigo o expulsándolos del propio, y no simplemente el obtener un placer vicario viendo cómo su equipo gana una «batalla fingida» sobre el terre n

de juego. Algunos hooligans están más interesados en luchar que en el fútbol, y otros no tienen ningún interés por el fútbol, y se meten en peleas para anarse una reputación ante la amenaza percibida de grupos concretos de fiins Lel equipo

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visitante. Están ansiosos por defender el honor de su ciudad o locaAl escribir sobre el hooliganismo entre los varones protestantes de la clase obrera de Irlanda del Norte y al dejar claro que no todos abrazan la violencia, Bairner (1995: 17) ha escrito que: Está claro que muchas comunidades obreras protestantes de Irlanda del Norte, sobre todo en Belfast, se caracterizan por lazos seginentarios. Esto tal vez explique por qué los jóvenes de estas comunidades, cuando se enfrentan a pro blemas procedentes del mundo exterior, reaccionan con manftstaciones de comportamiento agresivo, por ejemplo, durante los partidos defit bol.

Esto respalda la hipótesis de Leicester. Sin embargo, es importante reparar en que esta hipótesis es figuracional y no implica una referencia a la «dicotomía entre lo segmentario y lo asegmentario», sino más bien la idea de que existen grados de segmentación que oscilan entre las formas de unión muy sólida de las comunidades sectarias de Belfast y tal vez ciudades como Glasgow, y formas impersonales y abiertas de unión que, a pesar de que esas ciudades contengan fracciones muy segmentadas, predominan en las grandes ciudades como Londres. Tampoco esta hipótesis depende de la idea de que los tipos de Estado y otros patrones locales de hooliganismo que descubrimos en Leicester a comienzos de los años ochenta fueran inamovibles o universales. De hecho, durante la década de 1980, el patrón primario del área de Leicester dejó paso en cierta medida a una formación basada más en el centro de la ciudad, que se autodenominó la «Brigada Infantil», muchos de cuyos miembros se encontraban inicialmente en pubs, clubes o en el mismo estadio de fútbol. La hipótesis de Leicester tampoco implica que, en un sentido inmediato, directo o sencillo, la «segmentación ordenada» sea una «causa» ni en ningún modo la «causa» del hooliganismo. La idea es que tales estructuras, además de desempeñar cierto papel en la sociogénesis y reproducción de las bandas callejeras de varones adolescentes, así como el «modelo masculino violento», también pueden generarse, reforzarse y reproducirse en el seno de sociedades patriarcales, en el ejército, en la policía y en ciertas ramas del deporte como el boxeo y el rugby. Por supuesto, no todos los varones que se crían en comunidades segmentadas son violentos, sino sólo los dominantes y sus acólitos. Y algunos de estos varones violentos expresan su violencia en otros ámbitos aparte del fútbol. Ade 178

más, la presencia en un área de comunidades que se aproxima mucho a la segmentación ordenada tendrá efectos que irradien al ámbito más próximo e influirá en la cultura de las escuelas locales ymás en general en la cultura de la juventud local, haciendo que hasta los varones de clase media —por ejemplo, por raiones defensivas en escuelas, pubs, clubes y otros espacios públicos— adopten algunas de las características del «modelo masculino violento». Podría decirse que estos efectos irradian a través de «un campo figuracional». Al empezar la década de 1960, cuando el hooliganismo inglés comenzó a definirse

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como un «problema social» al cual había que hallar una solución, las autoridades del fútbol y del Estado respondieron sobre todo con medidas «de ley y orden», es decir, mediante castigos y controles. Este método recibió un apoyo sustancial de los medios de comunicación. Sin embargo, las consecuencias de esta política no han sido erradicar el hooliganismo como se quería, sino otras cuatro inintencionadas, a saber: (1) desplazar de los campos de fútbol las formas más serias del comportamiento hooligan; (2) aumentar la solidaridad de los hooligans; (3) aumentar la asistencia de «hombres duros» con ganas de pelea a los partidos de fútbol, y (4) aumentar la organización y sofisticación de estos varones violentos por lo que se refiere a las peleas en el ámbito del fútbol. El desplazamiento del hooliganismo fuera de los campos de fútbol no ha sido un proceso sencillo, directo ni unidireccional. A cada fase del proceso le ha seguido un aumento de los controles, primero en la vecindad inmediata de los estadios y luego en los puntos principales de entrada a las ciudades y localidades donde se juegan los partidos, por ejemplo, las salidas de las autopistas y las estaciones de tren y autobuses. A principios de la década de 1980, los hooligans más duros cogieron desprevenidas a las autoridades. Hasta ese punto, los controles en los campos de fútbol se habían centrado sobre todo en las áreas de las gradas de pie. Sin embargo, a comienzos de 1980, grupos como los del West Ram United ICF empezaron a ocupar las áreas de asientos de los estadios, manifestando su comportamiento violento donde menos lo esperaban las autoridades. Estas respondieron introduciendo distintas medidas que, a su vez, provocaron aún más el desplazamiento de los hooligans fuera de los estadios. Si lo expresamos sociológicamente, podemos decir que, al no haber intención de atacar ík raíz el problema del hooliganismo, es decir, tratando de transformar las formas de masculinidad y acercarlas a un proceso civilizador y de contención, la consecuencia principal de la imposición y reimposición de castigos y controles fue desplazar el problema a áreas donde los controles eran, o los hooligans creían que eran, débiles o inexistentes. No es ilógico suponer que coincidiera en parte con el término de la primera fase de este ciclo de desplazamiento, es decir, a comienzos y mediados de la década de 1970, cuando los hooligans ingleses empezaron a exportar su com E

HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL portamiento a otros países. En esa fase, la relativa laxitud de los controles en el ámbito del fútbol en Europa contrastaba mucho con la extensa red establecida en Inglaterra. Lo mismo sucedía con la facilidad de acceso a la bebida que en la mayoría de los casos, según el nivel de vida inglés, era barata. Esto sirvió para consolidar la tendencia de los hooligans a desatarse en el extranjero. Sin embargo, esta exportación fue de doble filo en cuanto a que el número creciente de jóvenes en Europa, quizá motivados por el deseo de venganza ante las derrotas infligidas por los ingleses, comenzaron a tomar a éstos como modelo. De esta forma el

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hooliganismo «a la inglesa» empezó a ser un problema propio de los países europeos. La sugerencia de que durante la década de 1980 los hooligans ingleses empezaron a servir de modelo a sus homólogos de otros países no implica que el proceso de adopción fuera sólo unidireccional. Hay razones para creer que el cambio introducido en las gradas de los estadios ingleses en los años ochenta, donde se pasó de la moda skinhead a la moda «informal», se basó en parte en un intento de imitar la moda continental, sobre todo la italiana, proceso en el cual los fans de clubes ingleses —y escoceses— que más jugaban en Europa tomaron la delantera, a saber, clubes ingleses como el Arsenal, el Manchester United, el Tottenham y el Liverpool, y escoceses como el Glasgow Rangers, el Celtic y el Aberdeen. Resulta irónico que el uniforme de rigor de la última ola de hooligans italianos exija llevar chaquetas Barbour, prueba de que los fans italianos siguen en su comportamiento el modelo inglés.

Reflexiones teóricas preliminares sobre el hooliganismo como problema de escala mundial

Para elaborar una teoría adecuada y de alcance nacional sobre el hooliganismo, lo ideal sería realizar un estudio sistemático y profundo a nivel nacional desempeñado por un equipo internacional de sociólogos para estandarizar los conceptos y métodos, y encaminado a probar una teoría aceptada o una serie de proposiciones teóricas. Este estudio sería dificil de iniciar y dirigir, caro y, teniendo en cuenta la falta actual de una unidad paradigmática en la sociología, probablemente difícil cuando no imposible de organizar. En ausencia de este estudio, ofrecemos como contribución preliminar las siguientes hipótesis extraídas de las investigaciones de Leicester. Lo primero que vale la pena tener en cuenta es que mucho de lo dicho en este capítulo sobre el hooliganismo en Inglaterra se basa en una serie de generalizaciones. Es decir, existen variaciones locales dentro del patrón general de Inglaterra que no he tenido presentes y que se producen inter alia mediante fuentes estructurales variables en el tiempo y en el espacio, como: la prosperidad relativa de ciudades y localidades concretas; cambios en el tiempo en este sentido; la demografia y estructuras laborales peculiares de las distintas ciudades y localidades, y las tradiciones e historia particulares, incluyendo las tradiciones e historia locales por lo que al fútbol y a las rivalidades futbolísticas se refiere. Estas peculiaridades constituyen un área rica en posibilidades para el estudio de historiadores sociales y antropólogos con tendencia ideográfica. Sin embargo, y éste es un aspecto crucial, una serie de estudios de este tipo serán sobre todo descriptivos y supondrán un aumento del saber en un nivel inferior y cuantitativo. No habrá una contribución a gran escala al conocimiento a menos que estén ligados a una teoría.

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La necesidad de una combinación de teoría y observación para avanzar en el conocimiento fue reconocida por Comte ya en la década de 1830 (Andreski, 1974: 21-22). También Elias (1987) subrayó la necesidad de una constante fertilización cruzada entre la teoría y la práctica en las investigaciones. Por supuesto, lo cierto de la necesidad de un equilibrio entre la particularización y la generalización en los estudios de un solo país resulta muy complicado cuando la atención se dirige a aspectos de alcance mundial de un fenómeno. Es decir, la suma de estudios descriptivos sobre el hooliganismo en países concretos no constituye un gran incremento del saber a no ser que se relacionen explícitamente con una teoría. Con la esperanza de contribuir al debate centrado en la producción de una serie consensuada de proposiciones teóricas sobre el hooliganismo como fenómeno internacional, he abordado en este capítulo mis comentarios a modo de conclusión. Empezaré explicando lo que considero las dos dimensiones del problema que, con cierto grado de confianza, podemos decir que tienen un alcance internacional. La primera de estas dimensiones del hooliganismo en el futbol y que tiene alcance internacional se relaciona con que en todas partes el fútbol lo practican jugadores profesionales, y que es para los espectadores una búsqueda, una de las principales razones de ser en la generación de las emociones. Siempre que una multitud ve un acontecimiento de ocio emocionante, hay muchas probabilidades de que sus miembros dejen de autocontrolarse y se comporten de forma desordenada y violenta. Pasando por alto para nuestros propósitos la pregunta de qué desencadenantes específicos desatan la violencia, puede decirse que la seriedad de la violencia es probable que varíe de un país a otro, y que las clases sociales o subgrupos que lo protagonicen también varíen según las trayectorias específicas y su nivel de civilización (y descivilización). Son muchas las probabilidades de que la violencia de los espectadores en el ámbito del fútbol se exacerbe por el grado en que los espectadores se identifican con los equipos en Iiza y la fuerza de su implicación emocional y compromiso con la victoria de los equipos a los que animan Muchos fans ingleses, por ejemplo, afirman estar locos por sus equipos. A su vez, la fuerza de la implicación emocional de los espectadores en la victoria de su equipo es Posible que sea una función de la centralidad e importancia del fútbol en sus Vidas; es decir, de si es una de las fuentes de significado y satisfacción para ellos o sólo la única. Los espectadores para los males la identificación y la implicación emocional con un equipo de fútbol constituye la fuente central de significado en sus vidas son, o es razonable suponer ceteris pan bus, los que con más probabilidad perderán el control y se comportarán desordenadamente en el ámbito del futbol. La centralidad del fútbol en la vida de la gente es posible que difiera, inter alia, por lo que se refiere a variables como el grado de satisfacción sexual, si tienen pareja estable o si estájt casados, y de ser así, el grado de felicidad, el nivel de estudios, el grado en que son capaces de obtener satisfacción en el trabajo y, por supuesto, si consiguen trabajo alguna vez. Sin embargo, las personas que se pelean en el futbol por este tipo de razones no constituyen el núcleo duro de los hooligans.

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La segunda dimensión del hooliganismo que es probable que compartan a nivel internacional se relaciona más directamente con las dimensiones de las peleas. Aunque haya diferencias entre los países y aun dentro de ellos a este respecto, por ejemplo entre clases sociales, grupos regionales y étnicos, y aunque las feministas de algunos países hayan conseguido recortarla en mayor o menor medida, todas las sociedades del mundo actual se caracterizan por formas básicas de dominio masculino, sobre todo en la esfera pública, de ahí que se transmitan los Valores e instituciones patriarcales. Aunque haya diferencias entre, por ejemplo, los ideales hispánicos de machismo y los ideales mascuiinos del norte de Europa y Norteamérica, una característica general del patriarcado es suponer que los hombres se mostrarán agresivos y lucharán, y que lacapacidad y presteza para luchar en situaciones específicas, por ejemplo, en una guerra por la patria o por la mujer y los hijos si resultan atacados, constituyen una marca clave de lo que significa ser hombre. El fútbol es un ánsbito que permite manifestar el comportamiento bélico del patriarcado, porque el juego en sí es una pantomima de la guerra y porque, a pesar del éxito del fútbol femenino en todo el mundo durante los últimos años, el juego surgió como un coto masculino y continúa imbuido de valores patriarcales. Por supuesto, esto es aplicable no sólo al fútbol sino al deporte en general, sobre todo a deportes como el boxeo. Pero volvamos al fútbol. Lo que implica mi argumento general es que, cuando cierto número de hombres, sobre todo Varones diVididos por la afición apasionada por equipos rivales, se reúne en el ámbito de za acontecimiento de ocio pero emocionante, a saber, un

partido de fútbol, no es improbable que el resultado sea que estallen peleas entre ellos. Hasta el momento y a modo de conclusión, me he centrado en la generacicín regular y ad hoc de desórdenes y violencia en el ámbito del fútbol que tienen su origen en el carácter y estructura del fútbol profesional de elite como un tipo de actividad de ocio. Sin embargo, los tipos de hooliganismo también se generan mediante la forma en que el fútbol atraiga en contextos sociales mis amplios. Una de las consecuencias es que grupos de fans más o menos organizados —compaiiías, tribus, ultras o torcidas— acuden a veces a los partidos con la intención de pelearse con otros fans y quizá con la policía. Estos hooligans constituyen el núcleo duro de este movimiento. Incluso se ha sugerido que, en algunos países como Portugal, los propietarios de los clubes incitan en ocasiones o hasta pagan a sus fans por pelearse con los de otros equipos. En todos estos casos, la violencia es premeditada. El estudio de Leicester sugiere que, en Inglaterra, los fans que acuden a los partidos con la intención de pelearse, es decir, los que no se satisfacen sólo con experimentar de forma vicaria la «emoción de la batalla» asistiendo a una «pantomima de combate» en el terreno de juego, empezaron a acudir a los campos de fútbol en número importante durante la década de 1960. El estudio de Leicester también sugiere que la propaganda «inintencionada» que los

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medios de comunicación hacen de un ámbito donde se producen con regularidad acciones emocionantes y, por encima de todo, violentas desempeñó un papel importante a la hora de atraer a este tipo de fans al fútbol. Esto sugiere que las formas y el grado en que los medios de comunicación se hacen eco del fútbol en países concretos es una de las influencias sobre estos patrones de hooliganismo. Las peleas que tanto eco han tenido en los medios de comunicación en el ámbito del fútbol también implican que éste puede ser un contexto atractivo para iniciar un tipo de actividad terrorista para hacerse publicidad. Los datos apuntan a que un grupo llamado «Combate 18» —combaten en nombre de Adolf Hitler (1 = A, 8 = H)— se vio implicado en los altercados que los fans ingleses provocaron en Dublín y Brujas en 1995. También hay datos que apuntan a que grupos de la extrema derecha participaron en actos de barbarie en Bélgica, Alemania, Italia y España. Y en algunos países, por ejemplo Alemania e Inglaterra, los grupos de extrema izquierda han empezado a organizarse para luchar contra los racistas/fascistas en el ámbito del fútbol. Los casos de violencia hooligan de los daneses y, en cierto grado, los escoceses, aportan un contraste instructivo. En Dinamarca, hacia el final de la década de 1970, empezó a cobrar forma la preocupación por el hooliganismo. Sin embargo, en contraste con las medidas punitivas de «ley y orden» dominantes en Inglaterra, las autoridades danesas respondieron sobre todo mediante una estrategia de incorporación. Más en concreto, recibieron el apoyo de los medios

de comunicación y el ámbito oficial, quienes los definieron como «roligans», término danés que se traduce por «hooligans amistosos» (Peitersen y HolmKristensen, 1988). Los «roligans» daneses beben mucho, a veces en exceso, pero se sienten orgullosos de su reputación de ser «amistosos» y han desarrollado mecanismos de autocontrol para mantenerlo. El estudio de Giulianotti (1991) pone de manifiesto que algo parecido sucede con los fans escoceses en el extranjero, aunque no en el ámbito doméstico. Los fans escoceses que acompañan a su selección en el extranjero, según demuestra Giulianotti, están orgullosos de su reputación de ser vociferantes, grandes bebedores y pacíficos, sobre todo por el contraste con la imagen de los hooligans ingleses. A su vez, este carácter bicéfalo de los fans escoceses, es decir, el diferencial de violencia entre su comportamiento dentro del ámbito nacional e internacional, sugiere que una de las condiciones previas para el éxito relativo de la «estrategia roligan» de Dinamarca puede haber sido la pequeñez y relativa unidad de la sociedad danesa, es decir, la falta de divisiones en su seno capaces de generar variantes de «segmentación ordenada» como las aproximadas en las divisiones de Escocia, en especial en Glasgow, entre protestantes y católicos, y en Gran Bretaña entre escoceses e ingleses. Vale la pena realizar un estudio sistemático de estas diferencias. El contraste entre Irlanda del Norte, donde se dan casos de hooliganismo de base sectaria, y la República de Irlanda, donde las peleas entre fans se dan más en el fútbol, el rugby y los juegos gaélicos, también merece una investigación más

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profunda. Ya he puesto de manifiesto que el estudio de Leicester sugiere que una mayoría, si no todos, los hooligans ingleses pertenecen a la clase trabajadora. Los estudios realizados en Escocia, Bélgica, Holanda e Italia apuntan en la misma dirección. Más en concreto, un estudio sobre los eventuales del fútbol llegó a la conclusión de que todos los datos apuntan a que ios «eventuales delfiutbol» proceden sobre todo dr los estratos más bajos de la escala social y son básicamente jóvenes obreros. (En la encuesta de Edinburgo, el 75% de los «eventuales» arrestados se clasificaron como «parados» u «obreros no cualificados». Ninguno entró en la categoría de profesionales o administrativos.) (Harper, 1989-1990) De forma similar, un estudio sobre el hooliganismo en Leuven llegó a la conclusión de que «lii mayoría de los miembros del “núcleo duro” de los hooligans [belgas]... había tenido una experiencia la boral frustrante. La mayoría... procedía de familias obreras inestables. Casi ninguno.., poseía un trabajo estable... Su situación económica era baja, los eventuales se agencian esa ropa cara robándola» (Van Limbergen y cols., 1987: 8).

Según el estudio de Van der Brug realizado en Holanda, ¡os típicos hooligans holandeses tienden a mostrar resentimiento y se oponen a una educación formal; es más probable que los no-hooligans tengan trabajo; sus padres muestran una actitud relativamente tolerante hacia el uso de la violencia y la agresión, y adquieren prestigio y un nuevo estatus con las peleas y desplegando un comportamiento machista (Van der Brug, 1986). Finalmente, basándose en una encuesta realizada a «ultras» de Bologna, Roversi llegó a la conclusión

la mayoría de los jóvenes «u/tras» proceden de la clase obrera. E/grupo de gente con trabajo consta de 169 varones y 46mujeres. En este grupo los trabajadores manuales cual/icados no predominan visiblemente comparados con trabajadores de otra clase ni con la muestra en conjunto; representan un 80,3% y un 51,9%, respectivamente. Son gente que trabaja en almacenes, de porteros, mozos de tiendas, albañiles, carpinteros, pero sobre todo obreros de fábricas... Hay que resaltar que sólo un 3,9% de toda la muestra admitieron estar en e/paro. (Roversi, 1994: 359-381)

os y arraigados» donde es probable que se tiendan lazos «grupales» y surja el correspondiente antagonismo contra los grupos (<de foráneos» (Elias, 1994). Sin embargo, dejemos las cosas claras. No considero que tenga otro estatus que el de una hipótesis de trabajo. Debe someterse a un debate público y, por encima de todo, ser probado mediante un estudio empírico, sistemático, a nivel nacional y basado en una teoría; indudablemente en ese contexto habrá de modificarse, revisarse y expandirse de muy distintas formas y quizá termine siendo totalmente descartada.

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A pesar de las diferencias de orientación teórica y las categorías empleadas, hay bastante unanimidad entre las conclusiones obtenidas con hooligans escoceses, belgas, daneses e italianos, y las del estudio de Leicester. Sería interesante descubrir si las investigaciones sobre el hooliganismo en otros países llegan a las mismas conclusiones. Para concluir, es importante subrayar que es poco probable que se descubra en todas partes que el hooliganismo deriva de las mismas raíces sociales. Como base para nuevos estudios, es razonable esbozar la hipótesis de que el problema se alimentará y conformará, ceteris paribus, con lo que podríamos llamar las principales líneas fallidas de cada país. En Inglaterra se traduce en desigualdad entre clases sociales y entre regiones; en Escocia (al menos en Glasgow) y en Irlanda del Norte, en sectarismo religioso; en España, en el nacionalismo lingüístico de catalanes, castellanos, gallegos y vascos; en Italia, en el particularismo entre ciudades y tal vez en la división entre el norte y el sur expresada en la formación de «la Liga Lombarda», y en Alemania, en las relaciones entre el Este y el Oeste y los grupos políticos de la derecha y la izquierda. Particularismos religiosos, étnicos y entre ciudades pueden atraer a más gente de las clases sociales altas de lo que suele ser habitual en Inglaterra. Sin embargo, una característica común de todas estas líneas fallidas —que, por supuesto, se superponen e interactúan de muy variadas y complejas formas— es que pueden generar aproximaciones estructurales a la «segmentación ordenada» o, mejor aún y para expresarlo con términos de Elias, configuraciones de «foráne 186

7 LA VIOLENCIA DE LOS ESPECTADORES DEPORTIVOS EN NORTEAMÉRICA

Introducción Algo que sigue creyendo mucha gente en Gran Bretaña es que, aunque Estados Unidos sea el más violento de todos los países industriales (Gurr, 1989), sus espectadores deportivos son casi siempre pacíficos. Esta idea surge con mayor frecuencia cuando se establecen comparaciones con los espectadores del fútbol de Europa occidental, sobre todo los ingleses. En este capítulo demostraremos con datos de Canadá y Estados Unidos que esta idea es un mito y que el comportamiento del público deportivo de Norteamérica, lejos de contradecir la excepcionalidad de este continente, ratifica la violencia general que impera en Estados Unidos. También emprenderé una exploración preliminar sobre si podemos decir que el deporte y la sociedad de Norteamérica han experimentado un proceso civilizador en el sentido de Elias. Para avanzar en este tema complejo, empezaré con un examen de la obra de un investigador que, a mi entender, es uno de los pocos que ha intentado explicar la

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violencia de Norteamérica en términos teóricos, a saber, el psicólogo Peter Marsh (Marsh y cois., 1978; Marsh, 1978). Li teoría de la agresión ritual Según Marsh, lo que el llama «aggro» es un equivalente humano y socio- cultural de los combates ritualizados de los animales.’ Estos combates son «intraespecíficos» ylos etólogos afirman (p. ej., Huxley, 1969; Lorenz, 1966; Tinbergen, 1953) que conllevan una contención innata. Fue Huxley quien por primera vez usó el término «ritualización» aplicado a los combates de este tipo, definiéndolo como «laformalización adaptativa o la canalización del comportamiento motivado emocionalmente bajo la presión telenómica de la selección natural» (Huxley, citado por Marsh y cols., 1978: 127). El empleo de Huxley del término «telenómico» («dirigido a un objetivo») y su adopción aparentemente acrítica por Marsh y cols., es posible que manifieste su propia teleología, su adhesión a una posición «evolucionista» opuesta a

otra «evolutiva» en el sentido de Toulmin (1972). Por tanto, es una señal posible de un fallo de su parte para conceptualizar no teleológicamente una evolución biológica, es decir, como un «proceso ciego» en términos de Dawkins (1986) y Elias (1994). Sin embargo, es menos relevante para los propósitos actuales que la adaptación del grupo de Marsh a los humanos de una teoría etológica que sostiene que las formas de conflicto intraespecíficas de carácter ceremonial han evolucionado en muchas especies de animales (a las cuales Lorenz denomina «torneos»). Son exclusivamente masculinas y consisten en luchas territoriales, combates por el acceso a hembras receptivas y por la dominación de un grupo. Están delimitadas por mecanismos innatos que reducen al mínimo los daños fisicos, sobre todo la muerte. Marsh comenta lo siguiente sobre la ritualización de las agresiones, afirmando que el hooliganismo en el fútbol es un equivalente humano: Virtualmente todas las especies animales son agresivas.., por razones que parecen ser... muy convincentes. Primero, las agresiones perm iten establecery mantener patrones relativamente estables de dominio y sumisión. Segundo, el proceso forma parte de la defensa del territorio, que redunda en una dispersión óptima de los animales respecto a las frentes ambientales disponibles. Algunas especies presentan una jerarquía de dominancia de estructura más rígida que la de otras, y también existe gran variación en el grado de territorialidadde los animales. Sin embargo, la agresión es común a todos y es una de las cosas que los mantiene en la lucha por la supervivencia. Al mismo tiempo, supone un problema por su potencial destructivo. Los rivales necesitan ser acallados y los intrusos repelidos. Pero si tales actividades suponen la muerte o infligir heridas graves, una especie podría verse pronto al borde de la extinción. No sólo se reduciría lapoblación por el aumento de la tasa de muertes, sino que las redes de dominación básicas pronto quedarían dañadas. No es posible dominar a otro macho si está muerto. } si durante el proceso, el animal triunfante ha quedado gravemente dañado, la tarea sepresenta fácil para otros

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rivales ambiciosos... La solución es la ritualización. Al trocar todo el aspecto de los conflictos en un ritual de agresión, el combate se estiliza y convierte en una demostración, algo que tienen gran parecido con lo que sucede... en el terreno de juego del frtbol. (Marsh, 1978: 33-34) A pesar de la implicación teleológica del uso repetido de términos como «razón» y «necesidad», Marsh y sus colegas no caen en la trampa del reduccionismo biológico. Al contrario, dejan bien claro que, «aunque los animales dependan de patrones instintivos de coordinación motriz para desplegar sus rituales de amenaza y sumisión, [los seres humanos] desarrollan sistemas sociales que dependen de la cultura para su transmisión. Pero elfinal es el mismo: el «orden» (Marsh y cois., 1978: 128). Hay mucho que decir a favor de esta línea de investigación. Los seres humanos comparten con otros animales procesos fisiológicos específicos que se desencadenan en situaciones de lucha/huida. Los humanos carecen de «patrones instintivos de coordinación motriz para dirigir las manfstaciones rituales de amenaza y sumisión». La obra de Marsh y sus colegas también se adentra en aguas turbias. Por ejemplo, dependen en exceso de las ideas de Huxley y Lorenz : sobre la rareza de la muerte entre los miembros de la misma especie animal. Huntingford y Turner (1987: 46) llegan a la conclusión de que «a pesar de la imagen aceptada de que las agresiones animales son un intercambio inocuo de señales, es bastante habitual entre los miembros de una misma especie que haya combates fieros, heridas y muertes». Y aunque aceptan parcialmente la imagen ofrecida por Huxley y Lorenz, sobre la base de una investigación sobre chim pancés Wrangham y Peterson sugieren: «el que los chimpancés y los seres humanos maten a miembros de los grupos vecinos de su propia especie es... una sorprendente excepción a la regla normal entre los animales» (1997: 63). Marsh y sus colegas también pasaron demasiado deprisa el debate de los datos etológicos al hooliganismo en el fútbol para ejemplificar sus ideas sobre los medios humanos de agresión ritualizada. Es extraño que hayan pasado por alto la sugerencia de Lorenz (1966: 24 1-2) de que el deporte per se «se define como un medio especificamente humano de combate no hostil, regido por reglas muy estrictas de origen culturat>. De esta forma se olvidan de uno de los puntos principales donde puede estudiarse la ritualización de la agresión como un proceso social; también enturbian el tema al centrarse más en una forma de desviación en el deporte, el hooliganismo en el fútbol, que en las formas «normales» 2 Marsh y sus colaboradores tampoco se dieron cuenta de que los combates ritualizados de los seres humanos, por ejemplo, los torneos caballerescos de Europa (Barber, 1974; Guttmann, 1986), pueden ser muy sangrientos. Esto sugiere que la violencia y los rituales entre los seres humanos no son mutuamente exclusivos según la creencia de Marsh y cois. (Dunning y cols., 1988). Por encima de todo, Marsh y sus colegas no reparan en la necesidad de un estudio empírico de los medios en que se desarrollan los rituales de combate de los seres humanos en el deporte y otros

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ámbitos, ni las condiciones bajo las cuales canalizan grados mayores de violencia ni aquellas bajo las cuales los impulsos violentos se mantienen dentro de un control estricto. En ningún punto se muestra con mayor claridad esta falta de un conocimiento específicamente sociológico que en el intento en solitario de Marsh de abordar el tema de la violencia en Estados Unidos.

Según Marsh, no ha llegado a desarrollarse una tradición sobre combates ritualizados y socialmente constructivos. Marsh escribe al respecto: Buscar aggro en la historia de Norteamérica es como buscar una aguja en un pajar. Incluso en la actualidad, los norteamericanos tienen problemas para barajar este concepto. Poseen poca experiencia y hay poco en su pasado que les haga hacerse una idea de los principios en los que se basa. Todo lo cual tal vez explique por qué Estados Unidos vive en un ambiente tan violento. (Marsh, 1978: 81) Este argumento implica una posible explicación de la ausencia de equivalentes directos en Estados Unidos al hooliganismo en el fútbol. Esto es así porque, según Marsh, el hooliganismo en el fútbol es una de las formas principales de violencia en Gran Bretaña. Si es cierto que hay una ausencia de tradiciones violentas en Estados Unidos, son muchas las pruebas que sugieren que Marsh está equivocado al respecto, por lo cual es razonable deducir de los argumentos de Marsh que es poco probable que fenómenos como el hooliganismo en el fútbol puedan darse allí. En resumen, en contra de un imagen habitual de Norteamérica, si es que Marsh está en lo cierto, el hooliganismo futbolístico en Gran Bretaña y otros países europeos no aporta en sí pruebas de un proceso «descivilizador». Al contrario, la lógica del caso de Marsh parece ser que, como se trata por lo general de violencia en un marco ritualizado y socialmente constructivo, el aggro en general y el hooliganismo en el fútbol en particular son pruebas del carácter más «civilizado» de los países europeos. En Estados Unidos, la ausencia de tradiciones de aggro es lo realmente «incivilizado», por lo cual, en palabras de Marsh, viven en un estado de violencia. Este argumento no es plausible. ¿Qué pruebas y razonamientos llevan a Marsh a pensar que no hay equivalentes de aggro en Estados Unidos? La opinión de Marsh es que Norteamérica no tiene parangón en sus niveles de violencia. Parte de sus razonamientos para llegar a esta conclusión en los siguientes términos: «Es poco pro bable que la historia de la violencia en Norteamérica—dice él—se parezca a la historia de la violencia en cualquier otro punto del globo. Refleja lo que sucede cuando los hombres modfican radicalmente sus formas de vida e intentan crear nuevos mundos de la nada» (Marsh, 1978: 82). Dicho de otro modo: según Marsh «la excepcionalidadde Norteamérica» respecto a la violencia es una consecuencia inintencionada de que Estados Unidos sea lo que él considera una sociedad «socialmente dirigida», nacida de la protesta social, de la ernigración y subsiguientemente de la insurrección colonial, durante la cual se him un intento de crear un orden social que no reprodujera lo que los norteaniericanos veían como las

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inicuidades de la vida europea. Marsh también afirma que los pioneros no emigraron al «Nuevo Mundo» como tribus o comunidades, sino como individualidades impulsadas por ambiciones personales y sueños utópicos. «Llegaron —afirma— sin un orden social.» desde elprincípio el orden naturalflíe devaluado por el hecho de que Lis armas estaban al akance de hombres y niños» (Marsh, 1978: 82). En ese contexto, se desarrolló lo que Marsh denomina «violencia desarticulada de las masas» —el autor no se da cuenta de que, aunque desordenadamente, está lejos de carecer de una estructura en el sentido de regularidad— y que el único medio para combatirlo era la tradición vigilante «desestructurada» casi por igual (en el sentido no sociológico de Marsh). Una vez más, en palabras de Marsh: La respuesta improvisada ante la violencia en las primeras comunidades norteamericanas fue crear... bandas de vigilantes.., con la misión de cumplir el trabajo poco envidiable de establecer un poco de orden... Pero no hicieron sino empeorar la situación. De hecho, los norteamericanos sufren ahora no sólo la tradición de la frontera, sino también la tradición vigilante que sigue hallando expresión en el bandidismo ultrajante de grupos como elKu KluxKl,an. (Marsh, 1978: 82) Otra característica destacada de la historia de Norteamérica, según Marsh, es que la tradición de las clases altas europeas de los duelos ritualizados no se extendió por el país. Para apoyar su opinión nombra a Baldick (1965) quien a su vez cita lo que De Tocqueville escribió en 1831: En Europa no se celebran apenas duelos, si no esparapoderjactarse de ello; las ofensas por lo general son un tzo de afrenta moral que se quiere lavar, y que normalmente se hace a un precio bajo. En Norteamérica sólo se lucha para matar; se entra en combate porque no hay otra esperanza de que el adversario sea condenado a muerte. Hay muy pocos duelos, pero casi siempre terminan con Li muerte de uno de los contendientes. (Baldick, citado por Marsh, 1978: 81) Por supuesto, De Tocqueville no podía prever que, aunque en países como Inglaterra y Francia la tradición del duelo entre las clases altas languidecería con el surgimiento de la clase media, en Alemania el desarrollo social seguiría un curso distinto. Más en concreto, durante el último cuarto del siglo )UX en Alemania los duelos adquirieron una naturaleza muy ritualizada y bárbara cuya frecuencia e importancia aumentó, desempeñando un papel importante en la integración de la clase media en lo que Elias llamó el sistema satisfaktionsfd/,jdel imperio de Guillermo II de Prusia (Elias, 1996: 50 y sigs.). Fue un sistema orientado en torno a un código del honor en el cual los duelos y la exigencia de una «satisfacción» limpiaban el orgullo propio. El hecho de que Marsh no tuviera en cuenta esta evolución es un testimonio de la debilidad histórica y sociológica de sus razonamientos. No quiere esto decir que Marsh esté exento de méritos, sino más bien que sus razonamientos son endebles. Hay razones sociológicas para pensar que tenga razón

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al creer que, con los conocimientos actuales, los intentos por imponer «utopías» pueden fallar, lo cual sugiere aspectos de la historia no sólo de Estados Unidos sino también de otros países donde la revolución desempeñó un papel clave, por ejemplo, China y Rusia. También hay razones para creer que los intentos de eliminar la violencia de las relaciones humanas puede tener el efecto contrario. Éste es quizás el caso del nivel actual de conocimientos cuando los pensadores no llegan a un mínimo grado de entendimiento para persuadir a grupos de poder de que es probable que las medidas basadas en castigos y controles aumenten la violencia en vez de reducirla (Dunning y cols., 1988; Murphy y cols., 1990). Este razonamiento no difiere de la teoría de Marsh; sin embargo, el razonamiento general de Marsh sobre la violencia en Estados Unidos parece depender de la hipergeneralización en dos sentidos: primero, sobre la base de una teoría más bien inadecuada, y segundo, sobre la base de datos imprecisos. ¿Qué pruebas hay, por ejemplo, de que el caso de Estados Unidos respecto a la violencia sea único? ¿Deberíamos esperar ciertos parecidos en otras sociedades colonizadas por europeos como Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Sudáfrica, por no hablar de las sociedades coloniales hispanocatólicas de América Central y América del Sur? ¿Y qué decir del papel desempeñado por la esclavitud y la emigración en masa de distintos grupos étnicos y nacionales en los patrones de violencia de Estados Unidos? Y lo que es más significativo desde el punto de vista metodológico, ¿es importante sociológicamente comparar la historia de Norteamérica desde el siglo XVII con la historia de las sociedades europeas durante el mismo período de tiempo? Como las segundas son mucho más antiguas, ¿no sería mejor comparar en «paridad» la historia de Norteamérica y su desarrollo desde el siglo XVII con la historia de Europa en un período más largo? Además —y esto está implícito en las observaciones de De Tocqueville sobre los duelos y el debate de Marsh sobre la tradición vigilante en Estados Unidos—, ¿no sería desde el punto de vista sociológico más revelador centrarse en las trayectorias de la formación del Estado? Queda claro, aunque sea con los conocimientos actuales, que durante los siglos XVII, XVIII y XIX Estados Unidos fue una sociedad que experimentó fa-

es en la formación del Estado comparables con los distintos períodos de la Európa occidental durante la Edad Media. También allí los Estados fueron débi[es al comienzo (Elias, 1994) y era habitual que la gente llevara armas. La Europa medieval también sufrió con recurrencia sangrientos enfrentamientos y la ‘rmación habitual de «mesnadas» y cuerpos de vigilancia. Sin embargo, a diferencia de Estados Unidos, las sociedades medievales de la Europa occidental estaban regidas por guerreros (y sacerdotes) y sufrían con frecuencia guerras sangrientas. Por el contrario, aunque los escalafones superiores del ejército norteamericano se han incorporado durante el siglo XX, como ha demostrado MilIs (1956), a la elite del poder nacional, Estados Unidos nunca ha

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estado ni por asomo bajo un poder militar exclusivo, con la consecuencia de que por lo general han prevalecido procesos políticos relativamente democráticos, pacíficos y seculares. De forma parecida, la obtención relativamente temprana del dominio en Estados Unidos de grupos burgueses ayuda a explicar la hegemonía en Estados Unidos de los valores del ¿zissezfaire. A su vez, esto y la formación del Estado mediante acuerdos permite explicar por qué el estado federal no ha penetrado con tanta profundidad en el tejido social norteamericano como suele ser el caso de la Europa occidental, y por qué los grupos que luchan por los derechos de los ciudadanos individuales a llevar armas siguen siendo bastante más poderosos que sus homólogos europeos. Sin embargo, tal vez la debilidad central de esta aplicación de la teoría del aggro a Estados Unidos sea que Marsh no tiene en cuenta los elementos de violencia que se han plasmado en el comportamiento de las bandas callejeras. Marsh apunta brevemente la posibilidad, pero la desecha pronto a expensas de la racialización de la guerra entre bandas (Marsh, 1978: 101). Dada esta ecuación de la ritualización con la disminución de la violencia seria, tal vez los mayores niveles de violencia, que se dan entre las bandas callejeras de Estados Unidos, no le permitieran tenerlo en cuenta, ya que de haberlo hecho habría tenido que enfrentarse con las contradicciones de su teoría. Tampoco sigue el camino abierto por Lorenz (1967) —y quizá sea lo más sorprendente— de considerar el desarrollo del deporte norteamericano como una forma de aggro, es decir, que los terrenos de juego donde el comportamiento agresivo suele manifestarse dentro de unos límites controlados se exprese de forma constructiva y socialmente tolerada. Aunque no caiga en la trampa del reduccionismo biológico, la aplicación por parte de Marsh de una teoría apriorística y modelada en parte con los hallazgos de etólogos no ayuda mucho a arrojar luz sobre el equilibrio de parecidos y diferencias entre las formas y niveles de violencia del público deportivo y su historia en Europa y Estados Unidos. Un examen crítico de la aplicación de su teoría sugiere que las diferencias en los procesos y trayectorias de la forma-

LA VIOLENCIA DE LOS ESPECTADORES DEPORTIVOS EN NORTEAMÉRICA

Sión comenzó a pasar factura a Orth. Barry McCormick bateó con poca frerzay Orth interceptó la pelota; sin embargo, el exasperado Orth la lanzó más all% de de la primera base permitiendo que el corredor marcara una carrera. Cuando los Cubs ganaron, uno de los fans armado hasta los dientes se puso de pie y gritó a sus compañeros «,Fuego a discreción!», y así lo hicieron. El resto de la munición se gastó en una salva atronadora. The Daily Inter Ocean dijo: «Las acciones de los espectadores y el ruido de los tiros de revólver le recuerdan a uno una tarde agradable durante un linchamien to».

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(Nash y Zullo, 1986: 133-134)

Si aceptamos que ci informe sea cierto, no queda sino conjeturar que lo descrito fue una acción preparada por los fans de Chicago para intimidar al equipo contrario y aumentar las posibilidades de que ganara su equipo. Nada dice el informe de si hubo heridos y, de ser así, cuántos y qué gravedad tuvieron. Parece poco probable que el uso de armas a tal escala pudiera pasar sin ningún herido. No obstante, para nuestros propósitos nos importa más que el tipo de comportamiento descrito, sobre todo el uso de armas, se adecúe a la imagen de Estados Unidos como una sociedad relativamente violenta. Sin embargo, hay pruebas que señalan la concurrencia de un proceso civilizador en el deporte norteamericano. El desarrollo del deporte en Estados Unidos como un proceso civilizador A mi entender, no se han realizado las investigaciones necesarias sobre el desarrollo del deporte en Norteamérica para probar la teoría del proceso de la civilización en ese contexto. La popularidad en Estados Unidos y Canadá de deportes como el fútbol americano podría tomarse como una prueba de que la sociedad norteamericana sigue siendo muy violenta y, en ese sentido, «incivilizada». Sin embargo, aunque no puede negarse la violencia de la sociedad norteamericana ni de algunos deportes, las pruebas sugieren que la situación actual en los campos tiene antecedentes mucho más violentos. Durante la década de 1890, por ejemplo, no sólo los bloqueos y placajes, sino también los golpes, eran aparentemente aceptados como legítimos. Se cuenta que un jugador de aquellos tiempos dijo: «La mayoría [de los jugadores] se queda de pie con martillos y tenazas, dientes y clavos, puños y pies», y añade «estallaban discusiones después de casi todas las decisiones del árbitro» (Gardner, 1974: 99). Por entonces esas demostraciones metódicamente preparadas de «jugadas

en masa» como la «cuña» también formaban parte del fútbol americano. Esta táctica consistía en que dos líneas de jugadores formaran una y, todos ellos menos el delantero que iba delante, y cargaran a una y a toda velocidad con el portador de la pelota protegido y en medio. Se suponía que los desdichados oponentes debían apartarse de la cuña o quedar aplastados al intentar frenar su avance. Sólo en 1905 murieron no menos de 18 jugadores universitarios y otros 159 sufrieron heridas graves como resultado de tácticas de este tipo. El presidente Roosevelt estaba aparentemente tan preocupado que convocó un reunión de representantes de Harvard, Princeton y Yale, y les amonestó diciendo que «la brutalidad y el juego sucio deberían recibir el mismo tratamiento que un hombre que hace trampas con las cartas» (Gardner, 1974: 100). Después de ver la fotografla de un jugador lesionado en un partido entre Pennsylvania y Swarthmore, también amenazó con prohibir el juego con un decreto federal (RiesmanyDenney, 1971: 167). La respuesta a la intervención de Roosevelt y el clima general de preocupación creciente supuso la legitimación del pase hacia delante, innovación que marcó un

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cambio decisivo en el desarrollo del fútbol americano respecto a las raíces del rugby inglés —juego en que sólo los pases hacia atrás están permitidos— y que simultáneamente dejó abiertos los partidos y eliminó lo que Gardner llamaba «aplastantes tácticas de las jugadas en masa» (Gardner, 1974: 100). También por aquel tiempo, los jugadores comenzaron a llevar el equipo de protección característico del futbol americano moderno. Puede decirse que este tipo de desarrollo ha sido civilizador, porque ha dado mucha más seguridad a los jugadores. Sin embargo, también permitió mantener un juego violento e introducir la posibilidad de nuevas formas de lesionarse, por ejemplo, con las embestidas con el casco. Los cambios en el comportamiento interracial a medida que los afroamericanos se fueron integrando en los deportes profesionales también parecen acordes con un proceso civilizador, más en concreto con el hecho de que se haya producido una reducción de la incidencia de comportamientos violentos en los deportes norteamericanos a medida que ha ido avanzando el siglo XX. Tomemos el ejemplo del boxeo. Cuando Jack Johnson derrotó a James Jeifries en Reno, Nevada, en 1910 y se convirtió en el primer campeón negro de los pesos pesados, la respuesta en muchas partes de Estados Unidos fue muy violenta. Según Guttmann: En Huston, Charles Williams celebró abiertamente el triunfo de Johnsony un blanco le rajó la garganta de oreja a oreja; en Little Rock, un grupo de blancos mató a dos negros después de una discusión sobre el combate mantenida en un tranvía; en Roanoke, Virginia, una pandilla de marineros blancos hirió a varios negros; en Wilmington, Delaware, un grupo de negros atacaron a un blanco y los blancos contraatacaron con un linchamiento; en Atlanta, un negro deambuló como un loco cuchillo en mano; en Washington... unos negros acuchillaron mortalmente a dos blancos; en Pueblo, Colorado, 30 personas resultaron heridas en un tumulto racial; en Shreveport, Louisiana, unos blancos mataron a tres negros. Otros asesinatos y ataques se registraron en Nueva Orleans, Baltimore, Cincinnati, St. Joseph, Los Ángeles, Chattanooga, y muchas otras poblaciones y ciudades más pequeñas. (Guttmann, 1986: 119) La violencia interracial —por parte de los jugadores— también fue aparentemente común en los inicios del béisbol norteamericano. Por ejemplo, la práctica del golpeo deliberado de las piernas de los hombres de base con el deslizamiento con los pies por delante se introdujo a finales del siglo XIX para dejar tullidos a los jugadores negros como parte de un intento más general de eliminarlos de los campos de juego (Boyle, 1971: 261; ver también el capítulo 8 de este volumen). Mientras tanto, como podríamos esperar de una antigua sociedad esclavista donde los prejuicios raciales y la desigualdad seguían profundamente arraigados, la violencia interracial no desapareció del deporte norteamericano. Hubo, por ejemplo, disturbios interraciales en 1937 cuando Joe Louis se convirtió en campeón del mundo de los pesos pesados al derrotar al alemán Maz Schemling (Guttmann, 1986: 132). Evidentemente el orgullo como norteamericanos y la hostilidad hacia un representante de la Alemania nazi no eran lo bastante fuertes

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para superar los sentimientos contra los negros de los blancos. Y como ya dije antes, un alud de luchas interraciales en los partidos nocturnos en los institutos fue el resultado del intento de conseguir mayor igualdad en la década de 1960 (Guttmann, 1978: 132). Sin embargo, parece que la violencia interracial en el contexto del deporte norteamericano nunca ha llegado a la misma escala nacional o con tanta ferocidad como en 1910, y, por tanto, parece razonable suponer que hay un número mayor de norteamericanos blancos tolerantes que desean, no sólo que el deporte esté más integrado racialmente, sino también que haya supremacía negra en esos contextos. También parecen más propensos a aprobar la expresión individual y colectiva del orgullo negro en las hazañas deportivas. En resumen, que parecen haberse impuesto unas relaciones entre blancos y negros moderadamente civilizadoras en la esfera del deporte norteamericano. Hablar de la posibilidad de un proceso civilizador limitado en el contexto del deporte norteamericano no significa negar la continuación y tal vez el incremento del problema de la violencia de jugadores y espectadores puesta en evidencia por Young (1988). Por ejemplo, en 1983, la encuesta de Miller Lite

sobre (<la actitud de los norteamericanos frente al deporte» dio como resultado

que:

Tres de cada cinco norteamericanos creen que la violencia es un problema serio del deporte moderno, mientras que la mitad dice que las peleas entre jugado res restan parte de la diversión de los partidos. El 70% cree que la violencia en el deporte es dañina para los esp ectado res jóvenes. (Coaldey, 1990: 140)

La referencia al «deporte moderno» parece manifestar una creencia general de que el deporte norteamericano fue menos violento en el pasado; sin embargo, a mi entender, no se han realizado las investigaciones necesarias para establecer si éste fue o no el caso. Tampoco se ha intentado determinar si tal creencia es, en parte, consecuencia de una inclinación civilizadora en el umbral de repugnancia de la gente hacia la violencia y, de ahí, la disminución de su tolerancia ante formas de comportamiento tales como peleas a puñetazos que antes se consideraban aceptables. Lo que es cierto es que la violencia de los espectadores sigue dándose en un grado importante en Estados Unidos, y por consiguiente, la creencia europea de que los espectadores deportivos norteamericanos son pacíficos y ordenados es un mito. Violencia actual de los espectadores deportivos en América del Norte En 1975, Lewis cotejó el número de incidentes en acontecimientos deportivos recogidos por seis periódicos norteamericanos durante los años 1960- 1972.

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Descubrió que ascendían a un total de 313, con 17 muertes, y una media de 26 incidentes por año. La distribución entre los distintos deportes fue: béisbol, 97; fútbol americano, 66; baloncesto, 55; hockey sobre hielo, 39; boxeo, 19; carreras de caballos, 11; carreras de motos y coches, 10; golf, 4; fútbol, 3; lucha libre, 3; atletismo, 2; tenis, 2, y deportes aéreos, 2 (Guttmann, 1986: 162). Lewis no precisa con claridad su definición de (<incidente» ni los criterios empleados en la construcción de su análisis. Por tanto, es imposible sacar conclusiones sobre la escala y seriedad de los hechos que narra. Tampoco cita las descripciones de los periódicos que detallan lo que los receptores percibieron como propio de casos particulares. Sin embargo, los tipos de alborotos violentos del público en acontecimientos deportivos en Estados Unidos quedan reflejados en el siguiente informe de un partido de fútbol americano en el Schaefer Stadium, Foxboro, Massachusetts, el 18 de octubre de 1977:

El partí do empezó a las 9 de la noche.., pero los hinchas habían empezae o a beber horas antes de camino alSchaefer Stadium y en elaparca. miento fiera del complejo deportivo de Foxboro, Massachusej-z’s, Al llegar la hora del partido, todos los partí czfpantes —los New EnglandPatrjots, los New York Jets, los ABCMonday Nzrht Crewy e/público— esta ban preparados para la acción. Y hubo para dary tomar, Mientras los Patriots apalizaban a los Jets, 41-7, los exultantes fans se volvieron contra todos, contra la policía y saltaron al campo. El partido fue interrumpido media docena de veces cuando once alborotadores, perseguidos por los guardas de seguridad, saltaron alcéspedari-ificial Veintiún f nsfieeron arrestados por su conducta escandalosa, dieciocho quedaron bajo custodia por emborracha rse en público, dos fueron multados por lanzar objetos, dos por agresionesy uno por posesión de un arma. Unfan robó a otro la silla de ruedas y Ji4e arrestado por hurto. Treinta espectadores terminaron en el hospital con cortes y magulladuras, uno apuñalado y dos murieron de ataque al corazón. El policía Tom Blaisdeli de Foxboro sufrió luxación de mandíbula y una conmoción y mientras un sherff’loca1 administraba la reanjmacjón boca a boca a una víctima de una insuficiencia coronaria en las gradas, unfan bebido orinó sobre los dos. Fue un partido duro —dijo e/jefe de la policía de Fox/,oro, John Gaudett, mientras revisaba el registro por la noche—, pero los he visto peores. (Greenberg, 1977: 217) Tal vez no deje de tener importancia que el jefe de la policía de Foxboro dijera que había visto incidentes peores. Además, como el comportamiento de los alborotadores en este caso parece estar relacionado con la victoria del equipo local, parece razonable llegar a la conclusión de que fue un ejemplo de lo que podría denominarse un «incidente celebrático» Que los desórdenes deportivos en Estados Unidos no se producen sólo en el contexto inmediato de los partidos lo sugieren los hechos descritos en The Times que se produjeron en Pittsburgh, Pennsylvania, en 1971, tras el triunfo de los Pittsburgh Pírates en la fina] de la serie mundial de béisbol de aquel ano:

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Una extraordinaria orgía de destrucción, saqueos y excesos sexuales se apoderó de Pittsburgh, Pennsy/vania tras la victoria de/equipo de béisbol de los Pittsburgh Pirates... Durante casi JO horas de locas celebraciones con bebida por toda la ciudaa hombres y mujeres hicieron e/amor enpúblico o iban desnudos. Más de 100 personas sufrieron heridas y Otros 100 fueron arrestada.ç. Unas 30 tiendas fueron saqueadas y otras 30 sufrieron desperfectos. Se produjeron dos asaltos sexuales a la vista de cientos de fa nr

exultantes que, según testigos visuales, vitorearon a los asaltantes y no intentaron ayudar a ¡as victimas. Hubo tiroteos aislados durante todo el día y uno de los ingresadas en el hosp ita/fue un hombre de mediana edad con herida de baja. (The Times, 19 de octubre de 1971) Young se refiere a estos desórdenes como incidentes tras el partido. La siguiente lista (proporcionada por Kevin Young) nos da una idea de la frecuencia y alcance geográfico de su asiduidad desde finales de la década de 1960: octubre de 1968, Detroit; octubre de 1971, Pittsburgh; enero de 1975, Pittsburgh; noviembre de 1983, Toronto; octubre de 1984, Detroit; mayo de 1986, Montreal; noviembre de 1986, Hamilton, Ontario; junio de 1990, Detroit; junio de 1992, Chicago; febrero de 1993, Dallas; junio de 1993, Montreal; junio de 1993, Chicago, y junio de 1994, Vancouver. Los deportes implicados fueron béisbol, baloncesto, hockey sobre hielo y fútbol americano. Hubo un fallecido en Detroit en 1984, ocho en la misma ciudad en 1990, dos en Chicago en 1993 y uno en Vancouver en 1994. Hubo más de mil arrestos en Chicago en 1992 y murieron dos oficiales de policía por arma de fuego y se declararon catorce incendios. Vale la pena saber algo mis sobre los altercados de Vancouver en 1994. Se calcula que unas 70.000 personas estuvieron implicadas, aunque, según cálculos de la policía y los medios de comunicación, sólo unos pocos del 1% del total participaron directamente en los altercados. La media de edad de los alborotadores fue 19,7 años. Másdel 80% fueron hombres yen torno a la mitad de los detenidos estaban en ¿ paro. Se necesitarían nuevas investigaciones para determinar si este perfil social es propio de los participantes en altercados celebráticos en Norteamérica. El informe de 12 muertos en esta selección de altercados en Norteamérica queda empequeñecido por las cifras de las muertes en el fútbol europeo que se produjeron en Heysel (39) y Bradford (55) en 1985 y en Hillsborough (96) en 1989. Sin embargo, de éstas, sólo la tragedia de Heysel estuvo directamente relacionada con los hoolingans y, aun en ese caso, e1 derrumbe de una pared fue un factor que contribuyó a que se produjeran tantas muertes.5 Y a pesar del machismo y sexismo de muchos de los fans, en el fútbol europeo no suele haber violaciones ni asaltos sexuales asociados al hooliganismo. Un estudio sobre las festividades de la Grey Cup realizado por Listiak y sus colaboradores en Hamilton, Ontario, en 1976 arroja luz sobre aspectos que podríamos llamar la tradición norteamericana de los «altercados celebráticos». Aunque a veces en Estados Unidos participan los mismos equipos, la Grey Cup es el

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equivalente canadiense de la Super Bowl. Listiak y sus colaboradores compararon el comportamiento presenciado en unos cuantos salones de clase media con lo que vieron en los bares de clase baja de Hamilton cuando la ciudad acogió la final de la Grey Cup. Describieron el comportamiento de los salones de clase media como sigue: El ambiente & estos establecimientos estaba muy cargado con un alto grado de comportamiento gregario y conducta prepotente, y el nivel de esta legítima desviación continuó aumentado a lo largo de la tarde mientras se apuraban las rondas. Gritos y vítores espontáneos junto con el uso de bocinas se oían en distintas partes del bar, compitiendo.., en volumen... Los hombres mostraban su camaradería regada con alcohol y mediante continuos espaldarazos y otras man&staciones de amistad. El alcohol espoleaba el estallido de peleas esporádicas. (Lisriak y cols., 1976: 416) Por el contrario, el escenario de los bares de clase baja puede describirse como normal. Es decir, «no pasaba una hora sin que hubiera peleas de mayor gravedad». Guttmann comenta sobre esta diferencia que: Las peleas... en los salones eran acontecimientos poco habituales asociados con un tzo especial de celebración donde las pendencias eran normales... Es probable que las personas en desventaja de la sociedad tiendan a man)star sus frustraciones con formas directas de desviación mientras las aventajadas aprovechan mejor las oportunidades festi vas de las cele braciones institucionalj,as Como elfiutbol americano combina elementos primitivos con la complejidad sofisticada del juego de equipo y la estrategia, parece muy adecuado por sufrnción dual como modelo de organización social moderna y... una ocasión para liberar los atavismos. (Guttmann, 1978: 135) Esta conceptuaiización es perspicaz pero sociológicamente problemática. Es dudoso que los propietarios y trabajadores de los salones de clase media consideren como legítimas las peleas regadas con alcohol ylos cristales rotos que suelen acompañar este comportamiento escandaloso. Por esta razón, el término «desvío tolerado», que sugiere que el comportamiento escandaloso es aceptable en ciertas ocasiones siempre y cuando no se traspasen ciertos límites, es más adecuado para describir la forma del comportamiento de la clase media ejemplificado aquí. (Creo que las «peleas regadas con alcohol», asumiendo que sean «reales» y no «pantomimas», con toda probabilidad están traspasando esos límites.) Estos autores tampoco destacan lo que se observó en los salones y bares respecto a las variaciones de clase social sobre un tema común, las normas patriarcales de la masculinidad, que siguen operando en Norteamérica a pesar del éxito limitado de las feministas en su desafio y el hecho de que proporcionalmente allí asisten a acontecimientos deportivos más mujeres, al contrario de lo que sucede en Europa. Tampoco supieron ver que, con independencia de la clase social, el jugar, poner a prueba y en este sentido desviarse de las normas parece ser un ingrediente común de muchas formas de la sociabilidad y el ocio (ver capítulo 1). Y lo que es más importante, la idea behaviorista de Guttmann de que las desviaciones surgen

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únicamente de la frustración obvia del hecho de que, de nuevo con independencia de la clase social, suele expresarse una búsqueda hedonista de la diversión mediante una desviación social. Este parece ser sin duda el caso del hooliganismo en el fútbol europeo. Concluiré este capítulo comparando las formas de violencia de los espectadores deportivos de Norteamérica con el hooliganismo en el fútbol europeo. Comparación de la violencia en el fútbol del público deportivo norteamericano con el hooliganismo Los tipos de violencia de los fans deportivos surgen básicamente de la frustración observable en el fútbol y otros deportes de Gran Bretaña. Los ejemplos son desórdenes desencadenados por la pérdida de un partido importante cuando el ambiente está muy caldeado o los fans están disgustados con la forma en que se dirige el club. Esto último también pasa en Norteamérica. Un ejemplo reciente ocurrió en diciembre de 1995, cuando los fans de los Cleveland Browns se alborotaron al saber que el dueño del club, Art Modeli, iba a llevar- se el club a Baltimore, y arrancaron los asientos de las gradas yios arrojaron al terreno de juego (lndependent, 19 de octubre de 1995). También se ven altercados celebráticos en Inglaterra, aunque suelen darse en menor escala. En Inglaterra, los desórdenes de este tipo no suelen pasar de incursiones en el terreno de juego que no son violentas, aunque a veces terminan siéndolo si las autoridades responden en exceso. Sin embargo, el hooliganismo en Europa no suele adoptar ninguna de estas formas, sino que más bien se compone de grupos de adultos jóvenes y adolescentes varones que han elegido el fútbol como un contexto para luchar. Para ellos, la capacidad y disponibilidad para la lucha, la expresión del valor, la dureza y el vigor fisico en una confrontación, por lo general, pero no siempre contra fans igualmente motivados que apoyan al equipo rival, junto con el despliegue de lealtad hacia los compañeros, son aspectos que despiertan emociones y alimentan el ego y, por tanto, son placenteros. Al buscar pelea e iniciarlas, estos varones contravienen las normas dominantes de la masculinidad que ponen el acento en saber defenderse pero no en comenzar peleas.

El clima machista general del fútbol inglés parece ser una razón de que estos varones hagan del fútbol y otros deportes un campo de batalla para sus «juegos bélicos» (ver capítulo 6). Desde la década de 1950 los desplazamientos a campo contrario suelen llevar a los odiados y despreciados rivales a la propia ciudad, dando una excusa para el ataque. De igual modo, el viaje a otra ciudad para apoyar al equipo proporciona oportunidades para invadir otras ciudades o localidades. Para estos fans, el riesgo supone un aliciente más por la posibilidad de una confrontación con los fans rivales. Otro aliciente es que sus actividades son desaprobadas e ilegales, y atraen a la policía. La búsqueda de emociones placenteras y prestigio egocéntrico en el ámbito del fútbol —muchos de estos varones obtienen un placer positivo y un sentimiento de

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reafirmación al ser definidos por los medios de información y otros representantes de la sociedad «respetable» como «diablos» o temidos y odiados sujetos «fuera de la ley»—, lo cual explica por qué se comprometen tanto en estas actividades violentas en el ámbito del fútbol y por qué es difícil sacarlos de ese ambiente. Las peleas en los partidos actúan como un estímulo y están muy bien consideradas en su escala de valores. Entre los hábitos y valores básicos de estos varones está su adhesión a un estilo de vida masculino y agresivo. Sus hábitos, normas y valores se parecen en muchos aspectos a los de las pandillas callejeras de Estados Unidos descritas en la rica bibliografia sociológica que se inició sobre todo con Thrasher (1936) en la Escuela de Chicago. El comportamiento de los hooligans del fútbol inglés parece ajustarse en muchos aspectos al hedonismo actual descrito por Cohen (1955). En resumen, el hooliganismo en el fútbol puede considerarse en parte como la usurpación de un deporte profesional por equivalentes estructuralmente generados de las bandas callejeras. El gobierno, los dueños y encargados de los clubes y el personal a cargo a nivel nacional del fútbol inglés no han tenido éxito hasta el momento en sus intentos por eliminar el problema de los hooligans. Lo mismo sucede a grandes rasgos en Europa. Las autoridades tienen más o menos éxito, mediante una presencia policial tremenda durante los días de los partidos y mediante una batería de controles, para poner las cosas difíciles —aunque siempre imposible— a los hooligans y que no se peleen dentro de los estadios. Sin embargo, no han conseguido desvincularlos totalmente del contexto deportivo. ¿Sería muy atrevido sugerir que e1 hooliganismo en el fútbol inglés es como si las bandas callejeras de, digamos, Los Angeles, Chicago o Nueva York hubieran elegido el fútbol americano o el béisbol como ámbito en que luchar y usurparan grandes secciones del espacio físico y social ocupado por estos deportes? Que las bandas de Estados Unidos se han visto en ocasiones implicadas en actos de violencia deportiva se deduce de la investigación pública sobre los al-

tercados que se produjeron en Detroit después de la final de la Serie Mundial de 1984 y donde se halló que los actos no habían sido protagonizados por los fans de béisbol, sino por lo que definieron como «chicos de la calle» (William, 1986: 8). Como en la investigación no se menciona que los «chicos de la calle» fueran en busca de los fans del equipo contrario ni asistieran al partido, parece que los altercados de Detroit de 1984 sólo recuerdan superficialmente el hooliganismo futbolístico «al estilo inglés». Los «chicos de la calle» se aprovecharon presumiblemente de un «altercado celebrático» para robar, saquear y atracar. Que los saqueos son un rasgo afin a los desórdenes deportivos norteamericanos se deduce de lo que el alcalde Daley dijo al comentar los desórdenes de Chicago en junio de 1992: «Cuando la gente tiene una excusa para practicar saqueos, lo hace» (Chicago Herala 16 de junio de 1992). Que a veces hay cierto grado de premeditación, coordinación y planificación lo confirma un informe sobre los desórdenes de Montreal en 1993 donde se habla de

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«grupos organizados de saqueadores que aprovecharon la celebración de la Stanley Cup como pantalla para sus actividades» (Globe andMaiL 12 de octubre de 1993). Al comentar los altercados de Vancouver de 1994, un periodista escribió en el mismo periódico: «La policía confirma que los saqueadores más activos llevaban teléfonos celulares para avisarse sobre los mejores sitios para robar, pero niegan que el caos fiera dirigido por criminales» (Globe and MaiL 3 de noviembre de 1994). Esto confirma el grado de organización en tales altercados, pero sugiere, al contrario de la creencia tan extendida en Norteamérica, que no hay implicada una conspiración criminal. Los saqueos también forman parte del hooliganismo en el fútbol inglés; sin embargo, las similitudes entre éstos y los altercados celebráticos de Norteamérica parecen acabarse aquí. Vale la pena estudiar por qué no han surgido en el deporte norteamericano desórdenes del público tipo hooligan con cierto grado de importancia. En común con otras sociedades industriales de Occidente, Estados Unidos y Canadá cuentan con deportes potenciados por la publicidad y con un público masivo, algunos de los cuales, en especial el béisbol, el fútbol americano y el hockey sobre hielo, tienen un pronunciado grado de machismo. Estados Unidos también cuenta con una tradición arraigada de bandas callejeras, y la norma dominante de la masculinidad —la imagen de John Wayne— acentúa la importancia de saber luchar y defenderse. ¿Por qué, pues, no surgen desórdenes entre el público deportivo similares al hooliganismo en el fútbol? Sólo estudios sistemáticos pueden dar una respuesta definitiva a esta pregunta. No obstante, es posible especular sobre posibles razones. El estudio de Listiak y sus colaboradores parece proporcionar algunas claves. Listiak y sus colaboradores hablan del ambiente cargado en los bares de clase media de Hamilton durante el partido de 1976 de la Grey Cup. Por el contrarjo, el ambiente que él y sus colegas detectaron en los bares de clase baja era mis apagado. Esto sugiere un nivel de interés inferior en el partido entre estos canadienses de clase baja que entre sus homólogos de clase media. Tal vez se ponga de manifiesto por el hecho de que vieron el partido por televisión pero no acudieron al estadio. Esto sugiere que tal vez las clases bajas de Canadá y Estados Unidos estén más excluidas, por ejemplo en materia de dinero, y se mantengan apartados voluntariamente de los deportes nacionales, en particular respecto al hecho de acudir como espectadores, que sus homólogos británicos. Por lo que a los negros se refiere, el perfil alto obtenido por las estrellas negras durante los últimos años, junto con las oportunidades de acceder a la universidad que proporcionan los entrenadores que acuden a los institutos de los guetos en busca de jóvenes promesas, tal vez haya contrarrestado esta tendencia, favoreciendo el mito de que para los negros el deporte es un camino de ascenso social de grandes proporciones, y no sólo para unos pocos. Sin embargo, aunque asumamos que pueda demostrarse de forma empírica, este patrón de exclusión y autoexclusión de los deportes nacionales por parte de grupos distintos a los negros tal vez esté

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relacionado con las peculiaridades de la formación de los estados de EE.UU. Más en concreto, el mis alto nivel del estado del bienestar de Gran Bretaña, junto con la tradición de la intervención del estado para compensar los caprichos del mercado libre —los cuales sobreviven, aunque han sido recortados en gran medida por la aplicación de la política del thacherismo Qy el nuevo partido laborista?) desde 1979— tal vez ayuden a integrar más secciones de la clase trabajadora dentro del ámbito nacional, con lo cual se los incorpora más en el deporte y el fútbol. Por el contrario, las políticas estatales y federales de Estados Unidos, basadas en mayor grado en los valores del laissez-faire, pueden haber provocado que una mayor proporción de miembros de las clases bajas no hayan adoptado los valores dominantes y, por consiguiente, estén menos integrados en los deportes nacionales. Una consecuencia es el mayor aislamiento del deporte profesional norteamericano de los patrones de lucha de las clases bajas. Lo que es más cierto es que el elevado precio de las entradas para acudir a los estadios de Norteamérica actúa de freno a la asistencia de las clases más bajas. Además, las largas distancias entre los equipos y las ciudades parecen inhibir la asistencia de los fans (Coaldey, 1998). En cualquier caso, la asistencia a otras ciudades no parece constituir parte central de la cultura deportiva de Norteamérica como lo es en Gran Bretaña y Europa. Como resultado, los fans de otros equipos —un grupo de extraños fáciles de identificar, un enemigo o diana bien visibles— no se ven tanto en los partidos. Finalmente, como Young (1988: 371) ha sugerido, la falta relativa de una prensa nacional en Estados Unidos y Canadá6 y el hecho de que aparezcan más crímenes importantes en televisión supone que los incidentes deportivos vio-

lentos tienden a aparecer en los informativos locales, lo cual ayuda, por una parte, a mantener la idea general de que el ámbito deportivo no tiene este tipo de problemas y, por otra, que desde el punto de vista de los «hooligans» deportivos los deportes se devalúan como un lugar «emocionante para la acción». Sin embargo, hay pruebas que sugieren que, si la costumbre de viajar regularmente a los campos contrarios quedara establecida en el deporte norteamericano y los incidentes leves fueran recogidos por la prensa sensacionalista, se institucionalizaría con facilidad un patrón belicoso muy similar al del hooliganismo en el fútbol. Como dejé constancia en el capítulo 6, durante la década de 1980 los fans del sur más próspero de Inglaterra a menudo provocaban a los rivales del norte menos próspero agitando fajos de billetes de 5 y 10 libras mientras cantaban: «No volveréis a trabajar». De forma parecida, en los partidos de fútbol americano universitario de Tejas, los padres de los equipos «blancos» suelen provocar a los jugadores y aficionados de los equipos de ascendencia mejicana gritando: «Vais a trabajar para nosotros» (comunicación de Roger Rees, Universidad de Adeiphi). No es dificii imaginarse este patrón trasladado al ámbito de los deportes profesionales si se presentara la posibilidad con regularidad.

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También sé que en ci ámbito norteamericano son habituales las peleas antes de los partidos cuando es posible viajar para apoyar al equipo en el caso de que las distancias sean relativamente cortas, por ejemplo, en los enfrentamientos entre los Green Bay Packers y los Minnesota Vikings. Sin embargo, ci mejor ejemplo que he encontrado de peleas habituales en el ámbito del deporte norteamericano lo proporciona Hunter S. Thompson (1979). Al comparar el fútbol americano durante las décadas de 1960 y 1970, escribió: Elfitbol americano profesional está haciéndose viejo. Hace 10 años era un vicio de moda y exclusivo. Recuerdo cuando fiú a mi primer partido de los 49ers en 1965 con 15 cervezas en una nevera portdtily una pipa llena de hachís de mala calidad. Los 49ers seguían jugando en el estadio de Kezar, un edificio viejo y gris en el extremo oeste de la calle Haight en el Go/den Gate Park. Nunca había puestos de bebidas, pero los 30.000 habituales eran grandes bebedores y al menos 10.000 de ellos acudían con el único motivo de armar follo’n... Antes de que terminara la primera parte, el estadio parecía una casa de locos borrachos y todo el que no pudiera aguantarse siempre podía ir bajo las gradas o intentar iral meódromo por a puerta de salida; siempre había unos cuantos borrachos apostados para pegar a cualquiera que lo intentara... y al término del tercer cuarto de cualquier partido, frera cual frere el tanteo, siempre había dos o tres refriegas que provocaban la intervención de la poli para despejar secciones enteras de las gradas. (Thompson, 1979: 84)

Resulta interesante que Thompson describiera este patrón como llegado a su término cuando los 49ers se trasladaron a Candlestick Park y se doblaron los precios de las entradas, con lo cual el público pasó a estar formado por «una panda de adinerados compuesta de médicos, abogados yflíncionarios de la banca que se pasaban todo el partido sentados sin hacer ni un ruido» (Thompson, 1979: loc. cit.). Fuera o no un cambio deliberado, se parece al intento menos exitoso realizado en el fútbol inglés, sobre todo cuando los «nuevos hombres de negocios» (King, 1995) asumieron el control de los hilos del juego durante la década de 1980 para abordar el problema del hooliganismo en el fútbol haciendo que subiera la cotización del deporte. Sin embargo, sea o no así, el ejemplo de Thompson apunta la existencia de un «hooliganismo» en el ámbito deportivo de Estados Unidos, lo cual sugiere que, dado el aumento de la cobertura del comportamiento del público en los partidos fiera de casa, es posible que surja con facilidad un equivalente más directo del hooliganismo del fútbol. En este capítulo he revisado cuanto he encontrado en fuentes secundarias sobre los patrones de la violencia del público deportivo en Estados Unidos y Canadá. Estoy seguro de que mi falta de familiaridad con las sociedades norteamericanas y su cultura deportiva me habrán llevado a cometer errores. Lo cual no significa que piense que no los cometo al escribir sobre el deporte en Inglaterra. Es simplemente infravalorar el hecho de que creo que sería una empresa interesante realizar estudios

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comparativos sobre los patrones de la violencia del público deportivo de Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos. Los razonamientos que he presentado en este capítulo tienen por finalidad crear la base para estos estudios. Si estoy en lo cierto, la teoría de Elias sobre los procesos civilizadores aportará mejores líneas de acción que la teoría de la violencia de Marsh.

8 EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL El caso de Estados Unidos

Introducción

En 1989, Susan Birreil llamó la atención sobre lo que ella denominó «elenfi. que ateórico sobre las relaciones raciales que ha caracteriza4o las obras sobre el deporte de muchos estudios eruditos». También recalcó la correspondiente falta de «un análisis crítico y sofisticado de las relaciones raciales», situación que detectó tanto en los estudios sobre el deporte como en las disciplinas afines (Birreli, 1989: 223, 213). Estoy de acuerdo con el diagnóstico de Birrell y trataré en este capítulo de aportar mi granito de arena para remediar esta deficiencia. Intentaré sentar las bases de un conocimiento sociológico, procesal y figuracional del papel desempeñado por el deporte en las relaciones raciales y, recíprocamente, de algunas formas en que el deporte ha sido configurado por las desigualdades y luchas entre los llamados grupos raciales. Este análisis comprende dos tareas básicas: primero, la conceptualización de las relaciones raciales como una cuestión fundamentalmente de poder, y segundo, el estudio de las condiciones sociales en las que el deporte puede convertirse en una fuente de poder. Daré ejemplos de esta conceptualización mediante un análisis histórico y evolutivo de la raza y el deporte en Estados Unidos. Según Birrell, el tema dominante de los estudios raciales en la sociología del deporte hasta la fecha ha sido el de los «deportistas negros» (Birreil, 1989:213). Entre las limitaciones que ello implica —afirma la autora— está el hecho de que «la clase social queda casi oculta por completo por la lectura de “raza” como “raza/clase social’ y por dejar que el análisis se centre en ello. Generamos, por tanto, una imagen en la que raza y deporte son homogéneos e indferenciaaos» (Birrel, 1989:

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214). Aunque reconoce su fuerza, Birrell sigue criticando la preponderancia en el campo de los estudios sobre la «centralidad» y la «relegación». Escribe la autora: seguimos elaborando estudios sobre la centralielady la relegación, no por su importancia teórica, sino porque los datos están allí. Hace 20 años estos estudios aportaban un conocimiento mayor sobre la estratificación socialpor

la raza, y sorprende saber que estos patrones persisten hoy en día, pero no hay noticias teóricas en esta tradición. Es imperativo pasar a cuestiones de mayor peso. En el pasado nuestro enfo que consistió en ratificar que existe el racismo y preguntarnos qué efecto tiene la pertenencia a una raza o grupo étnico concretos sobre laparticzpación deportiva. Un enfo que más proflíndo requiere concebir la raza como un elemento de origen cultural que genera una relación concreta de poder, exige ver la identidad racial como una lucha, y preguntarnos cómo se producen y reproducen las relaciones raciales a través del deporte. (Birrell, 1989: 214) Estoy de acuerdo con Birrel respecto a la originalidad y valor del trabajo en la tradición sobre la «centralidad/relegación».’ Sin embargo, iría más allá de las críticas que constituyen su impulso central y sugeriría que, debido al hincapié excesivo en las estructuras deportivas per se más que en las interrelaciones entre los deportes y los contextos sociales más amplios en los que se organizan, juegan y observan, tal trabajo ha dado por garantizados estos contextos más amplios. Como resultado, el trabajo sobre la centralidad y la relegación ha dejado sin estudiar los mecanismos, a menudo profundos, en los que estos contextos más amplios han adquirido un carácter racial con el tiempo (Small, 1994)2, así como las condiciones en las cuales se producen procesos de al menos una «desracialización» parcial. También estoy de acuerdo con Birrell en lo referente a la raza y el poder. Aunque también me centre en los deportistas negros de Estados Unidos, conceptualizaré la «raza» como una forma específica de relaciones de poder. También trataré de ir más allá que Birrel, conceptualizando la capacidad deportiva como una fuente en sí de poder en condiciones específicas, y trataré de trazar empíricamente algunas de las repercusiones de tal conceptualización. Para conseguirlo, primero de todo expondré unos cuantos comentarios críticos y generales sobre lo que pueden considerarse métodos anticuados de enfocar la raza y las relaciones raciales, a saber, los trabajos de: Lockwood (1970), Warner (1949), los asociados de Warner Alison Davis y los Gardners (1941) ye! de Frazier (1962). He optado por centrarme en estos autores porque es posible que su obra me permita hablar de algunos aspectos olvidados recientemente sobre las relaciones raciales. Dado que entre los enfoques anticuados el más sofisticado teóricamente es el de Lockwood, comenzaré con una crítica de sus planteamientos. Como procuraré demostrar, este autor comparte mi punto de vista sobre la inaplicabilidad de las teorías sobre la clase social y la estratificación a los problemas raciales. Sin embargo, mientras que Lockwood se centra solamente en la posibilidad

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de que pueda derivar de la especificidad o carácter único de las relaciones raciales, lo que trato de sugerir es que la especificidad de las relaciones raciales es más aparente que real, prueba de lo inadecuado de las teorías de la estratificación en sus formas actuales más que el carácter único de la desigualdad racial como forma de estratificación. En el contexto de este debate, introduciré aspectos de la teoría de Durkheim sobre la división del trabajo, sobre todo su concepto de la «solidaridad mecánica» (Durkheim, 1964) ylo emplearé en parte como un medio para reintroducir el concepto de casta. Tras esto, revisaré: (1) la teoría de Elias y Scotson sobre las «configuraciones de fo ráneos y arraigados» (Elias y Scotson, 1994); (2) el concepto de Elias del poder como una propiedad de interdependencias sociales polimorfa y generada figurativamente (Elias, 1978), y (3) la teoría de Elias sobre la «democratización funcional» (Elias, 1978). Luego trataré de aplicar empíricamente este cuerpo teórico con el fin de ejemplificar: (1) cómo el desarrollo de la sociedad norteamericana en los siglos XVIII y XIX implicó el surgimiento de una imagen que facilitó la perpetuación de la dominación extrema de los blancos sobre los negros, junto con la interiorización a nivel profundo de sus hábitos por muchos, si no la mayoría de estos últimos, de su propia «desgracia grupal» y, como corolario, del «carisma grupal» de los blancos; (2) cómo, incluso en el contexto de la esclavitud, la capacidad deportiva se convirtió en una de las pocas fuentes de poder al alcance de los negros; (3) cómo el desarrollo de la sociedad americana durante el siglo XX contribuyó a que hubiera un desvío ligero aunque detec— table en el equilibrio de poder entre estos grupos raciales de origen social a favor de los negros, lo cual trajo un cambio correlativo en los hábitos de un número cada vez mayor de negros, que tenían más confianza en sí mismos y mostraban «orgullo racial». Sugiero que fue este cambio en el equilibrio del poder entre razas lo que permitió a los negros norteamericanos rechazar cada vez más su estigmatización por los blancos —a nivel de las costumbres y la personalidad, así como en unas relaciones sociales más abiertas— y luchar de forma más abierta, sistemática y segura contra el dominio de los blancos, contribuyendo durante este proceso a la violencia racial y las protestas deportivas que estallaron en la década de 1960. También intentaré mostrar (4) cómo la capacidad deportiva de los negros, que se manifestó primeramente en las plantaciones de esclavos y durante su «reconstrucción», formó una fuente de poder que contribuyó a la expansión de la «burguesía negra». Y, finalmente, examinaremos (5) cómo los aspectos deportivos de este proceso social general —la formación de la burguesía negra norteamericana— no han sido totalmente beneficiosos para la mayoría de los negros.

Revisión de algunas viejas teorías sobre la estratificación racial A finales de la década de 1960, en gran medida por haberse reconocido el fracaso de otros enfoques sociológicos, en especial el funcionalismo normativo de Parsons

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(Lockwood, 1964), y con el fin de predecir la explosión racial en Norteamérica, se llevó a cabo un intento de trazar con exactitud la naturaleza de las relaciones raciales como un área específica de problemas sociológicos. El debate se centró en el grado hasta el cual pueden considerarse las relaciones raciales parecidas a otros tipos de estratificación social. Muchos norteamericanos, fueran de un credo funcionalista (Kahl, 1961), weberiano (Marx, 1969) o más marxista (Blauner, 1972), aceptaron más o menos explícitamente que las relaciones raciales eran una forma de relaciones entre clases o niveles sociales. Sin embargo, Lockwood despertó dudas sobre el consenso entre estos «extraños compañeros de cama», sugiriendo que hay límites al análisis de las relaciones raciales en términos de estratificación y clase. Esto, afirmó él, se debe en parte a que las desigualdades de clase surgen de la división del trabajo, pero las desigualdades raciales no (Lockwood, 1970: 57), en parte porque el racismo genera formas específicas de tensión entre clases y el alineamiento, dentro de grupos socialmente definidos como razas, con movimientos de protesta que comprenden patrones de identificación y unificación grupal entre distintas clases, y en parte porque el lenguaje se construye sobre connotaciones morales, estéticas y sexuales específicas de los colores (Lockwoocl, 1970: 59). Aquí lo que me preocupa son el primero y el segundo de estos temas,3 pues se relacionan de forma bien definida. El primero de los argumentos de Lockwood implica un fallo de apreciación de aspectos de la teoría de Durldieim sobre la división del trabajo, en concreto el núcleo de su desarrollo. Aunque la base principal del argumento de Durkheim es que la división del trabajo provoca la aparición de una «solidaridad orgánica» basada en «lazos de interdependencia» (Durkheim, 1 964), también afirma que este proceso sólo se produce a largo plazo, dando lugar en primera instancia a dos tipos de solidaridad en las que se mezclan formas orgánicas y mecánicas. Además —propone él— ha habido una tendencia histórica a que la división cada vez mayor del trabajo se correlacione con el declive de la «casta» (Durkheim, 1964: 378). No creo que Durkheim diga tal cosa explícitamente, sino que se da una forma de organización social en donde la solidaridad orgánica y mecánica se mezclan cuando la sociedad se divide en «castas raciales». Esto se debe a que los alineamientos raciales se basan más en «parecidos» específicos de origen natural (p. ej., el color de la piel) o social (p. ej., las marcas de las castas hindúes, la estrella de David en el régimen nazi alemán) que en lazos de interdependencia es- 214

tablecidos mediante una división del trabajo. De ahí que según Durkheim sean mecánicos. Esto sugiere que el grado en que se producen los alineamientos raciales en las sociedades urbanas e industriales modernas es un indicador de que tales sociedades siguen en parte integradas mecánicamente. También se deduce que, por el grado en que las experiencias sociales de algunos grupos en tales sociedades llevan a sus miembros a estrechar lazos, total o parcialmente, según un tipo ideal de solidaridad

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mecánica, es decir, uniéndose casi o enteramente con los «que son como ellos», tales grupos podrían desarrollar formas extremas de identificación y creeencias raciales. Ejemplos de ello son los blancos pobres en comunidades rurales o semirurales mezcladas racialmente, los estratos más pobres de la clase trabajadora en zonas industriales y urbanas de países multiétnicos y los individuos de clase media y media-baja de tales sociedades que tienen problemas para convivir con tal estado de ambigüedad y fracaso (Elias, 1996). Este tipo de gente tiende a tener experiencias de vida limitadas, un nivel bajo de estudios y sentimientos de frustración sobre lo conseguido en la vida y sus expectativas, lo cual los vuelve proclives ajuntarse con gente similar a ellos y a ser intolerantes con los recién llegados ylos extranjeros, otros a los que consideran distintos y, por tanto, una amenaza. Todo lo cual contribuye a que se dé un proceso doble (Elias, 1987) o un círculo vicioso a través del cual se refuerzan sus limitadas experiencias, intensificando su intolerancia, y así sucesivamente. Esto sugiere que, al contrario de lo que suele creerse, no sólo la ambigüedad de la posición social de estos grupos, es decir, su casta o clase social, favorecen la tendencia a asumir creencias y señas de identidad raciales, sino que también la solidaridad mecánica, o mejor dicho, segmentaria, establece lazos de similitud. Esta línea de análisis no tiene problemas para asumir la tendencia de estos grupos a generar conflictos dentro de su clase, es decir, conflictos con miembros de la misma clase social pero racialmente distintos. Es el corolario del grado de segmentación (mecánica) de sus lazos. Tampoco hay problemas para estudiar las identificaciones raciales entre clases sociales. Tales signos de identidad se establecen hasta tal punto que los miembros de distintas clases sociales están obligados por la fuerza del sentimiento racial a identificarse con otros miembros de su mismo segmento racial dentro de una sociedad más amplia, ya darse cuenta de lo que comparten, además de los intereses en conflicto, con los últimos. Ampliemos el uso del concepto de casta. El empleo del concepto de casta para describir una sociedad dividida racial- mente es una tradición que se remonta a Weber, quien sugirió que «la casta es.., la forma normal en que las comunidades étnicas... viven codo con codo de manera socializada» (Weber, 1946). Leach criticó esta tradición (1962) aunque —si tiene razón Bereman (1960)— sobre bases presumiblemente espurias. No es mi intención reavivar la controversia sobre la aplicabilidad transcultural de este concepto, pero la referencia a su empleo en la obra de Warner (1949) y Davis y los Gardners (1941) servirá para un propósito útil. Estos últimos describieron la estructura de la casta y la clase social en la que se considera una ciudad sureña típica de Estados Unidos, como en la figura 8.1. El hecho de que las líneas de la «casta», «raza» o «color» trazadas aquí no sigan el eje horizontal, sino que se desvíen hacia el eje vertical, representa un aspecto estructural social de cierta significación. Según Warner (1949), debió estar cerca del eje horizontal al término de la Guerra de Secesión, es decir, inmediatamente después de la emancipación de los esclavos. Desde esa época, se ha desviado en gran medida hacia el eje vertical por la estratificación interna de la casta negra; es decir, debido a

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la diferenciación de ios negros en clases alta, media y baja. Fzura 8.1 Líneas de las clases sociales y razas en el sur de EE.UU.

Negro Fuente Adaptado de Davis y cols. (194 1:10)

La importancia de este proceso, más en concreto la aparición de lo que Frazier (1962) llamó la «burguesía negra», descansa sobre todo en el hecho de que ha implicado el surgimiento de clases alta y media socialmente marginales, a ber, clases altas pero de casta inferior. Por supuesto, este fenómeno no ha pasado por alto (Davis y cols., 1941; Warner, 1949; Kahl, 1961). No obstante, hay algunos aspectos de importancia que se han pasado por alto, sobre todo el que haya implicado la aparición de las clases sociales alta y media, entre las cuales hay segmentos de potencial políticamente radical, en concreto, grupos de clase media y alta donde, aunque la mayoría de sus miembros no sean radicales en sus creencias y afinidades políticas generales, tienden a serlo en lo que respecta a las implicaciones para la estmctura y dinámica de la estratificación racial. Por ejemplo, aunque no todos los miembros de la burguesía negra de Estados Unidos formen parte de las organizaciones de protesta racial como la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), la mayoría de estas organizaciones fueron fundadas por miembros de la burguesía negra (por supuesto, en consorcio con blancos simpatizantes). De forma parecida, la mayoría de los miembros de las organizaciones negras de protesta de Estados Unidos son burgueses negros, y de esta cantera (otra vez de la mano de algunos «liberales» y «filántropos» blancos) procede el grueso de los dirigentes, fondos y experiencia política, legal y organizativa de estas organizaciones. Además, debido a que los miembros de la burguesía negra desempeñan su vida laboral en «primera línea» (Goffman, 1959) de instituciones racialmente integradas como los bancos —por ejemplo, de gerentes y cajeros—, los blancos se ven obligados a convivir en grado de igualdad cuando no de subordinación con los negros. Es decir, se ven integrados en relaciones orgánicas, o, para ser más exactos, funcionales con los negros, lo cual altera sustancialmente la estructura de estratificación respecto a las castas raciales. Apuntaré más adelante que la formación de la burguesía negra ha sido una de las fuentes principales del cambio en la relación de poder (Elias, 1978: 74 y sigs.) entre negros y blancos en Estados Unidos. Refleja lo que ha sido una fuente principal de lo que Elias (1978) llamó un grado de «democratización funcional» en las relaciones raciales de aquel país. Tal y como trataré de demostrar, también ha sido importante para transformar la estructura del deporte norteamericano trazada racialmente. Existen al menos dos razones por las cuales se puede haber pasado por alto la importancia de esta transformación estructural. Tal vez se deba a la preeminencia de los paradigmas nominalistas centrados en el individuo y las creencias asumidas por los sociólogos norteamericanos y al hecho correlativo de que, aunque hayan

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percibido las consecuencias de esta creciente inestabilidad entre clases sociales respecto al comportamiento entre castas —por ejemplo, las anomalías que se dan cuando negros de clases bajas y altas se mezclan con blancos de clase baja y alta (Kahl, 1961: 246-2477)—, no han sabido ver las consecuencias para la dinámica de la estratificación raciaL es decir, no han sabido apreciar la sociogénesis del cambio estructural. También podría derivar de la tendencia de los sociólogos a esperar que las clases sociales alta y media sean conservadoras, ylas clases bajas, o al menos secciones de ellas, sean políticamente radicales, suposición nacida del marxismo y de paradigmas parecidos, que tienden a conflindirse cuando se produce la intersección de las jerarquías de clase y casta, ya que en tales casos existe cierta tendencia a que las clases altas y medias de los negros adopten la conciencia de clase e imiten a sus congéneres blancos (Frazier, 1962: 112-126) y el hecho de que la jerarquía clasista de los negros de Estados Unidos es, en parte, una jerarquía dominada por la casta y el color. Es decir, existe una correlación inversa entre los negros norteamericanos respecto a la posición social y el grado de pigmentación de la piel, lo cual sirve de testimonio del grado en que han asumido los valores de los blancos dominantes (Frazier, 1962: 23-24). Sin embargo, aunque Frazier tuviera razón al subrayar estos hechos, es razonable suponer que su perspectiva, desde dentro, haya contribuido a infravalorar la propensión igualmente radical y las implicaciones del cambio generado estructuralmente por la condición marginal de la burguesía negra. La conciencia de clase y la aceptación de los valores blancos tal vez resulten lógicamente inconsistentes con el potencial radical, pero no son necesariamente incompatibles estructuralmente. Frazier admitió que las organizaciones con predominio de burgueses negros como la NAACP se caracterizan por el «radicalismo racial» (Frazier, 1962: 89), es decir, por la convicción en la igualdad de negros y blancos, si bien le cegó la tendencia anticomunista de la NAACP durante la década de 1950 (Frañer, 1962: 91) y el compromiso con los valores dominantes que esto implicaba, lo cual le llevó a infravalorar las consecuencias de tales organizaciones en la dinámica a largo plazo de las relaciones raciales. En resumen, parece haber caído en la trampa habitual de creer que una ideología y tendencia radicales son requisitos previos para que un grupo u organización contribuyan a la sociogénesis de cambios estructurales. Volvamos ahora a los aspectos relevantes del enfoque de Elias. Las configuraciones «de foráneos y arraigados» y la teoría sobre el poder de Elias La obra The Esta blished and the Outsiders (1965, 1994) de Elias y Scotson presenta un estudio realizado a finales de la década de 1950 y comienzos de 1960 sobre una figuración de subordinación-dominancia constituida por dos grupos

de la clase trabajadora en un barrio de Leicester, población en las Midlans de Inglaterra. Según Elias, estos grupos eran idénticos en cuanto a todos lós índices

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convencionales de estratificación social, difiriendo sólo en que el grupo de «arraigados» había vivido en la comunidad durante varias generaciones, mientras que los «foráneos» eran relativamente recién llegados. A pesar de todo, se podía detectar en las relaciones entre ellos toda una constelación de síntomas normalmente asociados con la opresión social y clasista. Esto llevó a Elias a preguntarse: ¿Qué... indujo a la gente que conformaba el primero de los dos grupos a considerarse... mejores y más distinguidos...? ¿Qué mecanismos de poder les permitían afirmar su superioridad y mirar a los otros por encima del hombro? Por lo generaL uno encuentra este tzo defigu ración en el entorno de las diferencias étnicas, nacionales ogrupales (como las existentes entre cíoses sociales)... Pero en Winston Parva todo el potencial de superioridad grnpaly desprecio se había generado entre dos grupos que sólo se diferenciaban por la duración de su residencia.... Se apreciaba que la «anttüechad» de’ la asociación.., era, de por sí, capaz de crear cierto grado de cohesión grupah identificación colectiva y comunidad de normas, lo cualpmnitía sentir una euforia gratificante unida a la conciencia de pertenecer a un grupo de mayor valor que siente desprecio por otros grupos. Al mismo tiempo uno podía ver las limitaciones de cualquier teoría que escplicara las diferencias de poder sólo en términos de posesión mono- polista de objetos inanimados, como armas o medios de producción, y que no tuviera en cuenta los aspectos figurativos de las diferencias de poder causadas únicamente por el grado de organización de los seres humanos involucrados... Sobre todo Lis difrrencias en el grado de cohesión interna yei control comunitario pueden desempeñar un papel decisivo en la mayor 10- lación de poder de un grupo respecto a otro... [En la pequeña comunidad de Winston Parva], la superioridad y poder del grupo más arraigado y antiguo eran en gran parte de este tipo. Se basaban en un alto grado de cohesión de las familias que se conocían de dos o tres generaciones, en contraJte con los recién llegados que eran extraños no sólo para los antiguos residentes, sino también entre sí. Gracias a su mayor potencial de cohesión y asu activación mediante el control social, los antiguos residentes consiguieron acaparar los puestos en las organizaciones locales... para la gente de su ciasey excluir con rotundidad a las personas que vivían en la otra parte y que, como grupo, carecían de cohesión... Por tanto, la exclusión y estigmatización de losforáneosporparte del grupo más arraigado Jieeron armas poderosas empleadas para mantener su identidad, afirmar su superioridad y mantener a los otros en su sitio. (Elias, 1994: XVII-)(VlII)

El poder del grupo de arraigados de Winston Parva dependía, según Elias, de que la «antigüedad» de su asociación les permitía establecer mayor cohesión respecto a los foráneos, muchos de los cuales eran extraños entre sí, lo cual, a su vez, les permitió monopolizar los puestos oficiales en las asociaciones locales. La mayor cohesión de ios arraigados respecto a los grupos foráneos —sugiere el autor— es un aspecto «puramente figuracional» y habitual de las relaciones de dominancia-subordinación.

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La crítica implícita de los enfoques marxista y similares la esgrime Elias explícitamente mis adelante. Reconoce el valor sociológico de lo que él llama «gran descubrimiento» de Marx, pero se muestra crítico con lo que considera la tendencia de algunos círculos sociológicos —que se dio probablemente con más fuerza en las década de 1960 y 1970— «a vera/final del camino del descubrimiento de las sociedades humanas. Se debería —añade— considerar más bien una man&stación de un comienzo» (Elias, 1994: X)UI). Luego prosigue diciendo: Ma,x.. descubrió una verdad importante cuando reparó en la distribución deszualde ¿os medios de producción y por tanto, en la distribución deszgualde los medios con que satisfacer las necesidades materiales de la gente. Sin embargo, se trataba de una verdad a medias. Presentó como el origen o raíz de la lucha entre las clases de poder superior e inferior la lucha por objetivos económicos como el asegurarse un suministro suficiente de alimentos. Y hasta la fecha la búsqueda de objetivos económicos, con todo lo e/4sti co y ambiuo que pueda ser el término económico, a muchas personas les parece e/objetivo básico y real de los grupos humanos en comparación con otros que parecen ser menos reales, sea cual fuere su significación. (Elias, 1994: XX)Ull) Elias no trató de negar que la teoría de Marx sobre la creación de clases supuso la generación de un tipo concreto de cohesión social, a saber, el implicado en la transformación de las «clases en sí» en «clases para sí» (Bendix, 1953: 30). Lo que él negó es que estos procesos sean universales sólo intrasocialmente y en relación con los medios de producción. Las formas económicas están social- mente estructuradas y a la vez son estructurantes pero —niega Elias— no están solas; otros aspectos de las configuraciones que, sobre todo en una era de incipiente globalización, tienen que entenderse intersocial y no sólo intrasocialmente como la formación de Estados, la amplitud y densidad de las cadenas de interdependencia y la relativa cohesión y equilibrio del poder entre grupos están igualmente estructuradas y determinadas y no dejan de ser menos reales. En circunstancias específicas, estos otros aspectos adquieren cierto grado de autonomía o incluso dominancia sobre los medios de producción. Es decir, en éste y otros aspectos de su obra, Elias rechazó la noción de las «seudoleyes» uni versale

de las relaciones entre «sectores sociales» (Elias, 1974). Coincide con esto su afirmación de que el grado en que los conflictos económicos asumen una importancia capital en una sociedad es en parte una función del equilibrio de poder entre grupos. Y escribió:

La supremacía de los aspectos económicos de los conflictos enin’ arraigados yforáneos es más pronunciada cuando e/equilibrio de poder entre los contendientes es muy desigual... Cuanto menos sea el caso, mayormente reconocibles serán otros aspectos no económicos de las tensiones y conflictos. Cuando los grupos deforáneos tienen que vivir en un nivel de subsistencia, e/peso de las ganancias supera en

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importancia cualquier otro requerimiento. Cuanto más se haya superado el nivel de subsistencia, más aumenta la renta y... más sirve de medio para satisfacer... otros requerimientos que el acallar las necesidades más materiales o elementales; mejor se hallarán los grupos en situación de apercibirse de... la inferioridad depodery nivel económico que padecen. & en esta situación en la que la lucha entre arraigados y foráneos deja de ser gradualmente, por lo que a estos últimos se refiere, una lucha por calmar el hambre y conseguir medios de subsistencia fisica, y se convierte en una lucha por la satisfacción de otros requerimientos humanos. (Elias, 1994: XXXII)

Como expondré más adelante, este análisis es sobre todo adecuado para las luchas por el nivel económico y el poder de la burguesía negra. La desigualdad racial como configuración entre arraigados y foráneos En cuanto a lo que a la raza se refiere, Elias demuestra que las relaciones raciales no son únicas como un tipo de estratificación social o, dicho en sus términos, una «figuración entre arrazgadosyforáneos». Pone en evidencia cuatro características comunes tanto a las relaciones intraclasistas de arraigados y foráneos del tipo estudiado en Winston Parva como a las relaciones interclasistas, interétnicas/racjales o de dominio-subordinación internacional, a saber: (1) la tendencia de los miembros de los grupos de arraigados a considerar a los foráfleos como «quebrantadores de la ley» y «alteradores del orden social», es decir, «anómicos» (Elias y Scotson, 1994: 177-181); (2) la tendencia de los arraigados a juzgar a los foráneos como la «minoría de peor clase», es decir, una minoría de foráneos que quebrantan la ley e infringen las normas; (3) la tendencia de los foráneos a aceptar la estigmatización impuesta por los arraigados, es decir, a asumir el «carisma grupal» del grupo dominante y su propia «deshonra grupal», y (4) la tendencia de los arraigados a considerar a los foimneos en ciertos aspectos como «impuros» (Elias, 1994: XIX y sigs.) Aquí me centraré en la cuarta de estas características comunes. Elias y Scotson demostraron que el grupo de arraigados de Winston Parva creía que las casas de los foráneos, en especial las cocinas, estaban todo menos limpias. Esto se parece —sugiere Elias— a la tradición que adquirió carta de naturaleza en Gran Bretaña en torno a la década de 1930 sobre el proletariado como «los que nunca se lavan» (Elias, 1994: XVII). También se parece a las nociones de «impureza» y «contaminación» que imperan en el sistema de castas de la india; al hecho de que los Burakumjn, una minoría de Japón, estén estigmatizados con el sambenito «Eta», que significa «inmundo», y a que nociones comparables se puedan asociar por lo general con las relaciones entre arraigados y foráneos basadas en diferencias raciales reales, es decir, fenotípicas y fáciles de apreciar, como el color de la piel u otras diferencias raciales supuestas mis que reales, por ejemplo, la diferencia entre los arios y los judíos en la Alemania nazi, que tuvo que reforzarse colgando a estos últimos la estrella de David en la ropa. Por tanto, es (o fue) creencia habitual entre los blancos norteamericanos que los

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negros eran «sucios, portadores de enfermedades, olían mal/y] era fisicamente desagradable relacionarse con ellos» (Allport, 1954: 258). La noción de lo supuesto en contraposición a las diferencias raciales reales (es decir, diferencias que tengan parcialmente una base biológica) puede ejemplificarse en la exposición de Elias sobre los Burakumin o «Eta» del Japón. Elias sugiere que una propiedad común de las configuraciones entre arraigados y foráneos es la creación de fantasías colectivas por el grupo dominante respecto al grupo subordinado. Aunque no haya diferencias genéticas detectabIes entre ellos, una de las fantasías colectivas de los japoneses dominantes sobre la minoría Burakumin —que parecen ser descendientes de grupos de clase baja o seudocastas relacionadas laboraimente con la muerte, los partos y la matanza de animales (Elias, 1994: XXIX)— es la idea de que estos últimos nacen con una señal de nacimiento azulada debajo de cada brazo. De esta forma se refuerza el estigma social impuesto por el grupo arraigado al grupo foráneo, que se transforma en la imaginación en un estigma material. Dice Elias: «Parece algo objetivo, algo impuesto por la natu lezao los dioses a los advenedizis. Ash el grupo estrgmatizAdor queda libre de toda culpa; no somos nosotros —se deduce de esta afirmación— quienes los hemos cargado con este estlgma, sino los pode res del mundo; este siguo los deszçna como de una clase inferior o maleantes».

EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL Y concluye: términos como «racial» o «étnico»... empleados en este contexto... de/a Sociología y... la sociedad son sintomáticos en buena medido de una acczO’i ideológica evitable. Al usarlos, se llama la atención sobre aspectos perif ricos de estas relaciones (p. ej., las dftrencias en el color de la piel) desviándola de lo central (p. ej., d2frrencias en la relación de poder yla exclusión de un grupo inferior de poder de los cargos de mayor poteuiCid e influencia). Dfi eran o no los grupos a los que uno alude cuando hab/a de «relaciones o prejuicios raciales» de sus raíces raciales y su aspecto lo destacable de su relación es que están ligados por lazos que confieren a Uflo de ellos frentes de poder muy superiores a las del otro, lo cual les permite excluir a los miembros del otro grupo e impedir que tengan acceso a los centros de poder y un mayor contacto con sus propios miembros, relegan- dolos así a la condición de advenedizos. Por tanto, aun cuando en estos casos existan difirencias en el aspecto fisico y otros aspectos biológic0 a/as cuales nos refrrimos como «racíales», la dinámica socíalde la relacion eII tre grupos considerados arraigados yforáneos está determinad4 por lafor ma en que se relacionan y no por ninguna de las características de cada grupo por separado. (Elias, 1994: XXXXXXI) La creencia errónea de que los negros son intelectualmente inferiores a los blancos, pero superiores físicamente en ámbitos como los deportes cOflSt1th1) una variante de las fantasías colectivas que Elias tenía presentes. Difiere margi nalmente de la

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mayoría de creencias de este tipo en que la fantasía de la inferioridad intelectual de los negros se basa, por lo general, en la espeCUlacb0 popular y en la observación seudocientífica de una «minoría de los peores» mientras que la creencia en la superioridad deportiva innata se basa en la especulación popular y en la observación seudocientífica de una «minoría de los mejores», es decir, de los deportistas de elite. Sin embargo, en la medida de mis conocimientos, esta variación no resta méritos a la aplicabilidad de las ideas de Elias al campo de la raza y el deporte. Por consiguiente, deseo emplear estas ideas como herramienta para explorar la forma en que, comenzando por una situación caracterizada por una virtual dominación total de los blancos sobre los negros en la cual la potencialidad deportiva lite la única o una de las ÚflK5 lidas para estos últimos, la dinámica a largo plazo del desarrollo social de Estados Unidos condujo, en especial durante el siglo XX, a la aparición& un figuración social en la que se aprecia un ligero pero detectable cambio en e equilibrio del poder racial, un cambio mis aparente en el campo del depore que en otros muchos ámbitos de la vida norteamericana. Sin tes abordar este tema, es necesario emprender un debate sobre los Conceptos de Elias de poder y democratización funcional. El poder como concepto sociológico Hasta la fecha las dos concepciones sociológicas dominantes sobre el poder han sido la de los marxistas y la de ios weberianos. En esta última concepción me concentraré a continuación, Según Weber, «por poder entendemos laposibiti dad de que un hombreo conjunto de hombres adquieran conciencia de su voluntadpor medio de una acción común, incluso contra la resistencia opuesta por otros» (Weber, 1946: 180). En otro punto ofrece la siguiente variación: «por poder se entiende cualquier oportunidad en una relación social de percatarse de la voluntad propia, incluso ante cierta oposición, independientemente de la base sobre la cual se apoye esta oportunidad» (Weber, 1972: 28; traducción mía del original en alemán). Fue esta idea del carácter relacional del poder la que hizo suya Elias. Y así habló de «equilibrios» o «relaciones de poder» y sugirió que: Desde su nacimiento, un bebé ejerce poder sobre sus padres, y no sólo los padres sobre el bebé Por lo menos el bebé tiene poder sobre ellos en cuanto le otorguen cualquier típo de valor. De no ser así, pierde su poder... Igualmente bipolar es el equilibrio de poder entre un esclavo y su amo. El amo ejerce su poder sobre el esclavo, pero éste también ejerce poder sobre el amo, en la medida en que ejerza más o menos frnciones, es decir, según su dependencia de él. En el caso de las relaciones entre padres y bebés, amos y esclavos, las posibilidades de ejercerpoderse distribuyen deforma muy irregular. Pero, tanto si las df’rencias de poder son grandes como pequeñas, siempre hay un equilibrio de poder cuando existe una interdependencia frncional entre personas... El poder no es un amuleto en posesión de una persona y no en el de otra; es una característica estructural de las relaciones humanas, de todas. (Elias, 1978: 74) Elias prosiguió vinculando explícitamente el concepto de poder al Concepto de

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interdependencia. Una solución más idónea a los problemas de poder que las ofrecidas por la sociología hasta la fecha —sugiere él—: depende de si el poder se entiende inequívocamente como una característica estructural de una relación... Dependemos de los demás; los demás de- penden de nosotros. Dependemos más de otros que al contrario, estamos más dirzgidos por otros que viceversa, ejercen máspodersobre nosotros, tan-

to si dependemos de ellos por el empleo de la fuerza bruta como por nuestra necesidad de ser amados o de adquirir dinero, prestaciones médicas, un nivel económico, un trabajo o, simplemente, emociones. (Elias, 1978: 93) Como nadie puede dirigir a otros sin tener poder para hacerlo, la alusión a «ser dirigido por otros» es tautológica.5 Pese a lo cual este diagnóstico es sociológicamente profundo. El mensaje de Elias es doble: (1) el poder es «polimorfo» e inherente a todas las relaciones humanas, y (2) la clave para comprender el poder radica en la interdependencia de las personas. Los ejemplos que aporta Elias en los pasajes que he citado se refieren todos a las relaciones «bipolares» o personales», aunque él tenía claro que los equilibrios de poder en las sociedades y las relaciones entre sociedades siempre son multipolares, es decir, comprenden configuraciones complejas de individuos y grupos interdependientes. Elias podría haber añadido que, en una sociedad en la que el deporte está muy valorado, el potencial deportivo es una fuente de poder positiva y que, en circunstancias específicas, puede emplearse en mayor o menor grado para borrar las desventajas de estigmatización racial, o incluso de esclavitud. Otra forma de decirlo sería afirmar que, en una sociedad en la que se valore el deporte, el potencial deportivo puede ser una forma de «poder encarnado», parte de la forma de ser de una persona que les confiere lo que Bourdieu (1984) llama «capital cultural». La teoría de Elias de la democratización funcional es inherente a este concepto del poder como derivado de la interdependencia. Postula que la transformación social, a la que suele llamarse con términos que denotan aspectos específicos como la «industrialización» o el «crecimiento económico», implica una transformación de toda la estructura social (Elias, 1978: 63 y sigs.). Sugiere que uno de los aspectos más significativos de esta transformación total es el surgimiento de «cadenas de interdependencia» más densas, largas y diferenciadas (Elias, 1994). Junto con esto, según Elias, se produce un cambio en las diferencias de poder decrecientes con y entre grupos, más en concreto, una cambio igualador hasta cierto grado en el equilibrio de poder entre gobernantes y gobernados, clases sociales, hombres y mujeres, generaciones, padres e hijos (Elias, 1978: 65 y sigs.). En el nivel más general —afirma Elias—, tal proceso de «democratización funcional» se produce cuando se da una creciente especialización. Esto se debe a que los titulares de roles especializados tienen oportunidad de ejercer distintos grados de influencia y control recíprocos.6 Los cambios de poder de los grupos

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especializados se potencian si consiguen organizarse, ya que así pueden emprender una acción colectiva para cortar las cadenas más amplias de interdependencia de las cuales dependen las sociedades modernas. Por estos conductos —según Elias—, la creciente división del trabajo y la aparición de cadenas más largas de interdependencia conduce a formas superiores y más uniformes de dependencia recíproca y, por tanto, patrones de influencia y control multipolares dentro y entre grupos. Es importante subrayar que he dicho «formas más uniformes de dependencia recíproca» y no formas «unfbrmes». El uso del comparativo es importante. Nuestra hipótesis versa sobre procesos de equiparación demostrables empíricamente, pero no trata de negar las grandes desigualdades que sigue habiendo o que han aumentado en ciertos aspectos en los últimos años. He llegado a un punto en que resulta inapropiado aplicar esta teoría al desarrollo de las relaciones raciales en Estados Unidos y a algunas formas complejas en las que el deporte se ha visto implicado durante ese proceso. El deporte en el proceso de estratificación racial en Estados Unidos Un informe figuracional de la aparición y subsiguiente modificación del patrón de las relaciones entre «arraigados y foráiieos», que se estableció entre negros y blancos en Estados Unidos, y que se centre en el papel desempeñado por el deporte en ese proceso, debe tratar de conseguir por lo menos tres cosas. Más en concreto debe demostrar; 1. La forma en que las relaciones entre negros y blancos llegaron al punto en que las oportunidades de optar al poder se concentraron en manos de los blancos, permitiendo que un elevado número los negros: (a) fueran explotados; (b) aceptaran en su mayoría su estigmatización como inferiores —por supuesto, siempre ha habido notables excepciones como la de Frederick Douglas—, y (c) fueran incapaces de oponer resistencia eficaz alguna al dominio blanco, en muchos casos como resultado de la aceptación a nivel profundo del carisma grupa! de los blancos y su propia desgracia. 2. La forma en que el desarrollo a largo plazo de Estados Unidos, más en concreto durante su gradual formación durante los siglos XIX y XX como la nación más poderosa del mundo, condujo, sobre todo por las luchas relacionadas con los procesos de democratización funcional, a un ligero cambio aunque no insignificante en el equilibrio de poder racial, permitiendo a los negros desembarazarse de su imagen negativa como etnia y luchar con eficacia y confianza en sí mismos contra el dominio blanco y su propia creencia en el carisma grupa! de los blancos. 3. Finalmente, la forma en que, en condiciones específicas, el potencia! deportivo, la capacidad, en parte herencia individual y en parte socialmente condicionada, para sobresalir en actividades reconocidas socialmente como

deportes se convirtió en una fuente de poder que permitió a algunas personas ganar prestigio, privilegios y —a veces pero no siempre— riqueza pecuniaria, lo cual les brindó la oportunidad de librarse en mayor o menor grado de las desventajas de

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poder inmanentes a su condición de miembros de un grupo racial supuestamente inferior y de hecho explotado. Períodos del desarrollo de las relaciones entre blancos y negros en Estados Unidos Puede decirse que las relaciones entre blancos y negros en Estados Unidos han pasado por tres períodos que se superponen: un período de esclavitud en las plantaciones; un período de castas de color, y un período de guetos urbanos. Durante el segundo período, continuó existiendo el patrón de dominio absoluto y la aceptación por parte de muchos negros —a menudo a nivel profundo de sus costumbres— de esa estigmatización de los blancos que los consideraban inferiores, período que se desarrolló primero en las plantaciones de esclavos. Sin embargo, en la figuración modificada que se desarrolló a partir de la abolición de la esclavitud (aunque sus raíces también pueden detectarse en parte en las relaciones sociales en las plantaciones de esclavos), comenzó la formación de una burguesía negra embrionaria o una clase media negra. De esta forma se inició una ligera variación en las relaciones de poder entre negros y blancos, si bien fue durante el período de los guetos urbanos cuando se produjo el cambio a largo plazo más significativo hasta la fecha en el equilibrio de poder racial en Estados Unidos. La expansión de la burguesía negra y, como parte de ésta, la presencia de la democratización funcional, ocuparon un papel central en este proceso. Como espero demostrar, en cada período del desarrollo de las relaciones entre blancos y negros, la explotación que los negros más dotados hicieron de su talento deportivo desempeñó un papel de cierta importancia, sobre todo al sumarse al estatus de la burguesía negra. Relaciones raciales durante el período de esclavitud en las plantaciones Una fuente de relativa ineficacia de los negros durante el primer período del dominio blanco en Estados Unidos fue el hecho de que se vieran trasplantados a la fuerza al país corno esclavos. Tanto en los barcos negreros como en las plantaciones, sus posibilidades de acceder al poder se vieron con frecuencia reducidas por la estratagema deliberada de mantener separados a los miembros de

grupos ligüísticos y tribales, lo cual dificultó el grado de comunicación, una de las condiciones previas para establecer una resistencia grupal eficaz (Elkins, 1959). Las posibilidades de los esclavos recién llegados de acceder al poder se vieron aún más reducidas por su traslado a un contexto cultural extraño y hostil y —si bien variaba entre Estados y, dentro de los propios Estados, entre las plantaciones (Blassingame, 1972)— por la recurrencia sistemática a la violencia fisica por parte de los amos de la plantación y sus agentes. No eran infrecuentes los latigazos, el empleo de cepos y las penas de prisión en la cárcel de las plantaciones más grandes. Se daba caza a los fugitivos con perros —una variante de las cacerías inglesas y aparentemente una de las actividades favoritas de ocio en algunas partes del Sur— y cuando los cogían, los cargaban de cadenas y a veces los marcaban o

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castraban. Los malos tratos no se prodigaban, porque los esclavos eran propiedades valiosas en las que se había invertido considerable dinero y porque tenían que mantenerse bien para trabajar en la plantación o en la casa del amo. Además, los daños fisicos podían reducir el precio de reventa y, en el caso de los esclavos domésticos, también su valor como objeto decorativo. En contra de esto, los esclavos recalcitrantes eran más prescindibles, sobre todo en las grandes plantaciones, donde los castigos públicos podían servir como un eficaz medio de control social. Esto no significa negar que los amos a veces establecieran auténticos lazos de afecto y preocupación por sus esclavos, con tal de que éstos no se volvieran engreídos y se mantuvieran en su sitio (Adams, N., 1854; citado por McKitrick, 1963: 148-161). Desde el punto de vista de los esclavos, la figuración de las plantaciones se aproximaba mucho a lo que Goffman (1959) llamaba una institución total. Las plantaciones eran sistemas cerrados en el sentido de que los esclavos no solían tener permiso para abandonar sus límites, excepto en compañía del amo o, en el caso de los esclavos de fiar, con un salvoconducto o carta que demostraba que no eran fugitivos, sino que estaban tramitando algún negocio del amo. También sufrían la degradación ritual de ser vendidos y comprados en público. A veces se permitía a los esclavos que tuvieran su propio jardín y ganado como medio para complementar su dieta, aunque sólo trabajaran para el amo, no para ellos. Además, la mayoría estaban excluidos en gran medida de la participación directa en la economía monetaria en al menos tres sentidos: (1) los medios necesarios para la vida los compraba o se los suministraba el amo; (2) no recibían un salario, y (3) el producto de su trabajo era comercializado por el amo, cuyas ganancias se embolsaba. Sin embargo, como mostraré más adelante, el potencial deportivo y el juego de azar eran fuentes de dinero para algunos esclavos. Además, los amos pagaban a veces pequeñas sumas de dinero por los favores sexuales de las esclavas (Haley, 1976).

En algunas partes del Sur, el predominio numérico de los negros infundió a los blancos el miedo a una rebelión, miedo reforzado por los levantamientos ocasionales con sangre y las revoluciones en países como Haití (Elkins, 1959; Aptheker, 1943). Sin embargo, y por lo generala la figuración global del Sur consolidaba con relativa seguridad el dominio de los blancos, sobre todo el de los dueños de plantaciones. La formación de Estados en la América colonial y poscolonial, junto con la aristocracia de terratenientes o dueños de las grandes plantaciones y el grueso de los esclavos, estuvo en sus comienzos controlada por cada Estado sureño. Los blancos pobres constituían una mayoría numérica entre los blancos, pero con frecuencia eran pequeños campesinos y gente sin tierras y jornaleros analfabetos. Además, se hallaban muy dispersos y era dificil que se organizaran como clase social. Como resultado, la aristocracia de terratenientes no sufría una presión eficaz de arriba ni de abajo. Esto permitió que pudieran controlar el aparato del Estado y las plantaciones y que explotaran para sus propios intereses, virtualmente ilimitado por presiones

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externas, el capital humano del cual tanto dependían. Algunos sureños justificaban la esclavitud atacando el capitalismo y la mano de obra libre, lo cual parecía una burda crítica marxista (Genovese, 1969). Los esclavos —afirmaban— eran mejor tratados que los obreros industriales del Norte, puesto que a estos últimos se los dejaba completamente a merced de las leyes del mercado. Entre todos estos defensores del esclavismo destacaron Henry Hughes (1829-1862) y George Fitzhugh (1806-1881). Resulta interesante que Hughes se convirtiera en 1854 en el primer norteamericano que empleara el término recientemente acuñado por Augusto Comte de «sociología» (McKitrick, 1963: 51). Escribió un libro titulado Tratado de sociología, y ese mismo año, Fitzhugh publicó Sociología del Sur o el fracaso de la sociedad libre. Lyman (1990: 192) ha bautizado a este grupo como los «comteanos sureños». En sus argumentos supuestamente sociológicos, era capital la idea de que la humanidad se dividía naturalmente en fuertes y débiles, y que la esclavitud era el mejor medio de que los primeros protegieran a los segundos. Apenas sorprende que en el contexto de tal figuración global, muchos negros asumieran una gran dependencia de sus amos y aceptaran el carisma de grupo de estos últimos y su propia desgracia grupal. Elkins (1959) escribió sobre la infantilización de la mayoría de los negros. Este término recuerda demasiado las fantasías colectivas de los blancos dominantes, pero algo cierto debe haber en lo dicho por Elkins. Las plantaciones de esclavos tenían, como él afirmaba, ciertos parecidos con los campos de concentración nazis y tal vez produjeran efectos un tanto parecidos sobre los hábitos y personalidad de algunas de sus víctimas, por ejemplo, patrones de dependencia extremos, la identificación con el opresor y un grado de infantilización en el sentido de que, al igual que los niños, su dependencia era muy grande. Sin embargo, a diferencia de los niños, la dependencia de la mayoría de los esclavos era permanente y la mantenía el derecho de los amos, sancionado por el Estado, de ejercer dominio de vida o muerte sobre los esclavos. Además, a diferencia de los campos de concentración nazis, algunos de los cuales se aprovechaban también del trabajo forzado, las plantaciones del Sur no tenían por finalidad el genocidio. Eso no habría colaborado a los intereses de la aristocracia terrateniente. El genocidio no entraba tampoco en los intereses económicos de los nazis, pero actuaban según una fervorosa creencia de que los judíos constituían una amenaza para la raza aria (Elias, 1996). Ideas parecidas arraigaron en el Sur, pero no con cierto grado de importancia hasta después de abolirse la esclavitud. Por ejemplo, el senador Benjamin Tillman de Carolina del Sur propuso en firme la matanza de 30.000 negros en su Estado natal y un libro popular en aquel tiempo se tituló El negro: una fiera (Boyle, 1971: 260-261). Había otras diferencias entre las plantaciones y ios campos de concentración, sobre todo el hecho de que la figuración de la plantación significaba que los esclavos tuvieran mayor grado de autonomía respecto a sus amos que los prisioneros de los campos de concentración respecto a los carceleros. Por ejemplo, las plantaciones

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grandes no podían controlarse con seguridad por la noche y, por tanto, los esclavos tenían la oportunidad de mantener actividades relativamente independientes, por ejemplo, reuniones religiosas en los alojamientos de los esclavos u otras partes de la plantación (Genovese, 1974). Celebraban fiestas o asistían a las de plantaciones vecinas, a veces con permiso del amo y con licor proporcionado por éste. En algunos casos, amos y amas asistían a las celebraciones e incluso se sumaban a ellas en ocasiones (Wiggins, 1977). Además, los esclavos que adquirían cierta experiencia en campos específicos podían aumentar la dependencia del amo respecto a ellos, con lo cual se reducía un tanto el grado de asimetría inherente por otra parte al patrón de interdependencia entre amo y esclavo. El potencial deportivo fue una de estas formas de especialización.

Participación de los negros en deportes en las plantaciones de esclavos

Birreli ha escrito sobre el deporte y la esclavitud que

en su discusión sobre la resistencia de los grupos raciales a su total subo rdinación, Omiy Winant (1988) ofrecen el ejemplo de los negros en Estados Unidos que bajo el yugo de la esclavitud «desarrollaron culturas de resistencia basadas en la música, la relzión, las tradiciones africanas y los la-

familiares» (pág. 73). Destaca la ausencia de cualquier alusión al deporte. Deberíamos investigar por qué, no sólo para hallar ejemplos de las tradiciones deportivas de los negros, sino afin de investigar el lugar del de- porte en esta cultura concreta de resistencia. ¿No había deportes?, y si era así, ¿por qué no? ¿Existía una ideología del deporte que pudiera servir para la resistencia? ¿O no se consideraba que las actividades deportivas de los esclavos freran un deporte dentro de las definiciones dominantes? (Birrell, 1989: 221) Se trata de preguntas importantes. Sin embargo, Birreil no estaba a todas lues familiarizado con el trabajo innovador de Sammons, Wiggins y otros sobre i deporte entre los esclavos en el Sur ante bellum. Mientras este trabajo sigue en mantillas, lo que sugiere es que los esclavos contaban con una rica tradición deportiva, como podría esperarse que surgiera bajo las condiciones limitadoras de las plantaciones de esclavos. El ex esclavo Frederick Douglass, por ejemplo, consideraba que los amos empleaban el deporte para ejercer control social, y esribió que «deportes y divertimentos» eran de los medios más eficaces para «aca‘ir el espíritu de la insurrección» (citado por Sammons, 1994: 216). Partiendo [de la obra de Genovesse, Wiggins (1977) discrepa en parte. No obstante, Sammons ha planteado una serie de preguntas pertinentes con las que pretende ti- mr por en medio. «Qué papel—se pregunta— tuvieron los esclavos en la elaboración y control de sus juegos? ¿Recurrían al deporte como un divertimento con que vengarse de los amos? ¿O eran estas actividades instrumentos menos transgresores y más estratégicos

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para estimular, cuando no imitar, la cultura dominante?» (Sammons, 1994: 255). Mi lectura de las pruebas disponibles es que, a pesar de la tradición, firmemente arraigada entre los negros, de vengarse de los blancos dominantes en aquellos limitados espacios sociales en los que podían escapar a la vigilancia —como describe Ralph Ellison, por ejemplo, en El hombre invisible— el deporte fue, a diferencia de la música, la religión y los bailes que adoptaron los esclavos, innovador en el desarrollo independiente de las tradiciones deportivas de la aristocracia terrateniente. Por esta razón, aunque el potencial deportivo [pudo constituir una fuente de poder para ciertos esclavos respecto a sus amos, en general las tradiciones deportivas de los esclavos no pueden describirse como grandes contrataciones a la «cultura de la resistencia». Sin embargo, está claro que estas culturas son, con la misma frecuencia, tanto fuentes de consecuencias indeseables o impensables como fuentes de cambio social progresivo. Pasemos a demostrar cómo pasó eso. Los principales deportes en la palestra eran la lucha, la lucha libre, las carreras de caballos y las peleas de gallos que, aparte de la caza del zorro «al estilo inglés» (Martin, 1995), eran los deportes principales del Sur ante bellum. Los negros también participaban en las carreras y los deportes de pelota (Wiggj5 1977: 273), pero no los sacaré aquí a colación porque no parecen haber goz do en la misma medida del favor de la clase terrateniente, por lo que destac que en ellos, si bien pudiera haber constituido una fuente de emociones Placenteras para los esclavos en las horas de asueto, ya que les permitía competir entre ellos, no habría sido una fuente potencia] de poder significativo en rela ción con sus amos. Por lo que al boxeo y la lucha por premios se reere, Sam mons ha escrito que: Aunque existe controversia sobre el tema, la mayoría de los informes ponen de manft esto que los primeros boxeadores negros freron esclavos. Lo5 amos supuestamente enfrentaban a sus mejores especímenesfisicos entre sí en combates a mayor gloria de /aplantacio’ny con apuestas comiderables El historiador del boxeo ElIíot Gorn afirma que esta práctica era poco corriente porque infringía el fin del negocio, y opina que en gran medida constituye parte del mito. (Sammons, 1990: 31) Tal vez Gorn haya estado proyectando las normas de la racionalidad económica del capitalismo moderno tal y como se desarrollaron en Norteamérica respecto a los amos de las plantaciones del viejo Sur. Estos últimos eran miembros de una sociedad poscolonial, preindustrjal precapitalista y en muchos aspectos también anticapitalista (Hughes, 1854; Fitzhugh, 1854) que trataban de ajustarse al modelo de la aristocracia y alta burguesía inglesas. Es probable que las pruebas competitivas, incluyendo la exhibición de la pericia pugilística de sus esclavos, tuvieran alta estima en su escala de valores como la acumulación de capital y el deseo de proteger sus propiedades humanas. Es posible que algunos obtuvieran cierto placer sádico al forzar a sus esclavos a luchar entre sí como medio de reforzar su sensación de poder. En cualquier caso, el que los combates se celebraran con regularidad en las plantaciones es un hecho sobre el cual hay pocas dudas. Douglass

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los menciona en su autobiografia (1968: 84-89), y Wiggins escribe que los dueños de las plantaciones organizjban con frecuencia combates formales de boxeo y enfrentaban a sus campeones esclavos contra otros esclavos de la comunidad. Muchas veces se ganaba más dinero en las apuestas del boxeo que en las carreras de caballos. La leyenda afirma que los mejores esclavos boxeadores, después de hacer fortuna con las apuestas para sus amos, ganaban la libertad y se iban del Sur para obtener más dinero en beneficio propio gracias a sufisico. (Wiggins, 1977: 273)

Sería interesante examinar con más detalle el grado de leyenda o verdad de idea de que el boxeo era un camino para ganar la libertad, tal y como dice ‘iggins. Los estudios de Ann Malone sobre la lucha libre tienen cierta relencia en lo que nos concierne. Dicha autora demuestra que la lucha libre «era rriente entre los esclavos de Louisianay Tejas», y que los amos pagaban «unprea los luchadores por su valor potencial en las apuestas del juego» (citada en ammons, 1990: 265n.). Parece probable que lo mismo se aplicara al boxeo y ue algunos esclavos ganaran dinero suficiente para persuadir a sus amos de que s concedieran la libertad. Que algunos esclavos eran manumitidos, al menos parcialmente, por su participación en el boxeo, lo demuestra la vida de Tom Molineaux. Se cree que nació en una plantación algodonera de Virginia, llegó a Inglaterra en 1809 y luchó dos veces contra el campeón británico Tom Cribb entre los años 1807- E1811, en la primera de las cuales casi lo vence (Wignall, 1923, 85 y sigs.). A o1ineaux lo entrenaba William Richmond, también afroamericano y boxea.. jr destacado de Inglaterra. A Richmond lo descubrió el general Earl Percy, más tarde duque de Northumberland, durante una batalla de la Guerra de la de Independecia en la isla de Sturton, que se lo llevó a Inglaterra en 1777 (Wignail, 1923: 251). Las fuentes de que disponemos no permiten afirmar si Richmond era un hombre libreo esclavo, pero demuestran que entrenó a cierto número de boxeadores negros, entre ellos Johnson, Wharton, Kendrick, Sutton y Robinson (Wignall, 1923: 253). Sería interesante conocer más cosas de estos hombres y el grado en que el boxeo servía para anular parcialmente los prejuicios raciales y el esratus de esclavos, que a veces concluía con la manumisión. Lo cierto es que los dueños de las plantaciones del viejo Sur no temían que sus esclavos aprendieran a pelear en el mismo grado en que temían que supieran leer o escribir (Douglass, 1968). El boxeo se ajustaba igualmente a la idea colectiva de que los negros eran salvajes y seres inferiores más afines que el hombre a la selva. Los esclavos también participaban en las carreras de caballos, tanto a nivel informal en las plantaciones a las que pertenecían, como formalmente en los hipódromos. Según Wiggins, también solían acompañar a los amos a los hipódromos y muchos trabajaban de entrenadores. Dos yoqueis esclavos fueron William Greene y Jacob Stroyer, el primero de los cuales fue entrenador con anterioridad (Wiggins, 1977: 273-274). De nuevo resultaría interesante saber si su habilidad para entrenar o hacer

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de yoqueis les sirvió en el mismo grado que el boxeo en su relación con el amo. Según Wiggins, los juegos de azar eran otra forma de ocio que gustaba a los esclavos. «A pesar de que había leyes estrictas que prohi bían jugar a los esclavos, éstos hacían apuestas en las carreras de caballosy las peleas de gallos» (Wiggins, 1977: 274). Powell confirma dicho dato cuando escribe que: «los esclavos organizaban peleas de gallos y acudían a peleas públicas con suerte regular junto con la alta burguesía» (1993: 370). Luego cita textualmente el diario del terrateniente de Virginia Philip V Fithian, quien escribe que el lunes de Pascua de 1774 fue «fiesta general; todos los negros tuvieron asueto y seflíeron a las peleas de gallos del cond do». El siguiente domingo, cuenta Fithian, observó que «los esclavos celebraban una pelea de gallos cerca del establo, como era costumbre en sus actividades discrecionales diarias» (Powell, 1993: 371). Y un revelador aviso publicado en Virginia en 1774 sobre un esclavo huido advertía de que era un hombre «notable en los juegos de cartas, en las peleas degallosy muchos otros juegosy que intentaba buir de la colonia haciéndosepasarpor hombre libre» (Powell, 1993: 371). Esto sugiere que los esclavos en cierto grado participaban directamente en la economía monetaria del Sur, y también respalda la hipótesis de que era muy útil saber entrenar gallos de pelea y ser diestro en el juego. Concluiremos esta sección con el hecho de que, aunque en mantillas, el estudio del deporte y la esclavitud aporta pruebas reveladoras sobre el carácter de las plantaciones de esclavos sureñas como instituciones sociales. Ello demuestra, por ejemplo, que a pesar de ciertas similitudes, eran muy distintos a los campos de concentración nazis. También queda clara la importancia del deporte para entender las relaciones sociales. La emancipación y el cambio en las relaciones sociales después de la Guerra de Secesión La emancipación de los esclavos del Sur no se produjo como resultado de un cambio generado figuracionalmente en el equilibrio de poder entre blancos y negros, sino como un proceso de la Guerra de Secesión; es decir, una lucha típica de las configuraciones poscoloniales donde las fuerzas divisorias (centrífugas) propias de la estructura social han quedado enmascaradas por la oposición común al poder coloniai. Retrospectivamente, fue una guerra dentro del ámbito de la formación de los Estados Unidos como Estado-nación industrial, urbana y capitalista, y con la aparición correlativa de una burguesía deseosa de alcanzar preponderancia en la nación. En resumen, estuvo en conexión con las luchas entre los blancos dominantes y donde lo negros no fueron más que peones. Por tanto, no sorprende que la emancipación no implicase, al menos a corto plazo, cambios significativos en la posición social de los negros. Aunque unos pocos se abrieron paso en los cuerpos legislativos del Sur durante la era de la reconstrucción, en conjunto, los negros no tenían poder suficiente para obligar a los blancos a tener en cuenta sus intereses. Estaban desperdigados, fuera en pequeños asentamientos rurales o en los barrios de negros,

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de lo que en esencia eran pueblos con un mercado vinculado principalmente al monocultivo del algodón. La fragmentación ecológica de su modus vivendi no propendía a la organización o comunicación basadas en el reconocimiento de los intereses comunes que compartían como grupo en oposición a los blancos dominantes. Al mantener a la mayoría apartada de la economía monetaria, la esclavitud no había permitido la acumulación de capital común entre los campesinos. De ahí que no hubiera posibilidad de que se creara un equivalente a los «kulaks» y la mayoría de los negros siguieran siendo pobres, sin más remedio que consagrar sus energías a tratar de sobrevivir. Estas formas de consolidación de su indefensión frente a los blancos supuso la sustitución de la esclavitud por un sistema de dominación en la que los negros, aunque libres sobre el papel, seguían sujetos, subordinados y explotados por los blancos. Económicamente, esto adoptó la forma de aparcerías y servidumbre (formas de endeudamiento con los terratenientes que mantenían a los negros virtualmente en la esclavitud), y el empleo de la ley para conseguir mano de obra batata, por ejemplo, arrestando negros bajo acusaciones falsas y soltándolos bajo fianza pagada por los terratenientes a cambio de una promesa de trabajo con un sueldo irrisorio. No obstante, aunque la emancipación no cambió significativamente la posición material de los negros, sí alteró la figuración general del Sur en al menos un aspecto, en que volvió a los negros más dependientes de las vicisitudes del mercado de la tierra y el trabajo. Esto los puso en competición directa con los blancos pobres, lo cual sirvió pata que entraran en competencia negros y blancos marginados (p. ej., miembros de la clase media baja y los que oscilaban entre ésta y clases inferiores). Estos blancos, junto con antiguos amos de esclavos resentidos por haberse visto privados de esta «peculiar institución» por «interferencia de los yanquis» —hombres como Fitzhugh, que habían manifestado lo que parecía ser sentimientos paternalistas genuinos hacia los negros antes de la Guerra de Secesión, se convirtieron en racistas fanáticos con posterioridad (Genovese, 1969)—, desarrollaron ideas fantásticas sobre la amenaza de la dominación negra. En parte por estas creeencias y en parte por la solidaridad segmentada de estos grupos, se establecieron vínculos entre las clases sociales que compartían el ser blancos y su hostilidad hacia los que eran diferentes, como los negros, siendo la respuesta dominante de los blancos la violencia y el racismo. Por ejemplo, crearon o formaron organizaciones racistas violentas como el Ku Klux Klan. Organizaciones de este tipo operaron sobre todo en la clandestinidad durante la reconstrucción, pero salieron a la luz una vez que las tropas federales empezaron a retirarse del Sur. Una consecuencia central de la manifiestación abierta de grupos como el Ku Klux Klan fue el crecimiento anual de linchamientos de negros entre 1870 y 1890. Empezó a declinar hacia el cambio de siglo porque aquel período marcó la consolidación legal de una figuración basada en las castas y que implicaba la dominación de los blancos y la subordinación de los negros, la cual había empezado

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a surgir cuando se abolió la esclavitud. Este proceso de consolidación legal quedó simbolizado en una serie de decisiones tomadas por la Corte Suprema de Estados Unidos entre 1873 y 1898 (Wiggins, 1986: 108), entre las cuales destaca la declaración como constitu cional en 1896 de una ley aprobada en Louisiana en el caso de Plessy contra Ferguson que legalizaba la segregación en los vagones del ferrocarril. Fue una decisión crucial pues, aun bajo la ideología de que separados puede significar iguales, supuso un respaldo federal a las Constituciones aprobadas en todos los Estados sureños respecto a la segregación legal cada vez mayor, no sólo en el transporte, sino también en la educación, el trabajo, las áreas residenciales, los establecimientos de comidas e instalaciones públicas como parques. Esta segregación apoyada por la ley —parecida en muchos aspectos al «apartheid» de Sudáfrica— y el sistema de castas de la dominación blanca aseguró amplias ventajas para los blancos de toda clase social. En el caso de las clases altas y medias, aseguró permanentemente una mano de obra barata, fácil de explotar, y alejó la amenaza de una clase trabajadora unida por la raza. En el caso de los blancos pobres, limitó doblemente la competición de los negros en el campo del empleo: primero, mediante la creación de un techo laboral que dificultaba el que los negros ascendieran por encima del rango de mano de obra cualificada o semicualificada, y segundo, mediante el confinamiento permanente de los negros a la ejecución de trabajos de parias. Al mismo tiempo, proporcionó a los blancos marginados, inseguros y pobres una ventaja psicológica importante, porque ya no tenían que esforzarse, no para quedarse en el fondo o casi en el fondo de la jerarquía social blanca, sino en el fondo del orden social globaldel Sur. Para asegurar el cumplimiento de este orden de cosas, todo contacto interracial se vio obligado a adoptar la forma de un ritual en el que se exigía a todos los negros deferencia a todos los blancos. Por ejemplo, según la edad, los blancos llamaban a los varones negros «tío» o «chico», y obligaban a llamar a todos los blancos «señor». Toda violación de las leyes de la etiqueta interracial se castigaban rápidamente y con severidad, en ningún campo más que en el de la violación de los puntos sexuales del código, por ejemplo, si se veía a un negro mirar de reojo a una mujer blanca. Esto aumentaba la ventaja de los blancos, ya que los varones tenían a su alcance dos clases de mujeres, las negras y las blancas. Las mujeres y los negros eran los grandes perdedores. Ninguno de estos grupos tenía poder suficiente para oponerse a éste y otros abusos de los blancos dominantes Sería erróneo llegar a la conclusión de que la abolición de la esclavitud y el

éxito, en último término, de una figuración de castas basada en el color de la piel no tuvo efectos a largo plazo sobre la relación entre razas en Estados Unidos. Una consecuencia crítica a largo plazo fue la consolidación de una burguesía negra embrionaria. Este proceso comenzó bajo la esclavitud, donde aumentaron, por ejemplo, las diferencias entre esclavos de campo y esclavos del hogar, muchos de los cuales se elevaron de categoría respecto a sus compañeros, cuyo trabajo estaba

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restringido a los campos y quienes, por lo general, no estaban en contacto habitual con los blancos dominantes en los asentamientos sociales domésticos. Los esclavos libres, y una proporción desconocida de ellos, probablemente por su manumisión conseguida por la vía del deporte, constituían otra forma de estratificación social entre los negros norteamericanos. Algunos hombres libres se convirtieron en amos (Koger, 1995). Sin embargo, el desarrollo de las clases sociales negras alta y media fue parte implícita de la formación de las castas de color per se, pues implicaba que cierto número de tareas cruciales, por ejemplo, la peluquería, la enseñanza, la medicina, la abogacía y los servicios funerarios tenían, dada la existencia de un patrón inflexible de segregación racial, que realizarse por negros, de ahí la oportunidad de acumular capital a los que monopolizaban tales servicios. Aunque no se sabe mucho sobre este tema en la actualidad, parece probable que, tal y como había ocurrido bajo la esclavitud, la habilidad para el deporte —la capacidad de ofrecer servicios deportivos, por así decirlo— desempeñó un papel de relativa importancia en esta consolidación de una burguesía negra embrionaria. La posibilidad de que fuera así aumenta por el hecho de que este proceso de estratificación interna de la casta negra coincidió temporalmente con el desarrollo inicial en Estados Unidos de formas modernas de organización y comercialización del deporte profesional (Ingham y Beamish, 1993). El deporte y la burguesía negra bajo la segregación de las castas de color Aunque apenas si se han iniciado los estudios en esta área, lo que sabemos parece indicar que, al igual que durante la esclavitud, los negros con especial talento para el deporte conseguían sustituir la institución peculiar de las castas de color y utilizar su destreza deportiva como un medio para mejorar su acceso al poder. Sin embargo, en este período, no mejoraron sus posibilidades de obtener la manumisión —ya eran libres en sentido legal—, pero sí sus posibilidades monetarias y su estatus social, y de ahí la posibilidad de ser admitidos en las fi- las de esa burguesía negra embrionaria. El yoquei Isaac Murphy es un ejemplo notable. Murphy —ese era el nombre de su abuelo materno— fue bautizado como Isaac Burns y nació en Kentucky en 1861. Murió en 1896 con 35 años. Fue el primer yoquei que ganó tres Derbis de Kentucky. También ganó el American Derby cuatro veces y el Latonia Derby otras cinco. En su carrera, el porcentaje de victorias fue un 44%, es decir, ganó 628 de las 1.412 carreras (Wiggins, 1979: 16). En el pináculo de su carrera, cuando otros yoqueis ganaban unos 5.000 dólares anuales, el sueldo anual de Murphy oscilaba entre 15.000 y 20.000 dólares (Wiggins, 1979: 17). Tales ingresos auparon a Murphy sin discusión al estatus de la burguesía negra. Taly como escribió Wiggins: Elestatus económico de Mu rphy le brindó muchas oportunid4zdesypri- vilegios denegados a otros negros de la e’poca. Mientras la mayoría de los miembros de su raza apenas ganaban para vivir, Murphy se compraba ropa lujosa y le acompañaba un ayudante de cámara durante la temporada de carreras. Tenía una propiedad en

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un barrio blanco de clase alta en Lexington, y otra en Chicago. Tenía su propio establo con caballos con los que competía en carreras locales. Murphyy su mujer también organizaban elaborados actos sociales; de hecho, se decía que Murphy recibía con más frecuencia que cualquier otro negro del Sur, si no de todo el país. (Wiggins, 1979: 17) Isaac Murphy no fue una excepción aislada, sino uno más de muchos yoqueis negros de Estados Unidos tras la Guerra de Secesión. Por ejemplo, según Wiggins, «catorce o quince yoqueis deiprimer Derby de Kentucky de 1875 eran negros» (Wiggins, 1979: 15). Sería interesante establecer la forma en que Murphy y los otros miembros de la burguesía negra, cuyo estatus social dependía únicamente o en gran medida de su pericia deportiva, eran considerados por los miembros mejor situados de esa clase embrionaria, por ejemplo, médicos, abogados, religiosos y otros profesionales. También resultaría interesante determinar si la vía que el deporte suponía de entrada en la burguesía negra difería según el deporte (era afectado, por ejemplo, por distintas culturas deportivas), y si permitía el ascenso de una clase relativamente estable, segura y permanente que pasaba de generación en generación. En el caso de Murphy, como tenía un establo y una propiedad en Lexington y en Chicago, presumiblemente fue así. Las carreras de caballos no eran el único deporte de Lexington y Chicago en que participaban afroamericanos a nivel de elite durante la segunda mitad del siglo XIX. En su mayoría, participaban sobre una base de segregación, pero, como ha establecido Wiggins, «los púgiles negros pelea ban con boxeadores blancos [y] los jugadores de béisbol negros competían con frecuencia con deportistas blancos» (Wiggins, 1979: 15). Según Boyle, Bud Fowler fue el primer negro que durante la década de 1860 jugó en el béisbol profesional (Boyle, 1971: 260). Sam238

mons cita a James W Johnson, quien en 1930 afirmó que durante la década de 1880 todas las ciudades principales del Sur contaban con un equipo de béisbol negro, el cual «era invariablemente mejor que el blanco» (Sammons, 1994: 218). Los jugadores de béisbol negros —nos cuentan— también eran «aplaudidos rabiosamente en ciudades como Louisvílle, Baltimorey Washington DC». Y dos negros, Moses “Fleetwood” Walker y su hermano Welday, jugaron en la liga mayor de béisbol con los Toledo Mudhens de la American Association durante la década de 1880 (Wiggins, 1986: 104). Según Gwendolyn Captain, los hermanos Walker también jugaron en las ligas mayores durante la década de 1870 (Captain, 1991: 90). En 1887, unos veinte negros jugaban en equipos de las ligas menores (Wiggins, 1986: 104). Durante el mismo período un número reducido de negros competían en deportes de universidades prestigiosas lejos del Sur. Entre ellos está Moses Walker, el jugador de béisbol, que fue a Oberlin; William Washington, otro alumno de Oberlin; George A. Flippin de Nebraska; George M. Chadwell, del Williams College; William Tecumseh Sherman Jackson, de Amherst, y William Henry Lewis, que fue a Amherst y a Harvard. Lewis fue seleccionado para los Walter Camps del equipo

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nacional de fútbol americano de 1892 y 1893, y llegó a ser un notable abogado (Wiggins, 1991: 165). No parece probable que ninguno de estos deportistas universitarios debiera su movilidad social únicamente o en gran medida a su pericia deportiva y no a la emergente burguesía negra. Sin embargo, es razonable suponer que, en el contexto de las universidades estadounidenses a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, su capacidad como deportistas tal vez sirviera para salvar las dificultades que afrontaron como pioneros de una minoría dentro de lo que eran instituciones aplastantemente blancas. Las experiencias de deportistas negros como Lewis contradicen la tendencia dominante en el deporte estadounidense a finales del siglo XIX, tendencia que se había caracterizado por cierto grado de integración racial que cada vez se segregaba más por las castas de color. Wiggins ha sugerido que, durante las décadas que siguieron a la Guerra de Secesión, el trabajo de los yoqueis había sido estigmatizado como «trabajo para negros» pero que, en la década de 1890, los blancos constituyeron «grupos contra los hombres de color» para echar a los negros de los hipódromos (Wiggins, 1979: 31). Captain ha planteado de forma parecida la expulsión de los negros del béisbol de elite, presumiblemente en parte para que los blancos monopolizasen lo que se estaba convirtiendo en una profesión lucrativa (Captain, 1991: 90). No obstante, también hubo otros motivos más profundos razón por la cual parece posible que los blancos racistas pensaran que practicar deportes como el béisbol con negros era contaminante, quizá sobre todo si tenían que compartir las mismas instalaciones para cambiarse, comer, viajar y dormir. 239

EL FENÓMENO DEPORTIVO Esta tendencia hacia la segregación racial en el deporte también fue consecuencia de una creciente intolerancia racial en la sociedad estadounidense, como manifiesta la prominencia creciente de organizaciones como el Ku Klux Klan, el aumento de los linchamientos raciales y la garantía de la legitimidad de las constituciones racistas del Sur otorgada por la Corte Suprema de Estados Unidos en 1896. Poco sorprende que en tal contexto social se recurriera a la violencia para expulsar a los negros del deporte profesional. La siguiente noticia apareció en Sporting Lifr en 1891:

«El descubrimiento del deslizamiento»

El primer deslizamiento con los pies por delante pro vocado por el intento de tullir a los jugado res de color

No —dijo Ed Williamson, el antiguo shortstop... a un periodista—, en el deporte no arden en deseos de tener negros en los equijws. De hecho, el profrndo rechazo que la mayoría mostraba a tener jugado res profesionales afroameri canos dio origen alprimer deslizamiento con los pies por delante. Tal vez hayamos observado de

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cerca que el corredor de base se lanza por elairey trata de aterrizar sobre la base. Algunos se lanzan de cabeza, otros con los pies por delante. Los que adoptan el último método son sobre todo veteranos que jugaron durante la prehistoriaprevia a 1880. Aprendieron el truco en el Este. Los Búfalos.., tenían un negro de segunda base. Era... uno de los mejores jugadores de la antigua Liga del Este. Los arrogantes blancos... querían dejarle que llevase el agua... o guardara la bolsa de los bates, pero les molestaba tenerlo.., en la lista de bateadores. Tramaron en su contra... Los jugadores de los equipos contrarios trataron de lisiar a este jugador negro. Retrasaban al segundo... con el único fin de jugar con las sensibles espinillas del segundo hombre de base. El pobre hombre jugaba dos partidos de cada cinco; el resto del tiempo lo pasaba con muletas. Para que esas frecuentes acciones tuvieran el aspecto de un accidente, se practicaba el deslizamiento con los pies por delante. El negro se hizo unas espinilleras de madera para las piernas y aparecía en el campo con el aspecto de un hombre que llevara un barril claveteado en vez de medias. El entusiasmo de los jugadores contrarios no se disipó. Solían romper los dos hemicilindros de madera. El negro pocas veces llegaba a la quinta entrada, pues los corredores de base se volvían cada vez más diestros. Esta práctica sobrevivió mucho después de que el segundo hombre de base hiciera su último viaje al hospital. (Boyle, 1971: 261)

EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL Siete años antes, Moses y Welday Walker habían sido expulsados del equipo de Toledo ante la violenta amenaza de la multitud de Richmond, Virginia (Boyle, 1971: 260). También se empleó la violencia contra los negros en una universidad del Norte. Por ejemplo, a Paul Robeson, más tarde famoso actor y cantante, que fue seleccionado cuando era estudiante en Rutgers para el equipo nacional de Walter Camp durante los años l9l7y 1918, sus compañeros de equipo le rompieron la nariz, le luxaron el hombro y le magullaron todo el cuerpo su primer día de entrenamiento (Wiggins, 1991: 166-167). Si la pericia deportiva ayudó a la integración en esos contextos, evidentemente no fue de manera inmediata ni universal. Según Wiggins, «los deportistas negros fueron eliminados del deporte blanco organizado durante la última década del siglo XLX (Wiggins, 1986: 110) y los obligaron a competir en sus propias ligas y clubes. Un ejemplo son los equipos de béisbol como los Cuban Giants de Nueva York, los Columbia Giants de Chicago ylos Philadelphia Giants (Captain, 1991: 90). Sin embargo, el boxeo supuso una excepción parcial de esta tendencia. El negro George Dixon retuvo el título de peso gallo de Estados Unidos desde 1890 hasta 1892 yel del peso pluma desde 1892 hasta 1900. Otro negro, Joe Walcott, ganó el título de peso welter en 1901 y lo conservó hasta 1906. Y Joe Gans ganó el título de peso ligero desde 1902 hasta 1908 (Sammons, 1990: 33-34). No obstante, el boxeador negro más famoso de aquel período fue Jack Johnson, llamado la amenaza negra, que ganó el título de peso pesado al derrotar a James J.

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Jeifries en 1910. Según Sammons, al día siguiente del combate, hubo muchos muertos y heridos por conflictos raciales en todo el país (Sammons, 1990: 39; ver también el capítulo 7 de este volumen). Jeifries articuló la tensa dimensión racial que adquirió aquel combate cuando afirmó que, al aceptarlo respondía a «esa porción de la raza blanca que esperaba que tratase de defender su superioridad deportiva» (Sammons, 1990: 37). Sammons esboza la hipótesis de que el boxeo no experimentó la misma tendencia hacia una total segregación racial como se puso de manifiesto en otros deportes, porque «siempre ha idoy es un deporte de confrontación y combate, un arma de guerra individualizada; el combate entre blancos y negros no era una manifestación de camaradería ni aceptación social» (Sammons, 1990: 34). Esta hipótesis es plausible, pero otra razón plausible de que el boxeo no siguiera esa tendencia general podría ser que se amoldaba al estereotipo que los blancos tenían de los boxeadores y las razas, a saber, que los boxeadores yios negros eran brutos y poco inteligentes. De aquí que no se viera como una amenaza que siguiera habiendo combates entre blancos y negros. Además, al dejar que blancos y negros siguieran compitiendo directamente en el boxeo daba a blancos como Jeifries la oportunidad de demostrar la superioridad deportiva y la inteligencia superior de la raza blanca sobre los miembros de una raza que, pensaban, había sido dotada por la naturaleza para el boxeo. Fue un período previo a que apareciera la creencia de la superio ridad deportiva de los negros. L desaparación parcial de la figuración de castas de color y la marginación de los negros La semilla que iba a desintegrar la figuración por castas de color germinó en Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX y se manifestó incluso cuando estaba consolidándose La posición de Estados Unidos en el sistema incipiente de interdependencias internacionales había sido crucial para el establecimiento inicial de la dominación blanca en ese país. El poder de los colonos británicos les permitió dominar, ymás tarde abolir, el comercio de esclavos, y la industrialización de Inglaterra, más en concreto el desarrollo de la industria algodonera, facilitó el surgimiento del monocultivo del algodón en el Sur pos- colonial. Contingencias internacionaj similares influyeron en la caída de este sistema y la transformación de la más amplia figuración en la que estaba inmerso. La aparición de países productores de algodón como Egipto y China en el mercado mundial produjo, junto con la creciente manufacturación de fibras artificiales, un declive de la rentabilidad y competitividad de los estados del Sur y, por consiguiente la decadencia del monocultivo de algodón y la figuración por castas de color que había crecido junto con aquél. Los negros y los blancos pobres se vieron forzados a abandonar el Sur en masa. Al mismo tiempo fueron atraídos por el Norte y el Este donde abundaban las oportunidades de empleo generadas por la expansión industrial, proceso que se aceleró durante la Primera Guerra Mundial, perdió fuerza durante la depresión de los años treinta, y volvió a acelej-arse durante la Segunda Guerra Mundial y el período de dominio de Estados Unidos a nivel mundial que adquirió durante y después de la guerra. Las estrictas leyes contra la inmigración

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aprobadas para el perjuicio de los inmigrantes del Sur y Este de Europa (paralelo al crecimiento de los prejuicios contra los negros), supuso un declive drástico de la capacidad de la industria estadounidense para contratar mano de obra barata en el extranjero. Se vio forzada a depender cada vez más de las fuentes domésticas, y los negros y blancos pobres del Sur se convirtieron en el recurso principal para ocupar este vacío. Los efectos de esta migración sobre la situación social de los negros fueron inmensos. En 1900, un 90% vivía ene1 Sur. En 1960, sólo poco más de la mitad seguía allí. La emigración no era sólo una forma de salir del Sur, sino el cambio de áreas rurales por áreas urbanas. También se produjo en el Sur una emigración parecida del campo a la ciudad, y finalmente empezó a arraigar un ti-

po de modelo urbano e industrial. Hacia 1960, los negros también habían pasado a ser de un 14% a un 54% de la población de las principales ciudades estadounidenses. Esta representación de los negros en la población urbana de Estados Unidos no sólo no reflejó su participación proporcional dentro de la población en conjunto —en torno a un décimo— sino que su llegada a las ciudades coincidió y fue en parte un estímulo para el éxodo de los blancos a los barrios residenciales. De este modo, la urbanización de los negros norteamericanos fue un proceso de marginación en guetos. Al principio, este proceso implicó la reconstitución virtual en un contexto urbano de la figuración por castas de color que se había creado en el Sur preindustrial. El sistema emergente de castas raciales urbanas en guetos fue más impersonal, porque se basaba fundamentalmente en señales físicas evidentes de diferenciación que era fácil reconstituir en las poblaciones urbanas. El sentimiento firmemente arraigado contra los negros de gran número de blancos del Norte y el Oeste —las leyes «Jim Crow» se habían aprobado en algunos Estados del Norte antes de la Guerra de Secesión, mucho antes de que los blancos del Sur las creyeran necesarias— fue el motivo. Sin embargo, la marginación en guetos tuvo importantes consecuencias a largo plazo para el equilibrio de poder entre blancos y negros, contribuyendo a un ligero pero detectable aumento del poder de los últimos respecto a los primeros, permitiendo la internacionalización de una imagen de grupo más positiva entre los negros, es decir, un sentimiento creciente de carisma grupal entre los negros similar al de los blancos, así como la conciencia de su «desgracia como grupo», y simultáneamente un aumento del deseo de luchar individual y colectivamente por la igualdad y un tratamiento de igualdad que consideraban encarnaba la Constitución de Estados Unidos. Este proceso fue complejo a largo plazo. Aunque era interdependiente, concluiré esta penúltima sección del capítulo individualizando lo que parecen haber sido sus componentes principales. 1. La marginación de los negros en guetos y su incorporación a una figuración urbana similar a las castas facilitó una comunicación más eficaz, el descubrimiento de intereses comunes frente a los blancos y, de ahí, su desorganización en la

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dispersión rural del Sur. En resumen, este proceso provocó la formación incipiente entre los negros de lo que Marx (Bendix, 1953) podría haber llamado una clase o, más certeramente, una casta o grupo racial o étnico. 2. La concentración urbana facilitó la aparición de disturbios. Los blancos tuvieron cada vez más miedo de los guetos negros, considerándolos un barril de pólvora a punto de explotar. Esto, junto con los disturbios raciales que no han dejado de surgir en Estados Unidos desde comienzos de la década de 1960, sirve para medir el aumento de poder adquirido por los negros en las urbes. Aunque por lo general han sido objeto de injusticias reales o aparentes por parte de la policía, dirigidas por los pequeños negocios de blancos en los guetos, y han servido de vehículo para las protestas políticas y disturbios, éstos nunca han sido considerados por los blancos como una amenaza general, por ejemplo, para sus áreas residenciales ylas concentraciones de capital como las fábricas, centrales de energía, bloques de oficinas y edificios políticos, administrativos y de justicia. Sería equivocado considerar que la amenaza era sólo económica. Tales concentraciones de capital son una muestra de las redes complejas de interdependencia humana que se establecen en las sociedades urbanas e industriales, ya que es la operatividad de estas redes la que se ve amenazada tanto por los disturbios como por las concentraciones de capital per se. También se ve amenazada por los sabotajes y las guerrillas urbanas que surgen como posibilidad en tales situaciones. De hecho, los negros más militantes comenzaron a usar estas tácticas durante la década de 1960 a pequeña escala. Todo esto generó un aumento del poder de los negros porque puso en primera plana de la agenda política nacional su situación social. A diferencia de los días de la esclavitud e inmediatamente después de la Guerra de Secesión, los blancos tuvieron que tener más en cuenta los intereses de los negros. Y éstos dejaron de ser en parte las víctimas pasivas y fueron cada vez más activos políticamente para la determinación de su destino. 3. La integración de los negros en número creciente en la estructura laboral de las industrias y ciudades —sobre todo en los niveles más bajos de la estratificación de la jerarquía y con menos tasas de seguridad en el empleo y tasas de paro mayores que las de los blancos— también aumentó sus posibilidades de acceder al poder, sobre todo cuando constituían sindicatos o conseguían disgregar las formadas por ios blancos. Este efecto es la fueñte principal de la «democratización funcional» según el sentido que le confiere Elias (1978). Por lo general, se considera resultado de la diferenciación laboral, ya que, cuando los miembros de los grupos de especialistas se concienciaban de sus intereses comunes y empezaban a organizarse sobre esta base, utilizaban las huelgas para tener un efecto mayor o menor sobre las amplias redes de interdependencia. 4. La integración cada vez mayor de negros en la economía del dinero, como asalariados frente a los granjeros de un régimen de subsistencia y los peones —en sí una señal de la creciente integración en la red del desarrollo nacional de eslabones de interdependencia— tuvo entre sus consecuencias que la retirada organizada de su poder de compra les permitiera causar daño a las empresas que se

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negaban a emplear negros o practicaban otras formas de discriminación. Simultáneamente, el aumento de la capacidad adquisitiva de

los negros aumentó la dependencia de los negocios en general del mercado afroamericano, hecho que se reflejó en el creciente empleo de negros —sobre todo deportistas— en la publicidad. También esto contribuyó al crecimiento de una imagen de grupo más positiva entre los negros. 5. Aunque los blancos liberales también desempeñaron un papel en su formación, la estratificación interna de la casta urbana de los negros, sobre todo el surgimiento gradual de una burguesía con estudios y comparativamente rica, comenzó a ser importantísimo para aportar líderes, dinero y experiencia organizativa, dirección legal y política para la creación de organizaciones de protesta pacíficas y racionalmente orientadas como la NAACO, la Urban League y la Southern Christian Leadership Conference (SCLC). Aunque hubo y hay muchos conflictos entre ellas que han aminorado su impacto, estas organizaciones empezaron a desplegar estrategias a largo plazo que cambiaron gradualmente el equilibrio de poder entre negros y blancos, inherente a la creciente incorporación de los primeros, dentro de la figuración nacional de las ciudades industriales. Un momento crucial fue 1954, cuando la Corte Suprema de Estados Unidos revocó la doctrina de «iguales pero separados» que se había legitimado en 1896. Una batalla legal orquestada y en gran parte financiada por la NAACP desempeñó un papel importante en la consolidación de esta orientación. Más que nada, fue la señal más importante de la lucha abierta por los derechos civiles a nivel nacional que iba a declararse en las décadas de 1950 y 1960. Se puede sostener que en la base de las motivaciones de los miembros de la burguesía negra para apoyar organizaciones como la NAACP estaba la frustración generada por las ambigüedades y anomalías inherentes a su posición como grupo dominante dentro de una casta de marginados y subordinados. La riqueza comparativa significaba que asuntos de estatus social podían tener prioridad en sus vidas sobre aspectos de supervivencia básica, mientras que el desprecio dominante de los blancos de estatus socioeconómico objetivamente comparable los encajonaba en una identificación ambivalente junto con los miembros más pobres de su casta. Por una parte, como en la sociedad más amplia —a pesar de la ligera pigmentación de muchos de ellos— su negrura fue el criterio principal de definición y enjuiciamiento social, fueron identificados con los negros más pobres y percibieron que compartían intereses raciales comunes. Por otra, muchos rechazaban la pobreza y el bajo nivel educativo y cultural, ylo que consideraban condiciones de vida, modales, normas de etiqueta y lenguaje incivilizados de muchos negros pobres. Una vez que se impuso la dinámica del movimiento de protesta, se sentaron las bases de un movimiento de grupos de protesta más radical y militante como el Student Non-Violent Co-ordinating Committee (SNCC), los «Musulmanes negros», los «Panteras negras». (Un acontecimiento deportivo notable relacionado se produjo en las Olimpiadas de 1968 en México, cuando los medallistas Tommie Smith y John

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Carlos hicieron el saludo del (<poder negro» en vez de saludar a la bandera de Estados Unidos cuando subieron al podio.) Incluso en lo que se refiere a grupos como el SNCC, los «Musulmanes negros» y los «Panteras negras», muchos de sus miembros y algunos de sus jefes provenían de la burguesía negra, sobre todo de los grupos de edad inferior, y en especial de entre los negros universitarios. Esto sirve para subrayar la dependencia fundamental del movimiento de los derechos civiles en la estratificación interna de la casta negra, que se produjo correlativamente con la creciente absorción de negros por la figuración urbana e industrial en desarrollo de la sociedad norteamericana. Especialmente en las universidades, muchos blancos se identificaron y se unieron a la lucha activa por sus compañeros negros. No sólo rechazaban la forma en que se manifestaban las formas de discriminación racial ante los dogmas dominantes del credo americano, pues, aunque se mezclaban con los negros en las facultades, podían ver lo superficiales que eran las diferencias que los separaban de sus compañeros negros. En resumen, la convivencia con los estudiantes negros que procedían principalmente de la burguesía negra asimilada ofreció a muchos estudiantes blancos la oportunidad de comprobar la falsedad de las ideologías raciales dominantes. Estas experiencias contrarrestaron la imagen de violencia e indisciplina ofrecida por los medios de comunicación sobre los negros, en especial durante los tumultos, una lectura superficial que sustentaba las ideas racistas colectivas de los blancos de nivel educativo bajo. Durante la década de 1960, e1 movimiento por los derechos civiles comenzó a obtener mejores empleos y oportunidades para los negros al asegurar los derechos al voto de los negros del Sur, al forzar la desaparición de la discriminación en los centros públicos y al presionar a los gobiernos estatales y federales a dar prioridad al tema de la discriminación racial en su agenda política. También fueron el desencadenante de la «resaca blanca», pero no abordaré dicho tema en este contexto, sino que estudiaré sociológicamente el papel desempeñado por el deporte y los deportistas en la formación incesante de una burguesía negra y en el movimiento de los derechos civiles, donde los miembros de esta fracción de la clase social (casta) eran activistas principales. El deporte y la lucha de ios negros por los derechos civiles Desde finales del siglo XIX hasta después de la Segunda Guerra Mundial —con excepciones notables como el boxeo y el atletismo, y el deporte en el ám bit

universitario fuera del Sur— el deporte en Estados Unidos se caracterizó por manifiestaciones extremas de segregación racial. En la actualidad, los negros gozan de una gran representación —más en la participación que en la gerencia y propiedad— a nivel de elite en el deporte estadounidense. En resumen, está en curso un proceso de apertura racial en los niveles superiores del deporte estadounidense. Para explicarlo, Coakley sugiere que estd claro que son motivos financieros los que han dominado en la apertura del

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deporte. Si los deportistas negros no hubieran mejorado las marcas deportivas y aumentado los beneficios de los que controlaban el deporte, las políticas racistas que restringían laparticzpación de los negros durante tanto tiempo no hubieran cambiado con tal rapidez y extensión como ocurrió en ciertos deportes. En los deportes en los que no es posible ganar dinero, ha habido mucho menos interés por reclutar negros o abrir los ojos a la comunidad negra sobre las oportunidades a su alcance. Y los negros no han dejado pasar las oportunidades deportivas. (Coakley, 1990: 210) Este argumento es persuasivo pero incompleto. No explica por qué el proceso de apertura empezó a producirse abiertamente en 1946, cuando el propietario Branch Rickey fichó al jugador de béisbol negro Jackie Robinson para los Brooklyn Dodgers. Posiblemente, Rickey no había previsto los beneficios que iba a obtener con la contratación de negros. Tampoco el argumento de Coaldey explica por qué a principios de siglo los propietarios de los clubes de béisbol de la liga mayor y sus homólogos en otros deportes no eran conscientes de los beneficios que iban a obtener fichando a negros para sus equipos. Para lograr una explicación más completa, es necesario contextualizar la creciente apertura de los deportes estadounidenses de nivel de elite en relación con un desarrollo más amplio de las relaciones raciales. Si preguntáramos por la entrada de Jackie Robinson en la liga mayor de béisbol, muchos norteamericanos probablemente lo atribuirían a características individuales como la mayor habilidad de Robinson o a las ideas políticas y la perspicacia económica de Rickey. Dicho de otro modo, darían una explicación reduccionista. Sin embargo, las pruebas disponibles sobre el ascenso de Robinson nos dicen que marcó un momento decisivo en este proceso, cuyas raíces pueden rastrearse antes de 1946. De hecho, las pruebas sugieren que hombres como Robinson y Rickey eran sólo actores destacados de un desarrollo más amplio, donde el continuo surgimiento de la burguesía negra desempeñaba un papel crucial. Uno de los síntomas más evidentes de este desarrollo fue la campaña de los medios de comunicación contra la segregación en el béisbol.

Parece que fueron los periodistas blancos liberales quienes iniciaron la campaña. Westbrook Pegler del Chicago Tribune echó a rodar la pelota en 1931, recibiendo el apoyo de sus compañeros Heywood Broun y Jimmy Powers, quienes dieron conferencias contra la segregación en la cena anual de los escritores de béisbol en 1933 (Wiggins, 1983: 6, 7). Esto sirvió de estímulo para que entraran en la lucha los periódicos de negros. Según Wiggins, el más importante fue el Pittsburgh CourierJournah el periódico para negros de mayor tirada y quizás el más radical de Estados Unidos durante aquel período (Wiggins, 1983: 5). Sumó su voz a la causa en 1933 y desempeñó un papel preponderante en la campaña que con posterioridad desarrolló Wendell Smith, quien llegó a ser redactor deportivo en 1938. Smith luchó en nombre del béisbol racialmente integrado, siendo más tarde mediador entre las estrellas de las ligas negras segregadas y propietarios como Rickey.

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Otros miembros de la plantilla deportiva del CourierJournah especialmente Chester Washington, Alvin Moses y Rollo Wilson, también participaron en la campaña. Como periodistas, es razonable suponer que fueran miembros de la emergente burguesía negra. Smith, por ejemplo, había estudiado en el West Virginia State College, donde se graduó en 1937 con el título de licenciado en Educación (Wiggins, 1983: 10). Como escritores, eran fuentes importantes que disponían de lógicas, retóricas y factuales y de capacidad de persuasión, medios de los que no habían dispuesto la mayoría de los negros con pocos estudios. Smith y sus compañeros también pudieron prever las cosas a largo plazo. Lo que sobre todo les preocupaba eran los efectos de la imagen grupal y la auto- confianza de los negros ante la exclusión del deporte nacional de máximo nivel, un deporte profundamente arraigado en los hábitos y la psique de una mayoría de los norteamericanos. La existencia de ligas segregadas —afirmaban— implicaba que los negros eran ciudadanos de segunda y, durante las décadas de 1930 y 1940, pudieron apoyarse en que había incómodos paralelismos entre la situación social de los afroamericanos y el tratamiento de minorías, sobre todo los judíos, en la Alemania nazi (Wiggins, 1983: 11). Un momento crucial en la campaña del CourierJournal fue el mes de diciembre de 1943, cuando Smith logró convencer al comisario de béisbol Landis para que recibiera una delegación de la Black Newspaper Publishers Association (Wiggins, 1983: 21). En sí es un testimonio del poder creciente de los negros. Si Landis no hubiera considerado que era gente de importancia, al menos en cierto grado, se hubiera negado a recibirlos. Entre los que acudieron al encuentro estaban: John Sengstacke del Chicago Defender, presidente de la Publishers Association; Ira Lewis, presidente del Courier Journa4 Howard H. Murphy, gerente comercial del Baltimore Afro-Amen can, y Paul Robeson, actor, cantante y antigua estrella deportiva universitaria (Wiggins, 1983: 20-23).

Basándose en los textos de las entrevistas dirigidas por Smith, Lewis afirmó que la mayoría de los gerentes y jugadores de béisbol ya no se oponían a que hubiera una liga para todos, y que los norteamericanos en general (influidos por el éxito mundial de estrellas como Joe Lewis y Jesse Owens) aceptaban la participación de los negros en el boxeo yel atletismo universitario (Wiggins, 1983: 21-22). Al preguntarle al final de la reunión si tenían alguna pregunta para los editores, los 44 árbitros de béisbol guardaron silencio. Sin embargo, después hicieron la siguiente declaración: « Todos los clubes son libres para fichar negros en ¿2 cantidad que ellos quieran. Es una decisión que depende de los clubes, sin ninguna restricción» (Wiggins, 1983: 22-33). Esto era mera retórica. En aquel momento, ningún propietario de los clubes de la liga mayor tenía intención de firmar contratos a jugadores negros, sino que trataban de mantener el monopolio blanco defacto en los niveles de elite del béisbol. Tampoco puede descartarse la posibilidad de que muchos consideraran la perspectiva de un béisbol integrado como algo potencialmente contaminante para los

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blancos y que, mediante la proyección de sus propias ideas, las creencias racistas seguían siendo dominantes entre los gerentes, jugadores y espectadores. Muchos propietarios de clubes de las ligas para negros también se oponían o eran ambivalentes ante la perspectiva de una liga integrada y se negaban a apoyar activamente la campaña de Smith. Al igual que sus homólogos blancos, se mostraban conservadores al respecto y temerosos del cambio social. Los jefes del béisbol negro —dijo J. B. Martin, presidente de la Black American League en 1943— no podían «forzar a los dueños de los clubes mayores a admitir jugadores negros» (Wiggins, 1983: 20). Como suele ocurrir con la proximidad de cambios sociales en la dirección de un mayor nivel de integración social, los jefes del nivel inferior tenían miedo de perderpoder, influencia, dinero y prestigio. Los dueños de los clubes negros tampoco parecen haber sido una excepción. Hay razones, sin embargo, para creer que Martin y sus amigos propietarios negros habían infravalorado el creciente poder de los negros y los cambios que se iniciaban correlativamente en las relaciones entre negros y blancos en la sociedad norteamericana en general. Smith siguió luchando a favor de un béisbol racialmente integrado. También intentó conseguir pruebas para los jugadores negros en los clubes de la liga mayor, terminando por convencer a Rickey para que fichara a Robinson para los Brooklyn Dodgers. Esto ocurrió en octubre de 1945. Que fue sólo una manifestación de un proceso más amplio que impulsaba el creciente poder de la burguesía negra —favorecido por el clima antirracista alimentado por el contexto de la guerra contra los nazis— lo sugiere el hecho de que, en mayo de ese mismo año, Rickey y Larry McPhail, presidente de los New York Yankees, fueran seleccionados por sus ligas para dirigir un comité encargado de estudiar si

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EL FENÓMENO DEPORTIVO

EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL

debían integrarse ¡os negros en la liga. Por la misma época, Vico Marcantonio, congresista norteamericano por el Estado de Nueva York, exigió una investigación del Congreso sobre la discriminación racial en el béisbol, y el alcalde La Guardia de la ciudad de Nueva York nombró a Rickey parte del comité de 10 miembros destinados a investigar el asunto. En noviembre de 1945, un mes después de que Rickey hubiera fichado a Robinson, el comité recomendó calurosamente la admisión de negros en la liga mayor de béisbol (Wiggins, 1983: 27-28). Es razonable suponer que una parte importante de este proceso se debió a la campaña de Wendell Smith y sus socios, y que esta

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campaña, a su vez, se había basado en grado considerable en el creciente número de negros con estudios y organizados, producto del surgimiento de una burguesía negra de la cual Smith y sus colegas formaban parte. Por el año 1959, 57 de los 400 jugadores de la liga mayor de béisbol eran negros, en torno a un 12% (Boyle, 1971: 259). La tabla 8.1 muestra el crecimiento de la representación negra en el béisbol y baloncesto de elite entre 1954 y 1989. Durante el mismo período, se produjo una expansión comparable de la representación negra a nivel de elite en otros deportes de Estados Unidos, sobre todo en boxeo y atletismo. Según Frazier, los jugadores de pelota negros se han convertido en símbolos del éxito, símbolos de la participación de los negros en un mundo blanco, y las altas rentas y consumo conspicuo..., forman parte importante de la elite de la burguesía (citado por Boyle, 1971: 275-276). En resumen, la desegregación del deporte de elite estadounidense, proceso cuya sociogénesis e impulso continuo parece haber dependido en gran medida de la burguesía negra, contribuyó a una mayor expansión de esta clase social. Por lo general, esto también parece ser cierto por lo que al movimiento por los derechos civiles se refiere. Las razones eran inherentes a la estructura profunda del proceso social a través del cual se generó. Al principio el poder e influencia de la burguesía negra se restringió solamente a los barrios de color de las ciudades sureñas y, más tarde, a los guetos, pues la segregación forzaba a los negros a realizar virtualmente todas las funciones de servicios y profesionales (incluidas las deportivas). Como resultado, en principio la presión global de la democratización funcional tendió a ser específica de las castas, es decir, operativa sobre todo entre los blancos, y en menor medida entre los negros, y casi inexistente en las relaciones entre blancos y negros. Sin embargo, a partir de la década de 1960, los negros empezaron a ser elegidos alcaldes, y muchos empezaron a trabajar en contextos racialmente integrados, por ejemplo, en los gobiernos federales, en puestos de administración y atención en grandes almacenes, escuelas y bancos, y, más significativo para lo que aquí nos importa, en el deporte de nivel de elite. Esto significa que se dio en contextos donde la presión de la democratización funcional pudo operar en-

Tabla 8.1 Porcentajes de deportistas negros en los tres deportes profesionales más importantes de EE.UU. desde la década de 1950*

Fuente. Coakley (1990: 208).

* No se dispone de datos sobre estos deportes de los mismos años. ‘ Estos porcentajes se obtuvieron dividiendo el número de jugadores negros por el número total de jugadores registrados en las listas de los equipos, incluidos los pitchers. Algunos estudios aportan cifras distintas para estos años, porque los cálculos se hicieron sin incluir a los pitchers en el análisis. Como éstos suman hasta el 40% de las listas de los equipos de la liga mayor de béisbol, y como hay pocos

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pitchers negros, estos otros estudios ofrecen porcentajes superiores a los que ofrecemos aquí. *** Esta cifra excluye a los «rookies» o novatos (jugadores recién fichados). tre castas raciales y no sólo dentro de ellas, como había sido la tendencia anterior. A su vez, esto supuso que los avances en los derechos civiles se pudieran consolidar y mejorar con mayor facilidad. Sin embargo, para la gran mayoría de los negros más pobres, la retórica de la igualdad del movimiento de los derechos civiles servía sólo para mínimas aspiraciones, sobre todo durante un período de declive en las oportunidades de empleo para los trabajadores con pocos estudios y no cualificados; como no podían quedar satisfechos a corto plazo, contribuyeron al surgimiento de altercados a mediados de los años sesenta y más tarde. Los efectos de estos altercados y de las protestas de los negros sobre la dinámica de la estratificación racial en Estados Unidos han sido complejos. En parte, ha causado desilusión entre los activistas negros más jóvenes, muchos de origen burgués, por los jefes moderados; también ha sido origen de la potenciación del poder negro y, en algunos casos, al menos durante los años sesenta, de un rechazo creciente a las tácticas pacíficas como medio para la consecución de objetivos. Esto, a su vez, sirvió para dividir la jefatura moderada, inclinando a algu 250

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Béisbol** Año % Fútbol a Año meri cano

% Baloncesto Año %

1954 7 1956 14 1954 5

1967 11 1968 28 1962 30

1978 17 1975 42 1970 56

1980 28 1982 49 1980 75

1985 20 1985 54 1985 75

1988 21 1988 57 1989 73***

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EL FENÓMENO DEPORTIVO

El. DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL

nos hacia posiciones más radicales. También sirvió para intensificar la resaca blanca que había empezado a crecer desde el cambio de equilibrio de poder entre negros y blancos, y que se tradujo en protestas y reuniones organizadas. En parte por esta razón, el movimiento de los derechos civiles sólo consiguió comparativamente un pequeño porcentaje del poder de los blancos dominantes; el principal efecto a largo plazo fue, además del aumento de la burguesía negra, la exacerbación y polarización de la división de clases entre los negros que comenzó a darse con la formación de castas de color y el proceso de marginación en guetos. En cierta medida, las estrellas negras del deporte profesional han contribuido sin querer a este proceso de polarización de las clases dentro de las castas. A medida que el deporte de elite en Estados Unidos se fue desegregando durante y después de la década de 1940, las estrellas negras del deporte comenzaron a ganar más dinero y a estar más integradas, como dice Frazier, en la burguesía negra, contribuyendo en algún grado a su tamaño global. Sin embargo, uno de los efectos de su éxito, como han sacado a la luz Edwards (1973), Cashmore (1990) y hace menos y con más controversia Hoberman (1997), ha sido mostrar a los jóvenes negros más pobres que el deporte representa una forma de escapar de la pobreza de los guetos, haciendo que muchos se concentren en el deporte a expensas de los estudios y otros medios de ascender. Algunos han sido ayudados por profesores que aceptan el mito de la superioridad deportiva y genéticamente determinada de los negros a fin de canalizar sus energías hacia el deporte (Cashmore, 1990: 88 y sigs.). No obstante, como han puesto de manifiesto Leonard y Reyman usando datos del censo estadounidense de 1980: «Las oportunidades de ascenso social a través de/deporte están muy restri ngi das; para las mujeres, 4/1.000.000 (0,004%); para los hombres, 7/1.000.000(0,007%)» (citado por McKay, 1995: 195). McKay resume la posición sociológica dominante hoy en día al respecto: e/puñado de deportistas (muchos de ellos hombres) que llegan a ser ricos son excep ciones poco habituales para la obstinada estructura social norteamericana. Aunque un número reducido de negros obtengan becas deportivas, esto influye poco en sus perspectivas laborales. Gates afirma que un 75% de los deportistas varones negros nunca llegan a licenciarse; Lapchick advierte de que en torno al 80% de los jugado res negros de baloncesto yfiítbol americano de la NCAA División 1 no se licencian; [y] entre 1983 y 1987, en 44 de las universidades de la NCAA no se licenció ningún jugador de baloncesto negro que comenzara como estudiante de primer año. (McKay, 1995: 194-195)

Las cifras de McKay revelan la continua explotación de los negros norteamericanos por el mito de «la superioridad fisica y la infirioridad intelectual». Sin embargo,

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ninguna interpretación alternativa puede darse a las cifras de Gates y Lapchick, a saber, que entre el 20 y el 25% de los negros que consiguen becas deportivas logran graduarse. Sería interesante determinar la proporción que luego logra consolidar su posición dentro de la burguesía negra gracias a su pericia deportiva y/o por las notas obtenidas en los estudios. Sea cual fuere la proporción, aunque la pericia deportiva y el éxito puedan ser un medio individual de conseguir poder, no necesariamente tiene que ser colectivo. En contra de la explotación de la mayoría de los negros norteamericanos por medio del deporte, Gates (1991) ha pedido «que los deportistas negros profesionales contribuyan con una parte de su renta a financiar la United Negro College Fund, y que hagan publicidad entre los negros jóvenes del valor de saca rse unos estudios». Edwards (1969) hizo sugerencias parecidas (ambos citados por McKay, 1995: 198). En sus escritos de la década de 1960, Boyle argüía que los jugadores de béisbol negros tendían a ser «hombres que corrían»; es decir, a pesar de su ascenso social, seguían identificándose con otros miembros de su casta, incluyendo los que eran más pobres. Esto quedó expresado mediante la asociación y apoyo financiero de la NAACP (Boyle, 1971: 277). Niveles similares de conciencia de raza en el deporte quedaron expresados en las demostraciónes del poder negro de Smith y Carlos en las Olimpiadas de 1968 y en la organización de la disidencia negra en el deporte estadounidense durante la década de 1960, en la cual Harry Edwards desempeñó un papel capital (Edwards, 1969). Sin embargo, las estrellas negras del deporte estadounidense de los noventa parecen optar por una orientación más comercial y egoísta, y están menos concienciados de la grave situación de la mayoría de los negros que sus homólogos de los años sesenta. Como nos recuerda McKay, quien cita a Wenner (1994), Michael Jordan y sus compañeros negros del «Dream Team», ganadores de la medalla de oro de baloncesto en las Olimpiadas de Barcelona en 1992, también protagonizaron una protesta en el podio, pero no se trató de una protesta política sino de un conflicto de intereses entre el patrocionador Nike de los jugadores y Reebok, patrocinador oficial de las Olimpiadas. Llevaban chándales con el logotipo de Reebok y lo que hicieron fue oscurecerlo durante la ceremonía de entrega de medallas. Tal y como dijo Charles Barkley, según se le atribuye: «Los chicos de Nike son leales a Nike porque nos pagan mucho dinero. Tengo dos millones de motivos para no llevar ropa de Reebok» (McKay, 1995: 199).

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EL FENÓMENO DEPORTIVO

Conclusión Es razonable suponer que la aparición de una burguesía negra de cierto poder en Estados Unidos se interprete como la representación de un cambio direccional de la

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civilización, en el contexto de un equilibrio global entre tendencias civilizadoras y descivilizadoras de ese país. Igualmente, el confinarnien_ to de la gran mayoría de los negros en guetos urbanos con pocas perspectivas y con problemas, como la creciende dependencia de drogas y la criminalidad, pues las bandas vinculadas a la droga pueden representar un desarrollo «barbarizante» de proporciones incluso mayores. Si los argumentos aportados en este capítulo poseen alguna sustancia, las estrellas negras del deporte podrían desempeñar un papel útil, tal vez vertebrador, del desarrollo y aplicación de políticas pensadas para cambiar los aspectos des- civilizadores de estas tendencias. Por ejemplo, podrían seguir la sugerencia de Gates y recurrir a su estatus de estrellas para persuadir a los varones negros pobres de que cursen unos estudios con mayor seriedad y dediquen menos energías al deporte, y hacer campaña para la dedicación de fondos a la mejora de las escuelas urbanas. Por supuesto, en el grado en que prueben su éxito en este aspecto, se daría un descenso en la presión competitiva para alcanzar ese éxito en el deporte que da pábulo a la superioridad negra en deportes específicos, y así, también habría un declive de esa superioridad per se. A corto plazo, esto tal vez se perciba como una forma de impedir que los negros tengan oportunidades en una de las pocas áreas en las que han logrado la superioridad y, por tanto, provoque resentimientos (Cashmore, 1990: 88). Sin embargo, a largo plazo, siempre y cuando hayan demostrado servir, tales políticas conseguirán una significativa igualdad de oportunidades para los negros y eliminará un requisito central implicado en la sociogénesis y persistencia del mito de la superioridad física e inferioridad intelectual de los negros. No obstante, está todavía por ver si las estrellas negras del deporte actual seguirán siendo corredores (Boyle, 1971) a quienes persuadir de dirigir campañas políticas, o si las grandes sumas que ganan y el clima comercial y la hiperindividualización que se ha vuelto predominante en el deporte en el Oeste contemporáneo llevarán a creer que el dinero le vuelve a uno blanco, ayudando a contrarrestar la ambigüedad de su estatus que antes llevó a los miembros de la burguesía negra a identificarse con sus hermanos menos aformnados.

9 DEPORTE, GÉNERO Y CIVILIZACIÓN

Introducción Este capítulo nace de un estudio anterior sobre el deporte como coto masculino (Sheard y Dunning, 1973; Dunning, 1986) y sobre el hooliganismo en el fútbol (Dunning y cols., 1988). Sin embargo, mientras en aquel estudio uno de los temas principales tratados fue el deporte y los contextos deportivos en cuanto ámbitos —fueran aprobados socialmente o no— para la generación y reproducción de hábitos, identidades y comportamientos masculinos, en este capítulo estudiaré de forma

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preliminar no sólo el deporte y la masculinidad, sino también aspectos del deporte y la feminidad. También estudiaré algunas de las relaciones entre la feminidad y la masculinidad, sobre todo expresadas a través del deporte.’ Esta ampliación de objetivos no representa un desvío repentino al área de las relaciones entre géneros. Tal vez no se haya percibido como tal, pero, como sociólogo figuracional que emplea una perspectiva dinámica de relaciones centrada en el estudio de los procesos sociales en el tiempo, es decir, en el surgimiento, reproducción, desarrollo y destrucción de las redes de interdependencia (configuraciones), la preocupación por las relaciones entre géneros ha sido uno de los objetivos centrales de mi obra desde la década de 1970. Esto lo reconoció Birrell en 1988 cuando escribió: El artículo de 1973 de Sheardy... Dunning «El club de rugby como un tzpo de coto masculino» se ganó el respeto como estudio subcultural, pero al centrarse en los hombres, nofite reconocida su importancia entre las eruditas feministas hasta que se aceptó que el objetivo correcto del campo eran las relaciones entre géneros. (Birrell, 1988: 481) Mi obra previa, por tanto, se centró en aspectos de los hábitos y el comportamiento masculinos en contextos cambiantes de relaciones de poder y género. En este capítulo trataré de incorporar a la ecuación ms aspectos de la mujer, sobre todo los relacionados con la participación directa de las mujeres en el deporte.

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EL FENÓMENO DEPORTIVO

DEPORTE, GÉNERO Y CIVILIZACIÓN

La marginación social del deporte y el estudio del género Probablemente y en gran parte debido a su marginación como tema de la teorización e investigación sociológicas (ver la introducción al presente libro), los deportes no figuran como objetivo central de muchos de los textos convencionales que abordan la temática sobre el género recientemente publicados (Oaldey, 1985; Walby, 1990; Davis y cois., 199 1)2. Incluso cuando se menciona, el deporte suele considerarse un tema marginal y no un ámbito importante en la producción y expresión de las identidades de género (Hearn, 1987; Brittan, 1989). Como hasta hoy el deporte ha sido predominantemente masculino, no ha sido muy habitual encontrar libros orientados a la mujer. Sin embargo, sorprende el creciente número de obras convencionales que tienen por tema principal la producción social de la masculindad (Seidler, 1992; Morgan, 1992). De la forma en que Brittan aborda el tema se deduce por qué se ha marginado el

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deporte en los intentos por comprender la producción social de la masculinidad. En Masculinity and Power escribe: Tal vez la imagen más popular de la masculinidad en la conciencia diaria sea la del hombre heroico, cazador, competidor, conquistador. Ciertamente es la imagen ensa Izada por la literatura, el arte y los medios de comunicación occidentales. En cierto sentido, la creencia en el hombre cazador o héroe parecería no tener sus cimientos en el mundo actual en que el viven la mayoría de los hombres. Estos disponen de muy pocas ocasiones para ser héroes, excepto como afición o deporte. El hombre cazador se ha transformado en el hombre que gana su jornal. Las oportunidades para el heroísmo sólo surgen en el campo del deporte, no en el bosque en una enconada búsqueda de alimentos para la tribu. (Brittan, 1989: 77) Brittan identifica correctamente el deporte con una de las fuentes generadoras de «la imagen de héroe» entre los hombres. Sin embargo, al agruparlo con los pasatiempos y al conceptualizarlo fiera del mundo de hoy, lo relega a un estatus periférico en comparación con lo que claramente considera el centro principal de producción y reproducción de la masculinidad en las sociedades actuales: el papel del hombre que gana un sueldo, es decir, el trabajo. Dos son por lo menos las consecuencias negativas: primero, Brittan no tie ne en cuenta el paro masculino de larga duración en los países occidentales nl el creciente número de mujeres que, por elección, obligación o una combinación de ambos factores, ganan un sueldo; segundo —y más importantes por lo

que aquí concierne—, Brittan se cuida mucho de explorar lo que probablemente es uno de ios ámbitos más importantes en las sociedades modernas para la producción y reproducción de la masculinidad en sus formas más tradicionales, a saber, el deporte. (Como explicaré más tarde, el deporte es simultáneamente uno de los ámbitos más significativos de resistencia y desafio a estas formas.) Por supuesto, Brittan no es la única que define los patrones contemporáneos de la masculinidad, sobre todo en el mundo del trabajo. El pensamiento economicista de este tipo parece disfrutar de un estado casi hegemónico en la teoría e investigación sociológicas contemporáneas. Se da en buena parte por garantizado y disfruta de un estatus cercano al de una ortodoxia sociológica. Al decir esto no es mi intención negar la importancia del trabajo y la economía en la perpetuación de una división sexual del trabajo (Elias, 1 986a)4, como un ámbito donde se inculcan, expresan, perpetúan y a veces desafian los cambios de hábitos andróginos en hombres y mujeres, de estructuras de la personalidad, comportamiento, ideologías y valores. Simplemente pongo en duda que los procesos económicos sean los únicos implicados directamente. Creo además que la marginación del deporte como tema de investigación en la sociología convencional tal vez haya restringido innecesariamente el alcance de la investigación por lo que a las relaciones entre géneros se refiere. Desde una perspectiva no económica, hay motivos para creer que, en este sentido, el deporte es uno de los ámbitos clave de las

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sociedades contemporáneas. El deporte como ámbito para la producción y reproducción de hábitos e identidades de género El simple hecho de que el deporte sea un aspecto central en las vidas de muchas personas sugiere que el estudio empírico y su teorización deberían ocupar un lugar más destacado en la sociología convencional que el que han tenido hasta la fecha. También hay razones para creer que el deporte es algo más que un pasatiempo o actividad de ocio. De hecho puede decirse que, junto con la religión y la guerra, el deporte representa uno de los medios de mayor éxito de movilización colectiva que hayan creado los seres humanos. Éste parece ser el caso por la combinación de una función figurativa y generadora de emociones que puede desempeñare1 deporte (Goodger, 1985; Goodger y Goodger, 1989; Murphy y cols., 1990). Como ya apunté en la introducción, puede decirse que el deporte es fincionalmente homólogo a la religión o la guerra en ciertos aspectos. Es decir, el deporte puede: (1) aportar un sentido a la vida; (2) actuar de centro de identificación social y (3) ofrecer experiencias análogas a las emociones y sensaciones

generadas por la guerra y otras situaciones serias como estar enamorado. Muchos fans deportivos desarrollan relaciones seudoamorosas con los equipos a los que animan, a veces incluso en detrimento de situaciones de amor reales sean heterosexuales, bisexuales u homosexuales. Es el carácter conflictivo inherente al deporte lo que le permite adaptarse al instante a la formación y expresión de identificaciones intergrupales/exterogrupales (Elias, 1991 a), aunque, por supuesto, como ya traté de establecer en los capítulos 1 y 2, el éxito del deporte en este sentido parece depender en gran medida de que, en sus formas modernas, los peligros físicos inherentes a cualquier movilización grupal por motivos de conflicto se han reducido en mayor o menor medida mediante la internalización de los controles personales (Selbstzwünge, Elias, 1994) y la institucionalización de los controles sociales (Fremdzwdnge, Elias, 1994). Otra forma de presentarlo sería decir que el deporte en sus formas más modernas y civilizadas implica una solución usual y relativamente eficaz de la antítesis entre rivalidad y amistad. Implica o constituye una rivalidad amistosa. Pero, por supuesto, en los asuntos humanos estas cosas nunca son permanentes. En condiciones específicas, tales circunstancias puede desarrollarse al contrario. Hay razones para creer que los deportes de nivel de elite de muchos países se ven amenazados en este momento por la implicación excesivamente seria de jugadores y espectadores (Dunning, 1986). Exceptuando el caso de las personas que están ligadas profesionalmente, el deporte constituye una actividad de ocio, pero si tal afirmación tiene alguna sustancia es por

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la importancia considerable de la formación de la identidad y los hábitos, en especial de los hombres (Dunning, 1986). Tal es la presión para practicar deportes —de los medios de comunicación, escuelas, compañeros y, desde luego, de los progenitores, en especial los padres— que los varones británicos, virtualmente independientes de la clase social, aunque tal vez no hasta el mismo grado de las afiliaciones religiosas y étnicas, se ven forzados a realizar un ajuste interno. Éste parece ser el caso, tanto si se adaptan y siguen un camino deportivo en su vida de ocio y tal vez laboral, como si se desvían u oponen e identifican con las formas de subculturas antideportivas que han arraigado en la sociedad británica (Marples, 1954: 130 y sigs.) o si adoptan una vía intermedia entre ambos extremos. En muchos puntos de la sociedad británica, quizás especialmente en las escuelas para chicos, los varones «anormales» que por las razones que sean optan por seguir una vía «antideporte» son susceptibles de categorizarse como «afeminados», incluso como «homosexuales» por sus compañeros. Una tendencia paralela se da entre las mujeres deportistas, a las que se clasifica como «lesbianas» u «hombrunas», antinomia que sugiere los problemas que el deporte plantea para la investigación sociológica. Esto sucede tanto si los individuos apos trofado

son, en algún grado, heterosexuales, homosexuales o bisexuales, o si muestran una tendencia biológica a las relaciones heterosexuales u homoeróticas, por un proceso de etiquetación o por una combinación de los dos. Que los Estados Unidos muestran patrones similares lo ha demostrado Nelson (1994). En nuestro mundo todavía fuertemente andrárquico, es probable que se vean en la mayoría de países. Pasemos a estudiar el tema más de cerca tratando de discernir si la teoría de Elias sobre los procesos civilizadores sirve para hallar algunas de las conexiones entre deporte y sexismo. Deporte y género en los procesos de la civilización en Occidente En su ensayo «Discursos sobre la relación sexo/deporte: Sobre las mujeres en el deporte y las relaciones entre sexos», Susan Birreil escribió en 1988 que dos artículos británicos publicados en la década de 1970—uno de Ken Sheard y el mío «El club de rugby yfltbol como un típo de coto masculino»— estaban tan avanzados aparentemente para el público americano que pasaron casi desapercibidos durante Unos 10 años (Birrell, 1988: 481). La investigación británica en este área tal vez haya ido por delante hace Unos 20 años, pero, aunque ha tratado de permanecer aislada, dentro de los límites de la sociología del deporte y, al menos en Gran Bretaña, sin el debido reconocimiento de la línea oficial, durante la década de 1980 se produjo en Estados Unidos una aplicación creativa por parte de los hombres de unas «perspectivas feministas críticas» al estudio sociológico del deporte, generando obras más avanzadas que las británicas. Entre las figuras punteras en este proceso creativo se encuentran Donald Sabo (1985), Alan Klein (1990) y Michael Messner. En 1987 Messner habló sobre las funciones del deporte en la producción de identidades masculinas: ¿Cómo comprender la intensidad de la identificación que muchos hombres

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experimentan en su condición de deportistas? Como los hombres no siempre ni en todas partes se han relacionado con el deporte como hoy en día, es importante examinar esta realidad desde un prisma histórico. En la primera de las dos décadas de este siglo, los hombres temían el cierre de la frontera, y los cambios en el puesto de trabajo, lafamiliay las escuelas estaban afeminando la sociedad. Los Boy Scouts de Norteamérica seflíndaron en 1910 para aportar un ámbito donde los hombres pudieran inculcar la verdadera masculinidad a los chicos. El rápido surgimiento contemporáneo de los deportes modernos puede atribuirse en gran medida al mismo fenómeno. Como los cambios socioeconómicos y familiares erosionaron las bases tradicionales de los privilegios y la identidad de los hombres, el deporte asumió cada vez más importancia como expresión cultural de los valores masculinos tradicionales; el deporte organizado se convirtió en una experiencia primaria en la validación de la masculinidad En la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, la burocratización y racionalización del trabajo, junto con el declive del peso de la familia y la entrada gradual de la mujer como fuerza laborai sígiuieron soca vande el papel sustentador como base de la identidad masculina, lo cual generó una inseguridad defensiva en los hombres. Tanto a nivel personal/existencial de los deportistas, como a nivel simbólico/ideológico de los espectadores yfans, el deporte se ha convertido en uno de los últimos bastiones del podery superioridad —y separación— masculinos sobre lafeminización de la sociedad El ascenso delfishol americano al estatus de deporte número uno probablemente es el resultado de la claridad reconfortante que expresa entre las polaridades de poder, fuerza y violencia masculinos tradicionales y los miedos contemporáneos de lafeminízación social. (Messner, 1987) El punto de vista de Messner se parece a mi propia perspectiva sobre las limitaciones de los métodos ante la formación de las identidades masculinas de autores como Brittan. No obstante, los argumentos de Messner se restringen innecesariamente a un contexto norteamericano. Después de todo, los deportes organizados, como el cricket y el boxeo, aparecieron en Gran Bretaña en el siglo XVIII, un poco antes que en Estados Unidos. El movimiento de los Boy Scouts también surgió primero en Gran Bretaña. De hecho, en Inglaterra la preocupación por la feminización social quedó expresada ya en las obras de Charles Kingsley en las décadas de 1840 y 1850, y parece haber desempeñado un papel en el desarrollo de la Cristiandad Muscular (Sheard, 1972; Maguire, 1986; Bloomfield, 1994). Esto sugiere que tal vez haya en curso un proceso más general, que implique posiblemente una difusión en doble dirección a uno y otro lado del Atlántico. Nelson lo implica implícitamente cuando escribe que: «los defensores británicos y norteamericanos del movimiento de la Cristiandad Muscular equzjparan el estoicismo, el valor y la tolerancia con dolor, y la capacida4 de pensar bajo presión con la hombría» (Nelson, 1994: 19). A su vez, esto sugiere que quizá necesitemos un modelo explicativo más general y menos norteamericano que el de Messner para explicar procesos de este tipo. En un

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plano ideal, este modelo también debería arrojar luz sobre un tema en el que no entra Messner en el artículo que yo cito, a saber, la sociogénesis y las consecuencias sociales de la entrada de la mujer en los deportes, una serie de actividades que, al menos en las sociedades todavía predominante- mente masculinas de Occidente, comenzaron siendo un coto masculino. En el artículo de Messner hay implícitas dos claves que sugieren que la teoría de Elias sobre los procesos de la civilización tal vez ofrezca (no todas las res-

puestas: los sociólogos figuracionales tienen cuidado de no lanzar las campanas al vuelo sobre afirmaciones de este tipo5) al menos unas cuantas claves que ayuden a elaborar esta teoría. Más en concreto tenemos razones para creer que: (1) poniendo cortapisas al comportamiento violento de los varones dominantes, tal vez el cierre de la frontera haya supuesto un paso en el desarrollo de la sociedad norteamericana que en algunos aspectos fue parecido a los procesos de los países europeos que Elias describió como la «transformación de los guerreros en cortesanos» (die Verhofiichung der Krieger, Elias, 1994), es decir, una significativa inclinación civilizadora en el desarrollo social europeo durante el cual las clases gobernantes comenzaron a sufrir la transformación de guerreros relativamente independientes en cortesanos y vasallos,6 y (2) que lo que se ha sentido como una creciente feminización en Estados Unidos —y probablemente también en Canadá— tal vez haya sido una variante norteamericana de lo que es una experiencia común de las sociedades que emprenden procesos similares de formación del estado y aumento de la pacificación bajo control estatal, es decir, dos de los rasgos estructurales clave de un proceso civilizador según Elias. Jennifer Hargreaves ha observado perspicazmente que: como toda la historia de los deportes modernos se ha basado en divisiones de género, hasta los informes radicales de los deportes femeninos tienden a centrarse más en las df’rencias percibidas entre hombres y mujeres que en las relaciones de poder menos obvias entre ellos. (Hargreaves, 1994: 8) En mi opinión, aunque comprensible pero menos perceptible, Hargreaves rechaza la teoría del proceso de la civilización como un medio potencial para arrojar 1uz sobre esta área e incluso abriga dudas de que tal proceso se haya producido empíricamente en la franja de tiempo estudiada por Elias (es decir, entre la Edad Media y la década de 1930), sobre todo en lo que concierne a las mujeres (Hargreaves, 1992: 161-182). Sin embargo, otros autores son menos radicales. Whitson, por ejemplo, califica de astuta la obra figuracional sobre las relaciones entre géneros (‘Whitson, 1990: 24-25), y Crosset admite nuestra sugerencia de que «los rituales masculinos asociados al deporte atañen a la lucha de poder entre los géneros» (Crosset, 1990: 48). Y aunque les parece que contradice la teoría del proceso de la civilización, Gruneau y Whitson escriben respecto a esto que: Dunning ha sugerido de modo convincente algunos posibles efectos del deporte en la evolución de las relaciones entre géneros. En primer lugar, sugiere que elpoder

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de los hombres en cualquier sociedad se refuerza hasta el punto de que instituciones importantes en esa sociedad sancionan y celebran el uso de la fuerza. Por el contrario, el poder de los hombres se debi lita siempre que se ponen en práctica leyes contra el uso de la fuerza hasta el grado de que se considera por lo general un tabú. En segunda instancia, sugiere que e/poder de los hombres se refuerza hasta el grado de que poseen sus propias instituciones (cotos masculinos) que reciben honores a nivel público, y que el poder masculino en la sociedad se debilita cuando estas instituciones se integran. (Gruneau y Whitson, 1993: 180) De forma parecida, cuando alude al artículo de Sheard y mío de 1973 sobre los clubes de rugby como cotos masculinos, Birreil añade que: En una reciente revisión del artículo, Dunning habla de la necesidad casi biológica de preservar tales espacios, sobre todo en momentos de invasión de la mujer de los mundosyprivilegios tradicionales del varón. Por tanto, las relaciones cambiantes entre los géneros y la subsiguiente civilización de la sociedad llevan a los hombres a marcar y cercar claramente el territorio masculino. (Birrell, 1988: 483; Dunning, 1986) Por supuesto no hay nada biológicamente necesario. También hay hombres que se identifican mis o menos con las mujeres y que rechazan o se oponen de modo más o menos activo a la connivencia con tales cotos masculinos. No obstante, Birreil se apercibe de que asumo algunas de las relaciones entre los procesos de la civilización y las luchas contra la androcracia. También puede leerse a esta autora cuando sugiere que las hipótesis ofrecidas por los sociólogos figuracionales al respecto se apoyan en cierto grado en la obra de Lenskyj (1986), Peiss (1986), ‘Willis (1982) y, sorprendentemente, de Jennifer Hargreaves (1994)! El análisis figuracional de las relaciones entre géneros Me parece que hay cinco formas en que la teoría del proceso de la civilización puede ser útil para el estudio de los problemas del deporte y el género. Mis en concreto, al estudiar estos temas relacional y procesalmente, se puede esbozar una explicación de: (1) el significado e importancia del deporte para los hombres que siguen abrazando las variantes de las identidades y papeles masculinos tradicionales; (2) el ascenso relativo de las mujeres al poder lo bastante como para desafiar con éxito cada vez mayor y entrar en lo que en principio fue un coto masculino exclusivo; (3) los cambios correspondientes a nivel ideoló gic

y de valores sobre lo que socialmente se consideran hábitos y comportamientos femeninos aceptables; (4) las reacciones de los hombres que se sienten amenazados por el encumbramiento cada vez mayor de las mujeres en el antiguo coto masculino, y (5) las fuentes de motivación que lleva a más mujeres a querer practicar deportes y su reacción con los hombres —y mujeres— que buscan mis o menos conscientemente bloquear su entrada. Para mostrar esta si- mación es necesario nombrar algunas de las afirmaciones figuracionales centrales sobre las relaciones entre géneros.

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La primera afirmación figuracional importante en relación con el género es la idea de que, al igual que las otras relaciones sociales, las relaciones entre hombres y mujeres se ven fundamentalmente afectadas por ci carácter y la estructura global de la sociedad en la que viven. La forma de la economía, por ejemplo, tanto si adopta una como otra variante de capitalismo o socialismo, junto con el nivel de desarrollo económico de la sociedad tiene clara significación en este sentido. Lo mismo sucede con la posición de la sociedad respecto a los otros y el grado de belicosidad o pacificación de las relaciones intersociales. Por lo general, la guerra (incluyendo las guerras civiles y las revoluciones) tiende a favorecer a los hombres, y la paz, a las mujeres. Resulta crucial el que una sociedad cuente con un Estado y, de ser así, el grado en que este Estado ha conseguido asegurarse un monopolio eficaz sobre la fuerza física y —correlativamente— sobre los impuestos, medios principales para gobernar las sociedades por encima de cierto nivel de complejidad, algo crucial para sus grados de pacificación interna. Dicho de otro modo, si la obra de Elias estaba bien encaminada, el carácter específico de las relaciones y sus respectivas identidades en una determinada sociedad, junto con sus valores e ideologías específicas entre géneros, mostrarán en buena medida el nivel alcanzado en el proceso civilizador en esa sociedad. La segunda afirmación central es que, aunque el nivel actual de conocimientos sobre la interrelación entre lo natural ylo aprendido siga siendo rudimentario, las relaciones e identidades entre géneros se edifican en torno a un sustrato biológico en parte determinante. Esto implica que hombres y mujeres son radicalmente interdependientes, porque se necesitan para reproducirse y porque toda sociedad que no sitúe la reproducción en un nivel de valores relativamente alto, sea cual fuere la combinación de heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad que permitan sus normas imperantes, pronto experimentaría graves problemas de población y tal vez desaparezca. Hombres y mujeres también se necesitan sexualmente como individuos, aunque, desde luego, cierto número de variables de cada sexo desarrollen tendencias homoeróticas. (En un aparte diré que el grado de tolerancia con gays, bisexuales, transexuales y desviados sexuales no violentos puede considerarse una señal del nivel de civilización de una sociedad.)

En resumen, nuestra segunda afirmación central sostiene que las relaciones entre mujeres y hombres se caracterizan por una interdependencia fundamental que deriva en parte de las raíces biopsicológicas y de las raíces de carácter sociocultural. Aunque no negamos la significación crucialde la cultura y el aprendizaje recalcada, por ejemplo, por Gagnon y Simon (1973) y Plummer (1975), nuestra opinión es que su perspectiva refleja una variante de lo que Wrong (1961) llamó el «concepto sobresocializado del hombre» (sic!). La tercera afirmación figuracional importante en torno al género es que, como otras interdependencias humanas, la de hombres y mujeres se conceptualiza mejor como un «equilibrio d€ poder» o «relación de poder» (Elias, 1978). El término equilibrio

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no se emplea en el sentido estático de igualdad sino para significar mediante la analogía con una serie de escalas el carácter fundamentalmente dinásnico, relacional y relativo del poder. La cuarta afirmación central es que, en lo más profundo del equilibrio dinámico del poder entre géneros de cualquier sociedad, se hallan no sólo las capacidades dinámicas de hombres y mujeres para controlar las fuentes simbólicas, ideológicas, económicas y políticas, sino también sus capacidades relativas para usar la violencia y otorgar favores sexuales o mantenerlos. Al menos dos hechos ostensibles se relacionan con esta constelación de afirmaciones centrales: 1. Que aunque (a) exista cierto grado de superposición entre los géneros, (b) aunque algunas personas nazcan hombres o mujeres sin ambigüedad y (c) aunque las diferencias de tamaño entre hombres y mujeres sean una función no sólo de la biología sino también de procesos sociales conectados, por ejemplo, con la división sexual del trabajo y los niveles de desarrollo económico y, por tanto, de construcción social de los cuerpos (Durkheim, 1964; Shorter, 1982; Maguire, 1993a), los hombres han tendido en todas las sociedades conocidas hasta el momento a ser más grandes, fisicamente más fuertes y rápidos que las mujeres, y, por tanto, a estar mejor equipados como luchadores potenciales. 2. La menstruación y sobre todo el embarazo y la crianza de los bebés tienden a incapacitar a las mujeres para competir en diversos campos, por lo que a la lucha y la participación en guerras se refiere. Por supuesto, la tecnología de las armas modernas implica una potencial y quizá peligrosa puesta en entredicho de las ventajas de los hombres. Igualmente, la invención de los tampones ha reducido los inconvenientes asociados con la menstruación, las técnicas modernas de control de natalidad han reducido la proporción de años de vida invertidos por las mujeres en embarazos, ylos biberones han hecho posible que los hombres cuiden de los bebés. Dicho de otro modo, los cambios de poder derivados de la fuerza y capaci da

de los hombres para la guerra y la lucha —existe una larga tradición que los considera una de las fuentes principales de dominio masculino (Sayers, 1982: 65-83; Brownmiller, 1976)— tienden a variar inversamente al desarrollo cientí— fico y tecnológico; es decir, tienden a ser mayores en las sociedades donde los niveles de desarrollo científico y tecnológico son bajos, y viceversa. Sin embargo, es razonable suponer que el nivel de formación del Estado de una sociedad, sobre todo el grado en que es capaz el Estado de mantener un control de monopolio eficaz sobre el uso de la fuerza fisica, sea una influencia significativa para el equilibrio en ci desarrollo del poder entre géneros.7 El deporte y el género en el proceso de la civilización Muchos deportes constituyen formas de lucha, y tanto la lucha como el deporte parecen derivar de formas complejas con raíces socioculturales y psicológicas parecidas. Obviamente, es el caso de los deportes de combate como el boxeo, la lucha libre y la esgrima, que son tipos de lucha sancionadas socialmente. Pero

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también parece aplicarse este principio a deportes de contacto como el fútbol, el rugby, el hockey sobre hierba y sobre hielo, yel fútbol americano, que pueden describirse como batallas simuladas entre equipos. Lo segundo que vale la pena apreciar es que los procesos de la civilización occidentales han implicado, a nivel normativo, una acumulación de controles y tabúes, por ejemplo, como el que los hombres peguen a las mujeres (Elias, 1986a) y, a nivel de los hábitos de una mayoría de hombres, un avance en el umbral de vergüenza y repugnancia respecto a la violencia y agresión (Elias, 1994). Como resultado, hasta haber conseguido que los hombres se vean privados del derecho (legalmente sancionado o no) a usar la violencia contra las mujeres, se habrá llegado a la privatización cada vez mayor de esta violencia, confinándola detrás del telón de la vida social, hasta concentrarse cada vez más en el ámbito doméstico. Incluso allí está cada vez más sujeto al control. Por ejemplo, según Walby: La deslegitimación de la violencia masculina en privado contra las mujeres se ha reducido, pero no eliminado, a una de las formas de poder que los hombres ejercen sobre las mujeres. Los maridos ya no son los únicos árbitros que deciden cuál esel nivel aceptable de violencia, ya que también lo regula elEtado. (Walby, 1990:149)8 Aunque haya diferencias complejas de edad, clase social y raza (que no puedo abordar aquí), ha habido un aumento del oprobio moral provocado por la

idea de que los hombres golpeen a las mujeres, y también una reacción pública más fuerte cuando se incumplen las normas dominantes. El que los hombres se hayan visto privados no sólo del derecho público a usar la violencia con las muj eres —relacionado con la arraigada creencia de que tal violencia está mal—, sino también de la capacidad psicológica y el deseo de hacerlo excepto en circunstancias de tensión extrema, habrá desempeñado un papel en el aumento —aunque sea marginal— del poder de las mujeres respecto a los hombres. Es decir, se habrá incrementado la capacidad de las mujeres para lograr sus deseos ylo que ellas consideran intereses relativamente exentos de miedo de que actuar así provocará respuestas físicas violentas en los hombres. Sin embargo, muchos hombres sienten que su masculinidad está en peligro, restringida y amenazada por este proceso civilizador per se que consideran desmasculinizante, y por el aumento correlativo del poder de las mujeres. Si asumimos que la teoría de Elias es cierta, es este proceso doble el que subyace en las raíces del miedo de la feminización debatida por Messner (1987) y que, si tengo razón, no se reduce únicamente a Estados Unidos. Si proseguimos al hilo de este argumento y en el contexto de sociedades relativamente pacíficas y, en este sentido, civilizadas, algunos campos del deporte —junto con oficios como el de militar y policía— respresentan un enclave de la expresión legítima de la agresión masculina y la producción y reproducción de los hábitos masculinos tradicionales, que implican el uso y despliegue del poder y fuerza fisicas, llegando a representar un vehículo validador de la experiencia de la

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masculinidad. ¿El fútbol y el fútbol americano como variantes mis o menos civilizadas de la ecuación masculinidad-deporte? Existen diferencias sustanciales entre los deportes y las sociedades en lo que concierne al empleo de una experiencia validadora de la masculinidad. Por ejemplo, quizá sea razonable describir el fútbol como un juego intrínsecamente más civilizado y civilizador que el fútbol americano, al menos cuando se juega según las reglas. Aunque sea también una batalla fingida con un balón, el elemento beligerante del fútbol es menos obvio, más sordo y por lo general está más controlado. Por algo el fútbol es un juego más abierto en el sentido de que las melés y las refriegas no son un elemento central. Además, el menor número de reglas y su mayor simplicidad lo hacen de más fácil control. 9 Tampoco es una táctica legítima placar a los jugadores que no están en posesión del balón. Y los jugadores no se visten con una armadura que recuerda un tanto a la de los caballeros medievales. La vestimenta protectora de los jugadores a veces se denomina armamento en un libro que describe el flit bo

americano para los telespectadores de la televisión británica (Wurman, 1982: 2-9). Finalmente, aunque es difícil que los árbitros controlen algunas formas de violencia ilegítima en el fútbol —por ejemplo, el uso de los codos al cabecear un balón o las zancadillas aparentemente accidentales—, son menos en número que las permitidas a los jugadores de fútbol americano. Al menos éste parece ser el caso si se tiene en cuenta el siguiente repertorio de prácticas violentas que son, o al menos alguna vez fueron, aparentemente legítimas en el fútbol americano: «Blind-side hitting, chop-blocking, clubbing o bouncer’s wallop, crackback block, ear-holing, head-butting, leg-whz»ing, rake-blockingy sp ea ri ng».’ En resumen, parece razonable suponer que el fútbol no es tan intrínsecamente una expresión, refuerzo y apoyo de un carácter de agresividad masculina extrema como el fútbol americano. Aunque durante la década de 1980 se impusiera en el fútbol británico una forma bastante extrema de agresividad masculina, como demostró más que nadie el Wimbledon FC, las reglas básicas del juego dependen menos de ese hecho. Por el contrario, el fútbol americano es en esencia una manifiestación y despliegue de agresividad y potencia masculinas. De hecho se vende bajo este concepto. Dicho en palabras de Messner, ofrece una «reconfortante claridad.., entre las pola ridades depotencia,fiierzay violencia masculinas tradicionales y los miedos contemporáneos de lafeminización social» (Messner, 1987). Por supuesto haciendo hincapié en la medición precisa del tiempo, la distancia y los aspectos cuantificables del rendimiento individual, el fútbol americano también refleja el alto nivel de racionalización alcanzado por el capitalismo y el deporte en Estados Unidos. No obstante, también parece razonable suponer que el fútbol americano sea un juego que pudiera surgir y arraigar en una sociedad donde haya considerable gusto por los ideales de la masculinidad que celebre o al menos tolere mucha mis violencia física explícita que lo que los grupos dominantes de las

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sociedades de Europa occidental consideran deseable. Esto respalda el estudio de Sipes, quien halló que la popularidad de los deportes combativos como el fútbol americano y la caza aumentó en Estados Unidos durante el proceso descivilizador de la Segunda Guerra Mundial, las Guerra de Corea y de Vietnam, al tiempo que declinaba la popularidad del béisbol, definido por Sipes como un deporte no combativo (Sipes, 1973: 64-86). También está de acuerdo con el hecho de que las agresiones sexuales, incluida la violación, de deportistas de elite a mujeres se produzcan con más frecuencia en Estados Unidos que en las sociedades de Europa occidental. Nelson dedica todo un capítulo al tema de The Stronger Women Get, the More Men Lo- ve Football (cuanto más fuertes son las mujeres, más gusta el fútbol a los hombres). Ella lo denomina «La agresión sexual como deporte espectáculo» (Nelson, 1994: 127-158). Por lo que a mi respecta, este capítulo podría escribirse en un contexto europeo, aunque, desde luego, tal vez refleje un nivel menos factual de esta violencia que el hecho de que la violencia contra mujeres por parte de deportistas/atletas no haya alcanzado aún un nivel de incidencia suficiente para ser tema de discusión en los países europeos. Los procesos de la civilización y la participación femenina en los deportes El estatus del deporte como un ámbito principal para la representación de experiencias «validadoras de la masculinidad» se ve amenazado hasta el grado de que el poder creciente y la confianza, dinamismo e independencia de las mujeres a nivel de hábitos y términos organizativos las ayudan a plantear un desafío contra las ideas e instituciones machistas tradicionales, y a que participen igualmente en los deportes. Desde el comienzo, las mujeres han tenido que luchar por hacerse un hueco en el mundo del deporte, y como puede deducirse de la jerarquía deportiva todavía prestigiosa en la que dominan los hombres y, por consiguiente, la escasa aparición relativa de las deportistas en los medios de comunicación o las bajas remuneraciones respecto a los deportistas de elite, y la baja participación relativa de las mujeres en acontecimientos como los Juegos Olímpicos (Hargreaves, 1994), su estatus sigue siendo marginal, aunque ya no sea inseguro. Hay poderosas ideologías que cuestionan su feminidad y las orientaciones sexuales, que predicen daños físicos y médicos, y que siguen actuando en su contra (McCrone, 1988; Vertinsky 1990, 1994). Sin embargo, con el tiempo y junto con el lento equilibrio cambiante de poder entre géneros —el cual, por supuesto, es un proceso complejo y de múltiples facetas, que podría invertirse en condiciones específicas — y favorecido por mejoras paralelas como la introducción de medios modernos para el control de la natalidad, la reducción del tamaño de las familias, o invenciones como el tampón y los electrodomésticos, cada vez hay más mujeres que consiguen entrar y practicar más y más deportes. Presumiblemente se han visto motivadas por cosas como: (1) un interés por obtener las mismas satisfacciones miméticas, sociales y de motilidad que obtienen los hombres del deporte (Elias y Dunning, 1986; ver también el capítulo 1 de este

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volumen) junto con las mejoras en la identidad, concepto personal, seguridad y costumbres (p. ej., una sensación de mayor seguridad en espacios públicos y mayor capacidad para defenderse de ataques físicos) que se consiguen, y (2) un deseo de igualdad con los hombres como resultado de frustraciones experimentadas por las coacciones y limitaciones impuestas tradicionalmente al papel de las mujeres.

En la actualidad, las mujeres están dando pasos adelante incluso en lo que Snyder y Spreitzer (1989) llaman deportes «categóricamente inaceptables» como el fútbol, el rugby y el boxeo, es decir, deportes que siguen considerándose en gran medida como inadecuados para las mujeres. Tales deportes son actos de combate/contacto corporal que recalcan la combinación de potencia, fuerza, agresividad y velocidad. Como tales, entran en fuerte y directa contradicción con las nociones todavía dominantes de la «feminidad», ideales que se proyectan habitualmente en la publicidad y medios de comunicación y que no sólo dan por ciertos los hombres sino también las mujeres. Sin embargo, hay una o dos anomalías que merecen tenerse en cuenta. El hockey sobre hierba es quizás el ejemplo principal. En Inglaterra se convirtió en un deporte para mujeres durante las décadas de 1880 y 1890. Un autor eduardiano afirmó en la Badminton Magazine en 1890: [Para las mujeres]... la belleza y forma del rostro es uno de los principales puntos esenciales, si bien la indulgencia ilimitada en ¡os deportes violentos al aire libre, como el cricket, el ciclismo, la caza con sabueso, la caza de nutrias, el ralley-chase y —el más odioso de todos los juegos para la mujer— el hockey, no pueden sino tener un efecto poco femenino sobre la mente de las jóvenes, no inferior a su apariencia... Dejemos que lasjóyenes monten a caballo, patinen, bailen y jueguen al tenis y otros juegos con moderación, pero dejemos los deportes de cancha y los pasati empos más rudos para los que están preparados por naturaleza, es decir, los hombres. (citado por Dobbs, 1973: 177) Estas formas de reduccionismo biológico teleológico —la idea de que la naturaleza no es un complejo de procesos ciegos sino intencionados— eran habituales en su época. Sin embargo, las afirmaciones de que el hockey no es aceptable para las mujeres no sólo fueron lanzadas por hombres. McCrone cita a dos mujeres, la primera de las cuales afirmó que «sólo las mozas rechonchas y fornidas deberían jugar [el] rudo y competitivo juego del hockey», que «con el campo en barrado, el ajetreo y la emoción para las chicas sin preparación ni formación es, no cabe duda, una locura». Y la segunda, una estudiante que observó que «el hockey volvía hombrunas a las mujeres y las alejaba de sus deberes domésticos, y las volvía de ese tzpo detestable que se convierten en sufragistas». (McCrone, 1988: 135)

McCrone relata el desarrollo aparentemente anómalo del hockey como un juego para mujeres sugiriendo que:

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En las escuelas públicas el hockey se consideraba con frecuencia afeminado ypropio sólo para enfermas imaginarias, por ello nunca adquirió la grandez.a del crickety elfiisbol masculinos. Por tanto, cuando las mujeres comenzaron a practicarlo, no se consideró que estuvieran profanando un coto sagrado de los hombres. (McCrone, 1988: 128) Éste es un argumento poderoso, acorde con el hecho de que en Gran Bretaña el hockey siguió considerándose afeminado en los círculos masculinos al menos hasta la década de 1950. Sin embargo, McCrone no ofrece pruebas históricas directas al respecto, y sospecho que tal creencia masculina se origi_ nó en las escuelas públicas junto con la conversión del hockey en juego para mujeres. Igualmente, tal vez McCrone haya proyectado un valor más reciente sobre el pasado. Si es o no así, su referencia a la estudiante que acusaba a las jugadoras de hockey de poder convertirse en sufragistas sugiere la implicación de un elemento político consciente en la aparición del hockey como juego para mujeres. Más en concreto, las mujeres que optaban por jugar al hockey a finales del siglo XIX eran probablemente muy conscientes de la creencia entonces dominante sobre las implicaciones masculinizantes y, tanto si se volvían o no sufragistas, estaban con toda probabilidad en franca oposición contra los ideales contemporáneos sobre la feminidad y los hábitos de la mujer. Sin embargo, el punto de vista dominante entre las sufragistas parece haber sido menos radical. Es decir, en gran medida parecen haber aceptado el punto de vista dominante respecto al deporte y concentraron sus energías más en asegurar cosas como el voto. No obstante, las pruebas sugieren que, dentro de una sociedad donde la violencia legitimada había sido monopolizada por el Estado y en la que el deporte se había convertido en uno de los principales campos de batalla para inculcar y expresar lo legítimo de los valores masculinos relativamente desarticulados, el deporte se convirtió en uno de los objetivos principales de la protesta feminista. Con palabras de Brian Dobbs: como el deporte era un puesto de avanzadilla del machismo y en cierta medida un símbolo masculino, cuando el movimiento sufragista femenino fracasó en sus intentos democráticos de hacer oír su voz, fre el deporte quien soportó el peso de la militancia y violencia de las sufragistas. A lo largo de 1913, los campos de bolos, los clubes de golf las canchas de crickety los

campos de fitbol se vieron patas arriba y los edificos reducidos a cenizas por todo elpaís. (Dobbs, 1973: 178) No sólo el deporte se convirtió en objetivo de las protestas directas feministas, sino que cada vez más mujeres lucharon simultáneamente para combatir la idea de que el deporte sólo era legítimo como una reserva masculina. En Estados Unidos, tuvieron el apoyo de algunos hombres poderosos. Por ejemplo, James Naismith, que inventó

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el baloncesto en 1891 como deporte de invierno para los jugadores de fútbol americano, proclamó que era un «deporte ideal para las mujeres» (Nelson, 1994: 14). Nelson sugiere al respecto que: Elprimer juego en los colegi os femeninos presentaba las características originales de Naismith con nueve jugado res y un punto por canasta. Como la sudoración en la mujer se co nsideraba poco delicada, no estaba permitido que asistieran hombres como espectadores, aunque 500 mujeres bulliciosas atestaran las gradas delArmory Hall de San Francisco. «La lucha era dura y eljuego era bueno», informaba el San Francisco Examiner. «Las chicas saltaban, luchaban y caían unas sobre otras en el suelo, pero no les preocupaba. Se levantaban con celeridad a luchar por la posesión de lapelota». (Nelson, 1994: 14) Aunque hubiera implícita una forma de segregación sexual, se desprende la posibilidad de que, en parte por cierto grado de apoyo masculino, la participación de las mujeres en el deporte fuera un tanto más fácil de conseguir en Estados Unidos que en Gran Bretaña. Esto no significa, por supuesto, negar el hecho de que, además de cuestionarse sus orientaciones sexuales, las deportistas norteamericanas no tuvieran que enfrentarse a problemas graves que no tenían que arrastrar los hombres. Estos problemas surgen en las sociedades con preponderancia masculina. Por ejemplo, es de todos sabido que, a pesar de la tendencia de las sociedades occidentales en los últimos años a compartir lo que antes eran roles conyugales más rígidos (Bott, 1957), todavía se espera que las esposas y compañeras que trabajan fuera de casa —y en muchos casos ellas también lo esperan— realicen las tareas domésticas. Sin embargo, las deportistas trabajadoras con un marido o compañero estable suelen enfrentarse a un conflicto no doble sino triple. Tal y como lo expresó una deportista británica en 1981: tratar de ser esposa y madre, tener un trabajo e intentar mantener el interés por un deporte genera tremendos conflictos y nunca hay tiempo libre. Se tiene siempre la sensación de que nunca consigues una buena nota en ninguno de los papeles que desempeñas. Esto crea muchos problemas de culpabilidad a las mujeres y éste es uno de los mecanismos sutiles de la sociedad. Cuando una mujer se está entrenando, piensa que debería estar cuidando de sus hijos o del marido; si se esflí erza en el otro sentido, piensa que debería estar entrenando, y así sucesivamente. Por eso es tan grande el conflicto. (Payne, 1981: 49) La misma deportista criticó lo que ella describía ci «papel servil» de las mujeres por el deporte: Recuerdo... que mi madre hace muchos años siempre lavaba la ropa de rugby de mi hermano e incluso cuando yo tenía 10 años me pidió que le limpiara las botas, a lo cual me negué aunque hubiese jugado en elPrimerXV (Payne, 1981: 49) Esto sugiere que gran parte del deporte masculino depende de la explotación del trabajo femenino sin remunerar, razón de la motivación de muchos hombres a

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oponerse a la igualdad y a los intentos de las mujeres por participar activamente en lo que ellos (como varones) consideran coto exclusivo. También es discutible que el empleo por los hombres del contexto deportivo como ámbito para la difamación ritual y simbólica y la humillación de las mujeres haya crecido a la par que el poder de las mujeres (Sheard y Dunning, 1973; Dunning, 1986; Nelson, 1994). En Gran Bretaña, la difamación simbólica de la mujer en el deporte —en sí una forma de violencia simbólica— tiende a suceder a puerta cerrada en la Rugby Union y de forma más abierta en el fútbol. Esto es consecuencia en gran medida de las diferencias de clase social de quienes juegan y observan los distintos códigos del fútbol, más en concreto el que la Rugby Union sea predominantemente para la clase media, mientras que e1 fútbol y la cultura asociada a él sea sobre todo para la clase trabajadora. Dado que hemos tratado en otro sitio el rugby como coto masculino (Sheard y Dunning, 1973; Dunning, 1986; Donnelly y Young, 1985; White y Vagi, 1990), estudiaremos con brevedad el tema en referencia al fútbol. En 1988, Vulliamy escribió el siguiente fragmento en una descripción de un grupo de fans ingleses en Stuttgart donde asistían a los campeonatos europeos de fútbol. Estos estaban, dijo él: reunidos en elBierfdssle Bar... en camiseta y pantalones cortos, calculando el precio de las cervezas, rascándose los testículos y cantando «Getyer tits

outfor the lads» (muestra las tetas a los chicos) cada vez que una mujer joven pasaba al lado del bar. (Guardian, 13 de junio de 1988) Durante la década de 1980, otro de los lemas habituales del repertorio de muchos grupos de hooligans o aficionados que rayaban en hooligans del fútbol inglés, cuando viajaban para apoyar a sus equipos era el canto del siguiente lema: «Eh, los de Leicester (o Newcastle, Liverpool, Tottenham, etc.), ya estamos aquí. Nos folla remos a vuestras mujeres y nos beberemos vuestra cerveza». Lo cual manifestaba una intención predatoria hacia los hombres locales, pero también simbolizaba una brutal cosificación de las mujeres consideradas como propiedad de los hombres. Como puede uno imaginarse, muchas mujeres se abstienen de ir al fútbol por culpa de estas manifestaciones. También se abstienen por otras razones menos obvias, pero no menos humillantes. Un ejemplo de primer orden es el que las mujeres tienen prohibido entrar en la sala de juntas de muchos clubes de fútbol ingleses incluso amigas y familiares de los directores cuando estos últimos emplean la sala para entretener a invitados. Un ejemplo más evidente es el ofrecido por un documental del canal televisivo de la BBC en 1993 sobre las mujeres yel fútbol. En él, un fan del Stockport County —Stockport es una población cercana a Manchester— describió la técnica que usó para disuadir a una mujer que manifestó su deseo de ver fútbol más de una vez. He aquí, parafraseado lo que dijo: Si ella insiste en ir, llévala pero a la peor parte del campo, algún punto a cielo abierto donde sea seguro que se moje. No tendrá mucha prisa por volver y las aguas

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volverán a su cauce. Elfitbol es un deporte para hombres. Se parece mucho este caso a lo que dijo un antiguo secretario de la FA en una reunión en 1988. Se llamaba Ted Croker y de nuevo parafraseamos lo que dijo: Elfitbol es un deporte duro de contacto fisico, un tipo de combate. Es y debe seguir siendo un juego de hombres. Las mujeres no tienen nada que hacer excepto animar a sus hombres, lavarlesyplancharles el equipo, ypreparles y servirles refrescos. Massey ofrece un comentario interesante sobre cuántas mujeres responden a la dominancia masculina del espacio público, como resultado de los valores machistas de este tipo. Escribe al respecto:

De camino a dr ciudad cruzamos el ancho valle del río Mersey y recuerdo campos húmedos y enfangados que se perdían en la distancia envueltos en una niebla fría. Ytodos aquellos acres del suelo de Manchester estaban divididos en campos defitboly de rugby. Los sábados.., tocía esa área se cubriría con cientos d. personas, corriendo detrás del balan hasta donde alcanzase dr vista... Lo recuerdo todo con detalle. Ytambjén recuerdo que me chocó —incluso siendo una chica pequeña perpleja y ensimismada— que toda aquel/a extensión de explanadas inundadas por el Mersey se hubieran entregado a los chicos. Yo no iba a aquellos campos, parecían prohibidos, como otro mundo (aún hoy con más conciencia de ser una intrusa, acudo a krgradaç de los ca mp os, porque me gusta). Pero había otros sitios a los que iba y todavía siento que no son míos, o que al menos se habían concebido, o causaban el efecto, para hacer que experimentara mi subordinación convencional. (Massey, 1994: 183) En sociedades como la británica, no sólo el género sino también la clase socia] y la raza provocan cierto sentimiento de exclusión y subordinación Dicho de otro modo, no sólo las mujeres se sienten así, sino también muchos varones de grupos foráneos y subordinados, aunque, desde luego, muchas mujeres de estos grupos se sienten en doble o triple desventaja. A pesar de esta advertencia, las observaciones de Massey sobre algunas de las conexiones persistentes entre «deporte, lugar y género» son perspicaces al apreciar el grado limitado en que se ha dado la igualdad entre géneros en la sociedad británica moderna, tanto en el deporte como en otras esferas.

CONCLUCION:

En este capítulo he tratado de demostrar que el deporte moderno surgió como parte de un proceso civilizador, cuyo alcance se entiende mejor al apreciar que para gran número de hombres ha llegado a ser un lugar importante para inculcar y expresar en público los valores tradicionales de la masculinidad. En resumen, el deporte moderno surgió como un coto masculino, lo cual ayuda a valorar la fuerza de la

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resistencia masculina a los intentos de la mujer de entrar en él o sus propios ámbitos deportivos. Sin embargo, otro aspecto clave del proceso de la civilización de Occidente ha implicado cierto grado de desequilibrio en la balanza de poder entre los géneros a favor de las mujeres. Como es un aspecto que a escritoras como Hargreaves (1992: 12-16) les resulta difícil aceptar, expondré con más detalles lo que esto significa.

La transformación civilizadora por la que yo abogo parece haber tenido efecto en al menos dos direcciones; la primera relacionada con la imagen de los roles ideales del hombre y la mujer encarnados en la flimiia nuclear y patriattal que se erigió en la norma entre la clase media en ascenso durante la segunda mitad del siglo XIX. Al contrario de lo que solía ser el difundido punto de vista feminista, este modelo de familia parece, al menos en un sentido, haber supuesto una inclinación hacia la igualdad de poder entre los géneros. Esto se debe a que, probablemente, constreñía a más hombres y con más firmeza en un modelo más igualitario de familia que hasta entonces —reduciendo, por ejemplo, el papel del pater familias en la sociedad victoriana—, lo cual sometía a los hombres a la posibilidad de una mayor y más habitual influencia de las mujeres. Si Shorter tiene razón, los hombres se habrían sentido más apegados e identificados con sus mujeres como personas que simplemente como objetos de gratificación sexual y procreación (sobre todo de varones) (Shorter, 1982: 294-296). En segundo lugar, al imponer una serie de controles internos y externos sobre las agresiones masculinas, por ejemplo, mediante un código de caballerosidad y junto con la elevación de las mujeres en un pedestal y la condena por villanía de toda agresión, tal vez esta transformación civilizadora general se haya llevado hasta un grado de igualdad de poder entre géneros. Habría sido así mediante la restricción de las oportunidades brindadas a los hombres para aprovecharse de su poder sobre las mujeres, de su mayor fuerza física y superioridad como luchadores. Esto, a su vez, tal vez haya aumentado las posibilidades de las mujeres para emprender una acción política unidas, por ejemplo, al sentirse más libres para organizarse y participar en manifestaciones. Si esta hipótesis especulativa tiene alguna sustancia, tal transformación civilizadora quizás haya surtido efecto al reducir la posibilidad de que las manifestaciones de la naciente unidad, confianza, dinamismo y poder de las mujeres tuvieran una respuesta violenta de los hombres, incluyendo a maridos y padres en un contexto doméstico. Más en concreto, en la medida de una posible respuesta relativamente pacífica de los hombres a tal participación y actos políticos, el miedo de las mujeres se habría reducido y habría crecido su confianza para seguir con la lucha, razón por la cual cada vez más mujeres, apoyadas por una pequeño pero creciente número de hombres, están empezando a creer en sus derechos. Parece razonable suponer que el ligero pero no por ello insignificante desequilibrio en la balanza del poder entre hombres y mujeres que tuvo su primera expresión pública en el movimiento sufragista haya sido, al menos en parte, consecuencia del

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brote civilizador que acompañó el surgimiento de Gran Bretaña como Estado-nación industrial-urbano. Pero hablemos claro: lo dicho no implica que fuera violenta la respuesta a las sufragistas por parte del público en general o del Estado.

Lo que sugiero es que, aunque el nivel de violencia policial y pública contra ellas se incrementara hasta el punto de que las sufragistas se vieron obligadas a adoptar tácticas más directas y perjudiciales: (1) los niveles y tipos de violencia empleados contra ellas diferían, quizá sólo marginalmente de ios esgrimidos contra los hombres, y (2) que una de las condiciones previas para la aparición del movimiento sufragista pudiera haber sido la renuncia a la violencia contra las mujeres por parte de muchos de los hombres a los cuales estaban mis unidas las sufragistas. Esta hipótesis no implica una negación de la continua violencia masculina contra las mujeres. Lo que pretendo sugerir es: (1) que la violencia contra las mujeres tendió, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, a disminuir en públictr,” (2) que este mismo margen de tiempo aumentó el sentimiento de ultraje ante el quebrantamiento de las normas imperantes, y (3) que aunque este proceso sigue produciéndose en sociedades como la Gran Bretaña moderna, la violencia masculina contra las mujeres tiende a predominar en los estratos sociales socioeconómicamente más bajos y menos integrados (Dunning y cols., 1988). Los varones de estos estratos no suelen experimentar remordimientos de culpabilidad cuando se comportan violentamente con las mujeres, y las mujeres de estas comunidades tienden a esperar un comportamiento violento de los hombres, con lo cual refuerzan esta tendencia. Aunque muchas mujeres hasta hoy se han acostumbrado a aceptar la definición hegemónica del deporte como un coto predominantemente masculino, este desequilibrio de poder entre géneros, si bien no es muy amplio, ha perdurado a pesar del trabajo de las sufragistas. Está claro que ha sido suficiente para impedir que los hombres de tendencias tradicionales se opongan a la entrada de las mujeres en número creciente a este antiguo bastión masculino. Los obstáculos erigidos contra ellas han sido mayores en los deportes de combate/contacto, pero, en los últimos años, cada vez mis mujeres han comenzado a practicar deportes como el fútbol e incluso el rugby y el boxeo. En Estados Unidos este proceso parece haber llegado más lejos que en el Reino Unido al menos por lo que al fútbol se refiere. Por eso, la Asociación de fútbol ha sido aceptada rápidamente en Estados Unidos como un deporte apropiado para mujeres, proceso favorecido entre otras cosas por el éxito del equipo norteamericano al ganar la Copa del Mundo en 1992. Su nivel de civilización respecto al fútbol americano y el rugby tal vez haya influido en su amplia aceptación por las mujeres norteamericanas. La participación directa y creciente de las mujeres en el deporte representa una tendencia a la igualdad. No obstante, esta mayor participación en lo que comenzó siendo un coto exclusivo de los hombres ha tendido a generar dos tipos de castigos para las deportistas, lo cual demuestra que el deporte y la sociedad modernos siguen siendo predominantemente machistas.

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Por una parte, para contrastar la afirmación de la masculinidad a través de la participación de mujeres en el deporte, puesto que la feminidad de las deportistas tiende a quedar en entredicho a los ojos de los demás, sobre todo como resultado de su participación en deportes de combate y contacto. En otros casos, quedando en entredicho ante sus propios ojos, una reacción típica de los grupos foráneos hasta el punto de asumir el «carisma grupal» de los mejor establecidos, en este caso los hombres (Elias y Scotson, 1994). Un ejemplo lo tenemos en lo que Wheatley llama las subversiones subculturales representadas en la mímica —con una tendencia antimasculina y prolesbiana— mediante, por ejemplo, las jugadoras de rugby, de la cultura antifemenina y antihomosexual asociada con la Rugby Union masculina (Wheatley, 1994: 193-2 1 1).12 Por otra parte, las mujeres se enfrentan a numerosos obstáculos que no padecen los hombres para la participación en el deporte. Sin embargo, como parte de la misma ecuación generale los deportes masculinos dependen al mismo tiempo y en muchas formas del servicio de las mujeres. Estos servicios en algunos casos se ofrecen voluntariamente. No obstante, como los servicios de este tipo se basan mis en asumir el carisma grupal de los hombres y menos en la reciprocidad y en la libre participación (es decir, con servicios comparables desempeñados por hombres), puede describirse con exactitud en términos neomarxistas como explotación de mano de obra femenina sin remunerar. Si estoy en lo cierto, esta explotación, en gran parte considerada normal a nivel subconsciente por muchos hombres y mujeres, constituye sólo una de las muchas fuentes de desigualdad en el ámbito de los deportes en las sociedades «bárbaras tardías» de la actualidad (Elias, 1991 b).

En este libro he expuesto a grandes rasgos algunos de los principios figuracionales de los procesos sociológicos, intentando mostrar mediante una serie de estudios teórico-empíricos lo potencialmente provechoso que puede ser un método figuracional para aumentar el acervo de conocimientos sobre el deporte como invención colectiva o producción social. Otros tendrán que juzgar si lo he logrado. Probablemente, hoy en día sea más habitual emplear el término construcción social que invención colectiva o producto social para describir el carácter fundamentalmente social del deporte. Me he abstenido de emplear los términos usuales por ser demasiado racionalistas, ya que podrían transmitir el espejismo de que la gente, con su nivel relativamente rudimentario de comprensión sobre sí misma y sobre las sociedades que constituimos —hasta algunos sociólogos olvidan que lo que Comte llamó formas «teológicas» y «metafisicas» de pensar siguen teniendo fuerza o incluso dominando el pensamiento social actual—, tiene más capacidad de la real para elegir y controlar sus acciones en el ámbito de invenciones colectivas como los deportes y las relaciones sociales. El método figurativo, específicamente en el estudio del deporte, se encarga de divulgar la creencia de que una formación mayor mejorará nuestra capacidad para controlar la esfera cada vez más importante del deporte y el ocio.

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Los sociólogos figuracionales comparten con los seguidores de la mayoría de las escuelas de sociología la creencia de que un conocimiento mayor ayudará a que la gente evite las formas sociales violentas, explotadoras, neuróticas, clasistas y fantasiosas —incluyendo el deporte— que han adquirido preeminencia en la mayoría de las sociedades, a fin de reemplazarlas por formas (por «formas» entiendo los ámbitos institucionales y sociales más amplios de los deportes, al igual que los deportes per se) que favorecerán el logro de la felicidad, la satisfacción y el bienestar humanos. Sin embargo, el principal interés se ha centrado en la necesidad de saber. No creemos que por el momento los conocimientos sociales sobre nosotros mismos sean suficientes para determinar las formas de acción que alteran el equilibrio entre las consecuencias intencionadas e inintencionadas con una certeza relativa a favor

Por supuesto, la idea de las consecuencias inintencionadas es en cierto sentido bastante antigua. Por ejemplo, el poeta Robert Burns escribió que «los pl nes mejor trazados no discurren en línea recta». El sociólogo americano Robert Merton (1957) habló de «las consecuencias inintencionadas de acciones sociales intencionadas», y Norbert Elias (1994), pensando más en colectividades y agrupaciones mayores, escribió sobre cómo procesos «ciegos» e «inintenciona_ dos», producto de la interrelación de miles de actos individuales, han dominado hasta ahora la historia de la humanidad, produciendo inintencionadamen.. te no sólo avances civilizadores como el surgimiento de los deportes modernos (<(avances» que, sobre todo hasta hace poco, han tendido a beneficiar a pequeños grupos gobernantes), sino también a guerras periódicas y crisis económicas, raciales/étnicas, sexistas, medioambientaies y de otro tipo. Asumiendo que al ritmo actual sigan produciéndose procesos como la gbbalización y el cambio tecnológico, parece probable que suframos mis una exacerbación que un aminoramiento de las crisis durante los primeros siglos del nuevo milenio. En este contexto, si se logra que el deporte evolucione más que hasta el momento hacia la ideología generadora de paz y buenas relaciones internacionales, podría convertirse en una institución de incluso mayor significación humana que hasta el momento. El enfoque sociológico figuracional deriva de las bases constituidas por Norbert Elias. Cada vez está más extendida la opinión de que Elias fue uno de los sociólogos más grandes, si no el mayor, del siglo XX. Me gusta considerarlo, en al ámbito sociológico, a la altura de Copérnico.’ (He dicho «ámbito sociológico» porque estoy seguro de que en otros ámbitos debe de haber otros). En su obra, Elias establece teórica y empíricamente el carácter social quintaesenciado de ios animales racionales individuales,2 y afirma que las sociedades que constituimos son «sociedades de individuos». Estas conceptualizaciones antikantianas representan lo que Elias habría llamado un «avance». Aunque las ciencias físicas y las sociales y humanísticas versan sobre materias muy distintas, es discutible que estos adelantos equivalgan al avance de Copérnico en el sentido de que, de la misma forma que aquél desempeñó un papel clave en el

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desarrollo de la ciencia moderna al rechazar el concepto geocéntrico del sistema solar y al sustituirlo por el concepto heliocéntrico, puede considerarse que Elias ha establecido algunos de los requisitos previos para el surgimiento de la sociología como ciencia mediante la correción de lo que él llamó el concepto del hombre como Horno clausus, o ser cerrado, Sustituyéndola por la orientación al Homines aperti, pluralidades abiertas con una mezcla innata y socialmente aprendida, aunque con tendencias soterradas por relacionarse con otros. Elias (1978) se refirió a esta tendencia como «valencias abiertas e independientes». Los impulsos sexuales y los sentimientos son tal vez los más aparentes.

Los avances de Copérnico y Elias implican un proceso de «descentralización» o «distanciamiento»: en el caso de Copérnico, una descentralización del antropocentrismo; en el de Elias, un distanciamiento del concepto neokantiano/kantiano/judeo-cristiano/ilustrado de los humanos como seres <(racionales» que se sitúan «por encima» de la naturaleza y otros animales en un mundo creado específicamente para ellos. El avance de Elias también supone el interés por el hecho observable de que cada individuo humano constituye un proceso y que los seres humanos están unidos por lazos de interdependencia que varían: (1) en el grado de fluidez; (2) en el equilibrio entre conflicto y cooperación que implican, y (3) en el equilibrio entre presiones centrípetas y centrífugas. Para expresarlo en términos sencillos, los seres humanos forman (con)figuraciones dinámicas entre sí (Elias, 1978). Con esta formulación, Elias consiguió probablemente evitar lo que los sociólogos de orientación filosófica llaman «dilema entre estructura y delegación» (Giddens, 1984), dificultad a la que durante siglos se han enfrentado filósofos y sociólogos para elaborar formulaciones sobre la relación entre individuo y sociedad, que eviten el reduccionismo y la cosificación haciendo al mismo tiempo justicia al individuo y la sociedad en la ecuación. Espero que en este libro haya dado suficientes ejemplos de lo fructífero de las conceptualizaciones de Elias. El concepto de las figuraciones puede aplicarse a los lazos de interdependencia en y entre «díadas» y «tríadas», en y entre instituciones como clubes deportivos, universidades, compañías comerciales y partidos políticos, así como en y entre clases sociales, grupos «raciales>/étnicos y «grupos de supervivencia» (Elias, 1978), por ejemplo, tribus, estados feudales y naciones. De esta forma, puede decirse que la formulación de Elias trata de tender un puente entre las perspectivas micro, meso y macrosociales.5 Elias también consiguió desarrollar formulaciones que evitaran la tendencia del Horno cl.ausus a dicotomizar entre cuerpo y alma, lo que junto a sus observaciones de que en los procesos sociales estaban implicadas gran número de personas le ayudaron a aprehender la significación sociológica del estudio de los deportes. Elias conceptualizó a los humanos como una especie que evolucionó a animales que emplean y crean símbolos equipados con la capacidad de «percibir» y «pensar», así como de «jugar» y «trabajar». Los seres humanos también dependen menos que

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otros animales de los instintos heredados y más del aprendizaje y moldeado social de las capacidades innatas (Elias, 1978, 1991 b). Finalmente, Elias empleó con provecho las metáforas sociales de los bailes y los juegos —en oposición, por ejemplo, a metáforas asociales como las máquinas, organismos y sistemas cibernéticos— a fin de arrojar luz, por ejemplo, sobre las complejidades de las relaciones de poder (Elias, 1978). También formu 280

16 una serie de conceptos como las unidades de «supervivencia» y «ataque-y-defensa», la <(tríada de controles bisicos» ylas «figuraciones dobles» que tienen un uso potencial considerable en los estudios comparativos y de desarrollo. En este libro hemos empleado varios. Otra huella de la originalidad de Elias es el hecho de que, con la excepción parcial de Theodor Adorno,» fue, a mi entender, el único fundador de una escuela sociológica que aprehendió la significación social del deporte y aportó contribuciones sustanciales a su estudio sociológico (Elias, en Elias y Dunning, 1986). Sin embargo, hay aspectos de la contribución de Elias y mis generalmente de sociólogos figuracionales que siguen siendo controvertidos y mal interpretados por la sociología del deporte y otras vertientes. La dependencia e independencia y el concepto y teoría del proceso de la civilización son ideas centrales. Una buena forma de dar término a este libro es responder a algunos de los argumentos recientes al respecto, sobre todo los de la feminista gramsciana Jennifer Hargreaves. Ha ofrecido una serie de críticas mordaces que, aunque en muchos casos yerran el objetivo, merecen tomarse en cuenta. La creencia de que el estudio de los procesos sociales se emprende mejor mediante un desvío a través de la objetividad, donde el investigador y teórico intenta refrenar momentáneamente pasiones y emociones a fin de aumentar las posibilidades de desarrollar una imagen realista o, mejor aún, congruente con la realidad del proceso o procesos en cuestión, constituye un aspecto clave del canon figuracional. Este enfoque, creemos, aumenta las posibilidades de obtener conocimientos seguros que actúen de guía para un acción eficaz. Los sociólogos figuracionales se consideran científicos sociales y Elias describió la tarea de los científicos como: En la exploración de la naturaleza... los científicos han aprendido que cualquier usurpación directa en su trabajo por intereses a corto plazo o necesidades de personas o grupos específicos pone en peligro la utilidad que el tra bajo pueda tener para ellos mismos o para su grupo. Los problemas que formulan y tratan de resolver con sus teorías mantienen una relación con alto grado de autonomía respecto a los problemas sociales o personales, y lo mismo sucede con los valores que emplean; su trabajo no está falto de valor, pero, al contrario que el de muchos de los científicos sociales, está protegido por patrones profesionales firmemente establecidos y otras salvaguardias institucionales contra la intrusión de evaluaciones heterónimas. (Elias, 1987: 6) Elias urge aquí a los sociólogos a luchar por una autonomía mayor con la academia

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y con poderosos grupos foráneos como gobiernos, compromisos partidistas y patrocinadores. Su reivindicación se debe a que los científicos natura-

les habían descubierto soluciones a problemas cuya validez estaba probada. Esto contrasta mucho con las soluciones derivadas de la principal ideología, de las cuales seguimos dependiendo en las ciencias sociales y que, cuando se aplican, con frecuencia tienen consecuencias inintencionadamente perniciosas, desastrosas y destructivas. Con este fin, Elias abogó por el desarrollo en la sociología de patrones, instituciones y modos de proceder similares a los de las ciencias naturales, aunque adaptados a las propiedades específicas de los seres humanos y las sociedades humanas. Además de la fuente social del conocimiento, per se —arguyó él—, debería estar por encima de los intereses y prioridades a corto plazo durante la elaboración teórica y la investigación. Sin embargo, Elias mostró una claridad meridiana al decir que, en la lucha por conseguir estos objetivos, los sociólogos no podían y no deberían abandonar sus intereses y preocupaciones políticas. Al contrario, eran ingredientes vitales para el éxito en la teorización e investigación sociológicas. Tal y como lo expresó Elias: El problema que confronta a los [científicos sociales] no consiste sólo en descartar su papel [más político e implicado] en favor de... [otro más científico e independiente]. No pueden dejar de tomar parte y verse afectados por los asuntos sociales y políticos de su grupo y su época. Además, su misma particípación e intervención es una de las condiciones para abarcar los problemas que tratan de solucionar como científicos. Porque mientras que para entender la estructura de las moléculas no se necesita sentir lo que siente uno de sus átomos, para comprender elfrncionamieni v de los grupos humanos uno necesita saber desde su interior cómo sienten los seres humanos, lo cual no puede hacerse sin una participación e intervención activas. El pro blema de enfrentarse a quienes estudian uno u otro aspecto de los grupos humanos estriba en cómo conservar los dos papeles departicíante e investigador separados con claridad y consistencia, y como grupo profesional, cómo conseguir en el trabajo la dominancia indiscutible de este último papel. (Elias, 1987: 16) Lo que recomendamos aquí, claramente y sin ninguna ambigüedad es que los sociólogos deberían esforzarse en lograr un equilibrio entre una independencia necesaria y una implicación igualmente necesaria. Tal actitud, mantenemos, implica la reducción del contenido imaginativo del pensamiento humano —por ejemplo, la idea de crear una Utopía mediante una revolución violenta o que un deporte sea el ámbito de una «libertad total»— y la potenciación de su orientación hacia la realidad.

En 1985, Chris Rojek sugirió que, hasta ese momento, los sociólogos figuracionales no habían elaborado «reglas ni instrucciones para conseguir el autodistanciamiento

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del objeto de estudio» (ver también Rojek, 1989, 1992). Tal crítica era constructiva y me llevó a formular unas pocas reglas implícitas en las enseñanzas e investigaciones de Elias (Dunning, en Dunning y Rojek, 1992: 252). Sin embargo, ¿cómo contestar a un escritora como Jennifer Hargreaves quien, a pesar del corpus sustancial de pruebas escritas afirmando lo contrario,7 sigue diciendo que nosotros abogamos por «una metodología del distanciamiento» que «proclama ser objetiva y acrítica». Esto es una tergiversación de nuestra postura en varios sentidos. Y más en concreto: 1. Elias no abogaba simplemente por el distanciamiento, sino que animaba a los sociólogos a buscar un equilibrio entre implicación y distanciamiento, un equilibrio en el cual ambos polos fueran importantes, implicación para motivarse y contar con conocimientos detallados, distanciamiento para obtener una visión más amplia y un medio para minimizar la distorsión de la percepción tanto respecto a los datos como a los puntos de vista, conceptos y teorías de otros. 2. El concepto de la objetividad no aparece en el vocabulario de los sociólogos figuracionales excepto como un término que criticamos. Concebimos la tarea de los sociólogos asociada al aumento de la «congruencia de la realidad» de los conceptos y teorías sobre las sociedades, es decir, con el establecimiento de nuestras representaciones mentales del mundo social observable per se. No es cuestión de luchar por la objetividad o la verdad, sino de añadirlo a la congruencia de la realidad del marco de conocimientos existente. Por ejemplo, se puede decir que, como implica centrarse en cómo la especie humana sobrevive en el mundo material, las teorías de Marx representaron el desarrollo de una mayor congruencia sobre la realidad en relación con las de Hegel. De forma parecida es nuestra opinión que hoy se necesita superar el grado de congruencia sobre la realidad conseguido por Marx (y Weber, Durkheim y Gramsci, etc.), y que Norbert Elias es una de las personas que ha dado con éxito algunos pasos en esa dirección. 3. Aunque la actitud sociológica de Elias no era abiertamente crítica en el sentido ideológico y político presentado por Jennifer Hargreaves, él afirmaba en sus clases que los diagnósticos sociales que son relativamente congruentes con la realidad constituyen formas eficaces de crítica hasta el grado de mostrarse por lo que son, la corrupción y explotación que tienen características comunes a la mayoría de las sociedades de hoy. La propia recomendación de Jennifer Hargreaves aboga por una sociología basada en lo que ella denomina «objetividad apasionada».8 Sin embargo, silo he entendido bien, esta opinión también se basa discutiblemente en un miedo in284

debido. Jennifer Hargreaves, no cabe duda, está comprometida apasionadamente en apoyar la causa de la participación de la mujer en el deporte, de la misma forma que otros sociólogos figuracionales y yo estamos apasionadamente comprometidos con aumentar el conocimiento como medio de contribuir a la mejora de hombres y mujeres de todo el mundo y, en última instancia, para ayudar a la humanidad a sobrevivir. Sin embargo, esto no significa que Jennifer Hargreaves, más que los

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sociólogos figuracionales desempeñe su investigación y escriba sus artículos y libros en un estado de gran implicación emocional, por no decir que se abandone a sus pasiones. Eso sería imposible. Investigar y escribir son de hecho una clásica desviación del comportamiento. Implican luchar momentáneamente por refrenar las pasiones. Como sugerí en la introducción, Karl Marx tal vez haya escrito que «los filósofos han interpretado el mundo de disti ntas formas; lo importantes sin embargo, es cambiarlo», pero el que consagrara su vida a sentar las bases de un socialismo científico en el cual la acción política se basara en una teoría justificada empíricamente sobre la estructura y cambio sociales es una buena prueba de este desvío del comportamiento. La vida y obra de Marx también ilustran cómo las personas comprometidas políticamente pueden hacer su aportación al conocimiento. Jennifer Hargreaves y otros devotos de la neutralidad de valores9 nos han acusado, pero es difícil encontrar una persona que tenga valores neutros —suponiendo que alguien que no esté muerto o sea un esquizofrénico pueda hacerlo— y ¡contribuya a aumentar el conocimiento sociológico o que incluso quiera ser sociólogo! En su búsqueda del conocimiento, los sociólogos figuracionales se han comprometido apasionadamente con la idea de que, por el momento, el tema necesita con urgencia una o varias síntesis para contrarrestar los efectos destructivos de la rivalidad de paradigmas. La rivalidad puede ser constructiva hasta un punto, pero si impide que los sociólogos actúen al unísono en relación con patrocinadores, políticos, el público general ylos representantes de otras personas, su efecto global será debilitante. Por el momento, los signos de la sociología del deporte son que los efectos destructivos de la rivalidad de paradigmas están comenzando a superar sus consecuencias constructivas y beneficiosas. Creemos que el tipo de síntesis que ayudará a reunir estas presiones centrífugas tendrá que situar en el centro la obra de Marx y los marxistas (incluyendo a Gramsci). Pero también habrá que incluir a figuras como Comte, Durkheim, Weber, Simmel, Mannheim y Elias. Hay que admitir que ninguna de estas figuras es una mujer, pero estoy convencido de que figuras como Susan Birrell, Cheryl Cole, Nancy Theberge, Patricia Vertinsky y, a pesar de su tozudez y, para mí, sorprendente interpretación errónea de los aspectos clave de lo que han escrito los sociólogos figurativos, Jennifer Hargreaves, verán incluidos merecidamente aspectos de su obra en una síntesis sobre la sociología del deporte.

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EL FENÓMENO DEPORTIVO La teoría del proceso de la civilización yel debate sobre el desarrollo del deporte moderno en ese contexto también deberían ocupar un lugar central en cualquier síntesis. Sin embargo, una condición previa para que esto ocurra es que estos temas los aborden los protagonistas de los paradigmas rivales con un espíritu más abierto,

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imparcial y, me atrevería a decir, más independiente que el que se ha mostrado hasta el momento. Jennifer Hargreaves escribe: «El problema de la sociología figurati va no es que muchos hayamos malinterpretad.o la teoría... sino que estemos en desacuerdo con sus afirmaciones ypensemos que la tradición marxista sobre la sociología del deporte sea más provechosa para el conocimiento del mundo social de los deportes» (1994: 16). Ni por un momento pongo en duda lo fructífero de «la tradición marxista de la sociología del deporte». Sin embargo, insisto en que, a pesar de su rechazo, Jennifer Hargreaves en su mayor parte ha interpretado erróneamente la teoría del proceso de la civilización y lo ha hecho porque lo asocia equivocadamente con las teorías evolutivas del siglo XIX que postulan ideas metafisicas de un progreso evolutivo, unilineal y necesario. Jennifer Hargreaves refuerza mi convicción de que ha juzgado mal la teoría del proceso de la civilización al malinterpretar mi afirmación de que no «entraría necesariamente en contradicción con la teoría si se estuviera produciendo deforma habitual un aumento de la violencia contra la mujer» (Dunning, en Dunning y Rojek, 1992: 257; Hargreaves, 1994: 16). Por supuesto, una palabra clave de esta afirmación es «necesariamente». Un aumento a largo plazo de la violencia contra la mujer en el ámbito de una sociedad caracterizada por un monopolio estatal firme sobre la violencia ylos impuestos, y en la que se ha producido un aumento de las cadenas de interdependencia y democratización funcional, plantearía ciertamente dificultades a la teoría. Sin embargo, un aumento a corto plazo de esta violencia no tendría por qué hacerlo. Por ejemplo, podría dar- se un aumento como consecuencia de la inmigración procedente de un país más violento. Además, en un ámbito de democratización funcional, podría esperarse una respuesta violenta a las peticiones de cambio de un colectivo femenino cada vez más poderoso por parte de varones social y psicológicamente inseguros e inmaduros en el estadio de barbarie tardía de desarrollo social en que solemos vivir. Sin embargo, en el contexto del mantenimiento de un monopolio estatal firme, la teoría sólo se vería refutada si la violencia contra la mujer aumentara a largo plazo. Esto sería así porque no se habría producido el aumento predicho en la identificación mutua entre números crecientes de hombres y mujeres, aunque un aumento de la violencia contra la mujer en el ámbito de un declive del monopolio de la violencia y los impuestos de un Estado confirmaría la teoría del proceso de la civilización. Lo acacecido en la antigua Yugoslavia brinda una oportunidad de probar esta proposición. La cuestión es que éstos son

CONCLUSIÓN temas extraordinariamente complejos que han de estudiarse cuidadosamente y en detalle con un debate constructivo y apacible entre sociólogos y sociólogas, y no descartado de forma retórica y arbitraria. Permítanme concluir sacando a colación un último asunto. Tal vez haya dado la impresión en este libro de que existe total unanimidad entre los sociólogos figuracionales. Ciertamente hay un alto grado de consenso entre nosotros, pero

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recientemente también se han apreciado signos de creciente división. Por ejemplo sociólogos holandeses como Fred Spier, de la Universidad de Amsterdam, han sugerido que, debido a la recurrencia de las interpretaciones erróneas, los sociólogos figuracionaleS deberían abandonar el término «civilización» a favor de un término como «régimen». Mi opinión es que han caído en un profundo error por varias razones: primero, porque es difícil pensar en un proceso-versión adecuados de régimen (supongo que «formación de régimen» valdría, aunque «reglamentación» sería claramente inadecuado); segundo porque asume equivocadamente que «civilización» (que puede interpretarse como algo estático), más que «proceso civilizador», es el término clave de la base conceptual figuracional y tercero, porque si uno (a) empieza como hizo Elias a trazar las líneas generales de una teoría sobre la base de una concepción científica de los seres humanos como seres sociales tanto con cuerpos y emociones como un intelecto (encarnado), (b) estudia el desarrollo social a largo plazo y (c) construye las ideas científicas del siglo XX sobre las relaciones entre determinación y contingencia, coacción y libertad, uno está casi obligado a elaborar una teoría muy similar a la teoría del proceso de la civilización. En cualquier caso, como espero haber puesto en evidencia en este libro, pocas objecciones de las propuestas hasta el momento soportan el escrutinio, si se tiene el cuidado de reparar en lo que escribió realmente Elias. Como se aprecia en este libro, un tema central en la obra de Elias sobre el deporte implica el interés por los problemas de la violencia y su control. Como he tratado de exponer sobre todo en el capítulo 2, su postura sobre el equilibrio entre lo natural y «nutrición» en la génesis de la violencia humana fue muy distinta de las posiciones adoptadas hoy en día por Lorenz (1967), Freud (1939) y sus seguidores que postulan la existencia de un instinto agresivo. De hecho, la misma aparición del proceso de la civilización contrarresta la idea de que los seres humanos poseen una agresividad innata. Lorenz creía que la canalización de este instinto agresivo a través del deporte representaba una de las pocas esperanzas para la humanidad de evitar la autodestrucción en la era nuclear. Está claro que no era consciente de que el proceso de la civilización implicado en el desarrollo del deporte moderno, y de los deportes en sí, pueden ser escenario de actos de violencia graves como se ap recia en la escalada del hooliganismo en el futbol desde mediados de la década de 1960. Empleando la

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EL FENÓMENO DEPORTIVO

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frase con que inicié esta conclusión, los deportes modernos son lo que Elias habría llamado una útil «invención colectiva». Sin embargo, no son la panacea El grado de violencia ocasionado depende findamentaimente del háb0 y estructura de la personalidad de la gente que juega, asiste como espectador, organiza y controla, y éstos, a su vez, dependen de la fase de un proceso civiliza doro descivilizadoro del equilibrio entre ellos. Como he señalado en este libro en varias ocasiones, Elias (1991 a) especuló con que, en el futuro —asumiendo que la humanidad no sea barrida de la faz de la tierra por una guerra nuclear, una catástrofe ecológica o por la colisión de la tierra con un gran asteroide— los historiadores tal vez consideren bárbaros tardíos a las personas más civilizadas del siglo XX. QUiZáS el ser bárbaros tardíos sea el responsable de que el deporte moderno no sea sólo un ámbito social para el valioso y socialmente legítimo descontrol controlade de los controles emocionales (ver capítulo 1), sino también un ámbito para inculcar, expresar y preservar algunas de las formas más extremadas de machismo (ver capítulo 6). También se han asociado durante más de un siglo a los procesos de acomodación y comercialización procesos que se han ido acelerando a medida que el siglo XX ha ido llegando a su fin; sus consecuencias para el deporte y la violencia y para la misma preservación del deporte en sus formas modernas resulta indeterminada en la actualidad. (Mientras escribo esta frase, el BskyB de Murdoch acaba de pagar 625 millones de libras por el Manchester United y Carlton está negociando con el Arsenal.) Sin embargo, puede decirse con certeza que Norbert Elias hizo aportaciones importantes a la sociología del deporte al igual que en muchas otras áreas de este campo. Por tanto, quizá sea necesario concluir este libro parafraseando la cita de Elias sobre Holbach al término de The Civilizingprocess «La ci vi/isation et le sport ne sontpas encore terminées». Tengo esperanzas de que en Temas deportivos haya empuñado la antorcha llevándola un poco más adelante de donde la dejó Elias, quien ayudó a impulsar el estudio del deporte hasta el lugar de prestigio jerárquico que ocupa entre los temas de la sociología, que es al menos un poco más alta que la posición que ha ocupado hasta el momento.

NOTAS INTRODUCCIÓN. EL DEPORTE COMO CAMPO DE ESTUDIO SOCIOLÓGICO He utilizado comillas para los términos «social» y «económico» para indicar que esta distinción habitual puede llevar a confusión si el lector olvida que la «econo mía y lo «económico» son fenómenos sociales. 2. Elias y Foucault consideran el poder como un fenómeno general de las sociedades

humanas. Sin embargo, mientras la concepción de Foucault de una «microfisica del poder» ha recibido críticas legítimas por ser metafisica, es difícil ver cómo apli ca ese mismo cargo a Elias porque, para él, el poder es una función de interde

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pendencia es decir, si A depende más de B que B de A, entonces, sea cual fuere la fuente de dependencia, B domina a A. 3. En un artículo de revisión [Leisure Studies (1988), 7: 201-2081, Chas Critcher de sech esta idea de un «espectro le tiempo libre» por ser «excesi vamente formal», y luego afirmó que «la noción Jlíncionalista del equilibrio social ocupa un lugar central en la visión (figuracional) de la sociedad». No hay otras pruebas textuales para res palda esta aseveración que la afirmación insostenible de que «en muchos de estos ensayos (en Questfiir Excitement), sobre todo los de Elias, Función” es el término más recurrente». Me sorprende que un especialista de la estatura de Chas Critcher haga aserciones de este tipo sin preocuparse por examinar la exposición detallada de Elias y ver que este concepto de las funciones difiere del de los «ftincionalistas». Para consultar la exposición del debate sobre el tema de Elias, ver Elias (1978). Ver también páginas 28 y29 de este volumen. 4. Para profundizar en las críticas de la dependencia excesiva de algunos sociólogos en el trabajo filosófico, ver Richard Kilminster (1987), «Sociology and Professio na Culture of the Philosophers», y Nicos P. Mouzelis (1991), Back to Sociologi cal Theory: The Construction of Social Orders. 5. Si se quiere consultar una excelente revisión de la literatura sobre la formación so cia de la personalidad que básicamente se pone de parte de la visión figuracional, ver lan Burkitt (1991), Social Selves: Theories of the Social Formation ofPersonality. 6. Éste, por supuesto, fue uno de los argumentos básicos de Durkheim en The Di visio ofLabour in Sociezy (1964). Giddens, en The Constitution ofSociety (1984), lo niega respecto a Elias. 7. Para una detallada exposición y un intento de refutación de algunas de las malin terpretacione más frecuentes, ver «Figurational Sociology and the Sociology of Sport», en Dunning y Rojek, 1992. págs. 221-284.