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EL SEÑOR DE LA GUERRA DE MARTE EDGAR RICE BURROUGHS

3. El Señor de La Guerra de Marte - Edgar Rice Burroughs

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Una Princesa De MarteEdgar Rice Burroughs

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EL SEOR DE LA GUERRA DE MARTE EDGAR RICE BURROUGHS LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 2 IEn el ro Iss Cobijado a la sombra del bosque que bordea la roja llanura, junto al Mar Perdido de Korus, en el valle del Dor, bajo las plidas lunas de Marte, que recorran su ruta me-terica, muy prximas al centro del agonizante planeta, me deslic sigilosamente si-guiendo la pista de una forma oscura, que buscaba los sitios ms sombros, con una persistencia que proclamaba la siniestra naturaleza de su misin. Durante seis largos meses marcianos haba permanecido cerca del odioso templo del Sol, bajo cuya flecha giratoria, a gran profundidad de la superficie de Marte, estaba sepultada mi princesa, pero ignoraba si estara viva o muerta. El fino pual de Faidor, haba traspasado aquel corazn tan amado? Slo el tiempo podra revelar la verdad. Seiscientosochentaysietedasmarcianostenanquetranscurrirantesde quela puerta de la celda se hallase de nuevo frente al extremo del tnel, desde donde, por ltima vez, haba contemplado a mi siempre hermosa Dejah Thoris. Ya haban pasado la mitad, o habran pasado maana, y, sin embargo, vvida en mi memoria, borrando todo acontecimiento ocurrido antes o despus, permaneca la lti-ma escena que precedi a la rfaga de humo que nubl mis ojos antes de que la estre-cha rendija por la cual haba podido distinguir el interior de la celda se cerrase entre la princesa de Helium y yo durante un largo ao marciano. Como si fuese ayer, vea an el hermoso rostro de Faidor, hija de Matai Shang, des-compuesto por los celos y el odio, al precipitarse con el pual levantado sobre la mujer que yo amaba. Vea a la muchacha roja, Thuvia de Ptarth, saltar hacia adelante para evitar el odio-so crimen. El humo del ardiente templo, en aquel momento, haba venido a borrar la tragedia; pero en mis odos resonaba el grito lanzado al caer el pual. Despus rein el silencio, y cuando el humo se desvaneci, el templo giratorio haba sepultado toda vista y soni-do de la cmara, en la cual las tres hermosas mujeres quedaban prisioneras. Desde aquel terrible momento, muchos asuntos haban ocupado mi atencin; pero ni por un instante se haba borrado el recuerdo de este hecho, y todo el tiempo que poda robar a los numerosos deberes que haban cado sobre m, con la reconstitucin del gobierno del Primer Nacido, desde que nuestra flota victoriosa y nuestras fuerzas de tierra los haban vencido, lo haba pasado cerca de la sombra flecha que ocultaba a la madre de mi hijo, Carthoris de Helium. La raza negra, que durante siglos haba adorado a Issus, la falsa deidad de Marte, haba quedado sumida en un caos por mi revelacin de que slo era una anciana cruel. En su furor, la haban despedazado. Desde la cima de su egosmo, el Primer Nacido haba sido arrojado a la ms pro-funda humillacin. Su diosa haba desaparecido, y, con ella, todo el falso edificio de su religin. Su tan alabada Armada haba sido derrotada por naves superiores y por los guerreros rojos de Helium. Fieros guerreros verdes del fondo del mar de Marte exterior haban atravesado los jardines sagrados del templo de Issus, cabalgando sobre sus indmitos thoats, y Tars Tarkas, jeddak de Thark, el ms fiero de todos ellos, se haba apoderado del trono de Issus y gobernaba al Primer Nacido, mientras los aliados decidan la suerte del reino Librodot 2 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 3 conquistado. Eran casi unnimes las peticiones para que yo ocupase el antiguo trono de los hom-bres negros; hasta los mismos vencidos lo solicitaban; pero yo no quera admitirlo. Mi corazn nunca podra estar con la raza que haba cubierto de ultrajes a mi princesa y a mi hijo. Por indicacin ma, Xodar se convirti en jeddak del Primer Nacido. Haba sido un dator o prncipe, hasta que Issus le haba degradado, de modo que su aptitud para el alto cargo que le haba conferido no fue impugnada. Asegurada de este modo la paz del valle del Dor, los guerreros verdes se dispersa-ron al fondo de sus desolados mares, mientras nosotros, los de Helium, volvimos a nuestra patria. Aqu se me ofreci de nuevo un trono, no habindose sabido nada del desaparecido jeddak de Helium, Tardos Mors, abuelo de Dejah Thoris, o su hijo Mors Kajak, jed de Helium, su padre. Ms de un ao haba transcurrido desde que salieron a explorar el hemisferio Norte, buscando a Carthoris y, por fin, su desconsolado pueblo haba aceptado como ciertos los vagos rumores de su muerte, que haban llegado de las heladas regiones del Polo. De nuevo rehus un trono, porque me resista a creer que el poderoso Tardos Mors o su no menos temible hijo hubiesen muerto. Que uno de vuestra propia sangre os gobierne hasta que vuelvan dije a los nobles de Helium, reunidos, al dirigirme a ellos desde el Pedestal de la Verdad, junto al trono del Derecho, en el templo de la Recompensa, desde el mismo sitio en donde me halla-ba un ao antes, cuando Zat Arras pronunci mi sentencia de muerte. Mientras hablaba me adelant y puse la mano sobre el hombro de Carthoris, que es-taba entre los primeros en el crculo de nobles que me rodeaban. Todos a una, nobles y plebeyos, prorrumpieron en prolongados vtores de aproba-cin. Diez mil espadas salieron de otras tantas vainas, y los gloriosos guerreros del antiguo Helium proclamaron a Carthoris jeddak de Helium. Deba ocupar el trono toda su vida, a no ser que su abuelo o bisabuelo volviesen. Habiendo arreglado, de modo tan satisfactorio, este asunto importantsimo para He-lium, sal al da siguiente para el valle del Dor, a fin de permanecer junto al templo del Sol hasta el da decisivo en que presenciase la apertura de la puerta de la celda donde mi perdido amor estaba sepultado. Hor Vastus y Kantos Kan, con mis otros nobles ayudantes, haban quedado en He-lium con Carthoris para que pudiese aprovecharse de su sabidura, valor y lealtad en el cumplimiento de los arduos deberes que haban cado sobre l. Slo Woola, mi perro marciano, me acompaaba. Aquella noche, junto a mis pies, el fiel animal se mova suavemente siguiendo mis pasos. Tan grande como un poney, con una espantosa cabezay horribles colmillos, tena en verdad un aspecto horrible al deslizarse sobre sus diez cortas y musculosas patas; pero para m era la personificacin del cario y la lealtad. La figura que me preceda era la del negro dator del Primer Nacido, Thurid, cuya eterna enemistad me haba ganado el da que con mis desnudas manos lo derrib en el patio del templo de Issus y lo at con sus propios correajes ante los nobles y las damas, que un momento antes haban estado admirando sus hazaas. Como muchos de los suyos, haba aceptado, en apariencia, el nuevo orden de cosas de buen grado, jurando lealtad a Xodar, su nuevo gobernante; pero yo saba que le odiaba y estaba seguro de que, en el fondo de su corazn, envidiaba y odiaba a Xodar; Librodot 3 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 4 as es que haba vigilado sus idas y venidas, logrando al fin convencerme de que ocul-taba alguna intriga. Varias veces le haba observado salir de la amurallada ciudad del Primer Nacido, despusdeoscurecer,dirigindosealterribleycruelvalledelDor,adondeningn asunto honrado puede conducir a hombre alguno. Aquella noche andaba apresuradamente a lo largo del lindero del bosque, hasta de-jar muy atrs la ciudad; despus, volvindose, atraves el rojo csped, dirigindose a la orilla del perdido mar de Korus. Los rayos de la luna ms cercana, oscilando a travs del valle, hacan relucir las piedras preciosas que adornaban sus correajes y su brillante y suave piel, negra como el bano. Por dos veces volvi la cabeza hacia el bosque, como quien teme ser obser-vado, aunque deba creerse libre de persecucin alguna. No me atrev a seguirle hasta all, bajo los rayos de la luna, puesto que favoreca mis planes el no interrumpir los suyos: quera que llegase a su destino sin sospechar nada para poder averiguar cul era aquel destino y qu asunto era el que esperaba al trasnochador. As, pues, permanec escondido hasta despus que hubo desaparecido Thurid por encima del borde de la escarpada orilla junto al mar, un cuarto de kilmetro ms all. Entonces, con Woola a mis talones, me apresur a atravesar la llanura tras el negro dator. La quietud del sepulcro envolva el misterioso valle de la Muerte, agazapado pro-fundamente en el caliente nido del rea hundida, en el Polo Sur del moribundo planeta. A lo lejos, los Acantilados ureos elevaban su poderosa barrera hasta muy cerca de los iluminados cielos, reluciendo los metales y piedras preciosas que los formaban a la brillante luz de las dos esplndidas lunas de Marte. El bosque quedaba a mi espalda, podado y arreglado como el csped, con la sime-tra de un parque. Ante m se extenda el Mar Perdido de Korus, mientras que ms all distingua la reluciente cinta del Iss, el ro misterioso que naca por debajo de los Acantilados u-reos, para desembocar en el Korus, al cual, durante innumerables aos, haban sido llevadoslosengaadosydesgraciadosmarcianosdelmundoexteriorenvoluntaria peregrinacin a este falso cielo. Loshombresplanta,consusmanossuccionadorasdesangre,ylosmonstruosos monos blancos, que hacan a Dor espantoso de da, estaban de noche escondidos en sus guaridas. Ya no haba un sagrado Thern en la atalaya de los Acantilados ureos, que daba sobre el Iss, para llamar con su destemplado grito a las vctimas que flotaban hacia sus manos sobre el fro y ancho seno del antiguo Iss. Las Armadas de Heliumy el Primer Nacido haban limpiado las fortalezas y los templos de sus therns, cuando rehusaron rendirse y aceptar el nuevo orden de cosas que desterraba su falsa religin del agonizante Marte. En algunos pases aislados conservaban an su decadente poder; pero Matai Shang, su hekkador, padre de los therns, haba sido expulsado de su templo. Grandes haban sido nuestros esfuerzos para capturarle; pero haba logrado escapar con unos cuantos fieles y estaba escondido ignoramos dnde. Al acercarme cautelosamente al borde de un pequeo peasco, que daba sobre el Mar Perdido de Korus, vi a Thurid internndose en las relucientes ondas sobre un pe-queo esquife, uno de esos antiqusimosbotes de formamuy rara que los sagrados Librodot 4 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 5 therns y sus sacerdotes, y therns inferiores, solan distribuir a lo largo de las orillas del Iss para facilitar la larga jornada de sus vctimas. Sobre la playa, que se extenda a mil metros, haba varios botes similares, cada uno con su larga prtiga, uno de cuyos extremos tena un chuzo y el otro un remo. Thurid iba bordeando la playa, y al quedar oculto a mi vista por un promontorio, lanc uno de los botes; llamando a Woola me apart de la orilla. La persecucin de Thurid me llev bordeando a lo largo del mar hacia la boca del Iss. La luna ms lejana se hallaba junto al horizonte, cubriendo, con profunda sombra, los bajos de los acantilados que franqueaban el agua. Thuvia, la luna ms cercana, se haba ocultado y no saldra de nuevo hasta dentro de cuatro horas; as es que me halla-ba tranquilo respecto a la oscuridad durante al menos todo aquel espacio de tiempo. El negro guerrero prosegua hacia adelante. Ahora se hallaba frente a la boca del Iss.Sin titubear un instante, se intern por elmelanclico ro remando fuertemente contra la corriente. Tras de l bamos Woola y yo, ms cerca ahora porque el hombre estaba demasiado atento en forzar la marcha de su bote por el ro como para poder ocuparse de lo que pasaba detrs de l. Lindaba la orilla donde la corriente era menos fuerte. Poco despus lleg al oscuro y cavernoso portal, frente a los Acantilados ureos, acantilados a travs de los cuales pasaba el ro, e impuls su bote hacia la estigia oscu-ridad que le envolva. Pareca imposible intentar seguirle all sin poder ver a dos dedos de distancia, y es-taba ya casi dispuesto a desistir y volverme a la desembocadura del ro, para all espe-rar su vuelta, cuando de repente, al pasar una curva, distingu a lo lejos una dbil clari-dad. Mi presa era de nuevo claramente visible, y a la creciente luz de los grandes parches de roca fosforescente, incrustados en el techo toscamente arqueado de la caverna, no tuve dificultad de seguirle. Era mi primer viaje por el seno del Iss, y las increbles escenas que all presenci vivirn para siempre indeleblemente en mi memoria. Terribles como eran, no podan compararse a otras an ms horribles, que debieron de ocurrir antes de que Tars Tarkas, el gran guerrero verde, Xodar, el negro dator, y yo, llevsemos la luz de la verdad al mundo exterior, deteniendo el loco suicidio de millones de seres en la voluntaria peregrinacin que crean que conduca a un hermoso valle de paz, felicidad y amor. Aun entonces, las islas bajas, esparcidas por la ancha corriente, estaban cubiertas con los esqueletos y cadveres a medio devorar de los que, por temor de un repentino despertar a la verdad, se detenan casi al trmino de la jornada. En el terrible hedor de aquellas horribles islas osarios, feroces locos gritaban, cha-purraban y luchaban entre los destrozados restos de sus fiestas macabras, mientras que, en las que slo contenan huecos limpios, batallaban unos contra otros: los ms dbiles proveyendo alimentos para los ms fuertes, o con manos como garras apresaban los hinchados cuerpos que flotaban ro abajo. Thurid no prestaba la menor atencin a los desgraciados que prorrumpan en ame-nazas o splicas, segn les dictaba su estado de nimo (era evidente que estaba fami-liarizado con las horribles visiones que le rodeaban). Continu ro arriba, quiz durante un kilmetro, y despus, cruzando a la orilla izquierda, arrastr su esquife sobre un bajo borde que estaba casi al nivel del agua. No me atrev a seguirle a travs de la corriente, porque seguramente me hubiese vis- Librodot 5 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 6 to. Me detuve cerca de una muralla que haba enfrente, ocultndome debajo de una roca que sobresala y me cubra con una profunda sombra. Desde all poda observar a Thurid, sin peligro de ser descubierto. El negro estaba en pie sobre el borde, junto a su bote, mirando ro arriba, como si esperase a alguien que debiera aparecer en aquella direccin. Mientras permaneca bajo las oscuras rocas not que la fuerte corriente pareca fluir directamente hacia el centro del ro, de modo que me era difcil sujetar mi embarca-cin. Me intern ms en la sombra para poder afianzarme en la orilla; pero, aunque me adelant varios metros, no di con nada; y despus, dndome cuenta que pronto llegara a un punto desde el cual no podra ver al hombre negro, me vi obligado a permanecer donde estaba, sostenindome en mi posicin del mejor modo posible, remando fuerte-mente contra la corriente que flua bajo la masa de rocas que tena detrs de m. No poda imaginar la causa de aquella fuerte corriente lateral porque el canal prin-cipal del ro se vea claramente desde donde me hallaba y poda distinguir su unin con la misteriosa corriente que haba despertado mi curiosidad. Mientras especulaba an sobre la causa del fenmeno, mi atencin, de repente, se fij en Thurid, que haba levantado las manos sobre su cabeza con el saludo universal de los marcianos, y un momento despus, su kaor, la palabra de saludo de los bar-soomianos, me lleg clara e indistintamente. Volv los ojos ro arriba, en la direccin de los suyos, y poco despus apareci, ante mi limitado campo de visin, un bote alargado, en el cual haba seis hombres. Cinco remaban, mientras el sexto ocupaba el puesto del capitn. Las pieles blancas, las largas pelucas amarillas que cubran sus peladas cabezas, y las vistosas diademas montadas sobre anillos de oro que las adornaban, los declaraban como sagrados therns. Al llegar junto al borde sobre el cual Thurid los esperaba, el que iba en la popa del bote se levant para desembarcar, y entonces vi que no era otro que Matai Shang, pa-dre de los therns. Laevidentecordialidad,conlacuallosdoshombrescambiaronsussaludosme asombr en extremo, porque los hombres negros y blancos de Barsoom eran enemigos hereditarios; no los haba visto nunca encontrarse ms que en el campo de batalla. Era evidente que los reveses que recientemente haban sufrido ambos pueblos ha-ban dado por resultado una alianza entre aquellos dos enemigos por lo menos contra el comn enemigo, y ahora comprenda por qu Thurid haba ido tan a menudo al valle del Dor, de noche; y la naturaleza de su conspiracin poda ser tal que afectase muy de cerca a mis amigos o a m mismo. Deseaba haber encontrado un sitio ms prximo a los dos hombres, desde donde hubiera podido or su conversacin; pero no haba que pensar ya en intentar el cruce del ro; as es que permanec muy quieto, observndolos a ellos, que tanto hubieran dado por saber que yo me hallaba tan cerca, y cuan fcilmente hubieran podido ven-cerme y matarme con su superior nmero! Varias veces, Thurid, seal a travs del ro, en mi direccin; pero no cre ni por un momento que sus gestos se refiriesen a m. Poco despus, l y Matai Shang entraron en el bote de este ltimo, el cual, virando, se dirigi hacia m. Segn avanzaban, alej ms y ms mi bote por debajo de la muralla colgante; pero por fin result evidente que su embarcacin segua el mismo rumbo. Los cinco reme-ros impulsaban hacia adelante el bote con una rapidez que me costaba gran esfuerzo igualar. Librodot 6 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 7 Esperaba sentir la proa de mi bote chocar en cualquier momento contra alguna roca. No se vea ya la claridad del ro; pero ms adelante se vislumbraba una dbil luz, y el agua que ante m se extenda no presentaba obstculo alguno. Por fin la verdad surgi ante m: segua un ro subterrneo que desembocaba en el Iss, en el mismo sitio en que yo me haba escondido. Los remadores se hallaban ya muy cerca de m. El ruido de sus remos ahogaba el de los mos; pero dentro de un ins-tante la luz creciente me descubrira a su vista. No haba tiempo que perder. Cualquier decisin que debiera tomar tena que tomar-la enseguida. Moviendo la proa de mi bote hacia la derecha busqu el lado rocoso del ro, y all me ocult hasta que Matai Shang y Thurid se acercaron al centro de la co-rriente; que era mucho ms estrecha que el Iss. Al aproximarse, o las voces de Thurid y el padre de los thern, que se elevaban en una discusin. Te digo, thern deca el negro dator, que slo deseo vengarme de J ohn Carter, prncipe de Helium. No te conduzco a ninguna trampa. Qu ganara con entregarte a los que han arruinado mi nacin y mi casa? Detengmonos aqu un momento para or tus planes replic Matai Shang y des-pus procederemos, entendiendo mejor nuestros deberes y obligaciones. Dio a los remeros la orden de que condujeran su bote hacia la orilla, a menos de do-ce pasos de donde yo me ocultaba. Si se hubieran detenido detrs de m seguramente me hubieran descubierto al dbil reflejo de la luz que a lo lejos se distingua; desde donde por fin se detuvieron les era tan imposible descubrirme como si nos separasen leguas. Las pocas palabras que haba odo acuciaron mi curiosidad, y estaba ansioso por sa-ber qu clase de venganza meditaba Thurid contra m. No tuve que esperar mucho. No hay obligacin alguna, padre de los therns continu el Primer Nacido. Thu-rid, dator de Issus, no pone precio. Cuando el asunto haya terminado, te agradecer que te ocupes de que me reciban bien, cual corresponde a mi antiguo linaje y noble estirpe, en alguna Corte que permanezca an leal a tu antigua fe; porque no puedo vol-ver al valle del Dor, ni a ningn otro lado mientras el poder est en manos del prncipe de Helium; pero ni siquiera eso pido: ser como ordenes. Ser como t deseas, dator replic Matai Shang; y no es esto todo: riquezas y poder sern tuyos si me devuelves a mi hija Faidor y me entregas a Dejah Thoris, prin-cesa de Helium. Ah! continu con maliciosa dureza. El hombre de la Tierra ha de padecer por los oprobios con que ha cubierto al sagrado de los sagrados; no habr infamia bastante para afligir a su princesa. Ojal pudiera obligarle a presenciar la humillacin y degra-dacin de la mujer roja! Logrars lo que deseas antes de que transcurra otro da, Matai Shang dijo Thurid, slo con que pronuncies una palabra. He odo hablar del templo del Sol, dator replic Matai Shang; pero nunca he o-do que sus prisioneros pudieran ser libertados antes de pasar el ao de su encarcela-miento. Cmo, pues, vas a lograr un imposible? Se puede tener acceso a cualquier celda en cualquier tiempo del ao replic Thu-rid. Slo Issus saba esto; pero no acostumbraba divulgar sus secretos ms de lo es-trictamente necesario. Casualmente, despus de su muerte, di con un antiguo plano del templo, y all encontr, claramente escrito, las ms minuciosas instrucciones para lle-gar a las celdas en cualquier momento. Librodot 7 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 8 Y me enter de ms: que muchos hombres haban ido en el pasado, siempre encar-gados por Issus, en misiones de muerte y tormento para los prisioneros; pero los que saban el secreto moran misteriosamente poco despus de haber vuelto y dado cuenta de su misin a la cruel Issus. Procedamos, pues replic Matai Shang por fin. Tengo que fiarme de ti; pero al mismo tiempo t tienes que confiar en m, pues somos seis contra uno. Yo no te temo replic Thurid ni te necesito. Nuestro odio al comn enemigo es lo bastante para asegurar nuestra mutua lealtad, y despus de haber deshonrado a la princesa de Helium habr an razn mayor para mantener nuestra alianza, a no ser que me equivoque mucho respecto al carcter de su esposo. Matai Shang dio una orden a los remeros. El bote sigui por el afluente. Difcilmente pude contenerme y no precipitarme sobre los dos viles conspiradores; pero comprend la locura de semejante accin, que matara al nico hombre que saba el camino de la prisin de Dejah Thoris antes de que el largo ao marciano hubiera recorrido su interminable crculo. Si l conduca a Matai Shang a aquel sagrado recinto, tambin conducira a J ohn Carter, prncipe de Helium. Con boga silenciosa segu lentamente al otro bote. IIBAJ O LAS MONTAAS Mientras avanzbamos agua arriba del ro que serpea bajo los Acantilados ureos, fuera de las entraas de las montaas de Otz, hasta mezclar sus oscuras aguas con el sombro y misterioso Iss, el dbil reflejo que apareci ante nosotros se convirti gra-dualmente en una radiante luz que todo lo envolva. El ro se ensanch hasta presentar el aspecto de un gran lago, cuya abovedada cpu-la, iluminada por rocas de fosforescentes reflejos, estaba salpicada con los vivos rayos dediamantes,zafiros,rubesylasinnumerableseincomparablespiedraspreciosas incrustadas en el oro virgen que forma la mayor parte de estos magnficos acantilados. Ms all de la iluminada cmara del lago reinaba la ms completa oscuridad: lo que haba tras aquella oscuridad ni siquiera poda adivinarlo. El haber seguido la otra embarcacin, a travs del agua reluciente, hubiese equivali-do a ser inmediatamente descubierto. As, pues, aunque reacio a perder de vista ni un solo instante a Thurid, me vi obligado a esperar en la sombra, hasta que desapareci el otro bote, al extremo opuesto del lago. Entonces rem por la brillante superficie, en la misma direccin que haban seguido los otros. Cuando despus de lo que me pareci una eternidad llegu a la penumbra del ex-tremo superior del lago, encontr que el ro sala por una baja abertura, para pasar la cual era necesario que obligase a Woola a que se echase en el fondo del bote; yo mis-mo necesit doblarme en dos para que una bveda tan baja no me diese en la cabeza. Inmediatamente el techo se elev de nuevo en el otro lado: pero el camino ya no es-taba brillantemente iluminado. En su lugar, slo un dbil fulgor emanaba de los pe-queos y esparcidos parches de roca fosforescente del muro y la bveda. Directamente, ante m, el ro corra por aquella cmara ms pequea, a travs de tres Librodot 8 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 9 arcos separados. Thurid y los therns no se vean por ninguna parte. Por cul de las tres aberturas ha-ban desaparecido? No habamediode averiguarlo: as pues, escogla abertura del centro, que ofreca la misma probabilidad que las otras de ser la ruta verdadera. El camino estaba sumido en la mayor oscuridad. La corriente era estrecha, tan estre-cha, que en la oscuridad me estaba constantemente dando golpes con una y otra pared de rocas, segn el ro serpeaba a lo largo de su pedregoso lecho. Poco despus o a lo lejos un profundo y ronco rugido, que aumentaba de volumen segn avanzaba, y despus rompi en mis odos, con toda la intensidad de su loca fu-ria, al dar la vuelta a una curva pronunciada, en una extensin de agua dbilmente ilu-minada. Directamente ante m, el ro atronaba, precipitndose desde arriba formando una violenta cascada, y llenaba por completo la estrecha garganta, elevndose por en-cima de mi cabeza varios cientos de metros; el espectculo ms magnfico que jams haba presenciado. Pero y aquel terrible ensordecedor estruendo de aguas que se precipitaban encerra-das en la rocosa bveda subterrnea? Si la cascada no hubiese cortado por completo mi camino,mostrndomequemehabaequivocadoderuta,creoquehubiesehuidoa cualquier sitio ante aquel estrpito ensordecedor. Thurid y los therns no podan haber pasado por all. Siguiendo el camino equivoca-do, haban perdido la pista y se habran adelantado tanto que poda ser que ya no pu-diese encontrarlos hasta que fuese demasiado tarde, si lograba dar con ellos. Me haba llevado varias horas el abrirme paso hasta la cascada, batallando con la fuerte corriente, y otras horas se necesitaran para volver, aunque la velocidad fuese mucho mayor. Dando un suspiro, volv la proa de mi embarcacin corriente abajo, y con poderosos golpes de remo me apresur, con temeraria velocidad, a travs del oscu-ro y tortuoso canal, hasta que de nuevo llegue a la cmara a la cual afluan los tres bra-zos del ro. Dos canales inexplorados me quedaban an para escoger: no haba medio alguno para juzgar cul de ellos era el que me conducira a los conspiradores. No recuerdo haber sufrido en mi vida tal agona de indecisin. Tanto dependa de la debida eleccin! Las horas que yo haba perdido podan sellar la suerte de la incomparable Dejah Thoris, si ya no haba muerto; sacrificar otras horas y quiz das en la exploracin in-fructuosa de otro camino equivocado, resultara, sin duda alguna, fatal. Intent varias veces la entrada de la derecha, slo para volverme como guiado por alguna intuicin de que no era aqul el camino. Por fin, convencido por el repetido fenmeno, me decid por el de la izquierda; sin embargo, con un resto de duda, llegu a echar una ltima mirada a las sombras aguas que corran oscuras y amenazadoras por el bajo arco de la derecha. Y, mientras miraba, vino flotando sobre la corriente de la oscuridad estigia del inte-rior la cscara de una de las grandes y suculentas frutas del rbol sorapo. Apenas pude reprimir un grito de alegra cuando este silencioso e insensible mensa-jero pas junto a m hacia el Iss y Korus, porque me dijo que los marcianos me prece-dan en aquella direccin. Haban comido aquella fruta maravillosa que la Naturaleza reconcentra dentro de la dura cscara de la nuez de sorapo, y habindola comido haban tirado la cscara. No podansermsquelosqueyobuscaba.Rpidamenteabandontodopensamiento acerca del paso de la izquierda, y un momento despus me intern por el de la derecha. Librodot 9 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 10 La corriente pronto se ensanch, y de cuando en cuando reas de rocas fosforescentes alumbraban mi camino. Me apresur cuanto pude; pero estaba seguro de haberme retrasado un da de los que persegua. Ni Woola ni yo habamos comido nada desde el da anterior; pero en lo que a aqul se refera poco importaba, puesto que prcticamente todos los animales de los muertos fondos del mar de Marte pueden pasar increbles perodos de tiempo sin alimento. Tampoco yo sufra. El agua del ro era dulce y fresca, porque no estaba contamina-da con los cadveres como el Iss; en cuanto al alimento, slo el pensamiento de que me acercaba a mi amada princesa me elevaba por encima de mis necesidades materia-les. Segn discurra, el ro se estrechaba y la corriente era cada vez ms rpida y turbu-lenta; tan rpida, en efecto, que con dificultad poda hacer avanzar mi embarcacin. No poda llevar ms velocidad que cien por hora, cuando al dar una vuelta me vi frente a una serie de rpidos, a travs de los cuales el ro espumaba y herva de un modo te-rrorfico. Mi corazn se paraliz.La cscara de sorapo haba resultado un falsoprofeta,y despus de todo, mi intuicin me haba engaado, pues era el canal de la izquierda el que deb haber seguido. De ser mujer, hubiese llorado. A mi derecha haba un remolino grande y lento, que daba vueltas muy por bajo de un peasco que sobresala, y para dar descanso a mis fatigados msculos, antes de volverme, dej que mi bote flotase en sus brazos. Estaba casi rendido de preocupacin. Significaba la prdida de otro medio da el re-troceder y tomar de nuevo el nico camino que quedaba por explorar. Qu suerte in-fernal me haba hecho elegir entre tres caminos los dos equivocados? Conforme la perezosa corriente del remolino me conduca lentamente alrededor de la periferia del crculo de agua, mi bote toc dos veces el lado rocoso del ro en los oscuros repliegues bajo el acantilado. Por tercera vez choc con l, tan suavemente como antes; pero del golpe result un sonido distinto, el sonido de la madera dando contra madera. En un instante estuve alerta, porque no poda haber madera dentro de aquel enterra-do ro que no hubiese sido llevada por mano de hombre. Coincidiendo casi con mi primera apreciacin del ruido, mi mano sali del bote, y un segundo despus, mis de-dos agarraban la borda de la otra embarcacin. Como si me hubiese convertido en piedra, permanec sentado, en rgido y forzado silencio, esforzando mi vista en la oscuridad para descubrir si el bote estaba ocupado. Era muy posible que hubiera en l hombres que an ignoraban mi presencia, porque el bote rozaba con suavidad la pared de roca, de tal modo que el ligero contacto del mo poda haber pasado inadvertido. Por ms que me esforzaba no poda penetrar la oscuridad, y me puse a escuchar cuidadosamente para percibir el rumor de las respiraciones; pero, exceptuando el ruido de los rpidos, el suave frote de los botes y el murmullo del agua a su lado, no poda distinguir ruido alguno. Como de costumbre, pens rpidamente. En el fondo de mi embarcacin haba una cuerda enrollada. Muy suavemente la re-cog, y atando un extremo al anillo de bronce de la proa abord con precaucin la otra embarcacin. En una mano llevaba la cuerda y en la otra mi largo y afilado sable. Durante un minuto quiz permanec inmvil dentro del bote. Se haba balanceado algo con mi peso, pero era el roce contra mi bote lo que ms deba haber alarmado a Librodot 10 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 11 sus ocupantes, si haba alguno. Pero no se produjo sonido alguno que respondiese, y un momento despus haba averiguado, palpando de popa a proa, que el bote estaba vaco. Palpando con las mano, a lo largo de la superficie de las rocas, a las cuales estaba sujeto el bote, descubr un pequeo borde, el cual comprend era el camino tomado por mis predecesores; de que no podan ser ms que Thurid y sus compaeros qued con-vencido por el tamao y forma de la embarcacin. Llamando a Woola, desembarque en el borde. El gran y fiero animal, gil como un gato, se desliz detrs de m. Al pasar por el bote que haban ocupado Thurid y los therns lanz un solo y bajo gruido, y cuando se hall a mi lado, en el borde, y mi mano descans sobre su cuello, sent que se estremeca de rabia. Creo que senta telepticamente la reciente presencia del enemigo, porque yo no me haba esforzado en comunicarle la naturaleza de nues-tras pesquisas ni el linaje de los que perseguamos. Me apresur a corregir esta omisin y, segn acostumbran los verdes marcianos con sus animales, le comuniqu, parte con la extraa telepata de Barsoom y parte de pala-bra, que seguamos la pista de los que recientemente haban ocupado la embarcacin cerca de la cual acabbamos de pasar. Un suave runrn, parecido al de un gato grande, me indic que Woola comprenda, y entonces, ordenndole que me siguiese, me volv haca la derecha; pero apenas lo haba dicho, sent sus poderosos colmillos tirando de mi correaje. Al volverme para averiguar la causa de aquello, continu tirndome hacia la direc-cin opuesta, no desistiendo hasta que me volv, indicando de este modo que le siguie-ra. Nunca he sabido que se equivocase siguiendo una pista; as, pues, segu con seguri-dad completa al enorme animal. A travs de la oscuridad se adelant a lo largo del borde, junto a los hirvientes rpidos. Segn avanzbamos, el camino conduca desde debajo de los colgantes acantilados hasta una dbil claridad, y entonces fue cuando descubr que la pista haba sido cortada en la roca viva y que iba a lo largo del ro, ms all de los rpidos. Durante horas seguimos el oscuro y sombro ro, internndonos ms y ms en las entraas de Marte. Por la direccin y distancia, saba que estbamos muy debajo del valle del Dor y probablemente tambin debajo del mar de Ornean. No poda yo estar muy lejos del templo del Sol. Acababa de cruzar este pensamiento por mi mente cuando Woola se detuvo de re-pente ante una estrecha y arqueada abertura; una puerta incrustada en el peasco, junto a la pista. Rpidamente se agazap alejndose de la entrada, volviendo al mismo tiem-po sus ojos hacia m. Conpalabrasnohubierapodidohacermecomprendermsclaramentequehaba cerca algn peligro; as pues, me apresur a cobijarme a su lado y mir por la abertura que haba a nuestra derecha. Ante m se abra una hermosa habitacin que, por sus detalles, comprend que haba sido en algn tiempo cuerpo de guardia. Haba panoplias y plataformas poco elevadas para las mantas de seda y pieles de los guerreros; pero ahora sus nicos ocupantes eran dos de los therns que haban acompaado a Matai Shang y Thurid. Los hombres hablaban seriamente, y por su tono de voz era evidente que ignoraban que haba quien los escuchase. Te digo deca uno de ellos que no me fo del negro. No haba necesidad alguna Librodot 11 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 12 de dejarnos aqu guardando el camino. Me quieres decir de quin tenemos que guar-dar este olvidado camino del abismo? No ha sido ms que un ardid para dividir las fuerzas. Coger a Matai Shang, dejar a los otros en otro lado con un pretexto cualquiera y, por fin, caer sobre nosotros con sus aliados y nos matarn a todos. Te creo, Lakor replic el otro; slo puede existir odio mortal entre el thern y el Primer Nacido. Y qu te parece el ridculo asunto de la luz? Dejad lucir la luz con la intensidad de tres unidades de radio durante cincuenta tais, y durante un xat que brille con la intensidad de una unidad de radio, y despus, durante veinticinco tais, con nue-ve unidades. stas fueron sus palabras. Y pensar que el sabio Matai Shang prestase odos a semejantes tonteras! CiertoqueesmuytontoreplicLakor.Noconduciranadamsqueauna pronta muerte para todos nosotros. Tuvo que contestar algo cuando Matai Shang le pregunt claramente lo que hara al llegar al templo del Sol, y as, pues, imagin rpi-damente esta contestacin: Apostara una diadema de hekkador que no se lo podra repetir a s mismo. Nopermanezcamosmstiempoaqu,Lakordijoelotrothern.Quiz,sinos apresuramos a seguirles, lleguemos a tiempo de salvar a Matai Shang y lograr vengar-nos del negro. Qu te parece? Nunca,ymividaeslarga,hedesobedecidounaordendelpadredelostherns. Permanecer aqu hasta que me pudra, si no vuelve. El compaero de Lakor movi la cabeza. Eres mi superior dijo. Slo puedo obedecerte, aunque sigo creyendo que es una tontera permanecer aqu. A m tambin me pareca una tontera que permaneciesen all, porque comprend, por los movimientos de Woola, que la pista atravesaba la habitacin que los dos therns guardaban. No tena razn alguna de sentir ningn gran afecto hacia aquella raza de demonios endiosados en s mismos; sin embargo, hubiera deseado pasar sin molestar-les. De todos modos vala la pena de intentarlo, porque una lucha podra entretenernos considerablemente o quiz terminar por completo mis pesquisas; hombres mejores que yo han cado vencidos por hombres inferiores a aquellos fieros guerreros thern. Haciendo seas a Woola de que me siguiese, me present de repente ante los dos hombres. Al verme, sus largas espadas salieron de las vainas; pero yo levant las ma-nos para detenerlos. Busco a Thurid, el dator negro dije. Mi contienda es con l, no con vosotros. Dejadme pasar en paz, porque, si no me equivoco, es tan enemigo vuestro como mo y no tenis motivo para protegerle. Bajaron los sables, y Lakor dijo: No s quin puede ser con la piel blanca de un thern y el cabello negro de un hom-bre rojo; pero si slo se tratase de la seguridad de Thurid, te dejaramos pasar con gus-to en cuanto a nosotros se refiere. Dinos quin eres y qu misin te trae a este mundo desconocido,debajodelvalledelDor,yentoncesquizpodremosdejartepasara cumplir la misin que nos gustara llevar a cabo si nos lo permitiese la obediencia. Me sorprendi que ninguno de los dos me reconociese, porque crea ser bastante conocido, tanto personalmente como de odas, a todos los therns de Barsoom para que mi identidad fuese inmediatamente aparente en cualquier parte del planeta. En efecto: era en Marte el nico hombre blanco, de cabello negro y ojos grises, exceptuando a mi Librodot 12 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 13 hijo Carthoris. Revelarmiidentidadhubieraequivalidoaprecipitarelataque,porquetodoslos therns de Barsoom saban que era yo la causa de la cada de su antigua supremaca espiritual. Por otra parte, mi reputacin como guerrero podra bastar para que me deja-sen libre el paso si no tena arrestos suficientes para entablar un combate a muerte. Sinceramente debo confesar que no intent engaarme con semejante sofisma, pues-to que bien s que en el guerrero y batallador Marte hay pocos cobardes, y que todo hombre, sea prncipe, sacerdote o aldeano, se glora en luchar a muerte. As, pues, aga-rr bien mi sable, mientras replicaba a Lakor: Creo que haras bien en dejarme libre el paso, porque de nada te servira morir in-tilmente en las rocosas entraas de Barsoom, solo por proteger a un enemigo heredita-rio, como Thurid, dator del Primer Nacido. Que morirs si te opones a mi paso lo ates-tiguan los corrompidos cuerpos de todos los grandes guerreros de Barsoom que han cado bajo mi espada. Soy J ohn Carter, prncipe de Helium! Durante un momento, aquel nombre pareci paralizar a los dos guerreros, pero slo durante un momento, y despus, el ms joven, con un insulto en los labios, se precipit sobre m, espada en mano. Durante nuestro parlamento haba estado algo detrs de su compaero Lakor, y en-tonces, antes de que pudiera tocarme, ste le agarr y tir hacia atrs. Detente! orden Lakor. Habr tiempo de sobra para luchar, si nos parece pru-dente hacerlo. Sobran razones para que todos los therns de Barsoom deseen derramar la sangre del blasfemo y sacrlego; pero combinemos la prudencia con nuestro justo odio. El prncipe de Helium quiere hacer lo que nosotros mismos hace un momento queramos hacer. Que vaya, pues, a matar al negro. Cuando vuelva, an estaremos aqu para cortarle el paso al mundo exterior, y de este modo nos habremos librado de dos enemigos, sin haber incurrido en el desagrado del padre de los therns. Mientras hablabanopodapormenosdenotarelmaliciosorelampagueodesus ojos, y mientras apreciaba la aparente lgica de su razonamiento, senta, inconsciente-mente quiz, que sus palabras ocultaban algn siniestro propsito. El otro thern se vol-vi evidentemente sorprendido; pero cuando Lakor le hubo murmurado unas palabras al odo, retrocedi, aceptando la indicacin de su superior. Prosigue, pues, tu camino, J ohn Carter dijo Lakor; pero ten en cuenta que si no mueres a mano de Thurid, aqu te esperamos y no consentiremos en que vuelvas a ver la luz del mundo superior. Ve! Durante nuestra conversacin, Woola haba estado gruendo y estremecindose jun-to a m. De cuando en cuando me miraba, lanzando al mismo tiempo un ahogado y suplicantegemido,comopidindomepermisoparalanzarsealasgargantasdelos therns. l tambin senta la traicin que ocultaban aquellas falsas palabras. Detrs de los therns haba varias puertas, y Lakor seal a la ms alejada del lado derecho. Por ah march Thurid dijo. Pero cuando quise llamar a Woola para que me siguiese, la fiera, gimiendo, retroce-di, y, por fin, ech a correr hacia la primera puerta de la izquierda, donde permaneci emitiendo su ladrido, semejante a una tos, como invitndome a que le siguiese por el buen camino. Me volv hacia Lakor, dirigindole una mirada interrogativa. La fiera se equivoca raras veces dije, y aunque no dudo de tu inteligencia supe-rior, thern, me parece que har bien en seguir la voz del instinto secundada por el cari- Librodot 13 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 14 o y la lealtad. Mientras hablaba sonrea sombramente para que, sin necesidad de palabras, com-prendiese que desconfiaba de l. Como gustes contest, encogindose de hombros. Al final, el resultado ser el mismo. Me volv y segu a Woola por el pasillo de la izquierda, y aunque estaba de espaldas a mis enemigos, mis odos estaban alerta; sin embargo, no o la menor seal de que me siguiesen. El pasillo estaba dbilmente iluminado por bombillas de radio, colocadas de trecho en trecho, el nico medio de iluminacin de Barsoom. Estas mismas lmparas quiz llevaban alumbrando siglos y siglos aquellas cmaras subterrneas, puesto que no requieren cuidado alguno y estn compuestas para gastar la mnima cantidad de su sustancia en el transcurso de aos de luminosidad. Slo habamos recorrido una corta distancia, cuando empezamos a pasar las bocas de diversos corredores; pero ni una sola vez titube Woola. Fue en la entrada de uno de aquellos corredores, a mi derecha, donde poco despus o un sonido que hablaba ms claramente a J ohn Carter, luchador, que las palabras de mi idioma nativo: fue el chasquido del metal, el metal de la armadura de un guerrero, y proceda del corredor a mi derecha. Woola tambin lo oy, y como un relmpago se volvi, ponindose frente al peligro que nos amenazaba, su melena erizada y las hileras de sus brillantes colmillos al des-cubierto de sus labios, que se entreabran gruendo. Le hice callar con un gesto y los dos nos metimos en otro corredor, unos pasos ms all. All esperamos, y no tuvimos que esperar mucho, porque poco despus vimos las sombras de dos hombres proyectarse en el suelo del corredor principal a travs de la abertura de nuestro escondite. Andaban ahora con gran precaucin, no repitindose el chasquido que me haba alarmado. Poco despus llegaron frente a nosotros y no me sorprendi ver que eran Lakor y su compaero, los del cuerpo de guardia. Andaban con gran sigilo, y cada uno llevaba en la mano la espada desnuda. Se de-tuvieron cerca de la entrada de nuestro escondite, murmurando entre s. Es posible que le hayamos ya dejado atrs? dijo Lakor. As debe de ser, o bien la fiera ha extraviado al hombre replic el otro porque el camino que hemos tomado es ms corto para llegar aqu para el que lo conoce. J ohn Carter hubiera encontrado que le conduca prontamente a la muerte si lo hubiera se-guido, como t le indicaste. S dijo Lakor; por grande que fuese su habilidad en la lucha, no hubiese podido librarse de la piedra giratoria. Seguramente la habra pisado, y ahora, a estas horas, si el foso que existe debajo tiene fondo, cosa que niega Thurid, estara ya muy cerca de l. Maldito sea ese chucho suyo que le ha conducido al pasillo ms seguro! Otros peligros le esperan, sin embargo dijo Lakor, de los cuales no escapar f-cilmente, si logra escapar de nuestras espadas. Considera, por ejemplo, qu suerte le espera al entrar inesperadamente dentro de la cmara. Mucho hubiera dado por or el resto de la conversacin, que me hubiese avisado de los peligros que me esperaban; pero el Destino intervino, y justo en el peor de todos los momentos que hubiese elegido para ello, estornud. Librodot 14 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 15 IIIEL TEMPLO DEL SOL No habayams remedio que luchar; ni tuve ventaja alguna al saltar, espada en mano, en el corredor, ante los dos therns, porque mi intempestivo estornudo les haba advertido de mi presencia y me esperaban. No se pronunci palabra alguna; hubiese sido perder aliento intilmente. La presen-cia misma de los dos therns proclamaba su traicin. Que me seguan para cogerme desprevenido era evidente, y ellos, por supuesto, debieron de conocer que yo conoca su plan. En un instante me hall luchando con los dos, y aunque aborrezco hasta el nombre de thern, debo en justicia confesar que son grandes espadachines, y estos dos no eran excepcin a esta regla, a no ser que fuesen an ms hbiles y valientes que la generali-dad de su raza. Mientras dur, fue el ms reido encuentro que he tenido. Dos veces, por lo menos, escap de una herida mortal en el pecho, slo por la maravillosa agilidad de que estn dotados mis msculos terrenales bajo las condiciones de gravedad menor y menor pre-sin de aire de Marte. Pero aun as, aquel da me encontr muy cerca de la muerte en el sombro corredor debajo del Polo Sur de Marte, porque Lakor me hizo una jugarreta que, con toda mi experiencia de combate sobre los dos planetas, nunca haba presenciado otra anterior-mente. El otro thern me atacaba y yo le obligu a retroceder, tocndole en distintos sitios con la punta de mi espada hasta hacerle sangrar por una docena de heridas, sin poder, sin embargo, penetrar su maravillosa defensa para llegar a un punto vulnerable durante el breve espacio que me hubiera bastado para mandarle con sus antepasados. Fue entonces cuando Lakor se solt el cinturn, y al retroceder yo para parar un mal golpe, rode con uno de sus extremos uno de mis tobillos, mientras que, tirando con fuerza del otro extremo, logr dar conmigo en tierra, donde ca pesadamente de espal-das. Despus, los therns saltaron como panteras sobre m; pero no haban contado con Woola, y antes de que pudiesen herirme, una rugiente personificacin de mil demonios se precipit sobre mi postrado cuerpo y mi leal perro marciano cargaba sobre ellos. Imaginaos, si podis, un inmenso oso con diez patas, armado de poderosos espolones, con enorme boca de rana, que parta su cabeza de oreja a oreja, dejando ver tres hileras de largos y blancos colmillos. Despus, dotad a esta criatura de vuestra imaginacin con la agilidad y ferocidad de un tigre de Bengala, hambriento y la fuerza de un par de toros bravos, y tendris una ligera idea de lo que era Woola en accin. Antes de que pudiese impedirlo, haba hecho una gelatina de Lakor, con slo un golpe de una de sus poderosas patas, y materialmente destrozado al otro; sin embargo: cuando lellam con dureza, se agazap humildemente comosi hubiera hecho algo digno de censura y castigo. Nunca he tenido valor para castigar a Woola durante los largos aos que han trans-currido desde aquel primer da sobre Marte, cuando el verde jed de los tharks le haba encargado de mi defensa y yo haba logrado su cario y lealtad, a despecho de sus an-tiguosydescastadosamos;sinembargo,creoquesehubiesesometidoacualquier Librodot 15 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 16 crueldad que hubiera podido infligirle: tan maravilloso es su cario hacia m. La diadema en el centro del crculo de oro que llevaba Lakor sobre la frente le pro-clama thern sagrado,mientras su compaero,que nollevaba este adorno, era thern menor, aunque por su armadura deduje que haba llegado al Cielo Noveno, que es infe-rior tan slo a thern sagrado. Mientras contemplaba el espantoso estrago causado por Woola, record aquella otra ocasin en que me haba disfrazado con la peluca, diade-ma y armadura de Sator Throg, el thern sagrado a quien Thuvia de Ptarth mat, y se me ocurri que vala la pena utilizar los de Lakor con el mismo fin. Un momento despus haba arrancado la peluca amarilla de su cabeza calva y la ha-ba transferido, con sus correajes, a mi propia persona. Woola no aprob la metamorfosis. Me olfate, gruendo muchsimo; pero cuando le habl y acarici su enorme cabeza, por fin se reconcili con el cambio, y, obediente, trot tras de m por el corredor en la direccin que seguamos cuando nuestro paso fue cortado por los therns. Avanzbamos ahora cautelosamente, advertidos por el fragmen-to de conversacin que haba sorprendido; yo iba al lado de Woola para tener el bene-ficio de nuestros cuatro ojos, por lo que de repente pudiese aparecer, amenazndonos, y bien nos vino el estar prevenidos. Al final de un tramo de estrechos escalones, el corredor retroceda repentinamente en la misma direccin, de modo que en aquel punto formaba una S perfecta, al extre-mo superior de la cual desembocaba en una gran habitacin, mal alumbrada, cuyo piso estaba completamente cubierto de serpientes venenosas y asquerosos reptiles. Haber intentado cruzarla equivaldra a precipitarse a la muerte, y durante un segundo qued completamente desanimado. Despus comprend que Thurid y Matai Shang, con sus acompaantes, deban de haberla atravesado de alguna manera, y, por tanto, exista un camino. A no ser por el afortunado incidente que me permiti or una pequea parte de la conversacin de los therns, nos hubisemosmetido de lleno entre aquella serpeante masa destructiva, y un solo paso hubiera bastado para sellar all mismo nuestra muerte. Aqullos eran los nicos reptiles que haba visto en Barsoom; pero los conoc por su semejanza a los restos fsiles de especies que se suponan extinguidas y que haba vis-toenlosmuseosdeHelium,loscualescomprendanmuchosdelosconocidosy prehistricos reptiles, lo mismo que otros no descubiertos. J ams haba aparecido a mi vista una coleccin de ms espantosos monstruos. Sera intil tratar de describirlos a los hombres de la Tierra, puesto que la sustancia es lo nico que poseen en comn con ninguna criatura, del pasado ni del presente, con lo cual os hallis familiarizados; hasta su veneno es de una virulencia tanto o ms fuerte que la terrestre, que, por comparacin, la cobra real parecera tan inofensiva como un gusanillo. Al descubrirme, los que estaban ms cerca de la puerta quisieron precipitarse fuera; pero una hilera de bombillas de radio, colocada en la entrada, los oblig a detenerse; era evidente que no se atrevan a cruzar aquella lnea de luces. Yo estaba seguro de que no se atreveran a salir de la habitacin, aunque sin saber lo que se lo impeda. El mero hecho de no haber encontrado reptiles en el corredor que acabbamos de recorrer era seguridad bastante de que no se aventuraban por all. Separ a Woola del peligro y me puse a observar cuidadosamente cuanto de la c-mara de los reptiles poda ver desde donde me hallaba. Segn mis ojos se iban acos-tumbrando a la dbil luz de su interior, divis gradualmente una galera al extremo opuesto de la habitacin, a la cual daban varias puertas. Librodot 16 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 17 Acercndome ala entrada lomsque pude, segu con lavistalagalera,descu-briendo que rodeaba la habitacin hasta donde alcanzaba mi vista. Despus mir hacia arriba, a lo largo del borde superior de la entrada, y all, con gran alegra, vi un extre-mo de la galera, a menos de un metro de altura sobre mi cabeza. En un instante haba saltado a ella, llamando a Woola para que me siguiese. All no haba reptiles; el paso estaba libre hasta el extremo opuesto de aquella horri-ble cmara, y un momento despus Woola y yo salimos sanos y salvos a otro corredor. Diez minutos despus llegamos a una gran sala circular de mrmol blanco, cuyas paredes estaban revestidas de oro con los extraos jeroglficos del Primer Nacido. Desde la alta cpula de esta soberbia habitacin, una enorme columna circular baja-ba hasta el suelo, y, al observarla, vi que giraba lentamente. Haba llegado a la base del templo del Sol! Arriba, en alguna parte, se hallaba Dejah Thoris, y con ella, Faidor, hija de Matai Shang y Thuvia de Ptarth. Pero cmo llegar a ellas, ahora que haba encontrado el ni-co sitio vulnerable de su poderosa prisin, era un enigma indescifrable. Lentamente di la vuelta a la gran columna buscando un medio de penetrar en ella. Encontr un pequesimo encendedor de radio, y al examinarlo con algo de curiosidad por hallarse all, en aquel casi inaccesible y desconocido lugar, de repente vi las armas de la casa de Thurid incrustadas. Estoy sobre la pista, pens, deslizando el encendedor en la bolsa de mi correaje. Despus segu buscando la entrada que saba deba existir. No tuve que buscar mucho tiempo, porque casi inmediatamente despus di con una puertecilla tan curiosamente tallada en la base de la columna, que hubiese pasado inadvertida para un observador menos cuidadoso o perspicaz. All estaba la puerta que me conducira a la prisin; pero cmo abrirla? No se vea pestillo ni cerradura. De nuevo la recorr cuidadosamente, pulgada por pulgada; pero slo pude encontrar un agujerito en el centro, hacia la dere-cha, un agujero como el de un alfiler, que pareca nicamente un defecto de construc-cin o del material. Intent mirar por aquella pequesima abertura; pero no pude averiguar su profun-didad ni si atravesaba toda la puerta; por lo menos, no se vea luz por l. Acerqu el odo y escuch; pero de nuevo mis esfuerzos resultaron intiles. Durantemisexperimentos,Woolahabaestadoamilado,mirandofijamentela puerta, y al mirarle se me ocurri comprobar lo correcto de mi hiptesis de que aquella puerta haba sido utilizada por Thurid, el negro dator,y Matai Shang, padre de los therns, para penetrar en el templo. Volvindomerpidamente,lellam.Duranteunmomentopermaneciindeciso: despus salt tras de m, gimiendo y tirndome del correaje para detenerme. Segu, sin embargo, alejndome de la puerta, antes de ceder, para ver con exactitud lo que iba a hacer. Despus le permit llevarme donde quiso. Me condujo directamente a la puerta impenetrable, ponindose de nuevo frente a la desconcertantepiedra,mirandodefrentesu relucientesuperficie.Durante una hora trat de solucionar el misterio de la combinacin que me dejara el paso libre. Record cuidadosamente todas las circunstancias de mi persecucin de Thurid, y deduje la misma conclusin que mi opinin original: que Thurid haba seguido aquel camino sin ms ayuda que su propio conocimiento y haba pasado por la puerta que me cerraba el paso sin ayuda del interior. Pero cmo lo haba realizado? Record el incidente de la cmara misteriosa en los Acantilados ureos cuando li-ber a Thuvia de Ptarth del calabozo de los therns y ella cogi una delgada llave, se- Librodot 17 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 18 mejante a una aguja, del llavero de su guardin muerto, para abrir la puerta que condu-caalacmaramisteriosa,dondeTarsTarkasluchabaamuerteconlosgrandes banths. Un agujero tan pequeo como aquel que ahora me desafiaba haba abierto la intrincada cerradura de aquella otra puerta. Apresuradamente vaci en el suelo el contenido de mi bolsa. Si slo pudiera encon-trar un delgado trozo de acero, podra hacer una llave que me diese paso a la prisin del templo. Mientras examinaba la coleccin heterognea de toda clase de objetos que se hallan siempre en la bolsa de un guerrero marciano, mis dedos tropezaron con el adornado encendedor de radio del negro dator. Cuando iba a dejarlo a un lado como algo intil para sacarme del actual apuro, mis ojos dieron en unos extraos caracteres, ruda y recientemente araados, sobre el suave dorado del estuche. La curiosidad me movi a descifrarlos; pero lo que le no tena sentido alguno para mi entendimiento. Haba tres juegos de caracteres, unos debajo de otros: 3 __________________ 50 T 1 __________________ 1 X 9 __________________ 25 T Slo un instante me pic la curiosidad, y despus coloqu de nuevo el encendedor en mi bolsillo; pero an no lo haba soltado cuando acudi a mi mente el recuerdo de la conversacin sostenida entre Lakor y su compaero, cuando el thern menor haba citado las palabras de Thurid, burlndose de ellas: Y qu te parece el ridculo asunto delaluz?Quebrilleconlaintensidad detresunidadesderadiodurantecincuenta tais. Ah!, all estaba la primera lnea de los caracteres sobre el estuche del encende-dor, 350 T,y durante un xat, que brille con la intensidad de una unidad de radio, aqulla era la segunda lnea, y despus, durante veinticinco tais, con nueve unida-des. La frmula estaba completa; pero qu significaba? Cre saberlo, y cogiendo una poderosa lente de aumento entre las baratijas de mi bolsa, me apliqu a examinar cuidadosamente el mrmol que rodeaba el agujerillo de la puerta. De buena gana hubiera prorrumpido en gritos de jbilo cuando mi investiga-cin me descubri la casi invisible incrustacin de partculas de electrones carboniza-dos que despiden aquellos encendedores marcianos. Era evidente que durante innume-rables siglos encendedores de radio haban sido aplicados al agujerito, y para aquello slo exista una aplicacin: el mecanismo de la cerradura estaba movido por los rayos de luz, y yo, J ohn Carter, prncipe de Helium, tena en mi mano la combinacin araa-da por la mano de mi enemigo sobre el estuche de su propio encendedor. En un brazalete circular de oro, que llevaba en la mueca, estaba mi cronmetro de Barsoom, un instrumento que marcaba los tais y xats y zods del tiempo marciano, pre-sentndolos a la vista bajo un fuerte cristal, de modo muy parecido al de un cronme-tro terrestre. Calculando cuidadosamente mi operacin, acerqu el encendedor a la pequea aber-tura, regulando la intensidad de la luz por medio de la palanca colocada a un lado del estuche. Durante cincuenta tais dej brillar tres unidades de luz en el agujero; despus, una unidad, durante un xat, y nueve unidades, durante veinticinco tais. Aquellos ltimos Librodot 18 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 19 veinticinco tais fueron los veinticinco segundosmslargos demi vida.Cedera la cerradura al final de aquellos segundos que a m se me hacan interminables? Veinti-trs! Veinticuatro! Veinticinco! Corre la luz de golpe. Durante siete tais esper; no haba podido apreciar efecto alguno en la cerradura. Sera que mi teora estaba com-pletamente equivocada? Detente! Espera! Mi tensin nerviosa haba tenido por resultado una alucinacin, o la puerta se mova realmente? Lentamente, la slida piedra se hundi silenciosamen-te hacia atrs: no exista alucinacin alguna. Retrocedi diez metros, hasta dejar descubierta a su derecha una estrecha puertecilla que daba a un pasillo oscuro, paralelo al muro exterior. Apenas qued franca la entra-da, Woola y yo nos precipitamos por ella, y la puerta se desliz silenciosamente de nuevo a su sitio. A alguna distancia, en el corredor, se vea el dbil reflejo de una luz, y hacia ella nos dirigimos. La luz se hallaba en una cerrada revuelta, y un poco ms all se vea una habitacin brillantemente iluminada. All descubrimos una escalera de caracol que parta del centro de la habitacin cir-cular. Comprend inmediatamente que habamos llegado al centro de la base del templo del Sol; la escalera conduca a la parte superior, pasando por los muros inferiores de las celdas. En alguna parte de los pisos superiores estaba Dejah Thoris, a no ser que Thurid y Matai Shang hubiesen ya logrado raptarla. Apenas habamos empezado a subir la escalera, cuando Woola, de repente, fue pre-sa de gran excitacin. Saltaba hacia adelante y hacia atrs mordindome las piernas y los arreos, hasta el punto de hacerme creer que estaba loco, y cuando por fin le empuj y empec de nuevo a subir, me agarr por el brazo derecho, obligndome a retroceder. Fue intil reirle ni pegarle para que me soltase, y estaba enteramente a merced de su fuerza bruta, a no ser que me defendiese con el pual en la mano izquierda; pero, loco o cuerdo, no tuve valor para hundir la afilada hoja en aquel cuerpo tan fiel. Me arrastr a la cmara y, a travs de ella, hacia la parte opuesta a la puerta por la cual habamos entrado. All haba otra puerta dando paso a un corredor que descenda en pendiente rpida. Sin titubear, Woola me empuj por aquel pasillo. De repente se detuvo y me solt, ponindose entre m y el camino por donde ha-bamos venido, mirndome como para preguntarme si ya le seguira de mi propia vo-luntad o si tendra todava que emplear la fuerza. Mirando con preocupacin las seales de sus grandes dientes sobre mi brazo desnu-do decid complacerlo. Despus de todo, su extrao instinto era ms de fiar que mi defectuoso juicio humano. Y bien me vino haberme visto obligado a seguirle. A poca distancia de la cmara circular nos encontramos de repente en un laberinto de cristal brillantemente ilumina-do. Alprincipiocrequeera unaampliahabitacinsindivisinalguna:tanclarasy transparentes eran las paredes de los serpeantes pasillos; pero, despus de haber estado varias veces a punto de romperme la cabeza, al esforzarme en pasar a travs de las slidas murallas de vidrio, anduve con ms cuidado. Slo habramos recorrido unas yardas del corredor que nos haba dado paso a este extrao laberinto, cuando Woola lanz un espantoso rugido, y, al mismo tiempo, se precipit sobre el cristal de nuestra izquierda. An resonaban a travs de las cmaras subterrneas los ecos de aquel terrible rugi- Librodot 19 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 20 do, cuando vi lo que lo haba arrancado de la garganta del fiel animal. A lo lejos discern vagamente las figuras de ocho personas: tres mujeres y cinco hombres, los cuales, vistos a travs de los muchos cristales que nos separaban y pare-can envolverlos en una nube, asemejaban seres fantsticos de otro mundo. En el mismo instante, evidentemente asustados por el fiero rugido de Woola, se de-tuvieron y miraron a su alrededor. Entonces, de repente, uno de ellos, una mujer, ten-di sus brazos hacia m, y aun a tan gran distancia pude ver que sus labios se movan; era Dejah Thoris, mi siempre hermosa y siempre joven princesa de Helium. Con ella estaba Thuvia de Ptarth; Faidor, hija de Matai Shang; Thurid, el padre de los therns, y los tres therns menores que los haban acompaado. Thurid me amenaz con el puo, y dos de los therns agarraron con rudeza de los brazos a Dejah Thoris y Thuvia, obligndolas a apretar el paso. Un momento despues haban desaparecido por un corredor de piedra, ms all del laberinto de cristal. Dicen que el amor es ciego; pero un amor tan grande como el de Dejah Thoris, que me conoci hasta disfrazado de thern y a travs del laberinto de cristal, debe cierta-mente de estar muy lejos de ser ciego. IVLA TORRE SECRETA No tengo valor para relatar los montonos acontecimientos de los tediosos das que Woolayyo pasamos averiguando nuestro camino a travs del laberinto de cristal y atravesando ste por las oscuras y torcidas sendas que nos condujeron por debajo del valle del Dor y los Acantilados ureos hasta las montaas de Otz, justamente encima del valle de las Armas Perdidas, aquel lamentable purgatorio habitado por los pobres desgraciados que no se atreven a continuar su abandonada peregrinacin al Dor ni vol-verse a los varios pases del mundo exterior, de donde han venido. All la pista de los raptores de Dejah Thoris nos conduca a un lago de la base de la montaa, a travs de pendientes y speros barrancos, junto a imponentes precipicios, y, a veces, por el valle, donde tuvimos que luchar frecuentemente con miembros de va-rias tribus salvajes que forman la poblacin de aquel extrao valle de desesperacin. Pero logramos atravesarlo todo y llegar a un camino que conduca a una estrecha garganta que, a cada paso, se haca ms impracticable, hasta que apareci a nuestra vista una poderosa fortaleza enterrada al pie de una montaa que la cobijaba. Aqul era el escondite secreto de Matai Shang, padre de los therns. All, rodeado de unos cuantos fieles, el hekkador de la antigua fe, que antes haba tenido a sus rdenes millones de vasallos y subordinados, dispensaba la espiritual doctrina entre la media docena de naciones de Barsoom que an se aferraban tenazmente a su falsa y desacre-ditada religin. Estabaoscureciendocuandoapercibimoslosmuros,alparecerinaccesibles,de aquella montaosa fortaleza,y para no ser vistos me retir con Woola detrs de un promontorio de granito en medio de un grupo del duro y morado csped que crece en los estriles terrenos de Otz. All permanecimos hasta que la rpida transicin de da a noche se hubo efectuado. Despus me deslic hacia los muros de la fortaleza, buscando el medio de penetrar en ella. Librodot 20 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 21 Bien fuese por descuido o por demasiada confianza en la supuesta inaccesibilidad de su escondite, la verja estaba abierta de par en par. Al otro lado haba unos cuantos guerreros, riendo y comentando uno de sus incomprensibles juegos barsomianos. Observ que entre ellos no estaba ninguno de los que haban acompaado a Thurid y Matai Shang y as, confiado en mi disfraz, franque valerosamente la entrada y me acerqu a ellos. Los hombres interrumpieron su juego y me miraron, pero no manifestaron sospecha alguna. Del mismo, modo miraron a Woola, que me segua gruendo. Kaor! dije, saludando en verdadero estilo marciano, y los guerreros suspendieron su juego y se levantaron para saludarme. Acabo de hallar el camino desde los Acanti-lados Dorados prosegu y deseo que me d audiencia el hekkador Matai Shang, pa-dre de los therns. Dnde podr hallarlo? Sgueme dijo uno de los guerreros, y, volvindose, me llev, cruzando el patio exterior, hacia un segundo muro apuntalado. Ignoro cmo no me inspir sospecha la aparente facilidad con que al parecer les en-gaaba, a no ser por el hecho de estar mi mente tan embebida con aquella rpida visin de mi amada princesa, para no quedar en ella lugar para nada ms. Pero sea lo que fue-re, lo cierto es que yo segua alegremente a mi gua directamente a las garras de la muerte. Supe despus que therns espas haban anunciado mi llegada horas antes de haber llegado yo a la oculta fortaleza. La verja haba quedado abierta, a propsito, para tentarme. Los guardias, bien adies-trados en su conspiracin, y yo, ms parecido a un colegial que a un maduro guerrero, corr apresuradamente a meterme en la trampa. Al extremo del patio exterior una puertecilla daba entrada al ngulo formado por uno de los puntales en el muro. All mi conductor sac una llave y abri la puerta; des-pus, retrocediendo, me hizo sea de que entrase. Matai Shang est en el patio del templo, al otro lado dijo, y al pasar Woola y yo cerr rpidamente la puerta. La odiosa carcajada que lleg a mis odos, a travs de la fuerte puerta, despus de haber odo dar vuelta a la llave, fue mi primera sospecha de que todo no marchaba tan bien como me figuraba. Me encontr en una pequea cmara circular abierta dentro del puntal. Ante m ha-ba una puerta que conduca probablemente al patio interior del otro lado. Antes de franquearla,titubeunmomento.Entoncesseconfirmarontodasmissospechas,si bien algo tarde. Enseguida, encogindome de hombros, abr la puerta y sal al patio interior, alumbrado por antorchas. Directamente, enfrente de m, se levantaba una pesada torre de unos trescientos me-tros de altura. Era del estilo extraamente hermoso de la arquitectura moderna bar-soomiana; toda su superficie estaba tallada en atrevidos relieves, con dibujos intrinca-dos y fantsticos. A una altura de treinta metros sobre el patio, y dominndolo, haba un ancho balcn, y all, por cierto, estaba Platal Shang, y a su lado Thurid, Faidor, Thuvia y Dejah Thoris, estas ltimas cargadas de cadenas. Detrs de ellos se encontra-ban varios guerreros. Al entrar yo en el patio todas las miradas se dirigieron hacia m. Una siniestra sonrisa entreabri los crueles labios de Matai Shang. Thurid me lanz un insulto, y con gesto familiar puso una mano sobre el hombro de mi princesa. sta, como una pantera, se volvi hacia l y le dio un fuerte golpe con las esposas que ro- Librodot 21 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 22 deaban sus muecas. Thurid, de no haberse interpuesto Matai Shang, hubiera devuelto el golpe, y pude entoncesobservarquelosdoshombresnoparecanmantenercordialesrelaciones, porque los therns eran arrogantes y dominantes, como si quisieran hacer claramente ver al Primer Nacido que la princesa de Helium era propiedad del padre de los therns. Y la actitud de Thurid, respecto al anciano hekkador, no demostraba la menor simpata ni respeto. Cuando ces el altercado, Matai Shang se volvi hacia m. Hombre de la Tierra exclam, mereces una muerte mucho ms innoble de la que nuestro debilitado poder nos permite darte! Pero para que la muerte que te espera esta noche te sea doblemente amarga, has de saber que, en cuanto mueras, tu viuda ser la esposa de Matai Shang, hekkador de los sagrados therns, durante un ao mar-ciano. Al final de ese tiempo, como sabes, ser abandonada, segn nuestra ley; pero no, como es costumbre, para llevar una vida tranquila y honrada, respetada como alta sacerdotisadealgnveneradosantuario.Envezdeello,DejahThoris,princesade Helium, ser el juguete de mis ayudantes, quiz hasta de tu ms odiado enemigo: Thu-rid, el negro dator. Cuando ces de hablar esper en silencio, evidentemente, algn desahogo de rabia de mi parte, algo que hubiese aumentado el deleite de su venganza. Pero no le di la satisfaccin que deseaba. En vez de ello, hice lo que ms poda aumentar su rabia y su odio hacia m y, por-que saba que, muerto, Dejah Thoris hallara tambin el medio de morir antes de que pudiesen acumular sobre ella ms ultrajes y tormentos. De todos los sagrados de sagrados que veneran y adoran los therns, ninguno ms reverenciado que la peluca amarilla que cubre sus peladas cabezas, y despus de stas, el crculo de oro y la gran diadema, cuyos brillantes rayos marcan la llegada al Dcimo Cielo. Y sabiendo esto, me quit la peluca y el crculo y los tir despreciativamente sobre las piedras del patio. Despus me limpi los pies con los rizos rubios, y mientras del balcn se levantaba un rugido de rabia, escup sobre la sagrada diadema. Matai Shang se puso lvido de rabia; pero sobre los labios de Thurid pude ver una horrible y burlona sonrisa, porque l no tena aquellas cosas por sagradas; as, pues, para que mi accin no le resultase demasiado divertida, grit: Y lo mismo hice con los atributos sagrados de Issus, diosa de la Vida Eterna, antes de entregarla a las turbas que la haban adorado anteriormente, para ser por ellas despedazada en su propio tem-plo. Esto puso trmino a la sonrisa de Thurid, porque haba gozado de gran favor cerca de Issus. Pongamosfinatodasestasblasfemias!exclam,volvindosealpadredelos therns. Matai Shang se levant e, inclinndose sobre el balcn, lanz la salvaje llamada que yo haba odo de labios de los sacerdotes desde el pequeo balcn, frente a los Acanti-lados ureos, que domina el valle del Dor, cuando en pasados tiempos llamaron a los feroces monos blancos y los espantosos hombres planta para que se deleitasen con las vctimas que a menudo flotaban sobre el ancho seno del misterioso Iss, hacia las infec-tadas aguas del Mar Perdido de Korus. Liberad la muerte! grit, e inmediatamente una docena de puertas, en la base de la torre, se abrieron y una docena de horribles banths saltaron a la arena. Librodot 22 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 23 No era aqulla la primera vez que me haba encontrado frente a los feroces banths de Barsoom; pero nunca me haba hallado desarmado frente a una docena de ellos. Aun ayudado por el fiero Woola, no poda aquel combate tan desigual tener ms que un desenlace. Durante un instante, las fieras titubearon bajo la brillante luz de las antorchas; pero enseguida, acostumbrndose sus ojos a ellas, se dirigieron a nosotros y avanzaron con las melenas erizadas, azotndose los lados con sus poderosas colas y lanzando profun-dos rugidos. En el breve intervalo de vida que me quedaba lanc una ltima mirada de despedida a mi Dejah Thoris. Su hermoso rostro expresaba horror profundo, y al encontrarse mis ojos con los suyos extendi hacia m sus brazos, luchando con los guardianes que aho-ra la retenan, tratando de tirarse por el balcn al patio para poder compartir conmigo la muerte. Despus, al ver que los banths me rodeaban, se volvi y escondi su querido rostro entre las manos. De repente, mi atencin fue atrada hacia Thuvia de Ptarth. La hermosa muchacha estaba muy inclinada sobre el balcn y con los ojos brillantes de emocin. Los banths iban a caer sobre m; pero no poda apartar mi mirada de las facciones de la muchacha roja, porque comprenda que su expresin significaba todo menos re-gocijo por la feroz diversin que le proporcionaba la terrible tragedia que pronto iba a desarrollarse ante sus ojos. All haba algo profundamente oculto, y yo trataba de ave-riguar lo que era. Durante un momento, confiado en mis msculos y agilidad terrenales, pens escapar de los banths y llegar al balcn, lo que poda haber hecho fcilmente: pero no tuve valor para abandonar a mi fiel Woola y dejarle morir solo bajo los crueles colmillos de los hambrientos banths; no era esto costumbre de Barsoom ni tampoco de J ohn Carter. Despus, el secreto de la emocin de Thuvia se hizo aparente al salir de sus labios un suave maullido, que ya haba odo otra vez, cuando, bajo los Acantilados ureos, llam a los feroces banths y les condujo como una pastora conducira a sus inocentes y mansos corderos. A la primera nota de aquel sonido calmante, los banths se detuvieron, y cada fiera cabeza se levant como buscando la procedencia de la llamada familiar. Poco despus descubrieron a la muchacha roja en el balcn, y, volvindose, demostraron que la re-conocan, lanzando rugidos de bienvenida. Los guardias se precipitaron para llevrsela, pero antes de conseguirlo, ella haba dado sus rdenes a las fieras que la escuchaban, y todos a una se volvieron y se dirigie-ron a sus antros. No tienes que temerlas, J ohn Carter grit Thuvia antes de que pudieran hacerla callar. Esos banths no te harn ya dao nunca, ni a Woola tampoco. Era lo nico que me importaba saber. Ya no haba nada que me separase del balcn. As, pues, dando un gran salto, me agarr a l. En un instante todo fue confusin. Matai Shang retrocedi. Thurid dio un salto ha-cia adelante con la espada desenvainada para traspasarme. De nuevo, Dejah Thoris descarg sus pesados hierros sobre el negro, obligndole a retroceder. Despus, Matai Shang la agarr por la cintura y la arrastr hacia una puerta que conduca al interior. Durante un instante, Thurid titube, y despus, como temiendo que el padre de los therns se escapase con la princesa de Helium, tambin sali tras ellos precipitadamente del balcn. Librodot 23 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 24 Faidor fue la nica que conserv su tranquilidad. Orden a dos de los guardias que se llevasen a Thuvia de Ptarth; a los otros, que se quedasen y me impidiesen seguirla. Despus se volvi hacia m. J ohn Carter exclam, por ltima vez te ofrezco el amor de Faidor, hija del sa-grado hekkador. Acptalo, y tu princesa ser devuelta a la Corte de su abuelo, y t vi-virs dichoso y feliz. Rehsalo, y la suerte con que la ha amenazado mi padre caer sobre Dejah Thoris. Ahora ya no puedes salvarla, porque ya se hallarn en un sitio donde ni t siquiera podrs seguirles. Rehsa, y nada podr salvarte, porque, aunque se te facilit el ca-mino de la fortaleza de los Sagrados Therns, la salida se te ha hecho imposible. Qu dices? Antes de hacerme la pregunta sabas la contestacin, Faidor exclam. Dejadme pasar! grit a los guardias, porque J ohn Carter, prncipe de Helium, pasar. Diciendo esto salt la balaustrada que rodeaba el balcn, y con desnuda espada hice frente a mis enemigos. Eran tres; pero Faidor debi de adivinar el resultado de la lucha, porque, volvindo-se, huy del balcn en cuanto vio que yo no aceptaba su proposicin. Los tres guerreros no esperaron mi ataque; se precipitaron simultneamente sobre m, y fue esto lo que me dio ventaja, porque se estorbaban unos a otros en el reducido recinto del balcn, de modo que el ms adelantado cay sobre la hoja de mi acero al primer ataque. La mancha roja que haba en su punta exasper la antigua sed de sangre del lucha-dor que siempre ha existido con tanta fuerza dentro de mi pecho; as fue que mi hoja cortaba el aire con una ligereza y mortal exactitud, que sumi a los otros dos therns en profunda desesperacin. Cuando por fin mi afilado acero dio en el corazn de uno de ellos, el otro ech a co-rrer, y adivinando que seguira el mismo camino que los que tanto me importaba en-contrar, le dej alejarse lo suficiente para que pudiera creerse a salvo. Recorri precipitadamente varias habitaciones interiores hasta llegar a una escalera de caracol. Se precipit por ella y yo tras l. Al extremo superior llegamos a una pe-quea cmara, en la que slo haba una ventana que dominaba las colinas de Otz y el valle de las Almas Perdidas, que se extenda al otro lado. El guerrero se precipit sobre lo que pareca un trozo de pared, frente a la ventana. Enseguida adivin que era una salida secreta de la habitacin y me detuve para darle tiempo de abrirla, porque a m no me importaba nada la vida de aquel pobre servidor; lo nico que deseaba era tener franco el paso tras Dejah Thoris, mi perdida princesa. Pero, por ms que hizo, la pared no cedi ni a la astucia ni a la fuerza; as es que, desistiendo, se volvi a hacerme frente. Sigue tu camino, thern le dije sealando hacia la escalera por la cual acabbamos de subir. No tengo nada contra ti ni quiero quitarte la vida. Ve! Su contestacin fue precipitarse sobre m, espada en mano, tan de repente, que estu-ve a punto de caer al primer envite. As, pues, no tuve ms remedio que darle lo que peda, y lo ms rpidamente posible para no detenerme demasiado en aquella cmara, mientras Matai Shang y Thurid se llevaban a Dejah Thoris y Thuvia de Ptarth. El guerrero era hbil, lleno de recursos y sumamente tramposo. En efecto: pareca ignorar por completo que existiese un cdigo de honor, porque constantemente faltaba a una docena de costumbres guerreras barsoomianas, a las cuales un hombre honrado antes morira que faltar. Librodot 24 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 25 Hasta lleg a arrancarse su santa peluca y tirrmela a la cara para cegarme durante un momento, mientras acometa a mi pecho descubierto. Sin embargo, al acometerme, esquiv el golpe,porque haba peleado otras veces con los therns, y aunque ninguno haba recurrido precisamente al mismo truco, saba que eran los menos honorables y los ms traicioneros combatientes de Marte, y as, pues, estaba siempre alerta a cualquier nuevo y endiablado subterfugio cuando comba-ta con uno de su raza. Pero por fin se pas de raya, porque sacando el pual lo tir como una flecha sobre mi cuerpo, al mismo tiempo que se precipitaba sobre m con la espada. Un solo crculo envolvente de mi propio acero cogi el arma volante y la precipit con estrpito contra la pared, y despus, al evitar el impetuoso ataque de mi antagonista, se meti l mismo la punta de mi acero en el estmago al echarse sobre m. Se la hundi hasta el puo y, con un grito horrible, cay al suelo, muerto. Detenindomesloelinstantenecesarioparasacarmiespadadelcuerpodemi enemigo, me precipit sobre el trozo de pared que haba frente a la ventana y que el thern haba tratado de abrir. All busqu la cerradura secreta sin resultado alguno. Desesperado, trat de abrirme paso a la fuerza; pero la fra y resistente piedra poda haberse redo de mis esfuerzos ftiles y mezquinos. En efecto; hubiese jurado que per-ciba, al otro lado de la impenetrable pared, el rumor de una risa provocativa. Disgustado, desist de mis intiles esfuerzos y me dirig a la nica ventana de la cmara. Las colinas de Otz y el distante valle de las Almas Perdidas no tenan nada que pu-diera interesarme; pero muy por encima de mi cabeza, el muro tallado de la torre fij mi atencin. En alguna parte de aquella torre estaba Dejah Thoris. Vea ventanas sobre mi cabe-za. Es posible que aquel fuese el nico camino por donde podra llegar a ella. El riesgo era grande; pero nada era capaz de detenerme tratndose de la suerte de una de las mu-jeres ms maravillosas del mundo. Mirhacia abajo.Aunoscienmetrosdeprofundidad habaunosacantiladosde granito que bordeaban un espantoso precipicio sobre el cual estaba la torre, y si no sobre los acantilados, en el fondo del abismo aguardaba la muerte si un pie se desliza-ba o los dedos se aflojaban la fraccin de un segundo. Pero no haba otro camino, y, encogindome de hombros, lo cual, debo confesar, era debido en parte a un estremecimiento de horror, sub al alfizar de la ventana y empec mi peligrosa ascensin. Con gran terror encontr que, distinta a la ornamentacin de casi todos los edificios de Helium, el borde de las tallas estaba generalmente redondeado; de modo que, como mucho, apenas me poda sostener en un precario equilibrio. A cincuenta metros sobre m empezaban una serie de piedras cilndricas que sobre-salan unos diez centmetros. stas, por lo visto, rodeaban la torre a intervalos de seis metros en trozos de otros seis metros de separacin, y como cada piedra sobresala ocho o diez centmetros de la superficie de la ornamentacin, ofrecan un modo de subir comparativamente fcil si se lograba llegar a ellas. Laboriosamente fui trepando, ayudndome con las ventanas que iba dejando debajo, porque esperaba encontrar entrada en la torre a travs de una de ellas y de all un ca-mino ms fcil para proseguir mis pesquisas. A veces era tan frgil mi asidero, que un estornudo, un golpe de tos, la ms ligera rfaga de aire hubiese bastado para precipitarme al abismo que se abra a mis pies. Librodot 25 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 26 Pero por fin llegu a un punto donde mis dedos pudieron agarrar el alfizar de la ventana ms baja, e iba a soltar un suspiro de satisfaccin, cuando un rumor de voces lleg a mis odos desde arriba, por la abierta ventana. Nunca podr resolver el secreto de la cerradura. La voz era la de Matai Shang. Sigamos arriba al hangar para habernos alejado bien hacia el Sur antes de que en-cuentre otro camino..., si eso fuera posible. Todo parece posible tratndose de ese perro vil replic otra voz, que reconoc por la de Thurid. Entonces dmonos prisa dijo Matai Shang; pero para asegurarnos ms voy a de-jar a dos para que vigilen en la escalera. Ms tarde pueden seguirnos en otra aeronave, alcanzndonos en Kaol. Mis dedos, extendidos, no llegaron nunca al borde de la ventana. Al primer rumor de las voces retir lamano, agarrndome ami peligroso asidero achatado contra el muro perpendicular y atrevindome apenas a respirar. Qu horrible posicin, por cierto, para ser descubierto por Thurid! Slo tena que apoyarse en la ventana para mandarme con la punta de su espada a la eternidad. Poco despus, el rumor de voces se fue desvaneciendo, y de nuevo reanud mi peli-grosa ascensin, ms difcil ahora, puesto que era ms circular, porque tena que ro-dear para evitar las ventanas. La alusin de Matai Shang al hangar y las aeronaves indicaba que mi destino era nada menos que al techo de la torre, y hacia aquella distante meta me dirig. La parte ms peligrosa y dificultosa de la jornada se termin, por fin, y fue enorme el descanso que sent al agarrar la ltima piedra cilndrica. Es verdad que estas proyecciones estaban demasiado separadas para hacer de la as-censin nada parecido a una canonja; pero, por lo menos, siempre tena a mi alcance un punto de apoyo al cual poda agarrarme en caso de algn accidente. Unos diez pasos debajo del techo elmuro se inclinaba ligeramente hacia dentro, quiz un pie en los ltimos diez metros, y all el trepar era ciertamente inconmensura-blemente ms fcil, de modo que mis dedos pronto agarraron el alero del tejado. Al dirigir mi vista sobre el nivel del extremo de la torre vi una aeronave dispuesta a emprender el vuelo. Sobre su cubierta estaban Matai Shang, Faidor, Dejah Thoris, Thuvia de Ptarth y al-gunos guerreros therns, mientras que a su lado se hallaba tambin Thurid dispuesto a subir a abordo. No le separaban de m ni diez pasos; me daba la espalda y no puedo ni siquiera adi-vinar qu cruel capricho del Destino le impuls a volverse cuando mi cabeza apareca por el tejado. Pero se volvi, y cuando sus ojos se encontraron con los mos, su rostro se ilumin con malvola sonrisa mientras se precipitaba sobre m, que me apresuraba a llegar al tejado. Dejah Thoris debi de verme al mismo instante, porque lanz un grito para avisar-me, cuando el pie de Thurid, con una gran patada, me dio en el rostro. Vacil como buey acogotado y ca hacia atrs, por un lado de la torre. Librodot 26 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 27 VEN EL CAMINO DE KAOL Si existe un Destino que a veces me es funesto, seguramente hay una bondadosa y misericordiosa Providencia que me protege. Al caer de la torre al horrible abismo que se abra a mil metros, me daba yo por muerto, y Thurid tambin debi de creerlo as, porque evidentemente no se molest en averiguarlo, sino que, volvindose, se march enseguida en la aeronave. Pero slo ca diez metros, quedando enganchado por el correaje en una de las pro-yecciones cilndricas de la superficie de piedra, que me sostuvo. Aun cuando me sent sujeto, no poda creer en el milagro que me libraba de una muerte instantnea, y duran-te un momento permanec inmvil, cubierto de pies a cabeza de un sudor fro. Pero cuando por fin logr afirmar mi posicin, no me decida a subir, puesto que no poda entonces saber que Thurid no estuviese esperndome arriba. Sin embargo, poco despus llegaron a mis odos el ruido de los propulsores de la aeronave, y segn iba alejndose sta me fui dando cuenta de que se dirigan hacia el Sur sin preocuparse ms de m. Cautelosamente volv a trepar hasta el tejado, y debo confesar que no fue una sensa-cin agradable la que sent al levantar de nuevo los ojos por el alero; pero afortunada-mente no se vea a nadie, y un momento despus me encontr sano y salvo sobre la ancha superficie. El llegar al hangar y sacar la nica aeronave que haba fue cuestin de un segundo, y justamente, cuando los dos guerreros que Matai Shang haba dejado en prevencin de este incidente aparecan en el tejado, me elevaba yo sobre sus cabezas lanzando una carcajada provocativa. Despus baj rpidamente al patio interior, donde haba dejado a Woola, y para mi tranquilidad encontr all al fiel animal. Los doce grandes banths estaban delante de las puertas de sus guaridas mirndole y rugiendo de un modo amenazador; pero no haban desobedecido el mandato de Thu-via, y di gracias al Destino, que la haba hecho su guardiana en los Acantilados u-reos, y la haba dotado con una naturaleza bondadosa y simptica que le haba captado la lealtad y el efecto de aquellas fieras. Woola salt con frentica alegra cuando me vio, y al tocar la aeronave el pavimen-to del patio durante un segundo, de un salto se coloc a mi lado, y con las manifesta-ciones de su exuberante felicidad, casi me hizo destrozar el aparato contra el muro de piedra del patio. Entre los furiosos gritos de los therns nos elevamos muy por encima de la ltima fortaleza de los Sagrados Therns y corrimos directamente hacia el Noroeste y Kaol, direccin que haba odo de labios de Matai Shang. Ya avanzada la tarde, divis a lo lejos una pequea mancha que deba de ser la otra aeronave, pues slo poda ser la que conduca a mi perdido amor y a mis enemigos. Al cerrar la noche me haba aproximado mucho a l, y despus, comprendiendo que deban haberme visto y no encenderan luces, me gui por mi comps, aquel maravi-lloso mecanismo marciano, que, una vez afinado al objeto de su destino, seala su di-reccin, indiferente a todo cambio de situacin. Toda aquella noche corrimos a travs del vaco barsoomiano, pasando sobre las co- Librodot 27 LibrodotEl seor de la guerra de MarteEdgar Rice Burroughs 28 linas, fondos de mares muertos, ciudades desiertas haca mucho tiempo, centros popu-losos habitados por rojos marcianos, y cintas de terrenos cultivados que bordean los tersos canales que rodean el globo y que los hombres de la Tierra llaman canales de Marte. La aurora me hizo ver que me haba acercado mucho a la otra aeronave. Era un apa-rato mayor que el mo y menos rpido; pero aun as haba recorrido una distancia in-mensa desde que emprendi su vuelo. Elcambiodevegetacinmedemostrquenosaproximbamosrpidamenteal Ecuador. Me hallaba lo suficientemente cerca de mi presa para haber podido hacer uso de mi can de pequeo calibre; pero aun cuando poda ver que Dejah Thoris no esta-ba sobre cubierta, tema disparar sobre el aparato que la conduca. A Thurid no le detenan semejantes escrpulos, y aunque debi de costarle trabajo creer que era realmente yo el que les segua, no poda dudar del testimonio de sus pro-pios ojos, y dirigi sobre m, con sus propias manos, su can de popa, y un instante despus un proyectil explosivo de radio silb peligrosamente cerca de mi cabeza. El siguiente disparo del negro fue ms exacto, dando a mi aparato de lleno en la proay estallando inmediatamente al contacto, abriendo de par en par lostanquesy estropeando la mquina. El aparato cay tan rpidamente despus del disparo, que tuve apenas tiempo de atar a Woola y sujetar mi propio correaje a un anillo de la borda antes de que el apara-to colgase, con la popa hacia arriba, dirigindose por ltima vez lentamente hacia tie-rra. Sustanquesdeflotacindepopaimpidieronquedescendiesevelozmente;pero Thurid ahora disparaba con gran rapidez intentando que reventasen stos de modo que yo fuese precipitado a una muerte inmediata en la rpida cada que instantneamente seguira a un acertado disparo. Proyectil tras proyectil nos dio o nos pas rozando, pero, por milagro, sin herirnos ni tocar los tanques de atrs. Esta buena suerte no poda durar indefinidamente, y segu-ro de que Thurid no me dejara de nuevo con vida, esper el estallido de un nuevo pro-yectil, y despus, levantando las manos sobre la cabeza, me dej caer blando e inerte cual si fuera cadver y sostenido por mi correaje. La estratagema dio resultado y Thurid no dispar ms. Poco despus o que dismi-nua el ruido de los propulsores y me di cuenta enseguida de que de nuevo estaba a salvo. Lentamente la aeronave tom tierra, y cuando hube soltado a Woola, logr salir con l de los restos del aparato, encontrndome al borde de un bosque natural, cosa tan rara en el seno del agoniza