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3 La paradoja del comediante Denis Diderot La paradoja del comediante Traducción de Ricardo Baeza Colección Clasicos Universales

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La paradoja del comediante

Denis Diderot

La paradoja del comediante

Traducción de Ricardo Baeza

ColecciónClasicos Universales

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Denis Diderot

GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZ

Miguel Alemán VelazcoGobernador del Estado

Nohemí Quirasco HernándezSecretaria de Gobierno

J. Rafael Hermida LaraRegente de la Editora de Gobierno

Editora de Gobierno del Estado de Veracruz-LlaveImpreso y hecho en México

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La paradoja del comediante

A lo largo de buena parte de su historia, el hombreno ha cesado de producir testimonios escritos sobresus sueños y vigilias, viajes y batallas, sobre sus másaltos ideales y más secretas pasiones... El corpus deestos esfuerzos es lo que solemos llamar literatura.Para Keneth Rexroth estos “son los documentosfundamentales de la historia de la imaginación;desbordan todas las definiciones de clasicismo y, almismo tiempo, comparten los rasgos que se postulanen forma más sencilla”. Al igual que la pintura y lamúsica, la literatura en sus orígenes fue fruto delocio y hoy ha pasado a ser una parte medular denuestra existencia: es, a un tiempo, un lujo y unanecesidad. Es un lujo en tanto que representa muchode lo mejor de lo que somos y hemos sido; unanecesidad, porque, como decía Chesterton, “los sereshumanos no pueden ser humanos sin algún campode fantasía o imaginación (...) toda persona sana

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debe alimentarse tanto de ficción como de realidaden algún momento de su vida; porque la realidad esuna cosa que el mundo le da, mientras que la ficciónes algo que ella da al mundo”.Junto con la imprenta, a Veracruz llegó un nuevomundo de ideas que hallaron en nuestro suelo unterreno pródigo para el mestizaje de razas y de ideas.Gracias a ello, Veracruz posee una memoria pluraly numerosa que une lo presente y lo lejano, cuyacuna está lo mismo en Cempoala que enTenochtitlán, en Atenas que en Granada, en LaMancha y en Camelot, en El Dorado y Aztlán.Publicar una colección de clásicos es continuar conuna de nuestras más nobles tradiciones: la de ser almismo tiempo ventana de México y puerta abiertaal mundo.

Miguel Alemán VelazcoGobernador del Estado de Veracruz-Llave

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NOTA PRELIMINAR

Hijo de un acaudalado cuchillero de Langres, DenisDiderot nació en el año de 1713. Diderot no heredóde su padre el más mínimo interés por el arte de lacuchillería, mas sí su entusiasmo por el conocimientode las más diversas técnicas, oficios, costumbres,idiomas... Formado en un colegio jesuita, muypronto puso de manifiesto su extraordinariainteligencia. Sus maestros consideraron que debíanponer al servicio de la iglesia la gran capacidadintelectual del hijo del cuchillero y soñaron con quetomara los hábitos. Pero éste, tras recibir las órdenesmenores, escapó a París. En la capital conoció lavida bohemia y la pobreza que le es inherente. En elcafé de la Regencia trabó amistad con los másbrillantes artistas de su tiempo, entre ellos, varios

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de su futuros colaboradores en la Enciclopedia:Voltaire y Rousseau.

A más de su excepcional talento, Diderot poseíauna lucidez extraordinaria y un sentido del humoraudaz y cruel del que hizo gala en sus primeras obras,lo que le valió serios problemas con las autoridades.

Pensamientos filosóficos fue la primera obra deDiderot y también la primera de las suyas queterminó en la hoguera por orden del Parlamento.La Carta sobre los ciegos para que la usen los que ven,publicada en 1749, también le causó problemas, puesno solamente desencadenó la cólera de sacerdotes yescolásticos, sino que además fue encarcelado porella. Siempre inconforme y siempre a disgusto conel uso inadecuado de los preceptos religiosos confinalidades terrenales por y para las jerarquíaseclesiásticas, Diderot fue, como Voltaire, unfuribundo anticlerical.

En 1747 el azar quiso que le fuera encargadala traducción de una obra de Ephraim Chambers(la Cyclopedia). La idea de escribir una obra demayores dimensiones que la del inglés, muy prontocomenzó a rondarle la cabeza.

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La tentación, para un hombre al que nadahumano le era ajeno, resultó enorme y muy prontosucumbió ante la idea de compilar en una sola obratodo el conocimiento universal. La obra sería unasumma del conocimiento filosófico y científico, perosobre todo una enciclopedia «de artes y oficios». Estaobra (la más importante empresa editorial del siglode las luces) recibió el nombre de Enciclopedia odiccionario razonado de las artes y los oficios, másconocida como la Enciclopedia, que quiere decirconcatenación de las ciencias. Para Diderot, el saberes un laberinto cuyas ramas se tocan continuamente.

La publicación de la Enciclopedia ocupó losempeños de Diderot de 1751, en que apareció elprimer tomo, a 1772, fecha de aparición del último.Desde el principio la obra conoció respuestasfavorables y condenas (entre ellas las del PapaClemente XII y la Sorbona) al por mayor, pero terminóimponiéndose como una de las obras capitales desu época y como un símbolo para los principalespensadores del Siglo de las Luces.

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A los 70 años de edad, Diderot partió a Rusia,a pesar de su frágil salud, llamado por Catalina II,con el fin de que elaborara un proyecto de reformaeducativa para dicho país. Su precaria salud leimpidió realizar dicho proyecto, sin embargo,Catalina II, quien le profesaba una enormeadmiración, se hizo cargo de sus más apremiantesnecesidades, atenuando la miseria de sus últimosdías. Diderot falleció en París en 1784.

En La paradoja del comediante, obra escrita elmismo año que Jacques el fatalista, Diderot plantea latesis de que los grandes artistas son grandesimitadores de la naturaleza, fundamentalmente porqueson espectadores asiduos de lo que sucede «en tornoa ellos en el mundo físico y moral». Ahora bien, en elartista la razón debe someter a la sensibilidad paraconseguir el fin específico del arte: conmover alespectador. Es por ello que el artista no es un simplecopista de la naturaleza común, sino el «creador deuna naturaleza ideal y poética». Al imitar lanaturaleza, el buen artista no la copia: la interpreta.El mundo cotidiano y mundo del arte son distintos; elcomediante no hace nada en la sociedad como lo hace

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en escena, que «es otro mundo» resultante del«modelo ideal imaginado por el poeta». Es decir, hayque establecer una diferencia entre el ámbito de lacotidianeidad y el estatuto del arte, entre los seresimaginarios y los seres reales; entre el hombrecotidiano y el hombre que lo representa.

Para Diderot el mejor actor no es aquel queconsigue esporádicamente grandes actuacionesobedeciendo los impulsos de su naturaleza, sinoaquel que es frío y metódico. Pues mientras que lasensibilidad está ligada a la debilidad, la razónpermite articular en el escenario, un sistema quepuede ser repetido y mejorado metódicamente.

La paradoja del comediante es una obra queningún actor (o simple aficionado al teatro) deberíadesconocer. En ella, no sin ironía, no sin lucidez,Diderot reflexiona sobre el arte de la actuación,sobre la realidad del arte y la realidad del artista ynos invita a aceptar o a combatir sus siemprepolémicas afirmaciones.

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La paradoja del comediante

LA PARADOJA DEL COMEDIANTE

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PRIMER INTERLOCUTOR.- No hablemos más de ello.SEGUNDO INTERLOCUTOR.- ¿Por qué?PRIMERO.- Es obra de un amigo vuestro.SEGUNDO.- ¿Qué importa?PRIMERO.- Mucho. ¿A qué poneros en la alternativa dedespreciar su talento o mi juicio y amenguar la buenaopinión que tenéis de él o la que tenéis de mí?SEGUNDO.- No será así; y aunque fuese, mi amistad porambos, cimentada en cualidades más esenciales, nosufriría por ello.PRIMERO.- Acaso.SEGUNDO.- Estoy seguro. ¿Sabéis a quién me recordáisen este momento? A un autor, conocido mío, quesuplicaba de rodillas a una mujer, de la cual estabaenamorado, que no asistiese al estreno de una obra suya.PRIMERO.- Vuestro autor era modesto y prudente.

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SEGUNDO.- Temía que el tierno sentimiento queinspiraba dependiese en cierto modo de la estimaciónen que tenían su mérito literario.PRIMERO.- Cosa muy posible.SEGUNDO.- Y que un mal paso en público le degradaseun tanto a los ojos de su querida.PRIMERO.- Que, menos estimado, fuese también menosamado. ¿Y os parece eso ridículo?SEGUNDO.- Tal lo juzgaron. El palco fue comprado, ytuvo el mayor éxito. Y Dios saber cómo fue besado,festejado, acariciado.PRIMERO.- Más lo habría sido si hubiesen silbado la obra.SEGUNDO.- No lo dudo.PRIMERO.- Y persisto en mi idea.SEGUNDO.- Persistid, no veo inconveniente; pero pensadque yo no soy una mujer, y que es preciso, si así osplace, que os expliquéis.PRIMERO.- ¿Lo exigís?SEGUNDO.- Lo exijo.PRIMERO.- Más fácil me parece callar que disfrazar mipensamiento.SEGUNDO.- Lo creo.PRIMERO.- Seré severo.

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La paradoja del comediante

SEGUNDO.- Es lo que mi amigo exigiría de vos.PRIMERO.- Pues bien: ya que es fuerza decíroslo, su obra,escrita en un estilo atormentado, hinchado, obscuro,retorcido, está llena de ideas vulgares. Al acabar sulectura, un gran comediante no quedará mejorado, ni unomediocre dejará de ser menos malo. La Naturaleza es laque da cualidades a la persona: figura, voz, criterio,agudeza. Al estudio de los grandes modelos, alconocimiento del corazón humano, al trato de gentes, altrabajo asiduo, a la experiencia y al hábito del teatrotocan perfeccionar el don de la Naturaleza. El comedianteimitador puede llegar a expresarlo todo pasablemente;nada hay que alabar ni corregir en su ejecución.SEGUNDO.- O todo que corregir.PRIMERO.- Como queráis. El comediante detemperamento es muchas veces detestable; algunas,excelente. En un género u otro, desconfiad siempre deuna mediocridad sostenida. Por mucho rigor con quese trate a un principiante, es fácil presentir sus éxitosfuturos. Las rechiflas no matan más que a los ineptos. Y¿cómo podría la Naturaleza sin el arte formar a un grancomediante, desde el momento que nada pasa en laescena exactamente igual que en la realidad y los poemas

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dramáticos están todos compuestos con arreglo a unsistema determinado de principios? Y ¿cómo podría unpapel ser representado de la misma manera por dosactores distintos, ya que en el escritor más claro, máspreciso, más enérgico, las palabras no son, ni puedenser, otra cosa que signos aproximados de unpensamiento, un sentimiento, una idea; signos cuyo valorcompletan el movimiento, el gesto, la entonación, elrostro, los ojos, la circunstancia? Cuando habéis oídolas siguientes palabras:

Que fait là votre main?–Je tâte votre habit; l'étoffe en estmoelleuse.

¿Sabéis algo? Nada. Pesad bien lo que sigue yreflexionad en lo frecuente y fácil que es a dosinterlocutores, empleando las mismas expresiones, haberpensado y decir cosas radicalmente diversas. El ejemploque voy a poneros es una especie de prodigio: es laobra misma de vuestro amigo. Preguntad a un cómicofrancés lo que piensa de ella, y os afirmará que todo loque dice es cierto. Haced la misma pregunta a un cómico

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inglés, y os jurará by God que no hay que cambiaruna sola frase y que es el puro evangelio de la escena.Sin embargo, como no hay casi nada de común entrela manera de escribir comedias y tragedias enInglaterra y la manera con que estos poemas seescriben en Francia, ya que, al decir mismo deGarrick, el que sabe recitar perfectamente una escenade Shakespeare no conoce ni el primer acento de ladeclamación de Racine, y, enlazado por los versosarmoniosos de éste, como por otras tantas serpientescuyos anillos le apretasen cabeza, pies, manos,piernas y brazos, su acción perdería toda libertad;se desprende, evidentemente, que el actor francés yel actor inglés, que convienen unánimemente en laverdad de los principios de vuestro autor, no seentienden, y que hay en el lenguaje técnico del teatrouna latitud, una vaguedad bastante considerable paraque los hombres sensatos, de opiniones diametralmenteopuestas, crean reconocer en él la luz de la evidencia.Y continuad, más que nunca, aferrado a vuestra máxima:No os expliquéis si queréis entenderos.SEGUNDO.- ¿Pensáis que en toda obra, y especialmenteen ésta, hay dos sentidos distintos, ambos encerrados

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bajo los mismos signos, uno en Londres, otro en París?PRIMERO.- Y que esos signos presentan tan claramenteesos dos sentidos, que vuestro mismo amigo se hadejado engañar, desde el momento en que, asociandonombres de comediantes franceses, aplicándoles losmismos preceptos y concediéndoles la misma censuray los mismos elogios, imaginó, sin duda, que lo que decíade los unos era igualmente justo de los otros.SEGUNDO.- Pero, echando esas cuentas, ningún otroautor habría cometido tantos verdaderos contrasentidos.PRIMERO.- Ya que las mismas palabras de que se sirvequieren decir una cosa en la plaza de Bussy y otra enDrury-Lane, siento tener que declararlo. Por otra parte,es posible que sea yo el equivocado. Pero el puntoimportante sobre el que diferimos por completo vuestroautor y yo, son las cualidades esenciales de un granactor. Yo reclamo mucho discernimiento. Necesito eneste hombre un espectador frío y tranquilo. Exijo, portanto, comprensión y ninguna sensibilidad; el arte deimitar, o, lo que viene a ser lo mismo, una igual aptitudpara toda suerte de caracteres y de papeles.SEGUNDO.- ¿Ninguna sensibilidad?

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PRIMERO.- Ninguna. Todavía no he enlazado bien misrazones, y me permitiréis que os las vaya exponiendotal como me ocurran, en el desorden mismo de laobra de vuestro amigo. Si el actor fuese sensible, debuena fe, ¿podría acaso representar dos vecesconsecutivas un mismo papel con igual calor e igualéxito? Muy ardoroso en la primera representación,estaría agotado y frío como un mármol a la tercera.En cambio, si la primera vez que se presenta enescena, bajo el nombre de Augusto, Cinna,Orosmanes, Agamenón, Mahoma, es imitador atentoy reflexivo de la Naturaleza, copista riguroso de símismo o de sus estudios y observador continuo denuestras sensaciones, su arte, lejos de flaquear, sefortificará con las nuevas reflexiones que hayarecogido, se exaltará o atemperará, y cada vezquedaréis más satisfecho. Si es él cuando representa,¿cómo podría dejar de serlo? Si quiere dejar de serlo,¿cómo podrá comprender el punto justo en que espreciso se coloque y se detenga?

Lo que me confirma en mi idea es la desigualdadde los actores que representan por inspiración. Noesperéis en ellos la menor unidad; su estilo es

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alternativamente fuerte y endeble, cálido y frío,vulgar y sublime. Fallarán mañana en el pasaje enque hoy sobresalieron; y, al contrario, se realzaránen el que fallaron la víspera. En cambio, el actorque represente por reflexión, por estudio de lanaturaleza humana, por constante imitación de algúnmodelo ideal, por imaginación, por memoria, serásiempre uno y el mismo en todas lasrepresentaciones, siempre igualmente perfecto. Todoha sido medido, combinado, aprendido, ordenadoen su cabeza; no hay en su declamación ni monotonía,ni disonancias. El entusiasmo tiene sudesenvolvimiento, sus ímpetus, sus remisiones, sucomienzo, su medio, su extremo. Son los mismosacentos, las mismas actitudes, los mismos gestos. Sihay alguna diferencia de una representación a otra,es generalmente en ventaja de la última. No seránunca voltario: es un espejo siempre dispuesto amostrar los objetos y a mostrarlos con la mismaprecisión, la misma fuerza y la misma verdad. Comoel poeta, va siempre a buscar al fondo inagotable dela Naturaleza, en lugar de acudir a su propia riqueza,cuyo término no tardaría en ver.

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La paradoja del comediante

¿Qué arte más perfecto que el de la Clairon?Sin embargo, seguidla, estudiadla, y os convenceréisde que a la sexta representación se sabe de memoriatodos los detalles y todas las palabras de su papel.Sin duda se hizo un modelo al que trató ante todo deajustarse; sin duda concibió este modelo lo más alto,más grande, más perfecto que le fue posible; peroeste modelo, que tomó de la Historia, o que suimaginación ha creado como un gran fantasma, no esella. Si ese modelo fuera de su altura, ¡cuán endebley pequeña sería su acción! Cuando, a fuerza detrabajo, se ha acercado a esa idea lo más que hapodido, todo está hecho; mantenerse firme allí esuna simple cuestión de ejercicio y de memoria. Siasistieseis a sus estudios, cuántas veces le diríais:«¡Magnífico! ¡Eso es!», y cuántas os responderíaella: «¡Os engañáis!» Es como Le Quesnoy, a quiensu amigo cogía del brazo, exclamando: «¡Basta! Lomejor es enemigo de lo bueno; lo vais a echar todo aperder...» «Veis lo que he hecho –replicaba el artistajadeante, al buen conocedor extasiado–; pero no veislo que tengo aquí y lo que persigo.»

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No dudo que la Clairon experimente las torturasde Quesnoy en sus primeras tentativas; pero, pasadala lucha, una vez llegada a la altura de su fantasma,se posee, se repite sin emoción. Como nos ocurre aveces en sueños, su cabeza toca con las nubes, susmanos van a buscar los dos confines del horizonte;es el alma de un gran maniquí que la envuelve; susesfuerzos han conseguido fijarlo sobre ella.Reclinada indolentemente en su sofá, cruzados losbrazos, los ojos cerrados, inmóvil, puede, siguiendosu sueño de memoria, oírse, verse, juzgarse y preverlas impresiones que suscitará. En ese momento esdoble: la pequeña Clairon y la gran Agripina.SEGUNDO.- Nada, al oíros se parecería tanto a uncomediante, en escena o en estudio, como esosmozuelos que por la noche juegan a los duendes enlos cementerios, elevando sobre sus cabezas, con unpalo, un gran lienzo Manco y exhalando, bajo estesimulacro una voz lúgubre que asusta al transeúnte.PRIMERO.- Tenéis razón. No pasa con la Dumesnil loque con la Clairon. Aquélla sube al tablado ignorandolo que dirá; la mitad del tiempo no sabe lo que dice;pero llega un momento sublime. Y ¿por qué el actor

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va a diferenciarse del poeta, del pintor, del orador,del músico? No es en la furia del primer impulsocuando los rasgos característicos se presentan, sinoen momentos tranquilos y fríos, en momentosabsolutamente inesperados. No se sabe de dóndeprovienen estos rasgos; acaso de la inspiración.Cuando, suspensos entre la Naturaleza y su bosquejo,estos genios dirigen alternativamente los ojos a unay otro, las bellezas de inspiración, los rasgosfortuitos que esparcen por sus obras, y cuya súbitaaparición les sorprende a ellos mismos, son de unefecto y de un éxito mucho más seguros que lossembrados al vuelo. A la sangre fría correspondetemplar el delirio del entusiasmo.

No es el hombre violento, fuera de sí, quiendispone de nosotros; este es un privilegio reservadoal hombre dueño de sí. Los grandes poetas,dramáticos, sobre todo, son espectadores asiduosde lo que pasa a su alrededor tanto en el mundofísico como en el mundo moral.SEGUNDO.- Que es todo uno.PRIMERO.- Se apoderan de todo aquello que lesimpresiona; hacen verdaderas colecciones. De estas

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colecciones formadas en ellos, sin darse ellos cuenta,pasan tantos raros fenómenos a sus obras.Los hombres impetuosos, violentos, sensibles, están enescena; dan el espectáculo, pero no gozan de él. Elhombre de genio los observa y hace su copia, losgrandes poetas, los grandes actores y, acaso en general,todos los grandes imitadores de la Naturaleza, sean loque sean, dotados de una fértil imaginación, de un grancriterio, de un tacto fino, de un gusto segurísimo, sonlos seres menos sensibles. Son igualmente aptos parademasiadas cosas; están demasiado ocupados en mirar,reconocer e imitar, para sentirse vivamente afectadosen su interior. Los veo sin cesar con la carpeta sobre lasrodillas y el lápiz en la mano.

Nosotros somos los que sentimos; ellos,observan, estudian y pintan. ¿Lo diré? ¿Por qué no?La sensibilidad no es cualidad de grandes genios.Estos amarán la justicia, pero practicarán esta virtudsin gustar su dulzura. No es su corazón, sino sucabeza, la que hace todo. A la menor circunstanciainopinada, el hombre sensible la pierde; no será niun gran rey, ni un gran ministro, ni un gran capitán, niun gran abogado, ni un gran médico. Llenad la sala

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del teatro con estos llorones, pero no me coloquéisninguno en las tablas. Ved las mujeres: no cabe dudaque nos superan, y con gran ventaja, en sensibilidad;¡qué diferencia de ellas a nosotros en los momentosde pasión! Pero tan por encima están de nosotroscuando obran, como por debajo cuando imitan. Lasensibilidad no va nunca sin cierta flaqueza deorganización. La lágrima que vierte el hombreverdaderamente hombre nos conmueve más que todoslos llantos de una mujer. En la gran comedia, lacomedia del mundo, a la que siempre vengo a parar,todas las almas sensibles ocupan la escena; todos loshombres de genio están en butacas. Los Primeros sellaman locos; los Segundos, que dan en copiar suslocuras, se llaman cuerdos y sabios. El ojo del sabioes el que percibe la extravagancia de tantos personajesdiversos, el que los pinta y os hace reír de estosenfadosos originales, cuya víctima habéis sido, y devos mismo. El es quien os observaba y trazaba lacopia cómica del enfadoso y de vuestro suplicio.

Aunque estas verdades estuviesen demostradas,los grandes comediantes no convendrían en ellas; essu secreto. Los actores mediocres o novicios, es

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natural que las rechacen, y podría decirse de algunosotros, como se ha dicho del supersticioso, que creecreer, y que, sin la fe para éste y sin la sensibilidadpara aquél, no hay salvación.

Pero ¿cómo? –diréis– esos acentos tanquejumbrosos, tan doloridos, que esa madre exhaladel fondo de sus entrañas, y que tan violentamenteconmueven las mías, ¿no es el sentir del momentoactual el que los produce, la desesperación la quelos inspira? En modo alguno; y la prueba es que estánmedidos, que forman parte de un sistema dedeclamación, que, una vigésima de cuarto de tonomás bajos o más agudos, ya son falsos; que estánsometidos a una ley de unidad; que, como en laarmonía, están preparados y resueltos; que sólomediante un largo estudio llegan a satisfacer a todaslas condiciones requeridas; que concurren a lasolución de un problema formulado; que, paraconseguir ser justos, han sido repetidos cien veces,y que, a pesar de estas frecuentes repeticiones,todavía no se logran. Antes de exclamar: «¿Lloráis,Zaida?» o «Allí estaréis, hija mía», el actor se haescuchado largo tiempo a sí propio; se escucha en el

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momento en que os conturba, y todo su talentoconsiste, no en sentir, como suponéis, sino enexpresar tan escrupulosamente los signos exterioresdel sentimiento, que os engañéis al oírle. Los gritosde su dolor están anotados en su oído. Los gestos desu desesperación son de memoria y han sidopreparados delante de un espejo. Sabe el momentopreciso en que sacará el pañuelo y dejará correr suslágrimas; esperadlas en esta palabra, en esta sílaba,ni más temprano ni más tarde. Este temblar de lavoz, estas palabras entrecortadas, estos sonidosahogados o arrastrados, este estremecerse de losmiembros, este vacilar de las rodillas, esosdesmayos, esos furores: pura imitación, lecciónaprendida de antemano, visaje patético, ficciónsublime, cuyo recuerdo conserva el actor largotiempo después de haberla estudiado, de la que teníaconciencia actual en el momento en que la ejecutaba,que le deja, felizmente para el poeta, para elespectador y para él, toda libertad de espíritu, y quesólo le priva, igual que los demás ejercicios, de lafuerza del cuerpo. Una vez descalzado el zueco o elcoturno, su voz se apaga, siente un extremado

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cansancio, va a mudarse de ropa interior o a acostarse;pero no le queda ni turbación, ni dolor, ni melancolía, nidepresión del alma. Sois vos el que sale con todas esasimpresiones. El actor se siente cansado y vos triste; élse esforzó sin sentir nada y vos habéis sentido sinesforzaros. Si no fuese así, la condición de comediantesería la más penosa de todas; pero él no es el personaje,lo representa y tan a perfección, que le tomáis por tal;la ilusión es sólo vuestra; él sabe de sobra que no lo es.

Dejad que me ría de las sensibilidades diversasque se conciertan entre sí para obtener el mayor efectoposible, que se diapasonan, se atenúan, se fortifican,se matizan para formar un todo que sea uno. Insisto,pues, y digo: «La extremada sensibilidad es la quehace los actores mediocres; la sensibilidad media,la muchedumbre de los malos actores y la carenciaabsoluta de sensibilidad, la que prepara los actoressublimes.» Las lágrimas del comediante desciendende su cerebro; las del hombre sensible suben de sucorazón: las entrañas son las que turban sin medidala cabeza del hombre sensible; la cabeza delcomediante lleva a veces una ligera turbación a susentrañas; llora como un predicador incrédulo al

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predicar la Pasión; como un seductor a los pies deuna mujer a quien no ama, pero que quiere engañar;como un pordiosero en la calle o a la puerta de unaiglesia, que insulta cuando ya desespera deconmover; o como una cortesana que no siente nada,pero se desmaya entre los brazos.

¿Habéis reflexionado alguna vez en ladiferencia que hay entre las lágrimas suscitadas porun suceso trágico y las suscitadas por un relatopatético? Oye uno contar algo hermoso, y, poco apoco, la cabeza se altera, las entrañas se conmueven,corren las lágrimas. Por el contrario, al aspecto deun accidente trágico, el objeto, la sensación y elafecto se confunden: en un instante las entrañas seconmueven, exhala uno un grito, se pierde la cabezay las lágrimas corren; éstas vienen súbitamente, lasotras son traídas. He ahí la ventaja de un golpe deteatro natural y verdadero sobre una escena deelocuencia; opera bruscamente lo que la escena haceesperar; pero su ilusión es mucho más difícil deproducir; un incidente falso, mal expresado, ladestruye. Los acentos se imitan mejor que losmovimientos, pero los movimientos impresionan con

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mayor violencia. He aquí el fundamento de una ley a lacual no creo haya excepción: desenlazar con una accióny no con un relato, so pena de frialdad.

¡Y qué!: ¿nada tenéis que objetarme? Preveolo que vais a decirme: hacéis un relato en sociedady vuestras entrañas se conmueven, vuestra voz seentrecorta, lloráis. Decís que habéis sentido, y hastamuy vivamente. Lo admito; pero ¿os habíaispreparado para ello? No. ¿Hablabais en verso? No.Sin embargo, arrastrabais, sorprendíais, conmovíais,producíais un gran efecto. Cierto. Pero llevad al teatrovuestro tono familiar, vuestra expresión sencilla,vuestro aire doméstico, vuestro gesto natural, y veréiscuán pobre y endeble resultáis. Por más lágrimasque derraméis, quedaréis en ridículo y se reirán devos. No será una tragedia, sino una parodia trágicala que representaréis. ¿Creéis que las escenas deCorneille, de Racine, de Molière, de Shakespearemismo, pueden declamarse con vuestra voz deconversación y vuestro tono casero? Como tampocopodrían contarse vuestras historias caseras con elénfasis y la embocadura del teatro.

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SEGUNDO.- Es que quizás Racine y Corneille, porgrandes hombres que fuesen, no han hecho nada quevalga la pena.PRIMERO.- ¡Qué blasfemia! ¿Quién se atrevería aproferirla? ¿Quién osaría aplaudirla? Ni las cosasfamiliares de Corneille pueden decirse siquiera en tonofamiliar.

Pero una experiencia que tendréis repetida cienveces es que al final de vuestro relato, en medio dela turbación y emoción que habéis provocado envuestro pequeño auditorio de salón, sobreviene unnuevo personaje cuya curiosidad hay que satisfacer.Y os encontráis con que no podéis; vuestra alma sesiente agotada, no os quedan ni sensibilidad, nientusiasmo, ni lágrimas. ¿Por qué el actor no sienteel mismo decaimiento? Simplemente por ladiferencia que hay entre el interés que él se toma enun cuento hecho a capricho y el interés que os inspirana vos las desgracias del vecino. ¿Sois vos, acaso,Cinna? ¿Habéis sido nunca Cleopatra, Mérope,Agripina? ¿Qué os importan a vos esas gentes? LaCleopatra, la Mérope, la Agripina, el Cinna delteatro, ¿son siquiera personajes históricos? No. Son

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fantasmas imaginarios de la poesía. Digo demasiado:son los espectros de la manera particular de tal o cualpoeta. Dejad en la escena a esa especie de hipogrifoscon sus movimientos, sus gestos y sus gritos; harían malpapel en la Historia; provocarían la carcajada en uncírculo u otra asamblea cualquiera de gentes. Sepreguntarían al oído: ¿Estará delirando? ¿De dóndeviene ese Don Quijote? ¿De dónde saldrán esoscuentos? ¿En qué planeta se hablará así?SEGUNDO.- ¿Y por qué, entonces no se rebelan enel teatro?PRIMERO.- Porque allí están en plena convención. Esuna fórmula creada por el viejo Esquilo; un protocolode tres mil años.SEGUNDO.- Y ese protocolo, ¿durará todavía mucho?PRIMERO.- Lo ignoro. Todo lo que sé es que se apartauno de él a medida que se acerca uno a su país y a susiglo. ¿Conocéis situación más semejante a la deAgamenón, en la primera escena de Ifigenia la deEnrique IV, cuando, acosado de terrores, hartofundados, decía a sus familiares: «Me matarán, nadamás cierto; me matarán...» Suponed que ese hombreexcelente, ese grande e infortunado monarca,

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atormentado en la noche por ese presentimiento funesto,se levanta y va a llamar a la puerta de Sully, su ministroy su amigo: ¿creéis que habría un poeta bastante absurdopara poner en los labios del rey Enrique las palabrassiguientes:

Sí, es Enrique, tu rey, quien te despierta:Ven, reconoce la voz que llama a tusoídos...

y que Sully conteste de este modo:

¿Sois vos mismo, señor? ¿Qué apremiantenecesidados hizo adelantaros de tal modo a laaurora?Apenas uno luz tenue os alumbra y meguía;sólo vuestros ojos y los míos estánabiertos...?

SEGUNDO.- Quizás fuera ése el verdadero lenguaje deAgamenón.

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PRIMERO.- Ni el de Agamenón ni el de Enrique IV. Es elde Homero, es el de Racine, es el de la poesía; y eselenguaje pomposo no puede ser empleado sino por seresdesconocidos y hablado por bocas poéticas, con untono poético.

Reflexionad un momento sobre eso que llamanen el teatro ser natural. ¿Es acaso el mostrar las cosastal como son en la Naturaleza? En manera alguna.Lo natural, en este sentido, no sería más que lavulgaridad. ¿Qué es, pues, la naturalidad escénica?Simplemente, la conformidad de las acciones, deldiscurso, del rostro, de la voz, del ademán, del gesto,con un modelo ideal imaginado por el poeta y amenudo exagerado por el comediante. He ahí lomaravilloso. Ese modelo no sólo influye en el tono,sino que modifica hasta el paso, hasta el aspecto.De aquí que el comediante en la calle y en la escenasea dos personajes tan distintos que cuesta trabajoreconocerlos. La primera vez que vi a mademoiselleClairon en su casa, exclamé involuntariamente: «¡Ahseñorita! ¡Os creía un palmo más alta!»

Una la mujer desgraciada, realmentedesgraciada, llora y no os conmueve. Es más: una

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nada que la desfigure os hace reír; una peculiaridadcualquiera en el acento, que disuene a vuestro oído oshiere; un movimiento habitual cualquiera hace que sudolor parezca innoble y tosco. Y es que las pasionesexcesivas están casi todas sujetas a ciertas muecas, queel artista desprovisto de gusto copia servilmente, peroque el gran artista evita. Queremos que en lo más fuertedel dolor el hombre conserve su carácter de hombre, ladignidad de su especie. ¿Cuál es el efecto de esteesfuerzo heroico? Distraer el dolor y atemperarlo.Queremos que esa mujer caiga con compostura,suavemente, y que ese héroe muera como el gladiadorantiguo: en medio del ruedo, a los aplausos del circo,con gracia, con nobleza, en una actitud elegante ypintoresca. ¿Quién llenará, pues, nuestro deseo? ¿Elatleta vencido por el dolor y descompuesto por lasensibilidad, o el atleta pasado por la academia, dueñode sí, que exhalando el último suspiro pone en prácticasus lecciones de gimnástica? El gladiador antiguo, al igualdel gran comediante, y el gran comediante, al igual delgladiador antiguo, no mueren como se muere en el lecho,sino que están obligados, para nuestra complacencia, a

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representarnos, otra muerte; y el espectador delicadocomprenderá que la verdad desnuda, la accióndesprovista de todo aderezo, sería mezquina ycontrastaría con la poesía del resto.

No es que la pura naturaleza no tenga susmomentos sublimes; pero imagino que si alguien hayseguro de sorprender y conservar su sublimidad, es,sin duda, quien, presintiéndolos por exaltación o porgenio, los haya expresado con sangre fría.

No negaré, sin embargo, que hay una especiede volubilidad de entrañas adquirida o ficticia; perosi queréis que os diga mi opinión, la creo casi tanpeligrosa como la sensibilidad natural. Poco a pocodebe conducir al actor al amaneramiento y a lamonotonía. Es un elemento contrario a la diversidadde funciones de un gran comediante, que se ve forzadoa despojarse de ella, abnegación sólo asequible a unacabeza de hierro. Preferible sería, para facilidad yéxito de los estudios, universalidad de talentos yperfección del trabajo, no tener que verificar esaincomprensible distracción de sí mismo, consigo, cuyaextrema dificultad, limitando a cada comediante a unsolo papel, condena a las compañías a ser muy

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numerosas, o casi todas las obras a ser malinterpretadas, a menos que se invierta el orden de lascosas y se hagan las comedias para los actores, que ami entender, deberían, por el contrario, hacerse paralas comedias.SEGUNDO.- Pero si una muchedumbre reunida en lacalle por una catástrofe cualquiera desplegasesúbitamente, y cada uno a su modo, su sensibilidadnatural, sin haberse concertado para ello, crearían,a no dudar, un espectáculo maravilloso, mil modelosinapreciables para la escultura, la pintura, la músicay la poesía.PRIMERO.- Es cierto. Pero este espectáculo ¿podríacompararse con el que resultaría de un acuerdo bienentendido y esa armonía que el artista introduce cuandolo transporta de la plaza al escenario o al lienzo? Si lopretendieseis, os replicaría: ¿cuál es entonces esa magiadel arte tan decantada, si se reduce a estropear lo quela naturaleza bruta y una disposición fortuita habían hechomejor que ella? ¿No habéis alabado nunca a una mujerdiciendo que era hermosa como una Virgen de Rafael?A la vista de un paisaje hermoso, ¿no habéis exclamadoque parecía fantástico? Por otra parte, vos me habláis

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de una cosa real, y yo os hablo de una imitación; vosme habláis de un instante fugaz de la Naturaleza, y yoos hablo de una obra de arte, proyectada, seguida, quetiene sus progresos y su duración. Tomad a cada unode esos actores, haced variar la escena en la callecomo en el teatro, y mostradme a vuestros personajessucesivamente aislados, dos a dos, tres a tres;abandonadlos a sus propios movimientos, que seandueños absolutos de sus actos, y ya veréis la extrañacacofonía que resulta. Para obviar este defecto, ¿leshacéis ensayar juntos? Adiós su sensibilidad natural; yeso iremos ganando.

Pasa con el teatro lo que con toda sociedad bienordenada, donde cada uno sacrifica parte de susderechos en bien del conjunto y del todo. ¿Quiénapreciará mejor la medida de este sacrificio? ¿Seráel entusiasta, el fanático? Ciertamente que no. En lasociedad será el hombre justo; en el teatro elcomediante de sangre fría. Vuestra escena callejeraes a la escena dramática lo que una horda de salvajesa una reunión de hombres civilizados.

Este es el lugar de hablaros de la pérfidainfluencia de un contrincante mediano en un buen

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comediante. Este ha concebido grandemente; perose verá obligado a renunciar a su modelo ideal paraponerse al nivel del pobre diablo con quien se hallaen escena. Prescinde entonces de estudio y de juicio.Lo mismo que instintivamente se hace en casa o enla calle: el que habla, modera el tono de suinterlocutor. O, si preferís otra comparación, es comoen el whist, donde perdéis parte de vuestra destrezasi no podéis contar con la de vuestro compañero. Esmás: la Clairon os dirá cuando queráis, cómo Lekain,por maldad, la hacía quedar mal o medianamente, asu antojo, y cómo ella, en represalias, le exponía aveces a los silbidos. ¿Qué son, pues, doscomediantes que se sostienen mutuamente? Dospersonajes cuyos modelos tienen, cada uno en suproporción, la igualdad o la subordinación queconviene a las circunstancias en que el poeta les hacolocado, sin lo cual uno de ellos resultaríademasiado fuerte o demasiado débil; y para salvaresta disonancia, rara vez el fuerte elevará al débila su altura, sino que, por reflexión, descenderá a supequeñez. Y ¿sabéis el objeto de esos ensayosmúltiples? Establecer un equilibrio entre los

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talentos diversos de los actores, de manera queresulte una acción general que tenga seriedad; ycuando el orgullo de uno de ellos se niega a esteequilibrio, es siempre a expensas de la perfeccióndel todo, en detrimento de nuestro recreo; pues esraro que la excelencia de uno solo nos compensede la mediocridad de los otros, que hace resaltar.Más de una vez he visto castigada la personalidadde un gran actor: cuando el público dictaminaba,neciamente, que estaba exagerado, en lugar de verque era su contrincante quien estaba incoloro.

Supongamos que sois poeta, que tenéis unacomedia que representar, y la elección entre actoresde juicio profundo y de cabeza fría y actoressensibles. Pero, antes de decidiros, permitid que oshaga una pregunta: ¿A qué edad se es gran actor? ¿Ala edad en que se está lleno de bríos, en que la sangrehierve en las venas, en que el choque más leve bastaa turbarnos entrañablemente, en que el espíritu seinflama a la menor chispa?

Me parece que no. Aquel que la Naturalezafirmó comediante, no sobresale en su arte hastaque adquiere una larga experiencia, y el fuego de

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las pasiones se atenúa, y la cabeza está tranquila,y el alma es dueña de sí misma. El vino de lamejor calidad es áspero y ácido cuando fermenta;sólo la larga estancia en la cuba lo hace generoso.Cicerón, Séneca y Plutarco me representan las tresedades del hombre que compone: Cicerón, muchasveces, no es más que un fueguecillo de virutas queme alegra los ojos; Séneca, un fuego de sarmientosque los hiere; en cambio, si remuevo las cenizasdel viejo Plutarco, descubro bajo ellas losencendidos carbones de un brasero que me calientasuavemente.

Baron representaba, a los sesenta cumplidos,el conde de Essex, Sifares, Británico, y losrepresentaba bien. La Gaussin deleitaba en Eloráculo y La pupila a los cincuenta.SEGUNDO.- Pues no tenía mucho que digamos el físicodel papel.PRIMERO.- Verdad; y acaso sea ese uno de losobstáculos insuperables para la excelencia de unespectáculo. Es preciso haberse paseado muchos añospor las tablas, y el papel exige a veces la primera

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juventud. Si ha habido alguna vez una actriz de diez ysiete años capaz del papel de Mónima, de Dido, dePulqueria, de Hermione, es un prodigio que no volveráa verse. Sin embargo, un comediante viejo no resultaridículo más que cuando las fuerzas le han abandonadopor completo o la superioridad de su trabajo no salvael contraste de su vejez con su papel. Ocurre en el teatrolo que en sociedad, donde no se reprocha la coqueteríay liviandad a una mujer más que cuando no tiene nibastantes talentos ni bastantes otras virtudes para cubrirun vicio.

En nuestros días, la Clairon y Molé, alcomenzar su carrera, lo hacían casi como autómatas;hasta más tarde no se revelaron verdaderos actores.¿Cómo es esto posible? ¿Es que el alma, lasensibilidad, el corazón, les han venido a medidaque avanzaban en edad?

Hace bien poco, tras diez años de ausencia delteatro, quiso la Clairon reanudar su carrera. Sitrabajó medianamente, ¿es acaso porque habíaperdido su alma, su sensibilidad, su corazón? Enmanera alguna; lo que había perdido era la memoriade sus papeles. Si no, el porvenir lo dirá.

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SEGUNDO.- ¿Cómo? ¿Creéis que volverá aún al teatro?PRIMERO.- O que se morirá de tedio; pues ¿qué queréisponer en lugar del aplauso público y una gran pasión?

Si ese actor, si esa actriz estuviesen, como sesupone, profundamente conmovidos, decidme sipensaría el uno en echar una ojeada a los palcos y laotra en sonreír hacia bastidores, y casi todos enhablar con las butacas, y se irían al saloncillo ainterrumpir las risas inmoderadas de un tercero paraadvertirle que ya es hora de que vaya a darse depuñaladas.

Pero me entran ganas de esbozaros una escenaentre un cómico y su mujer, que se detestaban; escenade amantes tiernos y apasionados, representadapúblicamente en un escenario, tal como voy acontárosla, y quizás algo mejor; escena en que dosactores parecieron, más que nunca, totalmenteabstraídos en sus papeles; escena en que levantaronel aplauso continuo del patio de butacas y los palcos;escena que nuestro batir de palmas y nuestros gritosde admiración interrumpieron diez veces. Es latercera del cuarto acto del Despecho amoroso, deMolière, su triunfo.

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El comediante ERASTO, amante de LUCILA. LUCILA,amante de ERASTO y mujer del comediante.

EL COMEDIANTE.- No, no; no creáis, señora que vuelvode nuevo a hablaros de mi pasión.LA MUJER.- Haréis perfectamente.–Todo ha concluido.–Así lo espero.–Quiero curarme; de sobra sé lo poco que heposeído de vuestro corazón.–Más de lo que os merecéis.Un rencor tan constante la sombra de una ofensa,–¿Vos ofenderme? No os hago tanto honor, me hahecho comprender vuestra indiferencia; y es mi debermostraros que los dardos del desprecio.–El más profundo,son, sobre todo, sensibles a los espíritus generosos.–Sí, a los generosos.Lo confieso; mis ojos reían en los vuestros hechizosque no habían visto en ningunas otros.–No será por falta de haber mirado.Y el éxtasis en que me tenían mis cadenas las habríapreferido a cualquier cetro.

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–Pues más baratas las habéis vendido.Yo vivía en vos por entero;–Falso; una completa mentira.Y debo confesarlo, aun ofendido, bastante trabajoha de costarme verme libre.–¡Lástima sería!Es muy posible que, a pesar de la cura que intenta,mi alma sangre largo tiempo por esa herida.–No temáis; ya está ahí la gangrena.Y que, libre de un yugo que constituía toda miventura, será fuerza que me decida a no querer yanada.–Seréis correspondido.Pero, en fin, no importa; y ya que vuestro odioahuyenta tantas veces a un corazón que el amor avos torna, ésta es la última de mis importunidades.LA MUJER DEL COMEDIANTE.- Más generoso debieraishaber sido, y también esta última me habríaisevitado.EL COMEDIANTE.- Vida mía, sois una insolente, y yaos arrepentiréis de ello.EL COMEDIANTE.- Pues bien, señora: quedaréissatisfecha. Rompo con vos, y rompo para siempre;

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pues lo queréis, pierda la vida si alguna vez tornoa sentir deseos de hablaros.LA MUJER.- Tanto mejor; muy agradecida.EL COMEDIANTE.- No, no, no tengáis miedo...LA MUJER.- ¡No faltaba más!...que falte a mi palabra. Por flaco que fuera mi corazón,hasta el punto de no poder arrancar de él vuestraimagen, no creáis que tendréis la satisfacción...–La desgracia, querréis decir....de verme tornar a vos.LA MUJER.- Bien en vano sería.EL COMEDIANTE.- Hija mía, sois una perdida, a quienya enseñaré yo a hablar.EL COMEDIANTE.- Yo me daría de puñaladas...LA MUJER.- ¡Ojalá!...si alguna vez cayese en la insigne bajeza...–Una más, ¿qué importa?...de volver a miraros después de tan indigno trato.LA MUJER.-Como queráis; no hablemos más delasunto.

Y así sucesivamente. Después de esta dobleescena, una de amantes, de esposos la otra, cuandoErasto llevaba a su amante Lucila entre bastidores,

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le estrujaba el brazo hasta rompérselo, y respondía asus alaridos con los dicterios más insultantes y másamargos.SEGUNDO.- Si yo hubiese oído esas dos escenassimultáneas, me parece que en la vida habría vuelto aponer los pies en un teatro.PRIMERO.- Si pretendéis que ese actor y esa actriz hansentido, os preguntaré si fue en la escena de losamantes, o en la escena de los esposos, o en una yotra. Pero escuchad la escena siguiente entre lamisma cómica y otro actor, su amante.

Mientras el amante habla, la cómica dice de sumarido:

Es un indigno, me ha llamado... lo que nopodría repetiros.

Mientras ella responde, su amante le replica:¿Acaso no estáis acostumbrada?... Etc.

¿No cenamos esta noche?- Yo bien quisiera;pero ¿cómo escaparme? –Eso es cosa vuestra. –¿Ysi él se entera? –Pues no ocurrirá nada, y nosotrospasaríamos una noche agradable. –¿Quiénesestarán? –Quienes vos queráis. –Ante todo, elcaballero que es de rigor. –¿Sabéis que voy teniendo

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motivos para estar celoso del tal caballero? –Y yopara que lo estuvieseis con razón.

Así es como esos seres tan sensibles os parecíanpor completo abstraídos en la altisonante escena queoíais, mientras en realidad lo estaban en la escenaqueda que no oíais, y vos exclamabais: «Hay queconfesar que esa mujer es una actriz deliciosa; quenadie sabe escuchar como ella, y que representa conuna inteligencia, una gracia, un interés, una finura,una sensibilidad nada comunes...» En tanto que yome reía de vuestras ponderaciones.

Mientras, esta actriz engaña a su marido conotro actor, a éste con el caballero y al caballero conun tercero, que el caballero sorprende entre susbrazos. Este ha meditado una gran venganza. Secolocará en la galería lateral, en los bancos más bajos–todavía entonces no los había suprimido el condede Lauraguais–. Desde allí, se ha prometidodesconcertar a la infiel con su presencia y susmiradas despectivas, turbarla y exponerla a lasprotesta, del público. Empieza la obra; la traidoraaparece; ve al caballero, y sin descomponerse lomás mínimo, le dice sonriendo: ¡Miren al

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enfurruñado, que se enfada por una futesa! Elcaballero sonríe a su vez. Ella continúa. ¿Venís estanoche? Él calla. Ella añade: Acabemos con esta riñaestúpida, y avisad vuestra carroza... Y ¿sabéis enqué escena se intercalaba ésta? Pues en una de lasmás conmovedaras de La Chaussée, en que la actrizsollozaba y nos hacía llorar a todo trapo. ¿Osasombra esto? Pues es la verdad exacta.SEGUNDO.- Es para asquearle a uno del teatro.PRIMERO.- ¿Y por qué? Si esas gentes no fuesencapaces de semejantes hazañas, entonces sí que no sedebería ir al teatro. Lo que voy a contaros lo he vistoyo mismo.

Garrick asoma la cabeza por entre las dos hojasde una puerta, y en el intervalo de cuatro a cincosegundos su rostro pasa sucesivamente de la másloca alegría a una alegría moderada; de ésta, a latranquilidad; de la tranquilidad, a la sorpresa; de lasorpresa, a la estupefacción; de la estupefacción, ala tristeza; de la tristeza, al abatimiento; delabatimiento, al espanto; del espanto, al horror; delhorror, a la desesperación, para subir de nuevo deeste último sentimiento al primero de que había

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descendido. ¿Es que su alma ha podido experimentartodas estas sensaciones, y ejecutar, de acuerdo consu rostro, esta especie de escala? No lo creo, ni ustedtampoco. Si pedíais a ese hombre célebre, que porsí solo ya valía la pena de hacer el viaje a Inglaterra,tanto como las ruinas de Roma merecen que se hagael viaje a Italia; si le pedíais, digo, la escena delmancebo pastelero, os la representaba; si en seguidale pedíais la escena de Hamlet, os la representabaigualmente, tan dispuesto a llorar la catástrofe delos pastelillos como a seguir en el aire el camino deun puñal. ¿Es que se ríe, es que se llora a discreción?Se hace la mueca de ello, más o menos fiel, más omenos engañosa, según se sea o no Garrick.

Yo burlo a veces, y hasta con bastante verdad,para engañar a los hombres de mundo más agudos.Cuando me lamento de la muerte simulada de mihermana en la escena con el ahogado normando;cuando, en la escena con el primer empleado de lamarina, me acuso de haber hecho un hijo a la mujerde un capitán de navío, parezco sentir dolor yvergüenza; pero ¿estoy realmente afligido, estoyavergonzado? En modo alguno, ni en mi comedia ni

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en la sociedad, donde había desempeñado estos dospapeles antes de introducirlas en una obra de teatro.¿Qué es, pues, un gran comediante? Un gran burlóntrágico o cómico, a quien el poeta ha dictado sudiscurso.

Sedaine estrena el Filósofo sin él saberlo. Yome interesaba más vivamente que él en el éxito de laobra; la envidia del talento es vicio que me es ajeno;ya sin ése tengo sobrados: pongo por testigos a todosmis colegas en literatura; digan si cuando se handignado a veces consultarme sobre obras suyas, nohe hecho todo lo que de mí dependía para responderdignamente a esta prueba de su estimación. ElFilósofo sin él saberlo flaquea en la primera, en lasegunda representación, y me siento apenadísimo;en la tercera se levanta hasta las nubes, y me sientotransportado de júbilo. A la mañana siguiente memeto en un coche de punto y corro en busca deSedaine. Era en invierno, con un frío espantoso. Medirijo a todos los sitios en que supongo encontrarle.Me dicen al fin que está en un rincón del arrabal deSan Antonio, y allí corro. Me acerco a él, le echolos brazos al cuello, me falta la voz y me corren las

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lágrimas por las mejillas. He ahí al hombre sensibley mediocre. Sedaine, inmóvil y frío, me mira y dice:¡Ah, señor Diderot, qué hermoso estáis! He ahí alobservador y al hombre de genio.

Contaba este sucedido un día, sentado a la mesade un hombre al que sus relevantes méritos destinabana ocupar el puesto más importante del Estado, elseñor Necker, delante de una concurrencia bastantenumerosa de hombres de letras, entre los cualesfiguraba Marmontel, a quien estimo grandemente, yde quien soy estimado, que replicó irónicamente:¡Veréis cómo: cuando Voltaire se desconsuela alsimple relato de un hecho patético, y Sedaineconserva su sangre fría a la vista de un amigodeshecho en lágrimas, resulta que es Voltaire elhombre vulgar y Sedaine el hombre de genio! Esteapóstrofe me desconcertó y redujo al silencio, puesel hombre sensible como yo, atento por entero a loque le objetan, pierde la cabeza en seguida y cuandola recobra ya no es momento. Otra persona, serena ydueña de sí, habría contestado a Marmontel: Vuestrareflexión sentaría mejor en otra boca que la vuestra,pues no sois vos más sensible que Sedaine, y también

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vos, como él, hacéis cosas hermosas, y, corriendo lamisma carrera que él, habríais podido dejar alvecino el cuidado de apreciar imparcialmente sumérito. Pero, sin preferir Sedaine a Voltaire, niVoltaire a Sedaine, ¿podríais decirme qué habríasalido de la cabeza del autor del Filósofo sin élsaberlo, del Desertor y de París salvado, si en lugarde pasar treinta y cinco años de su vida amasandocal y cortando piedra hubiese empleado todo esetiempo, como Voltaire, vos y yo, en leer y meditarHomero, Virgilio, el Tasso, Cicerón, Demóstenes yTácito? Nunca sabremos nosotros ver como él, que,en cambio, habría podido aprender a decir comonosotros. Yo le considero como un lejanodescendiente de Shakespeare; de ese Shakespeareque no compararé al Apolo del Belvedere, ni alGladiador, ni al Antinoo, ni al Hércules de Glycon,sino al San Cristóbal de Notre-Dame, colosoinforme, toscamente esculpido, pero por entre cuyaspiernas pasaríamos todos sin tocar siquiera con lafrente sus vergüenzas.

Pero he aquí otro rasgo que os mostrará en unmomento a un personaje estupidizado y vulgarizado

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por su sensibilidad, y sublime en el momentosiguiente por la sangre fría que sucedió a lasensibilidad dominada.

Un literato, cuyo nombre callaré, había caídoen la más extrema indigencia. Tenía un hermano,canónigo lectoral y rico. Un día pregunté al indigentecómo era que su hermano no le socorría. «Es –mecontestó– que me he portado muy mal con él.»Conseguí, sin embargo, que me diera permiso parair a ver al señor lectoral. Voy. Me anuncian; entro.Digo al lectoral que vengo a hablarle de su hermano.Bruscamente me toma de una mano y me obliga asentar, haciéndome observar que es de hombressensatos conocer a aquél cuya causa se encargan dedefender; luego, apostrofándome con fuerza:«¿Conocéis vos a mi hermano?» –«Así creo.» –«¿Sabeusted la manera que ha tenido de portarse conmigo?»–«Creo, que sí.» –«¿Cree usted? Entonces, ¿sabeusted...?» Y mi lectoral se dispara y me cuenta, conuna rapidez y una vehemencia sorprendentes, una sartade hechos a cual más atroz y más indignante. Mi cabezase embarulla; me siento anonadado; pierdo el valornecesario para defender a un monstruo tan abominable

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como el que acaban de pintarme. Afortunadamente,mi lectoral, un tanto prolijo en su filípica, me dejótiempo para reponerme; poco a poco el hombresensible se retiró, haciendo lugar al hombre elocuente,pues me atreveré a decir que lo fui en aquella ocasión.«Señor mío –dijo fríamente al lectoral–, vuestrohermano ha hecho algo peor, y es muy de loar meocultéis el más irritante de sus crímenes.» –«No ocultonada.» –«Habríais podido agregar a todo lo que mehabéis dicho que una noche, saliendo vos de vuestracasa para ir a maitines, os saltó al cuello, y, sacandoun cuchillo que llevaba escondido bajo la ropa, estuvoa punto de clavároslo en el pecho.» –Muy capaz esde ello; pero si no le he acusado es porque no escierto...» Entonces yo, levantándome súbitamente yfijando en mi canónigo una mirada firme y severa,exclamé con voz tonante, con toda la vehemencia y elénfasis de la indignación: «Y aun cuando así fuera, ¿nosería vuestro deber dar pana vuestro hermano? «Ellectoral, aplastado, anonadado, confuso, permanecemudo, se pasea de arriba abajo, viene al fin hacia mí yme concede una pensión anual para su hermano.

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¿Acaso en el momento en que acabáis de perdera vuestro amigo o vuestra amante compondréis unpoema sobre su muerte? No. ¡Desgraciado del quegoza entonces de su talento! Cuando el exceso deldolor ha pasado; cuando la sensibilidad estáamortiguada; cuando se está lejos de la catástrofe, yel alma está tranquila, y se recuerda la felicidaddesvanecida, y es uno capaz de apreciar la pérdidaque ha sufrido, y la memoria se une a la imaginación,una para evocar, para exagerar la dulzura de untiempo pasado la otra, es cuando uno se posee y hablabien. Dicen que se llora; pero no se llora cuando sepersigue un epíteto enérgico que se esquiva; dicenque se llora, pero no se llora cuando se está ocupadoen prestar armonía al verso: y si las lágrimas corren,la pluma cae de las manos; se abandona uno a susentimiento y se cesa de componer.

Pero ocurre con los placeres violentos lo quecon las penas profundas: son mudos. Un amigo tiernoy sensible vuelve a ver a un amigo al que habíaperdido por una larga ausencia; este reaparece en unmomento inesperado, e inmediatamente el corazón

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del primero se conmueve: corre, abraza, quiere hablar;no puede; tartamudea palabras entrecortadas; no sabelo que dice, no oye nada de lo que le contestan; siadvirtiese que su frenesí no es compartido, ¡cómosufriría! Juzgad, por la verdad de esta pintura, de lafalsedad de esos diálogos teatrales, entre dos amigostan ingeniosos y tan dueños de sí. ¿Y qué no os diría deesos diálogos insípidos y grandilocuentes para ver quiénmuere, o, mejor dicho, quién no muere, si este texto,sobre el cual no acabaría, no nos apartase tanto deltema? Basta con lo expuesto para las personas de gustosólido y seguro; nada de lo que añadiese enseñaría nadaa los otros. Pero ¿quién salvará estos absurdos tancomunes en el teatro? El comediante. Pero ¿quécomediante?

Hay mil circunstancias en que la sensibilidad estan perjudicial en la sociedad como en las tablas. Heahí dos amantes, los dos teniendo que declararse auna mujer. ¿Quién saldrá mejor del paso?Seguramente que no yo. Lo recuerdo: yo siempreme acercaba temblando al ser amado; el corazón mepalpitaba, las ideas se me embrollaban, la voz se me

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ahogaba, estropeaba cuanto decía: respondía no cuandohabía que responder sí; cometía torpeza sobre torpeza;estaba completamente ridículo, de cabeza a pies, y medaba cuenta de ello y no conseguía más que agravar elridículo. En cambio, veía a otro rival cualquiera, agradabley ligero, dueño de sí, satisfecho de sí, sin perder ocasiónde lisonjear, y de lisonjear finamente, divirtiendo,agradando, completamente feliz; solicitaba una mano, quesin dificultad le abandonaban, la tomaba a veces sinhaberla solicitado y la besaba una y otra vez; mientrasyo, retirado en un rincón, separando mis miradas de unespectáculo que me irritaba, ahogando mis suspiros,haciendo crujir mis dedos a fuerza de apretar los puños,aniquilado de melancolía, cubierto de un sudor frío, nopodía ni mostrar ni ocultar mi desesperación. Dicen queel amor, que quita el ingenio a quienes lo tenían, lo da aquienes no lo tienen; es decir, en otra lengua, que hace alos unos sensibles y tontos, y a los otros fríos yemprendedores.El hombre sensible obedece a los impulsos de lanaturaleza, y no expresa con precisión más que elgrito de su corazón; desde el momento en que

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atempera o fuerza ese grito, ya no es él, sino un cómicoque representa.

El gran actor observa los fenómenos; el hombresensible le sirve de modelo, lo medita, y encuentrapor reflexión lo que hace falta poner o quitar. Veamos,si no, hechos otra vez, después de las razones.

En la primera representación de Inés de Castro ,en el pasaje cuando aparecen los niños, el públicode butacas se echó a reír; la Duelos, que hacía deInés, indignada, les dijo: ¡Reíd, majaderos, es laescena más hermosa! El público lo oyó y se contuvo;la actriz continuó su papel, y sus lágrimas y las delespectador corrieron juntas. ¿Cómo es que se puedepasar y volver así de un sentimiento profundo a otrosentimiento profundo, del dolor a la indignación, dela indignación al dolor? No lo concibo; pero lo queconcibo perfectamente es que la indignación de laDuelos era real, y su dolor fingido.

Quinault Dufresne representa el papel deSevero en Poliuto. Viene enviado por el emperadorDecio para perseguir a los cristianos. Está confiandoa su amigo sus ocultos sentimientos sobre esta sectacalumniada. El sentido común exigía que esta

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confidencia, que podía costarle el favor del príncipe, sudignidad, su fortuna, la libertad y acaso la vida, se hicieseen voz baja. El público le grita: ¡Más alto! Y él replica:¡Y vosotros, señores, más bajo! ¿Es que si hubiese seido realmente Severo habría vuelto a ser tan prestoQuinault? No, os digo, y no. Únicamente el hombredueño de sí, como, sin duda, él lo era, el actorextraordinario, el comediante por excelencia, puede asíquitarse y volverse a poner la máscara.

Lekain-Ninias desciende a la tumba de su padre;degüella allí a su madre; sale con las manosensangrentadas. Todo él tiembla de horror; sus ojosse extravían; sus cabellos parecen erizarse en sucabeza. Sentís estremecerse los vuestros; el terrorse apodera de vosotros; os sentís tan enloquecidocomo él. Sin embargo, Lekai-Ninias empuja con elpie hacia los bastidores una arracada de diamantesdesprendida de la oreja de una actriz. ¿Creéis queese actor siente? No es posible. ¿Diréis, entonces,que es mal actor? De ninguna manera, ¿Qué es, pues,ese Lekain-Ninias? Un hombre frío, que no sientenada, pero que simula superiormente la sensibilidad.

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Por mucho que exclame: ¿Dónde estoy?, yo le contesto:¿Que dónde estás? De sobra lo sabes: en un escenario,empujando una arracada con el pie hacia los bastidores.

Un actor se enamora de una actriz; una obra lespone casualmente en escena en un momento de celos.La escena ganará con ello, si el actor es mediocre;perderá, si es verdadero comediante. Éste descenderáa ser él mismo, y no ya el modelo ideal y sublime que sehabía formado de un celoso. Una prueba de queentonces el actor y 1a actriz se rebajan uno y otro a lavida ordinaria es que, si conservasen sus zancos, seecharían a reír, pareciéndoles los celos ampulosos ytrágicos una simple exhibición de los suyos.SEGUNDO.- Sin embargo, alguna verdad denaturaleza habrá.PRIMERO.- Como hay en la estatua de un escultorque ha copiado fielmente un mal modelo.Admíranse estas verdades, pero se encuentra eltodo pobre y despreciable.

Diré más: un medio seguro de representar mal,mezquinamente, es tener que interpretar el carácter

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mismo de uno. Supongamos que sois un tartufo, un avaro,un misántropo; podréis representar bien estos papeles,pero no haréis nada de lo que el poeta hizo, pues él hizoal Tartufo, al Avaro, al Misántropo.SEGUNDO.- ¿Y qué diferencia establecéis entre untartufo y Tartufo?PRIMERO.- El empleado Billard es un tartufo, el abateGrizel es un tartufo, pero no es Tartufo. El financieroToinard era un avaro, pero no era el Avaro. El Avaro yTartufo han sido hechos tomando por modelos a todoslos Toinard y a todos los Grizel del mundo; son susrasgos más generales y característicos, y no el retratoexacto de ninguno; así, nadie se reconoce en ellos.

Las comedias de fantasía y hasta de carácterson exageradas. Las gracias de saciedad son unaespuma ligera que se evapora en las tablas; lasgracias de teatro son un arma cortante que lastimaríaen sociedad. Con los seres imaginarios no se tienenlos miramientos que se deben a los seres reales.

La sátira es de un tartufo, y la comedia es delTartufo. La sátira persigue a un vicioso, la comediapersigue un vicio. Si no hubiese habido más que una

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o dos Preciosos ridículas, se habría podido hacer unasátira, pero no una comedia.

Id al estudio de Lagrenée, pedidle la Pintura, ycreerá haber satisfecho vuestro deseo cuando hayacolocado sobre el lienzo una mujer delante de uncaballete, con la paleta al pulgar y el pincel en lamano. Pedidle la Filosofía, y creerá haberla hechocuando, sobre una mesa, a la luz de una lámpara,haya apoyado los codos de una mujer desmelenaday pensativa, que lee o medita. Pedidle la Poesía, ypintará la misma mujer con la cabeza ceñida delaureles y un rollo de papel en la mano; la Música, yotra vez tendremos la misma mujer con una lira enlugar del rollo. Pedidle la Belleza, o pedidla siqueréis a otro más diestro que él, y, o yo me engañomucho, o también este último se quedará tanconvencido de que sólo exigís de su arte la figura deuna mujer hermosa. Vuestro actor, y ese pintor deque hablamos, caen ambos en el mismo defecto, yyo les diría: Vuestro cuadro, vuestra interpretación,no son sino retratos de individuos muy por debajode la idea general que el poeta ha trazado, y delmodelo ideal cuya copia yo esperaba. Vuestra vecina

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es hermosa, hermosísima, de acuerdo; pero no es laBelleza. Tanta distancia hay de vuestra obra a vuestromodelo como de vuestro modelo al ideal.SEGUNDO.- Pero ¿no sería una quimera ese modeloideal?PRIMERO.- No.SEGUNDO.- Pero, si es ideal, es que no existe, puestoque nada hay en el entendimiento que no haya sido antesen la sensación.PRIMERO.- Cierto. Pero tomemos un arte en su origen,la escultura, por ejemplo. Ésta copió el primer modeloque se presentó. Luego vio que había modelos menosimperfectos, a los que dio preferencia. Corrigió losdefectos más evidentes de éstos, después los menosevidentes, hasta que, mediante una larga serie detrabajos, llegó a una figura que no era ya la naturaleza.SEGUNDO.- ¿Y por qué?PRIMERO.- Porque es imposible que el desenvolvimientode una máquina tan complicada como un cuerpo animalsea regular. Id a las Tullerías, o a los Campos Elíseos unbuen día de fiesta; fijaos en todas las mujeres que llenanlas avenidas, y no encontraréis una sola que tenga lasdos comisuras de la boca completamente iguales. La

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Dánae del Tiziano es un retrato; el Amor, colocadoal pie del lecho, es ideal. En un cuadro de Rafael,que ha pasado de la galería del señor de Thiers a lade Catalina II, el San José es un hombre vulgar, laVirgen es una hermosa mujer real, el niño Jesús esideal. Pero si queréis saber más sobre estosprincipios especulativos del arte, os presentaré misSalones.SEGUNDO.-He oído hablar de ellos con elogio a unhombre de gusto fino y espíritu delicado.PRIMERO El señor Suard.SEGUNDO.- Y a una mujer que posee todo lo que lapureza de un alma angelical puede añadir a la finuradel gusto.PRIMERO.- La señora Necker.SEGUNDO.- Pero volvamos a nuestro tema.PRIMERO.- Volvamos; aunque prefiera alabar la virtudque discutir cuestiones un tanto ociosas.SEGUNDO.- Quinault-Dufresne, vanaglorioso pornaturaleza, representaba a maravilla el Glorioso.PRIMERO.- Cierto; pero ¿de dónde sacáis que seinterpretaba a sí mismo? O ¿por qué la Naturaleza no

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habría hecho un vanaglorioso muy aproximado a eselímite que separa lo bello real de lo ideal, límite sobre elcual discurren las diferentes escuelas?SEGUNDO.- No os entiendo.PRIMERO.- Soy más explícito en mis Salones, dondeos aconsejo leáis el fragmento sobre la Belleza engeneral. Entre tanto, decidme: ¿Quinault-Dufresne esArósmanes? No. Sin embargo, ¿quién le haremplazado y le reemplazará en este papel? ¿Era elhombre del Prejuicio a la moda? No. Sin embargo,¡con qué verdad lo representaba!SEGUNDO.- A oíros, el gran comediante lo es todo o noes nada.PRIMERO.- Y quizás por no ser nada lo es todo, puestoque así su forma particular no contraría nunca lasformas ajenas que tiene que adoptar.

Entre todos los que han ejercido la útil yhermosa profesión de comediantes o predicadoreslaicas, uno de los hombres más honrados, uno de loshombres que más tenían de ello la fisonomía, el tonoy el aspecto, el hermano del Diablo cojuelo, de GilBlas, del Bachiller de Salamanca, Montménil...

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SEGUNDO.- El hijo de Le Sage, padre común de todaesa agradable familia...PRIMERO.- ...con el mismo éxito hacía el Aristo de Lapupila, el Tartufo de la comedia de este nombre, elabogado o el señor Guillermo en la farsa de Patelin.SEGUNDO.- Lo recuerdo.PRIMERO.- Y con gran asombro vuestro tenía la máscarade estos distintos semblantes. No era naturalmente, puesla Naturaleza no le había dado más que el suyo; losotros los conseguía a fuerza de arte.

¿Es que acaso hay una sensibilidad artificial?Pero sea ficticia, sea innata, la sensibilidad nointerviene en todos los papeles. ¿Cuál es, pues, lacualidad adquirida o natural que hace el gran actoren el Avaro, el Jugador, el Adulador, el Gruñón, elMédico a la fuerza, ser el menos sensible y másinmoral que haya imaginado nunca la poesía, elRicachón en la corte, el Enfermo y el Cornudoimaginarios; en Nerón, Mitrídates, Atreo, Focas,Sertorio y tantos otros caracteres trágicos o cómicos,en que la sensibilidad se opone diametralmente alespíritu del papel? La facilidad para conocer y copiar

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todos los caracteres. Creedme, no multipliquemos lascausas cuando una basta a todos los fenómenos.

Tan pronto el poeta ha sentido más intensamenteque el comediante; tan pronto, y más a menudo acaso,ha concebido el comediante más intensamente queel poeta. Nada más en la verdad que aquellaexclamación de Voltaire oyendo a la Clairon en unade sus obras: ¿Soy realmente yo el que ha hechoeso? Entonces, ¿es que la Clairon es más artista queVoltaire? En aquel momento, al menos, su modeloideal, al declamar, era muy superior al modelo idealque el poeta había seguido al escribir. Pero esemodelo ideal no era ella. ¿Cuál era, pues, su talento?El de imaginar un gran fantasma y copiarloinspiradamente. Imitaba el movimiento, losademanes, los gestas, la expresión toda de un sermuy por encima de ella. Había encontrado lo queEsquines, recitando una oración de Demóstenes, noconsiguió jamás expresar, el rugido de la fiera. Decíaa sus discípulos: «Si esto os impresiona tanto, quéno sería si audivissetis bestiam mugientem?» Elpoeta había engendrado al animal terrible, la Claironlo hacía bramar.

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Sería un singular abuso de palabras llamarsensibilidad a esta facultad para expresar todas lasnaturalezas, hasta las naturalezas feroces. Lasensibilidad, según la única acepción que hasta ahorase ha venido dando al término, es, a mi juicio, esadisposición era de la debilidad de los órganos,consecuencia de la movilidad del diafragma, de lavivacidad de la imaginación, de la delicadeza delos nervios, que inclina a compadecer, aestremecerse, a admirar, a temer, a turbarse, a llorar,a desvanecerse, a socorrer, a huir, a gritar, a perderla razón, a exagerar, a despreciar, a desdeñar, a notener idea precisa de lo verdadero, lo bueno y lohermoso, a ser injusto, a ser demente. Multiplicadlas almas sensibles y multiplicaréis por igualproporción las buenas y las malas acciones de todogénero, los elogios y las censuras excesivos.

Poetas: ¿trabajáis para una nación delicada,nerviosa y sentimental? Encerraos en las armoniosas,tiernas y conmovedoras elegías de Racine; estasalmas débiles son incapaces de soportar sacudidasviolentas; escaparían a todo correr de las carnicerías

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de Shakespeare. Guardaos de presentarles imágenesdemasiado fuertes. Mostradles, si queréis,

Al hijo empapado en la sangre del padre,con su cabeza en la mano pidiendo susalario;

pero no vayáis más lejos. Si os atrevieseis a decirlecon Homero: «¿Adónde vas, desgraciado? ¿No sabesque es a mí a quien el cielo envía los hijos de lospadres infortunados? Tú no recibirás los últimosbesos de tu madre; ya te veo tendido en tierra; yaveo a las aves de presa reunidas en torno de tucadáver, arrancarte los ojos, batiendo las alas dejúbilo», todas nuestras damas exclamarían, volviendola cabeza: ¡Qué horror!... Y mucho peor todavía sieste discurso, pronunciado por un gran actor, se viesemás fortalecido por una declamación impresionante.SEGUNDO.- Me siento tentado ejem... a interrumpirospara preguntaros lo que pensáis de aquel vasopresentado a Gabriela de Vergy, que descubre en élel corazón sangrante de su amante.

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PRIMERO.- Os responderé que hay que ser consecuente,y que cuando se rebela uno contra este espectáculotampoco se debe tolerar la aparición de Edipo con losojos saltados, y hay que echar de escena a Filoctetesatormentado por su herida y exhalando su dolor en gritosinarticulados. Los antiguos tenían, a mi juicio, otra ideade la tragedia que nosotros, y esos antiguos eran losgriegos, eran los atenienses, ese pueblo tan delicado,que nos ha dejado en todo género modelos que las otrasnaciones todavía no han igualado; Esquilo, Sófocles,Eurípides, no velaban años enteros para no producirmás que esas leves impresiones fugaces que elregocijo de una cena disipa. Querían contristarprofundamente sobre el destino de los desdichados;querían no sólo distraer a sus conciudadanos, sinohacerlos mejores. ¿Tenían razón? ¿No la tenían? Paraconseguir este efecto hacían pasar por escena a lasEuménides en pos del parricida, guiadas por el olorde la sangre. Tenían demasiado juicio para aplaudiresos embrollos, esos escamoteos de puñales, buenos,a lo sumo, para niños. Una tragedia, a mi entender,

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no es más que una página histórica hermosa, que sereparte en un cierto número de reposos marcados.

Se espera al jerife. Éste llega. Interroga al señorde la aldea. Le propone hacer apostasía. El señor seniega. Aquél le condena a muerte. Lo envía a prisiones.La hija viene a implorar el perdón de su padre. El jerifese lo concede, con una condición indignante. El señorde la aldea es ejecutado. Los habitantes persiguen aljerife. Éste huye, acosado por ellos. El novio de la hijadel señor lo mata de una puñalada, y el atroz tiranuelomuere en medio de imprecaciones. No hace falta más aun poeta para componer una gran obra. Que lamuchacha vaya a interrogar la tumba de su madre parasaber lo que debe al que le dio la vida; que vacile enefectuar el sacrificio de su honor, que le exigen; que, enesta incertidumbre, aleje de sí a su novio y cierre susoídos a los discursos de su pasión; que obtenga elpermiso de ver a su padre en la cárcel; que su padrequiera unirla a su novio y ella no consienta; que seprostituya; que, mientras ella se prostituye, ejecutenal padre; que ignoréis su prostitución hasta elmomento en que su novio, encontrándola desesperadapor la muerte del padre, que él le comunica, se entera

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por ella del sacrificio que ha hecho para salvarle; que,entonces, el jerife, perseguido por el pueblo, llegue paramorir a manos del novio: he ahí una parte de los detallesde tal argumento.SEGUNDO.- ¿Una parte?PRIMERO.- Sí, una parte. ¿Es que los novios nopropondrán la fuga al señor de la aldea? ¿Es que loshabitantes no le propondrán exterminar al jerife y sussecuaces? ¿Es que no habrá un sacerdote defensor dela tolerancia? ¿Es que, en medio de esta jornada dedolor, permanecerá ocioso el amante? ¿Es que no sesupondrán relaciones ocultas entre estos personajes?¿Es que no se sacará partido de esas relaciones? ¿Esque no puede ese jerife haber sido el novio de la hijadel señor de la aldea? ¿Es que no vuelve con el almasedienta de venganza contra el padre que le ha echadodel lugar y contra la hija que le ha desdeñado?

¡Cuántos incidentes importantes pueden sacarsedel asunto más sencillo, si se tiene la paciencia demeditar! ¡Qué color puede dárseles cuando se eselocuente! No se es poeta dramático sin serelocuente. ¿Y pensáis acaso que careceré de

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espectáculo? Este interrogatorio él lo llevará a cabo contodo su aparato. Dejadme disponer de mi local ypongamos fin a este aparte.

¡Por testigo te tomo, Roscio inglés, célebreGarrick; tú, que por consenso unánime de todas lasnaciones subsistentes pasas por el primer comediantede todos los tiempos, rinde homenaje a la verdad! ¿Nome has dicho tú que, aun sintiendo intensamente, tuacción sería endeble si, fuese cual fuese la pasión o elcarácter que tenías que expresar, no supieses elevartecon el pensamiento a la grandeza de un fantasmahomérico, con el que tratas de identificarte? Cuando teobjeté que, según eso, no te tomabas a ti mismo pormodelo, confiesa tu respuesta: ¿no me dijiste que teguardabas muy mucho de ello, y que si parecías tanextraordinario en escena era precisamente porquemostrabas sin cesar al espectador un ser imaginario,que no eras tú?SEGUNDO.- El alma de un gran comediante ha sido,pues, formada del elemento sutil con que nuestrofilósofo llenaba el espacio, que no es ni frío, nicaliente, ni pesado, ni ligero; que no afecta ninguna

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forma determinada, y que, igualmente susceptible detodas, no conserva ninguna.PRIMERO.- Un gran comediante no es ni un piano, ni unarpa, ni un clavicordio, ni un violín, ni un violoncelo; nohay acorde que le sea propio, sino, que toma el acordey el tono que convienen a su parte y sabe prestarse atodos. Tengo una alta idea del talento de un grancomediante; hombre raro, tan raro y acaso más grandeque el poeta.

Aquel que en sociedad se propone y tiene eldesdichado talento de agradar a todos, no es nada,no tiene nada que le pertenezca, que le distinga, queentusiasme a los unos y fatigue a los otros. Hablaconstantemente y siempre bien; es un adulador deprofesión, un gran cortesano, un gran comediante.SEGUNDO.- Un gran cortesano, acostumbrado desdeque respira al papel de pelele maravilloso, toma todasuerte de formas, a capricho del hilo que tiene en lasmanos su dueño.PRIMERO.- Un gran comediante es otro pelelemaravilloso, cuyo hilo tiene el poeta, que le indica acada línea la verdadera forma que debe tomar.

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SEGUNDO.- Así, un cortesano, un comediante, que sólopuedan tomar una forma, por bella e interesante queésta sea, ¿no son sino dos malos peleles?PRIMERO.- Mi intención no es calumniar unaprofesión que amo y estimo –me refiero a la decomediante–. Sentiría muchísimo que misobservaciones mal interpretadas, proyectasen lamenor sombra de desprecio sobre hombres de unraro talento y una utilidad real, azotes del ridículo ydel vicio, predicadores elocuentísimos de honradezy virtudes, látigo de que se sirve el hombre de geniopara castigar a los malos y a los necios. Pero paseadlos ojos en torno vuestro, y veréis que las personasde un buen humor continuo no tienen ni grandesdefectos ni grandes cualidades; que comúnmente loschuscos de profesión son hombres frívolos, sinningún principio sólido, y que los que, semejantes aciertos personajes que circulan por nuestros salones,no tienen ningún carácter, sobresalen enrepresentarlos todos.

¿No tiene un comediante padre, madre, mujer,hijos, hermanos, hermanas, conocidos, amigas,querida? Si estuviese dotado de esa exquisita

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sensibilidad que se considera como cualidad principalde su oficio, perseguido y alcanzado como nosotrospor una infinidad de pesadumbres que se suceden, yque tan pronto mustian nuestra alma como la desgarran,¿cuántos días que ofrecer a nuestro recreo le quedarían?Poquísimos vanamente interpondría su soberanía el gentilhombre de cámara; con suma frecuencia tendría elcomediante que contestarle. «Monseñor, hoy me esimposible reír; o de cosas muy ajenas a las angustias deAgamenón quiero llorar.» Sin embargo, la gente no veque las penas de la vida, tan frecuentes para ellos comopara nosotros, y mucho más contrarias al libre ejerciciode sus funciones, las suspenden a menudo.

En el mundo, cuando no son bufones, losencuentro corteses, cáusticos y fríos; fastuosos,disipados, disipadores, interesados, más atentos anuestros flacos que conmovidos por nuestros males;de ánimo bastante reposado al espectáculo de unacontecimiento enojoso o al relato de una aventurapatética; aislados, vagabundos, a la orden de losgrandes; poco recato en las costumbres, ningúnamigo, casi ninguna de esas relaciones santas y dulces

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que nos asocian a las penas y a las alegrías de otro quecomparte las nuestras. Muy a menudo he visto reír a uncómico fuera de escena; no recuerdo haber visto nuncallorar a ninguno. ¿Qué hacen, pues, de esa sensibilidadque se arrogan y que les atribuyen? ¿La dejan en lastablas cuando bajan de ellas, para recobrarla en cuantosuben de nuevo?

¿Qué es lo que les calza el zueco o el coturno?La falta de educación, la miseria y el libertinaje. Elteatro es un recurso, jamás una vocación. Nadie sehizo nunca comediante por amor a la virtud, pordeseo de ser útil a la sociedad y de servir a su paíso su familia, por ninguno de los motivos honradosque podrían arrastrar a un espíritu recto, a un corazónentusiasta, a un alma sensible hacia una profesióntan hermosa.

Yo mismo, cuando joven, vacilaba entre laSorbona y la Comedia. En invierno iba durante lomás crudo de la estación a recitar en voz alta papelesde Molière y de Corneille a las avenidas solitariasdel Luxemburgo. ¿Cuál era mi proyecto? ¿Seraplaudido? Es posible. ¿Vivir en intimidad con las

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mujeres de teatro, que encontraba infinitamenteseductoras y que sabía muy fáciles? Indudablemente.No sé qué no hubiera sido yo capaz de hacer paraagradar a la Gaussin, que empezaba entonces, y queera la belleza personificada, o a la Dangeville, tanatractiva en escena.

Se ha dicho que los comediantes no tenían ningúncarácter, porque, representándolos todos, perdían elque la Naturaleza les había dado, y que se volvían todosfalsos, al igual que el médico, el cirujano y el carnicerose vuelven duros. Me parece que se ha tomado la causapor el efecto, y que sólo porque no tienen ninguno sonaptos para representarlos todos.SEGUNDO.- No por ser verdugo se vuelve uno cruel,sino que por ser cruel se hace uno verdugo.PRIMERO.- Por más que examino a esos hombres, nadaveo en ellos que les distinga del resto de losciudadanos, a no ser una vanidad que podría llamarseinsolencia y una envidia que llena de disturbios yodios su congregación. Entre todas las asociaciones,quizás no hay ninguna en que el interés común detodos y el del público sean más continua y

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evidentemente sacrificados a ínfimas y miserablespretensiones. La envidia es peor aún entre ellos queentre los autores. Es mucho decir, pero es la verdad.Un poeta perdona más fácilmente el éxito de una obraque una actriz a otra los aplausos que la designan acualquier ilustre o rico libertino. Vos los veis grandesen la escena, porque tienen alma, decís; yo los veopequeños y mezquinos en sociedad porque no latienen: con las palabras y el acento de Camila y delviejo Horacio, siempre las costumbres de Rosina yde Sganarelo. Ahora bien: para juzgar el fondo delcorazón, ¿debo referirme a ajenos discursos, quesaben interpretar maravillosamente, o la naturalezamisma de los actores y al tenor de su vida?SEGUNDO.- Pero antaño, Molière, los Quinault,Montmesnil; hoy, Brizard y Caillot, igualmente bienrecibido por grandes y pequeños, a quienes confiaríaissin temor vuestro secreto y vuestra bolsa, y con quienescreeríais más en seguridad el honor de vuestra esposa yla inocencia de vuestra hija que con muchos grandesseñores de la corte y algunos respetables ministros delaltar...

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PRIMERO.- El elogio no es exagerado; lo que sientoes no oír citar mayor número de comediantes que lohayan merecido o lo merezcan. Lo que siento es queentre esos propietarios, por estado, de una cualidad,fuente preciosa y fecunda de tantos otros, un actorhombre probo, una actriz mujer honrada, seanfenómenos tan raros.

Concluyamos, pues, que es falso tengan elprivilegio especial de la sensibilidad. Y que ésta, que,si estuvieran dotados de ella, les dominaría lo mismoen la escena que en la vida, no sea la base de sucarácter ni la razón de sus éxitos; que no tienen nimás ni menos de la que tienen en cualquier otroestado social. Y que si se ven tan pocos grandescomediantes, es porque los padres no destinan a sushijos al teatro; es porque no se preparan a ello poruna educación, comenzada en la juventud; es porqueuna compañía de cómicos no es como debiera ser enun pueblo que concediese a la función de hablar alos hombres congregados para ser instruídos,divertidos, corregidos, la importancia, los honores,las recompensas que merece; una corporación

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formada, como todas las demás corporaciones, deindividuos extraídos de todas las familias sociales yllevados a la escena como al servicio, al palacio, a laiglesia, por vocación o por gusto, y con el consentimientode sus tutores naturales.SEGUNDO.- El envilecimiento de los actores modernoses, a mi entender, una desdichada herencia que les handejado los comediantes antiguos.PRIMERO.- Así lo creo.SEGUNDO.- Si el teatro naciese hoy, que tenemos unaidea más junta de las cosas, quizás... Pero no meescucháis. ¿En qué estáis pensando?PRIMERO.- Sigo mi primera idea, y pienso en lainfluencia del teatro sobre el buen gusto y lascostumbres, si los actores fuesen gente de bien y suprofesión fuese respetada. ¿Dónde está el poeta quese atreviese a proponer a hombres bien nacidos elrepetir públicamente discursos vulgares o groseros;a mujeres, poco más o menos tan honestas como lasnuestras, el recitar descaradamente ante unamuchedumbre de auditores palabras que lescausarían rubor oír en el secreto de sus hogares?Pronto nuestros autores dramáticos alcanzarían una

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pureza, una delicadeza, una elegancia, de las que sehallan todavía más lejos de lo que ellos suponen.Influencia que, a no dudar, se reflejaría en nuestroespíritu nacional.SEGUNDO.- Se podría objetar quizás que esas comedias,antiguas o modernas, que vuestros comedianteshonrados excluirían de su repertorio, son precisamentelas que representamos en sociedad.PRIMERO.- ¿Y qué importa que nuestros conciudadanosse rebajen a la condición de los más viles histriones?¿Dejaría de ser por eso menos útil, más de desear, quenuestros comediantes se elevasen a la condición delos más honrados ciudadanos?SEGUNDO.- La metamorfosis no es fácil.PRIMERO.- Cuando yo estrené El padre de familia,el magistrado de la policía me exhortó a proseguirel género.SEGUNDO.- ¿Y por qué no lo hicisteis?PRIMERO.- Porque no habiendo obtenido el éxito queme prometía, y sin grandes esperanzas de llegar ahacerlo mejor, me asqueé de una carrera para la cualno me juzgué con suficientes talentos.

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SEGUNDO.- ¿Y por qué esa obra, que llena hoy el teatroantes de las cuatro y media, y que los cómicos ponencada vez que necesitan un millar de escudos, fue tantibiamente acogida en un comienzo?PRIMERO.- Algunos decían que nuestras costumbreseran demasiado ficticias para acomodarse a un génerotan sencillo; demasiado corrompidas para gustar de ungénero tan honesto.SEGUNDO.- Eso no carecía de verosimilitud.PRIMERO.- Pero la experiencia ha demostrado que noera cierto, pues no somos ahora mejores que éramosantes. Por otra parte, la verdad, la honradez, tienental ascendiente sobre nosotros, que si la obra de unpoeta presenta estos dos caracteres y el autor tienegenio, más seguro será su éxito. Cuando todo es falsoes cuando más se ama la verdad; cuando todo estácorrompido es cuando el teatro parece más depurado.El ciudadano que se presenta a la entrada de laComedia, deja allí todos sus vicios, hasta la salida.Dentro, se siente justo, imparcial, buen padre, buenamigo, amante de la virtud; y más de una vez he vistojunto a mí hombres perversos profundamente indignadoscontra acciones que ellos no habrían dejado de

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cometer si se hubiesen encontrado en circunstanciasanálogas a aquellas en que el poeta había colocadoal personaje que aborrecían. Si no tuve éxito en unprincipio, fue porque el género era extraño a losespectadores y a los actores; porque había unprejuicio, que todavía subsiste, contra lo que llamancomedia llorona; porque tenía una nube de enemigosen la corte, en la ciudad, entre los magistrados, entrela gente de iglesia, entre los hombres de letras.SEGUNDO.- ¿Y cómo habíais incurrido en tantos odios?PRIMERO.- A fe mía, no lo sé; pues nunca he hechosátira contra grandes ni chicos ni me he interpuestoen el camino de nadie hacia la fortuna y los honores.Verdad es que era del número de los que llamanfilósofos, considerados entonces como ciudadanospeligrosos, y contra los cuales había soltado elMinisterio dos o tres bribones subalternos sin virtud,sin instrucción, y, lo que es peor, sin talento. Perodejemos esto de lado.SEGUNDO.- Sin contar que esos filósofos habían hecho,en general, más difícil la misión de los poetas y literatos.Ya no se trataba, para hacerse ilustre, de sabercomponer un madrigal o unos versitos obscenos.

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PRIMERO.- Es posible. Un joven disoluto, en lugar deacudir con asiduidad al estudio del pintor, delescultor, del artista que le ha adoptado, ha perdidolos años más preciosos de su vida y se encuentra alos veinte sin recurso y sin oficio ¿Qué queréis quesea? Soldado o cómico. Hele, pues, alistado en unacompañía de la lengua. Vaga de aquí para allá, hastaque entrevé la posibilidad de un contrato en lacapital. Una desdichada criatura, crecida en el fangoy el libertinaje, cansada del más abyecto de losestados, el de bajo cortesano, se aprende de memoriaunos cuantos papeles y se va una mañana a casa dela Clairon, como el antiguo esclavo a casa del edil odel pretor. Ésta le toma por una mano, le hace daruna pirueta, le toca con su varita y le dice: «Ve ahacer reír o llorar a los papanatas.»

Son excomulgados. Ese público que no sabeprescindir de ellos los desprecia. Son esclavos sincesar bajo el látigo de otro esclavo. ¿Creéis posibleque las huellas de tan continuo envilecimiento puedanquedar sin efecto, y que bajo el fardo de la ignominiapueda ser un alma bastante firme para mantenerse ala altura de Corneille?

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Este despotismo que se ejerce sobre ellos, elloslo ejercen sobre los autores; y no sé, realmente, quiénes más vil, si el actor insolente o el autor que lotolera.SEGUNDO.- ¡Ganas de estrenar!PRIMERO.- A toda costa, sí. Todos están cansados desu oficio. Dad vuestro dinero a la puerta, y se cansaránde vuestra presencia y vuestros aplausos. Como quehan estado a punto de decidir que el autor renunciaríaa sus honorarios o no sería aceptada su comedia.SEGUNDO.- ¡Pero ese proyecto tendía nada menos quea extinguir el género dramático!PRIMERO.- ¿Y qué les importa a ellos?SEGUNDO.- Me parece que ya poco os queda que decir.PRIMERO.- Os equivocáis. Todavía tengo que cogerosde una mano y que introduciros en casa de la Clairon,esa incomparable hechicera.SEGUNDO.- Ésa, por lo menos, estaba orgullosa de suprofesión.PRIMERO.- Como lo estarán todos los que tengan éxito.Los únicos actores que desprecian el teatro son los queel público echó de él, con su rechifla. Es preciso que osmuestre a la Clairon en sus arrebatos reales de cólera.

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Si por azar conservase en ellos su actitud, sus acentos,sus gestos teatrales con todo su apresto, con todo suénfasis, ¿no os llevaríais las manos a la cintura y seríaiscapaz de contener vuestras carcajadas? ¿Qué quieredecir esto entonces? ¿No equivale a dictaminarclaramente que la sensibilidad verdadera y la sensibilidadrepresentada son dos cosas muy distintas? ¿Por qué, sino, reís de lo que habríais admirado en el teatro? Puesporque la cólera real de la Clairon se parecería a lacólera simulada, y tenéis el justo discernimiento del disfrazde esta pasión y de su persona. Las imágenes de laspasiones en el teatro no son, pues, las verdaderasimágenes, sino retratos exagerados, grandes caricaturassujetas a reglas convencionales. Ahora bien: interrogaos,preguntaos a vos mismo: ¿qué artista se conformará másestrictamente a estas reglas determinadas? ¿Quécomediante comprenderá mejor esta hinchazón prescrita:el hombre dominado por su propio carácter, o elhombre nacido sin carácter, o el hombre que se despojadel suyo para revestir otro más grande, más noble, másviolento, más elevado? Se es uno mismo por naturaleza;se es otro por imitación; el corazón que nos atribuimosno es el corazón que tenemos. ¿Cuál, es, pues, el

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verdadero talento? El de conocer bien los síntomasexteriores del alma revestida, el de dirigirse a la sensaciónde los que nos oyen y nos ven, engañándoles con laimitación de aquellos síntomas, una imitación que todolo agranda en sus cabezas y que se convierte en reglade su juicio, pues es imposible apreciar de otro modolo que pasa dentro de nosotros. ¿Y qué nos importa,en efecto, que sientan o no sientan, con tal de que loignoremos?

Aquel, pues, que mejor conoce y con másperfección expresa esos signos exteriores, con arregloal modelo ideal mejor concebido, es el grancomediante.SEGUNDO.- Y el que menos deja a la imaginación delgran comediante es el más grande de los poetas.PRIMERO.- A decirlo iba. Cuando, por una largacostumbre del teatro, se conserva en sociedad el énfasisteatral y se pasea por ella a Bruto, Cinna, Mitrídates,Cornelio, Mérope, Pompeyo, ¿sabéis lo que se hace?Acoplar a un alma, pequeña o grande, de la exactamedida que le dio la Naturaleza, los signos exterioresde un alma exagerada y gigantesca que no se tiene, y deaquí nace el ridículo.

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SEGUNDO.- ¡Sátira cruel la que hacéis, inocente omalignamente, de actores y autores!PRIMERO.- ¿Por qué?SEGUNDO.- A todo el mundo, me parece, está permitidotener un alma fuerte y grande; permitido está, me parece,tener la actitud, las palabras y los ademanes de su propiaalma y, a mi entender, la imagen de la verdadera grandezanunca puede ser ridícula.PRIMERO.- ¿Y qué deducís de ello?SEGUNDO.- ¡Oh!, traidor; vos no os atrevéis a decirloy por vos tendré yo que arrastrar la indignacióngeneral. Y es que la verdadera tragedia está todavíapor hallar, y que, con todos sus defectos, acaso losantiguos estaban más cerca de ella que nosotros.PRIMERO.- Cierto que me deleita oír a Filoctetes decirtan sencilla y fuertemente a Neoptolemo que ledevuelva las flechas de Hércules que por instigaciónde Ulises le había robado: «Mira la acción que habíascometido; sin darte cuenta, condenabas a undesventurado a perecer de dolor y de hambre. Turobo es crimen de otro; tu arrepentimiento es tuyo.No, jamás habrías pensado tú en cometer semejante

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indignidad si hubieses estado solo. Concibe, pues, hijomío, cuánto importa a tu edad no tratar más que genteshonradas. He ahí lo que podías ganar en la compañíade un desalmado. ¿Y por qué asociarte a un hombre deesa condición? ¿Sería ese el hombre que tu padre tehabría elegido por compañero y amigo? Ese digno pa-dre, que nunca se dejó aproximar sino por los máspreclaros del ejército, ¿qué te diría si te viese con unUlises?...» ¿Hay en este discurso algo que no pudieseisvos decir a mi hijo o yo al vuestro?SEGUNDO.- No.PRIMERO.- Sin embargo, es hermoso.SEGUNDO.- Indudablemente.PRIMERO.- Y el tono de ese discurso, pronunciado enescena, ¿tendría que diferir del tono con que sepronunciaría en sociedad?SEGUNDO.- No creo.PRIMERO.- Y ese tono en sociedad, ¿sería ridículo?SEGUNDO.- En manera alguna.PRIMERO.- Mientras más fuertes son las acciones ymás sencillas las palabras, más las admiro. Muchotemo que nos hayamos pasado cien años tomando la

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fanfarronería de Madrid por el heroísmo de Roma yconfundiendo el tono de la musa trágica con ellenguaje de la musa épica.SEGUNDO.- Nuestro verso alejandrino es demasiadoarmonioso y noble para el diálogo.PRIMERO.- Y nuestro decasílabo demasiado fútil yliviano. Sea lo que sea, me gustaría que fueseissiempre a la representación de alguna de las piezasromanas de Corneille, después de releer las cartasde Cicerón a Atico. ¡Cuán ampulosos me parecennuestros autores dramáticos! ¡Cómo me repugnan susdeclamaciones cuando recuerdo la sencillez y elnervio del discurso de Régulo disuadiendo al Senadoy al pueblo romano del canje de cautivos! He aquícómo se expresa en una oda, poema que requieremucho más calor, ímpetu y exageración que unmonólogo trágico. Dice: «He visto nuestras enseñascolgadas en los templos de Cartago. He visto alsoldado romano despojado de sus armas, que ni unagota de sangre había teñido. He visto el olvido de lalibertad y ciudadanos con los brazos cruzados yatados a la espalda. He visto de par en par abiertas

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las puertas de la ciudad y las mieses cubriendo loscampos por nosotros devastados. ¿Y creéis querescatados a precio de plata se tornarán más valerosos?Añadiréis sólo una pérdida a la ignominia. La virtud,ahuyentada de un alma que se ha envilecido, no vuelve.Nada esperéis del que pudiendo morir se dejó maniatar.¡Oh Cartago, cuán grande y orgullosa te sientes denuestra vergüenza!...»

Tal fue su discurso y tal su conducta. Se niega alos besos de su mujer y de sus hijos, creyéndoseindigno de ellos, como un vil esclavo. Mantiene fijaen tierra la hosca mirada y desdeña las lágrimas desus amigos hasta haber traído a los senadores a unadecisión que sólo él era capaz de inspirar y haberlesido permitido volver a su destierro.SEGUNDO.- Eso es sencillo y hermoso; pero el momentoen que el héroe se muestra es el siguiente.PRIMERO.- Tenéis razón.SEGUNDO.- El no ignoraba el suplicio que un enemigoferoz le preparaba. Sin embargo, recobra su serenidad,se desprende de los suyos, que intentan diferir supartida, con la misma libertad con que antes se separabade la muchedumbre de sus clientes para ir a

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descansar de la fatiga de sus trabajos en sus campos deVanafra o su retiro de Taranto.PRIMERO.- Perfectamente. Ahora, poneos la mano sobrela conciencia y decidme si hay en nuestros poetasmuchos pasajes en el tono apropiado a una virtud tanalta, tan familiar; decid qué os parecerían en bocasemejante nuestras dulces jeremiadas o la mayor partede nuestras fanfarronadas a lo Corneille.

¡Cuántas cosas que sólo a vos me atrevo aconfiar! Lapidado sería en las calles si me supiesenculpable de esta blasfemia, y la verdad es que nohay martirio cuyo laurel ambicione.

Si llegase un día en que un hombre de genio seatreviese a dar a sus personajes el tono sencillo delheroísmo antiguo, el arte del comediante seríasingularmente más difícil, pues la declamacióncesaría de ser una especie de canto.

Por otra parte, al decir que la sensibilidad erala característica de la bondad del alma y de lamediocridad del genio, hice una confidencia que noes demasiado común, pues si ha forjado la Naturalezaun alma sensible, es la mía.

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El hombre sensible está demasiado abandonadoal capricho de su diafragma para ser un gran rey, ungran político, un gran magistrado, un hombre justo, unprofundo observador, y, por tanto, un sublime imitadorde la Naturaleza, a menos que pueda olvidarse ydistraerse de sí mismo y que con ayuda de unaimaginación fuerte sepa crearse, y con una memoria tenazmantener fija su atención en fantasmas que le sirven demodelos; pero entonces ya no es él quien obra, sino elespíritu de otro que le domina.

Debería detenerme aquí; pero más fácilmenteme perdonaréis una reflexión fuera de lugar queomitida. Es una experiencia que seguramente habréishecho alguna vez cuando, rogado por un principianteo una principianta a oírla en su casa, entre íntimos,la habéis llenado de elogios, dejándola al separarosde ella con la esperanza del mayor éxito. Sinembargo, ¿qué sucede? Que aparece, es silbada ytenéis que confesaros a vos mismo que los silbidostienen razón. ¿De qué proviene esto? ¿Es que la jovenen cuestión ha perdido de la noche a la mañana alma,sensibilidad, corazón? No; pero en su pisito estabaisa ras de tierra con ella; la escuchabais sin exigencias;

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la teníais frente a frente; no había entre una y otro ningúnmodelo de comparación; os sentíais satisfecho de suvoz, su gesto, su expresión, su actitud; todo estaba enproporción con el auditorio y el espacio; nada requeríaexageración. En las tablas todo ha cambiado: aquí hacíafalta otro personaje, ya que todo se había agrandado.

En un teatro particular, en un salón donde elespectador está casi al nivel del actor, el verdaderopersonaje dramático os habría parecido enorme,gigantesco, y al salir de la representación habríais dichoa vuestro amigo confidencialmente: No tendrá éxito;es demasiado exagerado. Y su triunfo en el teatro oshabría asombrado. Lo repito: sea un bien o un mal, elactor no dice nada, no hace nada en sociedadexactamente como en la escena; es otro mundo.

Pero un hecho decisivo, que me ha sido contadopor un hombre sincero, de espíritu original y agudo,el abate Galiani, y que me ha sido luego confirmadopor otro hombre sincero, de espíritu igualmenteoriginal y agudo, el marqués de Caraccioli, embajadorde Nápoles en París, es que en Nápoles, patria de

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uno y otro, hay un poeta dramático cuya preocupaciónprincipal no es componer su obra.SEGUNDO.- La vuestra, El padre familia, tuvo allí ungran éxito.PRIMERO.- Sí; dieron cuatro representaciones seguidasdelante del rey, en contra de la etiqueta de la corte, queprescribe tantas obras distintas como días deespectáculo, y el pueblo se entusiasmó. Pero lapreocupación del poeta napolitano es encontrar en lasociedad personajes de edad, figura y voz propias paraencarnar sus papeles. Como se trata de divertir al rey,nadie se atreve a negarse. Durante seis meses ensaya asus actores, juntos y por separado. ¿Y cuándo imagináisque la compañía empieza a representar, a entenderse, aencaminarse hacia el punto de perfección exigido? Puescuando los actores están muertos de cansancio,aburridos, hartos de estos ensayos interminables. Apartir de este instante los progresos son sorprendentes;cada uno se identifica con su personaje; y al cabode este penoso ejercicio es cuando dan comienzolas representaciones y se continúan durante otrosseis meses consecutivos, mientras el soberano y sussúbditos disfrutan del mayor placer que pueda

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proporcionar la ilusión teatral. Y esta ilusión, tan fuerte,tan perfecta en la última representación como en laprimera, ¿podría ser, a vuestro juicio, efecto de lasensibilidad? Por otra parte, la cuestión que profundizoha sido discutida antaño entre un mediocre escritor,Rémond de Sainte-Albine, y un gran comediante,Riccoboni. El literato defendía la causa de lasensibilidad; el comediante defendía la mía. Es unaanécdota que ignoraba y de la que acabo de enterarme.

He dicho y habéis oído. Decidme vos ahora loque de ello pensáis.SEGUNDO.- Pienso que ese hombrecillo arrogante,decidido, seco y duro, en quien habría que reconoceruna honrada dosis de desprecio, si tuviese siquiera lacuarta parte de la suficiencia que la Naturaleza, pródiga,le concedió habría sido un poco más reservado en sujuicio si vos hubieseis tenido la complacencia deexponerle vuestras razones y él la paciencia deescucharos; pero la desgracia es que lo sabe todo yque, a título de hombre universal, se cree dispensadode escuchar.

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PRIMERO.- Ya se lo paga el público en la misma moneda.¿Conocéis a la señora Riccoboni?SEGUNDO.- ¿Quién no conoce a la autora de tantas obrasdeliciosas, llenas de ingenio, de probidad, de delicadezay de gracia?PRIMERO.- ¿Creéis que esa mujer era sensible?SEGUNDO.- Así lo probó, no sólo con sus obras, sinotambién con su conducta. Hay en su vida un incidenteque estuvo a punto de llevarla a la tumba. Al cabo deveinte años; todavía no se han secado sus lágrimas.PRIMERO.- Pues bien: esa mujer, una de las mássensibles que haya podido formar la Naturaleza, fueuna de las peores actrices que han aparecido nuncaen escena. Nadie habla mejor del arte, nadierepresenta peor.SEGUNDO.- Añadiré que así lo reconoce ella, y que jamásacusó de injustos los silbidos.PRIMERO.- ¿Y por qué, con esa sensibilidad exquisita,cualidad principal, según vos, del comediante, es tanmala la Riccoboni?SEGUNDO.- Porque, sin duda, las otras le faltaban a talpunto que la primera no bastaba a compensarla.PRIMERO.- Pero la señora Riccoboni no está mal de

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figura; tiene ingenio; un aspecto decente; una voz nadadesagradable. Todas las buenas cualidades que son hijasde la educación, ella las posee. En sociedad, nada habráen ella que choque. Se la ve sin molestia, se la escuchacon el mayor placer.SEGUNDO.- No lo comprendo, realmente; todo lo quesé es que jamás el público pudo reconciliarse conella, y que durante veinte años consecutivos fue lavíctima de su profesión.PRIMERO.- Y de su sensibilidad, por encima de la cualnunca consiguió elevarse; y, precisamente por haber sidosiempre ella misma, la desdeñó constantemente elpúblico.SEGUNDO.- ¿Y no conocéis a Caillot?PRIMERO.- Mucho.SEGUNDO.- ¿Habéis hablado alguna vez con él de estacuestión?PRIMERO.- No.SEGUNDO.- En vuestro lugar, me interesaría conocer suopinión.PRIMERO.- La conozco.SEGUNDO.- ¿Cuál es?

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PRIMERO.- La vuestra y de vuestro amigo.SEGUNDO.- He ahí una terrible autoridad en contravuestra.PRIMERO.- Conformes.SEGUNDO.- ¿Y cómo habéis sabido lo que piensaCaillot?PRIMERO.- Por una mujer llena de ingenio y de agudeza,la princesa de Galitzin. Caillot había representado elDesertor, y estaba aún en el lugar donde acababa desentir y de compartir ella a su lado todas las angustiasde un desgraciado a punto de perder a su querida y lavida. Caillot se acerca al palco de la princesa Galitzin yle dirige, con ese rostro risueño que le conocéis, unascuantas palabras regocijadas, honestas y corteses. Laprincesa, asombrada, le dice: «¿Cómo, no os habíaismuerto? Yo, que no he sido más que espectadora devuestras angustias, todavía no he vuelto en mí. –No,señora, no me he muerto. Muy de compadecer sería situviese que morir tan a menudo. –Entonces, ¿no sentísnada? –Perdón...» Y he aquí que se enfrascan en unadiscusión que acabó como acabará la nuestra:continuando yo en mi opinión y vos en la vuestra. La

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princesa no se acordaba de las razones de Caillot; perohabía observado que aquel gran imitador de laNaturaleza, en el momento de su agonía, cuando iban aarrastrarlo al suplicio, al ver que la silla en que tenía quedepositar a Luisa estaba mal colocada, la puso bien,mientras cantaba con voz moribunda: Pero Luisa noviene y mi hora se acerca.SEGUNDO.- Se me ocurre proponeros un acomodo:reservar a la sensibilidad natural del actor esos rarosmomentos en que se pierde la cabeza, en que no ve yael escenario, en que ha olvidado que está en un teatro,en que se ha olvidado a sí mismo, en que está en Argos,en Micenas, siendo el personaje mismo querepresenta. Llora...PRIMERO.- ¿A compás?SEGUNDO.- A compás. Grita...PRIMERO.- ¿Sin desafinar?SEGUNDO.- Sin desafinar. Se irrita, se indigna, sedesespera, presenta a mis ojos la imagen real, lleva a mioído y a mi corazón el acento verdadero de la pasiónque le agita, hasta el punto de arrastrarme, deignorarme a mí mismo, de no ser Brizard, ni Lekain,sino Agamenón el que veo, Nerón el que oigo, etc...

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Reservemos, pues, a la sensibilidad estos momentosy abandonemos al artificio todos los demás. Piensoa veces que quizás ocurra con la naturaleza lo quecon el esclavo que aprende a moverse libremente enlas cadenas: que la costumbre de llevarlas ledisminuye su peso y su violencia.PRIMERO.- Acaso un actor sensible tenía en su papeluno o dos de esos movimientos de enajenación, que,cuanto más hermosos, más vigorosamente disonaránen el resto. Pero, decidme: ¿no cesa entonces elespectáculo de ser un placer para convertirse en unsuplicio para vos?SEGUNDO.- ¡Oh, no!PRIMERO.- ¿Y ese patético de ficción no vencerá alespectáculo doméstico y real de una familia desconsoladaen torno del lecho mortuorio de un padre querido o unamadre adorada?SEGUNDO.- ¡Oh, no!PRIMERO.- ¿Luego ni el cómico ni vos os habéis tanabsolutamente olvidado?...SEGUNDO.- Me ponéis ya en un aprieto, y no dudo quepodáis todavía turbarme más; pero, me parece queconseguiría haceros flaquear si me permitieseis

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asociarme un segundo. Son las cuatro y media; danDido; vamos a ver a la señorita Raucourt; ella osresponderá mejor que yo.PRIMERO.- Lo deseo, pero no lo espero. ¿Creéis queva a hacer lo que ni la Lecouvreur, la Duclos, la Desseine,la Balincourt, la Clairon, la Dumesnil, han podido hacer?Me atrevo a confesaros que si nuestra jovenprincipianta está aún lejos de la perfección es porquees demasiado novicia para no sentir, y os predigoque, si continúa sintiendo, siendo ella misma yprefiriendo el instinto limitado de la naturaleza alestudio ilimitado del arte, jamás se elevará a la alturade las actrices que os he nombrado. Tendrá momentoshermosos, pero no será hermosa. Pasará con ella loque con la Gaussin y muchas otras, que, por no haberpodido nunca salir del estrecho recinto en que susensibilidad las confinaba, han sido toda la vidaamaneradas, endebles y monótonas. ¿Qué, persistísen vuestro designio de oponerme a la señoritaRaucourt?SEGUNDO.- Sin duda.PRIMERO.- De camino os contaré un hecho que encajabastante bien en el tema de nuestra discusión. Pigalle

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era amigo mío y yo iba con frecuencia a verle. Llegouna mañana; llamo; el artista me abre, con su palillo demodelar en la mano, y deteniéndome en el umbral de suestudio, me dice: Juradme, antes de pasar adelante, queno os asustaréis de una mujer en cueros.» Sonrío, yentramos. Por aquel entonces trabajaba en sumonumento al mariscal de Sajonia, y una guapísimacortesana le servía de modelo para la figura de Francia.Pero ¿cómo creéis que la encontré, en medio de lasfiguras gigantescas que la rodeaban? Insignificante,mezquina, pequeña, una especie de rana. Parecíaaplastada por ellas, y, bajo la palabra del artista, habríatomado a aquella rana por una mujer hermosa, si nohubiese esperado el final de la sesión y si no la hubiesevisto a ras de tierra volviendo la espalda a aquellasfiguras colosales que la reducían a nada. A vos dejo elaplicar este fenómeno singular a la Gaussin, a laRiccoboni y a todas las demás que no han podidoagrandarse en escena.

Si, cosa imposible, una actriz hubiese recibidouna sensibilidad comparable a la que el arte llevadoa su extremo puede simular, el teatro ofrece tantoscaracteres diversos a imitar y un solo papel encierra

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tantas situaciones opuestas, que esta rara plañidera,incapaz de bien representar dos papeles distintos,sobresaldría apenas en algunos pasajes del mismopapel; y sería la actriz más desigual, más limitada ymás inepta que se podría imaginar. Si por casualidadintentase un movimiento impetuoso, su sensibilidadpredominante no tardaría en volverla a lamediocridad. Semejaría menos un corcel vigorosoque galopa que una endeble hacanea que se desboca.Su instante de energía, pasajero, brusco, singradación, sin preparación, sin unidad, os pareceríaun ataque de locura.

Siendo, en efecto, la sensibilidad compañeradel dolor y la debilidad, decidme cómo una criaturadulce, endeble y sensible podría concebir yexpresar la sangre fría de Leontina, los transportescelosos de Hermione, los furores de Camila, laternura materna de Mérope, el delirio y losremordimientos de Fedra, el orgullo tiránico deAgripina, la violencia de Clitemnestra. Abandonadvuestra eterna llorona a unos cuantos papeleselegíacos, y no la saquéis de ahí.

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Por otra parte, ser sensible es una cosa y sentir,otra. La una es cuestión de alma, la otra cuestión dejuicio. Se siente con fuerza y no se sabría expresar; seexpresa a solas, en sociedad, en su casa, leyendo,recitando, para unos cuantos auditores, y no seexpresaría ni regularmente en un teatro; en éste, coneso que llaman sensibilidad, alma, corazón, se expresanbien uno o dos parlamentos y se falla el resto; abrazartoda la extensión de un gran papel, disponer en él losclaros y los obscuros, los fuertes y los débiles, mostrarseigual en los pasajes tranquilos y en los pasajes agitados,ofrecer variedad en los detalles armoniosos y en elconjunto, y formarse un sistema sostenido dedeclamación que llegue hasta salvar las humoradas delpoeta, es obra de una cabeza sosegada, de un criterioprofundo, de un gusto exquisito, de un estudio penoso,de una larga experiencia y de una tenacidad de memoriapoco comunes; la regla qualis ab incœpto processeritet sibi constet, rigurosísima para el poeta, lo es hasta laminucia para el comediante; el que sale de entr ebastidores sin su papel ya enteramente detallado, todasu vida experimentará la sensación de un

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principiante, o si, dotado de intrepidez, suficiencia yentusiasmo, cuenta con la presteza de su ingenio y elhábito del oficio, podrá engañaros con su calor y suembriaguez, y le aplaudiréis como un conocedor enpintura sonríe a un boceto atrevido en el que todo estáindicado y nada decidido. Es uno de esos prodigiosque se ven a veces en las ferias o en casa de Nicolet.Acaso hagan bien esas gentes en ser toda la vida lo queson: comediantes abocetados. Más trabajo no los daríalo que les falta y podría quitarles lo que tienen. Tomadlosen lo que valen, pero no los pongáis al lado de un cuadroacabado.SEGUNDO.- Una sola pregunta me queda por haceros.PRIMERO.- Hacedla.SEGUNDO.- ¿Habéis visto alguna vez una obra enterarepresentada a la perfección?PRIMERO.- A fe mía, no recuerdo... Pero, esperad... Sí,a veces una obra mediocre por actores mediocres.

Nuestros dos interlocutores fueron al teatro;pero no encontrando ya localidad, se dirigieron alas Tullerías. Durante un rato pasearon en silencio.Parecían haber olvidado que estaban juntos, y cadauno conversaba consigo mismo como si hubiese

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estado solo, el uno en alta voz, el otro en voz tanbaja que no se le oía, dejando sólo escapar aintervalos algunas palabras aisladas, pero claras, porlas cuales era fácil conjeturar que no se daba porvencido.

Las ideas del hombre de la paradoja son lasúnicas de que puedo dar cuenta, y helas aquí, tandescosidas como deben parecer, cuando se suprimede un soliloquio las intermediarias que sirven delazo. Decía:

«Póngase en su lugar a un actor sensible, yveremos cómo sale del paso. En cambio, ¿qué haceél? Pone el pie en la balaustrada, se ajusta de nuevola liga y responde al cortesano a quien despreciacon la cabeza vuelta sobre el hombro, y así unaccidente, que habría desconcertado a cualquier otroque este frío y sublime comediante, súbitamenteadaptado a la circunstancia, se convierte en un rasgogenial.»

(Hablaba, me parece, de Baron en la tragediadel Conde de Essex.) Añadió sonriendo:

«Sí, no faltará quien crea que esa actriz sientecuando, desplomada sobre el seno de su confidente

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y casi moribunda, puestos los ojos en los palcosterceros, echa de ver a un viejo procurador deshechoen lágrimas, y cuyo dolor gesticula del modo másgrotesco, y dice: “Fíjate allá arriba qué cara tandivertida...”, susurrando entre dientes estas palabrascomo si fuesen continuación de una queja inarticulada.¡A otros con ésas! Si no recuerdo mal, esta anécdotaes de la Gaussin, en Zaida.

«Y este tercero, cuyo fin ha sido tan trágico, yole conocí, y conocí a su padre, que me invitaba aveces a decir mi opinión a su trompetilla acústica.

No hay duda de que se trata aquí del discretoMontmesnil.

»Era el candor y la probidad personificada.¿Qué había de común entre su carácter natural y elde Tartufo, que tan excelentemente interpretaba?Nada. ¿De dónde había sacado aquel torticolis, aquelrodar de ojos tan singular, aquel tono dulzón y todoslos demás detalles del papel de hipócrita? Tenedcuidado con lo que vais a responder. Os tengo cogido.–En una profunda imitación de la naturaleza. –¿Enuna profunda imitación de la naturaleza? –Y veréis que

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los síntomas interiores que más marcadamentedistinguen la sensibilidad del alma no están tan enla naturaleza como los síntomas exteriores de lahipocresía; que no sería posible estudiarles allí, yque un actor de gran talento encontrará másdificultades tan comprender y examinar unos queotros. ¿Y si yo sostuviese que de todas lascualidades del alma la sensibilidad es la más fácilde falsificar, ya que no hay quizás un solo hombresuficientemente cruel e inhumano para no habertenido su germen en el corazón y no haberlaexperimentado alguna vez, cosa que no podríaasegurarse de todas las demás pasiones, como, porejemplo, la avaricia, la desconfianza? ¿Es que unexcelente instrumento?... –Os entiendo; siemprehabrá entre el que finge la sensibilidad y el que siente ladiferencia de la imitación a la cosa. –Y tanto mejor,tanto mejor, os digo. En el primer caso no tendrá elcomediante que separarse de sí mismo; súbitamente,de un solo salto, podrá ponerse a la altura del modeloideal. –¿Súbitamente, de un solo salto? –¿Vais aargüirme una expresión? Quiero decir que, no viéndoserestringido al mezquino modelo que ante sí tiene, será

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tan grande, tan sorprendente, tan perfecto imitadorde la sensibilidad como de la avaricia, la hipocresía,la duplicidad, y de cualquier otra carácter que nosea el suyo, de cualquier otra pasión que no tenga.Lo que al personaje sensible por naturaleza memostrará, forzosamente será mezquino; la imitacióndel otro será fuerte, o, si por acaso las copiasresultasen igualmente fuertes, cosa que en modoalguno puedo concederos, el uno, perfectamentedueño de sí mismo y representando siempre porestudio y reflexión, sería tal como la experienciacotidiana nos lo muestra, con más unidad que elque represente parte por naturaleza, parte porestudio, parte por un modelo, parte por sí mismo.Por mucha habilidad con que estén fundidas estasimitaciones, un espectador delicado las discernirámás fácilmente aún que un artista sagaz descubriráen una estatua la línea que separa dos estilosdiferentes o la parte anterior ejecutad a con arregloa un modelo y la espalda con arreglo a otro. –Queun actor consumado cese de representar de cabeza,que olvide, que su corazón se conmueva, que lasensibilidad se apodere de él, que se abandone a ella...

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–Nos embriagará. –Acaso. –Nos transportará deadmiración. –Es posible; pero a condición de que nosalga de su sistema de declamación y la unidad nodesaparezca, sin lo cual dictaminaríais que se habíavuelto loco. –Sí, en este supuesto pasaríais un buenmomento, lo reconozco; pero ¿preferiríais un buenmomento de triunfo a ver un papel bien representado?Si tal es vuestra elección, en todo caso no es la mía.»

Aquí calló el hombre de la paradoja. Se paseaba agrandes pasos, sin mirar dónde ponía el pie; seguramentehabría tropezado a derecha e izquierda con los quevenían a su encuentro, si éstos no hubiesen evitado elchoque. Al fin, deteniéndose bruscamente y asiendo delbrazo a su antagonista, le dijo con tono dogmático ytranquilo: –Amigo mío, hay tres modelos: el hombrede la naturaleza, el hombre del poeta y el hombredel actor. El de la naturaleza es menos grande que eldel poeta, y éste menos grande que el del grancomediante, el más exagerado de todos. Este últimose encarama sobre los hombros del precedente y seencierra en un gran maniquí de mimbre, cuya alma es;

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mueve este maniquí de una manera pavorosa, hastapara el poeta, que no se reconoce ya, y nos espanta,como dijisteis muy bien, igual que los niños se metenmiedo unos a otros levantando sus juboncitos porencima de la cabeza, agitándose e imitando lo mejorque saben la voz lúgubre y ronca de un duende. Pero¿no habréis visto acaso unos grabados que se hanhecho sobre juegos de niños? ¿No recordáis unmocoso que camina bajo una máscara repugnantede viejo, que le tapa de pies a cabeza? Bajo estamáscara se ríe de sus camaradas, que el terror poneen fuga. Este chicuelo es el verdadero símbolo delactor; sus camaradas, el símbolo del espectador. Siel comediante está sólo dotado de una sensibilidadmediocre, y es ese todo su mérito, ¿no le tendréispor un hombre mediocre? Tened cuidado; es otrolazo que os tiendo. –Y si está dotado de unasensibilidad extremada, ¿qué ocurrirá? –¿Quéocurrirá? –Pues que no representará en absoluto, oque representará ridículamente; sí, ridículamente; yla prueba la veréis en mí cuando os plazca. Siempreque tengo algún relato patético que hacer siento quese me turba el corazón, la cabeza; se me traba la

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lengua, se me altera la voz, mis ideas se descomponen,mi discurso se suspende; balbuceo, me doy cuenta deello; las lágrimas me corren por las mejillas, y me callo.–Pero esto hace su impresión. –En privado; en el teatrome silbarían. –¿Por qué? –Porque no se va a verlágrimas, sino a oír palabras que las arranquen; porqueesta verdad de naturaleza disuena con la verdad deconvención. Me explicaré: quiero decir que ni el sistemadramático, ni la acción, ni los discursos del poeta seavendrían con mi declamación ahogada, interrumpida,sollozada. Ya veis que ni siquiera está permitido imitar ala Naturaleza, la hermosa Naturaleza, ni demasiado decerca a la verdad, y que hay límites a los que es fuerzaatenerse. –Y esos límites, ¿quién los ha fijado? –Elsentido común, que no quiere que un talento perjudiquea otro talento. Es preciso que a veces el actor sesacrifique al poeta. –Pero ¿y si la composición del poetase prestase a ello? –Pues bien: tendríais otra especie detragedia completamente distinta a la vuestra.

–¿Y qué inconveniente habría? –No séexactamente lo que en ello iríais ganando, pero sí lo queiríais perdiendo.

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Aquí, el hombre paradójico se acercó por segundao tercera vez a su antagonista, y le dijo:

–La frase es de mal gusto, pero divertida, de unaactriz cuyo talento es universalmente reconocido. Es lapareja de la frase y la situación de la Gaussin.Desplomada también sobre el seno de Pillot-Pólux,está agonizando, o al menos lo hace creer, cuando lesusurra muy quedo: ¡Ah Pillot, cómo hiedes! Esterasgo es de la Arnould haciendo Telaira. En esemomento, la Arnould ¿es realmente Telaira? No; esla Arnould, siempre la Arnould. Jamás conseguiréishacerme elogiar los grados intermediarios de unacualidad que lo estropearía todo, si, llevada a suextremo, el comediante se viese dominado por ella.Pero supongamos que el poeta hubiese escrito laescena para ser declamada en el teatro como yo larecitaría en sociedad, ¿quién representaría estaescena? Nadie; no, nadie, ni siquiera el actor másdueño de sí mismo; saldría bien de la empresa unavez y vencido mil. ¡El éxito depende de tan poco!...¿Os parece poco sólido este último razonamiento?Pues bien, sea; pero no por ello creeré menosnecesario desinflar un poco nuestras vejigas, rebajar

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un tanto nuestros zancos y dejar las cosas, poco másmenos, como están. Por un poeta de genio quealcanzase esta prodigiosa verdad natural se elevaríauna nube de insípidos y vulgares imitadores. No estápermitido, so pena de ser insípido, tosco, detestable,descender un punto más abajo de la sencillez natural.¿No creéis lo mismo?SEGUNDO.- No pienso nada. No os he entendido.PRIMERO.- ¿Cómo, no hemos seguido discutiendo?SEGUNDO.- No.PRIMERO.- Pues ¿qué diablo hacéis?SEGUNDO.- Soñar.PRIMERO.- ¿Y en qué soñabais?SEGUNDO.- En que un actor inglés, llamado, me parece,Maclin –yo estaba ése día en el teatro–, teniendoque excusarse ante el público por la temeridad deinterpretar después de Garrick no recuerdo qué papelen Macbeth, de Shakespeare, decía, entre otras cosas,que las impresiones que subyugaban a loscomediantes y les sometían al genio y a la inspiracióndel poeta les eran muy perjudiciales. No me acuerdoahora de las razones que daba; pero eran muy agudas,

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y fueron comprendidas y aplaudidas. Por otra parte, sios interesan, podréis encontrarlas en una carta publicadaen la Saint-James Chronicle y firmada con el nombrede Quintiliano.PRIMERO.- Pero, entonces, ¿he hablado tanto tiempopara mí solo?SEGUNDO.- Es posible; todo el tiempo que yo he soñadopara mí solo. ¿Sabéis que antiguamente los papeles demujer los hacían actores?PRIMERO.- Lo sé.SEGUNDO.- Aulo Gelio cuenta en sus Noches áticas queun cierto Paulo, cubierto con la lúgubre vestimenta deElectra, en lugar de presentarse en escena con la urnade Orestes, apareció abrazando la urna que encerrabalas cenizas de su propio hijo, al que acababa de perder,y que entonces no fue ya una vana representación, unleve dolor de teatro, sino que la sala se llenó de gritos yde verdaderos gemidos.PRIMERO.- ¿Y creéis que Paulo, en aquel momento,habló en escena como habría hablado en su casa? No yno. Ese prodigioso efecto, del que no dudo, no,dependió de los versos de Eurípides ni de la declamacióndel actor, sino de la vista de un padre desolado que

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bañaba con sus lágrimas la urna de su propio hijo.Es posible que ese Paulo fuera sólo un comediantemediocre, lo mismo que aquel Esopo de quien cuentaPlutarco, que «representando un día en pleno teatro elpapel de Atreo, deliberando en sí mismo cómo podríavengarse de su hermano Tiestes, a uno de los servidoresse le ocurrió repentinamente pasar corriendo por delantede él, y que entonces Esopo, fuera de sí mismo por lavehemencia del momento y por su anhelo de representara lo vivo la furiosa pasión del rey Atreo, le dio en lacabeza tal golpe con el cetro que llevaba en la mano,que lo dejó muerto en el sitio...» Era un loco, que eltribuno debió enviar inmediatamente a la roca Tarpeya.SEGUNDO.- Como seguramente hizo.PRIMERO.- Lo dudo. ¡Los romanos tenían en tanto lavida de un gran comediante y en tan poco la de unesclavo!

Pero dicen que los oradores están mejor cuandose exaltan, cuando montan en cólera. Yo lo niego.Será cuando imitan la cólera. Los comediantes hacenimpresión en el público, no cuando están furiosos,sino cuando fingen bien el furor. En los tribunales,en las asambleas, en todos los lugares donde quiere

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Denis Diderot

uno enseñorearse de los espíritus, se simula ya la cólera,ya el temor, ya la piedad, para inspirar a los demás estossentimientos diversos. Lo que la pasión misma no pudohacer, la pasión bien imitada lo lleva a cabo.

¿No dicen en el mundo que tal hombre es un grancomediante? No quieren decir con esto que sienta, sinoque sobresale en simular, aunque no sienta nada; papelmucho más difícil que el de actor, pues ese hombre tiene,además, que componer las palabras y dos funcionesque desempeñar: la del poeta y la del comediante. Elpoeta, en la escena, puede ser más hábil que elcomediante social; pero ¿quién podría creer que en laescena el actor sea más profundo, más hábil en fingir laalegría, la tristeza, la sensibilidad, la admiración, el odio,la ternura, que un viejo cortesano?Mas empieza a hacerse tarde. Vámonos a cenar

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La paradoja del comediante

ÍNDICE

Nota preliminar .............................................................. 7

La paradoja del comediante......................................... 13

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La paradoja del comediante

Esta obra se imprimióen el mes de noviembre de 2001 en los talleres de laEditora de Gobierno del Estado de Veracruz-Llave,

Clavijero número 44, C.P. 91000.Xalapa, Ver. México.

El tiraje consta de 1000 ejemplares.

Traducción de Ricardo Baeza

Colección dirigida porRafael Antúnez