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La Normatividad en la Epistemología Naturalizada de W. V. O. Quine Iván Camilo Verano Velásquez Director: Andrés Páez Peñuela Departamento de Filosofía Universidad de Los Andes Bogotá 2008 1

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La Normatividad en la Epistemología Naturalizada de W. V. O. Quine

Iván Camilo Verano Velásquez

Director: Andrés Páez Peñuela

Departamento de Filosofía

Universidad de Los Andes

Bogotá 2008

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Índice Introducción, 1 1. Fundacionalismo y Reduccionismo: la Epistemología Tradicional, 3

1.1. Los Fundamentos del Conocimiento, 3 1.1.1. Conocimiento como Creencia Verdadera Justificada, 4 1.1.2. Argumento de la Regresión y el Escepticismo, 5 1.1.3. Justificación, Normatividad y Obtención de Creencias, 7

1.2. El Reduccionismo, 9 1.2.1. Lenguaje y Ontología, 9 1.2.2. Ontología y Epistemología, 10 1.2.3. Definición y Derivación, 10

1.3. El Programa Logicista y la Fundamentación de la Matemática, 12 1.3.1. Definición, 13 1.3.2. Axiomatización, 14 1.3.3. Reglas de Inferencia y Prueba, 15 1.3.4. Desiderata, y el programa de Hilbert, 16

1.4. El Programa Fisicalista y la Fundamentación de la Ciencia Natural, 18 1.4.1. Verificación y Significatividad, 18 1.4.2. Sense-Data y Proposiciones Protocolares, 19 1.4.3. Fundamentación mediante Definición: el Aufbau de R. Carnap, 20

1.5. Conclusiones del Capítulo, 22 2. Hacia la Naturalización de la Epistemología, 23

2.1. Límites de la Epistemología Tradicional, 23 2.1.1. Russell y Gödel: Reduccionismo y Conocimiento Matemático, 23 2.1.2. Inducción y Justificación: Fundamentación del Conocimiento Natural, 26

2.2. La Naturalización de la Epistemología, 28 2.2.1. Naturalismo vs. Reconstrucción Racional, 29 2.2.2. Normatividad, Holismo, Analiticidad, Sentencias Observacionales, 31

2.3. Conclusiones del Capítulo, 38 3. Normatividad y Naturalización de la Epistemología, 40

3.1. Naturalización de la Epistemología como Eliminación de la Epistemología, 40 3.1.1. Epistemología como Investigación Normativa, 40 3.1.2. Fundacionalismo y Naturalismo, 42 3.1.3. ¿Es posible una Epistemología no Normativa?, 43 3.1.4. Creencia como Concepto Normativo, 45

3.2. Justificación y Descubrimiento, 47 3.3. Naturalización de la Razón: Suicidio Mental, 48 3.4. Evaluación de la Epistemología Naturalizada de Quine, 51 3.5. Conclusiones del Capítulo, 55

Conclusiones, 56

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INTRODUCCIÓN La epistemología, usualmente, se entiende como la investigación acerca de un conjunto relacionado de problemas tales como: ¿qué se debe entender por “conocimiento”? ¿Qué criterios deben cumplirse para que algo cuente como conocimiento? Bajo esos criterios, ¿qué podemos decir que de hecho conozcamos? ¿Cómo llegamos a conocerlo? La epistemología tradicional, tanto de corte racionalista como empirista, se ocupa de estas preguntas a la luz de los retos escépticos hechos a lo largo de la historia de la filosofía. Estos desafíos escépticos ponían en duda la posibilidad misma del conocimiento apelando a ilusiones de los sentidos o argumentos metafísicos como el genio maligno de Descartes. A la epistemología, en tanto intenta responder dichos retos escépticos, no le es permitido utilizar lo que comúnmente ha sido tomado por conocimiento (siendo el ejemplo paradigmático la ciencia natural) hasta que primero demuestre que, en efecto, es conocimiento legítimo. En otras palabras, la epistemología debe probar que el conocimiento natural es posible, por lo que no puede recurrir a resultados o métodos de la ciencia natural hasta que primero los valide o justifique como conocimiento legítimo libre de duda. Responder al escepticismo, dada esta perspectiva, requiere entonces apelar a una investigación supracientífica, i.e. a un tipo de conocimiento no científico que, sin embargo, logre dar una base firme al conocimiento científico. En efecto, si se apelara a los resultados de la ciencia natural, caeríamos en una petición de principio en tanto son esos resultados los que el escéptico pone en duda. La amenaza de caer en un circulo lógico irremediablemente obliga al epistemólogo a embarcarse en investigaciones de carácter a priori, “reconstrucciones racionales” y “filosofías primeras” que estipulen qué debe entenderse por “conocimiento”, qué debe tomarse por conocimiento, qué está permitido tomar por conocimiento, etc. El concepto de normatividad hace referencia a estas estipulaciones imperativas. Por lo tanto, la investigación epistemológica tradicional puede entenderse como un proyecto esencialmente normativo que estipula qué debe y qué no debe tomarse por conocimiento a la luz de unos criterios obtenidos de manera acientífica. Hay también un cierto componente descriptivo, no normativo, de interés para el epistemólogo tradicional, a saber: ver cómo es que, de hecho, el individuo conoce (se forma ideas, teorías, etc.). Sin embargo, este componente es de carácter más bien secundario, y sólo cobra interés una vez las preocupaciones normativas han sido resueltas satisfactoriamente. Con la publicación en 1969 del artículo “Epistemología Naturalizada”, W. V. O. Quine (1908–2000) agita la escena filosófica del momento; su propuesta de naturalizar la epistemología (i.e. estudiar el conocimiento humano como un fenómeno natural más) parece incurrir en la petición de principio ya mencionada, pues permite a la epistemología emplear libremente los recursos y resultados de la ciencia natural. Al tomar el conocimiento humano como fenómeno natural al mismo nivel que los choques entre partículas, las mareas y los elefantes, Quine aboga por una explicación científica del proceso de cognición tal y como se da de hecho en la naturaleza. Una característica importante de este tipo de explicaciones es que se basan en la descripción y predicción, dejando de lado cualquier

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consideración normativa; el científico natural se preocupa por descubrir cómo es que la naturaleza es, no como debería ser. La chocante propuesta de Quine se basa en lo que era ya viejas noticias para los epistemólogos de la época, a saber, el fracaso de las reconstrucciones racionales y filosofías primeras en su proyecto de dar cuenta del conocimiento científico. Varios críticos de Quine han señalado que el precio que éste debe pagar para naturalizar la epistemología es la normatividad; otros tantos han concluido que no es posible llevar a cabo una investigación epistemológica sin normatividad. Juntando estas consideraciones, el resultado parece ser claro: la “epistemología naturalizada” de Quine no sería en realidad epistemología. El proyecto de esta monografía es investigar en detalle las implicaciones de la teoría de Quine. Varias preguntas serán examinadas: ¿elimina la epistemología naturalizada la normatividad? De hacerlo, ¿puede tomarse como empresa epistemológica legítima? ¿No es posible acaso plantear una normatividad en términos naturalistas? La monografía está estructurada de la siguiente manera: en el primer capítulo haré un recuento de la epistemología tradicional, sus supuestos, sus modos de proceder y los programas que busca llevar a cabo. El segundo capítulo se ocupa de examinar las razones por las cuales esta epistemología tradicional fracasó, para en seguida proponer el programa naturalista de Quine en epistemología, junto con las tesis filosóficas que lo sustentan. En el tercer capítulo presentaré las objeciones clásicas a la epistemología naturalizada de Quine en torno a la normatividad; así mismo, evaluaré el impacto de dichas objeciones al programa quineano y esbozaré una defensa del mismo. Finalmente, extraeremos las conclusiones de la discusión, que naturalmente versarán sobre la plausibilidad del programa de Quine desde el punto de vista epistemológico.

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1. Fundacionalismo y Reduccionismo: la Epistemología Tradicional

En este capítulo expondré brevemente dos características propias de la epistemología tradicional, íntimamente conectadas: el fundacionalismo y el reduccionismo. Presentaré además dos programas insignes del positivismo lógico, ambos de corte fundacionalista y reduccionista, no sólo como ejemplos de esas dos aproximaciones tradicionales sino además como los programas epistemológicos contra los que Quine dirige sus ataques y frente a los cuales reivindica una aproximación naturalista en epistemología. La razón para esta exposición no es solamente histórica; algunas objeciones importantes a la aproximación naturalista de Quine, que veremos en el capítulo 3, se basan en características clave de la epistemología tradicional. Por esta razón es importante tener en mente las ideas centrales implícitas en la forma tradicional de hacer epistemología. Ocupémonos primero del fundacionalismo. 1.1 Los Fundamentos del Conocimiento

El fundacionalismo, como tesis sobre la naturaleza del conocimiento y la justificación, ha gozado de amplia aceptación por parte de los epistemólogos durante varios siglos, si bien hoy en día es blanco de innumerables ataques. Su exponente más reconocido es Descartes (1641/1969), influenciando en adelante la aproximación de los filósofos modernos al problema del conocimiento (cf. Locke, Hume, Leibniz, entre otros). En efecto, no sería incorrecto afirmar que el método propugnado por Descartes, tanto en las Meditaciones como en el Discurso del Método, constituye un programa fundacionalista en su forma más explícita. Inicialmente, elaboraremos un esbozo sobre las tesis centrales del fundacionalismo, limitándonos a su versión más radical e ignorando las vertientes más liberales por razones de espacio. La tesis central del fundacionalismo consiste en la postulación de la existencia de ciertas creencias, epistémicamente justificadas, que no reciben dicha justificación de otras creencias mediante algún tipo de inferencia válida sino de alguna otra fuente. Esas “creencias básicas” constituirían el fundamento o lecho del conocimiento, desde donde éste parte, entendiendo “conocimiento” como “creencia justificada verdadera” o “sistema de creencias justificadas verdaderas”, siguiendo la línea más aceptada hoy en día. Así las cosas, tenemos que dentro del corpus de nuestro conocimiento habría dos tipos de creencias: un primer tipo estaría conformado por creencias verdaderas que reciben su justificación de otras creencias verdaderas ya justificadas, a través de una inferencia. Un ejemplo de este tipo de creencia es el siguiente: C1: Todos los cuervos son negros C2: Ningún flamenco es negro --------------------------------------- C3: Ningún cuervo es flamenco Suponiendo que una persona A crea justificadamente tanto C1 como C2, la deducción de C3 a partir de aquellas consiste justificación suficiente para sostener dicha creencia. El

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segundo tipo de creencias que forman parte del conocimiento (las llamadas “creencias básicas”) serían aquellas que i) son verdaderas y justificadas, si bien su justificación no proviene de una inferencia a partir de otras creencias, y ii) están a la base de toda inferencia mediante la cual se justifique una creencia del primer tipo. Un ejemplo para ilustrar lo que algunos filósofos han considerado como creencias básicas es el famoso cogito cartesiano, el cual se tenía por necesariamente verdadero, autoevidente, infalible, claro y distinto, sin depender en ninguna otra creencia para su justificación1. El proyecto de Descartes, de socavar los cimientos sobre los cuales estaba fundamentado todo cuanto creía saber (mediante la duda metódica), para así construir desde bases más sólidas y firmes el edificio del conocimiento, parece estar dirigido a hallar esas “creencias básicas” que no reciben su justificación de las demás, pero que a la vez son la base sobre las que aquellas se cimentan y justifican. Programas fundacionalistas tardíos adoptan la metáfora cartesiana de los cimientos del “edificio del conocimiento”, dejando de lado otros aspectos de la metodología cartesiana, como la duda metódica. Dichos programas acometen la labor de hallar los fundamentos del conocimiento humano asumiendo, como Kant, que el conocimiento científico del momento es posible. Si el fundacionalismo llegase a fracasar, habría razones suficientes para poner en duda este supuesto. A continuación daremos unas cuantas aclaraciones preliminares antes de continuar con el examen de la propuesta fundacionalista. 1.1.1 Conocimiento como Creencia Verdadera Justificada Aclaremos ciertos elementos de la definición del conocimiento como creencia verdadera justificada, definición hoy en día adoptada comúnmente tanto por los epistemólogos fundacionalistas como por aquellos que no lo son. Así, si suponemos que un sujeto s sabe que cierta proposición p es verdadera2, s debe entonces creer que ella es verdadera. Si s supiera que p, pero no creyera que p, habría una contradicción en el valor de verdad que s le atribuye a p (independientemente del valor de verdad que de hecho tendría p), puesto que sostendría al mismo tiempo que p es verdad y que no lo es3. Por lo tanto, para saber que p, es menester creer que p. Así mismo, p debe ser, de hecho, verdadera (independientemente del valor de verdad que le atribuya s), puesto que si fuese el caso contrario, s estaría simplemente incurriendo en un error y no podríamos decir que sabe p4. Pero hace falta añadir a la dupla de creencia y verdad la justificación; pues “todo caso de conocimiento es un caso de creencia verdadera, pero no a la inversa” (Russell, 1948/1992: 166).

1 Hay sin embargo varias objeciones que han sido presentadas al cogito como creencia básica. Por ejemplo, se sostiene que el cogito es inferido de la creencia de que si algo piensa, entonces algo necesariamente existe, lo cual haría depender el je pense, donc je suis cartesiano de un principio más general. 2 Este análisis se centra en el conocimiento proposicional, o conocimiento de proposiciones. Dispensaremos entonces hablar de conocimiento de cualquier otro carácter, suponiendo que lo haya. 3 Se asume que no creer en p es equipolente a afirmar “p no es verdadera para mí” o “no tengo razones para sostener que p sea verdadera”. 4 En la lógica epistémica, que es el análisis formal de las actitudes proposicionales “creer” y “saber”, estos principios son tomados como suposiciones obvias del comportamiento epistémico (véase Hendricks & Symons, 2006)

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Poseer una creencia verdadera no es condición suficiente para tener conocimiento. Un famoso ejemplo para ilustrar este punto es aquel de un hombre que observa un reloj dañado (aunque él no lo sabe) que, por coincidencia, dice la hora que actualmente es. Dicho hombre adquiere una creencia verdadera sobre la hora el día, si bien no podría decirse que lo sabe (Russell, 1948/1992: 166). Si presentase el reloj como prueba de su supuesto conocimiento, basta con enseñarle que está descompuesto para descubrir su ignorancia. La justificación debe entonces formar parte de las condiciones para conocer; incluso puede que sea la noción eminentemente epistémica de la tripleta que hemos considerado, ya que la noción de creencia es de carácter psicológico y la noción de verdad es de carácter metafísico y semántico (Kim, 1988/2003: 383). Quien se precie de conocer que p, debe estar en posición de argumentar, justificar su creencia en p. Esta definición de “conocimiento” como creencia verdadera justificada, si bien intuitivamente plausible, ha sido probada como insuficiente mediante una serie de contraejemplos (casos Gettier) en los que un sujeto s posee una creencia verdadera y justificada p, pero no sabe que p (Gettier, 1963/2003: 58). Nos limitaremos entonces de ahora en adelante a mantener la tripleta creencia-verdad-justificación como condición necesaria, pero no suficiente, del conocimiento, siguiendo en esto a Bonjour (1978/2003: 262). 1.1.2 El Argumento de la Regresión y el Escepticismo Ahora veamos las razones por las cuales el fundacionalismo fue casi que dogmáticamente aceptado como el camino que la epistemología debía tomar, pues ellas son tan poderosas que negar el fundacionalismo, o considerarlo una causa perdida, parecería rendirse ante el escepticismo. El Argumento de la Regresión ha sido el ímpetu detrás de la mayoría de los proyectos fundacionalistas. A continuación lo presentaré sucintamente. En el proceso de justificación de las creencias, donde se establece si cierta creencia Q forma o no parte del conocimiento, es menester que haya, en principio, una inferencia posible desde otra creencia P que justifique a Q5. Simbolizando la relación de justificación entre creencias, tenemos que

P → Q Sin embargo, es necesario que a su vez P sea justificada por otra creencia W. Así, tenemos que

W → P → Q 5 Esto nos remite al debate entre el internalismo y el externalismo dentro del fundacionalismo. El internalismo postula como necesario para que un agente cognoscente A esté justificado en creer Q aduciendo a P como razón que dicho agente cognoscente posea efectivamente la inferencia que va de P a Q, habiendo así una relación interna entre el sujeto y la creencia justificada. Los externalistas no requieren que el agente posea de hecho dicha inferencia, sino solamente requieren la posibilidad lógica de dicha inferencia para que A esté justificado en creer Q, habiendo más bien una relación cuasinomológica entre la creencia Q y el estado de cosas que hacen Q verdadera. Dejaremos de lado este debate de ahora en adelante.

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Pero para que W justifique a P, debe haber otra creencia Z que a su vez justifique a W, y luego una creencia Y que justifique a Z, así ad infinitum. Si la cadena de justificación se remontara hasta el infinito, no podría nunca justificarse ninguna creencia, pues el proceso tomaría un tiempo infinito. Si no se pudiera nunca justificar ninguna creencia, perderíamos cualquier posibilidad de tener conocimiento, admitiendo entonces la derrota ante el escéptico. La situación se agrava aún más si añadimos al proceso de justificación no sólo que el agente cognoscente A deba poseer una creencia P que justifique a Q, y que además sea posible una inferencia de P a Q, sino que también deba creer que la inferencia de P a Q es válida y confiable para establecer la “justificabilidad” de Q. En Principia Mathematica, Russell & Whitehead explican el concepto de “inferencia” de la siguiente manera:

El proceso de la inferencia es como sigue: una proposición “p” es enunciada, y una proposición “p implica q” es enunciada y como secuela la proposición “q” es enunciada. La confianza en la inferencia es la creencia que si las dos primeras enunciaciones no están equivocadas, la enunciación final no está equivocada (Whitehead & Russell, 1910/1999: 9)6

Si llamamos K a dicha creencia en la confianza de la inferencia entre P y Q, tenemos que:

K ↓

…→ Z → W → P → Q El mismo razonamiento ya aplicado a Q tiene como consecuencia un crecimiento infinito de la cadena de inferencias de K. La cadena crece exponencialmente si a su vez reconocemos que la inferencia de W a P requiere de una creencia similar a K, si no su reiteración, para su validez, al igual que la inferencia de Z a W, ad infinitum. Frente a este panorama tan desolador, hay cuatro posibilidades respecto a la cadena de inferencias:

1) La cadena se remonta infinitamente, añadiéndose más creencias a ser justificadas. 2) La cadena termina en creencias que carecen ellas mismas de justificación. 3) La cadena vuelve en sí misma, creando un círculo. 4) La cadena termina en creencias con justificación no-inferencial.

Aceptar la primera opción como una posibilidad real parece ser filosóficamente disparatado, puesto que requeriría no sólo que tuviésemos un número infinito de creencias en nuestras cabezas, sino que además dispusiéramos de tiempo infinito para elaborar la cadena de inferencias. Aceptar la segunda posición equivaldría a renunciar a la justificación, y junto con ella al conocimiento entendido como creencia verdadera justificada, reemplazándolo por una especie de dogmatismo infundado. Aceptar la tercera opción parece arrojarnos en un círculo vicioso en el cual eventualmente se requeriría, para

6 Bastardillas y traducción son mías. De ahora en adelante, todas las traducciones de citas de textos en inglés (ver Bibliografía) serán mías.

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justificar a Q, de Q misma7. En efecto, si P justifica a Q, R justifica a P y Q justifica a R (formándose así la cadena), tendríamos que para justificar a Q necesitaríamos a P; para justificar a P, necesitaríamos a R; y justificar a R requiere de Q. Por esta razón, la justificación de Q requeriría, eventualmente, a Q misma. No queda otra salida más que aceptar la cuarta opción, que precisamente postula la existencia de creencias básicas a la base de la cadena de inferencias, cuya justificación no depende de otras creencias, sino de algo más: el fundacionalismo en su aspecto más puro. Este Argumento de la Regresión postula entonces al fundacionalismo como la única opción epistemológicamente viable para responder al reto escéptico, siendo su principal meta mostrar en qué consisten dichas creencias básicas, cuáles son y de dónde proviene su justificación. 1.1.3 Justificación, Normatividad y Obtención de creencias Es importante resaltar cuatro aspectos clave comúnmente asociados con el camino fundacionalista en epistemología. En primer lugar, hay claramente un tinte normativo respecto al papel que juegan las creencias básicas en relación con las demás creencias. En efecto, si en el proceso de justificación de una creencia no-básica Q no se llega en último término a alguna de las creencias básicas remontándose en el encadenamiento de inferencias válidas, el resultado sería que Q no formaría parte del conocimiento. Esto es decir que el encadenamiento de las premisas que soportan una creencia Q se remonta necesariamente hasta las creencias básicas. La siguiente es una prueba de esta afirmación. Supongamos que tenemos un conjunto que contiene todas y cada una de las creencias básicas, sean las que sean. Supongamos que buscamos justificar una creencia Q mediante un argumento. Supóngase que las premisas de dicho argumento se remontan hasta cierta creencia justificada verdadera P, sin posibilidad de remontarse hasta alguna premisa anterior a P. Ahora bien, se debe cumplir que P sea alguna de las creencias básicas, ya que en el caso contrario, dado que no hay ninguna premisa anterior a P a la cual remontarse y dado que P es justificada y verdadera (ex hypothesis), P sería por definición una creencia básica y se cumpliría que P es y no es una creencia básica, lo cual es una contradicción y no es posible. Por lo tanto, P debe ser una creencia básica. En el caso en que es Q una creencia básica, por definición resulta que no recibe su justificación mediante una inferencia a partir de un argumento. Por lo tanto, toda inferencia i) es de una creencia no-básica y ii) se remonta necesariamente hasta las creencias básicas. Es más: el concepto mismo de justificación es un concepto normativo que busca dar cuenta de las razones (en nuestro caso, otras creencias justificadas) que podría haber para sostener que una creencia Q es verdadera (Kim, 1988/2003: 383). La normatividad entraría en la clasificación entre buenas y malas razones para sostener una creencia como verdadera. Si se pasa por alto este test normativo, que aquí se remite a las creencias básicas como garante

7 Es de extrema importancia tener en mente esta objeción a la tercera opción, pues eventualmente Quine optará por seguirla dado el fracaso de la última opción viable disponible, el fundacionalismo. Adoptar esta tercera opción es lo que en epistemología se conoce como coherentismo, y sobre el cual profundizaremos en el segundo capítulo.

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epistémico de una justificación inferencial, estaríamos incurriendo en lo que Laurence Bonjour llama “irresponsabilidad epistémica”, o el abandono de la empresa misma de diferenciar conocimiento y especulación, verdad y falsedad (Bonjour, 1978/2003: 265). En el tercer capítulo profundizaremos en los aspectos de esta normatividad. En segundo lugar, si bien es lógicamente necesario que la inferencia de una creencia no-básica Q se remonte hasta las creencias básicas, esto no es equivalente a decir que entonces necesariamente Q haya sido obtenida o formada por dicha inferencia (Bonjour, 1978/2003: 262). Asumiendo la distinción popperiana entre el contexto de justificación y el contexto de descubrimiento, bien podría ser el caso que una creencia Q sea formada u obtenida mediante mecanismos no-inferenciales, como por ejemplo la imaginación, experiencia empírica, libre asociación de ideas, ilusión e inclusive la autoridad. De dónde provenga dicha creencia Q no modifica el que pueda ser o no justificada mediante una inferencia válida o aceptable a partir de creencias ya aceptadas. Esta idea hace eco de la separación propugnada por Frege y Wittgenstein entre el dominio de lo lógico y lo psicológico. Mientras que la obtención o formación de creencias es un asunto psicológico, su justificación hace parte del ámbito lógico y epistemológico. En tercer lugar, hay que notar otro aspecto de la relación en la que se mantienen las creencias básicas con el resto de las creencias que conforman el corpus del conocimiento. Cualquier inferencia válida que parta solamente de las creencias básicas y llegue a una creencia no-básica Q justificará, de manera suficiente, a Q. Si esta inferencia requiere para su validez añadir más creencias verdaderas justificadas, entonces las creencias básicas no serán condición suficiente para justificar a Q. Si no es posible inferir válidamente a Q del conjunto de las creencias básicas (esté o no enriquecido por creencias verdaderas justificadas auxiliares), entonces Q no puede formar parte del conocimiento. Por lo tanto, las creencias básicas serían suficentes para la justificación de una creencia Q si y sólo si ésta es la conclusión de una inferencia válida desde dichas creencias básicas. Por lo tanto, las creencias básicas son siempre necesarias para la justificación de una creencia no-básica verdadera, si bien no siempre son suficientes8. Por último, es importante entender la analogía bajo la cual es entendido el conocimiento y la justificación. El primero es visto como un edificio, soportado por unas pocas bases que han de ser sólidas si el edificio ha de sostenerse y no colapsar. La segunda es vista como el cemento que une las diferentes partes del edificio, uniendo cada ladrillo desde la base hasta la cima. Esta visión debe ser tenida en mente cada vez que, de ahora en adelante, nos refiramos al programa fundacionalista. A continuación examinaremos un modo de proceder común, si bien no generalizado, de los epistemólogos tradicionales.

8 Puesto que pueden haber casos que requerirían premisas adicionales a las creencias básicas para que la inferencia sea válida. Aunque es cierto que dichas premisas recibirían su justificación, en últimas, de las creencias básicas, no se sigue que entonces las primeras puedan ser reemplazadas por las segundas, ya que la validez lógica de la inferencia podría estar siendo comprometida.

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1.2 El Reduccionismo El reduccionismo puede entenderse, a grandes rasgos, como un modo de proceder según el cual un determinado grupo o dominio de objetos (entidades, teorías, lenguajes, etc.) es reductible, asimilable o eliminable por o a algún otro grupo o dominio. Un ejemplo insigne, para aclarar el término, es la reducción de los números naturales a conjuntos, lo cual nos permite eliminar los números para limitarnos a los conjuntos. El modo de proceder reduccionista trae ventajas tanto en claridad como en economía ontológica; así, en el ejemplo que acabamos de dar, el filósofo puede comprometerse simplemente con la existencia de los conjuntos, sin tener que así mismo postular la existencia independiente de los números naturales, clarificando así mismo teoremas o leyes de la teoría de números en el lenguaje más rico de la teoría de conjuntos. Reducir un dominio a otro no obedece siempre a consideraciones filosóficas. Una reducción puede obedecer a propósitos más semánticos o explicativos. Por ejemplo, sería en principio posible reducir cualquier lenguaje natural a uno en particular, el inglés. Esto no necesariamente revela una cualidad o propiedad lingüística intrínseca al inglés, puesto que se hubiera podido llevar a cabo la reducción al español o al francés. La elección de a qué dominio reducimos, en nuestro ejemplo, puede que busque simplemente obtener mayor claridad (si estuviésemos organizando un congreso internacional de filosofía, ayudaría al mayor entendimiento mutuo establecer un idioma estándar en el cual las ponencias fuesen presentadas y las discusiones elaboradas). 1.2.1 Lenguaje y Ontología Hay, sin embargo, programas reduccionistas en filosofía que buscan reducir un dominio a otro con dos propósitos en mente: (1) eliminar un dominio a favor del otro y (2) descubrir la relación epistemológica entre ambos dominios. Los filósofos deflacionistas (utilizando la famosa distinción de Isaiah Berlin) suelen gustar mucho de las reducciones que logren satisfacer a cabalidad el primero de estos propósitos. La razón reside en el menor tamaño de la ontología con la que nos vemos comprometidos al elaborar juicios (especialmente en ciencia): acatar el dictum de Ockham9 es filosóficamente más deseable al mejorar notablemente la claridad y simplicidad de nuestras aserciones. Esta reducción ontológica suele llevarse a cabo mediante la reducción de un vocabulario a otro. Así, por ejemplo, si traducimos todos los enunciados sobre “estados mentales” a enunciados que solamente versan sobre la conducta o los estados físicos, habremos reducido de manera satisfactoria el vocabulario mentalista al vocabulario conductista o fisicalista, librándonos de tener que postular la existencia de misteriosos entes llamados “estados mentales” para elaborar una teoría adecuada de la mente. 9 Puede enunciarse sencillamente utilizando el siguiente slogan: “No multiplicar las entidades sin necesidad”. Otra versión, debida a Russell, reza: “Siempre que sea posible, substituya construcciones a partir de entidades conocidas en lugar de inferencias hacia entidades desconocidas” (1959: 34). Así, si para explicar un fenómeno cualquiera podemos hacerlo con la ontología que actualmente aceptamos, no hace falta postular nuevos entes que inflen nuestra ontología para dar cuenta de dicho fenómeno. Los filósofos se clasifican inflacionistas o deflacionistas según acaten o no la “navaja” de Ockham.

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Esta reducción de un lenguaje a otro trae consecuencias ontológicas debido a la estructura lógica de dichos vocabularios, visible en la paráfrasis de los enunciados de dicho lenguaje a fórmulas de la lógica de primer orden. Así, “Hay al menos dos estados mentales distintos con la propiedad P” se compromete con la existencia de los estados mentales al cuantificar sobre ellos10. Si logramos eliminar el dominio de los estados mentales mediante una reducción al dominio de los estados físicos, dominio que de todas formas aceptábamos ya de antemano en nuestra ontología, nos comprometeríamos con la existencia de entidades menos problemáticas que las mentales. Este ejemplo nos permite elaborar en el segundo propósito arriba mencionado, a saber, revelar la relación epistemológica entre dos dominios. 1.2.2 Ontología y Epistemología Supongamos que la reducción elaborada en el ejemplo anterior es de hecho exitosa. De ser así, no solamente habremos reducido un vocabulario mentalista a uno fisicalista, sino que además habremos logrado otorgar una mayor plausibilidad o certeza a nuestra teoría de la mente. En efecto, al lograr deshacernos de las oscuras y misteriosas entidades llamadas “estados mentales”, mediante las cuáles dábamos cuenta de los fenómenos mentales, para reemplazarlas por entidades de mayor fiabilidad y certeza, como lo son los eventos físicos11, hemos “decantando” la teoría de la mente, fortaleciéndola, aumentando la probabilidad de que sea verdadera y asegurándole un mayor status epistemológico. Esta reducción con fines epistemológicos suele estar guiada implícitamente por ciertos desiderata de la filosofía de la ciencia, algunos de los cuales hemos mencionado, como lo son la simplicidad, claridad, poder de predicción, poder de explicación, verificabilidad y refutabilidad. Así, la teoría de la mente formulada en el vocabulario mentalista pierde claridad dado el dudoso status ontológico de los “estados mentales”; es menos propensa a ser verificable dado el carácter no observable de esos estados mentales y pierde simplicidad al postular nuevos entes para explicar los fenómenos mentales. El status epistemológico de la teoría formulada en el vocabulario mentalista es entonces, de acuerdo a estos desiderata, inferior a la teoría fisicalista que ha asimilado el vocabulario mentalista mediante una reducción. Consideraciones ontológicas tienen entonces consecuencias epistemológicas. 1.2.3 Definición y Derivación Ya para finalizar la caracterización del reduccionismo, expondremos brevemente la doble tarea del reduccionista; relacionaremos luego el modo de proceder reduccionista con la pregunta clave del fundacionalismo radical que mencionamos hacia el final de 1.1.3, a saber, ¿cuáles son esas creencias básicas? 10 La noción de existencia detrás de esta consideración se la debemos a Quine, quien considera que “ser es ser el valor de una variable ligada” (Quine, 1953/1980b) 11 Aunque el éxito o fracaso de este programa reduccionista es materia de discusión, basta para nuestros propósitos de ejemplificación el suponer que es realizable. Un argumento en pro de la mayor claridad y certeza de la existencia de los estados físicos es, por ejemplo, el hecho de que son eventos públicos, observables por todos e independientes de nuestro actuar.

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Retomando el ejemplo de las dos secciones anteriores, supongamos que queremos reducir la teoría mentalista a la teoría fisicalista. Hemos de acometer dos tareas para poder llevar a cabo dicha reducción. Primero, hemos de redefinir los conceptos del vocabulario mentalista en conceptos fisicalistas. Normalmente, esta tarea se realiza mostrando cómo los enunciados donde aparece un concepto mentalista α son traducibles a enunciados fisicalistas donde no aparece dicho concepto, manteniendo la verdad (no deben ser traducciones falsas, erróneas o inconsistentes). En segundo lugar, hemos de probar todos los enunciados de la teoría mentalista en la teoría fisicalista, a partir de los conceptos recién redefinidos, de manera tal que estos nuevos enunciados fisicalistas expliquen o cubran aquello que los enunciados mentalistas buscaban explicar, usando los respectivos conceptos redefinidos en el vocabulario fisicalista. Si se logra asimilar el vocabulario y los enunciados de la teoría, la reducción habrá sido un éxito contundente. Dentro de los programas fundacionalistas ha habido intentos por reducir cualquier enunciado sobre objetos de tamaño medio, números o cantidades, a enunciados sobre “componentes fundamentales”, enunciados que conformarían las “creencias básicas”. Esta reducción permite reivindicar al dominio de la ciencia natural un status epistemológico puesto en duda por el escepticismo al revelar la conexión “epistemológicamente relevante” con otro dominio. Así, por ejemplo, los empiristas clásicos postularon las impresiones provenientes de la experiencia como lo inmediatamente dado cuya existencia no era puesta en duda, fuente de todo conocimiento, para a partir de enunciados sobre esas impresiones reconstruir enunciados sobre agregados de éstas mismas (p. ej. los objetos de tamaño medio), confiriéndoles a dichos agregados una mejor situación epistemológica. Estos empiristas tempranos definían los cuerpos y fenómenos como agregados de sensaciones dadas perfectamente distinguibles (Locke, 1690/2002: Libro II, II, §1: 97), las cuales constituían el material del conocimiento; admitían también, como otra fuente de posible conocimiento, la percepción de las operaciones interiores de la mente, dando como resultado las ideas de reflexión (Locke, 1690/2002: Libro II, I, §4: 84) (esta opción permitía dar cuenta del conocimiento matemático). Cualquier enunciado que expresase alguna idea, para mantener el vocabulario de la época, era entonces analizable o reductible a impresiones sensibles o relaciones de ideas dentro de la mente. De no ser así, dicho enunciado carecería de significado y no formaría parte del conocimiento, en tanto no posee ninguna idea que haya provenido de alguna de las dos fuentes posibles de conocimiento: la experiencia y la reflexión. En la Investigación sobre el conocimiento humano, David Hume resume este espíritu empirista temprano en el célebre párrafo final:

Si procediéramos a revisar las bibliotecas convencidos de estos principios [acerca de la reducción de todo razonamiento a cuestiones de hecho o relaciones de ideas], ¡qué estragos no haríamos! Si cogemos cualquier volumen de Teología o metafísica escolástica, por ejemplo, preguntemos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto sobre la cantidad y el número? No. ¿Contiene algún razonamiento experiencial acerca de cuestiones de hecho o existencia? No. Tírese entonces a las llamas, pues no puede contener más que sofistiquería e ilusión. (Hume, 1996: 192)

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A continuación veremos dos programas fundacionalistas y reduccionistas que no sólo ejemplifican varias de las ideas hasta ahora expuestas, sino que además representan la forma de proceder tradicional en epistemología contra la que Quine reivindica su aproximación naturalista. Dichos programas son, en primer lugar, el logicismo y, en segundo lugar, el fisicalismo. 1.3 El Programa Logicista y la Fundamentación de la Matemática El desarrollo de la lógica moderna, debido en gran parte a G. Frege (1848-1925), constituyó un punto de quiebre importante para gran parte de las discusiones en epistemología, ontología y filosofía del lenguaje, entre otras. El gran poder de expresión de este lenguaje formal permite representar características de los enunciados que la vieja e inflexible lógica aristotélica ignoraba o era incapaz de representar, como por ejemplo el análisis de los predicados, las relaciones no inclusivas y la lógica de la cuantificación y la identidad. Originalmente, este lenguaje formal (i.e. carente de contenido o significación) fue diseñado por Frege para formar un cálculo o modelo del razonamiento deductivo, ejemplificado en los Elementos de Euclides, persiguiendo así una versión de la idea de Leibniz sobre una characteristica universal mediante la cual la verdad o falsedad de un enunciado pudiese determinarse deductivamente de manera mecánica, mediante un simbolismo y el uso de ciertos principios o axiomas. Este cálculo, a su vez, fue diseñado para mostrar cómo gran parte de la aritmética podía ser reducida a la lógica. Ésta es, precisamente, la tesis logicista. Si tenemos en cuenta que la mayoría de la matemática está basada en características propias de los números naturales, reducir la teoría de números a un sistema de lógica sería gran evidencia a favor de la reductibilidad de las matemáticas a la lógica. La reducción de la teoría de los números naturales a la nueva lógica constituye entonces el paso más importante, si no el único, del programa logicista. ¿Qué importancia tendría para el epistemólogo esta reducción? En primer lugar, mostraría cómo varios conceptos de la matemática pura (“número”, “función”, etc.), tradicionalmente tomados como “irreductibles”, pueden definirse como conceptos puramente lógicos, más claros y evidentes12. En segundo lugar, mostraría cómo los teoremas e inferencias matemáticas son reductibles a un cálculo deductivo con reglas de inferencia claras y ciertos axiomas lógicos estipulados de certeza clara, de forma que todo teorema o verdad de la matemática sería consecuencia de un axioma o teorema lógico gracias una regla de inferencia deductiva estipulada, y de nada más. El logicismo puede entonces ser caracterizado como

(…) la tarea de (i) definir las nociones de la matemática pura –en especial aquellas que son consideradas hoy en día como fundamentales e irreductibles- en términos de la lógica pura; (ii) probar los teoremas de la matemática pura -en especial los que se toman como postulados irreductibles- empezando solamente desde los principios

12 La confusión que reinaba a finales del s. XIX acerca de qué eran los números naturales, si abstracciones a partir de la experiencia empírica, simples símbolos arbitrarios o entidades con existencia definida, pedía a gritos una definición epistemológicamente satisfactoria. Si bien algunos ya habían dado pasos en esta dirección (R. Dedekind y G. Peano, entre otros), no fue sino hasta la publicación en 1884 de la Grundlagen der Arithmetik de Frege que la discusión adquirió una dirección clara.

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básicos de la lógica y aplicando únicamente aquellos métodos de prueba con carácter puramente lógico. (Beth, 1964: 353)

De ser cierta, la tesis logicista otorgaría un fundamento epistemológico bastante fuerte a las matemáticas. Los juicios matemáticos no serían ya sintéticos a priori, como Kant alguna vez pensó, ya que el carácter formal de la nueva lógica excluye cualquier tipo de intuición en la formulación y prueba de los teoremas y axiomas, convirtiendo así los juicios matemáticos en analíticos a priori. Tampoco sería la matemática un asunto de inducción empírica “bastante probable”, como lo postuló J. S. Mill, pues cualquier fórmula de la matemática sería probada de manera deductiva, estableciendo su verdad o falsedad de manera incorregible y definitiva, sin grados de probabilidad. El avance epistemológico consiste entonces en mostrar cómo algo no muy claro ni completamente cierto es reductible a algo claro y cierto. Veremos a continuación algunos de los avances del programa logicista, puesto que dicho programa refleja de manera precisa el modus operandi de los epistemólogos del positivismo lógico. 1.3.1 Definición La primera tarea reduccionista del logicismo, como ya vimos, consiste en la redefinición de los conceptos matemáticos en conceptos puramente lógicos. Antes de los esfuerzos de Frege y Whitehead & Russell, investigaciones en matemáticas habían mostrado, si bien vagamente, que todos los conceptos de la aritmética eran reducibles a propiedades o relaciones de los números naturales (i.e. los números 0,1,2,3,4,…) (Carnap, 1931/1997: 42). Definir el concepto matemático de “número natural” era entonces clave en el desarrollo del programa logicista. Una definición semejante puede hallarse si se reconoce el carácter lógico de los números naturales: son atributos lógicos que pertenecen a conjuntos; no son objetos. Los números naturales pueden verse como la expresión de la cardinalidad de un conjunto (i.e. el tamaño de conjunto, o el número total de sus miembros sin importar su orden). Así, el número cero puede entenderse como expresando la cardinalidad de un conjunto sin miembros, el conjunto nulo o vacío:

0 = Df ∅

El número uno puede entonces entenderse como un conjunto con un miembro. Así, el conjunto que contiene al cero y nada más cumple este requisito. El número dos se define entonces como un conjunto con dos miembros, a saber, el conjunto vacío y aquel que lo contiene. Mediante una reiteración continua, cualquier número podría así definirse:

1 =Df {∅} 2 =Df {∅, {∅}}

3 =Df {∅, {∅},{∅,{∅}}}

Nótese que, en este proceso de definición, el definiens no contiene más que conceptos puramente lógicos, claramente definidos en la sintaxis de la lógica de primer orden. Procesos similares que no veremos aquí pueden aplicarse a la definición de otros conceptos

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matemáticos, como “función”, “relación”, etc. Este proceso de definición, además, es “constructivo” en vez de “creativo”, i.e. definimos un concepto matemático dado mediante una construcción de los conceptos lógicos estipulados, en lugar de definirlo mediante una convención novedosa arbitrariamente estipulada. Una definición radical, ya no de conceptos matemáticos, sino de las matemáticas puras mismas, fue adelantada por B. Russell en sus Principios de las Matemáticas (definición que él mismo reconoció eventualmente como demasiado restrictiva):

La matemática pura es la clase de todas las proposiciones de la forma “p implica q”, donde p y q son proposiciones que contienen una o más variables, la misma en ambas proposiciones, y ni p ni q contienen constantes excepto constantes lógicas. (Russell, 1903/1996: 3)

Esta tarea de redefinir conceptos tuvo eventualmente tropiezos considerables que causaron algunos problemas al programa logicista; sin embargo, no fueron tan problemáticos como otros obstáculos que veremos en el segundo capítulo. 1.3.2 Axiomatización Una vez definida la mayoría de los conceptos fundamentales de la matemática, es menester establecer un conjunto de proposiciones como axiomas, i.e. verdades que no requieren ser probadas. De esta manera, la verdad de cualquier teorema del sistema formal es probada a partir de los axiomas o de otros teoremas ya probados mediante los axiomas (dadas ciertas reglas de inferencia que veremos en la sección siguiente). La axiomática se parece bastante a la tesis fundacionalista que vimos antes: la primera postula la existencia de ciertas verdades que no requieren prueba, mientras que la segunda postula la existencia de ciertas creencias que no requieren otras creencias para su justificación. La primera establece que los teoremas son derivables de los axiomas u otros teoremas ya probados junto con las reglas de inferencia, mientras que la segunda establece que toda creencia no-básica es justificada mediante una inferencia a partir de las creencias básicas o de éstas enriquecidas por otras creencias no-básicas ya justificadas. Esta característica hace del logicismo un tipo de fundacionalismo epistemológico, si bien restringido al ámbito del conocimiento matemático; en efecto, los axiomas del cálculo lógico pueden entenderse como los fundamentos a partir de los cuales el edificio de la matemática es construido y gana certeza y claridad (pues los conceptos y métodos de la lógica son más seguros y ciertos que muchos conceptos matemáticos “irreductibles”)13. Este paralelismo, además, es el que precisamente da cuenta de la similitud entre los modus operandi de los epistemólogos logicistas encargados de fundamentar la matemática y los epistemólogos 13 Sin embargo, el desarrollo posterior de lógicas alternativas, o lógicas no clásicas, reta la idea de que los principios y conceptos de la lógica clásica tengan una “certeza” o “status epistemológico” especial. Esta situación es paralela al desarrollo, a comienzos del s. XIX, de las geometrías no-euclideanas, que minaron el estatuto epistemológico de la geometría euclideana al servir como modelos para teorías físicas más ricas que la newtoniana.

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fundacionalistas encargados de fundamentar el conocimiento en general, que esperamos sea más claro en la sección 1.4. Es bastante importante tener en mente este paralelismo de ahora en adelante, pues será provechoso para la mayoría de las explicaciones por venir. En la selección de los axiomas para el cálculo lógico es pragmáticamente útil seguir un principio guía según el cual el conjunto de los axiomas debe (i) contener únicamente los axiomas estrictamente necesarios para derivar el resto del sistema, y (ii) debe poder derivar los teoremas aritméticos en el vocabulario lógico. Una gran cantidad de axiomas complicaría enormemente las pruebas, y la insuficiencia en la derivación de los teoremas aritméticos chocaría abruptamente con la tesis logicista. Al lector familiarizado con la lógica moderna presentamos, por interés histórico, los axiomas del cálculo de Frege:

• ϕ → (φ → ϕ) (donde ϕ y φ son proposiciones no analizadas) • (∀x)Px → Pa (donde “a” denota un objeto o constante y “P” una propiedad dada) • (∀F)Fa → Pa (donde “F” representa una propiedad variable) • (a=b) → (∀F)(Fa ≡ Fb)

Así como la definición presentó problemas, la escogencia de los axiomas tuvo también importantes problemas, cuyo análisis postergaremos hasta el segundo capítulo. 1.3.3 Reglas de Inferencia y Prueba Una vez en posesión de los conceptos aritméticos redefinidos en conceptos lógicos, junto con un conjunto de axiomas, solamente hace falta estipular las reglas de inferencia válidas para derivar los teoremas a partir de los axiomas. La regla de inferencia con más historia en el desarrollo de la lógica es el modus ponendo ponens, cuya forma es:

Si P, entonces Q P

--------------------- Q

La idea básica de las reglas de inferencia es, entonces, que nos permite inferir una proposición a partir de otra de manera válida salvando la verdad, i.e. imposibilitando el caso en el que la proposición inferida sea falsa si la premisa es verdadera. La prueba de una proposición P consistiría en un encadenamiento, con un número finito de eslabones, entre P y al menos un axioma, estando cada paso justificado por una regla de inferencia. Si hay dicho encadenamiento entre P y los axiomas, se dice que P es probable (puede ser probado) o deducible. Con el conjunto de reglas de inferencia ocurre lo mismo que con el conjunto de axiomas: entre más sencillo sea el conjunto, mejor.

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1.3.4 Desiderata, y el Programa de Hilbert En la conformación de un cálculo axiomático, sea puramente lógico o no, hay tres desiderata que en general debe intentarse seguir para maximizar el estatuto epistemológico del sistema y minimizar el riesgo de caer en trivialidad. Dichos desiderata son:

1) El sistema debe ser consistente: no debe ser posible derivar en el sistema una proposición P y su contradictoria ~P.

2) El sistema debe ser completo: no puede haber ningún teorema P en el sistema tal que no pueda ser probado dentro del sistema.

3) Los axiomas deben ser independientes: no debe poderse derivar un axioma a partir de otro mediante las reglas de inferencia estipuladas14.

Si un sistema axiomático no cumple con alguno de los dos primeros desiderátum, su estatuto epistemológico quedaría seriamente en duda. Efectivamente, si no se cumpliese (1), de algo tomado como verdadero (los axiomas) se derivaría una falsedad (una contradicción), lo cual implica que los axiomas son inconsistentes y al menos uno de ellos es falso. En el caso ya no de un sistema axiomático, sino del fundacionalismo epistemológico, una situación paralela sería igualmente devastadora. Puesto que si del conjunto de las creencias básicas Γ es posible derivar una creencia P y la creencia ~P, resultaría que un sujeto s en posesión de Γ creería al mismo tiempo que P y ~P. Este es un caso de disonancia cognitiva que no es admisible en la fundamentación del conocimiento, pues el conocimiento (como es natural suponer) es sobre lo verdadero y nada más; de ahí que derivar una falsedad, como lo sería una contradicción, ponga en cuestión el estatuto epistemológico de las creencias básicas en Γ. Ahora bien, si un sistema axiomático no cumpliese (2), el propósito mismo de la formulación del sistema quedaría derrotado. Si lo que la sistematización de un cálculo axiomático se propone es, precisamente, mostrar cómo las verdades (i.e. los teoremas) de una teoría ξ se pueden probar a partir de un pequeño conjunto de axiomas y reglas de inferencia, el que haya teoremas de ξ no probables desde dichos axiomas y reglas pone en evidencia la insuficiencia del sistema axiomático en cuestión. Una situación análoga se presenta en el fundacionalismo epistemológico. Si llegase a ocurrir que una creencia verdadera no-básica P, que se admite forma parte del conocimiento, no fuese derivable de las creencias básicas (directa o indirectamente), resultaría que dicha creencia carecería de justificación, si bien se admite forma parte del conocimiento; esto sería una consecuencia inadmisible15. 14 De las 3 características, la tercera ha sido, históricamente, la menos importante y la más fácil de eliminar; ya que si llegase a darse el caso de un axioma derivable de otro, aquel que es derivable simplemente se convierte en teorema. Las otras dos características sí son cruciales para cualquier axiomatización, sea o no logicista, como veremos más adelante. 15 Un principio comúnmente aceptado en epistemología es que una teoría plausible del conocimiento debe validar lo que se admite que es ya conocimiento establecido, mas no invalidarlo. Así, si una teoría del conocimiento tiene como resultado que gran parte de la física o la matemática actual no es, de acuerdo a sus criterios, conocimiento legítimo, tanto peor para dicha teoría.

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Ahora bien, lo que es cierto de los sistemas axiomáticos en general lo es de un sistema axiomático puramente lógico, como el que el logicista estaría empeñado en desarrollar con fines de reducir los conceptos y teoremas matemáticos a conceptos y teoremas puramente lógicos. Hacia 1921, el matemático alemán David Hilbert (1862 – 1943) propuso su famoso programa en la fundamentación de la matemática: la axiomatización de toda la matemática, por una parte, y la prueba de la consistencia de dicha axiomatización. Fue la primera expresión explícita del primer desiderátum que acabamos de ver. Junto con la prueba de la consistencia de dicha axiomatización, y a manera de corolario, Hilbert postuló el problema de la decisión (Entscheidungsproblem). Dicho problema consiste en examinar si, en el cálculo axiomatizado de la lógica de primer orden, un procedimiento mecánico existe o no tal que pueda ser posible decidir, en una cantidad finita de pasos, si una fórmula dada ϕ es o no válida (ϕ es válida si y sólo si ~ϕ no es deducible). Hilbert conjeturó que el problema de la decisión tenía una solución positiva. Este problema, como se ve en su formulación, está conectado con el segundo desiderátum mencionado antes. Puesto que si se demostrase que el problema de la decisión tiene una solución positiva, se demostraría así que toda fórmula válida del sistema lógico axiomatizado es decidible mecánicamente mediante un número finito de pasos. Hilbert, sin embargo, no adhería a la tesis logicista16. En la axiomatización por él propuesta, ciertas nociones extralógicas eran asumidas como necesarias:

No más que cualquier otra ciencia puede la matemática estar fundada en la sola lógica; más bien, como una condición para el uso de inferencias lógicas y el desarrollo de operaciones lógicas, algo debe habernos sido dado necesariamente en nuestra facultad de representación, ciertos objetos extralógicos concretos que están intuitivamente presentes como experiencia inmediata anterior a todo pensamiento (Hilbert, 1927: 464)

Sin embargo, como ya mencionamos antes, los desiderata, junto con el programa que llevaría a la solución de aquellos, deben ser cumplidos a cabalidad por cualquier sistema axiomático, sea logicista o no. Por lo tanto, es tarea de primera importancia para el logicista el demostrar la consistencia y completitud de su sistema lógico, so pena de sacrificar el estatuto epistemológico que dicho sistema aspira a poseer por encima de las matemáticas. Sin embargo, así como la axiomatización y la definición presentaron problemas, el cumplimiento de todos los tres desiderata al mismo tiempo presentó la mayor complicación al programa logicista, que veremos en el capítulo 2. Con esto finalizamos la caracterización del logicismo como un programa epistemológico tanto fundacionalista como reduccionista. A continuación caracterizaremos el fisicalismo, otro programa insigne del positivismo lógico, como programa epistemológico fundacionalista y reduccionista. 16 Se consideraba más bien un formalista. El formalismo se caracterizaba pos considerar las fórmulas de la lógica y la matemática como un hilo de símbolos que, dadas sus propiedades sintácticas, podían ser manipulados de varias formas. Existe una polémica entre Hilbert y Frege en torno a este asunto, pues Frege consideraba que las fórmulas tenían una denotación (denotaban Lo Verdadero o Lo Falso, entidades en el universo fregeano).

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1.4 El Programa Fisicalista y la Fundamentación de la Ciencia Natural Un programa paralelo al logicismo, propugnado por algunos de los positivistas lógicos, era el programa fisicalista. El fisicalismo es un término amplio que denota varias tesis semejantes mas no idénticas; aclararemos el uso que de ahora en adelante le daremos. El fisicalismo puede entenderse como una teoría en filosofía de la mente según la cual los estados mentales son reductibles a estados físicos. Otra forma de entenderlo es como la tesis según la cual el vocabulario unificado de la ciencia es el vocabulario físico, i.e.:

(…) cualquier sentencia, cualquier rama del lenguaje científico es equipolente a alguna sentencia del lenguaje físico, y puede por lo tanto ser traducida al lenguaje físico sin cambiar su contenido (Carnap, 1935: 89, citado por Hempel, 1936: 34)

Es en este sentido particular que emplearemos el término “fisicalismo”. Es de notar que esta forma más general implica la otra, puesto que lo que es verdad de la ciencia en general lo es de la psicología o teoría de la mente en particular. De la caracterización que presentamos es fácilmente deducible el hecho de que el fisicalismo es una doctrina reduccionista; esto queda más claro si se recuerda que en la sección 1.2 se usó el fisicalismo aplicado a la teoría de la mente como ejemplo de un ejercicio reduccionista, si bien de manera implícita. Es claro entonces en qué consiste el programa fisicalista: mostrar cómo es posible reducir cualquier enunciado científico a un enunciado con solamente términos fisicalistas. ¿Qué ventaja epistemológica traería dicha reducción? De ser posible, mostraría cómo el conocimiento natural es supradependiente (supervenient) del lenguaje fisicalista. Dicho lenguaje sería epistemológicamente superior a, p. ej. un lenguaje mentalista, en tanto aclara el significado y las condiciones de verdad de los enunciados siendo reducidos. La razón de esto reside en la teoría del significado de los positivistas lógicos. Esbozaremos muy brevemente la idea central de dicha teoría. 1.4.1 Verificación y Significatividad Un enunciado posee significado cognitivo si y sólo si es en principio verificable, en un sentido débil (Ayer, 1936: 36). Es decir que dicho enunciado debe tener ciertas consecuencias en la experiencia que pueden ser en principio verificadas bajo ciertas condiciones. Se añade la cláusula “en principio” para no negar que enunciados científicos, que se admite son significativos, carecen de significación dada la dificultad práctica para verificar sus consecuencias en la experiencia. La verificación, además, debe solamente aumentar la probabilidad de la verdad de un enunciado, sin requerir que determine completamente el valor de verdad del enunciado en cuestión (verificación débil, no estricta). Esta salvedad es introducida para evitar despojar a los enunciados universales de significación; pues si bien no hay un número finito de verificaciones que determinen la verdad de un enunciado universal, puede al menos aumentarse el grado de probabilidad de que sea cierto con un número finito de verificaciones. La significatividad cognitiva de un enunciado es entonces establecida de manera suficiente con la sola existencia de observaciones relevantes para la determinación débil del valor de verdad de dicho

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enunciado. Esta salvedad es de mayor importancia si tenemos en cuenta el carácter universal de las leyes naturales. El estatuto de las tautologías es especial: por ser siempre verdaderas, serían el caso límite que siempre será confirmado. Pero no pueden proporcionar conocimiento empírico17. Son más bien tomadas como “verdades sintácticas”, i.e. verdades que lo son simplemente por la sintaxis lógica del lenguaje, aunque vacías de contenido empírico. Ellas formarían parte del marco sintáctico (framework) bajo el cual se formularían los enunciados con contenido empírico. Dada esta teoría de la significación, vemos cómo la significatividad cognitiva depende de una confrontación con la experiencia posible. El que un enunciado sea o no parte del conocimiento se analiza entonces en función de las observaciones posibles implicadas por dicho enunciado. En esto consiste la relevancia epistemológica del reduccionismo del programa fisicalista: mostrar la significatividad cognitiva de un enunciado, la cual es condición necesaria pero no suficiente para formar parte del conocimiento18. Nótese que, hasta ahora, no ha habido ningún tinte fundacionalista; sólo reduccionista y semántico. 1.4.2 Sense-Data y Proposiciones Protocolares Es natural que en este punto surja una pregunta clave: ¿en qué consiste la verificación de un enunciado? Se dijo que mediante las observaciones implicadas por un enunciado significativo. Algunos positivistas lógicos, como Otto Neurath, consideraban que no podía compararse un enunciado con una experiencia sin más, sino que debía haber un intermediario. Las proposiciones protocolares19 por él propuestas buscaban suplir esta deficiencia; éstas consistían en reportes de observaciones directas tales que su verdad o falsedad era completamente determinada por la observación. Así, por ejemplo, el enunciado universal “Todos los cisnes son blancos” implica que la proposición protocolar “el cisne en el lago x, en el tiempo t y en el lugar con coordenadas espaciales L(x,y,z), es blanco” sea verdad. Estas proposiciones reportaban entonces datos de los sentidos, o sense-data, tribunal donde se determinaba completamente la verdad o falsedad de dichas proposiciones, que a su vez determinaban parcialmente la verdad o falsedad de otras proposiciones. Es clave notar que los sense-data son, en tanto percepciones singulares, subjetivas, pues quien está en posesión de ellos es un sujeto dado en unas circunstancias dadas. Dada esta conexión entre los sense-data y la verdad o falsedad de los enunciados cognitivamente significativos, parece volverse una tarea importante del epistemólogo fisicalista mostrar cómo pueden los enunciados de la ciencia, que se asume son objetivos, estar realmente justificados en su verdad objetiva si la fuente de su justificación son 17 La razón es un empirismo radical advocado por los positivistas lógicos, que niega que haya conocimiento a priori 18 No es suficiente ya que el que un enunciado A tenga significatividad cognitiva no implica que A es verdadero; poseer significatividad sólo implica poseer un valor de verdad, sea verdadero o falso. Pero para formar parte de conocimiento, un enunciado debe ser verdadero (ver sección 1.1 y 1.2). 19 Vale la pena aclarar que el tema de qué sea una proposición protocolar fue materia de intensos debates entre los positivistas del Círculo de Viena. Acá creemos dar la idea común a todas las versiones, a saber: el reporte de sense-data.

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experiencias de individuos singulares. Russell identificó el problema, esbozando una posible solución que influenció la mayoría de los esfuerzos de los positivistas lógicos:

Los hombres de ciencia, al menos la mayoría, están dispuestos a condenar la información inmediata [sense-data] como “meramente subjetiva” mientras mantienen, sin embargo, la verdad de la física inferida a partir de esa información. Pero semejante actitud, aunque puede ser capaz de justificación, obviamente necesita una; y la única justificación posible debe ser una tal que muestre la materia como una construcción lógica a partir de los datos de los sentidos (…) (Russell, 1914/1993: 106)

1.4.3 Fundamentación mediante Definición: El Aufbau de R. Carnap El proyecto de Russell, de construir los objetos físicos a partir de los datos de los sentidos, adquiere ya la forma de un proyecto fundacionalista. En efecto, de ser llevada a cabo dicha construcción, el conocimiento de los objetos físicos se vería justificado o validado dada la conexión explícita con los datos de los sentidos. La teoría del significado antes expuesta otorgaría significación a los enunciados sobre objetos físicos, así como una manera de establecer su valor de verdad (sea parcial o concluyentemente). El fundamento del conocimiento natural parece entonces consistir no en objetos físicos ni en experiencias contingentes, sino en los sense-data. En principio, cualquier enunciado científico puede ser reducido a un enunciado sobre objetos físicos, que a su vez pueden ser reducidos a enunciados sobre percepciones actuales, o sense-data. El vocabulario fisicalista sería entonces, en principio, reducible a un vocabulario fenomenalista acerca de percepciones de un individuo singular. Varias razones posteriores hicieron desistir de este proyecto fenomenalista, dedicándose la reducción de los enunciados de la ciencia sólo al vocabulario fisicalista. Sin embargo, presentaremos acá una aproximación fenomenalista en tanto refleja claramente el ideal russeliano de una construcción lógica del mundo físico a partir de los datos de sentidos: la Logische Aufbau der Welt (Construcción Lógica del Mundo) de R. Carnap (1928). Es entonces clara la tarea frente a la que se encuentra Carnap: reducir los objetos físicos a otros objetos más fundamentales. De la doble tarea de un proyecto reduccionista, Carnap se centrará en la definición (o construcción) de conceptos:

Hasta ahora, mucha atención ha sido puesta a la primera tarea, la deducción de enunciados a partir de axiomas, que a la metodología de la construcción de conceptos. Este último es nuestro objetivo actual y ha de aplicarse al sistema conceptual de la ciencia unificada (Carnap, 1928/2005: 7)

En una analogía con el programa logicista, podría decirse que Carnap se limitará a la búsqueda de una definición de los conceptos físicos a otros conceptos más fundamentales, así como en el logicismo se buscaba una definición de los conceptos matemáticos a conceptos lógicos, más claros y por ende más fundamentales, desde un punto de vista epistemológico. Vale la pena recordar que la reducción de un concepto A mediante

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definición consiste en una traducción de los enunciados donde aparece A a enunciados donde no aparece A, siendo ésta traducción coextensiva con el enunciado original (Carnap, 1928/2005: 60). Así, por ejemplo, el concepto “número primo” es reductible al concepto “número natural mayor que 1 divisible únicamente por 1 o por sí mismo”, en tanto los enunciados donde aparece el concepto “número primo” son traducibles a enunciados sobre números naturales divisores de algún otro número natural, que tienen la misma extensión. Cuando un concepto ha sido así reducido, decimos que lo hemos construido a partir de aquello a lo cual fue reducido. La labor de Carnap consiste entonces en una reconstrucción racional de los conceptos de la física y la ciencia en general a partir de ciertos conceptos básicos. ¿Qué significa que sea una reconstrucción racional? Significa que no es un intento por mostrar cómo es que se da de hecho el proceso mediante el cual un individuo, a partir de sus datos de los sentidos, construye enunciados sobre el mundo cada vez más complejos hasta forma agregados de éstos (o teorías). Más bien significa que es un intento por justificar dichos enunciados complejos (usualmente leyes universales) a partir de un posible método de construcción a partir de la única evidencia para la verdad o falsedad de dichos enunciados (que, como vimos en 1.4.2, son los datos de los sentidos). El que sea un posible método de construcción significa que es una justificación posible de dichos enunciados que conforman el conocimiento científico; sería un logro epistemológico en la medida en que muestra la posibilidad de justificar el conocimiento científico mediante una reconstrucción hipotética lógicamente posible. En el esbozo de su sistema constructivo (constructional), Carnap debe escoger los que serán los conceptos fundamentales (first level concepts) junto con una especie de “regla de inferencia” que le permita ascender y construir los conceptos de nivel superior (higher level concepts). La idea es que conceptos tales como “cuerpo físico”, “espacio” y “tiempo”, entre otros, sean construidos a partir de los datos de los sentidos; dichos conceptos serán entonces de un orden intermedio. ¿Cuáles son entonces los conceptos básicos fundamentales? La base que Carnap escoge para su sistema es la base de las experiencias elementales, o “lo dado” (Carnap, 1928/2005: 101), siendo los elementos básicos relaciones entre dichas experiencias elementales. De entre las relaciones posibles (la lista alcanza seis posibles relaciones), Carnap escoge una relación en particular: la relación de “recolección de similaridad”, la cual relaciona dos o más experiencias elementales x y z en base a sus consituyentes (e.g. una sensación) al comparar en la memoria a x y z. A continuación procede Carnap a construir otros elementos de “primer nivel”, como los colores, el orden espacial y el campo visual (asignando sistemas de coordenadas a puntos del campo visual, junto con una “mancha de color”). Las formas de ascensión que nos permiten pasar de conceptos de primer nivel a conceptos de nivel intermedio (como los objetos físicos) son las extensiones de clases y relaciones, por la razón que vimos antes. Las traducciones de esos enunciados sobre conceptos de nivel superior se convierten en una tarea engorrosa y bastante complicada, razón por la cual dispensaremos de dar ejemplos concretos. Basta para nuestros propósitos resumir el plan de trabajo que Carnap tenía en mente.

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Si simbolizamos “x reduce a y” mediante el símbolo x y, tenemos que el sistema construccional de Carnap buscaba una reducción que reflejase el siguiente orden: Oraciones sobre lo dado Oraciones fisicalistas Oraciones de la ciencia empírica Aunque hubiese sido posible partir de una base fisicalista y no fenomenalista, la tesis fisicalista no se ve afectada, pues si eliminamos las oraciones sobre lo dado, aún se seguiría cumpliendo que Oraciones fisicalistas Oraciones de la ciencia empírica. La razón para escoger una base fenomenalista es no sólo que refleja mejor el orden epistémico, sino que implica una ontología más sencilla que una ontología fisicalista. Eventualmente Carnap adoptó una posición fisicalista más radical; pero su intento de llevar a cabo el proyecto de Russell refleja las ideas metodológicas de la epistemología de los positivistas lógicos. Queda entonces explicado el aspecto fundacionalista del programa fisicalista, al menos en el ámbito de definición conceptual, junto con su aspecto reduccionista, concluyendo así la caracterización del fisicalismo como programa epistemológico tradicional. 1.5. Conclusiones del Capítulo En este capítulo expuse el enfoque más ampliamente aceptado en la epistemología tradicional, el fundacionalismo reduccionista. Presenté dos proyectos epistemológicos del positivismo lógico que eran tanto fundacionalistas como reduccionistas; el logicismo, centrado en la fundamentación del conocimiento matemático, y el fisicalismo, centrado en la fundamentación del conocimiento empírico. Destaqué dos tareas de ambos programas, la definición conceptual y la derivación de enunciados (teoremas, en el caso logicista). En el capítulo siguiente expondré las fallas de ambos programas epistemológicos, y presentaré los argumentos de Quine a favor de una aproximación naturalista a la epistemología.

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2. Hacia la Naturalización de la Epistemología

En este capítulo presentaremos la propuesta naturalista adelantada por Quine a partir del fracaso histórico de la epistemología tradicional, que ejemplificamos en el capítulo anterior con dos programas fundacionalistas y reduccionistas del positivismo lógico. Expondremos entonces brevemente en qué consistió el fracaso del logicismo y fisicalismo para luego introducir los argumentos de Quine a favor de la naturalización. 2.1. Límites de la Epistemología Tradicional En su famoso ensayo “Epistemology Naturalized” (1969), Quine advierte la bifurcación en la epistemología tradicional entre una teoría de conceptos y otra teoría de derivación de enunciados. La primera la denomina Quine el lado conceptual de la epistemología; la segunda sería el lado doctrinal:

Los estudios conceptuales se ocupan del significado, los doctrinales de la verdad. Los estudios conceptuales se ocupan con la clarificación de conceptos definiéndolos, unos en términos de otros. Los estudios doctrinales se ocupan de establecer leyes probándolas, algunas basadas en otras. (Quine, 1969: 70)

En los estudios sobre la fundamentación de la matemática, la bifurcación perspicua entre una teoría conceptual y una teoría doctrinal permitió lograr avances importantes. Los epistemólogos logicistas lograron definir multitud de conceptos matemáticos obscuros o supuestamente indefinibles, así como también derivar con éxito una buena parte de la aritmética elemental, acumulando evidencia a favor de la verdad de la tesis logicista. Sin embargo, hacia 1930, la reducción de la matemática a la lógica sufrió un importante tropiezo que puso en duda su plausibilidad epistemológica. A continuación daremos un breve recuento de las razones por las que el logicismo, hoy en día, se considera una doctrina históricamente interesante, pero irrealizable. 2.1.1. Russell y Gödel: Epistemología del Conocimiento Matemático Los problemas con los que se enfrenta el programa logicista, como veremos a continuación, son de carácter puramente teórico. Esto quiere decir que el programa no es plausible no por ser difícil o engorroso de realizar en la práctica, sino porque se ha demostrado como teóricamente imposible llevarlo a cabo. Recordemos rápidamente la estrategia de un logicista á la Frege. Se comienza definiendo un lenguaje lógico formal, estipulando su vocabulario, su sintaxis y su semántica. Una vez estipulado este lenguaje, definimos a través de él los conceptos matemáticos clave (en especial aquellos de la teoría de los números naturales). A continuación, formamos con el vocabulario lógico un sistema o cálculo Γ, eligiendo un conjunto de axiomas consistente y estipulando ciertas reglas de inferencia, para a partir de ellos derivar todos los teoremas de la matemática (suponiendo que Γ sea completo), mostrando así cómo los conceptos y teoremas matemáticos son reducibles a conceptos y teoremas puramente lógicos. Esto otorgaría una base

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epistemológica sólida a las matemáticas en tanto la lógica es más cierta y clara que la matemática. Un primer tropiezo en los intentos reduccionistas del logicismo ocurrió cuando B. Russell descubrió, en el sistema propuesto por Frege en su Grundgesetze der Arithmetik (Fundamentación de la Aritmética), una paradoja fatal. Esta paradoja, llamada la Paradoja de Russell, consistía en la postulación de un conjunto que es miembro de sí mismo sí y sólo sí no es miembro de sí mismo; el axioma V de Frege permitía que este conjunto existiera, siendo entonces posible derivar esta contradicción dentro de su sistema20. Axiomatizaciones alternativas a la de Frege, como la de Whitehead & Russell (1910/1999), esquivaron esta paradoja adoptando restricciones que limitaban la predicación con sentido. La famosa teoría de tipos de Russell es el arquetipo de un recurso así. La adición de esta herramienta permitió esquivar las paradojas de la autoreferencia, como la paradoja de Russell y la paradoja del mentiroso21, otorgando una flexibilidad y poder expresivo al cálculo de Principia que parecía mostrar la plausibilidad de la tesis logicista. Si bien en los 3 volúmenes de Principia se derivan tan sólo algunos de los teoremas más básicos de la teoría de números, todo parecía indicar que el programa logicista era en principio realizable; fue sin duda un gran avance epistemológico, al desarrollar por primera vez una reducción de gran parte de las matemáticas a tan sólo unos cuantos axiomas de la lógica con unas pocas reglas de inferencia. Sin embargo, se sufrió una decepción epistemológica al verse que la teoría de números elemental no podía reducirse propiamente a la lógica; fue necesario asumir como axiomas ciertos enunciados de la teoría de conjuntos que carecían de la claridad y certeza de los axiomas lógicos. El Axioma de la Infinitud, por ejemplo, supone la existencia de un conjunto con un número infinito de miembros, lo cual no es evidente ni claro en comparación a los otros axiomas. Este axioma suele considerarse como no perteneciente a la lógica pura en tanto postula la existencia de un ente; la interpretación estándar de la lógica pura asume que ésta es un método formal sin compromisos ontológicos, no una doctrina acerca de lo que hay. A pesar de estas objeciones de corte filosófico, el sistema axiomático de Principia parecía mostrar la tesis logicista como verdadera y el programa logicista como realizable a un nivel puramente formal y matemático. Este cálculo axiomático, como ya vimos antes, está basado en un lenguaje lógico. Este lenguaje consta de un alfabeto definido, con reglas sintácticas que estipulan qué expresión del lenguaje (o secuencia de signos del alfabeto) es o no una fórmula bien formada del lenguaje. Estos sistemas axiomáticos, al poseer ciertas propiedades que no pertenecen a la lógica misma, son susceptibles de un análisis formal en el cual es posible probar teoremas sobre ellos; este análisis recibe el nombre de metalógica. Kurt Gödel, en su tesis doctoral y un artículo subsiguiente, realizó un análisis semejante, obteniendo resultados clave sobre los sistemas axiomáticos lógicos como el de Principia.

20 Para mayor profundidad en este asunto, véase Irvine (2004) 21 La versión más sencilla de esta paradoja consiste en el enunciado “Este enunciado es falso”. De ser falso, sería verdadero en tanto predica su propia falsedad. Si es verdadero, es falso por la misma razón.

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Para entender superficialmente el impacto de estos resultados, hace falta recordar ciertas definiciones de algunas propiedades de dichos sistemas lógicos y sus fórmulas, dadas en 1.3.4.: Una fórmula P es probable en un sistema Q ssi P se puede derivar de los axiomas y reglas de inferencia de Q. Una fórmula probable es un teorema del sistema. Una fórmula P es una tautología en Q ssi es verdadera bajo cualquier valuación del sistema22. Un sistema Q es consistente ssi no es posible derivar una fórmula P y su negación ~P. Un sistema Q es completo ssi toda tautología P es un teorema de Q Un sistema Q es coherente ssi todo teorema es una tautología del sistema. Un sistema Q es decidible ssi existe un método efectivo, i.e. un algoritmo o procedimiento mecánico de decisión, que compute correctamente en un número finito de pasos si una fórmula bien formada de Q es o no un teorema de Q. En su tesis doctoral de 1930, Gödel demostró la completitud del cálculo lógico de Whitehead y Russell. En ese sistema, una fórmula P es probable ssi es una tautología. Gödel demostró que toda tautología era probable en Principia (este resultado se conoce como el Teorema de la Completitud de Gödel). Sin embargo, fue hasta 1931 que Gödel demostró sus dos resultados más influyentes. Logró demostrar que la teoría de números es incompleta si es consistente, i.e. hay verdades matemáticas que no pueden ser probadas23. Este es el Primer Teorema de Incompletitud de Gödel. El segundo resultado, llamado el Segundo Teorema de Incompletitud de Gödel, prueba que la consistencia de los axiomas de un sistema Q capaz de expresar la teoría elemental de números no es probable en Q misma (Rosser, 1939: 55). En conclusión, un sistema Q capaz de expresar la teoría elemental de números es inconsistente si es completo, y es incompleto si es consistente. Recordando las metas del Programa de Hilbert (axiomatización de la matemática junto con la prueba de la consistencia de dicha axiomatización), podemos hacer una evaluación de los daños producidos por los teoremas de Gödel. Si suponemos que tenemos una axiomatización Q lo suficientemente rica para expresar la teoría elemental de números, y que además es una axiomatización consistente, tenemos (por el Primer Teorema de Incompletitud de Gödel) que Q sería incompleto. Además, no se podría probar la consistencia de Q dentro de Q mismo, por el Segundo Teorema de Incompletitud de Gödel. Ahora bien, el ideal logicista era obtener una axiomatización tal que el sistema resultante fuese consistente, completo y decidible, y expresase toda la teoría elemental de números (sobre la cual descansa gran parte de la matemática). Este resultado ha sido negado, pues el logicista se vería obligado a escoger entre consistencia y completitud; además, le ha sido

22 Una valuación del sistema Q es la asignación de valores de verdad a todas las fórmulas atómicas de Q. 23 Gödel logró obtener este resultado mediante una aritmetización del lenguaje lógico. En ella, a cada signo del alfabeto lógico se le asigna un número natural, permitiendo así que cada fórmula de dicho lenguaje fuese expresada como un producto de números primos elevados a la potencia de acuerdo a los signos de la fórmula (esto es ocnocido como la numeración gödeliana). En la prueba, Gödel acudió a numerosos lemas y corolarios de la metalógica, junto con las funciones recursivas por él definidas.

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rechazada la decidibilidad24 y se le ha demostrado que existen verdades de la teoría elemental de números que su sistema no puede expresar25. El programa logicista es entonces una causa perdida: no es posible reducir la matemática a la sola lógica, tanto por razones filosóficas (claridad y certeza de algunos axiomas) como por razones formales (las pruebas formales en metalógica). El lado doctrinal del logicismo sufrió un daño irreparable, si bien llegó lejos en su desarrollo. 2.1.2. Inducción y Justificación: Epistemología del Conocimiento Natural Adoptar la bifurcación entre una teoría conceptual y una teoría doctrinal, como lo hicieron los epistemólogos positivistas, dio lugar a progresos epistemológicos importantes en el campo del conocimiento natural, como Quine mismo anota. Sin embargo, así como el logicismo, el programa fisicalista encontró serios obstáculos en su desarrollo. En el lado conceptual de la investigación, hubo avances notables en la fundamentación del conocimiento natural. Hablar de los objetos físicos, por ejemplo, no requería ya identificarlos sin más con las impresiones de los sentidos (como los empiristas tempranos pensaban); cualquier enunciado sobre dichos objetos podía ahora parafrasearse en un enunciado sobre impresiones sensoriales sin necesidad de identificarlas con los objetos mismos. La definición contextual de Bentham, desarrollada hasta sus últimas consecuencias por Russell en su teoría de las descripciones, permitió dar este paso conceptual importante; el significado de los enunciados sobre objetos exteriores es parafraseable a enunciados sobre algo más sólido y firme que dichos objetos, a saber, los sense-data. El que esta paráfrasis sea aplicable a un enunciado dado se adoptó, además, como el criterio de significación del Positivismo Lógico (cf. sección 1.4.1.) La ventaja epistemológica que esta paráfrasis trae consigo es clara. Al poder parafrasear los enunciados sobre objetos exteriores a enunciados sobre sense-data, los objetos exteriores son ontológicamente inocentes, i.e. son “ficciones” construidas a partir de elementos más evidentes y seguros. Esto, a su vez, sugería la idea de encontrar en algunas relaciones entre los sense-data los fundamentos sobre los cuales cualquier enunciado científico se asentara, otorgándole así un mejor estatus epistemológico. La reducción conceptual parecía entonces prometer bastante al epistemólogo del conocimiento natural, al permitirle parafrasear enunciados sobre objetos de dudosa reputación ontológica en enunciados sobre elementos más seguros y evidentes. Esta paráfrasis constituía una reconstrucción de los enunciados de la ciencia que buscaba mostrar una posible justificación del conocimiento científico. Pero así como esa era una 24 A. Church probó, junto con A. Turing y de manera independiente, que no existe un método mecánico efectivo para decidir si una fórmula dada es o no un teorema de la lógica clásica de primer orden. Sin embargo, fragmentos de esta lógica sí son decidibles (p. ej. la lógica proposicional y la lógica de predicados monádicos en universos con un número finito de miembros) (Páez, 2007: 212) 25 Vale la pena resaltar que estos resultados de la metalógica no afectan solamente al logicista, sino a cualquiera que intente axiomatizar la teoría elemental de los números, sea por razones filosóficas o matemáticas.

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reconstrucción posible, hubiera podido haber otra. Esta epistemología tradicional no necesitaba dar cuenta sobre cómo es que se da de hecho el conocimiento científico; bastaba con hallar una posible justificación mediante dicha paráfrasis, para así dar cuenta de la justificación de dicho conocimiento. Sin embargo, en el programa de construir conceptos a partir de otros, reduciéndolos así unos a otros, el sistema constructivo (constructional) tipo Carnap sí buscaba reflejar no solamente la posibilidad de reducir un concepto a otro, sino también las relaciones epistémicas entre los conceptos. Así, un concepto A que reduce a un concepto B es visto como epistémicamente anterior:

El hecho de que tomemos en consideración las relaciones epistémicas no significa que la síntesis o formación de cognición, como se da de hecho en el proceso real de la cognición, sea representada en el sistema constructivo con todas sus respectivas características. En el sistema constructivo, nosotros simplemente reconstruiremos estas manifestaciones de manera racional o esquematizada; el entendimiento intuitivo es reemplazado por el razonamiento discursivo (Carnap, 1928/2005: 89).

El intento más notable para llevar a cabo esta reducción fue la Logische Aufbau de Carnap, que ya esbozamos antes en la sección 1.4.3. En su influyente obra, Carnap emplea un lenguaje formal de lógica y teoría de conjuntos, junto con la noción de “lo dado”, los sense-data, para definir y expresar conceptos y relaciones que formaban una estructura artificial isomórfica a la estructura de la ciencia natural; las propiedades de estos conceptos construidos a partir de conjuntos de sense-data reflejaban las propiedades semánticas de los enunciados científicos (la reductibilidad de conceptos así como su relación epistémica). El conocimiento natural parecía entonces ser susceptible de justificación y fundamentación. Esto respecto al lado conceptual. ¿Qué hay del lado doctrinal, de la derivación de enunciados a partir de otros? En este punto, los esfuerzos de los epistemólogos positivistas no fueron suficientes para superar la situación de Hume en torno a la inducción: “En el lado doctrinal, no veo que hoy estemos más lejos de donde Hume nos dejó. El predicamento Humeano es el predicamento humano” (Quine, 1969: 72). En su análisis de la causalidad, Hume concluyó que no había forma de inferir válidamente un enunciado sobre el futuro basándose únicamente en la verdad de enunciados similares en el pasado. Así, el hecho de que el Sol haya salido innumerables veces en el pasado no garantiza que vaya a salir mañana. ¿En qué consiste entonces la justificación en creer que saldrá mañana? La conclusión escéptica de Hume es que no hay semejante justificación26; y lanzar por la borda la justificación es lanzar por la borda la posibilidad de formular enunciados generales verdaderos, los cuales constituyen el corazón de la ciencia. Si bien los epistemólogos positivistas dieron un gran paso al lograr reducir enunciados sobre objetos epistemológicamente dudosos a enunciados sobre objetos con mejor estatus epistemológico, los datos de los sentidos, utilizando los recursos de la lógica y la teoría de 26 Esto es, una justificación racional. El escepticismo de Hume no consistía en eliminar este tipo de creencias. Desde el enfoque naturalista por él adoptado, dichas creencias, en tanto expectaciones de carácter animal, reciben otro tipo de justificación no racional (p. ej. evolutiva; se justifica creer que el Sol saldrá mañana dado su valor de supervivencia). Aclarar qué cuente como justificación racional nos llevaría demasiado lejos del tema.

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conjuntos, “esto no significa que [un enunciado sobre datos de los sentidos] pueda ser probado de oraciones de observación mediante la lógica y la teoría de conjuntos” (Quine, 1969: 74). Esto es particularmente importante en los enunciados generales, como las leyes científicas, puesto que cubren más casos de los que sea posible observar en cualquier momento dado. El que la aproximación fisicalista ejemplificada en el Aufbau de Carnap no logre dar cuenta de la justificación de enunciados científicos constituye el más grande límite epistemológico de semejante proyecto. 2.2. La Naturalización de la Epistemología Si en el lado doctrinal de la investigación epistemológica el programa fisicalista parece no ofrecer ningún avance, ¿qué otras ventajas puede tener dicho programa, como para no renunciar a él? Las ventajas deben provenir del lado conceptual de la investigación epistemológica. Un reduccionista como Carnap vería en la reconstrucción racional tipo Aufbau una herramienta que permite aclarar el sentido de los enunciados y conceptos científicos al mostrar, mediante la reducción, el contenido sensorial sobre los que se basan. Semejante construcción “se esperaría que resaltara y clarificara la evidencia sensorial para la ciencia” (Quine, 1969: 74). Otra posible ventaja de una reconstrucción racional que nos permitiera insistir en ella como proyecto epistemológico es que nos provea de una traducción de enunciados científicos a enunciados fisicalistas sobre datos de los sentidos, lógica y teoría de conjuntos. El avance epistemológico que esta traducción traería consigo sería el de mostrar como superfluos los conceptos de la ciencia; cualquier cosa que podamos hacer con ellos también lo podríamos hacer con los sense-data, lógica y teoría de conjuntos. Esto legitimaría los conceptos científicos tanto como estén legitimadas la lógica y la teoría de conjuntos. De nuevo, sería una definición mediante reducción; una paráfrasis de los enunciados científicos a enunciados del lenguaje fisicalista donde se muestre cómo traducir los primeros a los segundos, lo cual constituiría una eliminación o construcción de los conceptos científicos a conceptos del lenguaje fisicalista. Sin embargo, el proyecto reduccionista del Aufbau no logra proveernos de una traducción semejante:

El punto crucial llega cuando Carnap explica cómo asignar cualidades sensibles a posiciones en el espacio físico y en el tiempo. Esta asignación debe ser hecha de tal manera que cumpla lo mejor posible ciertos desiderata por él estipulados, y a medida que aumenta la experiencia, las asignaciones deben ser revisadas para encajar. Este plan, aunque iluminador, no ofrece ninguna forma de traducir los enunciados de la lógica a términos de observación, lógica y teoría de conjuntos (Quine, 1969: 77).

Así como el programa logicista falló en el lado doctrinal, al no lograr derivar todos los enunciados de la teoría elemental de números a partir de enunciados de la lógica, el programa fisicalista tampoco logra avanzar mucho en la investigación doctrinal; no logra derivar enunciados sobre el futuro a partir de enunciados sobre el pasado, minando la justificación de creencias que tengamos sobre el futuro (lo cual es un duro golpe para las leyes científicas, pues su verdad no podría ser justificada). También en el lado conceptual

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falla el programa fisicalista al no lograr dar una traducción que realmente muestre cómo eliminar los conceptos de la ciencia a favor de los sense-data, lógica y teoría de conjuntos. Esta ventaja conceptual era la última que una epistemología tradicional tendría sobre otros posibles enfoques, incluyendo el enfoque naturalista. El fracaso de la epistemología tradicional parece entonces ser completo. ¿Renunciamos entonces a la empresa epistemológica? ¿Concedemos la razón al escéptico? En la cadena de justificación de creencias (cf. sección 1.1.2.), las inferencias no-deductivas entre creencias no constituirían justificación suficiente, como vimos con Hume y el problema de la inducción. No hay, además, un fundamento (alguna relación básica entre sense-data) de donde se infieran todas las demás creencias verdaderas justificadas (pues, como vimos, el que sea posible expresar enunciados mediante lógica y teoría de conjuntos no implica que puedan ser probados mediante la lógica y la teoría de conjuntos). La fuerza del Argumento de la Regresión (cf. sección 1.1.2.) parece presentar el escepticismo como la única salida posible. Sin embargo, hay una alternativa: la naturalización de la epistemología. Esta alternativa comparte con el positivismo lógico dos principios empiristas que aún hoy en día se aceptan como irrefutables: (1) La evidencia que hay para la ciencia es evidencia sensorial, (2) la inculcación de significado en el lenguaje se da a través de la experiencia sensorial. Se debe tener presente, de ahora en adelante, que “evidencia” hace referencia a este tipo de evidencia. 2.2.1. Naturalismo vs. Reconstrucción Racional El fundacionalismo reduccionista de los epistemólogos positivistas compartía con el fundacionalismo cartesiano la motivación detrás de la empresa epistemológica tradicional: “El proyecto cartesiano en pos de la certeza había sido la motivación remota de la epistemología [tradicional], tanto en su lado conceptual como doctrinal; pero ese proyecto se vio como una causa perdida” (Quine, 1969: 74). En efecto, el ideal que se perseguía tanto en la investigación conceptual como en la doctrinal era el de mayor claridad y certeza: los conceptos que se buscaba reducir debían definirse en términos de otros conceptos más ciertos y claros; los enunciados que se busca reducir debían derivarse a partir de otros enunciados más ciertos y claros. El valor epistemológico del logicismo y el fisicalismo radicaba, precisamente, en reducir un dominio epistemológicamente dudoso (p. ej. la matemática o la ciencia natural) a otro dominio más claro y evidente (lógica, teoría de conjuntos y datos de los sentidos). El programa tradicional buscaba fundamentar un dominio desde fuera de él: construirlo (en el sentido de Carnap) desde las bases hasta la cima. La suposición clave de esta epistemología tradicional es que el fundacionalismo es la aproximación correcta a la hora de hacer epistemología. Por esta razón, se veía como un círculo vicioso el acudir a la ciencia natural misma para su fundamentación; de ahí que las reconstrucciones racionales fueran el modo de proceder estándar de los epistemólogos positivistas. La alternativa por la que opta Quine es la de abandonar la empresa cartesiana; llevada hasta sus últimas consecuencias, se ha mostrado como irrealizable. Debe entenderse a

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cabalidad en qué consiste el abandono del cartesianismo para Quine; se trata de abandonar el proyecto de validación o justificación del conocimiento natural a partir de una base distinta a él y más sólida (clara y cierta). No hay entonces una filosofía primera que legitime el discurso de la ciencia desde fuera de ella, a manera de un conocimiento más elevado y cierto que el de la ciencia misma. Sobre la tarea del filósofo, que Quine considera como una continuación de la labor científica, no una propedéutica, el célebre párrafo final de su opus magnum, Word & Object (1960), reza así:

La labor del filósofo difiere de la de los demás en detalle; pero no en una forma drástica como suponen aquellos que imaginan para el filósofo un punto de apoyo por fuera del esquema conceptual del que se ha de encargar. No hay semejante exilio cósmico. Él no puede estudiar y revisar el esquema conceptual fundamental de la ciencia y el sentido común sin estar en un esquema conceptual desde el cual trabajar, sea el mismo u otro distinto con igual necesidad de revisión filosófica (Quine, 1960: 276)

Pero ¿acaso negarse a emprender un proyecto fundacionalista cartesiano no equivale a renunciar a cualquier aspiración de justificación del conocimiento natural? Y esto ¿no equivaldría a renunciar a la epistemología misma? Esta importante objeción, formulada por Kim (1988/2003), será tratada con más detalle en el tercer capítulo. Por ahora, Quine considera que algo similar a la epistemología continúa, aunque “en un nuevo ambiente y bajo un nuevo status” (Quine, 1969: 82); es decir, no considera entonces que la epistemología desaparezca o sea eliminada. Históricamente, puede decirse que la epistemología tiene tres preocupaciones guías: 1) ¿Cómo se define y justifica el conocimiento? ; 2) ¿Cuál es la relación entre evidencia y teoría? Y 3) ¿Cómo se obtiene el conocimiento? Al desesperar de las reconstrucciones racionales fundacionalistas, desistimos de dar respuesta a la primera preocupación (al menos a la parte sobre la justificación). Sin embargo, aún podemos dar una respuesta a la segunda y tercera preocupación recurriendo a investigaciones empíricas. En efecto, una vez que hemos desistido de la empresa cartesiana, no hay nada que nos impida recurrir a la ciencia empírica misma para aclarar el vínculo entre ella y la evidencia; podemos ahora emprender una epistemología que estudia dicha conexión, junto con el origen del conocimiento científico, como una investigación más de la ciencia natural, como capítulo de la psicología (Quine, 1969: 82): esto es, en esencia, la epistemología naturalizada. Quine puede llamar este estudio una “especie de epistemología” en tanto intenta dar respuesta a interrogantes genuinamente epistemológicos. Dos diferencias obvias se pueden detectar entre las reconstrucciones racionales abstractas y la epistemología naturalizada. La primera, que el acceso al conocimiento natural mismo no nos está ahora vedado, pues ya no se intenta justificar dicho conocimiento, sino que simplemente se busca explicar la conexión entre ese conocimiento natural y la evidencia que lo soporta. Este cambio de enfoque ciertamente requeriría una reconsideración de la noción de “evidencia”, a fin de no recaer en el enfoque tradicional al estipular criterios racionales a priori para lo que deba contar como evidencia (por ejemplo, las denominadas

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proposiciones protocolares). La segunda diferencia estriba en el hecho de que dicha conexión entre evidencia y teoría ya no es idealizada como una historia de ficción racional en la cual el lenguaje teórico de la ciencia es construido a partir de datos de los sentidos, lógica y teoría de conjuntos; ahora lo que es objeto de estudio del epistemólogo es cómo se da, de hecho, el proceso de formación de teorías a partir de su evidencia. Lo que esta epistemología naturalizada estudiaría sería un fenómeno natural, viz. un sujeto humano físico. A este sujeto se le administra cierto input experimentalmente controlado (frecuencias o radiaciones moduladas) que, con el paso del tiempo, darán lugar a una descripción tridimensional del mundo, con su historia (Quine, 1969: 83). Es esa relación entre el magro input y el caudaloso output lo que el epistemólogo naturalista se embarcaría a estudiar mediante los métodos y conocimientos propios de la ciencia natural. Como la mayoría de investigaciones en la ciencia empírica, el objetivo de este estudio sería el de describir un proceso físico; no parece haber cabida para la normatividad. Este punto, que formará la objeción más grave al naturalismo en epistemología, será desarrollado en el tercer capítulo. 2.2.2. Normatividad, Holismo, Analiticidad, Sentencias Observacionales Recapitulemos un poco la argumentación de Quine a favor de la naturalización de la epistemología. La epistemología tradicional partía de la premisa según la cual el fundacionalismo era verdad; a partir de ahí, se embarcó en una doble tarea (conceptual y doctrinal) con miras a fundamentar el conocimiento natural mediante una reducción a elementos epistemológicamente más ciertos y claros. El fracaso en ambos lados de la bifurcación parece entonces mostrar la falsedad de la premisa; el fundacionalismo no es necesariamente verdadero. ¿Esto necesariamente implica que el naturalismo es la opción a seguir? Jerzy Giedymin (1972), por ejemplo, considera que Quine opera bajo un falso dilema: fundacionalismo o naturalismo. Como el fundacionalismo fracasó, Quine concluye que entonces el naturalismo es la vía a seguir. Es posible, según Giedymin, rechazar ambas opciones para considerar otras posibles; el no adherir el falso dilema de Quine hace de su argumento un non sequitur (Giedymin, 1972: 48). Considero que Giedymin se toma demasiado en serio la retórica de Quine; si bien hay pasajes que parecen sugerir un dilema entre fundacionalismo o naturalismo, no creo que deba leerse como una disyunción de carácter necesario. El enfoque naturalista lo presenta Quina como una opción a seguir para continuar la investigación epistemológica (o algo muy parecido a ella) y no resignarse a reconocer el fracaso de la epistemología como doctrina. El enfoque naturalista puede procurar avances científicos y filosóficos: “Esta difuminación de las fronteras podría contribuir al progreso, me parece, en investigaciones filosóficamente interesantes” (Quine, 1969: 90). Una posible investigación de este tipo es aquella en psicología llamada por Donald T. Campbell “epistemología evolutiva”, sobre cómo ciertas estructuras de la percepción pueden predecirse a partir de su valor de supervivencia. A continuación examinaré algunos aspectos del naturalismo de Quine; así mismo, presentaré varias tesis filosóficas que buscan otorgar plausibilidad a este enfoque naturalista.

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Si recordamos la discusión de la sección 1.1.2., la cadena de justificación entre creencias tenía 4 posibles alternativas de desarrollarse. Con el rechazo al fundacionalismo, parece que debemos elegir entre alguna de las otras 3 opciones. La posición naturalista parece asemejarse a la opción según la cual la cadena de justificación de inferencias vuelve a sí misma, creando un círculo. En tanto haya vía libre para emplear la ciencia misma en su justificación, esta circularidad parece ser innegable. Precisamente, esta circularidad era la que los fundacionalistas consideraban errónea para justificar el conocimiento científico, pero que ahora el naturalista quineano acepta como la salida plausible para seguir haciendo algo parecido a la epistemología. Pero ¿acaso no se había dicho que la epistemología naturalizada no buscaba justificar, sino explicar? ¿Acaso no esquivaba Quine la acusación de caer en un círculo vicioso, al emplear la ciencia natural misma, renunciando al intento cartesiano de validar o justificar la ciencia? En un intento por no limitar la epistemología naturalizada a un simple estudio psicológico descriptivo, Quine otorga un papel de validación a este estudio. La validación del conocimiento natural que se buscaba en la epistemología tradicional buscaba ser otorgada desde fuera de él; la epistemología contendría la ciencia, siendo así una filosofía primera. La validación de la ciencia que Quine intenta otorgar a la epistemología naturalizada no puede ser de este tipo. Debe ser una validación desde dentro de la ciencia misma; de ahí que en el párrafo anterior asimiláramos la posición naturalista con la opción según la cual la cadena de justificación de inferencias vuelve a sí misma. ¿En qué consiste entonces dicha validación, el componente normativo de la epistemología naturalizada?

Pero la vieja inclusión [ciencia dentro de la epistemología] permanece válida a su manera. Estudiamos cómo el humano, sujeto de nuestras investigaciones, postula los cuerpos y proyecta su física desde su información, y apreciamos que nuestra posición en el mundo es justamente como la de él. Por lo tanto, nuestra misma empresa epistemológica, así como la psicología de la cual es un capítulo, y así como el todo de la ciencia natural del que la psicología es un libro que la compone – todo esto es nuestra propia construcción o proyección de estimulaciones como las que estábamos proveyendo a nuestro sujeto epistemológico. Hay entonces un contenimiento recíproco, aunque contenimiento en sentidos distintos: epistemología en la ciencia natural y la ciencia natural en la epistemología (Quine, 1969: 83).

Dejaremos para el tercer capítulo el examen de esta “normatividad”, si cumple o no los estándares epistemológicos exigidos por sus críticos (en especial Kim). Simplemente anotemos, por ahora, que Quine sí considera que la epistemología naturalizada tiene un componente normativo cuyo sentido hace falta aclarar. A continuación presentaré algunas tesis que, de una manera u otra, buscan dar plausibilidad al enfoque naturalista de Quine pero que no deben entenderse como tesis que impliquen el programa naturalista quineano. El empirista lógico cedió un punto importante al desistir de realizar una traducción radical de los enunciados de la ciencia a enunciados de observación, lógica y teoría de conjuntos. Al asumirse una teoría verificacionista del significado, según la cual el significado de un enunciado consiste en la diferencia que su verdad tendría en la experiencia posible, resulta

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que no podríamos formular, en el lenguaje fisicalista, la diferencia que la verdad de algún enunciado científico tendría en la experiencia posible. No podríamos hacerlo porque no hay forma de traducir los enunciados de la ciencia a enunciados del lenguaje fisicalista (cf. sección 2.2.). Esto equivaldría a decir que el significado de los enunciados típicos sobre cuerpos externos sería inaccesible e inefable (Quine, 1969: 79). ¿Cómo explicar esta consecuencia? El empirista lógico asumía que la unidad mínima de significado eran los enunciados atómicos (p. ej. Andrés es alto); su explicación de esta inaccesibilidad habría de residir entonces en la complejidad de las implicaciones experimentales de un enunciado dado. Quine opta por negar la suposición del empirista: la unidad mínima de significado no son los enunciados atómicos. Ellos no tienen una serie de consecuencias experimentales que puedan llamar suyos propios; es una porción substancial del lenguaje la que logra tener consecuencias experimentales. Esta tesis es la del holismo semántico. Esta tesis, propuesta por Quine en trabajos anteriores [(1960), (1953/1980)], va de la mano con la tesis del holismo epistemológico. Este último establece que los enunciados sobre el mundo externo se enfrentan al tribunal de la experiencia no individualmente, sino como una corporación (corporate body) (Quine, 1953/1980: 41). Dado que Quine es un empirista, asume que la piedra de toque con la cual se enfrenta nuestra teoría del mundo es la evidencia empírica, la experiencia sensible; luego la plausibilidad o falsedad de una teoría se decide no confrontando enunciados atómicos con la experiencia, sino una masa considerable de la teoría (este holismo es epistemológico en tanto se refiere al establecimiento de verdad o falsedad, no de significado). La conexión con el holismo semántico se aclara cuando Quine concluye lo siguiente: “Si esta visión es correcta [el holismo epistemológico], es entonces confuso hablar del contenido empírico de un enunciado individual (…)” (Quine, 1953/1980: 43). En tanto antes asumimos que el significado (no la verdad o falsedad) reside en el contenido empírico (implicaciones en la experiencia posible), el holismo epistemológico parece implicar que aquello que es significativo no son los enunciados singulares, sino trozos considerables del lenguaje en el cual está formulada la teoría de turno sobre el mundo externo27. Esta posición holista implica un cambio en las metáforas filosóficas usadas para entender la naturaleza y organización del conocimiento y el lenguaje. Las viejas metáforas tradicionales, heredadas de Descartes, entendían el conocimiento como un edificio asentado sobre unas pocas bases firmes; los positivistas lógicos entendieron las teorías científicas como un sistema o cuerpo de enunciados complejos reducible a enunciados simples básicos (proposiciones protocolares), mediante reglas sintácticas (lógica y matemáticas). Ahora la metáfora es reformulada de la siguiente manera:

27 En “Dos Dogmas del empirismo”, Quine tomó una posición radical al postular el todo del lenguaje científico como el vehículo de significación (meaning). Eventualmente [(1995)] debilitó esta afirmación, al asumir un holismo parcial en el cual son trozos del lenguaje científico los que son suficientes para hablar de significación.

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La totalidad de nuestro supuesto conocimiento o creencias, desde los asuntos más casuales de la geografía y la historia hasta las leyes más profundas de la física atómica o inclusive de la matemática y lógica pura, es una fabricación hecha por el hombre que choca con la experiencia solamente en los bordes. O, para cambiar la figura, la totalidad de la ciencia es como un campo de fuerza cuyas condiciones limítrofes son la experiencia. (Quine, 1953/1980: 42)

Esta metáfora hace eco de aquella usada por Otto Neurath, según la cual el conocimiento humano es similar a un barco que va a la deriva y nosotros somos los marinos que, ante el constante abatimiento del océano (la experiencia sensible), debemos ir reparando y reajustando nuestro barco en alta mar, sin posibilidad de acudir a un dique seco en tierra firme. Esta metáfora holista está, a su vez, soportada por otra tesis de Quine, quizá la más famosa y polémica de toda su filosofía: el rechazo de la distinción entre enunciados sintéticos y analíticos28. En su artículo más famoso, “Dos Dogmas del Empirismo” (1953/1980), Quine elabora un argumento en el cual muestra cómo dar cuenta de la noción de analiticidad recae en un círculo vicioso; intentar explicarla eventualmente requerirá presuponerla, lo cual constituye una mala explicación. Quine concluye que no hay fundamento alguno para suponer que hay una distinción entre enunciados analíticos y enunciados sintéticos en tanto la noción de analiticidad no está definida sin caer en circularidad. No profundizaremos en la argumentación de Quine, pues nos desviaría del tema en cuestión. Basta anotar las consecuencias que dicho rechazo traería consigo. Los positivistas lógicos distinguían claramente entre enunciados analíticos y sintéticos. Hans Hahn, un miembro importante del Círculo de Viena, aclara que la lógica no trata de objetos sino de nuestra manera de hablar sobre objetos (Hahn, 1933/1936: 152). Esto divide los enunciados entre aquellos que hablan de objetos y aquellos que hablan sobre reglas para hablar de objetos. Los primeros son los sintéticos, los segundos son los analíticos. De esta caracterización se sigue que la experiencia sensible nunca afectaría las verdades analíticas, en tanto ellas no hablan de algo que pueda darse en la experiencia. La posición de Quine permite que la experiencia, que afecta los bordes del tejido que es el conocimiento humano, afecte en principio las verdades de la lógica y la matemática, las cuales constituyen el centro del sistema (aquellas creencias que estaríamos menos dispuestos a cambiar). Dada su ubicación central, modificar nuestra lógica y nuestra matemática a la luz de una experiencia recalcitrante acarrearía un cambio de gran parte de creencias en el resto del sistema; en tanto se asuma un principio de mínima mutilación (cambiar nuestro sistema lo menos posible a la luz de experiencias falseadoras), las proposiciones de la lógica y la matemática serán las últimas que estaríamos dispuestos a revisar. El que no haya una verdadera distinción entre enunciados analíticos y sintéticos, junto con la imposibilidad de elaborar una traducción de los enunciados de la ciencia a enunciados del lenguaje fisicalista, hace plausible el holismo (en general), lo que a su vez otorga plausibilidad al proyecto naturalista en epistemología al replantear las metáforas sobre la naturaleza del conocimiento: ya no como un edificio con unas pocas bases, ni 28 Tradicionalmente, un enunciado analítico es aquél que es verdadero en virtud de su significado; un enunciado sintético es aquel que es verdadero en virtud de algo más que el significado (hechos empíricos, etc.).

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como un esqueleto formal analítico relleno de enunciados sintéticos, sino como una red o sistema de creencias que se enfrenta como un solo cuerpo a la experiencia sensible. Esta imagen nos remite a la metáfora de Neurath del conocimiento como un barco que debemos ir reparando constantemente en altamar, en el cual navegan tanto el filósofo como el científico. El que no haya un “dique seco” (filosofía primera) parece validar el empleo de la ciencia misma para las investigaciones epistemológicas. De la presentación del holismo se obtiene una imagen particular de la ciencia que, de aclararse más a profundidad, revelará la conexión entre conocimiento y lenguaje, conexión clave para entender algunos puntos de Quine en torno a la naturalización de la epistemología. La ciencia, para Quine, y como ya se adivinaba en las citas anteriores, consiste en un lenguaje; es un cuerpo de enunciados conectados unos con otros de una cierta manera, de forma tal que porciones suficientemente inclusivas tendrían implicaciones en la experiencia (en la forma de predicciones), y por ende significado. Como buen empirista que es, Quine continúa pensando en el esquema conceptual de la ciencia “como una herramienta para, en últimas, predecir la experiencia futura a la luz de la experiencia pasada” (Quine, 1953/1980: 44). Las implicaciones en la experiencia, que forman el criterio de significatividad al que se adhiere Quine, son nada más y nada menos que estas predicciones. El lenguaje de la ciencia, según Quine, no se diferencia en clase del lenguaje natural que aprendemos cuando niños; puede vérsele al primero como un capítulo del segundo. Es más: la ciencia no sería más que la continuación del sentido común (1953/1980: 45) con una diferencia solamente de grado (nivel de complejidad, rango de fenómenos que predice, exactitud de la predicción, etc.). Esta imagen nos remite a la idea de rechazar una filosofía primera, o esquema conceptual externo y más válido que el esquema mismo de la ciencia, lo cual constituye una idea soporte clave para la epistemología naturalizada. El entender la ciencia como un sistema de enunciados relacionados de maneras particulares encaja perfectamente con la visión hipotético-deductiva del proceder científico desarrollada por algunos filósofos29. Según esta visión, una teoría científica se compone de la conjunción de varios enunciados. Esta teoría, como ya vimos, implica una serie de predicciones. En caso de que una predicción no se cumpla, la teoría se declara falsa. Esto equivale a negar la conjunción de los enunciados en cuestión; por las leyes lógicas de De Morgan, esta negación equivale a una disyunción compuesta por la negación de los enunciados30. Dado que es una disyunción, la predicción fallida solamente muestra que “uno o más de los enunciados es falso, pero no dice cuál” (Quine, 1969: 79). Esta consecuencia será importante para el siguiente punto que presentaré. Queda entonces aclarada la relación de identidad entre lenguaje y ciencia, junto con su relación con la experiencia en torno a la decisión de la verdad (plausible) o falsedad de una teoría científica. 29 Véase Popper (1962/2004) 30Formalmente, ¬{P & Q & R & …} ≡ ¬P v ¬Q v ¬R v …

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El holismo semántico trae consigo una consecuencia bastante peculiar. Supongamos que es un trozo substancial de teoría la unidad mínima de significación. Ahora bien, resulta que sería completamente posible obtener teorías alternativas que difieren radicalmente en sus proposiciones componentes, pero que respecto al todo mantengan las mismas implicaciones empíricas (i.e. expliquen y predigan las mismas experiencias). ¿Cómo es esto posible? En una analogía con la traducción entre lenguajes, resulta que si fuésemos a traducir de un lenguaje natural a otro (como del inglés al chino), nuestra traducción sería bastante particular, pues traduciría (gran parte de) el todo y no las partes. Esto se daría porque la traducción solamente adquiriría sentido al traducir una porción significativa del lenguaje siendo traducido (dado el holismo de Quine). Más arriba concluimos que ante una experiencia falseadora (predicción fallida), la negación de la teoría se convierte en una disyunción de la negación de los enunciados que la componen; alguno o más de uno (o todos) son falsos. Pero no sabemos cuál. Sería en principio posible reacomodar los valores de verdad de los enunciados de cierta manera para que la teoría ya no resulte falsa31. Pero hay más de una reacomodación posible. Cualquier otra que también salve la teoría32 estará al mismo nivel epistemológico que la primera. Si a un enunciado P la primera reevaluación le asignaba el valor de verdad “Falso”, la segunda reevaluación puede asignarle el valor de verdad “Verdadero” reajustando el valor de verdad de algún otro enunciado Q. Sin embargo, ambas teorías tendrían las mismas implicaciones empíricas33. El tejido humano que es la ciencia toca la experiencia solamente en los bordes. Los enunciados de la lógica y la matemática estarán ubicados más hacia el centro de esa “red de creencias”, no sólo por ser los enunciados con un contenido empírico escaso, sino porque articulan y se relacionan con todo el resto de enunciados. ¿Qué tipo de enunciados se encuentran en los bordes? Ellos son de máxima importancia, pues constituyen nada menos que el vínculo entre la evidencia sensorial y las teorías científicas, entre la experiencia recalcitrante y una porción inclusiva de la ciencia. Este vínculo es el que, precisamente, Quine nos urge investigar en la epistemología naturalizada (véase Quine, 1969: 76). Los positivistas lógicos debatieron acaloradamente sobre el status y forma de las llamadas proposiciones protocolares, que eran el puente entre los sense-data y los enunciados de la ciencia natural. Ellas debían consistir en reportes o informes imparciales (i.e. carentes de

31 Quine estipula ciertos desiderata para elaborar esta revaluación. El más importante es la Máxima de Mínima Mutilación, según la cual el sistema de enunciados debe trastocarse lo menos posible ante una experiencia recalcitrante. 32 Por “salvar la teoría” debe entenderse una revaluación que logre hacer que la teoría prediga el fenómeno falseador, así como aquellos que ya antes lograba predecir sin problema (sin pérdida de fenómenos predichos).33 Esto genera un problema importante. Si dos teorías difieren en sus enunciados componentes, pero cubren las mismas experiencias, serían entonces teorías sinónimas dado el criterio de significatividad de Quine. Pero ciertamente dos teorías que compiten no son tomadas simplemente como dos formas de decir lo mismo. No profundizaremos en este problema.

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teoría) sobre lo dado. Dada la epistemología fundacionalista y reduccionista sobre la cual operaban, las proposiciones protocolares se tomaban como las unidades mínimas, más simples, significativas, desde las cuales construir el edificio de la ciencia. Pero una vez se abandona esta empresa epistemológica sí entendida, para adoptar un enfoque naturalista, la discusión sobre esos enunciados cargados de contenido empírico sufre un giro radical. Dado que el objetivo de los positivistas lógicos era elaborar una reconstrucción racional, exigían que las observaciones tuviesen un componente consciente. Sin embargo, una aproximación naturalista se apega a la conclusión científica según la cual solamente disponemos de estímulos sensoriales: “Lo que ahora cuente como observación puede decidirse en términos de la estimulación de receptores sensoriales, y que la consciencia entre donde quiera” (Quine, 1969: 84). Las proposiciones protocolares, en tanto reportaban observaciones directas conscientes, se veían problematizadas por la cuestión sobre la prioridad epistemológica postulada por la psicología gestáltica. Ésta consistía en establecer si eran epistemológicamente anteriores las cualidades sensibles atómicas o los compuestos como un todo34. En el enfoque naturalista, que no tiene necesidad de apelar a los estados mentales, esta cuestión de prioridad epistémica puede resolverse como una cuestión de proximidad causal a los receptores sensoriales, evadiendo así el problema de la consciencia en las proposiciones protocolares. Esta aproximación implica entonces que los enunciados observacionales, propuestos por Quine para suplir las proposiciones protocolares bajo una nueva epistemología, serán enunciados tales cuya verdad o falsedad sea cuestión más de estimulación sensorial que de conocimientos teóricos inclusivos o de percepción consciente. Un enfoque conductista es empleado por Quine para dar cuenta de estos enunciados observacionales, lo cuales Quine define de la siguiente forma:

Las sentencias observacionales son sentencias tales que, a medida que aprendemos el lenguaje, están condicionadas más fuertemente a la estimulación sensorial concurrente que a la información colateral almacenada. Imaginemos una sentencia sobre la que se nos interroga un veredicto sobre su verdad o falsedad (…) La sentencia es una sentencia observacional si nuestro veredicto depende solamente de la estimulación sensorial presente en el momento (Quine, 1969: 85).

El componente subjetivo conductual, en el cual un sujeto asiente o disiente de una sentencia observacional de acuerdo a ciertos estímulos sensoriales presentes o ausentes en el momento (tendiendo a comportarse de determinada manera ante esos estímulos presente – he ahí el elemento conductista), es tan sólo la mitad de la definición de sentencia observacional. También hay un componente objetivo, o más bien, intersubjetivo; este

34 Este debate giraba en torno a la consciencia de un sujeto percipiente. La psicología gestáltica objetaba al atomismo lógico de los positivistas lógicos el que los sujetos en sus experimentos fuesen conscientes antes de ciertas figuras como un todo antes que fuesen conscientes de sus componentes (las figuras se componían de multitud de puntos separados pero organizados de cierta manera que asemejase una silueta familiar). Una breve exposición de algunos resultados de esta psicología puede hallarse en http://webspace.ship.edu/cgboer/gestalt.html

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componente está presente cuando el niño es reclutado en el lenguaje y cuando se corrobora la evidencia para una teoría científica con sus predicciones:

El lenguaje es inculcado y controlado socialmente. La inculcación y el control se basan estrictamente en la conexión entre enunciados y estimulación compartida. Los factores internos pueden variar ad libitum sin perjudicar la comunicación siempre y cuando la conexión entre el lenguaje y el estímulo externo permanezca intacta (Quine, 1969: 81).

Las oraciones observacionales, en su doble faceta subjetiva/objetiva, pueden analizarse de dos maneras distintas. Holofrásticamente35, son nada más que la reacción a una input sensorial, analizable en términos de irritaciones en los receptores sensoriales. En sus partes (piecemeal), denotan los objetos que son ya postulados como parte de una teoría (Quine, 1993: 110). Este doble análisis es aquel que conviene más al epistemólogo naturalista que intenta entender la conexión entre la evidencia sensorial y la teoría, al encontrar en las sentencias observacionales tanto el aprendizaje (neuronal-fisiológico) del lenguaje, como la puerta de entrada a las teorías científicas. Es entonces el proceso desde el estímulo a la sentencia observacional el que, siendo estudiado desde la ciencia misma, revela la relación evidencial entre la ciencia misma y las observaciones que la sostienen (Quine, 1974/1988: 53) Quine arguye que el epistemólogo naturalista, una vez se remonta desde las sentencias observacionales hasta la ciencia de orden superior, puede ser útil a la ciencia natural al hallar posibles simplificaciones de teorías o clarificación de conceptos (trazando su conexión con oraciones de la periferia del conocimiento). La epistemología puede “convertirse en una herramienta de la ciencia natural” (Quine, 1993: 112), dando a entender que la epistemología naturalizada es un capítulo de la ciencia natural misma que, sin embargo, puede traer consecuencias de un carácter normativo débil (p. ej. estipulando que una teoría dada sería más sencilla si no se postulase una entidad dada). 2.3. Conclusiones del Capítulo La caracterización que hace Quine de su proyecto naturalista en epistemología es, como intenté mostrar, ambigua. No es claro si su propuesta implica eliminar la epistemología tradicional para reemplazarla por la psicología empírica, o si más bien es una investigación que toma prestado resultados y métodos de la ciencia empírica, pero retiene un componente normativo que la hace ser algo más que una simple investigación descriptiva empírica. La defensa temprana de 1969 presenta el estudio epistemológico como el estudio de la relación causal que hay entre el estímulo sensorial y las teorías (lenguaje) resultantes. La defensa de 1993, a propósito del status de las sentencias observacionales como puente entre estímulo y teoría, propone que el resultado de la investigación descriptiva puede

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tener un carácter normativo (simplificación de teorías) o un carácter explicativo (aclaración de conceptos). En 1969, Quine defendía una especie de normatividad al postular una doble inclusión, la epistemología dentro de la ciencia natural y la ciencia natural dentro de la epistemología. Pero no aclara más en qué consiste esa segunda inclusión, dejando el asunto al nivel de una metáfora. Investigar más a fondo este asunto será el tema del siguiente capítulo. Vimos que la relación entre la naturalización de la epistemología y las demás tesis filosóficas de Quine, en el mejor de los casos, parece ser la de otorgar mayor plausibilidad a la epistemología naturalizada al proveerle una serie de metáforas y conceptos filosóficos distintos a los tradicionales. Dado que esa relación no es de implicación, sería interesante preguntarse por la posibilidad de una epistemología naturalizada que no comparta varias de las tesis de Quine (por ejemplo, que se mantenga la dicotomía analítico/sintético). Otra consecuencia de que esta relación no sea de implicación es que, en principio, refutar la propuesta naturalista de Quine no implica necesariamente refutar alguna de sus otras tesis filosóficas. En el tercer capítulo veremos, por ejemplo, que uno de los críticos de Quine mantiene un cierto tipo de holismo semántico al tiempo que rechaza la propuesta epistemológica quineana. En este capítulo presenté, en primer lugar, las razones por las cuales los proyectos reduccionistas fundacionalistas tradicionales (logicismo y fisicalismo) fracasaron. Resalté el hecho de que este fracaso ocurrió de manera independiente a las tesis filosóficas más importantes de Quine (holismo, indeterminación de la traducción, etc.), revelando la relación entre la epistemología tradicional y la epistemología naturalizada. Dicha relación no consiste en un dilema necesario entre reduccionismo o naturalización, sino cómo un programa epistemológico que gana plausibilidad a raíz de fracaso de otro. Presenté el programa naturalista en epistemología siguiendo la presentación de Quine en (1969). Para otorgar plausibilidad filosófica a dicho programa, presenté varias tesis de Quine sobre filosofía del lenguaje y de la ciencia, aclarando que estas tesis no implican necesariamente el programa naturalista, sino que le otorgan contexto filosófico más acorde para su postulación. En el siguiente capítulo presentaré varias objeciones clásicas al programa naturalista de Quine que hacen un énfasis particular en el tema de la normatividad.

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3. Normatividad y Naturalización de la Epistemología

En este capítulo expondré tres objeciones importantes al proyecto quineano de naturalizar la epistemología. Como la epistemología ha tenido tradicionalmente un componente normativo, debemos examinar si este componente es eliminado de la epistemología al tomar una aproximación naturalista y si eliminarlo implica a su vez eliminar la empresa epistemológica misma.. El objetivo del capítulo es evaluar el impacto de las siguientes objeciones en el proyecto de Quine a la luz de éstas preguntas: ¿es verdad que la epistemología naturalizada elimina la normatividad? ¿Qué tan plausible sería entonces una epistemología no normativa? ¿Es la propuesta quineana un simple cambio de tema y no un nuevo enfoque para la epistemología? A continuación presentaré las objeciones de Jaegwon Kim (1988/2003), seguida por una consideración de Harvey Siegel (1980) y finalmente una objeción de Putnam (1983/2003). Hacia el final esbozaré una posible defensa del proyecto quineano de estas objeciones. 3.1. Naturalización de la Epistemología como Eliminación de la Epistemología En su célebre ensayo “What is Naturalized Epistemology?” (1988/2003), Jaegwon Kim expone una fuerte objeción al intento de Quine por naturalizar la epistemología. La conclusión del argumento de Kim es que naturalizar la epistemología consiste en cambiar el tema; en otras palabras, la epistemología naturalizada no sería epistemología. La razón reside, según Kim, en que la epistemología naturalizada abandona el componente normativo de cualquier investigación digna de ser tomada como epistemológica, para reemplazarlo por un componente puramente descriptivo. Elaboraré el argumento con mayor detalle. 3.1.1. Epistemología como Investigación Normativa La doble preocupación cartesiana, de hallar criterios para la justificación de las creencias y de examinar qué creencias nuestras son de hecho justificadas de acuerdo a dichos criterios, ha sido la principal preocupación de la epistemología occidental (Kim, 1988/2003: 381). Tradicionalmente, la epistemología opera bajo tres conceptos clave: creencia, verdad y justificación, ya que “conocimiento”, que sería el concepto central de la investigación epistemológica, se definía como “creencia verdadera justificada” (ver sección 1.1). Bajo esta luz, tenemos que:

(…) es evidente que el concepto de justificación ha tomado una posición central en nuestras reflexiones sobre la naturaleza del conocimiento. Aparte de la historia, hay una razón simple para nuestra preocupación con la justificación: es el único componente específicamente epistémico en la clásica concepción tripartita del conocimiento. Ni la creencia ni la verdad son nociones específicamente epistémicas: “creencia” es un concepto psicológico y “verdad” es uno semántico-metafísico. (Kim, 1988/2003: 383)

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La relevancia epistémica del concepto de justificación hace que sea de primera importancia en una investigación epistemológica sobre la posibilidad y naturaleza del conocimiento. Recordemos el ejemplo que usamos en la sección 1.1.1: un reloj dañado, que por casualidad da la hora correcta, es observado por un hombre. Este adquiere así una creencia, “es la hora h”, que coincidencialmente es verdadera en ese momento. Sin embargo, si le interrogásemos cómo sabe que es la hora h, el hombre en cuestión no podría mostrarnos el reloj descompuesto como evidencia: bastaría mostrarle que no funciona para revelar que no estaba justificado en mantener su creencia; sin esta justificación, no se logra ver qué sentido tendría decir que el hombre sabía que era la hora h. No se disputa que se necesite el concepto de “creencia” o de “verdad”; estos son requeridos como los materiales de los que se compone el conocimiento. El punto del ejemplo es mostrar que dichos conceptos no bastan para dar cuenta del conocimiento: la justificación, que no hace referencia a hechos psicológicos ni entes metafísicos (siendo así un concepto puramente epistémico), es requerida. En este ejemplo puede verse el carácter del concepto de justificación. Éste es un carácter normativo en el sentido en que permite o prohíbe sostener una creencia dados ciertos criterios36. Así, el hombre en cuestión no tenía permitido creer que era la hora h en tanto no poseía razones o evidencia para creer h37. Si, en cambio, existen razones legítimas o evidencia suficiente para sostener una creencia p, estamos justificados en creer p y nos está, por ende, permitido mantener p en nuestro corpus del conocimiento38. En cualquier caso, siempre estaría prohibido adoptar creencias que contradigan otras creencias previamente justificadas y aceptadas. Es entonces en función de la justificación que se nos permite o se nos prohíbe mantener una creencia p: este es el carácter normativo en su máxima expresión. Puesto que el concepto de justificación es el concepto principal de la investigación epistemológica, se sigue que la epistemología es una investigación esencialmente normativa sobre qué criterios se deben tomar como suficientes y necesarios para establecer la justificabilidad de una creencia, así como sobre qué creencias actuales de hecho constituyen o no parte del conocimiento a la luz de dichos criterios. Vale la pena aclarar que esta caracterización normativa aplica a la epistemología fundacionalista tanto como a otras aproximaciones no fundacionalistas, como por ejemplo las teorías coherentistas de la justificación39. 36 No ahondaremos en cuáles son o deberían ser dichos criterios. Sin embargo, con el propósito de aclarar esta idea, podemos recordar el criterio cartesiano: claridad y distinción. Una idea era tomada como verdadera por Descartes si era concebida clara y distintamente. 37 El ejemplo sirve para mostrar la relación entre evidencia y justificación: el hombre creía poseer razones y evidencia para mantener la creencia de que era la hora h del día. Sin embargo, al desarmársele su evidencia (mostrándole que el reloj no funciona), no está ya justificado en sostener dicha creencia: el hombre creía saber que sabía la hora, cuando realmente no sabía que no sabía la hora. 38 Nótese que se permite mantener la creencia p, pero no se exige. La razón para esto reside en que en ciertos contextos epistémicos, como la competencia de teorías científicas, hay creencias contrarias que poseen suficiente evidencia para ser adoptadas. No sería razonable adoptar en el corpus del conocimiento creencias opuestas sólo porque ambas poseen evidencia a su favor. 39 Véase Kvanvig (2007).

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3.1.2. Fundacionalismo y Naturalismo En su diagnóstico del fracaso de la epistemología tradicional, Quine concluye con la imposibilidad de deducir con certeza enunciados sobre objetos externos a partir de enunciados sobre estímulos sensoriales, así como con la imposibilidad de definir los conceptos de la ciencia natural mediante conceptos de la experiencia sensorial (ambos lados de la bifurcación en una teoría doctrinal y una conceptual). Este resultado no es sorprendente; para la época en que “Epistemology Naturalized” fue publicado; estas eran ya viejas noticias para los epistemólogos (Kim, 1988/2003: 386). Lo novedoso del argumento de Quine, considera Kim, es que a partir de este fracaso adelanta dos tesis muy dispares:

(1) Se debe abandonar el proyecto de validación del conocimiento científico; i.e. la tarea de justificar el conocimiento científico.

(2) Este proyecto ha de ser reemplazado por otro (epistemología naturalizada) que, sin embargo, sigue la línea del primero (constituye una especie de epistemología).

Como ya vimos en la sección anterior, el concepto de justificación es el que otorga a la investigación epistemológica su carácter normativo. Si seguimos la recomendación (1) de Quine, estaríamos renunciando a la normatividad en la investigación epistemológica. Sin embargo, parece que Quine identifica la epistemología tradicional (fundacionalista y reduccionista) con la epistemología normativa, en tanto rechazar la una implica rechazar la otra. Kim nota que no debe identificarse ambas nociones, y por ende no ve que debamos aceptar (1) dado el fracaso de la epistemología tradicional:

En nuestra caracterización de la epistemología clásica, el programa cartesiano era visto como una posible respuesta al problema de la justificación epistémica, el proyecto bipartito de identificar los criterios de la justificación epistémica y determinar qué creencias están de hecho justificadas de acuerdo a esos criterios. Al proponernos la “epistemología naturalizada”, Quine no está sugiriendo que renunciemos la solución cartesiana fundacionalista para explorar otras dentro del mismo marco conceptual – como adoptar una estrategia coherentista, o requerir de nuestras creencias básicas un cierto nivel de credibilidad inicial en vez de la certeza cartesiana, o permitir algún tipo de derivación probabilística en adición a la derivación deductiva del conocimiento no básico (…) la propuesta de Quine es más radical. Está pidiéndonos que dejemos de lado todo el marco conceptual de la epistemología centrada en la justificación (Kim, 1988/2003: 388).

A pesar de la similitud de la argumentación de Kim con aquella de Giedymin (ver sección 2.2.2.), hay una diferencia radical. No se trata ya, como piensa Giedymin, de elegir entre programas epistemológicos (fundacionalismo, naturalismo, coherentismo, etc.); ahora se trata más bien de elegir marcos conceptuales dentro de los cuales proponer dichos programas. La disyunción ahora es entre normatividad y no-normatividad, no entre fundacionalismo y naturalismo, o naturalismo y coherentismo, etc. Voy a examinar, siguiendo a Kim, ambas tesis radicales de Quine, (1) y (2), sin disputar que la premisa de la cual parte Quine es verdadera, a saber, el fracaso de la epistemología tradicional fundacionalista-reduccionista.

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3.1.3. ¿Es posible una Epistemología no Normativa? Al urgir el abandono de las reconstrucciones racionales, Quine está urgiendo el abandono mismo del intento de justificar el conocimiento40; pues el punto de esas reconstrucciones racionales es, valga la redundancia, racionalizar el conocimiento, justificarlo mediante una explicación filosófica de por qué es correcto mantener esas creencias que forma nuestro corpus del conocimiento y no otras. Este abandono es claro en la formulación hecha por Quine mismo. En “Epistemología Naturalizada”, dice Quine lo siguiente:

La estimulación de sus receptores sensoriales es toda la evidencia que cualquiera tiene para, en últimas, llegar a su imagen del mundo. ¿Por qué no ver cómo procede de hecho esta construcción? ¿Por qué no quedarse con la psicología? (…) Si lo que intentamos entender es el vínculo entre observación y ciencia, nos está bien permitido usar toda la información disponible, incluyendo aquella otorgada por la misma ciencia cuyo vínculo con la ciencia estamos intentando entender. (Quine, 1969: 75)

Respecto a la última ventaja de la reconstrucción racional sobre la psicología empírica, a saber, el poder traducir los enunciados de la ciencia a enunciados sobre experiencias sensibles, Quine anota:

Debilitar el requerimiento de definición41, y quedarse con un tipo de definición que no elimina, es renunciar a la última ventaja que suponíamos tenía la reconstrucción racional sobre la psicología empírica (…) Si todo lo que esperamos es una reconstrucción que vincule la ciencia con la experiencia de maneras explícitas sin recurrir a la traducción, sería más sensato quedarse con la psicología. Mejor descubrir cómo la ciencia es de hecho desarrollada y aprendida que fabricar una estructura ficticia con un efecto similar (Quine, 1969: 78)

El estudio naturalista propuesto por Quine, que sería una rama de la psicología empírica, analiza el output de un sujeto humano (su teoría del mundo, o red de creencias) a partir de un input experimentalmente controlado (Quine, 1969: 82-83). Este análisis, para ser coherente con el abandono de la normatividad y la idea de una “filosofía primera”, debe ser puramente causal, i.e. se investiga cómo ciertas irradiaciones en la retina, gases en las fosas nasales y ondas de aire impactando en el tímpano causan o generan un cierto sistema de creencias. Pero, ¿qué tiene este estudio que lo haga merecedor del título de “epistemología”? ¿Admite algún tipo de normatividad en un sentido distinto al hasta ahora expuesto? 40 Al menos el abandono de ese concepto positivista de justificación. En la sección 3.4. veremos qué otro tipo de justificación podría defenderse en una epistemología naturalizada. 41 Esto se refiere a la posición de Carnap en “Testability and Meaning” (1936), artículo en el cual introduce unas formas de definición que no eliminan un término a favor de otro, sino que explican un término a través de los enunciados donde no aparece dicho término y que son implicados por aquellos enunciados donde sí aparece dicho término. Para Quine, esta forma de definición débil, que no elimina, no constituye una forma de definir propiamente dicha, en tanto mantiene que definir es eliminar (Quine, 1969: 78)

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Según Quine, este estudio naturalista sigue siendo una especie de epistemología en tanto se ocupa de una preocupación legítimamente epistemológica, i.e. el vínculo entre experiencia y conocimiento, si bien deja de lado otras preocupaciones, como la validación del conocimiento científico desde algo externo a él (filosofía primera). Históricamente, la preocupación por elucidar ese vínculo ha sido tema de gran cantidad de debates entre los filósofos empiristas y los positivistas lógicos. Sin embargo, hay que preguntarse qué tipo de vínculo es el que históricamente se ha estudiado y compararlo con el vínculo que Quine tiene en mente. En el marco de una epistemología normativa, el tipo de relación que se estudia entre la observación y la teoría es la relación evidencial. Esta relación está íntimamente conectada con el concepto de justificación: evalúa qué tanto una evidencia dada (observación) justifica o da razones para aceptar una creencia o sistema de creencias (teoría). Así, por ejemplo, observar gran cantidad de cisnes negro constituye evidencia aceptable para aceptar la teoría según la cual “todos los cisnes son negros”42. El concepto de evidencia trae entonces ya consigo una fuerte carga normativa, pues entre la gran cantidad de observaciones posibles elegimos sólo un conjunto limitado de ellas como relevantes para la teoría o creencia en cuestión. Así, por ejemplo, contamos como evidencia para la teoría según la cual entre más presión tenga un gas, mayor será su temperatura, una medición de la temperatura de un gas sometido a presión; no contamos como evidencia la temperatura del pistón que ejerce la presión, en tanto esta observación no provee razones (i.e. justifica en cierta medida) la teoría en cuestión (es irrelevante), si bien forma parte de la cadena causal cuyo efecto analizable es la temperatura del gas. El epistemólogo naturalista, en tanto no busca validar ni justificar el output de su sujeto experimental, no estudia esta relación evidencial entre observación y teoría. Considero que un concepto no normativo de “evidencia” carece de sentido, así como un concepto no normativo de “epistemología”, a la luz del concepto central de la investigación epistemológica, la justificación; por lo tanto, no tendría mucho sentido hablar de un concepto no normativo de “evidencia” o de “justificación”. El interés del epistemólogo naturalista quineano debe ser entonces hallar relaciones causales y nomológicas: su tarea es buscar patrones de dependencias cuasinomológicas que caractericen la relación entre input y output en un organismo particular de cara a la realización de predicciones (Kim, 1988/2003: 390). Entonces, si bien los relata son los mismos (observación y teoría), la relación que se estudia en la epistemología normativa no es la misma que se estudia en la epistemología naturalizada, como creía Quine (véase sección 2.2.1.). Por lo tanto, la supuesta preocupación legítimamente epistemológica que haría de la epistemología naturalizada un tipo de epistemología particular está basada en un uso equívoco del término “vínculo”. En realidad, el estudio del vínculo causal entre observación y teoría no ha sido 42 Hay una paradoja muy famosa respecto a esta relación evidencial (Hempel, 1945). La paradoja del cuervo muestra, mediante los recursos de la lógica de primer orden, cómo una observación de una hoja verde (o de cualquier cosa que no sea cuervo ni negro) constituye evidencia positiva para la teoría según la cual todos los cuervos son negros. El resultado es paradójico en tanto parece haber infinita evidencia no muy relevante a favor de la teoría de que todos los cuervos son negros. La noción de evidencia requiere, entonces, ser pulida para no incluir observaciones prima facie irrelevantes. Sin embargo, no voy a profundizar en este punto.

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una preocupación epistemológica central como sí lo ha sido el estudio del vínculo evidencial. La epistemología naturalizada no comparte con la epistemología en general este punto; por lo tanto, queda en duda que la epistemología naturalizada realmente cuente como un tipo de epistemología. Recapitulando las dos tesis de Quine enunciadas en la sección anterior, (1) y (2), parece que no hay más opción que estar de acuerdo con Kim y admitir que no hay razones suficientes para aceptar a (1). Citar el simple fracaso histórico de los programas tradicionales en epistemología no constituye razón suficiente: ¿por qué no adoptar un enfoque normativo no fundacionalista-reduccionista, como, p. ej., el coherentismo? Además, aceptar (1) equivaldría a eliminar la investigación epistemológica en general; una epistemología sin normatividad no puede ser epistemología en el sentido actual de la palabra. Así mismo, concluimos que la tesis (2) está basada en un uso ambiguo del término “vínculo” que falsamente relaciona la epistemología en general con la epistemología naturalizada. Dicha tesis está también basada en una noción de “evidencia” que carece de sentido en tanto no posee carácter normativo (carácter que, como se vio, es inseparable del concepto de evidencia). Las posibles respuestas de un defensor de Quine serán presentadas en la sección 3.4. Por ahora, proseguiremos con las objeciones al programa naturalista quineano. Hay que notar, sin embargo, que estas consideraciones no niegan que el estudio empírico causal de la formación de creencias a partir de estímulos sensoriales sea de interés para el epistemólogo; lo que niegan es más bien la posibilidad de reducir la epistemología a dicho estudio. 3.1.4. Creencia como Concepto Normativo Resumamos la discusión hasta este punto: tenemos que la epistemología naturalizada de Quine supuestamente sí constituía una investigación epistemológica legítima en tanto se ocupaba de una preocupación epistemológica clásica: cómo se relacionan evidencia y teoría. Hemos visto, con Kim, que dado el enfoque naturalista puramente descriptivo, la relación que se estudia en la epistemología naturalizada no es la misma que urge estudiar en la epistemología general (i.e. la relación evidencial). Además, hemos visto que el epistemólogo naturalista no tiene derecho a llamar al input de la relación que investiga “evidencia” en tanto se estaría comprometiendo con el tipo de normatividad que ya ha rechazado. Ya estas consideraciones ponen en duda seriamente que la epistemología naturalizada sea, de hecho, epistemología. La estocada final de Kim consiste en mostrar que el epistemólogo naturalista tampoco tiene derecho a llamar al output de la relación causal que investiga “creencia” o “sistema de creencias”. Kim argumenta que, en la investigación causal abogada por Quine, hace falta identificar tanto el input como el output si ha de investigarse una relación entre ellos. El primero sería una serie de estímulos sensoriales; el segundo, según Quine, sería una “imagen del mundo” (Quine, 1969: 75). Dejando de lado la metáfora pictórica, lo que esto quiere decir es que debemos atribuirle al sujeto humano de nuestro experimento creencias sobre el mundo (una teorías acerca de él), junto con otros estados intencionales. Si antes Quine quería investigar el vínculo causal entre evidencia y red de creencias, ahora se vería obligado a investigar el

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vínculo causal entre estímulos sensoriales y red de creencias (sin incluir elementos de evidencia dada la argumentación de la sección anterior) lo cual es ya per se difícil de entender como investigación epistemológica. Pero ni siquiera esto puede hacer. La razón reside en que el concepto de creencia es, al igual que el concepto de evidencia y justificación, un concepto normativo, como veremos a continuación. Si la epistemología naturalizada excluye todo componente normativo, no puede incluir el concepto de creencia como el output que está estudiando en relación causal con un input, so pena de comprometerse con un tipo de normatividad que, en últimas, nos llevaría a una epistemología normativa del tipo que Quine ya ha rechazado de antemano. Para entender el output de un sujeto como una red de creencias, hace falta atribuirle un significado a sus sonidos, así como ciertas actitudes proposicionales; esto sería elaborar una interpretación del sujeto de investigación. La atribución de creencias, estados intencionales, significado y actitudes proposicionales no sería en principio posible sin antes asumir que ese corpus es, en su mayor parte, coherente y racional. Si mantenemos que el contenido de una creencia depende de su conexión evidencial con otras creencias43, atribuir un sistema de creencias a un sujeto requeriría adoptar ciertas reglas normativas mínimas de racionalidad que constriñen dicho sistema. El compromiso con un tipo de normatividad es entonces necesario si el output ha de entenderse como un sistema de creencias; en tanto la epistemología naturalizada de Quine no se comprometa con esta normatividad, el output que estudia no podría ser entendida como “red de creencias sobre el mundo”, “teoría” o “ciencia”. Sin esa presuposición de racionalidad, el sujeto del estudio naturalista no tendría por qué tomársele como un sujeto cognoscente; y ya en este punto no se vería en qué medida la naturalización de la epistemología tendría que ver con el conocimiento. Concluye Kim que la epistemología naturalizada no es entonces epistemología, en tanto abandona conceptos normativos clave sine qua non una investigación cualquiera puede tomarse como epistemológica. La propuesta de Quine cambia el tema; de epistemología a estudio causal-descriptivo no epistemológico:

Cuando uno abandona la justificación y otros conceptos valorativos, uno abandona el marco conceptual completo de la epistemología normativa. Lo que queda es una teoría empírica descriptiva de la cognición humana que, si Quine se sale con la suya, estará completamente desprovista de la noción de justificación o cualquier otro concepto evaluativo. (Kim, 1988/2003: 397)

Admito no encontrar problemas con la argumentación de Kim. Incluso si la segunda parte de su argumento, acerca de “creencia” como un concepto normativo, estuviese sujeta a objeciones, la primera parte de su argumento parece impecable; desde cierto punto de vista, podría decirse que Kim simplemente ha aclarado qué se entiende por “epistemología”, lo ha comparado con la epistemología naturalizada de Quine y ha encontrado que no posee suficientes elementos para clasificarla como investigación epistemológica, en contra de lo que Quine pensaba. Una réplica a Kim será expuesta en la sección 3.4.

43 Esto es, qué sería racional creer dadas otras creencias que uno mantiene. En otras palabras, qué está permitido o prohibido creer dadas otras creencias que se mantienen a la luz de la evidencia disponible.

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3.2. Justificación y Descubrimiento Harvey Siegel elabora una objeción similar a la de Kim, si bien en un contexto distinto. En su ensayo “Justification, Discovery and the Naturalizing of Epistemology” (1980) defiende la famosa distinción entre el contexto de justificación y el contexto de descubrimiento de varios ataques, siendo uno de ellos la propuesta naturalista de Quine. La distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación, propuesta por Hans Reichenbach y ampliamente utilizada por Karl Popper, establece dos formas radicalmente distintas de abordar el estudio de una teoría científica. Respecto a una teoría T, pueden hacerse dos preguntas: (1) ¿cómo se llegó a esa teoría? (2) ¿está justificada esa teoría? La primera pregunta es de gran interés psicológico, en tanto se inquiere el proceso que llevó a un sujeto s a postular la teoría T, y está enmarcada en el contexto de descubrimiento. A pesar del interés psicológico que pueda tener, responder a (1) no influye en absoluto en la respuesta de (2). Esta segunda pregunta inquiere por la posible evidencia y reglas objetivas para decidir la aceptación o rechazo de T, y la información de cómo llegó s a postular T no aporta nada en esta investigación. Esta demarcación entre investigaciones, y la irrelevancia de la investigación en (1) respecto a la investigación en (2), conlleva una distinción entre la psicología y la epistemología:

La epistemología no contempla los procesos de pensamiento como de hecho ocurren; esta tarea se le deja por completo a la psicología. Lo que la epistemología pretende es construir procesos de pensamiento en la manera como deberían ocurrir si han de formar un sistema consistente; o construir conjuntos justificables de operaciones que pueden intercalarse entre el punto de partida y el asunto de los procesos de pensamiento, reemplazando los eslabones reales intermedios. Por lo tanto, la epistemología considera un substituto lógico en vez de los procesos reales (Reichenbach, 1938: 5 citado por Siegel, 1980: 299)

Es fácil reconocer en esta cita la posición contra la que precisamente argumenta Quine. Mientras que la distinción de Reichenbach implica una distinción tajante entre psicología y epistemología, donde la primera de ninguna manera aporta nada a la segunda, los argumentos de Quine intentan mostrar que la investigación dentro del contexto de justificación han sido un fracaso. Como esto equivaldría a mostrar que la epistemología ha sido un fracaso, Quine la rescata limitándola a la investigación causal del contexto de descubrimiento44. Por esta razón, para Quine, la epistemología no se diferencia de la psicología (empírica). La epistemología naturalizada de Quine no distingue entonces entre los contextos de justificación y de descubrimiento; rechaza el primero y reduce la investigación epistemológica al segundo. 44 Podría pensarse que el estudio naturalista quineano no se limita al contexto de descubrimiento por completo; por ejemplo, estudia cómo es que la mente selecciona, psicológicamente, las ideas a las que da prominencia, dando así cuenta de un proceso de selección con aparente carácter normativo. En la sección 3.4. examinaremos esta posible defensa de Quine.

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Siegel considera que mostrar la inadecuación de la distinción de Reichenbach consistiría en demostrar cómo la investigación en el contexto de descubrimiento influye o determina la solución en la investigación del contexto de justificación. Puesto que la epistemología naturalizada de Quine solamente se limita a estudiar el mecanismo causal por la que un sujeto s llega a T, tanto una teoría mala como una buena pueden ser explicadas (accounted for), mas no evaluadas ni racionalmente sopesadas (no distingue entre una teoría buena y una mala). Por lo tanto, no ayuda en el proceso de justificación y la distinción de Reichenbach se mantiene intacta. La razón por la cual Quine cree que su epistemología naturalizada es, precisamente, epistemología, es, de nuevo, el uso equívoco del término “vínculo” en la frase “entender el vínculo entre observación y teoría”. El entendimiento causal de la epistemología naturalizada no aporta en nada al entendimiento evidencial propiamente epistemológico y justificatorio (como vimos en más detalle con Kim); esto no refuta la distinción de Reichenbach y podemos entonces mantener la posibilidad de una investigación en el contexto de justificación, independiente del fracaso histórico de algunos intentos concretos en ese campo e independiente de consideraciones causales del contexto de descubrimiento. Esta distinción de contextos deja mal parada la epistemología naturalizada de Quine, en tanto cuestiona su carácter epistemológico y deja abierta la posibilidad de una investigación normativa en el contexto de justificación. 3.3. Naturalización de la Razón: Suicidio Mental Hilary Putnam, en su artículo “Why Reason Can’t be Naturalized?” (1983/2003), defiende una posición trascendental respecto a la razón y la justificación, i.e. la posición según la cual “racionalidad”, “justificación”, “evidencia”, etc., son conceptos que no pueden estar sujetos a un análisis naturalista, sino que son condición de posibilidad de los análisis naturalistas mismos. Si una epistemología completamente naturalizada á la Quine busca ser digna de llamarse propiamente “epistemología”, debe entonces poder dar cuenta de algún tipo de normatividad en términos naturalistas. Esto es precisamente lo que Putnam considera un caso perdido. Un intento heroico por dar una explicación científica naturalista del concepto de razón (junto con los otros demás conceptos que forman parte de la misma familia: justificación, evidencia, etc.) es adoptar una posición darwinista evolutiva. Bajo esta perspectiva, la Razón puede entenderse como una facultad, producto de un proceso de evolución, para “descubrir verdades” (Putnam, 1983/2003: 314). Esta capacidad, como cualquier otro órgano o habilidad producto de la evolución, tiene un valor positivo de cara a la supervivencia, i.e. promueve la supervivencia de nuestra especie. Una creencia es entonces racional si se obtiene mediante el ejercicio de esta capacidad de “ser racional”. A pesar del poder de convencimiento de esta tesis, hay ciertos problemas filosóficos que no hacen de ella una opción a seguir. Por ejemplo, esta tesis se compromete con una teoría de la verdad como correspondencia entre proposiciones y hechos externos con existencia absoluta e independiente de cualquier actividad de descripción o cognición. Si la Razón es una facultad que “descubre” verdades, debe suponerse que en el mundo externo hay ya verdades que existen independientemente de que sean descubiertas. Ejercer la facultad de

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razonar sería entonces descubrir dichas verdades predispuestas en la Naturaleza; nuestras creencias serían verdaderas en tanto corresponden a aquellas verdades. Para Putnam, esta tesis es incoherente en tanto no poseemos una noción de “existencia de las cosas” o de “verdad de enunciados” que sea “independiente de las versiones que construimos y de los procedimientos y prácticas que dan sentido a hablar de ‘existencia’ o ‘verdad’ dentro de esas versiones” (Putnam, 1983/2003: 315). Comprometerse con esta teoría metafísica de la verdad consistiría, además, en volver a la metafísica tradicional no-normativa, un tipo de “filosofía primera” que establece un conocimiento más elevado que el de la ciencia misma (pues esa teoría de la verdad no es producto de ninguna teoría científica, sino que es de carácter a priori). Es claro que esto sería incoherente con el tipo de naturalismo advocado por Quine. Si la racionalidad y justificabilidad de una creencia p se midiera de acuerdo al valor de supervivencia que posea45, esto no constituiría una explicación satisfactoria de por qué deba mantenerse p sobre otras creencias. Por ejemplo, podríamos imaginar un mundo en el que no comamos rocas dada la creencia de que son encarnaciones sagradas de seres divinos. Si bien esto promovería la supervivencia, no significa que deba adoptarse como correcta, racional y/o justificada. Así mismo, si en un futuro no muy lejano la especie humana se extinguiese a causa de una guerra nuclear, esto no implicaría que la teoría atómica de la física sea irracional por permitir la creación de las armas nucleares que llevaron a nuestra extinción. Así mismo, este criterio naturalista de racionalidad también nos obligaría a concluir que las proto-creencias de una cucaracha son bastante racionales en tanto han permitido que las cucarachas hayan sobrevivido millones de años antes que nosotros. Este argumento contra el enfoque evolucionista resulta importante si se tiene en cuenta que Quine mismo parece a veces sugerirlo, si bien no respecto al problema de la normatividad per se:

(…) está el área que el psicólogo Donald T. Campbell llama epistemología evolutiva. En esta área hay un trabajo de Hüseyin Yilmaz, quien muestra cómo algunas características estructurales del color pueden haberse predicho por su valor de supervivencia. Y un tópico más enfáticamente epistemológico que la evolución permite aclarar es la inducción, ahora que le estamos permitiendo a la epistemología los recursos de la ciencia natural (Quine, 1969: 90).

El sesgo evolucionista es más claro en otros lugares, como (1969b) y (1995). Por ejemplo, en “From Stimulus to Science” (1995), Quine mantiene que la similaridad perceptual46 sobre la que se basa la inducción es producto de la selección natural, e incluso es innata hasta cierto punto (Quine, 1995: 20). La armonía entre el comportamiento individual y el

45 Por ejemplo, podría decirse que la creencia de que los objetos sólidos tienen grados de impenetrabilidad podría tener mayor grado de supervivencia que la creencia contraria (me permitiría, por ejemplo, elaborar herramientas que faciliten la satisfacción de necesidades básicas de supervivencia). 46 La similaridad perceptual es definida por Quine como una relación R entre estímulos sensoriales; una serie de estímulos s está en la relación R con otra serie de estímulos p en función del comportamiento del sujeto ante dichos estímulos (Quine, 1995: 17).

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comportamiento público a la luz de ciertos estímulos que, sin embargo, son siempre individuales, también puede explicarse de esta manera:

Esta armonía pública de estándares privados de similaridad perceptual es explicada [accounted for] por la selección natural. Los estándares individuales de similaridad perceptual son inculcados, como vimos, por selección natural, y así, gracias a la ascendencia y ambiente compartidos, tenderán a armonizar a través de la tribu (Quine, 1995: 21).

El punto sigue siendo, con Kim, que esa “aclaración” de conceptos de la que habla Quine, a la luz de la teoría evolucionista, no tiene mucho que ver con epistemología o conocimiento. Si otorgamos a Quine la idea según la cual el propósito principal de la ciencia es lograr predecir la experiencia futura a la luz de la experiencia pasada, junto con la tesis de que la epistemología pasa a formar parte de la ciencia natural misma, el propósito principal de la epistemología naturalizada sería entonces el de predecir cierto output a partir de un input dado (en el sujeto humano) a la luz de relaciones previamente documentadas entre inputs y outputs. Esta predicción de ninguna manera justificaría o validaría en absoluto ese output (la “imagen del mundo”), que además incluiría el estudio que sobre él mismo se hace (en tanto nosotros mismos nos podemos poner en el papel del sujeto humano objeto de los experimentos empíricos en la supuesta epistemología naturalizada)47. La única forma en que esto justificaría un output tal sería asumiendo ciertos conceptos normativos que Quine ha excluido. Putnam considera que los distintos intentos por naturalizar las nociones de racionalidad, justificación, evidencia, etc., fallan en tanto necesitan presuponer esos mismos conceptos para poder dar cuenta del sentido de nuestros enunciados. Putnam y Kim están de acuerdo con las consecuencias que tendría eliminar el aspecto normativo de cualquier investigación epistemológica:

Pero si todas las nociones de rectitud [rightness], tanto epistémica como realista, son eliminadas, entonces ¿qué son nuestros enunciados sino meros sonidos? ¿qué son nuestros pensamientos sino simples subvocalizaciones? La eliminación de la normatividad es un intento de suicidio mental (Putnam, 1983/2003: 323).

En conclusión, el problema principal al que se debe enfrentar una defensa de la epistemología naturalizada quineana es al de mostrar cómo puede existir una investigación epistemológica naturalizada que sea, sin embargo, normativa (en el sentido establecido de la palabra). Los argumentos de Kim y Putnam prohíben la existencia de una investigación no normativa que pase por epistemología (véase sección 3.1.3.). Veamos una posible defensa de la posición de Quine en torno a esta cuestión. 47 Esta es una lectura de la doble “inclusión” que Quine postula, de la epistemología dentro de la ciencia natural así como de la ciencia natural dentro de la epistemología. Ver Quine (1969) pp. 83

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3.4. Evaluación de la Epistemología Naturalizada En este punto, queda claro que una defensa de la epistemología naturalizada de Quine debe mostrar cómo es posible mantener un elemento normativo sin contradecir las tesis que la respaldan (holismo, etc. Ver sección 2.2.2). Aceptamos, con Putnam y Kim, que una epistemología no-normativa es imposible, hasta el punto de rayar en una contradicción en los términos. ¿Dónde está entonces el componente normativo de la epistemología naturalizada? Si no se aclara la presencia o ausencia de dicha normatividad, así como qué tipo de normatividad sería, lo más natural sería concluir que la epistemología de Quine es más un cambio de tema que un redireccionamiento de la epistemología en general. Una posible defensa de la propuesta de Quine es la siguiente: no es cierto que la naturalización de la epistemología elimine todo tipo de intento de validación del conocimiento natural a favor de un intento de pura descripción causal; antes bien, el punto de la naturalización de la epistemología es validar el conocimiento natural desde sí mismo –elaborar una teoría científica sobre la obtención y justificación de la ciencia que le otorgue validez epistémica. El cambio de una epistemología tradicional a una naturalizada es cambiar el enfoque desde el cual validar el conocimiento natural: de un enfoque a priori a un enfoque a posteriori, de un enfoque acientífico a uno científico. Se mantiene, sin embargo, la idea de validación o justificación; no ya como producto de una reconstrucción filosófica apriorística, sino como producto de la ciencia misma: el conocimiento natural, mediante sus propios métodos, se muestra como válido a sí mismo. Recordemos la metáfora de Quine en (1969):

Pero la vieja inclusión [ciencia dentro de la epistemología] permanece válida a su manera (…) Por lo tanto, nuestra misma empresa epistemológica, así como la psicología de la cual es un capítulo, y así como el todo de la ciencia natural del que la psicología es un libro que la compone – todo esto es nuestra propia construcción o proyección de estimulaciones como las que estábamos proveyendo a nuestro sujeto epistemológico. Hay entonces un contenimiento recíproco, aunque contenimiento en sentidos distintos: epistemología en la ciencia natural y la ciencia natural en la epistemología (Quine, 1969: 83).

Desafortunadamente, Quine no provee una explicación clara sobre en qué consiste esa “inclusión” de la ciencia dentro de la epistemología, en qué se diferencia de la inclusión de la epistemología dentro de la ciencia, ni en qué tipo de validación del conocimiento natural haría la epistemología. Putnam, como expuse en la sección anterior, considera que un enfoque naturalista no puede dar cuenta del componente normativo; siempre debe presuponerlo para poder explicarlo. Démosle al epistemólogo quineano la oportunidad de defender su punto de vista. Edward Stabler Jr., por ejemplo, considera que la epistemología naturalizada de Quine no elimina la adjudicación de racionalidad; lo que hace es rechazar la concepción positivista de lo que una adjudicación racional debería ser (Stabler, 1984: 65). La concepción carnapiana tardía de lo que constituía una discusión racional se formulaba en términos de marcos conceptuales: una discusión entre científicos, para ser racional,

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debía darse dentro de un mismo marco conceptual compartido por ambos; de no ser así, la discusión no poseía suficiente terreno común para darse y sería simplemente un ruido molesto (noise-making) entre personas que hablan un idioma distinto. Esta posición carnapiana se basaba entonces en privilegiar ciertos conceptos y métodos sobre otros para formar un marco conceptual que permitiera la discusión racional. Estos conceptos y métodos se elegían por sobre los demás dadas ciertas consideraciones pragmáticas que, sin embargo, requerían establecer de antemano ciertos fines cognoscitivos que se habían de perseguir. Establecer dichos fines tomaba la forma de una investigación normativa del tipo que Quine ha rechazado. Además, según Quine, la crítica a la distinción analítico-sintético hace que distinguir entre el marco conceptual sintáctico y su contenido sea una tarea inútil; si se junta este resultado con la indeterminación de la traducción, resulta que no habría una forma de objetivamente establecer si dos personas comparten o no el mismo marco conceptual48. La noción carnapiana de la discusión racional es entonces demasiado estrecha. La defensa de Quine se basa entonces en dar cuenta de la racionalidad en términos naturalistas. Stabler mantiene, junto con Quine, que una aproximación naturalista sí puede dar cuenta (give an account of) de los procesos y métodos que son comúnmente tenidos por “racionales”. Según Quine, el científico puede verse a sí mismo como un organismo que, como cualquier otro organismo, busca formar procesos inductivos tomando como base su input perceptual. El punto de la inducción es lograr predecir estimulación futura a la luz de estimulaciones pasadas. Quine admite, con Hume, que este proceso de inducción no es más que “esencialmente (…) expectación animal o formación de hábito” (Quine, 1969b: 124). Los procesos tomados como racionales pueden entonces ser vistos como inducciones que, dado su éxito, son recomendables. Esto es decir que la epistemología naturalizada no se limitaría entonces al contexto de formación o descubrimiento de sistemas de creencias (teorías), sino que también daría cuenta del proceso en el cual la mente humana selecciona unas creencias sobre otras (siendo el mecanismo de decisión la selección natural, como veremos a continuación). Esta estrategia es entonces la de definir los conceptos normativos de “racionalidad”, “justificación”, etc., de manera naturalista. Éste, creo yo, es el sentido en el que Quine y Stabler consideran que la ciencia natural esté contenida dentro de la epistemología sin perder normatividad. En este punto, Putnam o Kim podrían preguntar: ¿qué criterio tiene Quine para evaluar el éxito o fracaso de una inducción? Dicho criterio no puede ser a priori no producto de una “conocimiento superior” o “filosofía primera”, so pena de caer Quine en contradicción. El criterio debe ser claramente naturalista. Quine opta por la teoría evolucionista y la selección natural para dar cuenta del éxito predictivo de esos métodos tomados como “racionales”:

Hay algo de esperanza en Darwin. Si el espaciamiento de cualidades de la gente es una característica genética, entonces el espaciamiento que ha permitido las inducciones más exitosas habrá tendido a predominar a través de la selección natural. Las criaturas

48 No profundizaré en esta argumentación. Para mayor detalle, véase Stabler (1984), pp. 64-71

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incorregiblemente equivocadas en sus inducciones tiene una tendencia patética pero admirable a morir antes de reproducir su tipo (Quine, 1969b: 126)

¿Pero qué hace esta estrategia argumentativa si no es llevarnos de nuevo a las objeciones de Putnam (ver sección 3.3.)? Apelar a la teoría de la evolución y la selección natural no es un recurso que el naturalista quineano tenga la opción de utilizar sin, al mismo tiempo, abandonar algunas de las tesis filosóficas (rechazo de una filosofía apriorística, etc.). Por ejemplo, en la sección 3.3., vimos que entender la Razón como una facultad producto de la evolución trae implícita una concepción de la verdad como correspondencia; dicha concepción, sin embargo, es de carácter a priori y metafísico. Postular semejante concepción se haría desde una filosofía primera, un conocimiento no-científico, y esta posición es claramente rechazada por Quine. Una vez se ha abandonado alguna de estas tesis quineanas, el naturalismo resultante no sería ya de corte quineano, que es el tema principal de esta monografía. El epistemólogo quineano no puede entonces aspirar a redefinir los conceptos normativos clave, como “justificación”, en términos naturalistas sin verse obligado a renunciar a alguna de las tesis que sostiene. Un análisis más detallado revela que la explicación (account) de los procesos y métodos paradigmáticos de racionalidad como “inducciones exitosas”, desarrollada por el epistemólogo quineano, es una explicación equívoca. Esta explicación logra mostrar (pace Putnam) cómo es que llegamos a obtener los métodos y procesos que consideramos hoy en día “racionales”; sin embargo, no explica por qué son racionales ni por qué son recomendables por encima de otros procesos. Volviendo a la cuestión sobre el contexto de descubrimiento/formación y el contexto de justificación (véase sección 3.2.), tenemos que el epistemólogo quineano supuestamente daba cuenta en su estudio no sólo del proceso de formación de teorías a partir de un input sensorial, sino que también daba cuenta del proceso de selección de una teoría sobre otra. Sin embargo, este estudio sería acerca de cómo un sujeto particular s escogió unas ideas entre varias, y sería sobre el proceso causal que llevó a s a preferir esas ideas; en ningún momento se justificaría la decisión de s de adoptar ciertas ideas sobre otras (no se explicaría por qué s tomó la decisión que tomó, ni si tenía razones para hacerlo, etc.). Dado este enfoque causal, semejante estudio puede entenderse como parte del estudio del contexto de descubrimiento o formación de teorías de s, no del contexto de justificación de la teoría adoptada por s. Para que este enfoque causal funcionara mejor, considero que haría falta adherir alguna tesis normativa apriorística sobre el concepto de verdad, como por ejemplo la tesis de la verdad como correspondencia con algo externo; los métodos tomados por racionales son entonces recomendables en tanto son más efectivos para obtener esa correspondencia. Añadir este elemento permite tener una piedra de toque sobre la cual evaluar las decisiones de los sujetos de estudio. Como ya se habrá intuido, Quine no puede optar por adherir semejante tesis dado su naturalismo. Incluso si la adhiriera, estaría sujeto a las objeciones de Putnam contra ese concepto metafísico de “verdad”. El valor de supervivencia de la inducciones exitosas puede dar cuenta de su éxito evolutivo; pero esto no necesariamente refleja la verdad de esas inducciones; podemos imaginar un mundo en el que creencias irracionales promueven la supervivencia de una especie particular (recordemos el ejemplo

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dado en la sección pasada). Por lo tanto, la explicación naturalista de la “racionalidad”, de los procesos “racionales”, simplemente explica la formación de esos procesos mecánica y causalmente (contexto de descubrimiento), mas no da razón del aspecto epistemológico detrás del concepto de “racionalidad” (contexto de justificación). En este frente, la epistemología quineana no parece tener mucho que ver con la epistemología en absoluto. Un último frente en el cual la defensa arriba esbozada del proyecto quineano falla es en el que hace referencia a la metodología científica, que analizaremos a continuación. Supongamos que el propósito principal de la ciencia es predecir ciertas observaciones futuras a partir de observaciones pasadas mediante una teoría T. Ahora bien, si se presenta una observación que, según T, no debía presentarse, el modo de proceder es entonces el de modificar o reemplazar a T con alguna otra teoría alternativa. En el enfrentamiento entre teoría y observación, es la observación la que asumimos como indisputable49 y es la teoría la que debe acomodarse a ella. Este es el método hipotético-deductivo que mencionamos ya antes (véase sección 2.2.2.) y la visión de la ciencia que Quine mismo adopta. Dado que la noción de “método” implica una norma, cabe preguntarse cómo justificaría Quine la adopción del método hipotético-deductivo. Ahora bien, supongamos con Quine que la epistemología cae bajo la psicología empírica, como capítulo de la ciencia misma. En tanto estudio científico, la epistemología buscaría lograr predecir ciertos eventos a la luz de eventos pasados. Puesto que la epistemología naturalizada se ocupa de estudiar una relación causal entre cierto input (estímulo sensorial) y cierto output (teoría de mundo), el objetivo de la epistemología sería el de predecir qué output tendrá un sujeto s dado cierto input, basándose en el estudio previo de ese mismo input y el output subsecuente que se forma. En efecto, lo que vale para la ciencia en general debe valer para la epistemología en particular si se adopta el enfoque naturalista de Quine. Supongamos que el epistemólogo naturalista, a través de varios estudios con varios sujetos, postula la teoría epistemológica T de que todo sujeto producirá cierta imagen del mundo P a la luz de cierto input S dado. Preguntémonos ahora ¿qué ocurre si la imagen del mundo P* de un sujeto s es radicalmente distinta a las imágenes P predichas por la teoría epistemológica dado ese mismo input S?50 Esta situación es análoga a la de una teoría T que predice O y se enfrenta con que ¬O ocurrió. Desde el punto de vista de la epistemología normativa, diríamos que tanto peor para la imagen del mundo P*; el sujeto s ha fallado en elaborar una imagen del mundo racional a partir de su input sensorial (esto puede verse como un tipo de teoría del error). A ese sujeto se le puede calificar como cognoscitivamente inválido, loco o estúpido.

49 Si bien Quine admite que, dada la subdeterminación de las teorías por la experiencia, cualquier teoría que choque con la observación puede ser salvada alegando alucinación, no concluye que ese deba ser el modo de proceder de la ciencia. 50 Esta formulación, aunque suene extraña, se aclara si se recuerda cuál es el objeto de estudio de la epistemología naturalizada: las teorías del mundo causadas por ciertos estímulos sensoriales.

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Sin embargo, el epistemólogo naturalista no puede hacer este juicio evaluativo. En tanto hay una observación que choca con su teoría (el caso de s), es el propio epistemólogo naturalista el que debe modificar o reemplazar su teoría epistemológica T a fin de cobijar ese caso particular en el que un sujeto produce una imagen del mundo no acorde con las predicciones de T. No hacer esto estaría a la par del físico o químico que, ante una experiencia falseadora, decide mantener su teoría. Esta situación revela la completa carencia de normatividad del estudio naturalista de la epistemología; pues es el epistemólogo naturalista el que debe acomodarse a las teorías del mundo que se forman de hecho, y no las imágenes del mundo las que deben acomodarse a criterios normativos que estipulen su justificabilidad y racionalidad a la luz de la evidencia sensorial. 3.5. Conclusiones del Capítulo En este capítulo expuse tres críticas fundamentales al proyecto quineano de naturalización de la epistemología. Dichas críticas giraron en torno a la normatividad en este proyecto quineano. El punto fundamental de estas críticas era doble: i) mostrar la imposibilidad de una investigación epistemológica sin algún tipo de normatividad, ii) mostrar que el proyecto quineano carece de ese elemento normativo. La conclusión de estos argumentos es que la epistemología naturalizada de Quine no es epistemología; al introducir el elemento naturalista, Quine está cambiando el tema de raíz. Hacia el final del capítulo elaboré una posible defensa de la propuesta naturalista de Quine en torno a este punto; sin embargo, dicha defensa fue hallada como inadecuada e insuficiente para salvar la epistemología naturalizada de estas importantes objeciones. Las posibles salidas de Quine frente a las objeciones presentadas fueron ofrecidas. Dada la argumentación de Kim y de Putnam, que no encontramos problemática, concluimos que Quine se encontraba en un dilema: normatividad o no-normatividad. Como aceptar la no-normatividad implicaba que la empresa quineana no era epistemología, el epistemólogo quineano debe optar por dar cuenta de la normatividad (Quine mismo sugiere tal normatividad con su metáfora de la doble inclusión). Ahora bien, este epistemólogo quineano no puede dar cuenta de la normatividad por medios no naturalistas, so pena de incurrir en incoherencia con las demás tesis de Quine. Luego debía hacerlo por medios naturalistas. El intento más plausible por dar cuenta de la normatividad de manera naturalista, i.e. apelando a la teoría de la evolución, fue refutado utilizando consideraciones de Putnam. Por lo tanto, la epistemología naturalizada de Quine se encuentra en un callejón sin salida: o es epistemología y adhiere principios normativos a priori (i.e una filosofía primera) o no es epistemología en absoluto y Quine se equivoca en sus pretensiones de “rescatar la epistemología” del fracaso en el que los positivistas la dejaron. Esto, a su vez, deja abierta una incógnita que no exploraremos en esta monografía, a saber, ¿la epistemología es una causa perdida? ¿O Quine se equivoca en su diagnóstico y sí es posible una epistemología normativa no fundacionalista ni reduccionista?

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CONCLUSIONES Una de las preguntas principales que ha guiado el desarrollo de esta monografía es: ¿Elimina la epistemología naturalizada la normatividad? El análisis hasta acá elaborado concluye que así es. Vimos una posible defensa del proyecto quineano según la cual no se elimina la normatividad; simplemente se entiende en otros términos, a saber, términos naturalistas. Esto nos remite a otra de las preguntas principales de esta monografía: ¿es posible plantear una normatividad en términos naturalistas? Realizando un análisis sobre varios conceptos normativos (justificación, creencia, racionalidad, etc.), concluimos que esta empresa no es plausible. En consecuencia, la epistemología naturalizada carece de cualquier componente normativo. Habiendo establecido esto, recordemos la tercera pregunta de esta monografía: ¿es la epistemología naturalizada una empresa legítimamente epistemológica? Varias consideraciones y argumentos presentados en el tercer capítulo hacen dudar seriamente de poder atribuirle a esa investigación naturalista el epíteto de “epistemología”. Una vez perdida la normatividad, la simple descripción y predicción a la que se limita la epistemología naturalizada no logra dar cuenta (epistemológicamente hablando) del vínculo entre observación o estímulo y teoría o “imagen del mundo”. El estudio de este vínculo era lo que se suponía hacía de ese estudio empírico propuesto por Quine una forma de epistemología; pero al usar equívocamente el término “vínculo”, Quine no se da cuenta de que su forma de abordar dicha relación entre input y output es causal mas no evidencial. En tanto la preocupación netamente epistemológica reside en la relación evidencial, no-causal, la epistemología naturalizada de Quine parece simplemente errar el blanco cambiando el tema. Cabe señalar, sin embargo, que esta conclusión no necesariamente se extiende a todo enfoque naturalista. El naturalismo cooperativo, por ejemplo, mantiene que la epistemología ciertamente debe ocuparse de ciertas preguntas normativas específicamente filosóficas, aunque puede beneficiarse de resultados de investigaciones empíricas51. Los argumentos expuestos hasta ahora, en tanto se centran en la normatividad como condición necesaria para la investigación epistemológica, no afectarían el naturalismo cooperativo. El naturalismo eliminacionista de Quine, en el cual la normatividad es eliminada completamente, es el objeto directo de las objeciones expuestas hasta ahora. No se exploró, en esta monografía, la propuesta alternativa a la epistemología naturalizada de Quine: una epistemología normativa no-fundacionalista, no-reduccionista. Kim desarrolla un argumento a favor de dicha epistemología; según su argumentación, la epistemología y la ética normativa comparten el mismo destino filosófico. Si la una es posible, la otra también debe serlo; como la ética normativa es (aparentemente) posible, también debe serlo la epistemología normativa. Las alternativas al fundacionalismo, como el coherentismo, son aún materia de debate entre los filósofos, pero ciertamente no deben ser descartadas a la hora de proponer una epistemología normativa. 51 Véase Feldman (2006)

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Tampoco exploré en esta monografía la posibilidad de una epistemología fundacionalista de corte distinto a la epistemología positivista que Quine acertadamente diagnostica como una causa perdida. Las epistemologías externalistas ofrecen una estructura sobre el conocimiento y la justificación que es, en general, fundacionalista, mientras que mantienen visiones opuestas al fundacionalismo clásico de corte cartesiano52. Si estos programas epistemológicos alternativos resultaran ser realizables, en oposición a los programas epistemológicos tradicionales, la premisa del argumento de Quine (según la cual la epistemología fundacionalista reduccionista ha fracasado completamente) sería simplemente falsa. Si bien esto no demostraría que la conclusión de su argumento es falsa (i.e. la epistemología naturalizada es la manera de seguir con la investigación epistemológica en general), sí le restaría mérito al programa naturalista quineano. Queda abierta la cuestión acerca de qué tanto afecte el fracaso de la epistemología naturalizada a las tesis filosóficas que Quine propone para otorgar plausibilidad a su programa naturalista. Si dichas tesis se entendieran como las premisas de un argumento cuya conclusión es el programa naturalista quineano, entonces la refutación de éste como programa epistemológico (suponiendo que hayamos logrado llevar a cabo esta refutación) implicaría la falsedad de al menos una de las tesis de Quine (o todas). Sin embargo, ya advertimos antes lo inapropiado que sería entender dichas tesis de esta manera (ver sección 2.2.2.). No es entonces claro en qué medida las distintas tesis de Quine (holismo semántico, distinción analítico/sintético, etc.) pueden mantenerse si se rechaza una epistemología naturalizada quineana. Kim, por ejemplo, parece adherir un holismo semántico al tiempo que rechaza la propuesta naturalista de Quine:

Como Davidson ha enfatizado, una creencia dada tiene el contenido que tiene debido en parte a la locación que tiene en una red de otras creencias y actitudes proposicionales; y lo que en el fondo está a la base de esta red es la relación evidencial, una relación que regula lo que es razonable creer dadas otras creencias que uno mantiene (Kim, 1988/2003: 393)

Basta señalar, como conclusión general, el status de la normatividad como condición necesaria para una investigación epistemológica de cualquier tipo. El interés central de la epistemología en tanto investigación normativa es una serie de preguntas que pertenecen al ámbito de la justificación y evidencia, no al del descubrimiento o causación.

52 Véase Fumerton (2006)

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